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LA LUNA ROJA
2
…
Antes de la mudanza a la posada…
Antes de aquella gran revelación del pasado…
Antes de la cremación de los 16 hombres…
Antes del despido de la taberna…
Antes de aquella primera noche nefasta…
Antes de la propuesta extraña…
Antes de la primera visita.
•
Noche
XII
— Las Cadenas de Gateguard —
…
—Qué quieres, ¿qué? —se descolocó Hakurei de Altar.
—¿Existe la posibilidad de que puedas hacer lo que te pido o no? —preguntó Gateguard de Aries, mirándolo directamente a los ojos.
—Y… ¿puedo saber cómo para qué quieres unas cadenas que puedan retener la fuerza de un santo de oro? —se extrañó, luego lo miró con una mueca casi acusadora—. Dime la verdad, ¿es algún fetiche tuyo?
Gateguard negó con la cabeza, manteniendo su postura seria.
—No, idiota. Las quiero para mi entrenamiento.
—Ah, así se le llama ahora —fingiendo reflexión, Hakurei se llevó tres dedos al mentón, siendo claro con lo que quería decir realmente.
—¡Qué no es ningún fetiche, pedazo de tonto!
Haciendo una mueca de dolor, Hakurei se masajeó el oído derecho, ya que Gateguard le había gritado demasiado, cerca de su cabeza.
—Ya, ya, relájate un poco. Sólo bromeaba.
Mirándolo aún fastidiado, Gateguard se cruzó de brazos.
—¿Crees que puedas ayudarme o no? —retomó su petición.
—Bueno, yo aun aprendo de las armaduras —en pocas palabras: "no"—. Es decir, yo no soy un herrero y no me preparo para serlo.
—Un herrero común no podrá fabricar jamás lo que necesito.
—Quizás sí… con el elemento necesario —dijo Hakurei pensativo, yendo a rebuscar entre todo ese basurero que él tenía de armaduras en su casa, ese elemento.
De entre varios montones, sacó un escudo color rojo vino.
—Este es el escudo de la armadura de plata de Sheratan —dijo extendiéndoselo a Gateguard—, tal vez sea una coincidencia o una ironía que Sheratan sea una de las estrellas de la constelación de aries.
Gateguard menos que cualquiera, necesitaba esa información. ¡Claro que él sabía eso!
—Sin embargo —continuó Hakurei ignorando la cara malhumorada y escéptica de su colega—, el escudo es bastante fuerte, de los mejores… bueno, eso hasta hace algunos años —dirigió sus ojos hacia el escudo, mirándolo con los más claros deseos de trabajar con él—. Se dice que rivaliza en la dureza con el escudo de la Armadura del Dragón. Y tal vez, eso sea lo que necesites.
—¿Y qué le pasó al resto? —preguntó Gateguard mirando aquel pedazo de chatarra; lo giró, lo ladeó y por donde que el pelirrojo lo viese, era algo inservible.
—No lo sé —Hakurei alzó los hombros—, busqué entre varios escombros y no hallé el resto de ella. Creo que es lo único que sobrevivió luego de que el antiguo portador… del cual, ya no recuerdo su nombre —masculló apenado por lo bajo—, cayese por el barranco de donde encontré el escudo. Pensaba en ver cómo repararla, aun sin sus otras partes, pero dudo que eso sea posible a estas alturas, al menos, lo es para mí.
—¿Y qué pasaría en caso de que encuentres el resto de las piezas?
—Supongo que, para ese momento, tú ya habrás terminado tu entrenamiento, ¿no?
O sea que, esto era un préstamo.
Gateguard de Aries miró el suelo.
—Eso espero —dijo serio.
—Entonces… dámelo para que pueda hablar con el herrero —sin darle el tiempo de replicar, Hakurei tomó el escudo de las manos de su compañero de armas, su superior, en la escala de rangos, y a quien todavía trataba con la misma familiaridad que antes de ser nombrados santos de Athena.
—¿Irás tú? —preguntó Gateguard luego de inhalar profundo.
—Pensaba en dejártelo a ti, pero no creo que eso sea lo más conveniente dado a que tu entrenamiento no suena muy convencional… o creíble —diciendo eso de forma nada burlona ni pícara, Hakurei se fue.
Gateguard de Aries salió de la casa también, no preocupándose por seguir a Hakurei. Más bien, estaba preocupado porque el sol casi estaba oculto una vez más.
Apenas hace unas horas, salió corriendo de una casa ajena, de una cama ajena.
Prácticamente huyó de una posible escena del crimen: violar el espacio de una mujer extraña era considerado un delito, ¿y cómo no serlo?
De ser descubierto haciendo eso otra vez, problemas del sueño o no problemas del sueño, Gateguard iba a tener serios problemas.
Se hallaba preocupado. ¿Qué haría después si no encontraba el modo de mantenerse quieto al cerrar los ojos? ¿Robarles sus pertenencias a las ancianas? ¿Maullar como un gato sobre el tejado de casa? ¿Bailar zorba con los vagabundos?
Ya estaba caminando dormido, por todos los dioses.
Necesitaba mantener su cuerpo donde estaba antes de que hiciese algo estúpido como hablar dormido mientras caminaba y perjudicar a terceros.
Su única solución por el momento era esta: Debía encadenarse mientras su conciencia se debatía entre la locura y el desquicie apocalíptico.
¿Qué pasaría si Aeras o Sage se diesen cuenta de ello y le fuesen con la información al Patriarca? Gateguard no podía permitirse tal cosa, es decir, Sage ya sabía que él tenía problemas antes, durante, y después de dormir, sin embargo, todavía no se enteraba de que las cosas habían empeorado desde aquella charla.
Con todo lo que a Gateguard le había costado dejar de meterse en problemas con medio mundo, nada más faltaba esto para arruinar todos logros. ¿Y cómo no? Un santo de oro que camina dormido, invadiendo casas de civiles, acostándose (enferma y clandestinamente) con una mujer que no tenía idea de que él había estado ahí encima de ella.
El Patriarca Itiá iba a degradarlo de puesto si se enteraba de eso último.
Por eso, y para proteger a los civiles que pudiesen meterse en su camino, él debía encontrar una solución, y rápido.
Además, por mucho que le pesase, esta noche (y las que fuesen necesarias) debía evitar dormir.
Quizás…
Quizás si iba a esa taberna, y se mantenía a una distancia prudente de esa mujer, su subconsciente, al poco tiempo, debería dejar de imaginársela, ¿no?
Maldición. ¿Cómo era posible que en sus sueños esa voz no le molestase ni tan poquito como lo hacía fuera de ellos? ¿Cómo?
Es más…
Hasta le provocaba sentirse excitado, sí, de manera sexual.
Por si no suficiente con invadir propiedad privada, su propio cuerpo, así como su mente, le traicionaba de la peor forma al reaccionar positivamente ante aquel aroma y aquel cálido cuerpo.
