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Noche
XIV
— El Precio de un Oneiroi —
…
Por si la sorpresa de haber hecho un pacto de amantes secretos con Gateguard de Aries no fuese suficiente, Luciana se vio, cara a cara, con un segundo acontecimiento asombroso.
Luego de haber desayunado (bebido un té en lugar de café) y pensar que las cosas no cambiarían demasiado, después de su escenita con el santo, ya que, después de todo, ambos eran adultos y no iban a hacerse noviecitos por un par de besos que compartiesen; ella se encontró con el hombre pelirrojo, en la alcoba que compartían, pero no estaba él solo, sino que también, ahí adentro, se hallaba Sage de Cáncer.
Gateguard se mantenía sentado a los pies de la cama; Sage, de pie enfrente de él. Ambos la vieron con seriedad.
Permaneciendo estática, de pie, sin atreverse a cruzar la puerta, sintiéndose demasiado incómoda, ya que no esperaba encontrarse a ese hombre ahí, donde ella ocultaba su ropa ensangrentada de, debajo de la cama, Luciana, de forma instintiva, cruzó sus brazos sobre su gran pecho, sintiéndose… desprotegida en el área de los pezones, aunque la playera que usaba le quedaba un poco floja, pasó sus ojos de Gateguard a Sage.
Ella no tenía problemas en que Gateguard la viese así o incluso un poco más descubierta… es decir, habían pasado ya muchas cosas, y no se sentía tímida en ese aspecto con él. Pero, el santo Sage era un punto aparte. Demasiado aparte.
Además, viendo que Gateguard tendría la tarde ocupada, ella decidió que iba a tomar sus prendas e irse a casa a cambiarse el paño, el cual ya estaba algo húmedo. Luego, ambos hablarían de sus nuevos términos.
—Disculpa ser tan inoportuno —le dijo Sage a ella, con su habitual tono educado—, pero necesitaba hablar contigo también —hizo una breve pausa, para luego ver a su compañero—. Gateguard.
—¿Qué? —gruñó con seriedad.
—¿Puedes?
No encontrando normal esto, ella tragó saliva. Se mantuvo callada, sólo pasó sus ojos de un santo al otro.
—¿Algo anda mal? —musitó nerviosa, finalmente, ante la incomodidad del silencio. Incluso apretó más sus brazos contra ella.
—Gateguard —habló Sage de Cáncer, cosa que al pelirrojo fastidió.
—¿Por qué diablos no puedo oírlo yo también? —preguntó molesto.
—Sólo hazlo —le dijo serio e insistente, no sintiéndose más feliz que él—. Sal de aquí.
Mirándolo enojado, Gateguard pasó de lado de Luciana sin decirle nada. Por la cara que él llevaba, a la mujer se le hizo raro que él no azotase la puerta al irse. Tan vez, en el fondo, era un hombre bastante maduro, aunque su carácter fuese difícil de controlar… incluso para sí mismo.
Al cabo de un corto tiempo en silencio, Sage de Cáncer suspiró.
—No sé qué decir. En verdad odio discutir con él.
—Sí… yo… —ella tampoco supo qué decir, salvo que no quería meterse en problemas con ninguno de los dos—. ¿Qué no debe oír?
Mirándola atento, pero no por verla usando ropa masculina que evidentemente era de Gateguard, el santo le pidió que se sentase donde anteriormente había estado el pelirrojo. Cuando lo hizo, Luciana esperó que la charla no se prolongase tanto para que ella pudiese ir a la letrina y cambiarse el paño. En serio, estos días, eran demasiado estresantes para ella. Una mujer que no podía comprar ropa nueva cada mes no podía arriesgarse tanto.
—Verás… hace poco, su Ilustrísima me mandó a llamar. Él ha estado preocupado por Gateguard y no está muy seguro de si en verdad está logrando progresos con respecto a su problema.
Asintiendo a las palabras del hombre, Luciana pensó en que eso era lo más normal. Siendo que Gateguard era el primero en las filas más fuertes de la orden ateniense contra Hades, no esperaba que el santo pontífice hiciese caso omiso al evidente y problemático fallo en los sueños de él.
En lo único en lo que podría poner un "pero" sería en el hecho de que Gateguard no haya estado haciendo progresos. Claro que estaba mejorando, incluso Luciana, que no lo conocía del todo, notaba cambios positivos él; tanto cuando estaba despierto, y por supuesto, cuando estaba dormido también.
Sin embargo, consideró apropiado no adelantarse a decir sus opiniones sin antes haber escuchado lo que el santo iba a comunicarle.
—Antes de que continúe, tienes que saber algo muy importante —comenzó a caminar enfrente de ella; de un lado al otro mientras hablaba—. Como sabrás o quizás imagines, la presencia de civiles en los aposentos de los santos dorados no es algo que se permita.
Eso puso nerviosa a Luciana.
Mierda…
¿Eso quería decir que iban a echarla?
Sin decir nada, pero palideciendo del rostro, Luciana esperó no estar en problemas. Quedarse sin trabajo ahora significaría su ruina.
—Sin embargo, luego de las primeras semanas, tanto el Patriarca como algunos santos notamos que tu presencia le hace un bien.
—¿De verdad? —musitó dudosa. «Y hablando de eso, ¿qué tanto sabe el Patriarca de lo que ha pasado entre Gateguard y yo aquí?» a Luciana no le parecía bien estar desinformada sobre temas que la relacionasen, sin embargo, prefirió guardarse sus dudas hasta el final.
Ojalá no supiese de aquella primera noche en la que Gateguard (supuestamente dormido) le pidió desnudarse para él.
—Por supuesto, él tuvo que ser de los primeros en enterarse de la razón de tu presencia en Aries. Su aprobación, fue lo que permitió que tú pudieses ir y volver sin problemas —la miró con cierta estima—. Gateguard, poco a poco ha ido recuperándose de las noches en vela, y también ha dejado ciertas conductas que nos ocasionaban problemas —hizo una mueca nerviosa—, aún, cuando él todavía no tenía las pesadillas que le impedían dormir —sonrió levemente—. El Patriarca y yo no sabemos exactamente por qué Gateguard está demostrando un comportamiento tan tranquilo desde que estás aquí, pero me pidió hacerte saber que te lo agradece.
Parpadeando de forma marcada, sin poder decir nada, Luciana asintió con la cabeza.
¿Conductas que Gateguard tenía antes de las pesadillas?
