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LA LUNA ROJA
3
…
Antes de los grilletes…
Antes de aquella confesión…
Antes de la cremación…
Antes de la renegociación.
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Noche
XVIII
— La Confusión de Gateguard —
…
Gateguard de Aries estaba en problemas.
—Le dije que no llegase tarde —masculló parpadeando cansado, y enojado. «Eso le dije, ¿no?» se quedó pensando en eso, «claro que se lo dije».
En medio de la oscuridad, él andaba caminando en su propio perímetro como un animal.
¿Por qué ella tardaba tanto?
Pasándose su cabello para atrás, en un intento de despejar su rostro, Gateguard de Aries estaba yendo de un lado al otro. Echaba una mirada hacia la taberna, la cual aún tenía pocas luces encendidas; más tarde seguía caminando. Suspiraba con agotamiento; se pasaba las manos otra vez, peinando cabello hacia atrás.
Sabía que estaba al borde. ¡Estaba a punto de caerse! Eso sin contar que ambas sienes estaban punzándole; atormentándole.
Aferrándose a la poca calma que le quedaba, Gateguard inhaló profundo y luego exhaló sonoramente sin dejar de andar de un lado al otro.
¿Por qué-carajos-tarda-tanto?
Quiso ignorar que su vista estaba nublándose por ratos; se dio varias fuertes cachetadas. Incluso llegó al punto de pensar en tirarse por una colina alta y esperar caer de cabeza contra algunas rocas filosas con el fin de poner fin a esta maldición. Sin embargo, cuando ya estaba a punto de considerar, irse a ahogar al fondo del mar, miró por el rabillo del ojo, a una sombra salir de la taberna. No era ninguna chica delgada. El cabello era largo y un poco ondulado…
Ahí está.
Tan harto y fastidiado… así como profundamente cansado, Gateguard sencillamente ya no midió lo que haría; su racionalidad se apagó y sus instintos lo gobernaron para mal. Su lógica de ese momento fue: "ella me ha dado su permiso, al fin está disponible, me hizo esperar, no voy a tolerar ni un maldito segundo más".
Muy para su pesar, no estar del todo conectado con su razón le pasaría una factura muy grande esa noche. Porque, para empezar no sólo se movió sigiloso como un animal salvaje hasta que pudo tomarla y transportarla en un segundo hacia su casa, sino que, para joder más la situación, por poco la fulminó del susto debido a eso.
Sin embargo, en ese momento, Gateguard no lo razonó como debió.
En un parpadeo, ellos estaban en la taberna, y al siguiente, se encontraban en Aries. Por un par de segundos, incluso a Gateguard se sorprendió de no haber tropezado en el camino o estrujar demasiado fuerte a esa mujer, hasta el punto de romperle los huesos.
No notó que ella cayó al piso, hasta que miró hacia abajo y la vio.
Se preguntó qué rayos hacía ahí.
—Por favor, no me mate… —decía ella completamente aterrorizada, echada en el suelo.
Pensando más con la desesperación y cansancio, que, con la razón, ni empatía, Gateguard se dijo que esa mujer estaba siendo ridícula. A Gateguard ni siquiera se le pasó por la cabeza el hecho de que ella había caído de ese modo porque a él se le ocurrió no avisarle que estaba a punto de tomarla así, trasportarla hasta Aries y, además, soltarla sin la más menos consideración. De verdad, no lo pensó.
«Si quisiera hacerte daño, ya lo habría hecho» mantuvo en su cabeza. «Pero, muerta no me servirás de nada», poco después tendría tiempo más que suficiente para meditar en lo que se le había cruzado por la cabeza en ese instante.
—Qué sea rápido, qué sea rápido, qué sea rápido —mascullaba más para ella que para él.
¿Qué demonios? Sólo la había trasladado para que no caminase tanto, ¡le había hecho un favor!
Poniendo los ojos en blanco ante ese cutre espectáculo, Gateguard se le acercó lo suficiente para arrodillarse frente a ella, y picarle su sien derecha con su dedo índice de la mano izquierda.
—Nadie va a matarte, cálmate un poco.
Soltando un respingo, aparentemente, reconociéndolo; ella por fin dejó de temblar como una hoja de árbol a punto de caerse de su rama.
—¿Gateguard de Aries? —masculló ella alzando la cara hacia él—. Entonces… ¿fuiste tú quien me agarró así y me trajo hasta acá? —masculló con los dientes chocando un poco entre ellos.
Se veía pálida.
¿Estaría a punto de gritar? ¿Estaría aterrada? ¿Pensaría que él iba a hacerle daño? ¿Ella ni siquiera se imaginó que era él quien la agarró?
Para Gateguard no tenía sentido ese ataque de pánico; porque, empezar, ¿por qué carajos ella había pensado que alguien querría secuestrarla para matarla? Vaya ideas tan ridículas las de los pueblerinos, ninguno de ellos era lo suficientemente importante para tomarse tal molestia.
Si algún enemigo traspasaba las fronteras de Rodorio, sería para intentar llegar hasta Athena; los pueblerinos serían volados en pedazos en un segundo a otro, cuanto mucho, pero nunca serían rehenes de nadie. El que esta mujer pensase que, por alguna razón, valía la pena esperarla tanto tiempo afuera de la taberna y extraerla del modo que él hizo, casi hacía que Gateguard se riese.
—Sí, ¿quién más? —le preguntó. Se habría burlado de la actitud exagerada de esta mujer, sin embargo, él estaba demasiado cansado y hastiado para intentar hacer esos malos chistes.
—No sé… no sé quién más… —susurró acostándose bocarriba, cerrando sus ojos, inhalando profundo.
Dioses benditos, ¿ahora qué?
Aguantando las ganas de pedirle que dejase de malgastar el tiempo, Gateguard notó que ella hacía un gesto de dolor en el rostro.
Sí… también había olvidado que los pueblerinos eran demasiado débiles.
Ya pensándolo mejor, Gateguard se imaginó que la presunta caída que esta mujer pudo sufrir cuando él la soltó, tal vez debió haberle provocado un fuerte daño que se estaba manifestando porque el miedo se había disipado. De eso sí no podría burlarse.
Claro, si es que era eso; para asegurarse, prefirió preguntárselo.
—¿Te sigue doliendo la caída? —preguntó, considerando que, si se había lastimado de forma sería, debería curarla.
No es culpa suya que la mujer fuese tan delicada, de haberlo recordado, habría sido más suave; y lo habría recordado si ella hubiese sido puntual desde el principio, al salir de esa taberna y no tenerlo esperando en medio de la oscuridad por horas.
Athena era la única fémina que él debía proteger con su vida, y aun ella poseía una fuerza superior a la suya porque lo que Gateguard dudaba que ese agarre hubiese lastimado a su diosa.
Justificación cutre porque no podía comparar a una humana con una diosa consagrada a la guerra, pero justificación, al fin y al cabo.
La camarera negó a su duda con la cabeza, tapándose la cara con las manos.
Gateguard frunció el ceño.
¿Aho-ra-qué?
Él se desconcertó al oírla chillar una pregunta.
—¿Por qué…?
—¿Por qué… qué? —quiso saber.
—¿Por qué no me avisó que era usted antes de sujetarme así? —dijo ella, todavía con la cara tapada.
¿Estaba… llorando?
¿A dónde se había ido esa mujer llena de fortaleza? Parecía… una niña. ¿Le había hecho daño físico o no? ¿Se habría equivocado al juzgar su carácter?
Si un simple susto como ese la había afectado tanto, quién sabe si sobreviviría al tener que dormir con él una noche por lo menos.
Ante el inicio de los sollozos, él quiso juntar toda su exasperación y darse de golpes contra uno de los muros del templo.
¡Vamos! ¡Sólo había sido un susto mínimo!
—Pensé… pensé muchas cosas horribles en tan pocos segundos —gruñó ella entre sus lágrimas, volviendo a temblar.
Por muy sinsentido que esto le pareciese, Gateguard supo que tenía que responder ante lo hecho si es que quería irse a intentar dormir en paz.
—No era mi intención asustarte —se disculpó al fin. No se sentía culpable de ninguna forma, pero lo hizo.
—Estoy muy… muy… muy cansada —inhaló profundo, calmándose un poco—. Quiero dormir ya.
¡Por fin estaban de acuerdo en algo!
—Bien… levántate —ansioso por poder saber si podía cerrar los ojos esta noche sin hacer algo extraño… o ilegal, él se incorporó solo.
—Ayúdeme a levantarme —pidió ella como si estuviese indignada.
A ver.
Ya se había disculpado por algo que no fue su culpa. Ya la había transportado hacia acá y ella pensaba que él buscaba matarla o algo así…
¡¿Ahora quería que la cargase?! ¡¿Acaso esta mujer estaba…?!
Tragándose un par de palabras, Gateguard le respondió:
—No —comenzó a caminar sin ella.
Soltando un respingo con evidente fastidio, ella osó a gritarle:
—¡Entonces dormiré aquí!
Estaba harto.
—Bien, pero no te pagaré ni un centavo. Lárgate —espetó cansado de esta situación.
Cinco minutos, sólo cinco minutos y ya estaba hastiado de ella, que se fuese, quizás sea lo mejor.
Y pensar que por medio segundo le atrajo.
Sin embargo, ella dio su brazo a torcer a tiempo.
—¡Está bien, está bien! ¡Lo siento!
Él detuvo sus pasos.
—¡Ya me levanto!
