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Noche
XVI
— Retando lo Desconocido —
…
Con lentitud, Luciana despertó una cuarta, quinta, sexta o séptima vez consecutiva (a decir verdad…eso ya daba igual) sintiendo mucho dolor en su cuerpo.
Jamás, la frase: "Estoy muerta", le pareció tan adecuada para describir su estado físico y mental al unísono.
Además, su cabeza, tanto afuera como… adentro de ella; estaban demasiado mal.
Lo peor es que no sabía exactamente por qué se sentía tan… mal. Se encontraba tan decaída. Tan poco deseosa de seguir existiendo. Estaba demasiado agotada… y tenía un frío sentimiento de vacío por dentro que le imposibilitaba siquiera separar un solo dedo de la cama como haría en cualquier otra mañana…
No recordaba qué había pasado con exactitud… todo era bastante confuso; sólo sabía que había estado a punto de morir. Lo sabía, lo presentía. Y… en parte, le hubiese gustado quedarse así.
¿De qué servía vivir?
¿Por qué no había muerto?
Al cabo de un rato, mirando sin expresión alguna, el techo de la alcoba, Luciana alzó su tembloroso brazo izquierdo. Frunció el ceño, había varios moretones, pero la mayoría ya casi desaparecían. Sus huesos apenas podían moverse lo suficiente para estirar sus dedos.
Pronto, también reconoció que la sangre había dejado de salir de su vientre y, por lo que apenas lograba adivinar, el nombre de Gateguard le vino a la cabeza, presintiendo que él tuvo mucho que ver con que estuviese aún con vida.
Él…
Ella no supo qué había ocurrido, tampoco, por qué se sentía tan mal.
Lo único que lograba atraer a su memoria, era que había hablado con el oneiroi; éste le había dado una bebida mágica, pero ya no lograba reconocer nada más.
La conversación con… ese tipo fue larga, Luciana incluso se preocupó por ya no saber qué le había dicho el dios. Pero, sus pensamientos perezosos fueron interrumpidos cuando la puerta de la alcoba fue abierta por Sage de Cáncer, quien llevaba en una de sus manos, una bandeja larga de metal con una jícara con agua y algunos trapos blancos bien doblados.
—Has despertado —se vio sorprendido, pero ella no lo vio dado a que estaba acostada bocarriba y no podía moverse, así que sólo logró reconocerlo por su voz.
—¿Qué pasó? —masculló bastante lento, no encontrado otro modo de querer saber lo que no podía recordar. Pero, estaba tan débil que ni incorporarse podía; apenas encontraba la energía suficiente para abrir la boca.
—Bueno… —él se acercó, dejando la bandeja en un mueble a un lado de Luciana, el cual, ella no pudo mirar porque su cuerpo no respondía a las órdenes de girar el cuello—, bastantes cosas.
—¿Mmm?
—Escucha, te pondré al tanto de todo, pero necesito que me digas lo que recuerdas; lo último.
No encontrando nada de extraño en su petición, ella decidió ser sincera.
—Recuerdo al oneiroi. Me dijo algo… me dio algo… pero ya no recuerdo muy bien qué pasó en esos momentos, o después —susurró tomándose su tiempo, incluso parpadear era cansado—; me duele todo el cuerpo, y tengo moretones… ¿qué me pasó?
Yendo al ritmo de sus palabras, Luciana por un segundo creyó que el oneiroi le había golpeado o algo, sin embargo, una parte suya le dijo que eso no había ocurrido. No lo aseguraba, pero tampoco tenía fundamentos para sostener dicha acusación.
Sage de Cáncer mojó uno de los trapos en el agua de la jícara, luego de exprimirlo bien, se puso en el área de visualización de Luciana, para limpiarle el rostro.
Hizo un movimiento involuntario y soltó un quejido cuando él deslizó suavemente la humedad por su mejilla.
—Perdón, pero debo limpiarte; al menos el rostro —dijo, siendo bastante cuidadoso, aunque, de todas formas, a Luciana le dolía.
Él se tomó bastantes minutos con su rostro; luego, siendo bastante gentil, sacó de la cobija su brazo derecho, el cual también estaba amoratado, con el fin de limpiarlo también. Hizo lo mismo con el otro brazo, y al final la tapó completamente.
—Las doncellas harán el resto —notificó dejando el último trapo que había usado, con los otros.
Ya un poco más despierta, Luciana esperó a que él la pusiera al tanto.
—En resumen, en tu charla con el oneiroi, él accedió a ayudarnos… el costo, fue ayudarlo en un futuro —dijo una clara mentira, pero Luciana no recordaba nada, así que se lo creyó.
—¿Ya no buscará a la chica?
—No —respondió—, no lo hará. Pudiste convencerlo.
Sonreír dolió mucho, pero valió la pena.
—Me alegro —susurró—. ¿Y Gateguard?
—Hace dos días, el patriarca lo llamó para que acudiese a una misión; volverá hoy por la noche, o mañana temprano.
—Entiendo… y… ¿cómo…?
—El oneiroi nos dio una bebida…
Algo hizo conexión en su cabeza, haciéndola susurrar:
—La Cerveza Rosada.