¿Qué tipo de conductas? ¿Acaso él era muy agresivo? ¿Respondón? ¿Incumplido? ¿Desordenado? ¿Entrometido? ¿Destructivo? ¿Insensible? ¿Aterrador? ¿A qué se refería el santo de cáncer con "ciertas conductas"?
Para su insatisfacción, Sage no indagó en eso.
—De cualquier forma, quisiera que supieses que tu trabajo está más que aprobado por el Patriarca, y está complacido con los resultados. Créeme, si las órdenes de él hubiesen sido otras, no hubiese importado que Gateguard te intentase traer a escondidas; alguno de nosotros te habría hecho marchar, lo quisieran ustedes o no.
Ante eso, Luciana tragó saliva.
—Se ordenó también que, tampoco se te impidiese irte de vuelta a tu casa sin dar informes de lo que habías hecho —siguió informando Sage—. No sé si lo habrás notado, pero desde la primera vez que saliste de aquí, ningún santo o guardia se te acercó para preguntarte por qué estabas en la primera casa —inhaló profundo—. Aunque, bueno… como Gateguard se adelantó a lo establecido, al principio, tu presencia no fue de gran importancia ya que, se pensó que… tú… eras…
Por el modo que desvió la mirada, y el modo que trataba de buscar palabras para no ofenderla, Luciana llegó a la conclusión.
—Al principio no me hicieron preguntas porque pensaron que yo era prostituta, ¿no es así?
—Sí —suspiró incómodo—. No es normal que los santos dorados busquen ese tipo de placeres, y menos que lo hagan en sus templos, sin embargo, suele pasar. Y Gateguard siempre ha sido un hombre impredecible, además, debido a su situación, lo dejamos hacer su voluntad de modo que pudiese hallar la forma de recuperar el buen sueño sin causar problemas.
A Luciana no le agradaba que, gente que no la conocía, la tachase de prostituta, pero tampoco es como si pudiese decir que ella era una mujer intachable cuando en su haber, algunos de sus clientes en la taberna habían pagado por ese tipo de servicios en lo que a ella refiere. Así que, lo mejor para Luciana era mantener la boca cerrada.
—Entiendo.
—Otra cosa de la que, seguro, no tienes conocimiento, es que se ha estado analizando a Gateguard durante todo este tiempo, y aunque su dilema todavía no está del todo resuelto, está claro que tampoco se ha dejado vencer. Afortunadamente, ha logrado conseguir herramientas que le pueden ayudar a mantener su cuerpo quieto, evitando que tú, en especial, salgas herida de alguna forma durante sus problemas nocturnos —suspiró otra vez—, créeme; sé que Gateguard en ese estado no es nada fácil de manejar.
Luciana se quedó pensando en eso. ¿Acaso Sage ya lo había vigilado antes?
Eso tendría lógica. ¿Por qué confiar en una desconocida y no en alguno de los suyos? Lo cierto era que Luciana ya se había hecho a la idea de que, si Gateguard había recurrido a ella, lo había hecho en medio de su desesperación por no haber podido hallar una solución más cercana.
—Entrando al punto al que quería llegar —dejó de dar vueltas para quedarse parado frente a ella, mirándola con seriedad—. Comprenderás que, si bien sabemos que Gateguard puede resolver solo sus problemas, tampoco es nuestra intención dejarlo solo.
Luciana asintió con la cabeza.
—Así que, mientras mi hermano, Hakurei, trabajaba en los grilletes que usa Gateguard, yo indagué en busca de otro modo en el cuál, él pudiese deshacerse de ese mal que lo aqueja. Y hace poco, pude hacer un contacto.
No sabiendo qué decir, y haciendo un gesto facial, Luciana mostró que quería saber qué sería.
—Un oneiroi.
Frunciendo el ceño, ella no pudo evitar preguntar.
—¿Un qué?
—Los oneiroi son las mil personificaciones de los sueños, o sea, dioses menores del mismo. Entre ellos, están Morfeo, Fantaso y Fobétor. Sin embargo, no es tan sencillo ni tan rápido hablar con alguno de ellos. Para empezar, primero debía tener el permiso del Patriarca; ya que hablamos de involucrar a un dios en asuntos de otro dios.
—Pregunta: ¿en serio son mil? —musitó ella, todavía impresionada por ese número. No pudo evitar interrumpirlo para saber eso.
—Sí.
—Increíble —musitó no pudiendo evitar la mueca dolorosa que hizo su cara al imaginarse el parir a mil hijos. Luciana sólo pudo esperar que la diosa que los haya engendrado, esté bien.
—Continuando. Cuando finalmente tuve su permiso, hice un viaje no muy reciente y no muy largo a Roma. Mientras Gateguard estaba contigo, yo pude encontrar a un oráculo de confianza que podría ayudarme a recibir audiencia con un oneiroi; sin embargo, eso toma tiempo, así que, le dejé la tarea de insistir hasta que pudiese recibir una respuesta.
—Supongo que ya la ha recibido —masculló pensativa.
En efecto, su trabajo estaba a punto de terminar. Pero… si con la ayuda de ese oneiroi, Gateguard podría volver a dormir en paz y seguir protegiendo a la humanidad, que así fuese.
Sería difícil encontrar un equilibrio económico si dejaba de trabajar para el santo en estos momentos, pero no podía ser tan egoísta como para querer que él sufriese más por sus pesadillas con el fin de ganar dinero.
—Sí —confirmó Sage—, ayer por la tarde, el oráculo me contactó. Al fin recibió la respuesta de un oneiroi que está dispuesto a ayudar a Gateguard, se llama Haidee.
Haciendo uso de su conocida desconfianza, Luciana miró al santo a los ojos.
—¿De verdad un dios del sueño va a ayudar a Gateguard? —hizo un gesto de desconfianza. Algo le decía que esa ayuda no iba a ser gratis. Ningún dios (por muy menor que fuese) hacía nada por nada, cientos de cuentos y leyendas lo confirmaban.
—Sí —dijo él peinando el mechón izquierdo que se asomaba en su rostro—, a cambio de una cosa.
Esperando que el pago no tuviese que ver con sacrificios humanos o animales, Luciana hizo otro gesto facial pidiéndole que lo dijese.
—Quiere que la virginidad de una doncella.
Cambiando su gesto a uno de impacto e irritabilidad, Luciana alzó los hombros.
