Noche

XIII

Besa la Cordura



Afortunadamente para Luciana, los paños que Gateguard dejó para su uso, le sirvieron bastante bien.

Luego de salir del agua tibia y comprobar que no había quedado algún rastro de sangre en las rocas o en alguna esquina de la preciosa piscina, Luciana tomó la toalla grande y se secó el cuerpo con ella.

Posterior a ponerse la playera negra con mangas cortas hasta medio brazo, se aseguró de secarse bien su intimidad, previamente tallada por segunda vez en el agua, con el fin de usar los paños pequeños, como si fuesen su ropa interior, ya que la que había usado estaba más que inutilizable.

Estos eran pequeños, pero lo suficientemente gruesos, para doblar uno en dos y ponerlo sobre el pantalón pescador (que a ella le cubría hasta los tobillos) y cerrarlo sobre su cintura con un solo botón de metal.

Se sintió extraña usando un pantalón, uno que además no era suyo, pero admitía que tampoco le desagradaba. Menos mal que le había quedado bien (un poco bastante justo, en realidad) o ella en serio se habría sentido un poco mal al darse cuenta que su estómago era más grande que el de un hombre. Aunque… su exceso de carne, fuese el equivalente a lo que él tuviese de músculos.

Relajada, como pocas veces en su vida, Luciana suspiró.

Tratando de animarse a sí misma, se dijo que ella tendría un cuerpo escultural si hubiese llevado una vida como la de Gateguard y las amazonas, pero luego se reprendió.

«O ya estarías muerta, idiota» reflexionó al recordar la plática que había sostenido con el santo, sobre la dura realidad de un guerrero de la diosa Athena.

¿Ella… habría soportado el calvario que conllevaba ser una amazona? ¿O de estar en esa situación (donde todo era matar o morir) no habría durado ni un año con vida?

Quizás nunca lo sabría, así que, por su bien mental, prefirió hacer a un lado ese tema y dejarse de tonterías. Además, hace tiempo se resignó con eso de bajar de peso.

Por debajo de la playera, ella no usaba nada más. Sólo esperaba que su cabello húmedo no la mojase demasiado en el área de la espalda, o podría enfermarse, algo que no debía pasar, menos en estos momentos.

Terminando de acomodarse bien la ropa, sobre todo el paño entre sus piernas, y secarse lo mejor posible su cabello con la misma toalla con la que limpió el resto de su cuerpo, Luciana tomó sus propias prendas, aun manchadas de sangre, y las dobló con cuidado para que no se notasen tan mal.

Mañana las lavaría… a ver si tenían arreglo considerando que eran blancas.

Luego de suspirar con alivio, al ya no sentirse tan adolorida, Luciana agarró también la toalla que había usado con el fin de buscar dónde ponerla a secar.

Apenas ella salió del cuarto, las velas se apagaron; todas al mismo tiempo. Ante eso, Luciana soltó un respingo y cerró la puerta. Eso había sido bastante inesperado como raro. Se tomó un segundo para recuperarse de esa impresión.

«Debo comenzar a acostumbrarme a ese tipo de cosas» pensó, todavía, un poco sorprendida por lo que acababa de presenciar.

Acomodó la toalla húmeda sobre uno de sus brazos, y su ropa sucia en el otro. Caminó por el pasillo, de vuelta a la habitación. Se sentía tan bien; descansada y ya no tan adolorida, que… ni siquiera tenía sueño.

Abrió la puerta de la alcoba, descubriendo que estaba vacía.

«¿Dónde estará?» se preguntó en el interior de su mente, volviendo al pasillo para ver si lograba visualizar algo.

Creyendo que sería apropiado agradecerle a Gateguard de Aries por sus atenciones, Luciana dejó su ropa sucia bajo la cama y salió en su búsqueda, claro, no sin antes tratar de encontrar un sitio afuera del templo dónde poner la toalla y dejarla secando.

Le pareció extraño no hallar a su anfitrión en medio de su recorrido por el templo, o ya de plano, afuera de la Casa de Aries.

