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Noche
XV
— Inocencia Destruida —
…
Era ya un poco tarde por la noche cuando Luciana y Colette pararon de hablar de guisos que pudiesen realizar para el cumpleaños de septiembre, la chica estaba pensando en hacer algo grande, invitar a Nausica y Margot para comer todas juntas, pero Luciana tuvo que devolverla a la realidad diciéndole que tenían que acoplarse a su economía y evitar eventos tan grandes, y, aunque no lo dijo, ella pensó que celebrar su cumpleaños era algo sinsentido.
«Tengo tantas ganas de celebrar este año como las tengo de seguir sufriendo este dolor en mi vientre», trató de controlar su irritación.
De cualquier forma, Luciana no se atrevió a decirle algo como eso a Colette mientras ella hablaba y hablaba de todo lo que podrían hacer, desde pasear una tarde con algo de comida y disfrutar del aire libre; hasta organizar una cena con sus amigas. Nada de alcohol, por supuesto.
Ella se veía tan vivaz y entusiasmada, que no tenía ganas de arruinarle eso.
Si hacer una pequeña celebración, aunque sea para algo tan mínimo como el cumpleaños de Luciana, la hacía feliz, que así fuese. Después de todo, ¿quién era ella para bajarle los ánimos a una muchachita tan llena de ilusiones?
Lo único que hizo que Colette parase de hablar, fueron aquellos toques a la puerta.
—Bien, debo irme ya —resopló Luciana, tomando su costal pequeño con ropa, levantándose de su cama.
—Iré a cerrar la puerta con el seguro —musitó Colette, acomodándose una bata ligera encima de su camisón, siguiéndola.
Al instante en el que Luciana abrió la puerta, se quedó sorprendida cuando no sólo no vio a Gateguard de Aries, sino cuando miró un hombre que ella no conocía de nada.
Y… aunque sintiese que estaba pecando de infidelidad… quién sabe por qué, Luciana pensó que de haber visto antes a tan majestuoso monumento de hombre, ella lo recordaría.
—¿Hola? —instintivamente, tragándose su corazón, Luciana, al decir eso, arrojó su morral a un lado y se preguntó si se vería mal arreglada.
¿Por qué de pronto su pecho se había estrujado? Su garganta se había resecado de golpe, ¿sus manos sudaban tanto de forma natural? Nunca en su vida se había cuestionado si sería atractiva para algún hombre… bueno, quizás, sí; un par de veces. Pero esta era la primera en la que, los ojos que la veían de vuelta, parecían ser las de alguien muy importante al que ella debía causarle una buena impresión.
Algo en esa mirada la puso muy nerviosa, y no supo si eso era algo bueno o malo.
El caballero que la miraba desde el otro lado de la puerta era alto y fornido. Su largo cabello ondulado era de un color rubio; pero no de tonalidad oro, sino uno que podía fácilmente pasar como blanco. Lo llevaba amarrado en una media coleta baja que dejaba enfrente un par de mechones junto a un fleco largo. Los ojos de este sujeto brillaban en amarillo pálido, y su piel, perfectamente lisa y clara, incluso con ese pequeño lunar adornando arriba de la ceja derecha.
Todo en él podría ser considerado: per-fec-to.
Lo curioso era su vestimenta, muy llamativa a pesar de ser bastante oscura, casi siniestra; no era parte de ninguna moda que ella hubiese visto antes.
Si Luciana hubiese nacido un par de siglos atrás, en una tierra algo lejana; ella habría sabido que, salvo por la falta de una inquietante máscara, la ropa que llevaba el extraño, era la que usaban algunos hombres conocidos como los médicos de la apocalíptica Peste Negra.
De seguro, si hubiese sabido, qué había sido la Peste Negra y qué significaba esa ropa, ella habría cerrado la puerta para luego refugiarse junto con Colette, debajo de su cama.
Porque… ¿qué hacía un caballero (tan atractivo) como ese, vestido de esa (extraña) manera, afuera de su humilde cuarto?
¿Y por qué le producía una dudosa inquietud? ¿Acaso era intimidación? ¿Miedo? ¿Ansiedad? ¿Nerviosismo? Por todos los cielos, estaba tan contrariada con lo que sea que este hombre, con su sola presencia, le producía, que Luciana se quedó muda.
—Buenas noches, my lady —su voz, tan masculina, gruesa en tonalidad e impresa de seriedad y educación, penetró sus oídos y golpeó un punto exacto en su cerebro que le hizo funcionar de nuevo.
«¿My… qué?» frunció el ceño ante el modo de referirse a ella. Por el acento, se oía extranjero—. ¿Pu-puedo ayudarle?
—Por supuesto que sí —sonrió levemente—. Primero, permíteme… presentarme, mi nombre es Haidee.
—Lucy —dijo ella sin pensárselo mucho; la apariencia de este ser le era… exótica, aunque, de cierto modo, le hacía pensar en algo conocido y desconocido a la vez.
Un momento, ¿cómo dijo que se llamaba?
Maldiciendo por milésima vez tener una memoria bastante mala, Luciana se dijo que ese nombre ya lo había oído antes. Pero, ¿en dónde?
—Lucy —dijo él con una educación y refinamiento bastante extraños en estos rumbos; incluso su acento se oía… estimulante—. Verá, el motivo de mi visita, es para negociar —entrecerró sus ojos sobre ella de forma casi maliciosa—, he notado que tiene talento para eso.
—¿Negociar? —Luciana lo miró confundida. ¿Acaso será que este hombre la confundía con alguien más? Negando con la cabeza, ella trató de dejar de sentirse adormilada nada más con verlo—. Me temo, señor, que no lo entiendo.
Sonriendo, el hombre puso una mano tras su cuello y estiró una capucha oscura que más tarde se puso encima.
—La veré en sus sueños, y se lo explicaré mejor ahí —hizo una pequeña reverencia con su cabeza—, que pase una buena noche antes de eso.
Sin más, dio media vuelta (borró de su cara cualquier atisbo de que había sonreído, tomando una frialdad preocupante) y se retiró, abriendo justamente la puerta al lado de su cuarto, entrando ahí.
Apenas la puerta se cerró, ella… todavía anonadada por aquel hombre, oyó unos pasos a su lado opuesto.
—¿Ya estás aquí?
Saltando en su sitio, Luciana miró a Gateguard aproximándose hacia ella. Bastante pronto, Colette se asomó también.
—Ne, Gateguard —le musitó Colette, sin que Luciana pudiese detenerla.
—¿Mmm?
—¿Viste al guapo siniestro que acaba de irse?
Frunciendo el ceño, el pelirrojo pasó sus ojos de la niña a la mujer, quien trataba de comprender lo que aquel extraño le había dicho.
—¿A quién?