¿Es que acaso no podían pedir algo menos estúpido y sexista? ¿Qué era esto? ¿La edad de piedra? ¿No podían pedir…? No sé, ¿un monumento? ¿Canciones? ¿Poemas? ¿O alguna de esas otras cosas materiales que enaltecían los egos de los dioses?
¿Por qué a una mujer? ¿Por qué una que fuese virgen?
—Lamento no ser de ayuda —dijo Luciana, no lamentándolo en lo absoluto.
Ni porque fuese Gateguard; ella no vendería su cuerpo por alguien que en cualquier momento podría… traicionarla… o dañarla.
Luciana no estaba juzgando a Gateguard; él ya bastante había demostrado que era un tipo de hombre en el que se podía confiar, sin embargo, su naturaleza maltratada no le permitía ser plenamente confiada, por mucho que ella quisiera serlo, sobre todo con él.
—La verdad… es que no estoy de acuerdo con lo que pide.
—Tampoco yo —ella se cruzó de brazos, con indignación.
Retuvo sus quejas, sus palabras duras y comentarios que, en cualquier casa respetable de Grecia, serían una blasfemia en contra de los dioses. Si ellos pedían, los humanos debían obedecer; punto. Y si un dios quería a una virgen, ¿quiénes eran ellos para decirle que no?
Luciana estaba muy enojada con el pago que quería ese dios menor.
—El problema es que no quiere nada más —expresó frustrado—. Le he pedido al oráculo que negocie con él durante esta noche y madrugada, pero sus exigencias son claras.
Viendo al santo poner una mano sobre su cara, Luciana meditó en lo que oía.
A estas alturas, en medio de un nuevo vórtice de molestia, la mujer se dijo que la razón por la cual Sage le había pedido escucharlo, no podría ser otra.
Este hombre no era un idiota, era más que claro que no buscaba que ella se ofreciese para ser la "virgen elegida" de ese dios, Hei… como se llame.
—Si mis suposiciones no son erradas, dudo que me esté pidiendo mi opinión, ¿verdad?
Con incomodidad, los ojos del santo se contactaron con los de ella, mas no dijo nada.
—¿Qué es lo que desea pedirme en realidad? —mirándolo con dureza, descruzando los brazos, levantándose, sintiendo humedad en su entrepierna, la cual seguramente ya habría manchado el pantalón que usaba, Luciana lo miró con un poco de resquemor—. No estará pensando en pedirme que yo le busque una doncella virgen que esté dispuesta a entregarse a ese dios, ¿verdad?
Inhalando profundo, Sage de Cáncer desvió la mirada hacia otro lado.
Parpadeando, entre enojada y ofendida, Luciana se repitió que no debía abofetear a este sujeto.
Primero, porque le agradaba; sabía que era un buen hombre.
Segundo, porque su cara podría ser más dura que una roca, y ella al intentar dañarlo un poco, podría fracturase la mano.
Aguantando todo lo que pudo, ella sólo soltó aire con todo su malhumor.
—Dígame una cosa. ¿Acaso tengo la cara de ser una comerciante de carne viva? —le espetó con ciertos sentimientos del pasado.
Un comerciante de carne viva era de la peor escoria; ¡ella no era escoria! O quizás sí lo era, pero no de ese tipo. ¡Jamás de ese tipo!
—No —tartamudeó un poco—, yo sólo quería saber si conoc…
—¡No lo soy! —exclamó aguantando soltarle una patada; la armadura le quebraría los huesos si lo intentase.
Así que se alejó de él para evitar caer en la tentación,
—¡¿Qué carajos?! ¡¿Sabe?! —apretó los puños, contiendo los gritos, más no su tono alto de voz—, qué haya trabajado en una taberna no me hace una prostituta. ¡Tampoco me hace amiga de ellas o de sus sucesoras! ¡Y créame cuando le digo que casi todas las prostitutas del pueblo y del mundo entero, comenzaron siendo doncellas vírgenes que, en algún momento de sus miserables vidas, un malnacido infeliz, las tomó por la fuerza!
—Espera, te equivocas, yo no trataba de…
—¡Ah, pero claro! —no escuchando razones, ella explotó en furia—, ¡como hablamos de un dios! ¡Y de una pobre ingenua que quiera abrirle las piernas por nada, qué más da! ¡Doncellas vírgenes hay por montones en el mundo! ¡Cada día nacen más! ¡Y por una que sea la ofrenda de un libidinoso bastardo con inmortalidad, el mundo no parará de girar! Déjeme decirle algo… —le picó el pecho, cubierto con la armadura, con uno de sus dedos—, ¡nada más no lo abofetearé como se merece porque no quiero ser encarcelada por eso!
Sin darle la oportunidad de abrir la boca para defenderse, Luciana, con toda su cólera y dolor… tanto físico como mental, dado al resurgimiento de ciertas emociones del pasado, salió de la habitación.
A mitades del templo se encontró a Gateguard, quien estaba apoyado de espalda, en una de las columnas.
Él también usaba ya su armadura. Al verla, pareció indeciso de hablarle. Como si verla así de molesta, le produjese extrañeza y… miedo. ¿Un hombre como él podría sentir miedo de una mujer como ella? Luciana se reiría ante tal cosa, de no ser porque se hallaba bastante irritada.
—Por favor, llévame a mi casa —pidió entre dientes.
—Estás… ¿bien?
—Estoy a punto de hacer otra escena de la cual me arrepentiré —advirtió al borde de llorar por el odio que sentía.
No odio hacia el santo dorado de cáncer, a quien ya se arrepentía por haberle hablado de ese modo sin dejarle explicar todo el asunto; sino odio hacia sus propias memorias que se negaban a dejar de martirizarla cada vez que un tema sensible para ella, como ese, salía a colación.
No podía evitarlo. La sola mención de algo así, le nublaba el juicio.
El enfado estaba dando paso a la vergüenza, y ella no quería exhibirse más.
—Por favor… sólo llévame a mi casa, y déjame ahí, ¿sí?
Dejando que él, en silencio, la tomase en brazos y en un parpadeo, la trasladase a su cuarto en la posada; afuera de la puerta; ella trató de calmarse. Una vez que abrió los ojos y se vio de vuelta en su hogar, Luciana se apresuró a tocar la puerta varias veces, con mucha fuerza.
Estaba tan…
No lo sabía.
No sabía cómo se sentía.