Andaba con cuidado, muy lento, para no correr riesgos de mover el paño entre sus piernas y terminar por manchar más prendas. Para caminar, tenía las piernas más juntas que nunca, aunque eso le resultase un poco incómodo; hasta cierto punto, molesto también. Saliendo de Aries, Luciana bajó unas cuantas escaleras con el fin de dar vuelta hacia el lateral, sólo para encontrarse con que no había lugar donde ella pudiese colgar la toalla.

Resopló con cierta irritación.

¿Dónde estarían los tendederos para la ropa?

¿Será acaso que eso sólo lo sabían los santos y las doncellas? Bueno, si era así, entonces no tenía caso que se pusiese a husmear. Tendría que esperar hasta que Gateguard, o alguna doncella, pudiese darle indicaciones.

—Qué frío —tembló ante una corriente de aire.

Rápido y con cuidado, Luciana volvió al interior del templo. Se puso la toalla extendida sobre sus hombros, para cubrir su espalda del cabello mojado, que iba goteando un poco. Pensó que iba a encontrar a Gateguard de vuelta en la alcoba, pero, de nuevo, él no estaba.

Ya un poco preocupada, Luciana dejó la toalla, extendida en el mueble donde todavía estaban las velas encendidas, y luego de apagarlas (por seguridad) las velas, se las ingenió para irse, lento y seguro, de vuelta hacia el centro del templo, sin andar tropezando por ahí.

Era un poco extraño que no anduviese él cerca; nunca había estado… tan sola, en este sitio. Menos cuando la oscuridad todavía estaba cubriendo el cielo.

Ahora que lo pensaba, de este modo, a ella le parecía que este sitio era demasiado enorme para que una sola persona lo ocupase y protegiese durante toda una vida. Sabía que no debía tenerle lástima a Gateguard; él era un hombre bastante fuerte y capaz, pero, aún así, no podía evitar sentir empatía y verse en su situación. De ser ella la que estuviese aquí, siendo franca, no tendría problemas en dormir en otro lado por las noches.

De pronto, se preguntó si quizás, las pesadillas de Gateguard y su soledad aquí, estaban relacionadas.

¿Sería una posibilidad?

Lo pensaría más tarde, cuando lo volviese a ver. ¿Dónde estaría?

No quiso irse muy lejos, primero lo buscó en lo que era la cocina, creyendo que la encontraría vacía. Pero, ¡oh, sorpresa! Ahí lo vio.

«¿Tendrá hambre?» fue su primer pensamiento.

Él le daba la espalda; todavía usando los grilletes. Luciana se aproximó hacia él dándose cuenta (¡hasta ahora!) que ella se había acostado sin ponerse el collar con la llave.

«No puedo creer que ni siquiera me acordé de eso» se reprendió.

Si Gateguard se hubiese dormido, y Luciana no se había puesto la llave… sabrán los dioses qué hubiese ocurrido.

Deslizando sus descalzos pies, Luciana extendió uno de sus brazos hacia el hombro de él.

—¿Gateguard? —apenas lo tocó y miró la mesa, ella observó que el santo estaba bebiendo… algo.

—Ah, hola —dijo tomando un poco más… de lo que sea que fuese eso rojo oscuro, que brillaba adentro de la copa, con la ayuda del poco de la luz, que se filtraba por la pequeña ventana a un lado de ellos.

—¿Qué bebes? —preguntó sin poder sentarse en otra silla, porque aquí solo había una.

Luciana se sentía extraña por preguntar; siendo que había sido camarera en una cantina y los licores no deberían serle desconocidos. ¿Acaso eso sería algún tipo de alcohol extranjero?

Shedeh —dio otro sorbo a lo que parecía ser una copa de plata.

Wow, así que así eran esos artefactos. Alzando una ceja, ella pensó que había escuchado mucho sobre esas copas… pero nunca pensó ver una, menos en las manos de él.

Se decía que ese tipo de cosas eran material para gente con mucho dinero, y viéndolo desde una perspectiva más amplia, Luciana se dijo que tal vez esa copa era uno de los pocos lujos que Gateguard se dio en algún momento de su vida.

Enfrente, sobre la mesa, había una botella oscura tapada con un corcho.

—She… shedi… —tratando de pronunciarlo bien, ella frunció el ceño, ¿qué era eso? ¿Una palabrota?

—Shedeh, es un vino —dijo, como si hubiese podido leer su mente.

—¿Shedeh?