—Sí —masculló Sage—, ¿recuerdas eso?
—Sólo el nombre, y algo sobre… beber un trago cada… ciertos meses —hizo su mejor esfuerzo, pero no logró ir más allá. De hecho, ni siquiera estaba tan segura de que estuviese diciendo algo cierto y no tonterías sacadas de quién sabe dónde.
—Siete meses.
—¿Siete?
—Sí.
—Ah, ya veo. ¿Y…? ¿Gateguard… ya la ha probado? ¿Cómo está? —esperaba que mejor que ella, si es que estaba afuera batiéndose en duelo contra enemigos.
—No lo ha hecho, decidimos esperar hasta que tú estuviesen bien.
Y ahora que lo mencionaba…
—¿Qué me pasó, Sage? —tragó saliva con esfuerzos; afortunadamente, no había perdido los dientes o un ojo—. Me siento horriblemente mal… como si hubiese caído por un peñasco y golpeado con todas las rocas puntiagudas.
—Más o menos eso pasó —masculló un tanto enojado, y un tanto triste.
—¿Por qué?
—Escucha, por el momento, sólo comprende que, lo que te pasó… no fue tu culpa.
¿Su culpa?
Pues, ¿qué había pasado? ¿Por qué no se lo decía sin tapujos?
—Por favor, dímelo —pidió, casi rogando.
—Tú… —dudó mucho, pero al final resopló—: bebiste la cerveza.
—¿Qué hice, qué? —se sorprendió y casi se levantó de la cama, tensar sus músculos le pasó factura rápida ya que gracias a ese brusco movimiento, cerró sus ojos ante la fuerte punzada de dolor.
—Calma, no te hagas daño —pidió Sage, ayudándola a recostarse.
Tomándose su tiempo para calmar ese malestar, Luciana se dijo, ¿por qué ella haría algo tan estúpido e imprudente?
Incluso con medio cerebro dormido, ella no estaba tan convencida de que, por su voluntad, haría algo como eso sin saber, o siquiera imaginar, las consecuencias que le caerían encima, porque, algo debieron advertirle sobre hacer eso, ¿o no? Luciana no lo sabía, maldición, ¿por qué no lo sabía? Estaba anonadada.
—¿Por qué? Y… ¿y es por eso que terminé así? ¿Por qué no lo recuerdo?
—No sabemos por qué, sólo sabemos que lo hiciste. Y… y francamente, no quiero seguir hablando de eso por ahora; de verdad, ni tú ni yo deberíamos seguir —se levantó de su asiento, y mirándola desde arriba, le dijo como último—: trata de descansar. Cuando estés mejor, las doncellas te ayudarán en lo demás.
—Claro… gracias —bisbiseó agotada, todavía muy confundida.
¿Ella había bebido aquello que le dio el oneiroi para Gateguard? ¿Y él lo bebería también?
Bueno, si sería algo que un santo dorado soportaría, ¿por qué ella se había tragado la cerveza? ¿Qué demonios había pasado por su cabeza?
¿De verdad ella había tomado aquello por su propia voluntad?
Cielos… ¿por qué no podía recordarlo?
Luego de un momento a solas, pensando en esto y aquello, recobrando poco a poco su movilidad corporal, Luciana logró sentarse por su cuenta poco antes de que un grupo de 5 doncellas llegase bien ordenado, cargaban un lindo y largo camisón amarillo, una cubeta de agua tibia, una cubeta vacía, y varios paños.
No fue hasta que ellas la ayudaron a levantarse y quitarse el camisón azul que llevaba y ya olía mal, que se dio cuenta que en lugar de ropa interior estaba usando un montón de paños apilados bajo su intimidad, los cuales tuvieron que ser removidos para comprobar si la cama que usaba estaba seca.
¿Qué demonios significaba eso?
Con una sensación de vergüenza apretándole la garganta, Luciana no pudo siquiera concebir la idea de que había estado en esa cama por más de… ¿cuántos días llevaba dormida?
Dioses, qué pena.
Lo peor, vino cuando el camisón se fue de su cuerpo y Luciana miró horrorizada que todo su gordo ser estaba lleno de moretones y rasguños; una costra grande en su rodilla derecha, como si la piel de esa zona hubiese sido rebanada hace poco, y, de hecho, eso lo vio porque sobre la misma, había un paño delgado y pequeño, con una venda cubriéndolo.
Antes de lavarla, la ayudaron a usar la cubeta vacía como letrina; no cayó mucha orina, y hasta eso le causó un poco de malestar en sus músculos, sin embargo, aun con toda su vergüenza por estar desnuda, haciendo sus necesidades, con un montón de ojos observándola, tuvo que aliviarse bien.
—Perdonen las molestias —masculló con la cara roja, viendo cómo una de las doncellas sacaba esa cubeta con la mayor discreción y naturalidad posible—, en serio, lo siento.