Hasta hace unos momentos, había estado tocando el cielo con sus manos. Ahora sentía cómo si el cosmos se sintiese obligado a recordarle cuál era su lugar.
Sin dejar de chocar su puño contra la madera, Luciana quería engañarse a sí misma diciéndose que tocaba así para que Colette le abriese rápido; pero, bastante pronto recordó que ella debería estar trabajando con Mateo.
Carajo.
Las lágrimas comenzaron a salir. Sus labios temblaban. Todo su cuerpo se sentía tan frío.
Golpeó con fuerza la puerta hasta que su cerebro hizo clic y se dio cuenta que podía abrirla sin problemas, ya que no tenía el seguro puesto. Viendo el interior oscuro de su cuarto, ella inhaló fuerte, limpiando su nariz.
—Oye…
Negando con la cabeza, ella le impidió seguir.
—Debo estar a solas, por favor. No me siento bien. Y necesito silencio para poner en orden algunas cosas en mi cabeza. ¿De acuerdo? —dijo con la voz cortada, entrando a su cuarto, cerrando la puerta tras ella.
Ojalá Gateguard entendiese que, a veces, una persona necesitaba estar sola. Necesitaba calmarse; necesitaba dejar que ese malestar se fuese rápido. Si él no se negaba a irse… bien, de forma contradictoria ella se sentiría más sola que nunca, pero, iba a ser peor si se quedaba e insistía en saber qué le ocurría.
Se conocía; podría gritarle a todo pulmón y luego se arrepentiría en el alma por eso, porque ahora sus emociones estaban alteradas, y ella no quería que él saliese ofendido sin razón alguna.
Dejando salir las lágrimas que iban a limpiar su alma un poco, y luego hacer que su razón sintiese vergüenza por haberse alterado del modo en que lo hizo, Luciana ya no se preocupó por el paño, ni por la ropa, ni por nada más que encontrar algo de relajación.
Dolía.
Pero, más allá del dolor en su vientre, había algo que le era todavía más tortuoso.
La confirmación de que todavía no era libre del todo.
Arrastrando sus pies, se acostó bocabajo sobre su cama.
Sollozó sonoramente. Inhaló, tragando mucosa nasal, para luego enterrar su cara en ese viejo colchón y seguir llorando.
Luciana dejó ir poco a poco aquella emoción que le dañaba; no le importó el chillido de la puerta, tampoco el sonar de los pasos metálicos hasta los pies de su cama. Sólo importó la cálida y confortante mano que se puso sobre su pantorrilla derecha.
No era un agarre fuerte, menos malintencionado.
Debido al pantalón, ella no sintió el frío del oro, pero sí una profunda paz. Una feroz calma que llegó como un sol a iluminar un bosque oscurecido por el miedo.
No tardó llorando tanto como se esperaría. Y él no cambió de postura hasta que ella se calmó por completo y se removió con la intención de levantarse. Aunque, también había tenido que reacomodarse debido a que sus pechos eran bastante grandes y estar demasiado tiempo acostada sobre ellos le quitaba el aire.
Inhalando sonoramente, limpiándose un poco la nariz con sus dedos, Luciana miró a Gateguard sentado a los pies de su cama; con una rodilla flexionada y sus dos manos de vuelta con él. No la miraba, pero ella no se sentía invadida ni enfadada porque haya desobedecido a su petición de dejarla sola.
—Ya estoy mejor —se levantó de la cama y buscó entre sus cosas un pañuelo viejo, pero limpio, para limpiarse la cara y la nariz. Luego lo lavaría—. Lo siento.
—¿Por qué? —preguntó él sin un ápice de sarcasmo o molestia.
—Aunque no lo creas… —se aseguró de que su nariz estuviese bien despejada para poder hablar y caminar hacia él—, soy más sensible de lo que parezco.
Permaneciendo en silencio, Gateguard la miró caminando de vuelta a la cama, donde ella sentó, justo a su lado.
—La mayor parte de las cosas que veo, escucho, huelo y siento, día a día, suelen recordarme ciertas cosas. Cosas que me dicen que no merezco nada de lo que apenas poseo.
—Lo dices… ¿por tu pasado?
—Mhmm —asintió con la cabeza, mirando perdidamente la pared de enfrente—. Gateguard, dime… una mujer que fue destruida, en todo sentido concebible, ¿puede seguir llamándose "mujer"?
—Destruida —masculló él, ladeando su mirada hacia ella, sin que Luciana se percatase.
—Me destruyeron, Gateguard —se limpió con rapidez las lágrimas que le salieron, nada más por hablar de eso—. Destruyeron mi inocencia, destruyeron mi cuerpo, y destruyeron mi alma; en tantos pedazos, y de tantas maneras que no sé cómo es que no estoy corriendo enloquecida por las calles… oh, bueno, quizás sí lo sé —sonrió amargamente—. Gateguard, ¿es anormal que no logre recordar todo lo que me pasó, aunque sé que viví en un auténtico infierno? Porque yo, no recuerdo mucho de aquellos años, y, aun así, esas emociones siguen en mí, como un parásito que me quema por dentro… y me hace llorar —confesó con los pedazos de su alma a la vista.
Limpiándose las lágrimas silenciosas como fuesen saliendo, ella decidió ser un poco honesta con él. Si es que su relación iba a ir un poco más allá de un simple trabajo; Luciana consideró apropiado comentarle un oscuro secreto que, esperaba, él se llevase consigo a la tumba y le ayudase a hacerse a la idea de que los temas que involucrasen abusos hacia la mujer, eran muy sensibles para ella. Eran temas que invocaban directamente su odio, su furia, su temor y tristeza.
—¿A qué te refieres con que no recuerdas? —él mantuvo su tono de voz neutro.
—Me refiero a que… años, años de mi vida, están nublados. Hasta hace poco, eso no me importaba mucho, de hecho, pensaba que, en algún momento dentro de mi miseria, los dioses se apiadaron de mí lo suficiente para hacerme olvidar. Recuerdo pocas cosas, pero todas ellas me duelen; y sé, en mi corazón, que hay algo más —se pegó en el pecho con la mano que sostenía el pañuelo—; hay algo más que quiero, y a la vez, no quiero recordar.
Volvió a limpiarse la nariz, las mejillas.
—¿Qué fue lo que te digo Sage? —preguntó Gateguard, esta vez, sí con cierto enfado.