—Sí. Viene de Egipto. Ese sitio es… interesante —bebió un sorbo más—. Te daría un poco… pero dudo que debas hacerlo ahora —la miró de reojo por un momento, antes de seguir bebiendo.

Luciana lo miró atenta. ¿Estaría bien? El hombre se veía perdido en sus pensamientos, incluso un poco agotado. Pero, si hace unos momentos se le notaba tan tranquilo y descansado, ¿habría estado fingiendo?

Luciana no supo si debía preguntar, pero algo le dijo que sí.

Quería tratar de averiguar lo que le ocurría. Y, también, ver si podía ayudarlo.

—Está bien, en otra ocasión será —sonrió sin nervios, considerando un poco extraño que él estuviese aquí, bebiendo Shedeh a estas horas de la noche.

Durante sus visitas a la taberna, él a veces bebía la cerveza junto a su cena, pero desde que ella lo ayudaba a dormir y despertar, Luciana no le había visto ingerir ni una sola gota de licor hasta hoy. Y, aunque sabía que un par de meses no bastaban para darse una idea específica sobre cuál era el actuar verdadero de Gateguard de Aries, tampoco se sentía tan ignorante como para no notar que el santo no era del tipo de hombre que bebía de pronto una copa llena de alcohol por nada.

—Gateguard, yo… quisiera saber si estás molesto.

—¿Molesto? —por un rato, él la volteó a ver.

Luciana tragó saliva.

—Ya sabes, te desperté antes de tiempo —se removió un poco nerviosa; había olvidado lo penetrante que podía llegar a ser esa mirada azulada cuando estaban solos y ella tenía su total atención.

—Déjalo —se acomodó en el respaldo de la silla, sin dejar de beber.

Quería que dejase de hacerlo.

No sabía exactamente el porqué; no era miedo, tampoco ansiedad. Aunque, Luciana ya conocía cierto patrón. Cuando los hombres se encontraban muy estresados o emocionalmente alterados, pensaban que un trago les ayudaría a calmarse; pero bebían uno, dos, tres, cinco, siete, diez, quince, y hasta cincuenta tragos, sólo para darse cuenta que el alivio no estaba ahí.

No temía que él de pronto se volviese violento y la atacase; Luciana creía que, si su trabajo era ayudar a Gateguard a reconciliarse con su sueño, entonces no debería permitir que el alcohol la supliese ni por un segundo.

—También —lo miró dar otro trago—, quería agradecerte.

—Ya lo hiciste —dio otro sorbo a la copa.

—Sí… pero dudaba que fuese suficiente.

Él soltó una risa ahogada en sus labios cerrados.

—No es para tanto; lo importante es que te sientas mejor —tomó la botella, le quitó el corcho y sirvió Shedeh en la copa hasta casi derramarla, luego volvió a cerrarla, dejándola a un lado.

Ya… ya…

Ya basta.

—Ehm… ¿estás seguro de querer beber tanto? —dijo ella con suavidad, comenzando a ponerse nerviosa.

¿Buscaba alcoholizarse? ¿Qué le ocurría? Entendía eso de la copa llena, pero… ¿en serio necesitaba dos copas llenas?

¿Sería esa una tercera o una cuarta?

—Sí —le respondió tajante, dando un gran trago.

—Gateguard —lo llamó, ya preocupada.

Cuando él se terminó la copa; a punto de servirse más, ella agarró la botella. Él la miró, no muy contento.

—Perdón —dijo rápido—, fue un reflejo.

Dejó la botella de vuelta en su sitio, pero cuando él iba a agarrarla, ella la tomó de nuevo.

Esta vez, la mirada de Gateguard fue de verdadero fastidio.

—¿Otro reflejo?

—Sí… y no —esperando que el enojo de él se mantuviese en su mirada, nada más, ella mantuvo la botella sobre su pecho—, por favor, ya. Has bebido mucho.

Luciana no necesitaba olerlo de cerca para darse cuenta que, durante el tiempo que ella estuvo buscándolo, Gateguard ya llevaba por lo menos unos tragos.

Lo que la ponía a pensar, era en el peso de la botella. Presentía que esta estaba a punto de acabarse, pero si él estaba bebiendo rápido, ¿acaso no debería haber más botellas regadas?