—El tipo que se fue… ¿a dónde se fue, mitéra? —Colette le tomó su mano con duda, lo que hizo que Luciana parpadeara.
—Al cuarto de al lado —señaló extrañada—, pero… ese cuarto se supone que está vacío.
—Y lo está —dijo Gateguard para el desconcierto de Luciana y Colette.
Él de pronto se mostró dispuesto a destripar a alguien.
—No… yo lo acabo de… ¡espera! —Luciana salió rápido para tratar de evitar que Gateguard fuese hasta esa puerta y la abriese sin problemas, luego de mirar la cerradura por un momento—. ¡Eso no se puede hacer! ¡Espera!
Como cuando trató de evitar inútilmente que él hiciese su voluntad en la taberna, Luciana se colgó a su brazo y no le impidió pasar a ese cuarto… el cual estaba oscuro y vacío.
—¿A quién se supone que viste? —le preguntó él con seriedad.
—Ehm… eh… era…
—Era muy guapo… pero siniestro, a mí no me dio miedo, pero estoy segura que era alguien importante —dijo Colette, mirando también con asombro, como dicho lugar parecía no haber sido visitado en años, por el polvo que se había levantado.
—¿Escuchaste si se identificó con un nombre? —Gateguard volvió a preguntarle a Luciana.
—Yo oí —intervino Colette, otra vez—; era algo como Heiren, o Heidem.
—No —masculló Luciana, recuperándose de la sorpresa—, dijo que se llamaba Haidee.
—¿Haidee?
Al principio, Gateguard hizo un gesto de no reconocer ese nombre, sin embargo, poco después, algo pareció haber hecho clic en su cerebro, ya que mandó rápido a Colette a dormir y a Luciana la llevó rápido a Aries, donde dijo que le esperase mientras volvía.
..
Ahí, de pie y sin su costal para cambiarse la ropa y el paño de su entrepierna, Luciana caminó de un lado al otro en la alcoba adentro de Aries, hasta que Gateguard volvió con Sage de Cáncer.
—¿De verdad lo viste? —fue la primera pregunta del santo albino.
—Bu-buenas noches —saludó ella, todavía un poco incómoda por su última charla.
—¿Era él? —preguntó Gateguard, cruzando sus brazos.
—Dijo que se llamaba Haidee, ¿no es así? —Sage miró a Luciana.
Asintiendo con la cabeza, todavía un poco nerviosa, miró cómo Sage de Cáncer proseguía a preguntarle sobre lo que Haidee, el oneiroi con el que habían hecho contacto por medio de un oráculo en Roma, había querido de ella.
—¿Te verá en tus sueños? —Gateguard alzó una ceja con lógica desconfianza—, ¿eso dijo?
—Sí. Dijo que quería negociar conmigo —meditó nerviosa, ya encontrándole más sentido a las palabras que Haidee le había dicho antes de irse—, ya veo, así que por eso él se veía tan… —escaneando el piso con la mirada, Luciana buscó alguna palabra que pudiese describir tan magnífica y sombría presencia masculina—, especial. Es un dios.
—Todavía no puedo creer que se haya manifestado ante ti —sin sonar irrespetuoso, pero un poco intranquilo, Sage, se unió a la discusión—. ¿Entonces? ¿Negociarás con él?
Mirando a Gateguard, dándose cuenta que él, evidentemente, ya sabía sobre el plan de Sage para devolverle la paz a sus sueños, Luciana alzó los hombros.
—Por alguna razón quiere negociar conmigo. Espero que quiera algo que pueda darle —dijo sonriendo a medias, esperando que, por ninguna razón, el dios menor no la hiciese explorar ante la propuesta de darle una doncella o a sí misma para pasar la noche—. ¿Qué tengo permitido ofrecer como contrapropuesta?
—Confío en que sepas cuáles son los límites —dijo Sage de Cáncer, quien, al parecer, tampoco quería hablar de la discusión que tuvo con ella hace unas horas.
Luego de quedarse en silencio por un corto tiempo, Luciana les dijo a los hombres que debía usar la letrina; más que para orinar, verificar qué tan sangriento estaba el paño, y lavarse las manos; necesitaba estar a solas y prepararse mentalmente.
¿Podría hacerlo?
¿Sería capaz de llegar a un buen acuerdo con Haidee? A propósito, ¿cómo debería llamarlo? ¿"Señor dios"? ¿"Señor Haidee"? ¿"Dios Haidee"? ¿"Señor Oneiroi"? ¿"Mi estimado señor Dios del sueño"?
Luciana nunca se había presentado ni siquiera ante la diosa Athena, a pesar de haberla visto un par de veces en el pueblo, siendo escoltada por más de un santo dorado. ¿Cómo debía actuar frente a un oneiroi? Debía ser respetuosa, eso lo sabía, pero, ¿qué tanto sería lo adecuado? ¿Hasta qué punto debería adular al dios para conseguir la ayuda que Gateguard necesitaba? ¿Sería de esos sujetos que buscaban alabanzas hasta en el aire que se respiraba o uno al que ella pudiese hablarle de "tú"?
Volviendo sin prisas a la alcoba donde deberían estarla esperando Sage y Gateguard, Luciana suspiró llegando a la conclusión de que no le quedaba más que encomendarse a todas las deidades posibles que estuviesen disponibles y quisiesen ayudarla a encontrar las palabras adecuadas.
—Qué tensión —dijo ella al entrar y ver a los hombres demasiado callados.
Desde su postura en la pared, con la espalda recargada en ella y sus brazos cruzados, Gateguard la miró de reojo.
—¿Estás segura de querer hacer esto? —preguntó mordaz.
—Sabes que no lo estoy —respondió inhalando profundo, mirando la cama, dispuesta a no retrasar esto; pero antes de que él pudiese hablar otra vez, ella se le adelantó, caminando hacia él—. Pero eso no quiera decir que no desee hacerlo; sólo estoy nerviosa, eso es normal, ¿no? —miró a Sage de Cáncer, quién parecía no estar de acuerdo con la decisión de Luciana tampoco desde su posición en la cama, sentado en el sitio donde ella debería estar acostada.
El pelirrojo resopló descruzando sus brazos.
—No es necesario que lo hagas —dijo.
¿Estaría preocupado?
—¿Y si sí lo es? —preguntó sintiéndose bien por la consideración.
Gateguard usaba un tono agresivo, pero Luciana sabía que él no estaba dudando de ella sino de lo que el dios pudiese hacerle en los terrenos que dominaba: los sueños. Incluso Luciana estaba temerosa de lo que pudiese pasar.
—Lucy…
—Escucha, no voy a ser hacer algo estúpido —le dijo ella con una confianza que no sentía del todo—, ya soy una mujer adulta y creo que "negociar" no se me da mal.