—Nada grave —aceptó con pena—, ni siquiera lo dejé terminar de hablar, pero, si lo ves, dile que no era mi intención gritarle así. Él ha sido tan amable conmigo, y ahora que ya estoy un poco más calmada, sé que me alteré demasiado.
Gateguard se levantó del suelo con lentitud, pero no para irse, sino para sentarse en la cama a un lado de ella.
Ahora que él llevaba su armadura, Luciana, cuando lo sintió bajar, también pudo darse una idea de lo mucho que habría de pesar esa cosa.
¿Qué tan fuerte debía ser un guerrero para llevar una de esas? Más que ella, obvio.
—Entonces… ¿eso quiere decir no debo ir a patearlo hasta que te pida disculpas? —preguntó con cierta seriedad, lo que hizo que Luciana se riese.
—Eso quiero decir —respondió, volviendo a su estado de calma.
¿Cómo era posible que estuviese tan tranquila? Había confesado algo muy importante, íntimo y doloroso, pero el hecho de que él no quería que siguiese hablando de eso si ella no quería hacerlo, ya fuese porque no estaba cómodo con saber sus dramas, o siquiera interesado.
Luciana le agradeció por su silencio; por su presencia; por escucharla; con eso, ella estaba más que tranquila.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —susurró él.
Oh, aquí venían las cuestiones. ¿Qué preguntaría? ¿Qué le diría?
¿Cómo es posible que hagas dramas por cosas que ni siquiera recuerdas? ¿Por qué te cuesta tanto superar unos cuantos años de martirio? ¿Sabes cuántos lo pasan peor? ¿Tienes idea por lo que pasé yo? Eres débil.
Luciana sabía que no lo conocía del todo para estarse creyendo que él diría cosas tan insensibles a estas alturas; pero su cabeza estaba un poco loca.
—Claro —respondió aferrándose a su fuerza, preparándose para responder cosas sobre su pasado. ¿Le preguntaría algo que la guiase a esos años oscurecidos que si bien dolían, ella no los podía ver?
Lo que oyó la dejó boquiabierta.
—¿Cuál es tu nombre?
Pasando de página tan rápido como giró su cabeza hacia él, haciendo la expresión facial básica de un búho, lo miró, muy… demasiado… bastante… boquiabierta.
Ante su silencio, él la miró también.
—¿Por qué me ves así?
Pero, Luciana se congeló en su sitio. No estaba ofendida ni confundida. Sólo sorprendida.
—Hey, ¿estás ahí? —Gateguard alzó su mano derecha y la movió de un lado al otro frente a la cara de Luciana para hacerla reaccionar.
Al parpadear, ella se dio cuenta que había tenido la boca abierta y los ojos demasiado abiertos.
—¿No sabes mi nombre? —preguntó impactada.
—Nunca me lo has dicho —respondió como si eso fuese suficiente excusa para no tener ni siquiera la más mínima idea de cómo se llamaba la mujer a la que acababa de besar, y la que prácticamente llevaba poco más de un mes conociendo.
Bueno, no es como si fuese una obligación saber el nombre de un amante, ¡pero ella no era una amante cualquiera! ¡Y no se habían presentado ayer! Además, antes, él había hablado con Cosmo, para pedirla como su camarera, ¿acaso ahí no oyó su nombre? ¿Y qué pasó cuando habló con Colette? ¿Cómo hizo que la jovencita le dijese algo cuando Gateguard no la nombró directamente?
Parpadeando, tratando de analizar la situación, Luciana sintió que, tal vez, esto fuese en realidad algo… positivo.
Tal vez… ella pudiese… hacer algo divertido con eso.
—Puedo decírtelo —fingiendo indignación, volvió su mirada al frente—, sólo si haces algo lindo por mí.
—¿Algo lindo? ¿Algo como arrancarle de raíz ese cabello horrible a Sage y traértelo?
—No —rezongó estando bastante en contra de eso—. Y él no tiene el cabello feo, es incluso más bonito que el mío —dándose cuenta que su chiste era más bien una realidad, ella dejó el pañuelo en la cama, de lado opuesto a Gateguard, y se sostuvo uno de sus mechones para vérselo. Las puntas estaban abiertas y se sentía un poco reseco.
—Si quieres no me lo digas, puedo preguntárselo a esa chiquilla —él masculló, como si se sintiese ofendido por su jugarreta.
«Bastante tarde» Luciana entrecerró sus ojos, si lo hubiese hecho antes, ella no estaría a punto de bromear un poco más con él—. Hazlo —le dijo digna—, igual no sabes si el nombre que ella tiene es el verdadero.
Cuando, con altanería, Luciana lo miró, se dio cuenta que él estaba irritándose en silencio.
—Te dije que hay cosas que no recuerdo de mi pasado —ella alzó los hombros, como a veces, él lo hacía—. Mi "nombre" puede ser una de esas cosas, y con el que me llaman todos, puede que sea uno que yo me inventé.
Borrando un poco su propio humor, por un segundo ella pensó en eso.
Si lo que había dicho (por algún chiste del cosmos) resultaba ser cierto, iba a enloquecer de verdad.
—Entonces sólo dame un nombre con el que pueda llamarte —Gateguard desvió la mirada, como si quisiera evitar que ella siguiese hablando de lo que le afectaba: sus memorias.
—De acuerdo —fingió meditar y meditar; incluso miró al techo hasta que sonrió y lo miró—. Lucy.
—¿Lucy? —él arqueó una ceja.
Lucy podría ser un suave y precioso diminutivo para Luciana. A ella le parecería lindo que él la llamase así. De ese modo, Gateguard hacía algo amable; y al mismo tiempo, la llamaba de una forma que Luciana pudiese saber que él se refería a ella.
Sin embargo, por el gesto facial que el santo hizo, Luciana pensó que a Gateguard no parecía agradarle mucho ese nombrecito.
—¿Tan horrible te parece? —le preguntó con los labios torcidos, al ver esa reacción. Luciana alzó una ceja esperando una respuesta razonable para eso.
—No —Gateguard se removió incómodo—, es sólo… que no te ves como una Lucy.
Ella formó un gesto de estarse sintiendo ofendida. Y lo estaba en menor medida. ¿Cómo que no se veía como una Lucy? Pues, ¿a cuántas Lucy conocía? ¿Cómo lucían ellas? ¿Más delgadas? ¿Rubias? ¿Albinas? ¿Pelirrojas? ¡Vamos! "Lucy" no era un nombre que se reservase para una sola clase de mujer.