¿O acaso había comenzado a beber rápido cuando ella lo interrumpió?

Ajeno a sus pensamientos, él sonrió de manera agria.

—Si ya hubiese bebido mucho, estaría cometiendo locuras… o hablando locuras.

—Pues… no estás muy lejos de eso. Créeme —tratando de agarrar valor, ella detectó el primer síntoma de un hombre ebrio: negación.

Dio un paso atrás, tratando de impedirle el acceso al Shedeh.

Aunque, por otro lado, se sentía un poco ridícula. ¿Cómo diablos una mujer tan débil como ella podría impedir que, un hombre que sería capaz de pulverizar una montaña de un puñetazo, le quitase una miserable botella de vidrio?

Gateguard la sacó de sus pensamientos.

—Ven —todavía sentado, bajando la cabeza, alzó su brazo izquierdo hacia ella.

—No te daré la botella; por hoy, deja de beber, ¿sí?

—Bien, bien; pero ven.

No sabiendo con exactitud si debía dejar la botella en el piso o no, Luciana se aproximó a pasos pequeños hacia Gateguard.

—Gateguard… ya estás ebrio —comentó antes de que él le quitase la botella, pero en lugar de abrirla, la pusiese sobre la mesa; agarrando una de sus muñecas con suavidad.

Los grilletes en Gateguard no brillaron. Tal vez eso se debía a que Luciana no se hallaba protegida por el collar.

Ella tragó saliva.

Sin alzar la cabeza, y sin soltarla, Gateguard se arrastró para atrás con todo y silla con ayuda de sus pies. Una vez que hizo eso, él suspiró.

Más sangre salió de cuerpo de la mujer en dirección al paño oscuro. El vientre de Luciana tuvo un ligero espasmo, pero eso no la desconcentró de lo que pasaba. Esto era demasiado importante para prestarle atención a sus dolores mensuales; ya tendría más días para eso.

—Siéntate —dijo él en tono de orden.

—Claro… ehm… ¿dónde? —con la mirada, no sólo buscó una silla, sino más botellas de licor. No halló ni una cosa, ni otra.

—En mi pierna —pidió en el mismo tono.

Luciana hizo una mueca de desconcierto; y una ligera sensación de Déjà Vu la invadió.

¿Acaso le pidió…?

—¿Cómo dijiste?

—Hazlo —pidió con calma.

—¿Estás seguro? Yo… no quiero ensuciarte —se refirió a la sangre que podría traspasar el paño y mancharlo a él también.

—Valdrá la pena. Siéntate.

Con cuidado y lentitud, ella se preparó para hacer lo que el santo le pedía; viéndolo separar sus rodillas para darle espacio para que se metiese entre ellas, Luciana no quiso pensar en él como si fuese un típico cliente de la taberna.

Con un nerviosismo que Luciana no sabía que tenía, fue descendiendo con calma, hasta que sus piernas gordas y parte de sus nalgas, se posaron por completo en la pierna izquierda de él.

—¿Te duele estar así? —preguntó Gateguard, en un murmullo. Alzó su mirada azulada hacia la de ella.

—No —respondió, permitiéndose alzar su brazo derecho y pasarlo por encima de los hombros de él—. Bueno, sí… pero me dolerá en unos días así… haga lo que haga.

Él sonrió sin muchos ánimos.

—Pero… gracias a ti, casi no siento nada en estos momentos —Luciana consideró apropiado decir eso último.

No esperando que él le respondiese, Luciana inhaló profundo, luego, llevó su brazo izquierdo hacia su mano derecha, abrazándolo con una mirada juguetona.

Gateguard no estaba siendo hostil, ni siquiera cuando le quitó la bebida. Mientras Luciana lo mantuviese lejos del Shedeh, mejor para los dos.

—¿Qué somos, Gateguard? —preguntó Luciana, intentando aligerar el ambiente.

—¿Mmm?

Ambos se vieron a los ojos.

—¿Eres mi cliente? —le susurró, no diciendo nada sobre la mano que sentía rodeando su cintura—. O… ¿acaso yo soy tu cliente? —mitad juego, mitad curiosidad; ella miró los labios de él con cierto coqueteo.

Al volver a sus ojos azules, Luciana sintió un espasmo en el interior de su cuerpo, que nada tuvo que ver con su menstruación.