—Ese dios no necesita nada de ti —respondió él, creyendo que él era el único con el que Luciana había negociado alguna vez.
No era así.
—Y yo te informo que he negociado antes de ti, Gateguard —puso una mano sobre su brazo izquierdo y le dio un apretón suave—, confía en mí. —Miró al santo albino, quién los analizaba desde su postura—. Confíen en mí.
En sus ojos azules podía notársele el deseo de seguir discutiendo, incluso parecía estar al borde de arrojarlo todo a la basura, tomarla en brazos y devolverla a su casa. Sin embargo, Luciana y Gateguard lo sabían muy en el fondo. Ella iba a negociar con el dios en los sueños, lo quisieran o no; los sueños, eran un sitio muy privado, en el que ningún santo dorado con todos sus poderes, podría acceder jamás y de poder hacerlo, no tendría ningún control.
—Por favor —susurró ella, mirándolo fijamente—, déjame hacerlo.
El silencio no la puso incómoda; sabía que Gateguard estaba pensándoselo mucho.
—Permiso —le dijo a Sage de Cáncer, para que pudiese hacerle espacio en la cama.
Éste se levantó y caminó un poco alejado de ellos, como si de pronto estuviese en contra de esta idea que él mismo fabricó.
Acostándose lento, sin preocuparse por ponerse nada encima, ella miró desde su postura a Gateguard.
—No puedo dormir si hay hombres viéndome; es incómodo —dijo en tono de broma, tratando de aligerar el ambiente—, denme unos segundos a solas, ¿sí?
Cerró sus ojos y esperó a que ambos cumpliesen su petición; al cabo de un rato, escuchó la puerta abriéndose y cerrándose; inhalando y exhalando profundo, trató de enfocarse y buscar la manera de dormir sin siquiera sentir la más mínima pizca de sue…
—Despierta.
¡Esa voz!
Reaccionando veloz, sentándose, Luciana abrió los ojos de golpe, cerrándolos al instante porque una fuerte luz la encegueció por un par de minutos.
Con un poco de dolor, ella volvió a acostarse, sobándose la cara.
—Perdón, olvidaba ya no estarías acostumbrada a esta luz —dijo Haidee, haciendo algo para disminuir ese brillo.
Cuando Luciana volvió a abrir los ojos y vio mejor dónde estaba, soltó un respingo, un páramo imposible la impresionó. Un cielo arriba, y un cielo abajo. Como si un espejo se hubiese puesto en el cielo y ahora hubiese dos cielos iguales.
—¿Te gusta?
Parándose lento y con cuidado, reponiéndose poco a poco del vértigo, ya que no estaba del todo segura que no caería en picada a un suelo rocoso en cualquier momento, Luciana miró al dios esperando encontrarlo vestido con aquella ropa oscura; sin embargo, en lugar de eso, el oneiroi estaba usando una larga túnica griega color verde pasto, afianzada a su hombro derecho dejando ver su desnudo pectoral izquierdo.
—Es… lindo —dijo, refiriéndose a la toga. Se veía cómoda y suave.
—Me refiero al paisaje que elegí para nuestra conversación —se rio mostrando sus dientes; blancos y bien acomodados.
A diferencia de cuando había estado en el mundo de los mortales, él también llevaba el cabello suelto; sin embargo, en su mano derecha, estaba un bastón de oro con grabados curiosos. Y sobre su cabeza, una corona de oro con forma de hojas de árbol.
—Es un poco… extraño, pero es genial —respondió, mirando sus pies desnudos sobre el reflejo del cielo, todavía dudosa de no caer.
—Este solía ser tu lugar favorito, lo visitabas hace tiempo siendo un lindo pajarito.
Cuando él dijo eso, Luciana lo miró otra vez, ya más seria.
—¿Has visitado mis sueños? —preguntó incómoda; y también, un poco temerosa.
—Te he visitado, como a un sinfín de mortales más; incluyendo al santo de aries —dijo con una normalidad que Luciana no encontraba alentadora—. Ven, camina conmigo.
Inhalando profundo, ella accedió a su petición. Andar a su lado, en un paisaje que no tenía un fin, debía ser algo muy sencillo.
—¿Ayudarás a Gateguard? —preguntó, queriendo llegar al punto.
—Sí.
¿Cómo, cómo?
Impactada, Luciana lo miró curiosa, esperando a escuchar lo que él quería como pago por hacerlo. Sin embargo, caminaron un por un buen rato y el oneiroi no hablaba.
—Y… sigues queriendo… ¿a una doncella virgen? —musitó preparándose para lo peor.
—No.
—¿Qué dijiste?
—Dije que no quiero nada de eso —se rio un poco—, quise saber qué tipo de hombres estaban rodeándote a ti y a mi hija, y no me decepcionaron. Sage de Cáncer no cedió a darme a una mujer, y Gateguard de Aries… él es un caso que creí perdido, pero me ha sorprendido. Los tres son humanos de calidad.
Parpadeando confundida y un poco mareada ante el hecho de que él había nombrado a una hija, Luciana no pudo confiarse del todo.
—Entonces… ¿quieres decir que vas a ayudarlo gratis?
—Claro que no —chasqueó la lengua.
—Perdón… pero no entiendo —de nuevo, tenía el corazón en el puño.
—El pago me lo has dado tú, sin siquiera saberlo —la miró con un intenso afecto que Luciana no supo cómo describir.
No era amor… tampoco anhelo… mucho menos deseo.
¿Qué era esa emoción en sus lindos ojos?
—¿Cuándo pagué tu ayuda? ¿Y… por qué mencionas a una hija? ¿La conozco? —preguntó queriendo saber si debía tener cuidado con ella. Además, no estaba entendiendo del todo la conversación.
—Lo sabrás en su momento. En cuanto al pago, encuentro este momento, perfecto para probar mi más reciente creación —le guiñó el ojo derecho—. Ya estará en tu decisión compartirlo con el santo y ayudarlo a esclarecer su mente, que es lo único que necesita.
—¿Puedes explicarte mejor respecto a eso? ¿Qué necesita Gateguard para dormir tranquilo?
—Nada que no pueda conseguir por sí mismo, pero, está bien; los hombres y mujeres, impacientes y tercos, son así.
Ella ladeó la cabeza, no siguiendo ese hilo tan bien como quisiera. Era como si no fuese parte de esa conversación y todo estuviese reducido al oneiroi que, era el único que sabía todos los detalles y no quería compartirlos así sin más.
—Dejemos a ese hombre de lado; ¿cómo has estado tú? —preguntó curioso—, has crecido y madurado; justo como deseaste. Pero, ¿eres feliz?
—Lo siento… pero no comprendo, dices que has visitado mis sueños, pero me hablas como si me conocieses… de forma más personal.