Siendo bastante lenta, ella se puso se pie y corrió hasta donde él estaba, afuera del largo corredor que llevaba a diferentes habitaciones dentro del templo.
—Sígueme —le ordenó él, caminando por delante, iluminando el camino usando su cosmos en la palma de su mano derecha.
La mayoría de las alcobas estaban vacías, algunas más estaban llenos de basura perteneciente a otros usuarios del pasado. La verdad, a veces Gateguard quería rejuntar todo lo que ya no servía, o se encontraba podrido por el tiempo, y arrojarlo junto por un acantilado como la chatarra que era, sin embargo, una parte muy molesta adentro de él le decía que hacer eso sería como escupirles a las memorias de los otros santos de aries, por lo que, pronto, dejaba el asunto de lado.
¿Por qué Aries y los otros once templos tenían más de diez alcobas sin contar la letrina, la ducha y la cocina? Quién sabe, y hasta ahora, nadie consideraba eso lo suficientemente importante para preguntárselo a su Ilustrísima o a la propia Athena, quien, había levantado dichos monumentos en la mitología.
Otras alcobas, de más casi trece que había contado, él no las había abierto; su curiosidad no era tanta para investigarlas todas.
Y… aunque a él no le agradase nada la idea, usarían su propia alcoba para probar qué tan bien podría dormir teniendo al lado a la mujer que buscaba constantemente cuando cerraba los ojos.
Como no conocía qué tanta integridad tenía esta señora, Gateguard había ocupado parte del día a cambiar su dinero y sus pertenencias personales/valiosas (que no eran muchas, a decir verdad) a una habitación muy concurrida y polvorienta que tardó mucho en acomodar un poco, para no hacerse daño a sí mismo cuando requiriese tomar alguna de esas cosas.
Sí, incluso haciendo uso de su mejor velocidad, le costó poner en orden todas las cosas que se quedarían en su alcoba de siempre, y las que estarían separadas en otra lejana, guardadas bajo llave.
No es que tuviese muchos muebles, sólo un par de baúles con ropa, y otro par de baúles con sus ahorros económicos; unos cuantos objetos del pasado también. Fuese mucho o poco, a él no le hacía gracia dejar sus cosas a merced de una mujer que no conocía de nada.
Incluso la llave que abría esa cerradura, estaba bien oculta entre la chatarra de la quinta habitación llena de cosas puntiagudas y enormes que caerían haciendo mucho ruido, si alguien entraba a buscarla por un camino diferente al que él había trazado. Así de desconfiado era.
No es que le importase regalar dinero… la verdad, mientras fuese él quien lo gastase, no tenía problemas. El pago que se les daba a los santos dorados mensualmente era bastante jugoso; tanto, que Gateguard, en tan poco tiempo que llevaba sosteniendo su cargo, podría vivir dos o tres vidas como un ricachón promedio con ello. Sin embargo, el permitir que alguien no autorizado tomase una sola moneda de sus ahorros, le haría rabiar bastante, cosa que Gateguard no necesitaba en estos momentos.
Así que, para evitarse ese tipo de momentos desagradables, él tomó sus respectivas medidas de seguridad antes de meter a esa mujer a su templo, a ese que debía proteger, ante todo, incluso con su vida.
Dudaba que esta tipa supiese la importancia de su discreción, pero ya se aseguraría de dejárselo en claro después.
Por lo pronto, mantuvo iluminado el camino usando su cosmos para que esta mujer no pensase que quería verla tropezando con todo. Él podría caminar sin problemas en la oscuridad, pero dada la fragilidad que ella le estaba demostrando, Gateguard dudaba que la camarera pudiese hacer lo mismo, cosa que le decepcionaba un poco más.
—Y… ¿sigue siendo en serio? —preguntó ella haciendo uso de un tono de voz más neutro, carraspeando la garganta—, ¿será sólo dormir?
¿En serio iba a preguntarle eso?
¡¿Otra vez?!
—¿Tanto es tu afán por tener sexo conmigo? —preguntó mordaz.
Si no estuviese tan cansado, hasta lo habría tomado como un halago. Es decir, chicas, tanto adentro como afuera de esa taberna, se le habían insinuado de esa forma antes… pero, el que una mujer de su edad demostrase cierta… inocencia, con respecto a sus intenciones, le daba mucho en qué pensar.
La mujer se mantuvo callada por un rato, pero él esperaba a que respondiese.
Deteniéndose en frente de la puerta que él conocía de arriba abajo, Gateguard la abrió mostrando su alcoba medio vacía.
El buró que había dejado al lado de la cama guardaba unas mudas suyas de ropa y nada más; arriba, un candelabro con unas velas que él no necesitaba, pero no consideraba mal dejarlas encendidas por si acaso a esta pueblerina le entraban ganas de usar la letrina.
—No —rezongó ella, respondiendo por fin—. Créame, eso es lo último que busco.
Su palpable frialdad lo irritó un poco. Si no buscaba nada de eso, ¿entonces por qué carajos preguntaba y preguntaba lo mismo? ¿O acaso estaba haciéndose la tonta y la digna porque era él el que evidentemente había sido bastante claro en declinar esas atenciones que quizás ella daba a sus clientes por un bono extra de dinero?
—Entonces… ¿por qué sigues preguntándome lo mismo? —sin poder retener esa duda, Gateguard entro a su alcoba.
¡Por favor! Como si esta mujer pudiese ser la castidad hecha persona.
Bien él no era quién para juzgarla, ella podía hacer de su vida y su cuerpo lo que le diese la gana. Pero, el que actuase como si fuese él el que estaba ofendiéndola trayéndola a su templo con segundas intenciones, le molestaba.
¿Y si quisiera hacerlo qué? ¿Acaso eso sería tan malo? ¿Tan alto era su costo? Él podría pagarlo una y mil veces si quisiese, maldita sea.
Tratando de encontrar calma a su fuego interno, Gateguard encendió las tres velas, prestando atención en la luz de cada una de ellas.
Como siguiesen hablando del sexo que no iban a tener, él iba a hacer una estupidez. O eso dirían Hakurei y Sage, quienes lo conocían bien. Pero, esta mujer no sabía cómo podría llegar a ser él cuando se enojaba… o se le acorralaba.
—Entra y cierra la puerta —le ordenó, antes de bajar su mano dejando de usar su cosmos, para luego desprenderse de la playera con mangas largas que llevaba.
La oyó obedeciéndolo.
—Porque…
La voz de ella lo distrajo un poco, más lo hizo el sonido que hizo el vestido siendo removido poco a poco de su femenino cuerpo.
—Porque, ningún otro hombre que haya conocido antes, me había invitado a dormir a su cama, sólo a dormir.
A Gateguard le costó un poco entender lo que ella estaba diciendo, pero luego recordó que él mismo le había hecho una pregunta, una cuya respuesta le dio retortijones en el estómago.
Sabía que era una idiotez sentir aquel maldito sentido de pertenencia sólo por haber estado (técnicamente) asechándola como un jodido lobo lunático a un pequeño y rechoncho conejito, cuando ella estaba trabajando. Sabía que era una ridiculez sentirse atacado porque ella admitiese sin ninguna vergüenza que no era nuevo para su persona compartir el lecho con un hombre. Y dado a que, a diferencia de todos los anteriores hombres con lo que ella pudo haberse involucrado, él no tenía ningún derecho de quejarse por nada, ya que, ellos sólo iban a dormir…
Para ya, maldición.
Apretó los puños un poco.
¿Por qué mierda le decía eso? ¿Acaso buscaba burlarse?
Giró un poco su cabeza para verla, se había desprendido del vestido que usaba para trabajar, permaneciendo sólo con uno más delgado. Una prenda que le cubría muy bien. Le costó mucho aferrarse a su orgullo y no portarse como un degenerado, dejando que sus ojos se desviasen hacia sus grandes senos, o en general, a su suave y curvilíneo cuerpo.
Mantuvo su mirada sobre aquel rostro que no sonreía ni portaba ese animoso semblante que todas las noches usaba ella en la taberna.
—Otros hombres, ¿eh? —dijo él entre dientes, sentado en la orilla derecha de la cama, viéndola fijamente.
—¿Qué? —preguntó frunciendo un poco el ceño—, ¿cree que a mi edad sigo siendo virgen? ¿Qué nunca he acariciado, besado y cogido a ningún hombre?
«A tu edad, sería demasiado humillante que no hubiese sido así, si es que además trabajas en un sitio donde más de medio mundo con un pene entre las piernas tiene acceso a lo que hay bajo esa falda» pensó con una peligrosa rabia palpitando en su cabeza. Iba a decirlo… en serio iba a hacerlo porque ya estaba bastante fastidiado con esa actitud.
Pero no se dejó tentar.
Calma… respira… calma.
¿Qué le hacía pensar a esta mujer que podía hablarle así? ¡Iba a pagarle! Dinero. Mucho dinero. Seguramente, más de lo que cualquiera de esos cerdos de la taberna con los que se relacionaba, pudiese ganar en una vida completa. ¿Cómo se atrevía esta fémina pueblerina a intentar molestarlo? Ella, prácticamente, ahora trabajaba para él, ¿y aun así era incapaz de mantener esa enorme boca cerrada?
Las doncellas del Santuario, por ejemplo, tenían estrictamente prohibido hablar con ellos, los santos dorados; todo para ellas era obedecerles y servirles. Si algo se ensuciaba, ellas debían limpiarlo sin rechistar ni preguntar; debían cocinar y mantener todo limpio; punto. Y aquella que desobedeciese a las normas, podía irse despidiendo de sus beneficios los cuales incluían un techo, comida, ropa, y médicos si es que alguna se enfermaba o se lastimaba.