—Yo soy tu cliente —respondió haciendo la misma maniobra con ella.

Miró sus labios, y luego sus ojos.

O él era bastante bueno aprendiendo lo que veía, o Luciana estaba alucinando.

Sea como sea, ella tragó saliva, azorándose un poco. Tal vez no era la intensión de Gateguard ser intenso, pero, lo era. Dioses, qué lo era.

No lo hagas. Su razón le decía que dejase de jugar con esto, que Gateguard, en esta situación, posiblemente estuviese en un punto donde todo le parecía una buena idea, y el seguirle el coqueteo, seguro entraba en esa lista.

—Y… ¿debo suponer que ahora debo beber contigo hasta que ambos estemos ebrios?

La sonrisa burlona que él hizo la hizo tragar saliva… otra vez.

Contadas veces, Gateguard había hecho ese gesto. Luciana recordaba cada uno de esos momentos, pero en esta ocasión, esa curva en sus labios significaba mucho más que ternura, más que belleza y masculinidad.

Significaba: peligro.

—Ya te dije que no ibas a beber alcohol hoy —susurró mirando una vez más hacia los labios de Luciana.

Él fue quien se acercó.

Fue él.

¡Oh, al diablo!

Más que seguro que nunca tendría otra oportunidad así.

—No es necesario que lo haga —susurrando lento, ella acercó su rostro lo suficiente para que fuese Gateguard quien decidiese qué hacer—, sólo es cuestión de distancia.

Ella se lo dijo claro.

Una primera vez, era muy especial. Pero ella en verdad quería besarlo; quería saborear su piel impreso con aquel dulce licor.

—Entonces no me dejas elección —musitó bastante cerca de ella, casi rozando sus labios con los de él—, sólo hazme un favor.

—¿Cuál?

—Guíame.

Ella no comprendió muy bien eso, ya que Gateguard unió sus labios a los suyos, mas no hizo nada más.

Tantos besos apasionados; tantos besos rápidos; tantos besos húmedos.

Algo en este, que era una leve caricia; le trajo a ella una sensación que ninguno otro beso que hubiese recibido… o dado antes, le hubiese otorgado.

Este era un toque inocente, un roce delicado, una caricia respetuosa.

Ella jamás había sentido algo similar. Nunca, con ninguna de sus parejas sexuales, había recibido un beso tan… bello, tierno, y cargado de suavidad. Impreso de cuidado.

Luciana sabía que su cabeza en estos momentos estaba fundiéndose tras este beso, pero en el fondo, ella estaba segura que, si en estos momentos le dijese a Gateguard que no quería seguir, él la dejaría ir.

Pero ella no quería irse a ninguna parte, tampoco quería que él la soltase.

Dioses.

Aunque, de cierto modo…

De cierto, delicioso, anhelante y delicado, modo; Luciana sentía estaba robándole su pureza a un ser sin malicia. A un ser muy… puro.

Entonces comprendió lo que él le dijo: Guíame. Por fin lo captó.

Contrayendo sus brazos hacia ella, para sostener con la mayor suavidad que pudo, las mejillas de aquel hombre, Luciana se separó un poco para susurrarle, muy cerca.

—Cierra los ojos, y sígueme.

No bajando sus párpados hasta que él hizo lo que ella le pidió; Luciana le dio una caricia con su dedo pulgar, besándolo, tratando de imitar esa lentitud y delicadeza.

Mientras abrió un poco sus labios, atrapando el lado superior, de los de él, Luciana recordó que hubo un tiempo en el que se preguntó si había besos así: delicados, respetuosos. Y, también recordó que se decía a sí misma que, si los había, ninguno sería para ella.

A veces las Moiras eran crueles, pero, había también, ocasiones como estas, en las que ellas parecían ser bondadosas.

Guiándolo lo mejor que pudo, Luciana acarició aquel labio hasta que tuvo que soltarlo. Pasando sus pulgares sobre las suaves y delgadas mejillas de él, las cuales se sintieron un poco más cálidas; ella meció su boca sobre la suya; esperando que él obedeciese y aprendiese cómo debía hacerlo.

Sin prisas; sin presión.

