Noche

XIX

Sopa de Limón



Luciana abrió los ojos cuando la lluvia aun caía, se sentía cansada, pero no lo percibía como algo negativo; es más, era un agotamiento agradable.

Lo más relajante para ella, fue sentir que nadie iba a aplastarle las costillas; lo más desconcertante era sentir que, en la muñeca derecha de Gateguard (del brazo que estaba sobre ella y cuya mano sostenía la suya; la derecha, para ser más específicos) tenía un grillete rojo.

Pasada la sorpresa inicial, ella no tardó en darse cuenta que llevaba el collar, cuya llavecita se encontraba a un lado de su cara y la cadena rodeando bien su cuello.

Frunciendo el ceño, Luciana inhaló profundo.

Pensando en eso, se quedó callada mientras se dejaba guiar por la comodidad que le daba estar así, acostada, desnuda, con Gateguard abrazándola por la espalda; de hecho, ahora que ella, lenta y furtivamente deslizaba sus pies por encima de los de él, descubrió que, en sus tobillos, estaban los otros dos grilletes, y seguramente, llevaba el faltante en la otra muñeca, cuyo brazo, debería estar fungiendo como apoyo para su cabeza.

«No entiendo qué va a pasar ahora» se dijo, inhalando profundo, y exhalando lo más silencioso que pudo.

Gateguard ya tenía la cerveza rosada, la cual seguramente, luego de beberla, le daría la respuesta a su dilema sobre el sueño; entonces, ¿qué pasaría con ella? ¿Seguiría siendo su amante? ¿Él se atrevería a pagarle por esto?

A Luciana le gustaba el dinero, y siempre que un hombre le pedía satisfacerlo, éste solía darle algunas monedas al terminar, sin embargo, si Gateguard le pagase…

«Acéptalo ya y no te harás daño después» pensó resignada.

Ayer se había entregado en cuerpo y alma. Había sentido no sólo con su piel, sino con su espíritu. Gateguard no sólo besó sus labios, sin darse cuenta (y tal vez, sin quererlo) había acariciado unos sentimientos problemáticos que ella tenía dormidos. Luciana incluso pensó que había nacido sin ellos, hasta que él los tocó.

Su corazón latía fuerte. Su cabeza se hallaba en conflicto, y no podía hacer nada más salvo contraer sus dedos sobre los de Gateguard.

Puso atención a eso. La mano de él estaba sobre la suya; sus dedos estaban entre los de ella.

¿Cómo era posible que una imagen tan vana y común pudiese originarle tantas emociones? Todas ellas, demasiado fuertes para contenerlas.

Quiso, una vez más, decirse que esto que se originaba en su interior era pura atracción física; que se sentía así porque… aunque Gateguard haya sido un hombre virgen, la trató muchísimo mejor que cualquiera de sus anteriores amantes… sus emociones hacia él no eran más que pura atracción física.

Pero se conocía.

¡Carajo, se conocía bien!

—¿Estás bien? —susurró él sobre su cabeza—. ¿Te estoy incomodando?

—No —musitó ella—, vuelve a dormir.

—Estaba despierto —dijo lento, dándole un suave apretón al agarre que Luciana por un segundo había olvidado haber reforzado.

Un silencioso, pero fuerte sonrojo, se instaló en sus mejillas al pensar que Gateguard sintió su "manoseo" con los pies y el agarre de su mano.

—¿Debes levantarte? —preguntó ella, girando un poco la cabeza en su dirección.

—Sí… pero sigue lloviendo —respondió, aparentemente, sin sentirse irritado por eso como ayer.

Luciana soltó una débil risa ante esa conveniencia.

—No pongas excusas —fingidamente estricta, ella contrajo sus dedos juguetonamente sobre los de él, un par de veces; Gateguard suspiró en una risa ahogada.

—Por primera vez en mucho tiempo pude dormir… sin pesadillas —soltó a quemarropa, en un tono suave y relajado—, déjame disfrutarlo un poco más.

Con su brazo, teniendo cuidado para no hacerle daño con el grillete, apretó un poco a Luciana contra él, quien se quedó pensativa.

—¿De verdad?

—Sí.

Y como si supiesen que debían ponerse serios, Gateguard y Luciana se soltaron para que ambos pudiesen reacomodarse; se quedaron acostados sobre sus espaldas. Ella subió la cobija hasta sus pechos para no perder su calor, dejando sus manos ahí arriba, mientras que él, dejaba sus brazos sobre su propio estómago. Sus miradas se quedaron fijas en el techo.

—¿Crees que haya sido por…? —el sexo, iba a decir Luciana, pero Gateguard la interrumpió.

—No —masculló pensativo—, créeme; si lo supiese, te lo diría. Tampoco he podido llegar a una conclusión, sólo sé que… por primera vez en casi medio año, puedo sentirme realmente… descansado.

—Me alegro por ti —susurró ella con su mejor sentimiento de gusto, aunque no podía evitar sentirse con la triste sensación de estar a punto de ser desechada.

¿Y por qué no? Su trabajo ahí era clarísimo, y si Gateguard ya no la necesitaba para eso, ¿entonces para qué quedarse? ¿El sexo? Ella no era la única mujer con la cual Gateguard podría compartir su cama; si él lo quería, podría bajar esta noche al pueblo e invitar a cualquier chica de la taberna; por el dinero y por esa belleza física, la mujer que Gateguard eligiese le recibiría con agrado; y le volvería a recibir luego de sentir su trato.

Ajeno a sus pensamientos, él se sentó para poder girar un poco su torso y verla.

—¿Te irás? —preguntó, para sorpresa de Luciana.

Tragando saliva, ella trató de sonreír con sinceridad, pero ese pequeño dolor en su corazón era bastante insistente en no desaparecer.

—Eso lo decides tú —dijo, desviando su mirada porque no podía soportar la presión que ejercía la de él, por primera vez desde que se conocían.

Gateguard soltó un bufido.

—¿Y si yo no quiero que te vayas aún?

¿Por qué estaba preguntándoselo? Era él quien decidía. Sin embargo, algo le dijo a Luciana que podrían estar hablando de aquel trabajo… o de otra cosa.

Vamos, podía ser más directa. Como cuando Luciana lo encaró en la casa de Neola. ¡Podía hacerlo!

—¿Bajo la misma condición? —inquirió, sentándose también, llevándose la cobija con ella para seguirse tapando los pechos.

Él tenía la mirada puesta en sus propias piernas, pero luego, la dirigió hacia ella otra vez.

—¿Cuál de todas?

Tragando saliva pesadamente, ella lo pensó.

¿Sólo dormir? ¿Ser "medio-amantes" y únicamente por las noches además de ser un secreto para el resto de la humanidad?

Luciana estaba confundida; no sabía qué era lo que Gateguard de Aries aun quería de ella. Porque… su cuerpo… y su maldito corazón, él ya los tenía; al menos, eso Luciana pensaba ahora, aunque, quién sabe, en un futuro podría existir un "pero" todavía oculto.