Esta mujer estaba tomándose demasiadas libertades, y eso que era la primera noche.
Arrepintiéndose poco después de pensarlo; Gateguard por medio segundo se planteó la posibilidad de comprar a esta mujer y ponerla a trabajar como lo hacían las doncellas para que así demostrase por lo menos, cinco gramos de respeto.
Es un ser humano. Cálmate.
Su susurrante razón fue lo único que salvó a esa mujer de provocar que él la desmayase y usase su cuerpo como almohada hasta mañana. Esa misma razón le tuvo que recordar a Gateguard que él sí la-necesitaba, consciente y saludable. Y, aunque quisiera, él no podía gritarle que se largarse al hueco de donde la había extraído porque ella… sí, ella perdería mucho dinero, pero él perdería más de su cordura.
No podía arriesgarse así.
—No es como si me lo hubiese preguntado —respondió tajante, sintiendo dolor en su cuello y garganta por tragarse demasiadas palabras.
Era más que claro que esta mujer debería tener un historial bastante largo con varios nombres en la lista; sin embargo…
—Le informo, mi señor…
Si el autocontrol recién nacido que Gateguard se había obligado a sí mismo a desarrollar (para ya no molestar al Patriarca Itiá con su actitud) tuviese voz, él le habría dicho a aquella mujer: "por favor, cállate, no me obligues a responderte todo lo que pienso".
Ella, evidentemente, no oyendo esa vocecita, mantuvo esa molesta altanería. Dobló su vestido en dos, manteniéndolo sobre su antebrazo derecho.
—Que… —continuó—, yo no sé lo que sé, porque nadie me lo haya contado. Y si le incomoda saber que esta camarera de treinta años ha dormido con otros hombres, dígamelo ahora. Aún estamos a tiempo.
El autocontrol esta vez le habló a Gateguard: "por favor, no digas lo que realmente piensas. La necesitas, si se va, serás tú el que tenga graves problemas. Ella pierde dinero, tú, me pierdes a mí".
Por una mitad de segundo, él pensó que eso no sería tan mala idea; pero, luego pensó en su maestro, en Athena, incluso en Sage y Hakurei. Si él se volvía loco, ellos dos (o Aeras) tendrían que matarlo.
Guardándose su sarcasmo y las palabras: "bien, siéntate conmigo y cuéntame todos tus relatos eróticos; quizás eso me haga dormir exitosamente como he querido desde hace meses", prefirió decirlo de otra manera—: ¿Cuántos han sido? —preguntó casualmente, al cabo de un rato.
Si esta mujer quería alardear, que lo hiciese y le contase todo. Tal vez una historia bastante extensa antes de intentar cerra los ojos y descansar, le viniese bien.
—Cinco, siete, nueve… no llevo la cuenta. No me interesa llevar la cuenta —masculló indiferente.
Aguantando el suspiro decepcionante, Gateguard se dijo que ella era un asco para contar relatos también. Vaya segunda… tercera… o quinta decepción; ya ni se molestaría en contar. ¡Se rendía!
Sin embargo, un malentendido extraño debió haber surgido entre ambos, ya que Gateguard notó cómo ella achicaba más su propia mirada sobre él.
¿De nuevo se había creído que le insinuaba algo sexual?
¿En serio seguirían así toda la noche?
Ella dejó caer su vestido al suelo, caminando lento hacia él.
Ehm, ¿qué era ese andar? Sus instintos primarios se alteraron un poco, como presintiendo algún peligro, sin embargo, la razón se burló de ellos: ¿qué peligro podría representar esta sensual, y débil mujer? Sí, admitía que se veía bastante bien andando así en su dirección, pero, no quería que ella siguiese pensando que él la observaba como un pedazo de carne por lo que, trató de pensar que esta mujer caminaba así de forma natural. Por otro lado, si ella quisiera hacerle algún daño, necesitaría más que sólo su atractivo; un maldito milagro como mínimo.
—¿Acaso… eso le incomoda?
Muy bien, ese tono de voz le ocasionó una preocupante reacción bajo sus pantalones.
—¿Por qué habría de hacerlo? —respondió él con voz ronca. Quiso carraspear para aclararse la garganta, pero supuso que hacer eso lo haría parecer nervioso cuando no lo estaba… ¿o sí?
Comenzaba a sentir las manos sudándole poco a poco; y esa mirada… ¿era su imaginación otra vez o realmente se veía retadora?
Sólo un par de veces había mirado a alguien desde abajo. Y no era lo mismo.
A su maestro, lo había visto así cuando era un niño aprendiendo de él; o en la actualidad cuando debía entregar sus informes respecto a sus misiones, arrodillándose primero, como era el protocolo. En ninguna de esas ocasiones su corazón había latido tanto.
No estaba intimidado, mucho menos asustado. Tal vez… un poco interesado.
Alzó la cabeza un poco cuando la tuvo enfrente.
De no ser porque claramente su comunicación era una verdadera calamidad, él le habría propuesto que mandasen su acuerdo al carajo y le permitirse ver sus senos desnudos. En esta postura, él podría devorar ambos pezones con el hambre que sentía originándosele poco a poco en su interior.
Esa voz… le causaba demasiadas emociones y gracias a su debilidad, no se veía con la capacidad de resolverlas y enfriarlas como quisiera.
Sabrían los dioses lo que ella estaría pensando al efectuar su movimiento. Él, por su lado, se aferraba con todas sus fuerzas a su cordura y escasa moral, esa que le impedía abalanzarse sobre ese cuerpo de tentación como un animal, arrancarle esa pequeña prenda, y morder cada centímetro de su piel.
El que no haya practicado antes con una mujer, ninguna de las cosas que se imaginaba y quería realizar, no le impedía tener cierta información de su lado. La taberna, y esa misma mujer, le habían dado la que necesitaba.
No sabía exactamente cómo sería esta experimentada tipa en la intimidad como tal; sin embargo, aunque le trajese emociones contrariadas, él sabía que ella era especialmente sensible cuando acariciaban su espalda; se reía y trataba de alejarse cuando alguno de sus clientes la tocaba ahí, pero era claro que esa zona era muy especial.
Y, sus ojos, permaneciendo fijos en los suyos, casi, casi se ganaron su admiración. Eran contadas las personas que le soportaban la mirada.
Dándose el permiso de ser un imbécil, Gateguard la imaginó sobre su cama, la imaginó desnuda y la imaginó sometida.
Mierda, si no fuese por su mal inicio, se habría atrevido a dar ese paso y jalarla hacia él.
A ver. Alto.
¿Cómo diablos esta mujer había hecho para quitarle el sueño y el cansancio?
De pronto, ante ese chispeante hecho, Gateguard se entretuvo pensando en eso. Sus ojos pasaron a mirarla con deseo, a un ligero interés.
¿Qué clase de hechicera era?
Hace unos momentos estaba que se arrastraba por el piso debido a la fatiga física y mental; ¿y ahora ya se sentía más descansado que nunca? Esto no era normal. ¿Realmente sería humana?
—Si ya terminamos con el interrogatorio con respecto a mi vida personal, iré a acostarme. Debo trabajar mañana… y también usted —susurró lo último, lento y suave.
Siguiéndola con la mirada hasta donde pudo, Gateguard se preguntó cómo era posible que ella tuviese ese preocupante poder sobre él. Hace unos instantes su cuerpo, sin la autorización de la razón, había estado dispuesto a pedirle que le mostrase toda esa experiencia que no paraba de presumir, y ahora parecía que, teniéndola lejos, su cordura volvía poco a poco a su cerebro, reprendiéndolo por pensar como perro ante sus instintos primitivos.
Necesitaba centrarse; esta mujer no había sido traída aquí para ser su amante, sino la última ancla a su cordura.
Se mantuvo sentado un rato; oyó como ella se acostaba y sin problemas sucumbía a su propio sueño. Apenas oyó sus lentas respiraciones, él se levantó, acercándose a ella para verla una vez más; incluso se puso en cuclillas para analizar su rostro.
Ahora que la mujer descansaba, él podía estudiarla un poquito más, y en esta ocasión, sin temer a ser reprendido por invadir una casa ajena.
No solía cuestionarse a sí mismo por sus decisiones, tampoco era muy normal para él lamentar nada; sin embargo, las dudas se apoderaron poco a poco de su conciencia. ¿Habría sido una buena idea haber traído a esta mujer? ¿Sería sensato acostarse a su lado y ver qué pasaba?
Dioses, por favor.
Por favor.
Por favor.
Encomendándose a los dioses, Gateguard dejó en paz a la camarera, volviendo a su lado, acostándose lento en la cama.
Inhaló profundo, relajándose un poco; detectando mejor el suave aroma del perfume que ella debería estar usando, y se dejó llevar.
Ambos necesitaban descansar, era lo único obvio aquí.
Sin embargo, una fuerte sensación de nervios se apoderó de su ser, su corazón estaba latiendo rápido otra vez, y no podía dejar de prestar atención al sonido de las respiraciones de ella; lentas, largas, delicadas. Indeseadamente se dejó adormecer, y cayó rendido al profundo sueño.
…
•
…
En aquella forma infantil, Gateguard caminaba en una madrugada oscura de lluvia, por un sendero boscoso. Los árboles, tan grandes y con ramas tan largas, incluso se entrelazaban entre ellas dándole a él un techo muy natural para no mojarse tanto.