Su piel fue lavaba con cuidado por cuatro doncellas mientras la quinta la ayudaba a permanecer de pie. Luego, iban a apilar un montón de paños en la cama para ponerla encima de ellos, luego de ponerle el camisón, pero Luciana replicó:
—Creo que me sentiré mejor sin eso ahí —menos avergonzada, había que decir—; podré caminar antes de que necesite hacer… eso, otra vez —no sabía de dónde sacaría las fuerzas, pero la próxima vez que necesitase la letrina, iba a levantar su culo e ir a desahogarse—. Por favor, sólo el camisón.
Las doncellas se vieron entre ellas antes de que una asintiese con la cabeza. Y, por fin, Luciana comprobó que estas sí podían hablar, ya que esa misma le dijo con voz delicada:
—Pasaremos cada hora para asegurarnos de que esté bien; en media hora estará listo su almuerzo. Si necesita nuestra ayuda, no dude en decírnoslo.
—Claro, muchas gracias —respondió de verdad agradecida, y todavía bastante sonrojada.
Inhalando profundo, estando en la cama otra vez, sólo que, en esta ocasión, con todas las almohadas puestas sobre su espalda para mantenerla sentada, Luciana miró cómo las chicas se iban con los utensilios que habían requerido. Una de ellas volvió poco después para limpiar el agua del suelo con un paño y una cubeta de agua fría.
Era incómodo para ella estar con alguien que la ignoraba; o (tal vez) tenía que ignorarla.
—¿He dormido mucho? —le preguntó, sin esperar que ella dijese nada. Y no se equivocó. La doncella no pareció siquiera haberla oído.
Sin las fuerzas para insistir, Luciana ocupó su media hora para ver sus brazos. El camisón tenía mangas cortas hasta sus codos, por lo que la mujer sólo pudo analizar sus dedos y palmas con atención. Tenían cortadas, pero ya algunas a punto de cicatrizar.
¿Cómo se había hecho ese daño? ¿Había sido la cerveza?
Eso era ilógico, pero, considerando que aquello era cosa de un dios, tal vez no lo fuese tanto.
¿Y si…?
«¿Y si esto me gané por tomar esa cerveza sin permiso?» se cuestionó, todavía no entendiendo qué la había orillado a hacer algo así. Permiso o no, ¿por qué había bebido algo que ni siquiera era para ella?
Como sea, era mejor pensar en las disculpas que le daría a Gateguard de Aries.
Luciana todavía no sabía que tantos problemas le había causado ella a ese pobre hombre, pero por los lógicos días en cama y el hecho de saber que por cada uno de ellos fue una noche en la que él no había podido dormir en paz, Luciana se imaginaba que tenía mucho por lo que responder. Y no recordarlo, no sería una excusa.
Rendida a las consecuencias, Luciana aceptó una sopa caliente con buen agrado. Su estómago agradeció de sobremanera las verduras suaves y el sabor a pollo. Una de las doncellas le ayudó a comer, sosteniéndole el plato y acercándole la cuchara; y por mucho que a Luciana le hubiese gustado hacerlo sola, sus energías le impedían sostener un orgullo por más destrozado.
Al terminar de comer, la doncella se retiró junto a la que había estado limpiando no sólo el piso, sino el resto de la alcoba.
Ahora que estaba sola, Luciana se tomó su tiempo para mirar dicho sitio.
Este no era el mismo cuarto que ella y Gateguard habían estado usando. Este… se veía más equipado. La cama era bastante cómoda. De hecho, incluso parecía ser la que sólo usaría un rey.
A su derecha, en la pared, había un enorme ropero de madera, que iba casi de esquina a esquina, con cinco puertas; quién sabe qué tendría adentro.
«Aparte de ropa, ¿qué más puede tener?» pensó insultándose por millonésima vez en estas horas.
Pero, ¿quién en este Santuario necesitaba un ropero con tantas puertas? ¿Todas tendrían ropa?
En la pared de adelante, la que también daba vista hacia la puerta, estaba un mueble de madera con varios cajones (contó 4… pero su vista no estaba del todo bien así que lo dejó así) que tenía un candelabro viejo con capacidad de hasta seis velas. Todas encendidas.
A la izquierda, había una gran ventana cubierta con gruesas cortinas verdes… o azules, las cuales caían al piso.
Luciana suspiró incómoda. No sabía dónde estaba, pero sí sabía que no debía estar ahí. ¿Dónde estaría? ¿Seguiría en Aries? ¿O acaso estaba en Cáncer, invadiendo el espacio de Sage? Eso, explicaría bien su presencia.
Se encontraba tan metida en su cabeza, con aquello de la alcoba y aquello de su estupidez con la dichosa cerveza, que casi saltó encima de sí misma cuando la puerta se abrió otra vez, y del oscuro pasillo emergió la sombra de un hombre encapuchado, el cual reveló su identidad bastante pronto.
«Gateguard» pensó enmudecida, viéndolo pasar a la alcoba, desprendiéndose en el proceso de la capa.
Ignorándola, él se encaminó, arrastrando un costal grande por el piso, hacia el ropero. Guardó la capa luego de abrir la primera puerta de la izquierda; Luciana apenas pudo ver que adentro, había a otras prendas bien acomodadas. Algunas dobladas abajo, otras colgando de un tubo metálico.