Recapitulando qué tan grave era la situación, Gateguard recordó que luego de haberse lavado la cara, tuvo que satisfacerse a sí mismo porque también había andado de camino de vuelta a Aries con una erección que notó hasta bastante tarde.
El asunto de tocarse a sí mismo no era nuevo para Gateguard; desde muy temprano en la adolescencia, había descubierto que su libido despertaba (lo quisiera o no) ante algunas imágenes de ciertas mujeres en su camino, y, a pesar de no haber tocado a ninguna en toda su vida, él poco a poco fue descubriéndose a sí mismo.
A veces, incluso, sin tener la necesidad de recurrir a fantasías, él no tenía problemas en aliviar esa primitiva necesidad que su cuerpo le exigía. Más tarde, en la soledad de sus aposentos, agradecía a los dioses el poseer ese defecto de no tener la necesidad de entrar a un burdel o una cantina, en la búsqueda de alguna mujer experimentada que le mostrase el pecaminoso camino hacia el éxtasis en pareja, para conseguir la liberación carnal que a veces se provocaba a modo de relajación.
Gateguard había logrado, por años, mantenerse enfocado sólo en sus deberes.
Sin embargo, era un ser humano, y como todos, también poseía cierta malicia.
Lo descubrió no hace mucho; y aunque tardó en aceptárselo a sí mismo, Gateguard concluyó que no era menos impuro que otros hombres en esta tierra.
Gracias a las pláticas nauseabundas que algunos santos tenían cerca de él, Gateguard sabía que, una mujer y un hombre, podían tener sexo de distintas maneras. Y bastante bien recordaba la ronca voz de borracho frecuente, que tenía uno de ellos en particular.
»¡Se siente tan bien estar adentro de una mujer! Entrando y saliendo, entrando y saliendo —ese imbécil malhablado, era un fanfarrón de proporciones bíblicas, y un perfecto pervertido que gustaba de pavonearse por ahí, más comúnmente en el Coliseo de Entrenamiento, contando sin parar todo acerca de sus grandes conquistas—. Las vírgenes aprietan tan bonito, son tan tiernas; pero las maduras tienen ese "algo" que hace que no extrañes a las putitas santurronas de este pueblo.
Lamentablemente, aunque le pesase siquiera reconocérselo a sí mismo, todo lo que ese degenerado describía de sus encuentros íntimos con cuanta mujer, joven o madura, pudiese tener, a Gateguard a veces le ayudaba a crearse algunas imágenes en el interior de su cabeza con el fin de alcanzar un anhelado éxtasis cuando se encontraba a solas.
Sí, lo admitía.
Además, masturbarse una o dos veces por mes, le ayudaba un poco para relajarse. Sin embargo, hasta hace unas horas, él jamás había sentido la piel de una mujer, poco antes de empezar a tocarse hasta terminar.
Personalmente, no le gustaba recordar eso; se desconocía en su totalidad.
Le irritaba también aceptar, que él, había sido el perpetuador de tal acto tan bajo. Sobre todo porque le parecía algo indigno de un santo de oro.
Qué vergüenza. Haberse excitado al invadir la cama de una mujer dormida y luego tenerla en mente mientras alimentaba con su imagen, las llamas internas de la bestialidad de un hombre torcido, hasta lograr despertar de dicha ilusión creada, por algo muy oscuro en su cabeza que… Gateguard estaba seguro… no tenía nada que ver con las pesadillas que sufría.
A plena luz del día, mientras andaba por el pueblo, Gateguard dudaba que alejarse de ella ahora que sabía quién era, le sirviese de algo… aunque podría equivocarse.
En fin, nunca lo sabría si no lo ponía aprueba.
En caso de que las cosas volviesen a empeorar… por el bien de esa mujer, y por el suyo propio, Gateguard tendría que buscar un modo de alejarse, cosa difícil si él (quién sabe cómo) incluso ya sabía dónde vivía.
Gateguard de Aries se encaminó hacia la taberna, esperando que, por favor, Hakurei tuviese listas sus cadenas antes de 3 días. Ya había pasado mucho tiempo desvelándose; su límite no estaba tan lejos.
…
Esa noche, sin que él lo supiese, sería la primera de muchas en las que entraría a la taberna.
Ese primer momento, Gateguard de Aries lo usó para analizar a aquella mujer.
Comiendo sin prisas, cuando usualmente no hacía eso, él la siguió con la mirada.
Como otras de sus compañeras, ella se acercaba a todos los clientes sin excepción; algunos de ellos la sentaban sobre sus piernas o le hablaban cariñosamente para que la camarera les trajese más cerveza.
Nada que las otras mujeres no hiciesen.
Tan centrado estaba Gateguard de Aries en la mujer con sobrepeso, que ignoró todos los coqueteos que alguna que otra valiente jovencita le decía. Las chicas iban y venían, por fortuna, las que habían puesto su atención sobre él se desanimaron con facilidad y pasaron a otros clientes a los cuales apegarse.
Importándole muy poco no tener la atención del resto de las mujeres, con forme las horas pasaban, Gateguard de Aries notó bastante rápido que la camarera no tenía nada de tonta o poco intuitiva.
Ella… también volteaba hacia su dirección de vez en cuando, como si sintiese que él estaba observándola.
Siendo bastante más rápido que ella, Gateguard deslizaba sus ojos hacia la ventana, fingiendo que estaba mirando a través del cristal, el cual, también le ayudaba a mirarla por el reflejo.
Sólo eso había salvado a Gateguard, esa y otras noches en el futuro, de no ser descubierto por la camarera.
Su rutina, a partir de esa noche, y hasta algunos meses, sería esa.
Al terminar su cena, llegando a la conclusión de que el puré de patatas requería de más sal, Gateguard de Aries se levantó y luego de dejar el dinero completo por lo consumido. Se marchó sin hacer nada más.
Como se dijo que haría, no durmió. Se mantuvo en vela toda la noche, entrenando en el coliseo, hasta que el sol salió.
…
La mañana que Gateguard fue a ver a Hakurei, luego de darse una ducha en su propio templo, rabió un poco al oír que las cadenas tendrían que esperar más de lo esperado dado a que, para fabricarlas a partir del escudo de una armadura (más vieja de lo que se esperaría) se tendría que fundir el metal, cosa que no sería nada sencillo. Además, también, dicho encargo requeriría de un poco de su propia sangre, para devolverle la vida y la fuerza que necesitaba el metal para cumplir su nueva misión.
Gateguard se abrió heridas en las muñecas para que Hakurei la derramase sobre la fundición del metal. Mientras se hacían esto, el santo de altar quiso sacarle la verdad.
—Sé sincero. ¿Por qué necesitas estas cadenas, Gateguard?
El pelirrojo, mirando la fundición burbujeando por el fuego, musitó:
—Métete en tus asuntos, Hakurei.