Por la cara que él hizo, una más bien triste, Luciana tragó saliva pensando que, tal vez, había dado en la diana.
—¿Me conoces? —susurró.
—Hace tiempo que no te visito —dijo volviendo a su calma, sin problemas en responder a su duda.
—Pero… ¿nos conocimos…? ¿O sólo me visitabas como haces con otras personas? —masculló dudosa.
—Lo cierto es que no esperaba tener que volverte a ver luego de borrar tu memoria, sin embargo, me has ayudado salvando a mi hija… bueno, nuestra hija, y no podía sencillamente ignorarte si necesitabas ayuda —agregó sin ser consiente del impacto que eso fue para Luciana.
Como si alguien le hubiese golpeado la nuca con un martillo.
¡¿Ella tenía una hija con él?!
Abriendo la boca sin darse cuenta, Luciana siguió oyéndolo.
—Y si necesitas a un oneiroi para auxiliar al santo de aries, entonces así se hará —alzó los hombros—. No es como si para hacerlo tuviese que quebrantar alguna ley divina. De hecho, es parte de mi trabajo.
Los pies de Luciana se pararon abruptamente, él caminó un par de pasos solo antes de girarse y verla, con una extraña calidez.
—¿Nuestra… hija? —su voz le tembló tanto, pero no tanto como sus piernas y labios. Tanto había sido el impacto que, incluso olvidó lo que tenía que hacer con respecto a Gateguard—. ¿Qué le hiciste a mi memoria?
—Es más que obvio lo que dije —dijo con sencillez—, tú y yo tenemos una historia juntos. ¿Por qué crees que ayudaré a ese hombre, que parece ser tan importante para ti? —sus ojos se tiñeron de rojo por un segundo, mostrando una mueca de desconformidad.
—¿Hi-historia? ¿Podrías ser más específico?
Una parte de ella le dijo que no creyese todo lo que oía; bien podría ser una mentira. Ella nunca había estado embarazada, ¡jamás!
Sin embargo, si eso que oía era cierto, y en su memoria… la cual, ella misma le dijo a Gateguard que estaba incompleta, se hallaba el oneiroi y una niña, entonces no quedaba más que preguntarse qué tipo de historia habían tenido y por qué no sentía nada al ver al dios.
Si ella lo hubiese amado o siquiera deseado… tendría que haber secuelas de eso en su corazón, ¡¿o no?!
¿Y dónde estaba esa niña? ¿Quién era? ¡¿En qué momento la salvó y no se dio cuenta de era su hija?!
Claro… si es que no estaba oyendo toda una sarta de idioteces.
Volviendo sus ojos a la normalidad, y relajando su rostro, Haidee no dejó de mirarla
—Aquello pasó hace pocos años. Para mí, no fue más que un parpadeo, pero para ti, fueron demasiados días en los que tu corazón pudo finalmente sanar la herida que te hice… y la que te hizo él —por un segundo, el rojo dominó en los ojos del oneiroi, sin embargo, volvió a reponerse de eso—. Ayudaré al santo, no porque él y su grupo (incluyendo a Athena) me agraden, sino porque te debo más de lo que te imaginas; además, como ya te dije, es parte de mi trabajo.
Desvaneciendo su báculo, Haidee hizo aparecer en su lugar un gran frasco de cristal en forma de gota con una larga boca hacia arriba, cerrado con un corcho común, en su interior había… agua. Aproximadamente un litro o poco más.
Sin embargo, Luciana (pálida de la cara) parpadeó confundida y atontada, todavía por lo que había escuchado antes.
No podía dejar de pensar en eso.
Una hija…
Una niña…
Una niña suya y del oneiroi.
Esas palabras hacían eco en su cabeza. Una… y otra vez.
—Lucy, presta atención, esto es la "Cerveza Rosada".
Todavía con un montón de cosas haciendo estragos en su cordura, Luciana dijo quedamente:
—No es rosada.
—Aún no —dijo el oneiroi mirándola a los ojos—. Quiero aclararte que esto es para ti. Pero no me molestará si lo compartas con… ese hombre.
Luego de extendérselo, Luciana se dio cuenta de que no pesaba como lo haría un litro de agua.
—Y… ¿qué hará? —susurró aferrándose con todas sus energías a su temple.
—Verás, la Cerveza Rosada no es específicamente una bebida alcohólica, pero cuenta con ciertas funciones de una y por eso la llamé así.
—¿Eeeh? —ella hizo una mueca.
—Presta atención, la Cerveza Rosada fue creada para a relajar no sólo el cuerpo, sino el alma, de la persona que la bebe.
»Un trago por la noche, unas cuantas horas de sueño, y listo: una gran calma tendrás —hizo una pausa, viendo el frasco—, sin embargo, como con el alcohol común, no se debe de abusar de su uso si no se quiere terminar mal; en este caso, dos o más tragos no son nada recomendables ya que podías dormir para siempre en el mundo humano y despertar en el hades… sí me entiendes, ¿no?
Asintiendo con la cabeza, ella quiso enfocarse en lo que oía y no en el hecho de que este sujeto… le había borrado la memoria para hacerla olvidarlo… y que tenía una hija con él.
¿Sería cierto?
¡Sabía que debía concentrarse en lo que oía! ¡Pero no podía! ¿De dónde lo conocía? ¿Por qué no sentía nada al verlo? ¿Acaso habían terminado en malos acuerdos? ¿Por qué hasta ahora se presentaba?
—Voy a serte claro y necesito que te concentres —le chasqueó los dedos frente a sus ojos—. Sólo un trago por siete meses; por trago, me refiero a no más de esta cantidad —en su misma mano, hizo aparecer un pequeñito vasito de cristal de aproximadamente 35ml.
Luciana lo tomó con la mano que ella tenía libre, dio un paso atrás cuando el oneiroi se acercó para esperarle lento, muy cerca del rostro.
—No importa cuánto lo desees, cuánto más "necesites" o cuánto creas que debas tomar. No-más-de-esa-cantidad-cada-siete-meses. ¿Entiendes?
Asintiendo más pausada y marcadamente, ella dio un segundo pasó hacia atrás cuando lo vio suspirar, incorporándose.
—Un trago común debería ser más que suficiente para que ese hombre encuentre en su propia mente lo que le mantiene despierto. Y tú… la paz que mereces.
Ella no dijo nada sobre lo que dijo sobre su persona, pero al notar que él esperaba que lo hiciese, no pudo retenerse más preguntar por Gateguard. Tenía que asegurarse de que todo fuese seguro para el pelirrojo.
—¿Sabes qué es lo que no lo deja dormir? —preguntó.