Luego de cerrar la puerta, el costal, lo dejó sin más, apoyado ahí mismo.
Pasó a la segunda puerta, de ahí sacó una toalla de una pila grande que se alzaba casi hasta al par de la estatura del santo. La cerró. De la tercera puerta, extrajo algunas prendas, luego, en estricto silencio, salió del cuarto otra vez.
Todo sin dirigirle siquiera la mirada.
«Está molesto» se confirmó a sí misma suspirando; reacomodándose, adolorida todavía. «¿Y cómo no estarlo? Por mi culpa seguramente no ha podido descansar». De hecho, Luciana ya se esperaba que, apenas verla, él decidiese echarla de este sitio.
Y, ahora que lo pensaba, ¿acaso estaba en la alcoba de Gateguard? Bueno, el ropero, la ropa, su naturalidad al moverse en este sitio, eso le decían… pero…
¿Eso quería decir que la otra habitación no era donde normalmente dormía?
Pensando mucho en eso, no contó los minutos, o la hora, que Gateguard de Aries usó para su aseo personal. Cuando él volvió, esta vez sí la miró.
De hecho, se mantuvo de pie, viéndola a los ojos mientras se secaba el cabello con la toalla; usando la muda de ropa que había extraído del ropero momentos antes; y las prendas sucias en la otra mano. Luego de pasar, dejando que la puerta se cerrase a sus espaldas, él dejó las prendas que había usado, encima del costal, y luego volvió a ella, con la toalla sobre su cabeza.
Con cada paso que daba, y se mantenía en silencio, ella más y más se esperaba que comenzase a gritarle.
De hecho, Luciana llegó a un punto en el que prefirió oírlo gritándole que sólo verla de ese modo.
Seriedad. Enfado. Frialdad. ¿Cómo describir ese semblante?
«Por favor, grita, regaña, ¡insulta! Pero no te quedes callado», incapaz de seguirle sosteniendo la mirada, ella bajó la suya al piso.
Tragó saliva cuando él fue y se sentó en la cama, a la altura de su rodilla herida.
—¿Cómo te sientes? —preguntó de manera calmada.
Su tono no sonaba enfadado o siquiera sarcástico. Sonaba… normal.
Sin embargo, Luciana no pudo abrir la boca y decirle que estaba mucho mejor que cuando despertó.
—¿No quieres hablar?
No es que no quisiese, es que no podía.
Estaba tan avergonzada.
Él soltó un suspiro.
—Sage me dijo que no recuerdas nada —continuó diciendo con total normalidad, como si no pasase nada malo—, ¿eso es cierto?
«Vamos, habla» se espetó a sí misma, «¡ten algo de honor y respóndele!», ella abrió sus temblorosos labios—. Sí —le costó exhalar eso—, es verdad.
—De acuerdo —él se sacudió la cabeza una vez más con la toalla, bajándola a su regazo—. ¿Has comido algo?
—La-las doncellas… me-me di-dieron algo… hace poco —agregó luego de una gran pausa.
—Bien —dijo Gateguard, levantándose, llevándose la toalla. Fue hasta donde dejó el costal y el resto de su ropa, para llevársela de vuelta afuera—. Ya vuelvo.
De nuevo se quedó sola.
«¿Por qué no me gritó?» su cuerpo se quedó quieto, pero ella se sintió más pequeña, más idiota.
Pasó torturándose con sus preguntas y pensamientos un rato más, hasta que él volvió. Cargaba un vaso de barro con té humeante. Luciana supo que eso era ya que Gateguard le extendió la bebida.
—Tómalo todo —le dijo sin parecer agresivo; de hecho, incluso lucía bastante amable sin dejar su típica seriedad—. No es necesario que te apresures, hazlo con cuidado para que no te quemes —le comentó luego de que Luciana alzase sus manos y aceptase el ofrecimiento.
No olía a algún té que ella hubiese probado antes; primera observación. Lo segundo que notó, fue que el sabor no era desagradable, sino más bien dulce. Muy, muy dulce, y le hacía bien a su garganta. Le daba calor a su cuerpo. Luciana no sabía lo que era, pero estaba encantada.
—Gracias —masculló luego de primer sorbo—, está delicioso.
Y no lo merecía.
¿Por qué él estaba siendo tan gentil?
Lo miró, no pudiendo contener lo lloroso de sus ojos. Quiso retenerse, quiso ser madura y aceptar lo que le tocaba con dignidad: gritos, un despido, ser echada con lujo de violencia de donde sea que estuviese ahora. Pero no pudo. Sus emociones sencillamente fueron estúpidas y se rebelaron en contra ella y sus patéticos planes de recuperar parte de su honor.
—Gateguard —lo llamó, a pesar de que él la veía, sentado a su lado en una silla de madera.
—¿Te duele mucho aún? —curioso y preocupado, no quiso tocarla, aunque al parecer, ganas no le faltaron.
¿Por qué-demonios-era-tan-amable?
—Perdón —masculló dejando que las lágrimas saliesen de sus ojos, volviendo su cabeza hacia abajo, en su regazo, sosteniendo lo más firme que pudo el vaso con té dulce humeante.