—¿Qué es lo que quieres de mí? —le preguntó en un susurro anhelante que no tenía nada que ver con lo sexual.

Volviendo su mirada hacia la cobija, Gateguard apretó las manos sobre esta.

¿Qué significaba esa indecisión? ¿Esa incapacidad de hablar? Ella no quería hacerse de ideas equivocadas. Su corazón encontraba en ello un ápice de esperanza, ¿cabría la posibilidad que no sólo Luciana quisiera algo más de esto? ¿Sería posible que esas expresiones y esas preguntas significasen que Gateguard también estaba sintiendo algo más profundo hacia ella?

—Quiero… yo quiero… —mascullaba casi tartamudeando.

Expectante, ella no lo presionó ni habló para insistirle en mirarla.

—Quiero verte feliz —terminó de decir.

Y como si el cerebro de Luciana hubiese sido pateado lejos, esta tardó un poco el reaccionar; para cuando lo hizo, ya tenía la mirada de Gateguard sobre ella otra vez.

—¿Cómo dices? —fue lo único que pudo decir, luego de abrir la boca y cerrarla como idiota un par de veces antes.

Desviando su vista, esta vez hacia la pared contraria, Gateguard suspiró.

—Lucy, las vidas de los santos no suelen ser largas —dijo con un desánimo bastante marcado.

Y Luciana no se sintió mejor luego de oír eso. La verdad en esa crueldad, la pateó con fuerza en el estómago. Sólo mantuvo la compostura porque no quería deshonrar el trabajo de Gateguard.

—He pasado más de la mitad de esa vida entre sufrimiento, ajeno… y propio. Estoy cansado de eso —se tomó un respiro antes de proseguir, todo mientras Luciana meditaba en sus palabras y trataba de verlo todo desde su perspectiva, ya luego le diría la suya—. Cuando te pedí que te quedases conmigo y durmiésemos juntos, pensé que… cuando pudiese descansar como hoy, sería bastante fácil decirte que ya no te necesitaba. Pero, no puedo —gruñó, esta vez, enojado—. No quiero dejarte ir. Sin embargo, tampoco puedo romper mi voto con Athena y el Patriarca.

Pensando en qué tendría que ver ella con el hecho de no poder mantener su papel en el Santuario, Luciana no lo interrumpió; quería oírlo. Él estaba explicándose sin que ella se lo insistiese. Esto era algo muy importante ya que…

«No te hagas ilusiones tan pronto, déjalo terminar» se dijo a sí misma con dureza.

Gateguard la miró una vez más; una chispa de anhelo podía verse en sus ojos.

—Dime, ¿puede un asesino, sentir como un hombre? —preguntó ansioso—, ¿puede un hombre con demasiada sangre en sus manos, tratar de hacerte feliz antes de morir en la guerra que se aproxima?

Tan acostumbrada estaba a verlo dictando lo que haría y lo que no, que Luciana no procesaba del todo que él estuviese preguntándole todo eso.

De hecho… sus preguntas le dieron una extraña sensación de Déjà Vu.

Y eso no fue lo más triste; lo hizo el hecho de que Gateguard supiese que las posibilidades de sobrevivir en la siguiente guerra contra Hades, eran menores a cero. Él esperaba su muerte, y ella, el sólo imaginarlo le provocaba una fuerte desdicha.

Bajando la cabeza, aguantándose las ganas de llorar, Luciana se tragó el nudo de su garganta antes de hablar.

—Sí —dijo más decidida de lo que pensó que sonaría; levantando la cabeza, lo encaró con los ojos brillosos—, un asesino que se vio obligado a serlo, puede sentir como un hombre —alzó su mano derecha hacia la mejilla de él, acariciándola—. Y tú, con sangre o sin ella en las manos, puedes hacerme muy feliz… con tan solo seguir viviendo.

Gateguard llevó su mano a la de ella, cerrando sus ojos, como si sus palabras le hubiesen dado algo más allá de ánimos.

—Quédate… —musitó, llevándose la mano de Luciana a sus labios. Su aliento la calentó de forma que ella no podía creer posible—. Quédate conmigo.

—Sí —respondió sin pensárselo. Y, aun después de pensárselo, su respuesta siguió siendo la misma.

La lluvia y los truenos continuaron afuera, mientras tanto, Gateguard y Luciana unieron de nuevo sus labios, ella lo abrazó del cuello; él llevó sus manos a su espalda, apretando su piel con sus dedos.

Luciana todavía se encontraba un poco agotada por la noche de ayer, sin embargo, eso no les impidió continuar. Ella buscaba algo más de él, algo que ambos todavía no podían aclarar con palabras; sin embargo, el no decirlo no debía impedirles demostrarlo.

—Acuéstate —le dijo ella entre sus labios, luego de que él apartase la cobija de ambos de forma brusca, tirándola al suelo.

—¿Vas a enseñarme algo más? —murmuró serio, dejándose guiar.

—Mhmm —afirmó, lo besó una última vez antes de que él colaborase.

Sin dejarlo de besar, teniéndolo acostado debajo de ella, Luciana pensó; si algo a ella le comenzaba a fascinar de Gateguard en este aspecto, era que él, a pesar de ser nuevo en esto, no se negaba a experimentar más cosas que desconocía, desde la noche de ayer, hasta hoy, parecía estar abierto a toda práctica que ella pudiese enseñarle. Eso era algo bastante curioso en un hombre, pero eso lo hacía bastante atractivo.

Sea como sea, ella estaba aliviada de que él no fuese de esos hombres aferrados que querían hacerlo todo a su manera; y más aparte, creer que lo estaban haciendo todo bien. De verdad, no eran comunes aquellos hombres que le daban el mando a la mujer.

Luciana se preguntó por qué Gateguard lo haría; pero las cuestiones ya vendrían luego.

Poniéndose de lado a lado, quedando arrodillada sobre él, rozando su intimidad sobre su perfecto vientre, Luciana se inclinó para acariciar (con todos sus sentimientos a flor de piel) ese perfecto rostro masculino con las manos. Degustó de sentir sus propios senos, aplastarse sobre los firmes pectorales masculinos, ni siquiera pensó, en un momento, en sus kilos extra. Se entretuvo delineando suaves líneas imaginarias sobre sus mejillas hasta su mentón.

Por su lado, y sin interrumpirla en su escaneo, ni decirle nada, Gateguard puso las manos sobre sus caderas, siendo un poco más fuerte al tocarla con sus dedos, más bien, apretarla; sin embargo, a Luciana eso no le molestó ni dolió.

—Quiero sentirte otra vez —masculló él, agarrando con un poco de fuerza sus dos nalgas para ayudarla a retroceder lo suficiente con las rodillas, encontrándose con su miembro erecto. Luciana mantuvo sus manos sobre la cama, lado a lado de Gateguard.

Enrojeciendo de las mejillas, con el corazón latiendo con fuerza, Luciana acercó sus labios a los de Gateguard, meciendo sus caderas para restregarse sobre él.