Aunque su apariencia fuese la de un mocoso, él vestía como si fuese un adulto en una misión; incluso llevaba consigo su inseparable capa para la lluvia, y la gran caja que guardaba la armadura de aries envuelta en una manta raída color gris para no llamar tanto la atención.
Iba lo más lento que podía, sin perturbar la naturaleza; ni siquiera a los pajaritos que no paraban de cantar en su nido. Por alguna razón, su cantarín conversación lo irritó.
No dejó de caminar por un camino que no tenía fin; de pronto, el sonido de las patas de varios caballos se le aproximaron.
Al frente… lejanos.
Algo en su interior se contrajo, pero no mostró ese sentimiento. Siguió caminando esperando ver al fondo un gran grupo de gente sobre caballos; comerciantes; viajeros; incluso visitantes de un pueblo lejano.
Su mirada permanecía baja, el lodo tragaba sus pies cada vez que ponía un pie sobre la tierra húmeda; afortunadamente no resbalaba.
El sonido de las patas de los animales se volvió más y más fuerte. Sin detenerse, Gateguard oyó una pregunta:
"¿Vas a intervenir?"
Parando sus pies, él pensó la respuesta: "no".
Oyendo los caballos rechinar y seguir su camino, Gateguard continuó el suyo; eso claro hasta que de pronto su entorno se volvió enteramente rojo y unos desgarradores gritos humanos lo hicieron voltear.
Como si no hubiese caminado nada, Gateguard miró a sus espaldas un pequeño pueblo consumiéndose por el fuego; los caballos relinchaban… ahora, a ese sonido, se había agregado otro: exclamaciones de hombres; risas de hombres; gritos de hombres, mujeres y niños…
Sus instintos le dijeron que fuese, que no se quedase parado, cosa que hizo.
Llamó a la armadura de aries, pero por alguna razón, esta no respondió a su llamado; le gritó; se quitó y pateó la caja.
—¡Entonces quédate ahí! —le dijo profundamente enfadado y se metió al fuego.
Una vez que llegó al pueblo, si bien oía a los caballos, a los hombres y a los pueblerinos gritando a su alrededor, no vio nada. No vio gente. No vio caballos. Sólo un pueblo vacío quemándose.
—¡¿Dónde están?! —gritó en medio de un infierno solitario que quemaba su piel.
Alguien…
Alguien…
Oyó el llanto de un niño. En una de las casas.
Corrió hacia ella, con su vista tambaleándose; entró con todas sus fuerzas, rompiendo la cerradura, encontrándose con toda una familia destazada.
Un anciano justo frente a la puerta; la cabeza casi estaba separada de su acuchillado cuerpo.
Un hombre adulto; al lado del anciano. Su abdomen había sido atacado por una espada, cortándolo hasta horizontalmente desde un costado hasta el ombligo, incluso podían verse sus intestinos a punto de salir por completo.
Una mujer al lado de la cama, tirada bocabajo. Desnuda y apuñalada por todo su cuerpo. A su lado, un pequeño bulto envuelto en mantas blancas manchadas de sangre.
Temblando, Gateguard acercó su mano a dicho bulto descubriendo a un bebé cuya cara había sido pisoteada hasta la deformidad.
En la cama, dos niños, ambos menores que él. Los dos cuerpos estaban uno sobre el otro, y sus rostros, tan cargados de sufrimiento y pavor…
Respirando con esfuerzos, Gateguard salió de aquella casa, encontrándose con un pueblo lleno de cadáveres. Ningún sobreviviente.
Y la lluvia, se había hecho de sangre.
Mojándose en ella, Gateguard no podía respirar. Se sostuvo la cabeza, se abrazó con fuerza poco tiempo después, y se preguntó por qué no había muerto él.
¿Cómo pudo permitir esto?
Y antes de que pudiese tomar su propia vida, un fuerte dolor en su entrepierna, lo devolvió a la realidad.
…
•
…
—¡Aaah! —exclamó él soltando algo, para encorvarse al lado opuesto de la cama.
¡Maldición! ¡Carajo!
Con su zona afectada punzándole con mucha fuerza, Gateguard se descubrió en su alcoba, y sin recuerdos de lo que había soñado.
Por primera vez, sabía que había visto algo malo, pero el no recordarlo le daba la oportunidad de no pensar en eso más tarde, ¿quién querría recordar una maldita pesadilla originada por quién sabe qué cosas?
Lejos del dolor que poco a poco se iba disipando… carajo, ¿qué diablos le había golpeado?
Bien… lejos de eso… su cuerpo se encontraba un poco descansado.
El despertar sobre su cama y no tras recibir agua fría, también era un poco aliviador.
—¡Por todos los dioses! ¿Acaso busca matarme? —la voz de la camarera le pateó la cabeza haciéndole recordar que ella estaba ahí.
No sabiendo cómo responder a eso, Gateguard abrió los ojos, enfocando la pared frente a él. Se perdió brevemente en esa imagen.
—¡Casi me asfixia! —ella inhaló fuerte para seguir gritándole—. ¿Qué pasó? ¡¿qué pasó?!
De acuerdo, si antes ella no tenía motivos para gritarle… el que, posiblemente, fuese cierto lo de haber estado a punto de hacerle daño, tal vez ya le diese ese derecho.
Recuperándose poco a poco del golpe a su entrepierna, Gateguard se fue enderezando, hasta que se pudo acostar bocarriba, poniendo su antebrazo derecho sobre sus ojos. Todavía estaba agitado y un poco cansado; no tanto como antes, pero ya estaba un poco mejor.
Dioses…
Por fin.
Fue muy poco, pero pudo dormir. No fue agradable lo que vio en sus sueños, pero eso no importaba porque ya no lo recordaba, y sea como sea, se mantuvo en ellos al menos, más horas de las usuales, estando Hakurei o Sage con él; cuando los gemelos no estaban, era todavía peor. Pero, con esta mujer, la diferencia fue bastante grande.
Dioses…
—Gateguard —lo llamó ella, calmándose un poco—. No puedo volver a cerrar los ojos después de esto.
«Razonable» pensó él no pensando en justificarse, pero… había podido dormir. Poco, pero ya se sentía un poco descansado, ¡y sin necesidad de agua!
Faltaba mucho para recuperarse, pero… tal vez… tal vez… estaba yendo por el camino indicado.
—Respóndeme —espetó ella justificadamente enfadada.
No podía culparla por eso.
Si en verdad había intentado asfixiarla… él tendría que descubrir el modo de no volverlo a hacer, sin tener que alejarla. Pero, ¿cómo? ¡¿Cómo?!
Perdiendo poco a poco sus fuerzas, él sentía que iba de vuelta a ese cómodo y siniestro sitio…
—Lo siento… lo siento… —dijo estremeciéndose de sólo pensar en volver a lo de antes, donde no podía ser capaz de cerrar los ojos por media hora.
Su conciencia se comenzó a disipar poco a poco. No supo cuántas veces dijo "lo siento". Las que fuesen necesarias. Las que fuesen necesarias para que ella no se fuese.
Por favor.
No quería volver a lo mismo.
Quería volver a dormir.
No quería que ella lo dejase.
—Lo siento… lo siento…
—Gateguard —se oía dudosa, ¿querría irse?
¡Natural que quisiera morir a quedarse!
Y como una cuerda que es tirada para dos extremos, el lado contrario estaba de acuerdo en que ella debería alejarse.
¿Cómo pudo él pensar que esto funcionaría?
La locura estaba tan cerca.
—Gateguard… ¿Gateguard?
Su cerebro estaba nublado otra vez. Perdido entre la realidad y su mundo oscuro. Apenas sintió unas leves sacudidas, pero la oyó a ella bastante bien.
—¡Gateguard, despierta! —exclamaba. Pero… si ya estaba despierto, ¿o no?—. ¡Despierta, maldita sea! ¡DESPIERTA!
Como una vela que es encendida, Gateguard salió de las garras oscuras de un segundo sueño. El dolor en su entrepierna se acentuó con muchísima fuerza, tanta, que juró ver estrellas.
«¡Maldición!» lo pensó o lo dijo, no lo supo.
Hubo mucho dolor; estaba apretando los dientes, agarrándose su miembro, con la finalidad de aliviarse un poco.
¿Por qué lo había golpeado otra vez?
Inhaló profundo, luego exhaló. Inhaló profundo, luego exhaló.
Dolor, coraje, dolor, fastidio, dolor…
Una vez que se recuperó, un segundo aire de conciencia volvió a su cabeza, haciéndolo mirar hacia la puerta, donde se hallaba aquella mujer mirándolo con miedo. Ella incluso se pegó a la puerta con las claras intenciones de abrirla y salir corriendo.
No sería capaz de detenerla si eso hiciese.
No era tan descarado.
Sin embargo, su cabeza razonamiento se hallaba confundido; nublado.
¿Qué había soñado y qué había vivido?
¿Había intentado asfixiar a esta mujer? ¿U oírla diciendo eso también fue un sueño?
Maldición, tenía que ubicarse.
—¿Qué fue lo que hice ahora? —preguntó ido, para luego encorvarse por el dolor—. ¿Acaso me golpeaste? —preguntó lo que incluso para él era obvio, sin embargo, ya no estaba tan seguro si había sido una o dos veces.
Mirándolo con miedo, ella tragó saliva.