—Entonces… dime, gran conocedor —lo llamó con sarcasmo—, ¿qué nombre me pondrías tú?
—¿Yo? —la pregunta le extrañó.
—Sí. Si el nombre que yo he escogido para mí no te agrada, ¿cómo me llamarías tú?
Él achicó su mirada sobre ella.
Luciana frunció el ceño, con una sonrisa ansiosa. ¿En serio iba a ponerle un nombre? Bueno, mientras no fuese uno común para las mascotas, estaría bien.
—¿Y? ¿Ya tienes uno?
Él frunció más el ceño antes de inhalar profundo y relajarse; deshaciendo ese gesto.
—Lucy… está bien.
Sonriendo triunfante, Luciana le palmeó el antebrazo a su disposición.
—¿Ves? No fue tan difícil.
—¿Sabes qué otra cosa no es tan difícil? —murmuró con voz gutural.
De pronto, verlo a los ojos volvió a ser algo bastante intenso para su propio bien; el azul oscuro, esas largas pestañas y aquel natural semblante afilado. Además, ese tono en su voz la puso inesperadamente nerviosa, tanto que, justo cuando vio venir el color carmín pintando su rostro, dijo la primera estupidez que se le ocurrió.
—¿Bostezar con los ojos abiertos?
—¿Qué? —la miró serio.
Por un segundo ella se intimidó, pero luego recordó que él no le haría daño, aunque lo enojase bastante, así que, no temió por su integridad física.
—Bostezar con los ojos abiertos —insistió, haciendo gala de uno de sus talentos al mismo tiempo que buscaba enfriarse y fingir que no se sentía particularmente ansiosa por algo sorpresivo—, no es tan difícil cuando lo intentas de forma continua, bueno, para mí lo es, pero ya casi lo logro.
Al terminar su charlatanería, ella sonrió como una idiota; y por la nariz, tomó aire hasta que sus pulmones se llenaron, mirándolo, esperando… algo. Algo que sólo él pudiese darle. Luciana no lo sabía, pero se sentía con un poco de miedo. No. No era miedo, era algo más, pero todavía no sabía qué era. Y no era algo malo.
—No, Lucy. No es bostezar con los ojos abiertos —él volvió su mirada al frente.
Wow, ese diminutivo sonaba tan bonito (bastante sexy, también) saliendo de sus labios.
—Entonces… ¿estornudar una palabra?
Esta vez le tocó a él inhalar profundo.
—No.
—Pues, dímelo.
Cuando él la volteó a ver con una intensidad que, incluso la hizo querer hacerse un poco para atrás, Luciana se dijo que tal vez, estaba leyendo muy bien los ojos de este hombre.
—Abrir la puerta de este lugar.
O tal vez era ella la que todavía no entendía que lucir tan apetecible no era algo que Gateguard hiciese apropósito.
Esperando unas palabras muy diferentes: "quiero besarte más", por ejemplo; Luciana parpadeó confundida.
—¿Cómo dices?
—¿Acaso no usan llaves con esta puerta? —se levantó de golpe, para ir hacia la entrada, donde señaló el pomo ante la estupefacta mirada que le seguía—. Esto no es seguro; menos para un par de mujeres jóvenes.
«¿Joven?» ella ladeó la cabeza; de todos los hombres, él era el único en referirse a ella como una mujer joven.
—Cualquiera puede venir, empujar, entrar y esperarlas —volteando para verla, aparentemente sin darse cuenta que había dejado muda a Lucy, agregó—: necesitas una cerradura nueva, y que sea decente —farfulló lo último.
—Lo… tendré en mente, gracias por tu observación —musitó de manera inocente.
Mirándola con cierta desconfianza, él se cruzó de brazos.
—¿Segura que no lo olvidas?
—Creo que sí… espera, no. No lo olvidaré —suspirando, relajó su expresión de decepción. Ella por un segundo pensó que él iba a pedirle un… ¿cuarto o quinto beso?
Qué más daba, no podía ser tan exigente.
—Algo me dice que sí lo olvidarás —masculló más para él que para ella.
—Entonces eres libre de hacerlo tú —no queriendo discutir con él por algo tan mínimo, Luciana también se levantó, recordando bastante tarde que no se había cambiado el paño y por eso ahora mismo debería tener todo un desastre entre sus piernas; maldición, las sentía muy húmedas.
—Bien, lo haré mañana —chasqueó la lengua.
—¿Por qué no hoy? —sonrió acercándosele—, pareces tan preocupado. No quisiera que tuvieses una razón extra para decir que no puedes dormir.
—Aparentemente me importa más a mí tu seguridad que tú misma.
—¿Entonces es verdad? —preguntó poniendo una mano sobre su pecho cubierto por la armadura, pensando en lo que había oído hace tiempo.
—¿El qué?
—¿Es cierto los hombres tienen una especie manía integrada que les hace ser protectores con las mujeres aun si saben que ellas pueden defenderse bien por sí mismas?
—No sé de qué hablas —desvió la mirada hacia un lado—, sólo hablaba por la puerta; y recuerda que dejas a una niña sola aquí por las noches. Es inaudito que no te hayas percatado de eso antes.
Sabiendo que, si no aguantaba la risa, echaría más leña al fuego, Luciana suspiró con una sonrisa en su cara.
—Sea esa manía o no, te agradezco que te preocupes por nosotras —dijo, y sin esperar que él respondiese, le susurró—: no hay nada de malo en querer ayuda. Yo no te la pedí, pero, de cualquier forma, me la das, eso es muy gentil y dulce de tu parte.
—Déjate de tonterías o no haré nada.
Mirándolo de reojo, notando sin esfuerzos que las mejillas de él se habían colorado un poco, ella se apartó.
—Está bien, está bien, dejaré de agradecerte —le dio una palmadita y, al momento de voltearse, un dolor en su vientre la hizo emitir un sonido pequeño, y un tanto vergonzoso.
—¿Te duele mucho?
—Un poco, sí —inhalando hondo, ella se llevó su mano hacia su zona de dolor y lo miró de vuelta—, pero, no te preocupes; he vivido así muchos años. Sobreviviré, lo prometo —le guiñó un ojo, dispuesta a buscar ropa gris u oscura.
Ahora que lo pensaba, iba a tener que reponerle a Gateguard la ropa que seguramente ya estaba arruinada.