Al caer la noche, en la taberna, terminando de comer, Gateguard fingió salir del sitio cuando en realidad esperó en la oscuridad hasta que el dueño de la misma salió; a mitades de una calle lo interceptó, y le pidió de favor que, cada vez que él entrase a su taberna, fuese la "camarera gorda" quien le atendiese.
—¿En serio, ella? ¿Qué tienen de malo las demás chicas? Esa mujer ya está muy vieja para servirle; sólo la tengo aún ahí porque tiene muy buenas tetas —se quejó, haciendo una mueca de desagrado.
Por alguna razón, oírlo diciendo eso, casi le costó a ese infeliz que Gateguard le arrancarse la mandíbula y se la pusiese como sombrero.
Una mujer, vieja o no, merecía respeto. ¡Él servía a Athena! ¡Una deidad femenina! ¡Maldita sea!
Cálmate… cálmate.
Debía recordar que el Patriarca Itiá no estaba en condiciones de sufrir más quejas relacionadas a su comportamiento explosivo que usualmente era detonado por estúpidos, como este hombre.
—Quiero a esa camarera; la mesa siete, y que el resto de sus mujeres se mantenga lejos de mí. Es todo.
Y para asegurarse de que así sería, Gateguard le dio una suma de dinero grande que ni siquiera se molestó en contar.
Cuando el dueño, un tipo que pasaba de los 50 años, y tenía la perfecta apariencia de ser un imbécil, sujetó la bolsa, le sonrió con malicia.
—Por uno más de estos, podría venderle a esa mujer en su totalidad —ofreció como si hablase con un esclavista, no con un santo dorado.
Una vez más, Gateguard tuvo que tragarse el deseo de colgar a este imbécil, de sus testículos, en la rama de un árbol.
—Esa mujer no está en venta —le aclaró siendo bastante siniestro adrede—, y si usted aprecia lo suficiente, mantener los brazos unidos a su cuerpo, le sugiero que impida que siquiera la toquen cuando no estoy mirando.
Dejándolo callado, y sin darle ninguna explicación, Gateguard dejó al dueño de la taberna.
…
A la mañana siguiente, fue casi una fortuna que el Patriarca Itiá lo mandase a una misión en Roma junto con Sage de Cáncer.
Tan enfadado como estaba por su conversación con el sujeto apestoso, era lo mejor para todos que Gateguard descargase esas emociones en sus enemigos reales.
El detener a un culto entero de sacrificios que secuestraba a todo tipo de personas, para derramar su sangre, con el fin de despertar a una poderosa bestia mitológica, fue bastante más fácil. Más de que lo Gateguard pensó que sería. Sin embargo, su falta de sueño hizo que incrementase su agresividad por lo que no le tuvo piedad a ningún sujeto de aquel culto de pacotilla.
Algunos rehenes que se habían almacenado para más rituales, fueron liberados, desafortunadamente Sage encontró una fosa con cientos de cuerpos en descomposición.
Lo único bueno, fue que al menos evitaron que la bestia resurgiera.
De vuelta hacia el Santuario, haciendo una parada corta para cenar pescados asados y beber un poco de vino, Sage decidió dejarse de tonterías.
—No has dormido en todo este viaje —dijo a quemarropa, sosteniendo el palillo que atravesaba su pescado.
—Eres demasiado observador —y eso, saliendo eso de la boca afilada de Gateguard, no sonó como un cumplido.
—Gateguard, cuando me dijiste que tenías pesadillas, pensé que estabas avanzando hacia la madurez. Pero… no sé qué pensar de esto.
Esto.
Sin esperar oír nada más, Gateguard hizo sus propias conclusiones.
—¡Arg! ¡Hakurei te lo dijo! —explotó en fastidio.
—¿Decirme qué? —la cara de Sage le dijo a Gateguard que al final, el santo de altar sabía mantener secretos, incluso de su propio gemelo.
—Nada.
—Gateguard —dijo Sage con insistencia. Al ver que el pelirrojo no iba a colaborar por cuenta propia, al santo de cáncer se le ocurrió algo—. Bien, no preguntaré por lo que sea que Hakurei esté haciendo por ti, sin embargo, si aún tienes esas pesadillas y no puedes dormir por ellas, al menos déjame ayudarte.
Levándose de su lugar, malhumorado, Gateguard lo vio.
—¡Bien, metomentodo! ¿Quieres saberlo? ¡Te lo diré! Resulta que ya he meditado hasta el cansancio. Ya he hecho ejercicios de respiración. Y por todos los dioses, ¡ya estoy cansado de todo eso! —exclamó, no hacia Sage, sino hacia su desesperante problema—. ¿Qué más, Sage? ¿Qué más me hace falta hacer además de encadenarme o encerrarme en un sarcófago para evitar que mi cuerpo se mueva solo por las noches si no lo estoy manejando yo?
—¿Tu cuerpo se mueve cuando duermes? —Sage se sorprendió, como era de esperarse.
—¡¿Por qué crees que no quiero dormir?!
Llegando rápido a la conclusión del qué podría ser, aquello que Gateguard le había pedido a Hakurei, Sage no perdió la compostura como su colega y siguió permitiéndole lanzar maldiciones a diestra y siniestra hasta cansarse y volver a sentarse.
—¿Ya terminaste? —preguntó Sage; cuando Gateguard asintió, cabizbajo, él carraspeó su garganta—. Si quieres… puedo vigilarte. Ya sabes, cuando volvamos al Santuario, puedo quedarme contigo hasta que duermas, y yo pueda analizar qué haces cuando no estás consciente.
Mirándolo con recelo, Gateguard suspiró, al borde de su límite, tuvo que admitir en voz alta que necesitaba de la ayuda que Sage le estaba ofreciendo.
—De acuerdo.
Acordando aquello, Sage y Gateguard se prepararon para volver al Santuario.
…
—Gateguard… ¡Gateguard!
Saltando un poco encima de su lugar, el pelirrojo abrió los ojos sólo para ver cómo el Patriarca Itiá desde su trono, le miraba con firmeza.
—¿Interrumpo tu sueño?
Negando con la cabeza, tratando de mantener los párpados abiertos, Gateguard de Aries se tuvo que recordar que estaba arrodillado frente a su Ilustrísima, y que, sin desearlo, en esa postura su cuerpo se había rendido momentáneamente ante el cansancio que sentía. En mayor medida porque, en el fondo, sabía que sus huesos (aun sin consciente) no serían tan estúpidos como para moverse si el gran pontífice, estaba observándolos.
La voz de Sage dando el informe le había adormecido bastante para hacerle caer por un par de segundos en el primer descanso sin pesadillas que tenía en mucho tiempo.
—Lo lamento —dijo bastante cansado.
—¿Algo más que decir, Sage? —inquirió el importante hombre a su otro aprendiz vestido con oro.