—¿Qué hiciste? Qué… ¿qué hiciste? —musitó tanto o más alterada que él—. Estuviste a punto de asfixiarme, eso hiciste. Te golpeé para que me soltaras… y… y… ¡dioses! Mírate la mano derecha —la señaló con su propia mano temblorosa, la mano herida de él.
Haciendo caso, Gateguard alzó su mano y vio las marcas de sus cortas uñas. Además, sin saberlo, sobre su cara había restos de dicha sangre. La verdad, eso no le importó.
Iba a moverse, pero su entrepierna punzó.
—Maldición —dijo dolorosamente. Ese dolor sí fue imposible de ignorar.
Lo de su mano era mínimo, de hecho, ni siquiera se dio cuenta de en qué momento se había provocado eso. ¿Fue cuando se llevó el antebrazo a la cara o cuando dormía?
Daba igual.
—Tú… tú no estás bien, ¿verdad?
No, pero eso no era algo que ella tuviese que saber.
—Hay algo realmente mal contigo, ¿no es así?
Esperando que la poca iluminación y su cabello le ayudasen a ocultar su mirada, él vio su rostro.
—Tienes serios problemas.
Sí… y esto era sólo un pequeño daño colateral.
Sintiéndose un poco más tranquilo al verla sin daños severos, Gateguard deslizó su mano herida por encima de la cama, y luego por encima de su cabeza para quitarse el cabello del rostro.
—Pudiste despertarme —susurró bastante tranquilo, alzando la cara.
—¿Después de que casi me matas? —espetó bastante molesta.
¿No se había disculpado lo suficiente ya?
Estaba viva, sin rasguños y entera, eso era lo importante, ¿no?
—Sí, lamento mucho eso —masculló mirándola de vuelta entre su cabello sudoroso—. Pero, pudiste despertarme. Lo hiciste —sonrió sin saberlo—. Gracias.
Dejando el asunto de esa mujer a un lado; Gateguard por fin sintió que estaba haciendo progresos. Fue un presentimiento, pero algo le dijo que, si se seguía así, pronto todos podrían volver a sus vidas ordinarias.
La calma lo debilitó, lo adormeció otra vez.
Su cuerpo quería volver a dormir, así que se acostó de vuelta en la cama, esta vez bocabajo; tratando de ignorar los residuos del dolor que aquel golpe le había causado a su zona más sensible.
No supo si realmente se fue o se quedó en el mundo real, se sentía flotando en el cielo; perdido en un limbo suave.
—¿Ya vas a venir a dormir? —masculló sobre la almohada, pensando en esa mujer.
La voz de ella respondiéndole sonó tan lejana.
Su cerebro no terminaba de procesar lo que ocurría y que, este, no era un sueño, aunque para él se sintiese como tal.
—¿Mmm? ¿A qué te refieres? —él quiso que le repitiese lo que había dicho; no le había entendido.
—¿Vas a matarme? —esta vez la oyó fuerte y claro.
¿Cómo explicarle con palabras claras que eso fue un accidente?
—No quería hacerlo —creyó que había dicho eso. En verdad no se dio cuenta de lo que realmente dijo, el tratar de mantener una conversación ahora que se hallaba casi del otro lado luego de mucho tiempo de no haber podido estarlo. El agotamiento físico y mental le estaba impidiendo a Gateguard pensar en la gravedad del asunto.
—Pero lo hiciste, casi me matas —ella seguía oyéndose molesta.
Sus labios se movieron, pero no salieron las palabras que quiso expresar: "perdóname, no quería dañarte; pensé que, al ser tú, no iba a presentar agresividad como con Sage y Hakurei; me equivoqué, y te pido perdón".
¿Lo había dicho o sólo lo pensó?
Estaba tan cansado.
Dormir…
Dormir…
Dormir…
Su mente se apagó por leves segundos. Navegó en la oscuridad por un rato, y luego pensó que estaba en uno de esos sueños en los que sabes que estás dormido, por lo que, el que estés actuando en automático, no es lo importante.
Abriendo los ojos, dejándose guiar por la tenue luz amarilla/anaranjada de las velas, Gateguard se dio la vuelta mientras la miraba.
—Ven —ordenó.
La había contratado para que estuviese con él. Iba a tener más cuidado. Ella sólo debía quedarse, aunque tuviese que golpearlo si volvía a… asfixiarla. Todavía no le creía del todo que eso hubiese pasado, pero no estaba pensando con claridad.
Con una lentitud bastante pausada, ella obedeció sin rechistar. Una cosa que le dijo a él que, esto, no podía ser la realidad; con lo poco que tenía tratándola, era imposible que ella se le acercase así sin más.
Otra cosa que lo descolocó, fue que ella se subiese a la cama con un semblante bastante relajado.
Esto no puede real.
Como en sus sueños anteriores, ¿esta mujer también sería la sombra mental que él quería ver?
Tendría que serlo. Porque, de ser real, esta mujer debería estarle gritando más que antes; de hecho, nada le afirmaba a Gateguard que, fuera de este sueño, ella no haya tomado sus cosas para salir corriendo; huyendo de él; como debería ser lo lógico.
Él tenía que dormir un poco más. Daba igual lo que estaba mujer (ilusión o no) quisiese; con tal de volver a ese estado de descanso.
Gateguard le entregaría su vida si eso ella quería.
Mientras la observaba subirse a la cama, deslizándose con ayuda de sus rodillas y manos, poco a poco hacia donde estaba él, su curiosidad aumentaba. ¿Esto era obra de su extraña imaginación? Se escuchaba bastante real. Incluso ese aroma, al que él ya se había acostumbrado, parecía demasiado palpable; comestible en un segundo sentido.
Definitivamente esto era un sueño.
Era impensable creer que, en la realidad, esta mujer volvería a la cama nada más pidiéndoselo una vez. Menos de esta forma.
Pero… si era un sueño, bien podía aprovecharlo un poco, ¿no? Su mente ya le había dado demasiadas torturas, que por fin hiciese algo bien por él, debería ser algo que no podía dejar pasar.
Gateguard se permitió delinear la imagen que tenía enfrente; ojos grandes y de color marrón, piel lisa sin ningún lunar (se preguntó si tendría alguno que nadie haya visto antes) o imperfección; nariz mediana y labios tentadores. Dos mechones cayeron de lado a lado de su rostro, cosa que lo hizo generar bastante saliva.
Sin embargo, bajando su mirada hacia sus pechos, los cuales eran levemente visibles debido al cuello del vestido colgando hacia abajo, Gateguard notó una criminal mano muy cerca de su adolorido miembro.
Sus instintos, aun en sueños, eran impredecibles.
—¿Así o más cerca? —le susurró ella, desafiante.
Dioses… ¿por qué? ¿Por qué no podía moverse? ¿Por qué no podía agarrar a esta insolente mujer y probar su boca? Incluso si este era un sueño, quería cruzar esa línea; ansiaba descubrir su sabor; inhalar el perfume de su cuello, el cual lo incitaba a volverse un animal.
Su yo salvaje se liberó por medio segundo, y cuando se dio cuenta, él ya la tenía debajo de su cuerpo.
La amenaza que representaba que ella tuviese esa mano cerca de su punto débil, además de que estuviese provocando sensaciones indecentes con su tono dulce y suave de voz.
No.
Ni en sus sueños, iba a dejarse vencer por ella.
Sujetó sus muñecas justamente sobre la pared. El que haya quedado entre sus piernas fue sorpresivo incluso para él. Pero tampoco le desagradó estar así. Verla descolocada, fue su ganancia. Perfecto. Ya era hora de que supiese quién estaba al mando.
—Suéltame —espetó formando una seriedad muy arrogante.
—No creas que no vi tus intenciones —le gruñó él en respuesta, acercando su rostro al de ella, respirando más de su perfume. Sentir sus grandes pechos siendo aplastados con su torso le hizo tensarse un poco, más no iba a dejárselo saber.
Ella aligeró su expresión facial; Gateguard de pronto se vio… vulnerable.
Si le decía una vez más que se quitase de encima, aun siendo un sueño, él… él tendría que obedecer. Pero, ¿y si ella tampoco quería eso? ¿Qué tal si ella quería seguir? Bueno, tal vez esa fuese otra señal de que estaba soñando. La mujer que él había traído a su templo le había dejado en claro que nada de lo que pudiese decir o hacer iba a desestabilizarla.
—¿Y cuáles son las tuyas ahora? —le preguntó, de pronto, siendo la fiera que había llegado a Aries; moviendo sus ojos por encima de todo su rostro. ¿Buscaría alguna debilidad? Gateguard no iba a dársela.
—¿Cuáles podrían ser? Mantener tus manos y pies lejos de mi pene —murmuró, dándole a entender, que había visto sus intenciones principales; la camarera real podía pegarle todo lo que quisiera, pero, el que lo hiciese su sueño sería ridículo. Ella sólo se lo confirmó cuando se mostró un poco sorprendida.
Luego, haciendo uso de su experiencia y personalidad, ella alzó una ceja, frunciendo un poco sus labios.
—Te prometo, que mientras no atentes contra mi vida otra vez, mis rodillas y manos van a estar lejos de tu pene —le respondió mirándolo a los ojos.
Por alguna razón, Gateguard no se sentía en control. A pesar de tenerla debajo de él, a pesar de saber que, sueño o no, físicamente ella no tendría ninguna oportunidad en su contra, algo no dejaba de molestarlo.
¿Por qué ni siquiera en sus propios sueños ella se entregaba por completo a sus deseos?
—Suéltame —lo dijo; otra vez.
Maldición.