—¿Estarás bien? —preguntó, sin seguirla.
—Claro, sólo necesito cambiarme, y mantenerme quieta por un rato —dijo tomando un vestido, de uno de los baúles de madera que había para eso mismo. Sólo había dos: uno para Colette, y el otro para Luciana. «Y si es posible, limpiarme… otra vez» suspiró con desánimo al saber que en esta ocasión iba a tener que usar el agua tibia o fría, del río.
—Entonces… ya me voy.
—Nos veremos en la noche, y esta vez podremos dormir, lo prometo —se rio mirándolo por encima del hombro.
Sonriendo ligeramente, él asintió con la cabeza antes de abrir la puerta y salir.
Volviendo su mirada hacia el frente, Luciana abrazó su vestido gris, deseando poder volver a besarlo cuando lo viese esta noche.
Su lógica le decía que no debía irse por un rumbo equivocado; ellos no eran pareja, eran… "amantes" que sólo habían acordado besarse cuando quisiesen, nada más. Ni siquiera habría sexo; al menos, no ahora.
Ella nunca había tenido al mismo "amante" dos veces o más; porque, precisamente, su política de autodefensa (para proteger lo que le quedaba de sentimentalismo) era no tener ese tipo de acercamientos con alguien que pudiese tener impacto en su vida. Un ejemplo de esto último, era Mateo.
Si el muchacho hubiese mostrado intenciones de querer tenerla como su mujer o algo así, luego del tiempo siendo amigos, Luciana posiblemente hubiese cortado toda relación con él; además de que Mateo, físicamente, no era su tipo. El chico no era feo, eso sí que no; pero dado a que el muchacho tenía una expresión más bien tierna, y una voz cálida; a ella le costaba no pensar en un hermano menor cuando lo tenía enfrente. No le provocaba nada como mujer.
Sin embargo, y por arrogante que pudiese sonar, a Luciana le gustaban los hombres grandes con ojos claros y cabello de colores exóticos; y si se pudiese, que también poseyesen una voz gruesa que rebosase de confianza.
Sí… sabía que ella no era quién para ponerse de exigente. Menos considerando la edad que tenía, pues, como segundo punto adjunto a su número 30 grabado en la frente, en estatura, ella era más baja que el resto de las mujeres promedio, además de que su sobrepeso no la ayudaba.
¡Pero a ella le gustaban los hombres altos!
Muy para variar, Gateguard de Aries calificaba bien para rellenar ese y los otros requisitos. Sus ojos azules y ese cabello rojo eran tan hermosos. Bueno, ya que estaba en ese tema, tenía que reconocerse, por lo menos en su cabeza, que él físicamente estaba… más que bien. Sus rasgos no eran tan duros como otros hombres, y sus expresiones no solían ser muchas, pero ahí estaban.
Además, ese modo de mirarla con silencio… ¡dioses!
«Ya, ya» se reprendió suspirando, «terminarás masturbándote a ti misma como sigas así».
Lamentablemente Luciana ya no estaba sola, Colette podría regresar en cualquier momento, y verla sobre la cama como una ballena en las orillas del mar, dándose placer, no iba a ser demasiado agradable.
Podría traumatizar a la pobre chica.
Luciana suspiró.
¿Hace cuánto que no se atendía un poco? A veces ella se satisfacía a sí misma para relajar el estrés. Pero, en su mayoría, a Luciana le gustaba hacerse el amor porque le gustaba y ya.
Era un fastidio que ya no tuviese el espacio ni el tiempo de eso. No es que antes hubiese tenido mucho, pero al menos podía hacer algo cuando la vieja bruja de Neola se quedaba dormida como un oso en hibernación o salía de su casa para enterarse de los últimos chismes en las casas vecinas y volvía hasta muy tarde.
—Mitéra, ya llegaste.
Asustada, Luciana se volteó para ver a Colette en la puerta.
Gateguard había tenido razón, cualquiera podría entrar y hacerles cualquier cosa en poco tiempo; bastaba con un suave empuje. Y si estaba cerrada, tal vez, la patada fuerte de un hombre promedio sería más que suficiente para romperla.
—¿Y esa ropa? —preguntó la chica, yendo hasta su propia cama, donde se sentó.
—Déjalo, no es importante —trató de desligar Luciana.
—¡Claro que lo es! —sonrió pícara, acercándose—; es de un hombre, ¿no?
—No, no lo es.
—¿Te la dio alguien? —hizo la voz más acusadora y burlona—. ¿Fue ese santo?
—Colette —mencionó sintiendo cómo sus propias mejillas se acaloraban—, te lo advierto.
Acordando detenerse con eso, Colette quiso acompañarla al río.
Pero, por supuesto, siendo toda una adolescente, no pudo parar de hablar (de manera muy infantil y coqueta) sobre a quién debía agradecerle por tan lindo cambio en el guardarropa.
En general, a Luciana no le habría costado nada decirle a Colette lo que había pasado entre ella y Gateguard; de hecho, moría por contárselo a alguien; pero, dado a que, lo que ellos tenían, no era algo serio, sería mejor ahorrarse cualquier humillación, y mantener todo en secreto para evitarse problemas y malentendidos.
Luciana fue al río a bañarse, a intentar lavar la ropa que había usado, y luego, junto a Colette, comprar un poco de algodón (al menos para usar en las noches) y unos cuantos paños extra para usar alrededor de estos días.
Lo que Luciana no recordaba, era que esa sería la primera vez que Colette vería la sangre menstrual.
—¡¿Esa es sangre?! —gritó exaltada cuando estuvieron en el río y Luciana se bajó los pantalones frente a ella.
Luciana apenas pudo detenerla a gritos, antes de que Colette saliese corriendo en busca de un doctor. Una vez que estuvo quieta, la mujer se tuvo que hacer cargo e informarle a la adolescente que aquello era algo completamente natural.
—Yo… ¿también voy a sangrar? —musitó luego de hacer caso, respirar y sentarse; aunque todavía se mantuvo bastante impactada.
Ella le asintió con la cabeza, desde el interior del río.
—Sí, pero… estarás bien, lo prometo —dijo en un tono de voz bastante alto, por el ruido del agua chocando con las rocas, sintiéndose mal por haberle causado, quizás, un trauma a la pobre chica.