—¿Así? —musitó encima de su piel.

—Sí, así —respondió él en un gruñido.

Ambos gimieron ante los continuos y lentos roces, Gateguard soltó su cadera del lado derecho para tomar su nuca y hacerla besarlo, usando la lengua.

Cerrando sus ojos, Luciana bajó su mano derecha para ayudar a Gateguard a penetrarla en esa postura. Ella estaba lo suficientemente húmeda para recibirlo, lo que no se esperó fue que, al posicionarlo sobre su entrada, fuese él quien alzase las caderas para introducirse de un golpe.

Interrumpiendo el beso, ella gimió su nombre.

Incorporándose antes de que Gateguard intentase algo más, quedando sentada encima de él, Luciana deslizó sus manos encima de sus pectorales. Lo miró; sus ojos estaban cerrados. De las pocas veces que ella podía verlo así, y ahora, que estaban justo como se había imaginado la primera vez que durmió con él, Luciana quería disfrutarlo a plenitud, y que él también lo hiciese.

Así que, apoyándose con sus rodillas sobre la cama, y las manos sobre el cuerpo del santo, Luciana empezó meneando sus deslizar suavemente sus caderas de adelante atrás, lento, sin ninguna brusquedad a pesar de que quería saltar como un maldito conejo hasta cansarse. Su interior se humedecía más y más; sentirlo separando y acariciando su carne, la hacía suspirar y perderse en su propio mundo.

Con las intenciones de besarlo; Luciana se inclinó hacia adelante gimiendo, sin dejar sus movimientos suaves, centrándose en cómo se sentía Gateguard en su interior, haciéndose espacio en su cuerpo con lentitud. Sin embargo, antes de llegar a rozar su boca con la suya, ella exclamó:

—¡Gateguard! —gimió cuando él la sujetó con firmeza de sus caderas y la obligó a bajar de golpe, haciendo que su miembro entrase por completo y con más intensidad en su cuerpo.

Desubicada de la realidad gracias a eso, ella se tensó, cerró los ojos, y se mordió los labios tratando de no gritar. Quiso moverse hacia arriba para volver a sentarse y tomar algo de aire, pero un segundo movimiento igual la imposibilitó de ello.

—¡Aaah, es-espe…! —viéndose especialmente sensible y humedecida, poniendo rápidamente sus manos sobre la cama, de lado a lado de la cabeza de Gateguard, aferrándose a las sábanas, Luciana rozó su nariz con la del santo, pero no se besaron. Él, con tan solo sus manos, la volvió a mover lento hacia arriba, para luego hacerla bajar de golpe otra vez, jadeando con pesadez, al igual que ella—. ¡Aah! —repitió ese movimiento, un par de veces más.

Aferrándose con más fuerza a las sábanas, Luciana, con cada intensa embestida creía que en cualquier momento iba a desmayarse por lo intensas que eran.

Él la movía lento hacia arriba, sólo para ayudarla a impulsarse con fuerza de vuelta, logrando que las acometidas fuesen profundas.

Y es que Gateguard era quién movía las caderas de Luciana, no ella; sin embargo, no es como si ella quisiera quejarse por eso o pelear por el mando. Encontraba cada movimiento profundamente estimulante, más si centraba en la forma en la que él la sostenía con sus manos de forma casi posesiva (aferrándose fuerte y delicioso con sus largos dedos) e invadía su intimidad usándola a ella para llegar cada vez más profundo.

Dejándose llevar, sus paredes vaginales palpitaban alrededor de su viril miembro al mismo tiempo que su interior se humedecía con facilidad. ¿Esto era algo improvisado o era algo que él ya tenía planeado? ¿O qué rayos pasaba? No es que a Luciana le desagradase estar en bastante desventaja, en realidad, disfrutaba mucho de esto, sin embargo, a ella le parecía un poco vertiginoso que Gateguard se hallase cada vez menos cohibido si es que esta era la segunda vez que estaban juntos de ese modo.

Recibiéndolo con agrado, sin la posibilidad de moverse por órdenes propias, manteniéndose en cuatro como mejor podía debido a las fuertes embestidas que era "obligada" a dar, gimiendo sobre él cada vez que era penetrada, Luciana apuntó en su cabeza que esta era la mejor mañana (al menos hasta hoy) que ha tenido en su vida.

—¡Aah! ¡Es-esperaaa! —exclamó cuando comenzaba a sentir que sus codos (los cuales, le ayudaban a mantenerse) estaban flaqueando ante su peso y debilidad—, ¡ne-necesito! ¡Mmm! ¡Le-van…! ¡Levantarme!

Parando los empujes, claro, no sin antes dar un último bastante intenso que casi le hizo mirar estrellas, Gateguard soltó sus caderas, deslizando sus manos por encima de sus piernas, y la dejó alzarse de torso. Mientras Luciana se acomodaba, recuperando el aliento, el miembro de él salió de su interior.

Agitada, ella, al encontrar alivio con respecto a sus codos, se giró un poco para tomar el pene de Gateguard con su mano derecha y ayudarlo a entrar otra vez, sentándose lentamente sobre él, siendo cuidadosa con no hacer algún movimiento brusco y terminar lastimándolo al posar casi todo su peso encima suyo.

Sabía que Gateguard no le haría daño si ocurría un incidente así.

Él había decidido no vengarse porque ella lo había golpeado en esta zona tres veces cuando ni siquiera se toleraban mutuamente, eso hablaba claramente de lo honorable que podría llegar a ser. Sin embargo, en su juventud, ella tuvo que aprender hacer ciertas cosas bien por las malas, y saber cómo hacer este movimiento, había sido una de ellas.

«Es Gateguard» pensó delineando sus perfectos pectorales con sus dedos; se apoyó en su pecho, y comenzó a moverse como en un principio, «es él».

Cada vez que Luciana lo hacía salir y entrar en ella, no podía evitar susurrar su nombre.

Pero, como si hacerlo lento y tierno en esta ocasión no fuese parte de los planes de Gateguard, él masculló:

—Más rá-pido —ordenó apretando sus piernas con sus dedos.

—No quiero… arriesgarme a… ser más brusca, y… y apoyar todo… mi… peso —quiso bromear entre jadeos, meciéndose en círculos.

—Sí lo quieres —la retó con una sonrisa; incluso le dio una suave palmada a su nalga derecha.

¿Para qué negarlo?

—No digas que no te lo advertí —se rio, más porque ese último gesto que no se había esperado.

Luego de pasarse las manos por su cabello, empujándolo todo hacia atrás, Luciana volvió a inclinarse hacia adelante con el fin mover sus propias caderas hacia adelante y atrás, simulando los movimientos que le había enseñado él; besándolo en el proceso.

Cada vez más fuerte, cada vez más rápido. Él, seguramente queriendo ayudarla, puso sus manos otra vez sobre sus caderas marcándole un ritmo más desenfrenado que el anterior.