¿Por qué Gateguard no podía hacer lo que quería? Este era un sueño, ¿no? Entonces, ¿por qué no olvidar por medio segundo su educación?
Maldita sea.
Maldita sea.
¡Maldita sea!
Mientras se alejaba, algo en el interior de su cabeza palpitaba. Quitarse de encima de ella le costó mucho, pero no fue imposible y eso… supo, no era algo negativo. De hecho, demostrándole a sus instintos primarios que no iba a actuar como una bestia, aun con la mitad de su cerebro adormecido y en un mundo donde la razón parecía haberse desvanecido para ambos; él mismo tomó la falda del vestido y, tratando de no ver la ropa interior femenina, la bajó de golpe.
Dando dos pasos con sus rodillas hacia atrás, él respiraba hondo sin mostrarlo; debía enfriarse, pero, ¿cómo? Maldición.
¿Estaba dormido o despierto?
Estaba confundido; las sienes de la cabeza estaban comenzando a punzarle.
—¿Y bien? —susurró ella, incorporándose lento para quedar sentada frente a él, pegando su espalda a la pared.
¿Y bien qué? ¿Qué se suponía que esta mujer-ilusión quería ahora? La verdadera, seguro ya habría salido corriendo en dirección a su casa.
Y no podría culparla.
Entonces, ¿ahora qué?
«Desvanécete y déjame en paz» quiso decir, quiso gritar.
No sabía qué hacer.
—Escucha, entiendo que eres joven, pero seguro no naciste ayer y… considerando tu trabajo… has vivido cosas que quieres guardarte para ti mismo.
Esas palabras, fueron como una brisa refrescante en una tarde de inmenso calor.
Sí… él había vivido muchas cosas. Había pasado por demasiadas tormentas y era más que claro que, su inestabilidad, había originado esas pesadillas. El problema, era que él no sabía exactamente qué caja de Pandora estaba abierta, dejando salir una inmensa cantidad de peso que él ya no soportaba más.
—Eso lo respeto —continuó en voz baja; comprensiva—. Sin embargo, hasta hace poco, yo estaba muy tranquila durmiendo cuando de pronto uno de tus brazos estuvo a punto de hacerme escupir la sangre de mis pulmones —dijo severa—. Empecemos siendo honestos, ¿de acuerdo?
No pudo decirle nada a la camarera-original, así que, parpadeando lento, él asintió con la cabeza.
—Hagamos esto. No expliques nada aún si no quieres —dijo con suavidad—. Simplemente responde "sí" o "no", ¿te parece?
—Sí.
Sus ojos marrones, ante esa respuesta, se ablandaron.
—¿Sentiste que te golpeé dos veces? —preguntó algo bastante leve, sin embargo, él ya no estaba seguro de nada.
—No —musitó frunciendo el ceño—. ¿Me golpeaste dos veces? —quiso asegurarse.
—Sí —respondió ella—. Uno, para hacer que me soltaras, y el otro cuando descubrí que estabas haciéndote daño —señaló con sus ojos la mano derecha.
Así que por eso había sido.
Entonces…
—Sólo sentí un golpe —mintió adrede, mirando atento la cama.
—Bien, siguiente pregunta —inhaló profundo—. ¿Estabas teniendo una pesadilla?
Él volvió a mirarla a los ojos. Incluso si esa mujer era parte de su imaginación, no estaba en absoluto seguro de dejar ir esa información. Ella, de nuevo, sorprendiéndolo, no desvió la suya ni se mostró inquieta como otras personas cuando Gateguard las veía del mismo modo.
—¿Debo tomar eso como un "sí"? —dijo sin miedo—. Escucha, no te voy a preguntar qué soñaste, sólo quiero saber si fue una pesadilla lo que te orilló a asfixiarme o no. Dijimos que seríamos honestos.
Dos golpes a su moral. Sí, había estado a punto de asfixiarla; y sí, eso habían acordado.
No encontrando salida, él suspiró.
—Sí —dijo—. Fue una pesadilla.
—Entiendo —ella asintió con la cabeza—. ¿Te pasa a menudo?
¿Sería bueno ser honesto con tus propias alucinaciones? Al final, todo se quedaba en su cabeza.
—Sí.
Ella de pronto pareció mostrarse triste por él.
Esto no es real.
¿Qué más jugarreta podría jugarle su mente si es que quería él se desahogase con un espejismo? Claro, esta mujer, en la realdad, ¿cuándo se interesaría por lo que le atormentaba? Oír problemas de los hombres era su trabajo, y seguramente ya tendría programadas respuestas para todo tipo de dilemas. ¿En qué loco mundo ella se mostraría así a su lado luego de tantos problemas?
Clarísimo que él a ella no le importaba. Era tan patético que tuviese que crearse una alucinación para sentirse de esta manera, y más con una mujer que no podía odiarlo abiertamente porque Gateguard solía darle dinero.
—Y… ¿esas pesadillas tienen algo que ver con el hecho de que me hayas pedido dormir contigo? —preguntó esta noble alucinación.
Real o no… quería sincerarse. Necesitaba dejar ir un poco de ese peso.
—Sí —masculló bajando su mirada hasta los labios de ella, entreteniéndose con ellos.
Ya no se preguntó cómo sería besarla, de hecho, se preguntó cómo se sentirían sobre su frente. ¿Cómo sería tener esos labios acariciándole el rostro?
De pronto, sus pensamientos se vieron abruptamente interrumpidos cuando la oyó susurrándole.
—Ven.
¿Lo habría oído?
Otra prueba. Esto no es real.
Sin dejar de hacerse de ridículas y ñoñas fantasías, Gateguard la obedeció, todavía arrodillado.
Estaba tan cansado de pelear; contra otros, contra sí mismo. Estaba tan cansado que sólo quería dormir en un sitio cálido y blanco, cómodo y seguro. No sabía exactamente qué rumbo estaba siguiendo hasta ahora, pero necesitaba saber si estaba yendo por el correcto.
Y sentía que enfrente de él estaba la solución.
Tan cerca.
—Gateguard de Aries —musitó acercando su torso hacia adelante—. No puedo volver a dormir contigo a mi lado sabiendo que tienes pesadillas que pueden ser capaces de matarme.
Lo sabía, incluso la alucinación sabía que él era peligroso, sobre todo cuando cerraba los ojos. Eso lo desanimó mucho.
—No suenas como si no quisieras volver a dormir conmigo —dijo cercándose, a punto de implorar, se dijo que no podía dejarla ir también; la verdadera ya se había largado seguramente. Al menos que ella se quedase en su mente y le hiciese compañía, podría ayudarlo un poco.
—No dije que no volvería a dormir contigo… dije que… no me siento segura de volver a hacerlo.
Ansioso por saber cómo podía asegurarla, él murmuró:
—¿Entonces?
La vio bajar la mirada; escaneándolo desde abajo hacia arriba. De pronto, se sintió vulnerable.
—Quiero cadenas —dijo con seriedad.
Las cadenas…
¿Se refería a las que le pidió a Hakurei realizar? Pero se supone que no había funcionado, ¿de dónde las sacaría?
—¿Cadenas? —a punto de decirle que eso no había funcionado y que, por eso, estaba a punto de arrastrarse a sus pies, ella se le adelantó.
—Si voy a estar aquí, pido —ella sonaba decidida—, que cada noche te encadenes a la pared, de modo que yo tenga una garantía de que no intentarás hacerme daño cuando tengas esas pesadillas.
¡Lo sabía! ¡Maldición! Ya sabía que sólo las cadenas iban a detenerlo para que no hiciera idioteces, sin embargo, Hakurei lo había dicho, las cadenas fabricadas de aquel metal no funcionaban.
De pronto, su estúpida mente intervino: "entonces busca otro modo, idiota, pero hazlo".
Él se enojó consigo mismo.
—¿Por qué habría de hacerlo? —creyó haberlo pensado, creyó que se había respondido a sí mismo; pero al verla ladear la cabeza, oyéndolo, se dijo que su ilusión se había irritado. Iba a aclararle: "no hablaba contigo, sino con mi estúpido cerebro", cuando ella alzó su mano derecha lentamente hacia su vientre.
Desconcertado, se tensó ante su toque.
Se sentía bastante real.
No. No lo era.
—No solo quiero encadenadas tus manos —dijo de forma muy sensual—. Tus pies, y literalmente, cualquier cosa que pueda lanzarme a una pared y matarme… —con unas desconocidas intenciones, ella alzó su rostro hacia el suyo—. Y si lo haces, quizás… —sin dejar de verlo a los ojos, ella deslizó su mano un poco más abajo; un área peligrosa—. Nuestro nuevo acuerdo pueda darle a tu pene una retribución por los golpes que le di.
Por mucho que le hubiese gustado…
Su cuerpo actuó en defensa tomando su mano, apartándola de él. Si ella continuaba, Gateguard sería incapaz de detenerse.
No quería que ella jugase así. Qué le insinuase cosas y luego le pidiese apartarse como hace unos instantes. Así que, en esta ocasión, ella no iba a jugarle ninguna mala pasada.
Decidido a dejárselo en claro, él acercó sus labios justo al lado de su oreja derecha, degustándose del aroma de su cabello, el cual rozó con su boca.
—Quiero mi retribución ahora —exigió una muestra de su compromiso; incluso en alucinación, esta mujer era demasiado atrevida. Una atrevida que era capaz de encender en él algo más que irritación; algo que le quemaba la piel y exigía que aliviase dichas llamas con ella.
—¿Ahora? —musitó con voz suave.