—Ah, es eso —se relajó, muy para la sorpresa de Luciana, quien no pudo hacer nada salvo seguir llorando, reteniendo su mucosa nasal y sus gemidos lastimosos—. Todo está bien, lo importante es que ya pasó.
No.
No estaba bien, no para ella.
Ambos esperaron a que Luciana terminara y alzase la cabeza, para mirar al santo con sus ojos rojizos e hinchados.
—¿Por qué no me gritas? —preguntó lo más obvio. Cualquier otro jefe en su lugar, estaría humeando de la cabeza.
Eso sin contar que había usado algo que un dios le había dado a él, no a ella.
¡¿Cómo pudo ser tan idiota?!
—Porque lo hice por varios días, sólo que tú no me oías. También estoy cansado —respondió, recargándose en el respaldo de la silla. Y en serio no se veía molesto, tal vez, sólo agotado por su misión… y por los problemas que ella le ocasionó.
—No sé qué pasó —negó con la cabeza, tragándose un sollozo—, no sé por qué bebí… eso. No lo sé, pero lo siento.
—Sí, yo también —suspiró Gateguard.
Más confundida que antes, ella lo miró con una mueca que le costó dolor debido a su esfuerzo por mantenerla.
—Resulta que… —habló él, explicándose con cierta pena, sin dejar de mirarla con un extraño semblante de culpa—, soy más empático de lo que creí. En realidad, siempre me creí incapaz de sentir algo hacia mis semejantes. Por raro que te parezca, lo siento más por ti que por nada.
—¿Por qué? —se preguntó a sí misma si él se refería a las heridas de su cuerpo—; no me pasó nada que me mereciera, ¿o no?
—No —espetó, ahora sí fríamente molesto—. Y no vuelvas a decir eso.
Mirándose a los ojos por un tiempo, Luciana no supo qué decirle. ¿Por qué no le daba la razón y decía que, efecto, estaba así (hecha un desastre) por haber hecho algo que no debía? Aunque, tampoco es que quisiera escucharlo diciéndole lo idiota que era.
De pronto, se sintió superada por su intensa mirada. Quiso que alguien más llegase; que algo los interrumpiese.
Si él seguía indagando en su alma por medio de sus ojos, ella iba a comenzar a temblar.
Así que, para romper ese contacto, Luciana parpadeó y volvió su cabeza hacia enfrente, tomando un poco más del té. ¿Era su imaginación o sabía un poco menos dulce que antes? No le desagradaba, pero sí notaba ese cambio.
—¿De qué es? —preguntó tímida, queriendo dejar el otro tema a un lado.
Ya se disculparía con más propiedad cuando no se sintiese como una hoja aferrándose a la rama que la sostenía en medio de un vendaval.
—Es un secreto —respondió—, pero… puedo decírtelo, con una condición.
No estaba en sus planes enfrentar la mirada de Gateguard de Aries, pero sus instintos fueron estúpidos e hicieron reaccionar a su cuerpo, girando la cabeza otra vez hacia él.
—¿Cuál?
¿Hacerle la cena? ¿Lavar su ropa? ¿Masajear sus hombros? ¿Ladrar como un perro? ¿Limpiar su templo de arriba abajo? De todo lo que se imaginó, Luciana no se esperó lo que oyó.
—Di: "no es mi culpa" —sus ojos azules se achicaron sobre ella.
—¿"No es mi culpa"? —susurró confundida. ¿Por qué eso?
—Repítelo dos veces más, con más fuerza, y no preguntes —ordenó sin ser realmente demandante, más bien, parecía ansioso.
—No… no es mi culpa… —parpadeó nerviosa por la extraña condición.
Claro que era su culpa estar aquí sentada, haciéndole a él perder su tiempo. Pero, si Gateguard ya no la condenaba por eso, ¿por qué ella estaba resistiéndose?
—Te falta una —le señaló.
—No es mi culpa —dijo sin interrupciones.
Gateguard inhaló profundo.
—Dilo tres veces más.
Tragando saliva, viéndolo a los ojos, ella accedió.
—No es mi culpa; no es mi culpa; no es mi culpa —por curioso que pareciese, cada vez que ella decía eso, se sentía más ligera y tranquila.
—Dilo una vez más —pidió entrecerrando sus ojos, como si él también se sintiese mejor.
¿Qué estaba pasando?
Luciana no lo sabía, pero… tal vez, no era el momento de preguntar.
—No es mi culpa.
Formando una sonrisa suave, pero muy significativa para Luciana (y su corazón, el cual brincó en su sitio), él asintió con su cabeza.
—No es tu culpa; nunca lo fue.
Él se deslizó sobre la silla, quedando casi acostado sobre ella, con la espada recta, pero apoyada sobre el respaldo, y el cuello echado hacia atrás.
—No fue tu culpa —bisbiseó como si eso le diese paz a él también.
Luciana estaba confundida, pero un poco más relajada.
Casi se sentía ella misma otra vez.