—Lo mismo que a muchos que se dedican en el exterminio de enemigos desde la más tierna infancia: culpa, temor, incertidumbre, insatisfacción, inconformidad consigo mismo y su entorno, y un pecado no aceptado que sigue sin perdonarse; nada que no haya visto antes en otros hombres como él —puso los ojos en blanco, restándole importancia—. Sin embargo, por eso, esto —señaló el frasco—, es tuyo. Tú lo necesitas más, te lo aseguro.
Escuchar eso le dio a Luciana mucho miedo.
—Yo no tengo problemas para dormir. ¿A qué te…? —de pronto, ella se quedó sin voz; es más, su cuerpo se puso rígido en la postura que estaba.
—Aun es demasiado pronto para que lo sepas —le susurró, volviendo a acercarse—. Ya no hay tiempo, me buscan —su mirada fue bastante intensa, así como lo era su voz—. Quizás nunca nos volvamos a ver. Antes de eso, te diré un secreto más, y para eso, te necesito callada.
Incluso sin poder respirar, mas no sintiéndose desesperada por eso ya que sus pulmones no parecían estar necesitados de cumplir su función, Luciana se dijo que este tipo tenía que aclararle que era esa Caja de Pandora que había puesto enfrente de ella, de un segundo al otro.
—La Cerveza Rosada tiene tres modos de usarse. Una, es la que ese hombre necesita para dejarte ir de una buena vez —gruñó entre dientes—, las otras dos, son tuyas. Mi Lucy —acarició con su pulgar, la mejilla de ella—. Cuando desees saber la verdad, y estés lista para eso, llena ese vaso, pero, a la cerveza, agrégale una gota de tu sangre.
»Si la cerveza se tiñe de rojo, la mezcla te dirá que no estás lista, y debes evitar beberla. Tu alma y tu cuerpo sufrirán un gran golpe por lo que verás, y por lo que sentirás también. El pasado tiene muchas formas de volver; así que no subestimes mi creación… porque, si no haces caso a mi advertencia y la tomas, si es roja, quizás mueras. No la bebas —repitió siendo bastante claro—, y tírala donde nada ni nadie pueda probarla.
»Por el contrario, si la cerveza se tiñe de rosa, seguirá siendo difícil lo que verás; te debilitará, sí, pero no te hará el mismo daño que podría hacerlo si te enfrentas a lo que hay en estos momentos, aquí —con una lentitud tortuosa, más para él que para ella, el oneiroi le dio un casto beso en su frente, apartándose cuando fue suficiente.
Ella captó bien ese mensaje.
Sus memorias no estaban borradas como él se lo había dicho, estaban nubladas; y si el oneiroi estaba al tanto de todo, y había sido él el responsable de que ella no pueda recordar lo que había ocurrido, entonces… ¿por qué se lo mencionaba ahora? ¿Por qué darle la oportunidad de destapar un infierno en su cabeza?
—Recuerda, si quieres intentarlo una y otra vez, eres libre de hacerlo; sin embargo, deberás esperar siete meses entre cada uno de tus tragos. Si la usas de forma imprudente, vas lamentarlo por toda la eternidad. —Sonrió un poco triste y se fue alejando poco a poco, dando pasos hacia atrás. A medida que hacía eso, la fuerte luz blanca iba volviendo, consumiéndolo—. Cuida de nuestra hija —dijo con especial tristeza.
Fue lo último que él le dijo, siendo tragado por aquella luz.
Ella quiso que le explicase más, qué no se fuese todavía.
¡Tienes mucho que aclarar!
Pero, así como lo pensó, a su cabeza vinieron detalles mínimos de la bebida.
Tenía que usarse antes de dormir, por las noches de luna llena ya que su magnetismo ayudaba a que el poder de la cerveza fuese más efectivo. Además, si Luciana quería usarla como Haidee le había dicho que lo hiciese si quería enfrentarse a sus memorias selladas, tenía que estar en compañía de gente de su entera confianza.
Luciana pensó de inmediato en Gateguard.
Pero… ¿sería cierto?
—Espera —musitó luego de que la luz la envolvió, dejó ir el vaso, sin importarle romperlo; y estiró su mano libre hacia adelante—, vuelve… nuestra hija te necesita.
Esperó a que la luz se apagase poco a poco para volver a abrir los ojos y darse cuenta de que ya no estaba en aquel cielo, sino en la cama donde se había acostado. Su primer vistazo fue el techo apenas iluminado por las velas.
Con la mente hecha papilla y el cuerpo demasiado agotado, Luciana se sentó en la cama descubriendo que sostenía fuerte el frasco que el oneiroi le había dado, y el vaso, lo sostenía Sage de Cáncer, quien se hallaba a su lado, de pie, viéndola un poco sorprendido. Eso sin duda debía ser por el hecho de que tenía un frasco con cerveza transparente en su mano derecha, el cual, debió haber aparecido de pronto.
—¿Estás… bien? —le dijo el santo.
Sin embargo, al reaccionar y recordar que Haidee le había dicho: "cuida de nuestra hija", y momentos después ella había susurrado con anhelo: "nuestra hija te necesita". Buscó con los ojos a Gateguard, y no lo vio en ninguna parte.
—¿Dónde está? —susurró permitiendo que Sage de Cáncer tomase el frasco y pusiese tanto eso como el vaso en el mueble donde se hallaban las velas.
—Salió bastante enojado apenas dijiste algo… interesante.
Llevándose sus manos a la cara para restregarla; tragando saliva con fuerza, Luciana carraspeó la garganta, negando con la cabeza, recuperando cierto control de su realidad.
—¿Qué dije? —gruñó.
Sage la miró un poco nervioso; ella se incorporó para insistirle con la mirada que lo dijese.
—Tranquilos, el padre de mi hija va a ayudarnos.
Sintiendo un metafórico balde de agua fría cayendo sobre su cabeza, congelándola por completo, Luciana hizo una mueca que mostraba a la perfección su fastidio. En sus sueños, ella no dijo nada de eso.
Sí, dijo: "nuestra hija te necesita", pero no que el padre de su hija iba a ayudarlos.
¡Ella no tenía hijos!
»Cuida de nuestra hija —había dicho el oneiroi.
¿Nuestra hija?
¿Su hija?
¿Ella tenía una hija? ¡¿Tenía una hija con el oneiroi y no lo sabía?! ¡¿Del oneiroi por el cual no sentía nada?!
Levantándose de golpe, todavía mareada, decidió encarar a Gateguard de Aries.
—Espera, estar frente a un dios en su reino, no es nada sencillo; aún estás muy débil —Sage de Cáncer la sostuvo cuando ella se paró de la cama y por poco cayó debido a lo temblorosas que estaban sus piernas.
—Debo… buscarlo —dijo sosteniéndose la cabeza.
Ese brusco movimiento la había mareado demasiado.
—Mañana lo harás —el hombre albino quiso ayudarla a sentarse, pero Luciana negó con la cabeza.