—Es todo —respondió el albino, arrodillándose a un lado de Gateguard.
Él sólo se había puesto de pie para darle los detalles de la misión a su Ilustrísima.
—Entiendo —masculló, y se quedó en silencio por un corto rato.
Dado a que no les había permitido irse, ambos santos no se movieron de su lugar.
—Les felicito por haber cumplido su deber; sin embargo, estoy enterado de algunas cosas.
Carajo.
Gateguard tragó saliva pesadamente, ¿de qué se había dado cuenta? ¿De su estado medio-dormido, medio-despierto? ¿O de algo más?
—Gateguard.
¡Mierda, mierda!
—Sí, mi señor —respondió él, sin levantar la cabeza hacia su mentor; su líder.
—¿Qué es lo que te pasa últimamente?
Sabiendo que Sage no iba a intervenir, pero tal vez lo hacía si Gateguard mentía o trataba de desligar un claro y problemático asunto, el santo de aries suspiró.
—No entiendo su pregunta.
—Claro que la entiendes —el Patriarca Itiá se levantó de su asiento y fue hasta sus pupilos; enfocándose en Gateguard, puso una de sus manos sobre la cabeza pelirroja—, tu cosmos está muy alterado últimamente. Antes de que te fueses a tu misión, pude detectar que algo te ocurría.
—¿Antes de la misión? —masculló Gateguard haciendo cálculos rápidos.
Antes de su misión había invadido una casa ajena y luego su nauseabundo ser se había aliviado por la excitación que eso le provocó, ah, y amenazó a un estúpido civil que manejaba una taberna.
El infierno estaba a tan pocas palabras de hacerse una realidad para él.
—No trates de mentirme, Gateguard. ¿Qué te pasa? —lo dejó y se volvió a su asiento.
Al parecer Sage iba a decir algo, o hizo un movimiento que demostró que iba a hacerlo, ya que el hombre mayor agregó con firmeza:
—Dije: Gateguard. No hables, Sage.
Sintiéndose más que atrapado, Gateguard inhaló profundo y básicamente le dijo a su maestro lo mismo que Sage sabía: pesadillas, problemas para dormir, pesadillas más fuertes, sus intentos fallidos por meditar y relajarse… le dijo todo, excepto una cosa: la camarera y todo lo referente a ella.
—¿Escuchas una voz? —preguntó el patriarca luego de oír a su alumno hasta el final sin interrumpir.
De acuerdo, debido a que su cerebro ya se hallaba medio cocido gracias a las noches en vela, a Gateguard se le escapó el detalle acerca de una voz despertándolo.
—Sí…
—¿La voz de quién? —inquirió siendo tranquilo en formularla.
—De una mujer… no sé quién es; sólo sé que no es de mi pasado —respondió taciturno.
Se sintió mal por no poder ser más claro al respecto. Él solía ser muy abierto con su maestro; después de todo, él sabía bastante bien qué atormentaba a Gateguard con respecto a su niñez, cuando lo encontró casi muerto en un campo sangriento carcomido por el fuego.
Sin embargo, el santo de aries no quería agobiar a su líder con estos asuntos de tan poca relevancia para el Santuario.
—Este desorden del sueño, ¿cuánto tiempo lleva atormentándote?
Tormento era una palabra fuerte, pero el Patriarca Itiá, era el único hombre con el cual Gateguard de Aries jamás discutiría.
—Mmm… un mes, no sé… tal vez… dos —hacer cuentas con su estado mental actual no le estaba ayudando a ser claro.
—Sage —masculló el anciano a su otro santo.
—Aproximadamente tres meses.
—Tres meses —el patriarca suspiró—. Entonces el problema no es tan pequeño como parece, ¿o sí? —Gateguard no respondió a eso por lo que el hombre continuó hablando—. Es de suponer que ya estás tomando medidas para resolver tu situación, ¿no es verdad, Gateguard?
—Sí, mi señor.
—Sage, ¿estás ayudándolo?
—Lo más que puedo —respondió el santo de cáncer.
—Muy bien. Pueden retirarse los dos.
Levantándose y haciendo una cordial reverencia, Sage y Gateguard salieron de los aposentos del patriarca para comenzar su descenso por las Doce Casas. Era casi una fortuna que Cáncer no estuviese tan lejos de Aries, ya que eso le dio tiempo a Sage de cuestionar al pelirrojo.
—Omitiste algo —dijo el hombre albino, luego de pasar Piscis—. Él se dio cuenta.
—No es nada importante —espetó Gateguard queriendo guardar la información con respecto a la camarera de la taberna.
Hasta no saber cómo lidiar con el hecho de que era ella, por alguna razón, la única capaz de despertarlo (sin saberlo) de sus pesadillas, Gateguard no quería tocar ese punto en el interior de su tormento.
Sabiendo que tenía caso presionar al pelirrojo, Sage alzó los hombros con despreocupación.
—Como quieras, ya me enteraré —lo peor es que los dos lo sabían bien, motivo por el cual, Gateguard lo miró serio—. Recuerda que hoy me quedaré contigo, veremos qué pasa cuando cierras los ojos.
Apretando los puños, Gateguard ya no estaba tan seguro de querer a Sage metiendo las narices en sus asuntos. Sin embargo, su límite estaba próximo, y si no encontraba una solución a este martirio, iba a terminar cometiendo una locura.
Alzando la vista hacia el cielo anaranjado del atardecer, el santo de aries rogó a todos los dioses que conocía, porque su cuerpo no se levantase y caminase hacia una dirección que no debería.
…
•
…
No supo cuándo ni cómo.
Él era un niño ahora.
Estaba disfrutando del día en solitario, y así era feliz.
No estaba cuestionándose nada; ni del porqué de su corta edad, ni del porqué de tranquilidad. Simplemente vivía y se entretenía como cualquier otro niño.
Estaba jugando a la orilla de un río, lanzando rocas con fuerza, de modo que estas brincasen por encima del agua veces antes de hundirse. Encontrando eso divertido, Gateguard reía orgulloso de sí mismo por conseguir que las rocas no fuesen tragadas por el agua luego de lanzarlas.
Tomando rocas y lanzándolas. Tomando rocas y lanzándolas.
Un adulto se habría aburrido rápido de ese juego, pero no él. Estaba muy entretenido.
—¿Te diviertes? —oyó…
Volteándose hacia los árboles, Gateguard…
"Gateguard niño", miró a "Gateguard adulto".
El mayor estaba empapado de sangre; su ropa de entrenamiento incluso escurría por el líquido rojo que se resbalaba de los bordes.
El niño no se asustó ni se alteró, sólo le dio la espalda y siguió con lo suyo.
—¿Por qué estás aquí? —inquirió el adulto, cuyo rostro mostraba vacío absoluto.
—¿Por qué estás tú aquí? —susurró el joven, lanzando otra roca con más fuerza.