—Gateguard… —iba a preguntarle si estaba cansado de su viaje, y si quería dormir, que lo hiciese a su lado, pues ella lo vigilaría; es decir; no quería que él se desvelase ni molestase más por ella. Más que nada, quería seguirle agradeciendo por su atención.
—El té tiene raíces de Elíseo, y bastante miel.
—¿Elíseo? —eso le sonó a "Los Campos Elíseos", pero eso era sencillamente ridículo; nadie podía llegar hasta ahí sin morir y merecerlo.
—Así se llaman, Lucy. Provienen de Roma —explicó, sentándose bien otra vez—, te ayudarán con tus heridas; mañana podré curarlas por completo y podrás volver a casa, pero hoy deberás beberlo todo para que mantengas tus fuerzas.
Asintiendo con la cabeza, encontrándole sentido a sus palabras, Luciana le agradeció una vez más, hasta que su cerebro volvió a torcerse y casi se ahogó mientras bebía.
—Con cuidado, te dije que fueses lento —le dijo él, sin preocuparse por verla tosiendo.
—Dijiste, ¿miel? —lo miró estupefacta.
La última vez que ella supo que en el pueblo se vendía miel, se enteró también que ese producto costaba casi un ojo de la cara.
—Sí… ¿acaso es malo?
—Para tu bolsillo, tal vez —dijo impactada mirando su vaso vacío—, ahora entiendo por qué sabía tan dulce.
Esta vez, fue él quien pareció sorprenderse.
—¿Dulce?
—Sí —masculló ella dudando de todo—, la miel es dulce, ¿no?
—Sí, lo es, pero… —él pareció dudar también; entonces sonrió en su dirección—. ¿Segura que te sabe dulce?
—Ajá —temiendo decir algo que no debía, ella asintió.
—Espera un momento —con una ansiedad y apresuro jamás vistos, él se levantó de la silla y salió de la alcoba.
Luciana apenas parpadeó cuatro veces cuando Gateguard volvió, abriendo la puerta, retomando su asiento, y mirándola como si nada pasase.
—Sí. Eso es bueno —dijo en su suspiro.
—¿De verdad? —lo vio asentir—, entonces lo creeré.
Sonriendo también, por primera vez en ese día, ella permitió que él le quitase el vaso y la ayudase a acostarse. Mientras descendía al colchón, ella insistió en que no era necesario; es más, quería levantarse y caminar un poco, pero el santo no dio su brazo a torcer. Le acomodaba la cobija encima de su pecho, con cuidado y sin ninguna segunda intensión.
«Dioses, por favor, no hagan que me enamorarme de él» rogó sonrojándose bastante ante la imagen de ese hombre tan fuerte, siendo delicado con ella; su corazón iba más allá de lo normal, y eso la puso nerviosa—. Pero… ya te dije que no tengo sueño, querido —hizo un fingido puchero infantil.
Cuando él la miró, sonrojándose un poco, Luciana se rio, considerando tierno que Gateguard le insistiese con seguir descansando.
—Sí, sí, búrlate todo lo que quieras —murmuró irritado, haciendo una mueca.
—No me des esa alternativa, porque la tomaré —a pesar de que sus músculos faciales estaban rogándole porque dejase de usarlos, ella no pudo borrar su sonrisa burlona.
—Nada como diez minutos oyéndote hablar para extrañar verte dormida —murmuró más para sí mismo que para ella.
Incapaz de parar, Luciana soltó una risita.
—Así que me veías dormir, ¿eh? —dijo emocionada—, ¿ronqué mucho? ¿Hablé dormida? No te dije la receta de mi moussaka especial, ¿verdad? —bromeó con eso; tanto, que incluso logró que él se riese con ella luego de contenerlo.
—¿Moussaka especial?
—Es deliciosa —dijo segura de sí misma—, algún día la prepararé para ti, y te gustará —enfatizó lo último, haciendo un gesto de superioridad.
Terminando de arroparla, Gateguard no se alejó, sino más bien, dejó su mano derecha al lado del brazo izquierdo de Luciana; mientras que mantenía la mano izquierda al lado de su cabeza, sobre la almohada. Un poco más, y ambos estarían acostados juntos, él sobre ella.
—¿Esa es una amenaza? ¿O una promesa? —le musitó peligrosamente cerca de su rostro.
—Tómalo como quieras —lo retó alzando una ceja, sonriendo valiente—; aunque no lo creas, mi único talento no es sólo besar.
Aún un poco malhumorado, él hizo una mueca burlona.
—¿Y cuántos talentos más tienes ahí, que quieras presumirme? —su voz sonó ronca.
Y ella no pasó por alto que él formó un puño con su mano derecha, aferrándose a la cobija que la cubría.
Su angelita metafórica invisible, quien se parecía físicamente a ella midiendo apenas más alto que una fresa, y era una rígida molestia con respecto a sus modales, le reprendió al lado de un oído por comenzar a excitarse por esta situación.
"¿Acaso no te da vergüenza? Con todos los problemas que le causaste. ¡Y mírate! ¡Estás tan apaleada que apenas puedes hablar!"