Luego de besarse hasta requerir aliento, Luciana, acostándose encima de él sin parar sus movimientos, se perdió enteramente ese mar de sensaciones. Un trueno retumbó en el cielo, con menos fuerza que los del día anterior, pero a ella le encantó la combinación del clima con el calor que estaba originándose en la alcoba.

El sonido de la lluvia al son del choque de sus intimidades; la sensación de tenerlo adentro, junto a esos eróticos suspiros y gruñidos retenidos con esfuerzos, le excitaban tanto que no le costó llegar al orgasmo gritando un solo nombre; tensándose; teniendo muchísimo cuidado de no aruñar el pecho de Gateguard mientras sus paredes vaginales se contraían sobre ese magnífico miembro que no dejó de penetrarla, gracias a que el santo seguía manteniéndola sujeta, moviéndola a su voluntad contra él, hasta que dicha extremidad también dio una ligera sacudida y se liberó adentro de ella.

Luciana no se percató de que Gateguard la tenía fuertemente abrazada con sus brazos, hasta que ella recuperó cierto sentido, incomodándose por los grilletes haciendo presión contra su piel, por encima de su cabello.

—Gateguard… el metal… me duele —masculló, respirando agitada. Cuando él se disculpó y volvió sus manos hacia los lados, ella suspiró—. No te preocupes… la próxima vez, hay que recordar quitártelos.

—Ajá —suspiró Gateguard, dejándola incorporarse para que pudiese volver acostarse a un lado de él, apoyando su cabeza contra su pecho.

Al descansarse un poco, Luciana quiso vestirse e ir al retrete, cosa que se dispuso a hacer, dejando a Gateguard atrás. Él dijo que no quería levantarse.

—Cuando vuelva, más vale que estés listo para comenzar a trabajar —le dijo juguetonamente; palmeó su frente con suavidad, y salió de la cama importándole poco estar enteramente desnuda a la hora de salir caminando por el largo pasillo para aliviar su vejiga.

En su regreso, notó que Gateguard, en lugar de hacerle caso, había tomado la cobija para envolverse en ella sobre la cama.

Casi podría verse adorable.

—Gateguard.

—Mmm —expresó soñoliento.

—No seas un niño, levántate —insistió tomando la cobija para intentar quitársela, sin embargo, él la sujetó fuerte para impedirle dicho movimiento—, ¡oye!

—No quiero levantarme —musitó.

Cuando Luciana comenzó a frustrarse/rendiese con eso, Gateguard de pronto saltó y en menos de un segundo, ya se había puesto ropa y un par de sandalias, lanzándole a ella, unas cuantas prendas de él.

—Vístete —le dijo saliendo del cuarto, apresurado.

¿Estaba asustado? No… no parecía estarlo.

¿Qué estaría pasando?

Posterior a ese muy rápido cambio de acontecimientos, Luciana parpadeó confundida; haciendo caso, poniéndose los pantalones cortos que a ella le quedaban bien hasta los tobillos; se cubrió con una playera grande de mangas cortas que caían hasta sus enrojecidos codos.

Deslizando sus pies, lento, por aquel extenso pasillo, un poco asustada, por pensar en los cientos de motivos por los cuales Gateguard había reaccionado así, Luciana se encontró al final del camino algo que no se esperaba.

El santo de aries, quien ya estaba usando su armadura dorada, estaba frente a frente con aquel hombre de la armadura resplandeciente con alas en su espalda. Dicho hombre estaba empapado por la lluvia, sin embargo, eso no parecía importarle a ninguno de los dos.

En Gateguard, Luciana notó a un hombre serio y bastante cerrado; su mirada fría no trasmitía nada salvo una profunda desconfianza hacia su propio compañero. Ni rastro de aquel ser que acababa de hacerle el amor, cuyos ojos azulados hablaban más que su propia boca.

—¿No es demasiado temprano para molestar? —preguntó Gateguard, mordaz.

—Sabes que no estoy aquí por gusto —dijo el santo de cabello de cabello negro, mirándola a ella, haciendo un leve movimiento de cabeza a modo de saludo, sin quitar ese semblante duro—; buenos días, ¿usted ya se siente mejor?

Aun si era muy educado y no agresivo… al menos, con ella, Luciana se sintió un poco intimidada ante él.

—Sí, gracias por preguntar —dijo rápido—, con permiso.

Esforzándose por no salir corriendo como un perro con la cola entre las patas, Luciana se apresuró hacia la cocina, tratando de aparentar que no se sentía incómoda en presencia de los dos hombres.

No sabía si las doncellas iban a venir (ojalá no lo hiciesen con dicha lluvia, podrían enfermarse) pero, por si acaso, ella decidió preparar algo para desayunar y ahorrarles el trabajo. También le prepararía algo a Gateguard, para calmarle el humor luego de recibir una visita indeseada. Tampoco sabía si el santo que estaba con él iba a quedarse, pero, por si acaso, prepararía té para los tres.

Primero, se aseguró de conseguir en una esquina, ramitas y paja seca para ponerlo todo estratégicamente en el fogón; no usaría completamente debido a que este era algo grande, y ella no quería preparar nada muy elaborado, así que tomó sólo lo necesario. Buscó algunos palillos que pudiese usar para hacer fricción y encender alguna pequeña llama, sin embargo, no encontró nada más allá de cosas pequeñas.

«¿Cómo le hacen esas mujeres para cocinar aquí?» se preguntó, un poco estresada, considerando ilógico que no hubiese madera, pedazos anchos y alargados, sobre todo, aquí cerca.

Todo lo que pudo hallar fue bastante inútil para encender el fuego; avivarlo, sí; pero no para producirlo.

Bueno, dejó eso para después.

Buscó pan para cortarlo, cosa que sí consiguió rápido y en buen estado. Además, tomó dos vasos y para su buena suerte, el cántaro de agua estaba bien lleno, por lo que sirvió ambos.

A Luciana no le gustaba mucho encargarse de la cocina; eso de ser camarera en una taberna le quitaba todo deseo de estar paseándose por una cocina (sobre todo cuando vivía con Neola) cuando no estaba trabajando; por eso ella consideraba a Mateo y su restaurante, una bendición, sin embargo, cuando le tocaba preparar sus alimentos, tampoco le pesaba.

Buscó fruta, encontrando solo manzanas; buscó hojas de menta, para el té; y un cuchillo; una vez que tuvo todo sobre la mesa, ella volvió a mirar entre algunos cajones.

Si no había ramas adecuadas para encender el fuego, debería haber algunas rocas para eso, ¿no?

Mientras buscaba entre algunos apartados con puertas, Luciana oyó unos pasos metálicos.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó Gateguard, entrando a la cocina.

—Sí, no tengo idea de cómo encienden el fogón aquí —dijo, apartándose de donde estaba, alzándose, para ver a Gateguard (todavía usando su armadura) poner más leña al fogón, reacomodarlo todo y acercar su mano a todo eso, logrando encenderlo con lentitud y seguridad.