La roca golpeó 4 veces el agua antes de hundirse.
Una pequeña corriente de aire les movió los cabellos a ambos. Las hojas de los árboles susurraron, y un suspiro salió de la boca del niño.
Olía tan bonito.
—Estamos malditos —masculló amargamente el adulto, como si el ver a su versión infantil ser feliz, le provocase nauseas—. Entre sangre nos formamos, y entre sangre moriremos.
Cerrando sus ojos, "Gateguard niño" se dijo que su versión adulta era muy estúpida.
Inhalando profundo, dejándose guiar hacia enfrente, lejos de su molesto "yo adulto", el pequeño caminó lento hacia el frente.
El río continuaba más adelante.
—¿A dónde vas? —dijo el pelirrojo mayor, sin alzar la voz. Sin embargo, el niño lo oyó.
—Déjame en paz.
Sin dejar de caminar, el niño abrió los ojos cuando pudo visualizar al fondo, un gran puente hecho con madera que guiaba al lado opuesto de la corriente del agua. Sin cuestionarse nada, el pequeño avanzó hacia dicho puente, encontrándose con que estaba cerrado por una puerta.
—Oye —espetó hacia su "yo adulto", quien le había seguido.
—¿Qué? —refunfuñó.
—Abre la puerta.
Mirándolo con seriedad, su… sucio "otro yo", negó con la cabeza.
—No.
—Abre la puerta —se encaprichó el niño.
—No.
—Si no la abres tú, lo haré yo.
El adulto resopló.
—Pues… hazlo.
Girándose, molesto con su estúpido "otro yo", Gateguard se giró hacia la cerradura. La sintió con sus manos, delineó cada borde… y luego se centró en ella.
—¿En serio lo harás?
—Cállate —masculló fastidiado.
Con ayuda de su telequinesis, él abrió la puerta, permitiéndole ver…
—No lo hagas —le dijo su "yo adulto", sin embargo, el niño caminó lento hacia una cama; la más bonita que jamás se imaginó—, ¡espera! ¡No!
La cama tenía un respaldo de madera que se alzaba alto, sin embargo, eso no fue lo que incitó al niño a seguir caminando. Lo que le llevó ahí fue la figura que se encontraba sentada, apoyada en el respaldo, sonriéndole con calidez.
—¡No vayas!
—No lo escuches —musitó ella; tan tierna y confiable—. Ven… ven a mí.
El niño sonrió y se aproximó hasta que casi logró a su meta; a ella. Sin embargo, cuando menos se dio cuenta, su cuerpo fue jalado hacia atrás, envolviéndolo en la oscuridad.
—¡No! —su boca fue sellada; sus manos y pies inmovilizados… luego sólo sintió el frío y la humedad.
…
•
…
—¡No! ¡No!
Luchando contra el frío húmedo que lo que lo sujetaba, Gateguard abrió los ojos, encontrándose con que no estaba en su casa, ni en su cama, estaba saliendo del agua del río más cercano a Rodorio, uno que colindaba con una posada.
Agitado, escupiendo el agua que se había tragado, y reacomodando sus ideas, el santo pelirrojo se quedó de pie, sintiendo las rocas bajo sus pies y la corriente fría pegando contra su cuerpo mojado.
Al mirar hacia su izquierda, miró a Sage. Estaba agitado y parecía muy molesto.
—¡¿Qué demonios, Sage?! ¡¿Por qué estoy en el puto río?! —quiso saber, saliendo de ahí.
Mirándolo con un enfado que Gateguard no reconocía, su colega de cáncer pareció contenerse para no golpearlo.
—¡¿Yo?! ¡¿Qué demonios pasa contigo?! ¡¿Estuviste a un paso de meterte en la cama de una mujer?!
Oh, oh.
Deduciendo a qué mujer se refería, Gateguard se pasó las manos por su cabellera para poderla peinar hacia atrás.
—Maldición.
Sage, mirándolo entre enojado e incrédulo, volvió a demostrar que no tenía un solo cabello de estúpido.
—No es la primera vez que pasa, ¿o sí? —viéndolo salir del agua, sin decirle nada, Sage se pasó una mano por la cara—. Esto no va a ser fácil —resopló.
«¡Oh! ¿Tú crees?» Gateguard pensó con sarcasmo, andando con prisa (e irritación) hacia su propia casa.
…
Las siguientes noches fueron más o menos una repetición de lo mismo, sólo que, a la ecuación, se había agregado Hakurei, quien tuvo que ser puesto al tanto por Sage, para que ambos gemelos tomasen turnos y vigilasen a Gateguard cuando este era obligado a dormir.
A pesar de que Hakurei no debía decirle a su hermano, sobre qué estaba confeccionando para el pelirrojo, ambos santos ayudaron lo más que pudieron.
Por "obligado a dormir", también, se hacía mención a la orden del Patriarca porque Gateguard encontrase un modo de dormir para que su desempeño en el campo de batalla no disminuyese ni un poco.
Por órdenes del santo pontífice, cada noche, él debía tomar ciertos menjurjes para probar la efectividad de estos. Sage se había puesto a investigar en la biblioteca de Acuario, junto con Gateguard, sobre diversos remedios caseros (tanto griegos, como de otros lugares) que otorgasen inconciencia completa.
Hasta a hora, todos los menjurjes lo hacían dormir rápido, pero ninguno le había impedido moverse una vez que Gateguard se dejaba guiar por sus sueños. Sueños, los cuales, se habían vuelto demasiado extraños, y tomado dos caminos diferentes.
El primero, era el ya conocido. La noche reinando, el pueblo consumiéndose en llamas. Cadáveres por todos lados, de hombres y mujeres por igual. Y él, con su forma adulta, manteniendo esa actitud psicópata. Lo único positivo era que, al menos, él ya no se buscaba a sí mismo para matarse.
El segundo, el más reciente desde que Sage comenzó a vigilarlo. Ese jodido río, esa jodida hora de mañana cálida; y ese jodido niño (que era él) jugando o nadando en el agua como si nada le preocupase.
Para variar, ya fuese de una forma o de otra, él siempre buscaba ir hacia donde ella estaba; donde ella lo esperaba.
Y ya fuese el psicópata manchado de sangre, o el niño que ignoraba en lo que se convertiría al ser adulto… ambos la buscaban a ella. Ambos dirigían sus pasos hacia donde sabían que esa mujer se encontraba, y hasta que Sage o Hakurei no despertaban a Gateguard, él no caía en cuenta que, con cada noche, esas ansias de querer tomar el calor que ella podía darle, eran más fuertes.
¡Maldición!
Cada vez que su cuerpo se levantaba de la cama, los gemelos del signo cáncer debían detenerlo y despertarlo como fuese. Hasta hace poco, ellos descubrieron que los golpes no funcionaban del todo, ya que Gateguard al ser un santo dorado, estaba más que acostumbrado a recibirlos, por lo que recurrían a lanzarle agua fría.