—No —espetó haciendo presión en sus sienes—, debo ir ya. Yo… yo no dije…
—Basta, tienes que calmarte.
—Suéltame… no es lo que él piensa…
—No más. No tiene caso que lo busques, con el humor que carga ahora mismo, es mejor dejarlo solo. ¿Por qué crees que se fue?
—¡Pero es un error! —se sujetó a los antebrazos del santo—. Yo jamás he tenido hijos —musitó antes pensar con mucho dolor, «ni siquiera puedo tenerlos» pensó con los dientes fuertemente apretados.
Pero, si lo pensaba bien, era cierto lo que Sage decía. ¿Para qué iría a buscar a Gateguard ahora? ¿Para decirle qué?
Con su cabeza dando vueltas como si acabase de bajar de un tornado, y con sus ideas más que carbonizadas por tanto pensar en lo que le había dicho el oneiroi, quien, supuestamente la conocía, Luciana accedió a dejar de intentar irse.
¿Tenía una hija con él?
¿Sería eso a lo que se refería cuando dijo que le había provocado un daño grande que le orilló a dejarla sin memorias?
Mientras dejaba que Sage la ayudase a acostarse de nuevo, bocarriba, Luciana miró hacia el mueble donde estaba la… supuesta… Cerveza Rosada. Una vez que descansase y su mente volviese a la normalidad, ella misma iba a ponerla a prueba.
Al diablo con lo demás.
—Sage de Cáncer.
—¿Sí? —masculló él, estaba a punto de salir de la alcoba.
—Ese frasco —dijo entre dientes sin dejar de mirar la cerveza—, es mío. Ese oneiroi dijo que me lo debía; no sé exactamente a qué se refería; pero tampoco puedo decir que puedo descubrirlo ahora. Cuando despierte, les diré lo que ocurrió.
Ni siquiera vio el momento exacto en el que volvió a dormirse. De hecho, al abrir los ojos se vio más cansada que cuando decidió a enfrentarse Haidee.
Y… con toda franqueza, no supo si lo que vio en su segundo sueño fue sólo eso, o algo más.
En ese segundo sueño Luciana se vio acostada de lado en una cama raída, maloliente, incómoda… y con un gran dolor en su vientre. Algo resbalaba de entre sus piernas y se dijo acertadamente que era sangre. La cara, los brazos, las piernas, y la espalda junto al abdomen, le punzaban violentamente; la boca le sabía a sangre y apenas sentía que veía con un ojo abierto. El otro, estaba cerrado.
—¡Dame de comer, vaca holgazana!
Luego de oír ese terrible grito, ella despertó de golpe y mecánicamente fue sentándose con temblores en su cuerpo. Estaba muy asustada y fría; no había agitación ni sudor, sólo un temblor significativo en sus piernas. Sus pulmones resintieron la falta de aire; Luciana se dijo que, probablemente, fue esa reacción física la que hizo que su cerebro mandase un código rojo al resto de su cuerpo para hacerla abrir los ojos.
Recuperando la noción del tiempo, ella vio que estaba en la cama de Gateguard, vestida con su atuendo anterior, con sangre saliendo de su entrepierna manchando el paño y tal vez la cama también, pero sabía que ese líquido no era tanto como el que ella misma había sentido en su sueño.
«O pesadilla» pensó toqueteándose el cuerpo entero hasta llegar a su cara, donde deslizó sus dedos varias veces y no encontró nada malo. Sólo un poco de baba seca en la comisura derecha de su boca, la cual talló para limpiarla.
Se paró, sintiéndose físicamente un poco mejor a cómo había terminado luego de hablar con el oneiroi.
¿Hablar con un dios era así de agotador?
No quería ni imaginarse el tener que pelear en contra de Hades.
Dejando de lado ese tema, ella miró fijamente el frasco de cerveza, el cual, no había sido movido de ahí; afortunadamente, el vasito también estaba ahí.
Lo pensó.
Lo meditó.
Lo analizó y creyó que podría hacerlo.
Una curiosidad potente la invadió, además de que su impaciencia la hizo tomar una decisión.
Rojo o rosa, ¿qué color tendría dicha cosa si mezclaba ahora mismo la cerveza con una gota de su sangre?
Saliendo de la cama, importándole poco la humedad que sentía escurrir entre sus piernas, Luciana se encaminó, con el cerebro apagado, y los pies descalzos, hacia dicho mueble, el cual poseía las velas apagadas.
Las sienes le punzaban mientras su cuerpo actuaba.
Como si no fuese consciente de lo que hacía, ella sacó el corcho del frasco, con cuidado y lentitud. Del mismo modo, acomodó el vasito de cristal y apoyó la boquita del frasco para llenar poco a poco hasta llegar a la máxima capacidad.
Dejó el frasco a un lado, lo tapó con el corcho y…
Una gota de sangre, ¿no?
Por un segundo pensó en meter la mano en su intimidad y tomar un poco de ahí; pero, se dijo, aún adormecida, que eso le parecía una mala (y un poco asquerosa) idea.
Así que en lugar de hacer alguna cosa más repugnante de lo que ya tenía en mente, Luciana alzó su mano izquierda, metió su dedo medio entre sus dientes, y cerró la quijada con fuerza.
—Auch —se sacó el dedo; le había dolido, pero no había logrado cortarse.
Tenía tiempo de arrepentirse, dar marcha atrás y dejarlo para después.
No.
Al diablo.
Luciana lo intentó otra vez; se hizo daño, le dolió otra vez, pero no logró abrir una herida. Estaba decepcionándose.
—No es tan sencillo, ¿verdad? —se dijo, repitiendo el proceso.
Una tercera vez; por mucho que le doliese, no se rindió; apretó y apretó hasta que logró percibir el dolor y el sabor a sangre en su boca.
Mirando el daño provocado, Luciana se aseguró de apretar su piel rápido y con cuidado hasta estar segura de que una gota de sangre saldría y se mezclaría con la cerveza, la cual, parecía ser más agua simple que cualquier otra cosa.
—Sólo una… sólo una —masculló, acercando sus manos temblorosas hacia el vasito que estaba a ser atendido. Siendo cuidadosa, Luciana dejó caer una gota, la cual, poco a poco fue remolinándose basta que la cerveza la consumió por completo.
¿Habría hecho algo mal?
Pegó su mano izquierda al vestido que llevaba; presionando el dedo herido sobre la tela. Seguro esa ropa ya estaba manchada, ¿qué más daba un poco más?
Analizó el vaso cristalino, ¿por qué no pasaba nada?
¿Acaso se le había olvidado hacer un paso…?
Ante su anonadada cara, el líquido frente a Luciana fue tomando un color durazno.
—No puedo creerlo, está funcionando —susurró.