Bastante pronto, Gateguard dejó la inicial timidez, comenzando a mover sus labios con los de ella. Al principio fue un poco torpe e indeciso, incluso temblaba un poco, pero con el tiempo, fue agarrando modo.

Luciana, saboreando el sabor del licor combinado con el de su boca, estaba conteniéndose para no usar su lengua y unirla a la de él para ir más allá, como sus instintos pecaminosos se lo exigían.

Quiso, que este primero beso, fuese cómodo para los dos. Aunque sea, un poco especial, a partes iguales.

Con un profundo sentimiento que ella no pudo describir mientras realizaba su acto, Luciana pensó que, nadie en este mundo debería partir sin haber dado por lo menos un beso como estos.

Tal vez fuesen sus hormonas descontroladas, o el hecho de que este movimiento también era el primero que ella hacía; sin embargo, se sintió a punto llorar. No estaba triste, ni temerosa, mucho menos excitada. No sabía cómo poner en orden las sensaciones que la asaltaban una tras otra; pero no quería pararse ahora a meditar en eso.

Luciana, con cuidado, pasó sus manos hacia el interior de esa roja cabellera, masajeando la nuca masculina, con el fin de relajarlo a él, y relajarse a sí misma.

El sonido que hacían al separar y unir sus labios de vez en cuando, le recordaba a Luciana que no estaba soñando o alucinando, y que, en verdad estaba besando a un joven hombre que no sólo la había ayudado cuando ella se sintió bastante estresada por las funciones de su anatomía; sino a un joven hombre que podía bajar a Rodorio y tener a la mujer que quisiese con tan solo pedirla en el burdel de su preferencia, o en cualquier otro lado, prácticamente.

Luciana sabía bien qué tan codiciados eran los doce santos más fuertes de Athena entre las mujeres del pueblo, y de otros a la redonda.

Y él, ¡precisamente él! Estaba haciendo esto con ella; sólo con ella.

¿Ese vino tenía algo extraño o esto sencillamente era porque había nacido y crecido una curiosa confianza entre ellos?

Deslizando sus labios sobre la piel masculina a su disposición, Luciana no quiso pensárselo demasiado. Manteniendo un ritmo lento, ella, de pronto gimió sorpresivamente cuando sintió como una de las manos frías de él por accidente entró debajo de la playera que usaba y rozó su piel con los dedos.

—Perdón —susurró Gateguard contrayendo su mano de vuelta.

Ella estuvo a punto de pedirle que no la sacase, que la introdujese nuevamente y acariciase uno de sus senos, cuyos pezones, se habían endurecido casi hasta comenzar a doler.

Detectando el peligro, Luciana se separó un poco de él.

Ambos respiraban un poco agitados, más ella, por supuesto.

Posiblemente el entrenamiento como santo, de Gateguard, le daba a él, la grandiosa cualidad de soportar no respirar por mucho tiempo. Ella no era un santo, y por mucho que le gustaría demostrase superior, no quería que llegasen más lejos y terminar haciendo algo de manera apresurada… no por ahora, al menos.

—¿Hice algo mal? —preguntó él, mirándola un poco indeciso.

Recuperando el aliento, y un poquito de su propia cordura, Luciana parpadeó lento, mirándolo a los ojos.

—No… de hecho… me sorprende que aprendas rápido.

Ante el silencio de él, ella iba a intentar probar un poco más el Elíseos con sus labios, cuando, de pronto, Gateguard desvió la mirada, en dirección a la puerta de la cocina.

—Maldito seas, Sage —masculló enojado.

Nada que ver con el relajado y un poco ebrio muchacho que hasta hace un momento, estaba besándola con la lentitud y el cuidado de un ángel, Gateguard de Aries, el guerrero, se vio listo para arrancarle la cabeza a alguien.

Qué bueno que no la mencionó a ella.

—¿Cómo dices? —inquirió ella, parpadeando confundida. ¿El santo de cáncer?

—Su cosmos está cerca. Vine hacia acá —musitó mirándola de vuelta—. Tengo que irme.

Captando bastante tarde que para que él pudiese levantarse, ella tenía que quitar su culo de su pierna, Luciana se paró y se alejó un poco.