Recordando toda aquella palabrería que la camarera-real le había soltado sobre su gran lista de amantes, y del hecho de que ella había tenido a muchos hombres mientras que él, aun teniendo las oportunidades de tener un récord más grande, no veía interés en ello hasta que ella apareció desfilando un suave cuerpo de tentación por esa horrible y asquerosa taberna; Gateguard dejó ir todas esas emociones en unas cuantas palabras.
—Muéstrame esa experiencia que tanto presumes —le gruñó.
Si no podía saber qué tal buena amante ella era en el mundo real, quería descubrirlo en el interior de su mente desquiciada.
Tanta así fue su determinación, que acercó su rodilla a su intimidad para acariciarla.
Se sentía tan real.
Sin embargo, si ella le pedía alejarse otra vez, se iba a enojar, iba a gritar, pero no podría desobedecerla.
Jamás, ni siquiera en su cabeza, podría obligar a una mujer a recibirlo. Nunca.
Por eso, escucharla jadear fue tan glorioso.
—¿Pensaste que ibas a tocarme tú a mí? —se rio; es que no quería sucumbir ante ella. Ya lo había probado hace poco, con tan solo un roce, ella lo tenía en la palma de su mano, y si esto era para él, entonces quería tocarla a ella, no al revés—. No, eso va a tener que esperar —sin poder recordar en qué momento él había tomado su mejilla con la mano izquierda, Gateguard fue descendiéndola directamente hacia el pecho de ella, el cual sólo rozó con sus dedos, pero no lo tomó como cual hubiese querido; algo lo detuvo, y no era su alucinación—. Yo he esperado demasiado tiempo —al alejarse y orillarla con ayuda de su mano derecha, a verlo, Gateguard vio una oportunidad para tenerla.
El sólo imaginarlo lo ponía tan duro y ansioso que apenas era capaz de recordar cómo respirar.
Sin dejar de verla, ansiando poder besar esas mejillas; esos labios, esa frente y ese cuello, se permitió darle un suave apretón al pezón que tenía cerca.
¿De qué color serían? ¿Qué sabor tendrían?
No quería aguantarlo más. Necesitaba saberlo ahora mismo.
Se las ingenió para alejarse un poco, tomar las rodillas de ella y bajarla con cuidado (pero rápido) con el fin de tenerla acostada otra vez.
Se puso de pie porque no quería dejarse llevar y cometer una locura. Una distancia prudente era lo único que lo mantenía cuerdo. Sin embargo, no iba a dejarla ir.
—Déjame ver… —tu alma; quiso decir, pero no supo por qué no lo había hecho.
Sin embargo, en su afán de no perder control sobre su alucinación, y sobre sí mismo con sentimentalismos sin sentido, agregó:
—Quiero ver cómo serías capaz de hacerme sentir bien.
—¿Cómo? —quiso saber ella.
«Abrázame… bésame… hazme sentir como un ser humano; como un hombre» pensó, sin embargo, aguantándose esas debilidades, dijo tensando la quijada—: desnúdate sin levantarte de ahí —dijo no estaba seguro; alucinación o no, de confiar plenamente en ella; por eso quería más evidencias de su parte—. Seguro una mujer de tu calibre, podrá hacerlo sin problemas —agregó con cierto resquemor. Y de nuevo, ahí estaba su irritación anterior.
Pensó que su alucinación iba a desaparecer o negarse; irse como su versión real, pero, ante su vista un poco nublada por el agotamiento de meses atrás, ella comenzó a bajar las manos hacia la falda de su vestido.
¿De verdad… iba a…?
—Hazlo lento —masculló, en parte, queriendo darle tiempo de arrepentirse.
¡¿Por qué demonios lo hacía?! Él no quería que se arrepintiese y se fuese, pero…
Ella inhaló profundo, sin dejar de verlo con esa determinación sólida. Por alguna razón, él encontró eso algo sumamente atractivo.
Demostrándole una vez más que esto no podía ser real, ella, la imagen de la mujer que hace poco lo miró con un terror palpable, fue deslizando su vestido blanco hacia arriba. Gateguard miró sus piernas, sus rodillas, su entrepierna cubierta por un cómodo calzón blanco.
Entreteniéndose con esa zona en especial, apenas pudo parpadear cuando ella por fin se deshizo de esa molesta prenda, dejándole ver a Gateguard unos redondos y preciosos pechos coronados con unos tentadores pezones marrones.
Agitada, ella lanzó el vestido lejos de la cama, mirándolo sin ningún problema.
Gateguard se vio en problemas; no era capaz de moverse.
¿Por qué no podía simplemente bajar y unirse a ella? ¿Qué le impedía no tomar uno de esos suaves senos y masajearlo, pasando sus cinco dedos por encima del duro pezón? Quería explorar su cuerpo, sobre todo, ansiaba abrirle las rodillas y acariciar con las yemas de sus dedos su intimidad, la cual seguramente debería estar cubierta con un vello oscuro.
¿Por qué otros hombres habían hecho lo que él no se veía capaz de hacer?
¿Cómo es que estaba dudando?
Él quería…
Ella no se veía en desacuerdo.
Entonces, ¿por qué?
De pronto, como si ella quisiera ayudarlo a decidirse, pasó su mano derecha por en medio de sus pechos con el fin de señalarle la última prenda. Ella misma comenzó a quitársela, pero, harto de no poder hacer nada salvo mirar, él fue descendiendo hasta que, con su mano, pudo sujetar la prenda y bajarla de golpe.
Aunque no pudiese procesar como debiese la situación, su corazón latía demasiado rápido. Se sentía… muy nervioso; si lo demostraba o no, ya no le importaba demasiado.
Ella no dejó de verlo, volviendo a acostarse. Estaba observándolo como si lo estuviese calificando. Alzó los pies, insinuándole que podía quitarle por completo el calzón, cosa que él hizo.
Estaría haciéndolo bien, ¿o mal? ¿Ella en verdad estaría juzgando su actuación?
Como queriendo evitar eso, él volvió arriba. Poner distancia, le trajo seguridad.
Las dudas lo asaltaron poco a poco; cada una más ruidosa que la otra. ¿Qué estaba haciendo? ¿Acaso era un idiota? ¿De dónde venía esa molesta indecisión? ¿Qué debía hacer ahora? ¡No lo sabía! ¿De dónde había salido esa incertidumbre que lo congeló en su sitio como a un niño que de pronto soltaba la mano de mamá en un mercado y se encontraba perdido en medio de mucha gente?
—¿Y ahora? —musitó ella, esperando.
¿Esperando qué?
¿Qué debía hacer? ¿To-tocarla? ¿Podría…? Es decir.
Él quería, pero… si volvía a perder el conocimiento de sus actos y volvía a herirla. ¿Qué tal si al sujetarle las piernas le apretaba de más? ¿Y si no podía contenerse con sus ansias de probarla y terminaba mordiéndola?
Tantas cosas asaltaron su mente, que de pronto él se dijo que era inútil que siquiera lo intentase.
Ella, alucinación o no, estaba fuera de su liga.
De pronto, el que fuese un santo dorado quedó a un plano insignificante para él.
La miró sin saber cómo seguir. Su pulso se había acelerado, su cabello le estorbaba y sentía la cara acalorada. La garganta se le resecó. Sus manos casi empezaron a temblar, de no ser porque él se tensó de pies a cabeza.
Qué curioso era el cuerpo de las mujeres. Nunca había visto uno de este modo, y ahora que lo hacía, estaba… dudando. Se veía tan frágil, y, de hecho, la camarera-real en verdad había sido muy delicada. ¿Tocar a su otra yo-alucinación sería el mismo caso?
Miró su estómago. Su mente se desvió. Él sabía que las mujeres, al embarazarse, guardaban al bebé en sus vientres, hasta que éste estuviese preparado para enfrentar al mundo. Alguna vez, él mismo estuvo en el interior de una mujer, y no supo si recordar a su madre fue una buena idea.
¿Qué le diría ella en esta situación?
"Muchacho estúpido, deja de soñar despierto y sé un hombre".
¿Qué era ser un hombre? Lo que apenas recordaba de sus padres no era mucho; ni siquiera podía recordar bien sus rostros; sólo sabía que no les tenía ningún tipo de cariño. Ni a ellos, ni a sus recuerdos.
Hasta esta noche, Gateguard pensó que era un hombre lo suficientemente eficaz para hacer su trabajo.
Hasta esta noche, él había pensado que había madurado lo suficiente para estar al lado de una mujer como lo era… ella.
¿Sería así?
Dejó de ver su vientre para delinear cada zona de su cuerpo.
Miró sus brazos, y se preguntó si alguna vez habría abrazado a alguien, como Gateguard quería que lo hiciera con él.
Miró sus piernas, él y rogó por soñar, la próxima vez, con estar acostado sobre su regazo.
"Sueñas despierto", le dijo su yo-enemigo, su yo-pesimista, su yo-desconfiado. "¿De verdad crees que esa mujer te desearía como tú a ella? Mírate, casi la matas y ahora te inventas cosas porque eres incapaz de aceptar que no naciste para amar ni ser amado. Naciste sólo para una cosa: pelear".
Cierto.
¿En qué demonios estaba pensando?
Quiso tener la fuerza para deshacer esa bonita ilusión que sería mirándolo desde abajo.
En su confusión, en su desesperación, Gateguard no se dio cuenta de que aquello no era una fantasía. Qué esa mujer era bastante real, y su expresión dolorosamente resignada ante lo que había oído de su "yo-pesimista", no había sido bien interpretada.