Sin embargo, la cerveza tomó un color rosado claro, luego un rosado más fuerte…
«Rojo» pensó, sudando frío, formando una sonrisa torcida, «así que todavía no estoy lista» soltó un bufido; estaba molesta y no iba a permitir que esto le arruinase más el día, «¿no estoy lista para comprobar si tengo una hija?»
Pocas veces ella había sido atrevida y estúpidamente impaciente; ya que, en todas algo malo le había terminado ocurriendo.
¿Hoy sería la excepción?
Mirando con rabia el vaso, el cual ya estaba tan rojo hasta casi llegar al color vino, Luciana lo tomó con fuerza y lo alzó con cuidado para no derramar una sola gota.
"Bébelo, si tienes una hija que no recuerdas, ¡debes saberlo!" le decía su impaciencia.
"No, no lo bebas. ¡No sabes lo que te hará!" le gritó su razón.
Uno tuvo que ganar.
Al mismo tiempo que se dejaba dominar por el hastío y la desesperación, empinando el vaso hacia su boca y tragaba la cerveza, la cual le supo a sangre y por poco le provocó el vómito, miró a Gateguard de Aries entrar por la puerta; sólo para verla dejando el vaso en el mueble y comenzar a tambalearse.
—¿Aun te sientes mal?
No estaba mareada. Estaba perdiendo el aire.
Su cuerpo poco a poco estaba dejando de responder a las órdenes del cerebro; las cuales eran moverse rápido hacia Gateguard y decirle con expresiones que se estaba muriendo. No podía hacer nada salvo quedarse en su sitio con una cara estúpida.
Sus pulmones no estaban funcionando, se detuvieron de pronto. ¡No podía respirar!
—¿Qué te ocurre? —preguntó él acercándose a ella—. Lucy…
Lento, mirándolo a los ojos, ella, con todo su esfuerzo, se llevó las manos a la garganta, notando que tampoco podía hablar y gritarle al pelirrojo que acababa de cometer una gran estupidez.
¡La más grande estupidez de su vida!
Boqueó como un pez, sin importarle que su saliva se comenzase a escurrir por ambos lados de la boca. Quizás fue esa expresión o el hecho de que seguramente se estaba volviendo azul, pero él pareció captar la idea.
—¿Qué te tragaste? —preguntó exaltado, intuyendo, como cualquier otra persona, que Luciana se había comido algo que la estaba asfixiando.
Primero la acomodó, inclinándola hacia enfrente, y le dio golpes suaves en su espalda; pero como sólo Luciana sabía, eso no funcionó. Rápido, la hizo darse vuelta para abrazarla y hacer presión en su estómago varias veces sin conseguir que sacase nada, salvo el poco aire que todavía conservaba.
¿Cómo decirle que no se estaba atragantando? Sus pulmones habían dejado de funcionar, y más tarde, lo hizo su razonamiento.
La vista se le nubló hasta ennegrecerse por completo.
Luego dejó de sentirse en los brazos de Gateguard.
Y luego dejó de oírlo diciendo su nombre.
…
…
…
Todo se veía oscuro.
Brilloso. Chispeante. Y muy rápido.
No estaba muerta.
Aun no.
Sus ojos, los cuales debieron quedarse abiertos, miraban lo que tenía a su alcance.
Todo daba vueltas, era borroso y confuso.
A veces la imagen del santo cambiaba bruscamente en un chispazo a otro escenario, muy diferente a lo anterior, mientras oía los gritos de una niña y la voz de un hombre no tan desconocido.
De pronto, lo vio rápido en una ráfaga. Como la luz de un rayo.
Una casa humilde con niños corriendo.
—¡Mamá, no! ¡No quiero! ¡Papá, no! ¡Por favor!
De vuelta, en su segundo, a su realidad, Luciana sintió jaloneos en sus brazos, más su cuerpo no estaba moviéndose así sino en sacudidas. Era extraño; como si de pronto tuviese dos cuerpos. Ambos en sitios muy distintos.
Además, el dolor de aquellos jaloneos se sentía muy real.
Sus ojos estaban perdidos y su cabeza le punzaba. Los pulmones le dolían por no estar recibiendo oxígeno.
Era como si la muerte no quisiera reclamarla, y la vida no desease pelear por ella.
Se sentía… muerta en vida.
Los niños… siete niños y dos niñas, miraban cómo una niña era obligada a bañarse y vestirse con una bonita toga blanca…
Por el agarre en su cuerpo real, y lo que sus ojos reales vieron erráticamente, Luciana se dijo que Gateguard seguro la alzó en brazos y corrió afuera de su templo.
La visión que ella tenía del "mundo real" se movía rápido, entre pasillos y zonas alumbradas por la luz del sol.
No lo comprendió en su momento; pero su alma estaba navegando en dos sitios. En ambos, había un caos, una tormenta que la mecía de un lugar al otro, impidiéndole concentrarse en uno.
En unos segundos estaba como su "Yo adulta", siendo llevada a quien sabe dónde.
Y en el otro…
Una ceremonia de matrimonio; una niña y un hombre adulto. Un beso asqueroso y los sollozos incrementaron.
Intentó inhalar, pero no pudo.
Oxígeno…
Por favor… ¡oxígeno!
Oscuridad. Frío. Miedo.
Una casa horrible, vieja, nauseabunda.
—Ahora eres mi mujer, harás lo que yo diga, cuando diga —esa voz—. Quítate la ropa.
Ambos corazones le palpitaron deprisa; en ambos sitios, ella pensó que iba a perder la vida.
Este era el fin.
—No… no quiero —respondió ella con su chillona voz quebrada—, quiero irme con mi papá y mi mamá.
Más llanto. Más jaloneos. Un puñetazo en la cara.
Su propia nariz real comenzó a sangrar. Lo supo porque en otro chispazo a la realidad, su cabeza fue tomada por Gateguard y alzada hacia él para evitar que la sangre la ahogase. De forma borrosa vio que el santo le dijo (o gritó) algo, pero no estaba tan segura.
No podía ver su rostro; todo estaba tan nublado. Pero ella supo que era él esa forma rojiza que notaba a lo lejos.
No podía oírlo, y apenas lo veía entre la escena que le martillaba la cabeza.
La siguiente veloz retrospectiva fue demasiado violenta.
Su primer abuso.
Lo sintió otra vez; le asqueó. ¡Quería morir!
¡Su carne, su piel, su alma!
¡De haber podido gritar lo hubiese hecho!
Dolía… dolía…
¡Por favor! ¡Basta! ¡Basta!
Su primera noche adolorida de cuerpo y alma.
—Di una vaca que me podía comer, por una que me puedo coger.
Más llanto.
Ya no supo si estaba adentro o fuera de su mente. Sólo sabía que estaba llorando.
La niña sollozaba. La mujer sollozaba.