Sin embargo, su diablita metafórica, la cual se dejaba llevar más rápido por la pasión y le había sido muy útil durante su trabajo en la taberna (y que también se parecía a ella físicamente) le dijo al otro oído que no parara.
"Vamos, síguelo presionando; es claro que él no te rechaza. Sólo un beso. Extrañamos esos labios y ese sabor. Lo necesitamos para sentirnos mejor".
Luciana le dio la razón a esta personalidad rojiza y burlesca.
—No me rete, caballero. Tengo los suficientes talentos para hacerlo ponerse de rodillas en menos de diez minutos —le masculló altanera y seductora—; pero… claro —chasqueó la lengua, cerró sus ojos, y fingió una voz lastimosa—, ahora no puedo hacer nada porque estoy en cama, y no me dejas salir de ella.
La risa baja y maliciosa de él le bajó el valor de golpe.
Cuando Luciana abrió sus ojos, se encontró con la sonrisa más sexy y atemorizante que pudo haber visto alguna vez.
—No, mujer —dijo manteniendo esa expresión, como si se contuviese a hacer algo—. Tú no me retes a mí, porque entonces tendrás un grave problema.
Ella lo miró con el corazón en la garganta, manteniéndose firme, pero sin sentir la osaría de interrumpirlo hasta que él dio el tiempo de hacerlo.
—¿Y cuál sería ese? —preguntó seria, más su rostro no pudo evitar traicionarla, tornándose rojo, cuando lo vio aproximarse más a su rostro.
—Soy de naturaleza competitiva —dijo con voz ronca—, y cuando alguien cree que puede ponerme de rodillas, me lo tomo como un reto personal… —rozó sus labios con los de ella, sin llegar a besarla por completo—, ahora, compórtate. Quédate quita y descansa. —Bruscamente se apartó.
Luciana lo vio alejarse hasta que salió del cuarto, apenas la puerta se cerró tras la espalda de Gateguard, ella exhaló luego de haber contenido el aire.
«No tengo remedio. Voy a arder en el infierno» pensó llevándose su amoratada mano hacia su pecho, «vamos, calma» le dijo a su corazón.
Luego, como si pudiese ver a su angelita enojada, y a su diablita brincando de alegría, les susurró a ambas entre dientes:
—Y ustedes dejen de confundirme —hizo un quejido; su cuerpo aun le dolía.
Gateguard había tenido razón, necesitaba descansar más.
—Vamos a dormir… otra vez —resopló, bostezando poco después, tratando de dejar de sentirse ansiosa por no haber recibido el beso que había querido cuando él rozó sus labios y le habló con esa voz tan sensual.
No sabía si Gateguard había hecho eso adrede, pero a ella le gustó, tanto que ni siquiera recordó que físicamente no estaba ni para recibir un abrazo, cuanto menos algo más… rudo.
En esta ocasión, le costó dejar ir su mente, pero no fue imposible. Durmió por un rato, no soñó nada, y cuando se despertó al cabo de un rato, escuchando… la lluvia, ella se vio bastante descansada y con energías.
La culpa de su estupidez finalmente se había disipado lo suficiente para que pudiese encarar al mundo sin esa vergüenza.
Con las suficientes fuerzas para levantarse, eso sí, haciendo quejidos de molestia por su condición aun deplorable, Luciana arrastró sus pies por el pasillo hacia la letrina. Dolió, casi a mitad del camino se arrepentía por no haber aceptado los trapos bajo su cuerpo, pero por fin logró desahogar su cuerpo como era debido. Lavó sus manos con cuidado, y con la misma lentitud se dispuso a volver a la cama.
Sin embargo, cuando abrió la puerta, no entró a la alcoba donde había estado sino a…
«Gateguard…» pensó sorprendida.
Él estaba acostado en la cama que anteriormente ellos habían estado utilizando.
Sin darse cuenta, sus pasos, llevados por la inercia, la habían llevado ahí. Pero eso no era lo que le había puesto nerviosa, sino el hecho de que él parecía estar durmiendo sin ningún problema.
«¿De verdad estará durmiendo?» pensaba, imposible de detenerse a la hora de acercarse a su posición.
Peor fue cuando se dio cuenta, por la poca luz de las dos velas encendidas, era que él estaba desnudo de su torso.
"¡Deja de mirarlo, pervertida!" le gritó su angelita.
Dándole la razón esta vez, ella desvió la mirada de él, buscando una manta para taparlo. La encontró a los pies de la cama, la tomó y la extendió con lentitud encima del santo, el cual respiraba lento.
Un trueno retumbó en las paredes, pero eso no asustó a Luciana.
El que ese ruido haya despertado a Gateguard, sí que lo hizo.
Él abrió sus ojos de golpe, atrapándola infraganti.
—¿Qué haces? —preguntó en un murmullo.
A punto de actuar como idiota y mecer sus manos enfrente de ella y hacer círculos imaginarios mientras canturreaba "estás soñando, nada de esto está pasando, vuelve a dormir", ella dio un paso hacia atrás.