Luciana miró atenta su rostro. Él estaba pensando demasiado en algo.

—¿Todo bien? —preguntó, queriendo saber si podría ayudarlo.

—No —respondió, llenando un pocillo de barro, tamaño mediano, de agua; poniéndolo sobre el metal entrelazado a modo de una resistente red sobre el fuego.

Ese fogón era bastante bonito, hasta se veía casi futurista.

—¿Te bajarán el sueldo? —preguntó, intentando aligerar el ambiente un poco, mientras buscaba dos platos donde poner la fruta que iba a rebanar para desayunar.

—No —suspiró—. Hakurei y Sage vendrán —agregó mientras ponía las hojas de menta adentro del pocillo.

—Oh, entonces pondré más platos —Luciana chasqueó los dedos tomando una actitud jovial.

A ella no que quedaba duda que Gateguard no era fan de los sitios concurridos ni de las visitas inesperadas; sin embargo, con la finalidad de tratar de relajarlo un poco para que recibiese, por lo menos, con un humor aceptable, a sus colegas, ella le demostraría con hechos que era posible tener buenos encuentros matutinos con amigos, sin haberlo deseado o planeado.

Buscó más platos, como dijo que haría, sin embargo, no encontró ninguno más, aparte de los dos anteriores que ya había tomado. Luego de husmear en los apartados alrededor, donde en la mayoría había canastas con semillas, tarros grandes tapados con quién sabe qué adentro, ella decidió preguntarle:

—¿No hay más platos?

—¿Por qué habría de tenerlos? —Gateguard tapó el pocillo con su tapa, girándose lento hacia ella.

—Porque nunca sabes cuándo puedes tener invitados —respondió lo más lógico, a su modo de ver.

—No me gustan los invitados —dijo, cruzándose de brazos—, menos los que se invitan solos.

—Vamos, no es malo que ellos quieran venir a verte —dijo ella sonriendo, rindiéndose con los platos.

Se dispuso a cortar las manzanas con el cuchillo. Gateguard se acercó a la mesa para verla desde el lado opuesto.

—Ellos no vienen a verme a mí —le dijo fríamente.

Luciana, captando bien ese mensaje, echó los primeros pedazos en un plato plano de barro.

—¿Me harán preguntas?

—Sí.

—¿Incómodas? —tomó otra manzana, cortándola sin prisas.

—Tal vez.

—¿Y…? ¿Cuál sería la diferencia entre ellos y un doctor? —pasando los pedazos de la fruta al plato, Luciana lo miró a los ojos.

—¿Estás de acuerdo con eso? —preguntó al cabo de unos segundos.

—No creo que quieran hacerme daño —dijo alzando los hombros—, ¿tú sí?

Desviando la mirada hacia los trozos de manzana, Gateguard lo pensó.

—Escucha, no me imagino que el cuestionamiento vaya a ser agradable… de hecho… ya me huelo la razón del por qué desean hablar conmigo —musitó; eso ambos lo sabían. El regalito del oneiroi era la razón—. Sin embargo, no es como si pudiese decir la gran cosa; no recuerdo casi nada.

Buscando destensarse, respirando lento y hondo, Luciana tomó otra de las cuatro manzanas que había tomado, para cortarla, en profundo silencio. Cuando llegó el momento de terminar con la última, Gateguard dijo:

—¿Recuerdas lo que te dijo él? El oneiroi.

Luciana se lamió los labios.

—Es confuso —respondió un poco dudosa—, no estoy segura que todo lo que tenga en mi cabeza sea lo que pasó; tal vez sea mi imaginación en acción.

—No importa. Me gustaría saberlo.

Echando los pedazos de la última manzana en el plato, Luciana alzó la mirada para ver sus ojos.

—Lo último… —pensó y pensó; sólo se le ocurrió una cosa, lo mismo que le había dicho a Sage cuando recién despertó.

La imagen de un apuesto hombre dándole una botella de cristal con agua más roja que rosa, pasó por su mente al abrir la boca.

—Esa bebida, la cerveza rosada; sólo… sólo se puede probar cada siete meses, eso creo… ¿es algo así? —lo miró dudosa, Gateguard no dijo nada, sólo la observó serio—. Lo siento, no recuerdo casi nada más allá de eso.

—¿Qué me dices de su aspecto físico? ¿Recuerdas algo?

—Apenas recuerdo un poco su rostro… —frunció el ceño, pensando en si sería una buena idea decirle que, si la apariencia de ese oneiroi era como ella la recordaba, entonces él sería uno de los hombres más guapos que alguna vez hubiese visto—. Nada fuera del otro mundo —dijo al final, considerando que, no sólo ese oneiroi, Hakurei, Sage, ese santo de las alas, y, por supuesto, Gateguard, eran seres que no podían ser reales por ese atractivo que llevaban encima.

—¿Puedes ser un poco más específica? ¿Ojos, cabello, piel?

—Sus ojos… eran… amarillos, creo. Su piel… ¿pálida? —no esta tan segura de todo lo que decía, por alguna razón, sentía que no estaba describiéndolo bien. Es decir, era ridículo, tenía una imagen en su cabeza, ¿por qué dudaba tanto?—; la verdad, de lo único de lo que estoy segura es que él tenía… el cabello… rubio, un rubio pálido.

—Ya veo —musitó mirándola fijamente.

—¿Qué?

—¿Qué? —le preguntó él, de vuelta.

—¿Por qué me ves así? —ella alzó una ceja.

—¿Así? ¿Cómo?

—Como si no me creyeses —dijo seria—, ya te dije que mi mente no puede recordarlo bien. Tal vez esa cosa… —se refirió a la cerveza—, me afectó más de lo que creemos, y si de por sí ya tenía una mala memoria, no quiero imaginar cómo estaré en treinta años. —Si es que llegaba a los sesenta años, claro.

—No, tu memoria no es mala.

Gateguard se alejó de la mesa, yendo hasta el fogón, el cual tenía una llama muy baja. No se molestó en encenderla de nuevo. Tomó dos tazas de barro y sirvió té en ambas, dándole una a Luciana.

—¿A qué te refieres?

—Lo describiste bien —respondió alzando su mano hacia la silla lejana para acercársela a Luciana por medio de telequinesis y agregar con una suave gentileza—: siéntate.

—¿Y tú? —la aceptó, ya que presentía que iba a escuchar algo interesante.

—Estoy bien —dijo, bebiendo un poco de su taza.

—¿Y…? ¿Tú ya lo conoces?

—Más o menos. No nos hicimos amigos, pero al menos accedió a ayudarnos con el desastre que provocó —respondió escuetamente.

—¿Desastre? —sin dejar de verlo, Luciana meció el té de su taza, soplando para rebajar el calor y beber un poco.

—Te lo explicaré con detalles luego; sólo quería saber si podías recordar algo de lo que ocurrió, así como también describir su aspecto —dejó la taza en la mesa, poniéndose a separar la fruta en dos platos, dándole un pedazo de pan al traste que luego le pasó a Luciana sin preocuparse por servirse a sí mismo.