Mientras eso ocurría, y probaban más y más cosas para mantener el cuerpo del santo de aries en su sitio, Gateguard visitaba en secreto la taberna; se sentaba en su mesa elegida, y buscaba a esa mujer con la mirada.
Para variar, como si sintiese que debía, de alguna forma, disculparse por todos los intentos de invadir su espacio personal (luego de esa exitosa primera vez) cuando dormía, Gateguard se aseguraba de dejarle dinero extra.
Sabía que eso podría ser algo bastante inmoral, más de lo que sonaba, sin embargo, ¿cómo disculparse cara a cara con esa mujer, por algo que ella no sabía que ocurría?
Al cumplirse un mes de eso, Gateguard estaba un poco mejor, pero no menos peor que los gemelos, quienes, también, comenzaban a agotarse.
Para peor: como era lógico, Sage había tenido que ser enviado a una misión larga donde se requerían de sus habilidades, y Hakurei tenía obligaciones que cumplir en Jamir.
Por lo que restó del mes, Gateguard tuvo que volver a dejar de dormir.
Sin embargo, no todo fue tan malo en ese tiempo. Si bien él no podía conciliar el sueño, como debería, al menos tenía la oportunidad de ocupar su tiempo en vigilar el pueblo; asegurarse de que no hubiese ladronzuelos o malvivientes que quisieran dañar a los pueblerinos.
Una vez, logró impedir que un vagabundo forzase la entrada de la casa de una familia.
En otra ocasión, se encontró con grupito de estúpidos adolescentes, que estaban golpeando a un perro callejero con palos de madera.
A esos pequeños idiotas, se aseguró darles un buen escarmiento, provocándoles una ilusión donde el perro se convertía en un toro gigantesco y les perseguía hasta los límites de Rodorio, una vez que la pandilla de violentos saliese corriendo, gritando como merecían, Gateguard, usando su cosmos, ayudó al perro a sanar sus heridas.
Le deseó suerte, cuando lo vio irse por el sendero de aquella calle. De no ser porque él no podía darle un lugar seguro donde dormir, lo habría llevado consigo.
Fuera de ahí, ese mes pasó sin menores contratiempos o novedades. Sus noches, si bien no fueron pacíficas y física, como mentalmente, estaba bastante agotado, Gateguard había conseguido algo qué hacer además de matarse haciendo ejercicios en el Coliseo de Entrenamiento.
Resulta que, ayudar a animales callejeros, detener ladrones o vándalos, le ayudaba a sentirse un poco mejor consigo mismo.
Al siguiente mes; el segundo, yendo a la taberna, Gateguard descubrió que la camarera era apodada Mami Gorda, o sencillamente Mami. Hasta ahora, no había escuchado cuál era su nombre, y… si Gateguard tenía que ser honesto consigo mismo, pensaba que así estaba mejor.
Saber el nombre de una persona, era algo que se prestaba para tenerle cierta estima; y si algo no quería él, era sentir algo así por esa mujer.
…
A principios del tercer mes, por medio de un pergamino pequeño con un mensaje, Gateguard recibió una noticia por parte de Hakurei, una que le hizo correr a velocidad luz, hacia su pequeña casa, y patear la puerta.
—¡Oye, oye! —exclamó el santo de plata, bastante ofendido—, ¡¿qué te pasa?!
Sin hacer caso al regaño, Gateguard se le acercó.
—¡Lo mismo digo yo!
—Puedes explicarte mejor —chasqueó la lengua.
—¿Qué significa eso de que mi pedido "va a tardar más"? —preguntó en un gruñido mordaz.
—Pues… qué va a tardar más —sin temerle, Hakurei alzó los hombros—. Verás, no es nada fácil convertir un escudo en cadenas. En el mes pasado, hasta yo fui capaz de romperlas varias veces y sin esfuerzo.
Mostrándole el interior de un baúl de metal, Gateguard (con la bilis burbujeando) miró con seriedad varios pedazos rojos. Por su lado, el hombre albino observó con tristeza dichos escombros.
—Este pobre material está muy dañado a estas alturas. Es imposible hacer cadenas —decretó Hakurei, cruzándose de brazos.
O eso hasta que Gateguard (sin dejar de ver dicho baúl con una furia helada) lo agarró del cuello de la playera que usaba y lo acercó hacia él.
—No he esperado tanto tiempo como un imbécil para que me digas que es imposible —con un aspecto bastante sombrío, Gateguard fue girando su cuello hasta que sus ojos conectaron con los de su amigo de la infancia.
—Es im-po-si-ble —espetó lento esa palabra adrede, Gateguard achicó su mirada con más enfado sobre él—. Escucha, es imposible hacer cadenas. Porque, luego de varios intentos, también descubrí que, si se afianzan a una pared común, esta también se romperá —dijo con lógica—, y para construir toda una pared, no tenemos tanto material —volvió a mirar con de pena, los despojos de metal rojo en el baúl.
—¿Entonces? —el pelirrojo lo soltó.
Acomodándose la ropa, aferrándose a lo que le quedaba de su paciencia para no responderle con una palabrota a su amigo, y superior en el ejército de la diosa griega, Hakurei suspiró.
—Entonces… hasta que encuentre el modo de mantener tu cuerpo quieto, con ayuda de este pobre metal desgastado, vas a tener que buscar una segunda solución para que puedas dormir —dijo con simpleza—. Ni Sage ni yo podemos estarte vigilando hasta el final de los tiempos; y si quieres que yo, me centré en esto, vas a tener que hablar con mi hermano y ver qué hacen ustedes dos. Yo también tengo otros asuntos, y lo siento, pero ninguno de ellos te involucra, Gateguard.
Molestándose, pero no del todo con Hakurei, porque hasta se veía que se estaba esforzando, Gateguard lo dejó en su casa y habló con Sage. Para su mala suerte, dicho santo estaba a punto de darle una segunda noticia desagradable.
—Te diré lo mismo que Hakurei; yo también tengo muchas cosas que hacer. Puedo vigilarte un par de noches, pero no todas —dijo serio, y por la cara que tenía, este no estaba en absoluto dispuesto a soportar el malhumor y los reclamos de Gateguard—- Vas a tener que buscar más en el origen de tu problema y llegar a una solución.
Hastiado, aguantándose las ganas de rabiar como una bestia por la impotencia que sentía, Gateguard fue a la taberna, y sin darse cuenta que esto se le había hecho una cómoda costumbre, pidió lo mismo para comer… o más bien, para entretenerse.
Estaba al límite.
Ya no se sentía cómo él mismo.
Ni siquiera tenía las fuerzas para permanecer enojado, ahora estaba desanimado. De hecho, una señal que decía lo mucho que estaba afectado por esta situación, fue cuando hizo lo último que hubiese deseado: sucumbir a un recurso que no quería meter de llano en la ecuación.