—Ehm… pues, digamos que me acostumbré tanto a este sitio que, cuando me levanté para ir a la letrina y volví, no me di cuenta que estaba viniendo hasta para acá… todas las puertas se parecen y no me di cuenta —se explicó, sonriendo nerviosa—; no creas que quería hacer algo raro, sólo pensé que, quizás, tendrías frío… está lloviendo y enfriando, y… y ya me iba.
Considerándose afortunada porque él no la detuviese, diciéndole que no le creía, ella salió de ahí lo más rápido que pudo y buscó una segunda luz proveniente de otra puerta. Más adelante, se encontraba en la alcoba en la que debía estar.
Luciana suspiró, volviendo a la seguridad de una cama que no le pertenecía. Se acostó con lentitud y cuidado, y se tapó hasta media cara.
«¿De verdad, ya puede dormir sin mí?» frunció el ceño, un poco desalentada.
¿Acaso habría tomado ya la Cerveza Rosada del oneiroi? ¿Cómo lo había llevado? Mejor que ella, seguramente.
Eso significaba, ¿qué ya no requería sus servicios?
No pudo evitar sentir que eso le dolía.
Bien. Su trabajo había terminado más pronto de lo que creyó.
Lo peor, es que no sentía que hubiese hecho algo realmente útil.
—Continuará…—
Antes de pasar a las notas del fic, vamos con un corto comercial :P
Para quienes no lo sepan, estoy haciendo también mis novelas originales, y aprovecho esta oportunidad para darme cierta publicidad.
Únicamente en Wattpad y Booknet, estoy subiendo dichas historias, con el seudónimo de "Adilay Ackatery". Si desean ayudarme con votos y comentarios, siguiéndome, en ambas plataformas para que, pueda... con el tiempo, por fin lograr ganar dinero con mi mayor pasión, al mismo tiempo que los entretengo con mis locuras, se los agradecería mucho.
Pero no quiero obligar a nadie :D en caso de que quieran apoyarme sólo con los fics, se los agradeceré también.
Fin del corto comercial XD
Vayamos al fic.
Como pueden leer, Luciana no tiene conocimiento de lo que pasó. Lo que ocurrió con ella y toda la semana que pasó inconsciente, lo veremos en una sección especial que he decidido llamar "eclipse lunar", la cual, serán un aproximado de 3 capítulos contados únicamente por Gateguard. En ellos, veremos por lo que él pasó mientras nuestra Lucy estaba entre la vida y la muerte, prácticamente.
Será dramático, preparen los kleenex, yo nada más recomiendo jijiji.
Aun me falta agregar y quitar detalles, de hecho, no sé a ciencia cierta si serán 3 o más/menos capítulos, pero de que ya tengo planeado que Gateguard cuente a su ritmo lo sucedido, ya lo tengo planeado.
Sinceramente, no sé si esté extendiéndome mucho con este fic. Creo que si seguimos así, este será el más largo que hecho... ¡y sólo iba a ser un one-shot! XDDD Pero, mi meta es terminarlo como es debido.
Otra cosa, para aquellos que ya se están olfateando los próximos ataques cardiacos, o sea, las revelaciones futuras, quiero decirles que... cuidado, el FBI los quiere reclutar XDDD nah! De hecho, algunos me sorprendieron con sus teorías, y estoy ansiosa por revelarles más del pasado de Luciana, el cual, todos han acertado en que no será bonito, ¡sin embargo! No se dejen engañar, ¡nuestra Lucy siempre ha sido cabrona y ya lo verán! Es sólo que, como dijo Haidee, debía estar lista para afrontar lo que iba a ver en sus memorias; cometió un gran error, sí, lo padeció y sabrá aprender de ello, ténganlo por seguro. ;)
Insisto, Haidee, la cerveza y todo lo relacionado a Luciana, ya estaban planeados desde el principio; no sabía exactamente como nuestro oneiroi iba a aparecer, pero les puedo asegurar que incluso él tiene secretos y razones para actuar de la forma que hace. Afortunadamente, todavía nos queda tiempo para indagar en lo que le relaciona con Luciana...
En cuanto a Colette, no haré ningún comentario; ¡me encantó esa teoría de que ella es su hija! Pero como no soy fan de dar spoilers, veremos con qué nos encontramos y a ver si acertaron. 7u7
¡Por cierto!
Sé que en Grecia, durante ese siglo (al menos eso CREO) no tenían a sus "angelitos" y "diablitos" susurrándoles al oído de manera caricaturezca, pero ese fue un pequeño detalle mío para quitarles un poco de la amargura que les dejó el episodio anterior.
Como ven, soy una torturadora generosa XD.
Por cierto, no quiero alarmar a nadie, pero mi musa se volvió loca otra vez, y en el siguiente capítulo tendremos... algo... 7w7. ¿Ustedes me entienden verdad? :3
¡Bueno ya!
Mejor los dejo ir en paz, ¡espero de todo corazón que les haya gustado este capítulo! Nos veremos pronto con el que sigue.
Gracias por leer y comentar a:
Mumi Evans Elric, Nyan-mx, Natalita07, Ana Nari, agusagus, y camilo navas.
Nos estaremos leyendo.
Reviews?
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