A ver, a ver. ¿Qué pasaba aquí?

A ella no le sorprendía que Gateguard quisiese ayudarle en la cocina. Ya había demostrado que su masculinidad no se veía afectada por tener que mover sus manos con el fin de servir alimentos; la primera vez, fue cuando él fue a renegociar con ella.

Pero… en esta ocasión, algo se sentía diferente.

—Seguro sabes que el que haya cosas que debería saber, pero "no puedo todavía", me provocan mucho estrés.

—Sí, lo sé —resopló Gateguard—; pero, como tú misma has dicho. Tu mente todavía no se repone del golpe que sufrió. Darte información que podría confundirte más, empeoraría las cosas.

—En eso tienes razón —dijo Luciana, muy para su pesar—. Entonces, ¿qué puedes decirme?

Ambos se quedaron callados por un rato; él pensando en sus cosas; Luciana en las suyas.

—¿Hola? —saludó un hombre en el umbral de la puerta de la cocina.

—Buenos días —Luciana miró a Hakurei de Altar, quién iba con una capa sobre su cabeza.

¿Seguía lloviendo? ¿Acaso era un diluvio lo que estaba afuera o qué?

—Perdonen por interrumpirlos —dijo, luego enfocó su vista en Luciana—, supe que despertaste hace poco.

El simpático hombre fue desprendiéndose de su capa, y como si fuese lo más natural del mundo para él, la hizo desaparecer.

Alzando sus cejas brevemente con sorpresa, para volverlas a abajar y aparentar calma, Luciana tragó saliva.

—Sí; gracias por preocuparse —dijo, queriendo ser educada y mostrar su gratitud—, lamento las molestias.

—Lo importante es que el peligro ha pasado —Hakurei sonrió con una animosidad tal que pudo contagiar con ella a Luciana—. ¿Les molesta si me sirvo? —señaló el pocillo con té humeante.

—Claro que no —dijo ella, un poco sorprendida por esa pregunta.

—Sí —rezongó Gateguard al unísono.

Mirándolo de lado, Luciana iba a reprenderlo por eso, pero, prefirió agregar:

—No se moleste; si quiere, puedo servirle yo —se ofreció, a punto de levantarse.

—No, déjalo. Sigue comiendo.

—Está… ¿seguro?

Para ella no era común no estar sirviéndole la comida a los hombres; de hecho, la opinión popular era que así debían ser las cosas: la mujer sirviendo comida y el hombre disfrutándola. Para Luciana ese esquema no era en absoluto cómodo… o justo, pero… le preocupaba estar acostumbrándose a este tipo de cosas nuevas y tranquilas demasiado pronto.

—No eres su sirvienta, Lucy —masculló Gateguard, viendo a su compañero con los ojos entrecerrados.

Hakurei, riendo, pasó al interior de la cocina.

—Sí, tranquila; yo tengo manos —dijo sin sentirse ni un poco intimidado o incómodo—. ¿Y las tazas? —preguntó animoso, buscándolas.

Gateguard no respondió, Luciana ante su silencio, inhaló profundo.

«Si él no compra tazas, lo haré yo» pensó, luego dijo—: quizás hicieron una rebelión por la falta de visitantes y decidieron emigrar hacia el sur en busca de la felicidad —bromeó ella; y aunque Gateguard lo quiso contener, soltó una risa ahogada. Hakurei por su lado, dio una carcajada.

—Es bueno que siempre esté preparado para estos casos.

Y así como hizo desaparecer su capa, hizo aparecer una colorida taza de metal en su mano derecha.

—Me encantaría tener ese don —comentó Luciana, dejando la broma a un lado.

—Cuesta mucho dominarlo —dijo Hakurei, tomando el pocillo sin ningún miedo a quemarse, sirviéndose—. Cuando empecé a entrenarlo, no te imaginas las cosas que hice aparecer y desaparecer.

Volteándose con su té, Hakurei miró por todos lados.

—¿Y las sillas? —alzó una ceja, divertido.

—Interesante pregunta —dijo Luciana, sonriendo con picardía—, es un misterio que aún no resolvemos, ¿verdad, Gateguard?

Mirándolo con los ojos entrecerrados, Hakurei suspiró.

—Como esto siga, voy a tener que mudar toda mi cocina aquí —murmuró, esta vez, sin hacer movimiento corporal alguno, Hakurei bebió de su taza y cuatro sillas más aparecieron alrededor de la mesa. A eso, se agregó más pan a la mesa y una olla de barro.

—¿Qué es eso? —preguntó Gateguard.

—Sopa, sólo hace falta calentarla.

Hakurei dejó la taza en la mesa, y como si se sintiese en total confianza, acomodó el fogón para recibir la olla que él mismo cargó y llevó hasta allá, poniendo más agua al pocillo y hojas de menta en su interior. Más tarde, puso paja junto a algunos pedacitos de madera, avivando el fuego.

—Es deliciosa —Hakurei se sentó al lado de Luciana, llevando su taza de té—; receta del mismísimo Patriarca —le presumió a ella, con una sonrisa socarrona.

—Vaya —se sorprendió, mirando la olla—, no puedo esperar para probarla.

—A que no las has comido tú en mucho tiempo, Gateguard —adivinó Hakurei con tono amable.

Él no respondió, también miró la olla; y no había desprecio en sus ojos.

Luciana sonrió.

Definitivamente, tener ese tipo de amigos; que bien podrían ser tus hermanos no sanguíneos, pero sí espirituales, era una bendición.

—¿Cuántos parásitos más van a invadir mi casa? —preguntó Gateguard volviendo su vista a Hakurei.

—Dos; mi hermano y Aeras.

—Él se acaba de ir.

Aeras; así que así se llamaba.

—Sí, pero vendrá otra vez —Hakurei ni se mostró preocupado ni ofendido por el modo que Gateguard le hablaba.

—¿A qué? Él no pinta aquí en nada.

—Gateguard —musitó Luciana, viendo que él estaba alterándose.

—¿Qué?

—No soy tu mamá, pero te lo tengo que decir: siéntate y cálmate un poco.

Haciendo un gesto de fastidio, él accedió a su petición. Dejó ir su armadura con un resplandor leve, sentándose en una de las sillas de Hakurei, apoyando los codos sobre la mesa y su mejilla sobre el dorso de la mano derecha.

—¿Tenías los grilletes? —Hakurei frunció el ceño.

Ahora que Luciana lo pensaba, ella también se sorprendió de no recordar que él no se había quitado los grilletes cuando salió deprisa para recibir a Aeras. ¿Cómo fue posible que las usase con la armadura puesta y estas no se viesen?

—Ajá —masculló no tan sorprendido como ellos.

—¿Desde cuándo? —preguntó Hakurei.

—Desde hoy, ¿qué tiene de impresionante?

—¿Y…? ¿Estaban…?

Viendo que no sólo Hakurei, sino también Luciana, lo veían expectantes; Gateguard suspiró.