No quiso, de verdad. Pero él estaba tan cansado, que no pudo más.
—¿Algún problema con la comida, mi señor? —la oyó, pero no comprendió muy bien esa pregunta al instante. Luego de pensar en ella, se dijo que sí. La verdad, sí había un problema con la comida. Las patatas seguían siendo insípidas.
Sin dejar de picar el puré, Gateguard de Aries no le respondió eso, después de todo, la sal estaba al alcance de su mano.
Estaba tan cansado… tan cansado… tan desanimado… tan débil…
El hecho de oírla a ella todas las noches, diciéndole exactamente lo mismo, siguiendo el protocolo que la mayoría de las camareras aquí hacían… también era algo que estaba cansándole.
No supo cómo describirlo… pero quería algo más. Quería que ella le dijese algo más. Al menos esta noche.
Entonces, sin darse cuenta del tiempo que se la pasó meditando en ello, él volvió a hablar.
—Siéntate —dijo serio.
—¿Perdón?
Gateguard juró que ella parecía no querer obedecer. Sonaba a que estaba negándose, ¿por qué?
¿Acaso no le había pagado bien por sus servicios en estos últimos meses? ¿No le bastaba con que le haya exigido al imbécil que tenía como jefe que no la pusiese en venta con otro cliente? ¿No había sido lo suficientemente cordial con ella como para que ahora ella se negase a una simple orden suya?
Cálmate.
Apretando los dientes, el santo de aries cambió de movimiento. Ya no picaba los pedacitos de patatas aun presentes en el puré, ahora mecía la cuchara sobre ellos.
—Que te sientes —ordenó, tratando de no mostrarle lo mucho que se contenía para no gritarle que hiciese lo que le pedía y ya.
Si se negaba otra vez, no sabría cómo actuaría.
—¿Dónde? —ella con cierto nerviosismo.
¡¿Dónde más?! ¡En una silla!
Calma… calma…
Ya había tenido que controlar su humor cuando pasaba varias noches sin dormir; por hoy, también podría hacerlo.
—Enfrente —señaló con su mano derecha la silla vacía delante de él. Con la mano izquierda, seguía con su asunto con las patatas.
Con más lentitud (y tensión) de la que Gateguard hubiese aceptado, esa mujer se sentó donde se le pidió. No lucía nada cómoda… entonces se preguntó si él estaba intimidándola y por eso ella no se mostraba con la confianza que usualmente tenía al pavonearse por ahí con una charola de madera entre otros hombres.
Gracias al reflejo de la ventana, la miró. Ella estaba observando calladamente hacia una mesa, donde una de sus colegas; una rubia, estaba entreteniendo a unos hombres, sentada en la pierna de uno de ellos.
Eso lo hizo pensar.
Volteando a observarla sin impedimentos, él aprovechó su distracción para delinear su perfil, de primera mano. Su rostro, el cual lo tenía mirando en dirección a su compañera, era redondo, pero no por eso era menos femenino ni agraciado; de hecho… se veía bien… incluso, destilaba cierta ternura.
No le notaba arrugas ni cicatrices, sólo un curioso lunar pequeño que se encontraba a la mitad de su cuello. Eso no lo había visto antes gracias a que el cabello usualmente cubría esa zona. Una preocupante curiosidad, y un llameante deseo por tocar ese punto oscuro con sus dedos, le hizo tragar saliva por su seca garganta.
Podría ser que esta mujer fuese voluptuosa y evidentemente mayor que él, per eso no le quitaba… encanto.
En realidad, que ella tuviese más de 20 años ayudaba a Gateguard a no sentirse presionado por sus movimientos; en el fondo, se dijo que era probable que esta fémina no fuese fácil de escandalizar. Gracias a que llevaba vigilándola por meses, sabía con certeza que ella era tenía una actitud fuerte… justo lo que necesitaba.
Pero, volviendo a lo suyo. Ya que la tenía enfrente, Gateguard se dijo que podría hacerle una pregunta curiosa.
—¿Te habrías sentado en mi pierna si te lo hubiese pedido?
Ella volvió a mirarlo con aquellos ojos grandes, color marrón. La mujer no se alteró ni se ofendió por lo que oyó; respondió luego de pensar en lo que diría.
—¿Eso quería que hiciese? —su voz… ya no le lastimaba tanto como al principio. Menos ahora, que se escuchaba… tranquila.
Gateguard se obligó a no mostrar que estaba a punto de caer rendido por el sueño.
—Sólo responde —dijo tajante.
Cielos, ¿esta mujer tenía que tener una pregunta para sus preguntas? Eso era algo molesto.
Ahora que lo pensaba, ya no recordaba el momento exacto en el que la voz de esa camarera, le comenzó a parecer bastante normal. Incluso… cómoda. Por otro lado, todavía quería escuchar su respuesta.
Durante sus primeros días, muchas camareras se le acercaron para intentar ganarse su favor; pero ella no lo hizo; no lo intentó ni una vez; y si ahora ella lo atendía exclusivamente, fue porque él técnicamente había pagado por eso.
De hecho, la única vez que ella se mostró coqueta fue cuando Gateguard vino con Hakurei y Sage. El pensar que Mami podría comportarse así con cualquiera de los gemelos, pero no con él, le provocaba diversos malestares que no sabía cómo describirlos.
—Sí —respondió ella con bastante normalidad.
Entonces… por voluntad propia, ¿ella y sus compañeras no recurrirían a semejantes muestras de afecto? ¿Les estarían imponiendo ese actuar para conseguir más clientes?
Gateguard se abofeteó mentalmente.
¡¿En qué estaba pensando?! Si el imbécil que tenían como jefe, hasta le había puesto precio a una de las camareras, ¿cómo podría no creerse que todas las empleadas estaban actuando de ese modo porque de lo contrario serían echadas a la calle?
Antes de dejarse llevar y buscar al dueño de este sito para molerlo en puré, justo como estaba haciendo con las patatas, Gateguard hizo otra pregunta:
—¿Están obligadas a hacer eso? —no perdiendo rastro de cada gesto en su cara, Gateguard de Aries dejó la cuchara sobre el plato, lo más lento que pudo. Si seguía así, seguro rompería uno, o ambos cubiertos.
Ella se quedó pensando.
—Mmm…
Luego, desvió su mirada hacia la mesa. Estaba pensándoselo mucho.
—No —respondió dudosa.
Mentira.
Gateguard pudo verlo en su rostro, pero estaba bien, en el fondo comprendía que ella no quería meterse en problemas por delatar a su tirano jefe. Sin embargo, no toleraba que una persona con la que él había sido muy atento, quisiera proteger a un estúpido avaro.
—¿Hay que pagar por recibir ese tipo de trato? —miró fijamente la mesa donde estaba la joven rubia. Sentada sobre el mismo gordo, que había tenido a la mujer mayor, cuando Gateguard entró aquí la segunda vez.