Relamiéndose los labios, pasándose las manos por su propio cabello húmedo ella se acercó a la ventana, mirando con asombro que el sol estaba próximo a salir. El claro al horizonte lo decía.

¿Cómo… rayos?

Pero, según sus cálculos, Luciana casi no durmió nada; ni tampoco tardó mucho bañándose; mucho menos, ellos dos, pudieron haberse quedado ahí sentados, besándose por horas. Fueron apenas unos minutos.

Haciendo una mueca pensativa, Luciana dudaba que su reloj biológico estuviese así de mal.

—Amanecerá pronto —observó ella en voz alta.

—Sí, ya me lo imaginaba —dijo él, guardando la botella de Shedeh en un compartimiento que Luciana no supo cuál era ya que le estaba dando la espalda.

Oyó cuando él abrió y cerró una puertita.

¿Y ahora?

¿Qué iba a pasar?

Es decir… no es que ella considerase que un beso entre amantes de una noche, fuese motivo para organizar una boda, planear una vida o ya siquiera, considerarse pareja oficial de nadie… sin embargo, le preocupaba sentir que ese beso en especial, se había robado una parte significativa de su propia alma.

Su corazón estaba latiendo rápido. Sus manos sudaban un poco. Los labios le palpitaban como si estuviesen resintiendo no estar unidos a los de Gateguard. También, se veía a sí misma como alguien demasiado tímida. Porque no sabía cómo proseguir, tampoco encontraba palabras para preguntar qué es lo que iba a pasar entre ellos a partir de hoy.

¿Tenía que pasar algo?

Ella era del pensamiento que el sexo de una noche era algo pasajero y sin fundamento para apropiarse de la otra persona; ¿por qué un sencillo beso tendría que ser diferente?

Dioses, ¿por qué no podía hablar?

¿A dónde se había ido aquella habladora y experimentada camarera que no temía relacionarse con un hombre apuesto y luego, al amanecer, dejarlo?

Tragando saliva con esfuerzos, ella casi saltó cuando él puso sus manos sobre sus caderas; al igual que su mentón sobre su hombro derecho.

Su cara se calentó bastante, así como su estómago.

¿Cómo era posible que una mujer de su edad actuase como una virgen inexperta? Se notaba insegura de hablar y sabía que, si lo intentaba, puros balbuceos (como los de un bebé) iban a salir de su temblorosa boca.

—Sólo para aclarar —le susurró Gateguard al oído—, el alcohol no me hizo besarte. De verdad quise hacerlo. Sin embargo… no voy a comprometerte a nada por eso. Si no quieres que se vuelva a repetir, lo entenderé. Pero, necesito que me lo digas ahora.

Ese era el problema.

Qué ella no quería parar esto… y dudaba quererlo en un futuro próximo.

Su vientre dolía, tendría que cambiarse el paño rápido. Pero, el movimiento alocado de su corazón la hizo olvidarse de todo, incluso de las memorias donde ella alguna vez dijo de forma fanfarrona que sus hormonas estaban bien controladas cuando se trataba de él.

—¿Acaso estás diciendo… que quieres repetirlo? —una inseguridad nada propia de ella se implantó en su pecho.

—Sí, eso estoy diciendo.

Un mal hombre estaría aprovechándose de su poder para hacer que Luciana fuese su puta. Un mal hombre le ofrecería dinero, o le prometería con falsedad, el cielo y las estrellas, con el fin de hacerla sucumbir. Un mal hombre, la obligaría a satisfacerlo sangre o no sangre.

Esto era tan nuevo para Luciana, que le gustaba, pero también le daba un poco de miedo.

La amabilidad para con ella era tan ajena que si bien, le calentaba el corazón, su lado reacio a cualquier tipo de consideración le llenaba de desconfianza y temor.

Ella… se sentía como un pobre animal callejero al que habían apaleado demasiado, como para creerse tan fácilmente que había alguien en este mundo que no buscaba hacerle daño.

¿Podría confiar en un hombre?

¿Podría confiar en este hombre?

¿Dónde estaba metiéndose?

Qué los dioses tuviesen apiadad.

Sin darse cuenta que su cara estaba poniéndose cada vez más roja, y sus ojos un poco más llorosos, Luciana sonrió.

El que no arriesga, no gana. ¿Verdad?