—Se hicieron invisibles cuando llamé la armadura; el metal se acopló a ella por encima como si fuese cualquier otra prenda; y ya, es todo.

—¿"Es todo"? —Luciana lo miró impactada.

—Sí, es todo.

—No se supone que debían hacer eso —dijo Hakurei, pensativo—, a menos que…

Luciana lo miró a él, esperando que terminase de decir lo que estaba razonando.

—Tendré que echarles un vistazo.

—Cuando quieras —masculló el pelirrojo con desdén.

Mientras Hakurei servía cinco platos con sopa y cinco tazas de té, luego de rechazar otra propuesta de ayuda de Luciana; esta se enfocó en comerse su fruta y el pedazo de pan en silencio. Una vez que la mesa tuvo platos, tazas y Hakurei se sentó en su mismo lugar; Sage y Aeras llegaron, éste último, como sus compañeros, no llevaba su armadura.

—Justo a tiempo; les encantará lo que hay para desayunar —dijo Hakurei, invitándoles a sentarse.

Sage, con una mejor cara que la de Aeras (quien parecía estar aquí por obligación) se sentó a un lado de Gateguard para dejarle el asiento al lado de Hakurei, a él.

—¿De qué nos perdimos? —preguntó Sage notando los grilletes en las muñecas de Gateguard, quien veía la sopa enfrente de él sin tocarla.

Comiendo sin prisas, Luciana dudó en decir algo; se supone que ella no debería hablar con ligereza entre un montón de hombres a punto de charlar sobre un tema seguramente importante, sin embargo…

—De lo bien que me queda la sopa de pollo y limón; ¿o no? —con su codo, Hakurei tocó el brazo de Luciana.

Ella ya se había llevado unas cuantas cucharadas a la boca. Y sabía deliciosa. No podía parar, así que, para contener sus deseos de pedir una segunda porción, se llenó el estómago con manzana y pan; además de aceptar hace un rato que Hakurei le sirviese más té.

Debería ser un delito ser tan atractivo, saber pelear, ser tan bien educado, con un grandioso sentido del humor, además de ser un hombre perfectamente funcional capaz de preparar alimentos exquisitos… y no tener esposa.

Alzando la cara, con la cuchara en su boca, Luciana asintió dos veces mirando con un poco de timidez a aquellos hombres.

—Hablo en serio, Hakurei —dijo Sage tomando un pedazo de pan, comenzando a comer con movimientos impecables, al igual que sus compañeros.

Luciana los observó a todos. Incluso a Gateguard.

Nunca se había percatado de lo pulcros que eran estos hombres al comer. A diferencia de los especímenes que iban a la taberna, ellos no se atragantaban con los alimentos y hablaban escupiendo pedazos a la mesa. Gateguard se llevaba trozos pequeños de pan a la boca; luego de tragar, tomaba una cucharada de sopa y unos pedacitos de carne. Ninguno de ellos hablaba con la boca llena, y parecían ser incluso más civilizados que ella. Eso le dio pena, así que Luciana trató de imitarlos como mejor pudo, aunque se moría de hambre y la sopa estaba riquísima.

—También yo —respondió el santo de altar—. Pero, ¿no podemos desayunar sin tener esa incomodidad rodeándonos? Podrá ser una mañana lluviosa, pero eso no quita que sea bella —al parecer, Gateguard iba a hablar, pero Hakurei se le adelantó—. Y ya sabemos que a ti no te gusta tenernos aquí, no tienes que repetirlo.

—Gateguard queriendo soledad. Vaya novedad —dijo Aeras con sarcasmo, antes de llevarse la taza a los labios y beber un poco de té.

Por el lento y enfadado movimiento de ojos que Gateguard hizo en su dirección, Luciana tomó su plato con fruta y la extendió hacia él.

—¿Manzana? —preguntó rápido y delicado.

Parpadeando, poniendo su atención sobre ella, Gateguard no dijo nada, sólo tomó unos cuantos trozos con tres dedos y se los llevó a la boca.

—¿Alguien más? —trató de aligerar el ambiente.

Maldición, estos tipos eran capaces de impregnar cualquier ambiente con mucha tensión.

—Yo —dijo Hakurei; los otros dos negaron con la cabeza. Él, a diferencia de Gateguard, agarró un pequeño puño de trozos y los puso a un lado de su plato de sopa—, gracias.

Aliviándose un poco, Luciana retomó su propia comida.

—El punto es… —Sage suspiró.

—Ya sabemos cuál es el punto, hermanito —lo interrumpió Hakurei—. ¿Podríamos terminar de desayunar antes de comenzar a hablar de eso?

Por "eso", Luciana pensó que tal vez se referían a ella y a su asuntito con la cerveza. Le dio las gracias en su mente al santo por esa consideración.

—¿Por qué tiene que ser hoy? —preguntó Gateguard, mirando a Sage y Aeras.

—Porque no todos tenemos el privilegio de decir qué día hacemos esto o aquello —Aeras lo miró mal.

—¿Y a ti quién diablos te dijo que yo tengo privilegios? —gruñó Gateguard.

—No sé —dijo sarcástico—, tú dime.

—Basta ya, los dos —espetó Hakurei, notándosele, ahora sí, molesto—. ¿Acaso son niños?

—Díselo a él —dijo Gateguard, irritado.

—No, se los digo a ambos.

—Ten cuidado de a quién le hablas, Hakurei.

—Mira, no sé cuál sea tu problema con Gateguard —el santo de plata miró a Aeras—, o el tuyo con Aeras —se dirigió a Gateguard—; pero no me interesa. Tengan en cuenta que estamos del mismo lado. Y por mera educación, ¿podrían fingir que se toleran al menos con una mujer presente en la mesa?

Eso pareció callarlos a ambos; Aeras no dijo nada y Gateguard tampoco. Incluso dejaron de verse con el fin de no seguirse hablando.

—Discúlpalos —pidió Hakurei a Luciana.

Ella sonrió por lo bajo, tragando saliva. He ahí otra consideración de su parte. ¿Qué era ese hombre? ¿Un dios de la bondad disfrazado de mortal?

La verdad, Luciana ya no tenía hambre, pero comería todo lo que quedaba en su plato porque no quería que Hakurei se llevase más disgustos.

—No importa —masculló seria—, estoy acostumbrada.

Aunque a Luciana no le hacía gracia comer en medio de hombres lanzándose maldiciones entre ellos, era mejor que estar en medio de un grupo más ruidoso que se arrojaba botellas, mesas o cualquier otra cosa que pudiese provocar gran daño.

En el pasado, durante sus noches en la taberna, ella en varias ocasiones había tenido que alimentarse clandestinamente de las sobras de otros platos mientras sucedía un pleito entre borrachos.

Esto no era la gran cosa.

Pero, en general, ella ya casi había olvidado lo que era sentirse en medio de un campo de batalla.

A esto se refería con acostumbrarse a lo bueno demasiado pronto.