Si el tipo hubiese pedido a esta camarera, que era su camarera, para que le atendiese, como aquella ocasión; Gateguard se habría molestado mucho.
—¿Puedo preguntar, a dónde quiere llegar? —cuestionó ella frunciendo un poco el ceño.
Sin cambiar su estoico rostro serio, él deslizó sus ojos hacia los de ella.
¿A dónde quería llegar?
Eso era justamente lo que Gateguard (aprovechando su poco sentido común y su propio acorralamiento) quería descubrir.
—Espero me disculpe si estoy mal —ella continuó—, y ojalá no esté hablando más de la cuenta… ¿acaso usted… está insinuando algo?
Él no le respondió. Viendo con curiosidad su rostro, desde sus ojos marrones hasta sus labios rosados, pasando por su nariz y sus cejas un poco pobladas, Gateguard no pudo abrir la boca para responderle. De hecho, por un rato se entretuvo, hipnotizado con sus mejillas; llenitas y un poco rojas, las cuales le hacían un llamado intenso porque las apretase con sus dedos o sus labios.
Quería… en serio, quería tocarlas.
Vuelve. Vuelve.
¿Qué si estaba insinuando algo?
¡Claro que estaba insinuando algo! El problema era que todavía no encontraba modo de poner sus ideas en orden y ser más directo. Cosa curiosa siendo que él era demasiado directo con todos; desde Hakurei y Sage, hasta con el mismo Patriarca.
¿Cómo podía decirlo sin que sonase malintencionado?
Ya estaba cansado. ¡Bien! ¡Se rendía!
Su cuerpo se movía por las noches en dirección a ella; entonces, ¿por qué no moverla a ella en dirección a él?
Pero… pero… no quería ponerlo todo a modo que sonase… demasiado mal. Demasiado pervertido.
—Verá, quiero que sepa que nosotras no somos prostitutas ni damas de compañía de cantina —dijo ella ante su silencio—. Si ustedes, nuestros clientes —dignamente estiró su cuello y alzó el mentón—, se sienten cómodos con nuestra cercanía, entonces no tenemos problemas en ofrecérsela. Por supuesto, eso no significa que vayamos a desnudarnos para nadie o algo así —sonrió, pero seguía nerviosa.
¡A eso se refería Gateguard! No quería que ella pensase que él estaba buscando tener sexo con ella o propasarse como aquel gordo del fondo.
«¿Todavía no le he dicho nada y ya piensa que quiero acostarme con ella?» Gateguard no se extrañó tanto de eso; es decir, el imbécil que manejaba este sitio podría decir lo que quiera, pero fea, esta mujer no era.
Sí, se le notaba que ya no era una jovenzuela, que ya había dejado los 17 años, muy atrás, sin embargo, se veía bien. Sus ojos tenían algo que invitaba a mirarlos más. No eran azules, ni verdes, o de cualquier otro color llamativo, pero tenían algo que muchos otros no: sensatez.
Luego de analizarla por meses, se dio cuenta que ella también era muy observadora, motivo por el cual, Gateguard había tenido que ir con cuidado a la hora de seguirla con sus propios ojos.
Y, por lo que había logrado deducir, esta mujer no era estúpida. No carecía de sentido común ni tampoco le faltaba madurez. Era una mujer hecha y derecha; independientemente de qué trabajase, se le veía íntegra y firme. Valiente, incluso.
Cosas que él esperaba, ella pudiese prestarle.
—Entonces, no ofrecen sexo —masculló él por lo bajo, sin darse cuenta, hasta luego de oírla respondiéndole, que no había mantenido eso en su mente.
—No —dijo seria.
Rayos.
Bueno, tampoco podía martirizarse por eso.
Se quedaron callados por otro rato. A Gateguard le parecía interesante que ella no buscase hablar y hablar todo el tiempo.
Es cuidadosa con su lengua.
Lo que quería decir…
¿Qué sabe moverla?
Insultándose por pensar eso, y desechando esas estupideces relacionadas a algo sexual, Gateguard se obligó a sí mismo a no retractarse.
—¿Pasa algo, mi señor? —le preguntó ella, queriendo saber el verdadero motivo por el cual él estaba recurriendo a ella.
Quiero dormir. Quiero dormir. Pero algo en mí quiere dormir contigo… y ya estoy cansado de luchar en contra de esos deseos. Decir eso ahora podría ser muy siniestro, así que dijo lo primero que se le vino a la cabeza:
—Quiero que duermas conmigo.
Por la cara que ella hizo, la cual disimulaba muy forzadamente su sorpresa, Gateguard se dijo que esa no había sido su mejor selección de palabras.
Tendría que explicarse mejor.
—Continuará…—
¡Aquí al final de este episodio tienen la escena del prólogo, jiji! Sólo que con la perspectiva de Gateguard.
No quise extenderme mucho en detalles sobre su martirio hasta que hizo su propuesta a Luciana, por lo que me fui demasiado rápido a la hora de narrar dicha serie de eventos, y lo que estaba antes. Ojalá eso no haya sido una molestia para ustedes.
¿Alguien más quiere pegarle a Cosmo, el dueño de la taberna? ¡Yo sí quiero pegarle! 7_7
¡Mis lectores!
Estoy muy feliz por el recibimiento que tuvo el capítulo anterior. Es bastante agradable para mí como fanficker, tocar un tema que, en lo absoluto, es algo fuerte o indebido, sin embargo, ha sido un tabú por muchos años en la sociedad, y que nadie se haya ofendido o asqueado. Eso me pone muy contenta jejeje.
Por otro lado, les agradezco mucho que lean y comenten.
¿Saben? He visto en grupos de Facebook que hay muchas personas que les desagrada que los escritores no respondan a los reviews; leo continuamente que hay muchos lectores de fics que no les parece que los escritores pidan comentarios, y no recibir algún comentario de vuelta.
Yo soy de la creencia que, no hay mejor forma de un escritor de fics, para agradecer a sus lectores, que seguir escribiendo y esforzándose para dar más material (prácticamente gratis) para leer.
Sin embargo, si alguno de ustedes siente que debería responder a los comentarios, les pido que me lo digan.
No quiero que piensen que soy una codiciosa desagradecida. Es decir, sí, yo ambiciono llegar a tener muchos reviews en alguno de mis fics, pero soy demasiado mala para entablar una conversación :( por eso busco actualizar rápido cuando veo que soy bien recibida, y así como también, no quiero que nadie piense que no valoro sus palabras.
De cualquier forma, si desean que responda a los reviews, al menos en este fic, no teman decírmelo. =D
Gracias por leer y comentar a:
Mumi Evans Elric, Nyan-mx, Natalita07, Ana Nari, agusagus, y camilo navas.
Nos estaremos leyendo.
Reviews?
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