Ambas sentían una agonía impensable; indescriptible.
Más sangre… más miseria…
Una puerta chillando mientras se cerraba.
Una mente perdida, un alma afectada.
¿Qué había pasado luego?
Una puerta que Luciana no había podido cruzar antes… se abrió ante sus ojos a modo de más retrospectivas centellantes que no podía armar.
Todas brincaron al mismo tiempo, confundiéndola todavía más.
Comida mal preparada por no saber cómo cocinarla; golpizas.
—¡No te voy a decir cómo diablos hacer tu trabajo! —puñetazo, patada, puntapié, otra patada, otro puñetazo—. ¡Prepara algo decente, maldición!
—¡Aaah! ¡Ya, ya, ya, por favor! ¡Ya!
Ropa mal lavada; bofetadas. Insultos.
—¡Eres una estúpida perra inútil! —platos volando a paredes; el olor a alcohol daba miedo; sus gritos parecían promesas cuando él estaba borracho—. ¡Debería cortarte en pedazos y regresarte a tus padres porque de nada me sirves! ¡Ven aquí! ¡Dije que vengas aquí ya!
La hora de dormir; la hora de ser tocada y aplastada por un cuerpo gordo.
—Muévete más, carajo —gruñidos a su oído mientras su intimidad era desgarrada—, dame hijos… —el dolor; estaba desgarrándola por dentro; el miedo—, quiero un hijo, un varón… —por favor, ya no más—, porque… si es una niña… las mataré a las dos.
Más retrospectivas con más o menos lo mismo. No había ningún orden y todas venían con mucho dolor psicológico, emocional, y por supuesto, físico y sexual.
¿Cuánto duró?
No lo sabía.
¿Cómo se sentía?
No lo sabía.
¿Qué quería?
Morir.
Sí, eso quería.
Morir.
…
…
…
Luego de una temporada desconocida navegando sin rumbo, de espaldas, en un mar y cielo negros, Luciana apenas pudo abrir un ojo porque el otro estaba tan hinchado que no podía…
¿Hinchado?
Acercando una mano izquierda hacia su rostro, notó que tanto esta como su antebrazo estaban tan llenos de moretones y rasguños que… se preguntó si realmente era su cuerpo.
Al tocarse la cara hizo un doloroso quejido, la quijada la mató apenas la movió un poco, estaba tan mal… como si hubiese sido el costal de entrenamiento de uno o varios hombres fuertes, durante horas.
—¿Qué es esto? —bisbiseó confundida. Estaba resintiendo mucho el cuerpo cortado (literal) y pesado; cada músculo le punzaba con violencia.
¿Dónde estaba?
—No te muevas —le dijo Gateguard de Aries.
Ella se asustó al darse cuenta repentinamente que no estaba sola, pero se relajó un poco al mirar al santo pelirrojo.
—¿Qué… pasó? ¿Por qué… me siento… tan… mal?
Apenas podía hablar.
¿Tendría los dientes al menos?
Sonaba como una vieja desdentada y acabada, en su lecho de muerte.
—No hables, calma —mirándola con un semblante que jamás le había visto, él puso una mano sobre su cabeza y acarició su corinilla, peinando un poco su cabello.
—Me duele… me duele mucho —siendo sincera, Luciana no sabía si se refería al dolor físico o al que acababa de experimentar en sueños. Aunque, no distanciaban mucho el uno del otro.
—Tranquila —la mirada y el susurro de Gateguard la calmaron un poco—. Ya pasó, ya pasó.
Luciana cerró su ojo no hinchado cuando él besó con mucho cuidado su frente. Al abrirlo, nubladamente sintió que el cabello de Gateguard se había hecho más largo y vuelto rubio platinado.
»Estarás bien, lo prometo.
¡Ya lo recordaba! ¡Haidee era…!
—Haidee… —masculló sabiendo que quien estaba con ella era Gateguard, con sus últimas fuerzas, antes de sumirse de nuevo en un sueño que esperaba, no fuese tan malo como los anteriores, le dijo al pelirrojo, acercado su mano hacia lo que supo, era el rostro del santo—: Haidee también solía aparecer… cuando él dormía… después de tocarme, cuando yo era una niña… —cerró su ojo. ¿Moriría si se dejaba ir? No podía marcharse sin decirle nada a Gateguard—, ahora lo recuerdo. Haidee… era mi oneiroi… y me… ayudaba a dormir… cuando yo ya no podía hacerlo… por años fue así… Haidee… me ayudaba siempre… —lágrimas se acumularon en ambos ojos, el hinchado le punzó muy fuerte, pero ya no pudo contenerse más—, pero… un día… él se fue… me dejó… él… se enam…
Bajando su mano de golpe, la oscuridad volvió a tragársela.
—Continuará…—
Wow, 26 años tiene su servidora y todavía en el giro de los fanfics.
Sinceramente, cuando pasa un año más pienso que mi vida se está yendo y todo por no terminar la universidad; no sé. Mis crisis existenciales me están jodiendo mucho, más en esta época.
Espero que todos estén bien. La situación mundial está de la chingada, y la que cada país debe estar pasando por sí mismo, debe ser todavía peor. ¡Pero mucho ánimo! ¡Saldremos de esto!
Okey...
Al fic.
Miren, les voy a confesar que este giro lo había estado pensando desde que cree el fic; no fue algo que me saqué de la nada. Como verán, la "Cerveza Rosada" no es un simple título, es algo que tuve en la cabeza desde el inicio y me todavía me estoy pensando si lo introduje bien. Yo tengo mis dudas, pero modifiqué tanto el capítulo que me quedé con lo que más me convenció.
En cuanto a lo que Luciana estuvo viendo, incluso su relación con Haidee; repito lo mismo: "en este fic no habrá triángulos amorosos". No sé si se dieron cuenta que Luciana misma afirma no sentir nada especial por el oneiroi, y, este, a su vez, no la trata como a una amante o una amada del pasado.
¿Entonces qué diablos pasa?
Pues ya nos estaremos enterando. Sí, las cosas se ven mal... pero no se van a poner tan "peor". Eso espero XD
Mientras tanto, les voy a pedir que no me manden al diablo por este giro argumental, de verdad, ya lo tenía planeado pero no sabía cómo subirlo. Ojalá no haya quedado tan forzado.
Por otro lado, quiero decir que espero, en serio, de todo corazón, poder terminar este fic a mitad de este año, y luego, subir el otro que tengo planeado; esta vez, con la pareja de Sisyphus y Fluorite. A ver cuántos desean leerlo.
¡Por el momento es todo de mi parte!
Gracias por leer y comentar a:
Mumi Evans Elric, Nyan-mx, Natalita07, Ana Nari, agusagus, y camilo navas.
Nos estaremos leyendo.
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