—Yo… también lo deseo —respondió anhelante, girando un poco su cabeza hacia él, sin llegar a mirarlo—. Más que tú… me temo.

Él dejó escapar una risa burlona, soltándola tan lento y pasando sus dedos sobre su piel sensible de la cintura, que, aunque tuviese ropa cubriéndola, su tacto la quemó en el más excitante sentido. Luciana gimió sin poderlo evitar.

—Eso lo dudo.

Bajo esas últimas palabras, él se fue para encontrarse con Sage de Cáncer, quien había llegado al par con algunas doncellas, quienes, ignorando de nuevo a Luciana (que se quedó petrificada frente a la ventana) comenzaron a hacer el desayuno.

—Continuará…—


O_O

No sé por qué, pero me costó mucho escribir lo que acaban de leer.

Es decir, eso fue raro para mí ya que incluso he escrito hasta lemon, y lemon del explícito, sin embargo, en esta ocasión... bueno, no me había centrado tanto en describir uno...

Un solo un beso. Awwwww :3 mi frío corazoncito no puede con tanto.

¿Ustedes qué piensan? La verdad sí me sentía medio fangirl mientras editaba el capítulo jajajajaja por dios jajaja casi hasta grité jajajaja, no sé, esto se me fue de las manos. No sé qué hacía Gateguard en la cocina bebiendo, tampoco sé si él está consciente de lo que dijo, ¡no sé! XDDD ¡Yo espero que sí! Jajajajaja.

Ay, perdonen por no decir mucho de esto, pero todavía ando medio atontada por lo que acaba de pasar. Además, quiero recordarles que este fic iba a ser un one-shot, ¡un one-shot de menos de 10,000 palabras! Jajajaja no sé qué me picó, pero acá tienen un extenso long-fic.

¡¿Podrán creer que ya casi llegamos a las 100,000 palabras y apenas tenemos un beso de estos dos?! :O :O

Y lo que nos falta, mis amigos 7w7 porque sí, se vienen "cositas" jejejeje.

Estoy un poco adelantada con los capítulos y yo espero poder entregarles pasión pura de estos dos muy pronto... o sea, démosles tiempo para que se "acomoden" un poquito más, y ya verán 7w7r

Además, tendremos otra luna roja, esta vez con Gateguard en sus "primeros" roces con Luciana, ¿alguien está nervioso? Yo lo estoy, y mucho, porque todavía no llego a esa parte y no sé qué me aguarda allá jajaja. Recuerden que como escritora, yo sólo soy una espectadora, describo lo que veo en su momento en mi cabeza, y eso es lo que les muestro a ustedes. 7u7 Espero les agrade lo que nos falta de este fic.

¡Por cierto! ¡Felices fiestas! Diciembre, lindo mes... supongo. Muy atareado en mi trabajo, si me lo preguntan.

Aun encerrados por la pandemia, creo que debemos mantener el espíritu navideño.

Y aprovecharé para hacer una pequeña invitación. Verán, hace poco abrí un grupo exclusivo para lectores y fanfickers de Saint Seiya (La Biblioteca de Acuario). Y ahí tenemos, no sólo uno, sino DOS ACTIVIDADES navideñas en las que les invito a participar.

Noto mucha actividad en el fandom de esta página, y pensé, ¿por qué no? Jijiji.

¡Son bienvenidos todos aquellos que quieran interactuar con sus escritores favoritos! Si desean pasar, no olviden mencionar que los invitó su estimada Adilay para que su membresía sea casi VIP.

¡Mis lectores! ¡Gracias por estar conmigo un año más!

¡Por hoy es todo; disfruten sus fiestas y si no me es posible subir el próximo capítulo en estos meses, lo haré en enero del 2021!

También, les hago una tercera invitación a que le echen un vistazo a mi saga Decretos Divinos, estamos en el segundo fic, dedicado a Dégel y Seraphina. El cual, también pienso actualizar en estos días, si dios me lo permite jejeje. Por favor, no olviden que apoyándome, me alientan a seguir subiendo mis obras aquí

¡Saluditos y felices fiestas!

Gracias por leer y comentar a:

Mumi Evans Elric, Nyan-mx, Natalita07, Ana Nari, agusagus, y camilo navas.

Nos estaremos leyendo.


Reviews?


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