—¿Te da risa lo que ves? —gruñó ella; dándole la razón a ese "yo-enemigo"; él no había nacido para estas mierdas, y con cada palabra que ella soltó, se lo confirmó; como un ángel transformándose en quimera, a punto de morder—. ¿Tanto te excita esa posición de control y sentirte superior a una mujer que no tiene ropa mientras tú sí?
«Francamente… ya ni sé cómo sentirme» pensó dándole a esa alucinación, y a su "yo-enemigo", la victoria.
—Eso es algo muy típico en hombres inseguros en la cama… como tú —quitando lo de "la cama", Gateguard se quedó con una palabra, la cual se repitió bastantes veces adentro de su cabeza como un eco maligno.
—¿Inseguro? —quizás lo era, quizás sólo quería ocultarlo; quizás ya estaba cansado de sí mismo y el hecho de que no podía arreglar sus problemas solo.
—Dime, niño. Ya que entramos en confianza, ¿para qué querías verme desnuda? ¿Es la primera vez lo haces?
Sí.
Y se había arrepentido de todo a estas alturas.
¿Eso tenía sentido?
—Déjame adivinar. Ni siquiera has besado a una mujer.
Esa sonrisa maliciosa; ese tono burlón e hiriente…
"Te lo dije" le susurró esa voz idéntica a la suya.
—¿Creíste que no lo notaría?
"¿Creíste que ella no lo notaría?" se burló él, hablando al mismo tiempo que ella.
Esto estaba en su cabeza, y ya estaba acostumbrado a ser atacado por su propia mente. Sin embargo, no dejaba de ser doloroso.
—¿Quieres saber otro detalle? Si estoy en lo correcto, y nunca en tu vida te has acostado con ninguna mujer…
"Y no se equivoca" bisbiseó como serpiente su "yo-enemigo".
—Ahora mismo, si yo toco esa erección —alzó su mano derecha y le señaló—, aunque sea con la punta de mi pie, voy a descubrir cuán hombre eres en realidad.
"No te contengas, preciosa. Hazlo y demuéstrale que yo sigo en lo correcto" le dijo él a ella, y como si ambos pudiesen oírse y comprenderse, esa bella alucinación que ahora lo veía con un odio, parecía regodearse con su duda.
Estaba tan cansado.
Estaba tan harto.
—Ahora… —dijo sin dejar ese tono malicioso; ella continuó golpeándolo moralmente—, ¿qué vas a hacer? —lo retó entre dientes—. ¿Vas a tocarme? ¿Me penetrarás la vagina o la boca? ¿Vas a pedirme que me vista? ¿O ya me dejarás dormir de una buena vez?
"¿Lo entiendes ahora? Nadie en su puto sano juicio cargaría con tu pútrida alma; ni siquiera en tus sueños".
Las risas de su yo-enemigo lo enfurecieron; lo molestaron tanto, que bajó de la cama, la cual seguramente debería estar vacía, y decidió ir a la ducha donde enfriaría su cuerpo lo más posible, luego, se iría a entrenar.
Sin embargo, el tiempo que se quedó en el agua fría no fue tanto como le hubiese gustado. Una vez que acalló a esa molesta voz y se encontró lo suficientemente "lúcido" para salir al mundo, cuando el sol todavía no había alumbrado, Gateguard salió de la piscina y con una toalla rodeando su cintura, volvió a la alcoba.
Ahí, sintiéndose a punto de escupir el corazón por la boca, se dio cuenta de dos cosas:
1.- Su mente le había jugado la peor jugarreta posible, en el peor momento imaginable.
Se acercó a la cama, y ahí estaba ella. Desnuda y enroscada como un conejito en pleno invierno. Cuando miró su rostro bajó el suyo hacia abajo. Aun si no tenía los ojos abiertos, el cansancio, la incomodidad y el frío fueron más que evidentes en ella… quien, por cierto, era bastante real.
«Carajo», alejándose de ella, Gateguard se llevó una mano a la cara, tallando sus ojos; pasándose el cabello hacia atrás.
¿Y pensaba que estaba mejorando?
Vaya patraña.
Mientras iba en busca de una cobija más abrigadora, porque la veía temblando ligeramente, pensaba en la segunda cosa.
2.- Él tenía mucho por lo que pagar.
No solo por la mujer… quien, evidentemente, no había sido una alucinación.
Sino por algo que se hallaba muy profundo en su propia cabeza, y algo en ella lo estaba castigando por eso.
Luego de cubrir el cuerpo de la mujer, Gateguard recogió la ropa femenina, prenda por prenda, teniendo cuidado.
Antes de dejar todo eso junto a un lado de los zapatos, él vio no muy lejos una llave de metal, la cual atrajo con telequinesis.
Pequeña, ancha, un poco oxidada. La analizó con cuidado antes de meterla en uno de los bolsillos del vestido, porque suya no era.
Gateguard dejó las cosas de ella a un lado de la cama y se alejó.
Sí, eso tenía que hacer, alejarse.
—Continuará…—
Wow, francamente... no planeé este capítulo así.
A ver. Les explico; yo tenía dos alternativas.
Alternativa 1: Darle a Gateguard total control de sí mismo, dándole la razón a Luciana, de que él se había burlado de ella.
Aclaro que eso no me constaba a mí. A pesar de que, en un principio, yo tampoco sabía muy bien qué había pasado con Gateguard; también estaba a la expectativa de qué iba a pasar... si de algo estaba segura, era que Gateguard no se había reído de Luciana. :/
Alternativa 2: Darle la razón a Gateguard, de que él estaba tan mal con respecto a su sueño, que, como han visto, él no estaba concentrado en nada y él estaba actuando... básicamente... "a la deriva de la p3nd3ja" XD.
Al final, decidí dejarlo a la suerte y dejar que todo fluyese; como verán, los malentendidos iban por ambos lados.
Conclusión: Gateguard con el cerebro cocido (como un huevo frito XD) fue el protagonista de este capítulo.
Luciana no se esperaba nada de lo que iba a pasar, y Gateguard tampoco. Ambos creyeron que iba a ser, hasta cierto punto, una noche sencilla; pero, como verán, hubo deseo por parte de los dos; y un gran corto circuito en la comunicación. 7w7
Creo que a este punto, luego de ver el problemón desde este ángulo, se entiende que Gateguard (después de lo que le dijo Luciana aquí), en el capítulo anterior, haya estado bastante nervioso con esa posibilidad de hacer "algo mal". Sí, él dio el primer paso y hasta donde todos sabemos, nuestro peque no lo hizo mal 7u7, pero no sé si se notó que, lo que actuó en él, fue su valentía natural XD
Ya ustedes me dirán qué les pareció este capítulo.
Quiero que sepan que hay partes de la narración donde todo está medio confuso porque, recordemos, la narración toma en cuenta lo que Gateguard pensaba, presentía y presenciaba en el momento. Me costó muchísimo hacer esto ya que debía quedarse claro que él no estaba en sus cinco sentidos, siendo incoherente en varias partes; como por ejemplo: estando de acuerdo con que Luciana se fuese de su lado... para cinco segundos después, pensar en darle lo que ella quisiese con tal de que se quedase.
Debo decirlo, me fue muy difícil seguirle el ritmo a sus pensamientos XD.
Les pido disculpas si no pude abarcar todo lo que debí haber expresado, casi me topé con el bloqueo. =(
Por supuesto, sé que hay mucho que narrar desde la perspectiva de Gateguard, pero trataré de resumirlo todo de la mejor manera posible. Más adelante les sigo hablando de eso.
¡Tengo una duda!
Amigos(as), no sé si poner los episodios que tengo planeados para el "Eclipse Lunar" aquí en el fic, o publicarlos por separado, en este mismo perfil.
De nuevo, les explico.
Soy una lunática con respecto al orden en el que publico los capítulos de este fic.
¡No sé dónde poner dichos episodios sin intervenir con las "lunas rojas"! Es decir, en estos capítulos, toca narrar todo los sucedido bajo la perspectiva de Gateguard T_T Quizás para algunos la respuesta sea bastante sencilla, pero no para mí.
En lo que lo pienso, los capítulos restantes del fic en sí (los que ya están programados y me falta revisar) seguirán publicándose con normalidad. Sí, porque, como sabrán, quedan algunas "lunas rojas", las cuales, les advierto, que dejarán de subirse en el punto donde la narración tome las perspectivas de Gateguard y Luciana al mismo tiempo. Muy pronto eso pasará; yo aviso. 7w7
.:.
¡Por el momento, es todo de mi parte! ¡Muchísimas gracias por el apoyo! Les agradezco sus reviews; amo leer sus teorías y pensamientos respecto a ambos personajes.
Wiii, no puedo creer que haya quienes se alegraron por la mención de Náusica y Margot XD. ¿Debería darles más protagonismo? ¿Qué dicen ustedes?
Bueno. Sé que muchos esperan que el drama que tengo planificada sea del tamaño de Júpiter, pero... yo diría que es del tamaño de Saturno XD con todo y anillos XD; prepárense.
Pero, mientras tanto, les invito a disfrutar de los capítulos que van a seguir de este. Tendremos una temporada tranquila... quizás, hasta la próxima luna roja. :D
Gracias por leer y comentar a:
Nyan-mx, Mumi Evans Elric,Natalita07, Ana Nari, camilo navas, dd-elaShine, y Guest.
Hasta el próximo episodio.
Reviews?
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