En su defensa, Luciana no recordaba que la mayoría de chicas iniciaba con este suplicio, unos cuantos años después de los quince. Una verdadera pena que ella no haya sido una de las afortunadas.
Haciendo una mueca preocupada, y hasta cierto punto temerosa, Colette afirmó con la cabeza, desde su asiento en una roca cercana al río, bajo la sombra de un gran árbol.
Gran parte de ese día, Luciana lo ocupó para explicarle a Colette cómo eran esos días para una mujer. Luego de comprar el algodón y los paños nuevos, Luciana fue lo más delicada posible a la hora de decirle a Colette que, a veces, pasar por esta temporada dolía, y también abordó el motivo por el cual no se hablaba abiertamente sobre eso.
—Pero si es algo normal… ¿por qué no podemos hablar sobre eso en otro sitio que no sea nuestra casa? Mira el susto que me llevé; yo no sabía que eso va a pasarme —dijo Colette, todavía un tanto ansiosa—, ¿y… duele mucho?
«Por quinta vez…» se tragó esas palabras y volvió a repetirlas—: un poco, pero se puede controlar con tés y bañándote con agua caliente; además, no dura mucho.
Por la tarde, ambas hicieron unas cuantas remodelaciones en su hogar. Luciana estrenó algunos trastos que Mateo había sido tan amable de venderles, y luego de comer algo bastante sencillo, se prepararon para el siguiente día que les esperaba.
—Por cierto, mañana seguro tendremos una nueva cerradura —le informó Luciana a la chica, preparándose, para salir en un rato con Gateguard. Ya se había puesto un poco de algodón para que dicho material absorbiese la sangre, además de un paño limpio, por si acaso.
En un saco pequeño y viejo, llevó un cambio de ropa (de nuevo, por si acaso) y más paños limpios; un poco más de algodón también.
—¿Cerradura? ¿Le pasa algo a la que tenemos? —preguntó la jovencita, mirándola vestirse desde su propia cama.
—Nada malo, pero no nos hará daño reforzarla; ya sabes, uno nunca sabe.
—¿No es algo muy exagerado? —Colette hizo una mueca—, la cerradura se ve bastante bien.
—¿Qué sabes tú de cerraduras? —se rio Luciana, considerando que la edad de la chica no era la suficiente para que Colette afirmase que un cambio en pro a la seguridad de ambas, era una exageración.
—No mucho —aceptó sonriendo nerviosa—, pero cambiarlas me parece un tanto radical.
—Créeme, nada es lo suficientemente radical cuando se trata de mantenernos a salvo. Sobre todo, cuando dormimos —cerró con fuerza su saco con una cuerda, la puso a un lado de la cama, y se sentó para ver a Colette a los ojos—. A propósito. Creo que llevamos muchos días conociéndonos, y todavía no sé cuándo es tu cumpleaños.
Viendo una chispa de inocencia brillar en esos ojitos, Luciana esperó una respuesta.
—Mmm, no recuerdo bien, pero creo que es el veinte de diciembre —dijo un deje de emoción—, hace años que no… pienso en eso.
—Bien, pensarás en eso cuando llegue la fecha; considero que no estaría mal celebrarlo, aún faltan algunos meses.
—¿Y tú?
—¿Yo?
—Sí, qué día naciste. ¿Lo recuerdas?
Sí, lo recordaba.
Quiso mentir y decir una fecha aleatoria, sin embargo, Luciana no quería volver a ocultarle verdades a Colette, por muy pequeñas e insignificantes que fuesen.
—Catorce de septiembre —respondió forzando la sonrisa que había mostrado.
—¡Vaya! Para ese no falta mucho —sacó a relucir, bastante animada.
—No… un mes… eso creo —al menos eso pensó dado a que no contaba con ningún calendario a la mano.
—Será lindo celebrar, ya sabes, como una familia —bisbiseó Colette, dejándose caer en su cama, de espaldas—, ¿también deberíamos preguntarles a Margot y Nausica por los suyos? Sería lindo hacer algo todas juntas.
Desviando la mirada hacia el piso, Luciana respondió con una voz cálida, pero con una mirada fría y seria:
—Claro, deberíamos hacerlo.
—Continuará…—
¡Feliz 2021! ¿Cómo se la pasaron?
Yo, más o menos. Trabajo hubo, gente que me sacó de mis casillas también; aunque, bueno, nada nuevo, en realidad.
¡Volviendo al fic!
Sepan que planeaba subir este capítulo el 1 de enero, pero todavía me faltaba editar y revisar; cosa que me desgasta mucho ya que he estado algo atareada con mis cosas personales. ¡Sin embargo! Ya estamos de vuelta.
JAJAJAJA, apuesto a que ninguno de ustedes se imaginaba que Gateguard no sabía el nombre de Luciana XDDD pero, ¿será cierto que no lo sabía o también es un pequeño tramposo? 7u7 No toca más que esperar a su próxima Luna Roja para saberlo.
¿Y cómo ven este giro de acontecimientos?
La verdad, es que no sé exactamente por qué suelo hacer estos movimientos tan bruscos en la trama, sin embargo, mi musa llegó, me golpeó la cabeza, y no paró. A ver qué nos aguarda más adelante. :/
Quiero aclarar que se viene una nueva tormenta, y como seguro ya se imaginarán, tiene relación con los recuerdos que Luciana no puede destapar. ¿Qué creen que se oculte en esas memorias? Siendo honesta, incluso a mí me da miedo destapar esa información, pero, debe hacerse; ¿no lo creen?
Otra cosa, por lo que estoy notando, el fic va a alargarse demasiado. Ya tiene mucho tiempo desde mi último long-fic extenso, sin embargo, espero poder terminar este en este año. ¿Lo lograré? :O
Bueno, voy a avisar también que esta será la única actualización de este mes. Verán, cumplo años el 14 de enero, y quisiera consentirme un poco :P ya saben, relajarme y así, dejar fluir ciertas ideas que todavía tengo para esta historia. En febrero, volvemos a la normalidad... al menos, eso esperaré XD.
¡Muchísimas gracias por sus mensajes de aliento y por leer!
No puedo creer que este fic esté teniendo tan buena aceptación. No sé qué decir salvo "gracias". YuY
Gracias por leer y comentar a:
Mumi Evans Elric, Nyan-mx, Kennardaillard, Natalita07, Ana Nari, agusagus, camilo navas, Persefonecdz, mamonitayoi, y Guest.
Nos estaremos leyendo.
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