Bebiendo un poco de té, ella desvió la mirada hacia el fogón, entreteniéndose con lo rojizos que se veían los rastros humeantes.

—Si ya terminaron de hacer el ridículo, ustedes dos —Sage tomó la palabra—, les informo a todos que el Patriarca me ha autorizado para decirles que nuestro huésped se quedará conmigo.

Frunciendo el ceño, Luciana no se vio con la fuerza para intervenir. ¿Huésped? ¿Qué huésped? ¿Ella?

—Hagan lo que quieran con él —bisbiseó Gateguard.

Él. Entonces no podía ser ella.

Una sensación agría le recorrió el cuerpo.

¿De quién hablaban?

—Vamos a necesitar los grilletes, Athena quiere hacerle unos cuantos cambios al material; para darles un uso más apropiado.

—Hagan lo que quieran —respondió Gateguard del mismo modo.

—¿Están seguros?

No reaccionando hasta que sintió un muy ligero toque en su brazo por parte de Hakurei, Luciana parpadeó y se dio cuenta que la pregunta era para ella también.

—Ehm… sí —respondió, notando que Sage también la veía—, sí, estoy segura.

—De acuerdo.

Volviendo a callar, Luciana terminó de comer.

Los santos volvieron al silencio, mientras ella sentía que estaba uniendo cabos. ¿Acaso por él se estaban refiriendo al oneiroi? Es decir, le parecía extraño que Gateguard lo mencionase antes y en estos momentos Sage hablase de un huésped. ¿Sería él? Si ese era el caso, ¿qué hacía aquí? ¿Cómo que viviría con Sage?

En caso de que fuese alguien más, ¿quién sería?

Levantándose para servirse más té y preguntar a los hombres si querían más, recibiendo afirmativas de Sage y Hakurei, Luciana quiso saber qué estaba pasando… qué pasó desde que durmió hasta que despertó.

Lo malo fue que en esos momentos no se sintió con la confianza suficiente para exponer sus dudas al respecto.

—Continuará…—


Según internet; la sopa de limón es un plato muy griego. 7w7


Okey, miren, sé que no debería abusar del lemon, pero estos dos se manejan solos. XD

Los intentaré calmar la próxima vez XD

A ver, no sé si me estoy yendo mucho por las ramas en lo que a explicar el entorno de los personajes se refiere, pero quisiera decirles que ese es mi punto débil e intentaré mejorar en eso. Les pido comprensión si ven algunos detalles que no cuadran o se me pasan, tengan presente que yo siempre haré lo mejor posible para hacerlos sentir en "la época", pero no voy a poder acertar en varios detalles. :(

Otra cosa que quiero aclarar, es que Luciana no es una completa futurista; por ende, ella no se ha desprendido del todo de todas las "costumbres" con respecto a su "papel como mujer", cosa que se verá en otras ocasiones.

Me explico, la naturaleza de Luciana es hacer las cosas que ella cree correctas y su orgullo en gran medida la ayuda a no rendirse ni ser dependiente de un hombre ni de nadie en sí, pero, creo que en este capítulo podemos notar que ella en el fondo piensa algunas cosas como lo haría cualquier mujer promedio del siglo XVI.

Tal vez sea un poco contradictorio su comportamiento en este capítulo con respecto a los otros, donde usualmente es más dura, pero entiendan que aunque no fue muy claro antes, cuando Luciana está rodeada de hombres, más como los santos dorados, ella puede sentirse bastante intimidada/cohibida.

No voy (ni quiero) darle una personalidad muy envalentonada (más de lo que ya lo he hecho) con respecto a su "papel como mujer independiente". Es decir, ella es capaz de vivir por su cuenta, como dije, su orgullo la ayuda bastante en eso, pero tampoco no la voy a poner de altanera (típica en fics donde la OC ya puede hacerlo todo; motivo por el cual hay una escena eliminada de un episodio anterior) con tipos como los santos.

Incluso en la taberna, no sé si lo notaron, ella era bastante tranquila y permisiva por el dinero y por su propia seguridad. Ella sí es independiente, pero "su educación" general de la época, sus instintos y su propia actitud cautelosa, la mueve a callar o presentase casi sumisa, cuando los hombres (en especial los dorados) hablan entre ellos.

También, por eso siente rareza ante el comportamiento de Hakurei, quien la tomaba en cuenta con toda normalidad, para que hablase en presencia de ellos. :3

Quiero que quede claro que incluso ella no es capaz de desafiar absolutamente todas las normas impuestas en la sociedad de ese tiempo; sí bien, ella se vale bien por sí misma cuando debe hacerlo, se ve intimidada con cierta facilidad ante personas "más importantes" que ella, y de primeras les muestra sano respeto, como se vio con Aeras.

Gateguard fue un asunto y a parte, cuando ella lo desafió a él, Luciana se sentía que ya no tenía nada que perder además de su vida.

Volviendo al fic.

La plática del principio entre Gateguard y Luciana... no. No se están enamorando a pasos agigantados; Gateguard y ella no actúan de forma especial el uno con el otro aunque esa sea la primera impresión; él es él y ella es ella. No buscan impresionar al otro, tienen muchas dudas; tampoco buscan seducir ni coquetear de más cuando no es el momento; además, tanto Luciana como Gateguard, en este punto, piensan que si bien se sienten cómodos juntos y desean ayudarse mutuamente, "saben" que no pueden dar un paso más allá de los que ya dieron.

Tienen sus propios planes, y, por el momento, no buscan ni quieren "algo serio" con el otro.

Por otro lado, como ya sabrán, las cosas todavía no terminan para nuestros protagonistas; estamos un poco lejos del final; Gateguard tiene mucho que contarle a Luciana, y ella lo sabe; pero los dos también reconocen que todavía no es el momento para ser sinceros.

Una buena noticia, es que ya he decidido cómo introducir los capítulos de "eclipse lunar" en este fic, de hecho, pensé en lo que me dijo Nyan-mx, y deduje que, ella tenía razón XD; al final, esos episodios van a ser narrados desde la perspectiva de Gateguard, como lo son las "lunas rojas" así que podría tomarlos... como tal y... juntarlos un poco.

No sé si me entiendan 7u7. Si no es así, no se preocupen, ya lo verán.

Me falta escribir esos episodios, darles forma; pero ya tengo la idea de cómo hacerlo; espero que les guste porque una vez pasando eso, deduzco yo, Gateguard y Luciana van a tener que crecer por sí mismos como personajes sí o sí. Estoy un poco nerviosa porque no sé si vaya a lograr darles un buen desarrollo, pero haré lo que esté en mis manos; ustedes juzgarán.

Disculpen si estas notas están medio confusas, tengo tanto en la cabeza que me cuesta ponerlo todo junto y reducirlo en 20 palabras o menos XDDD

¡Saludos a todos y gracias por leer!


Gracias por leer y comentar a:

Mumi Evans Elric, Nyan-mx, Natalita07, camilo navas, y Ana Nari.

Hasta el próximo episodio.


Reviews?


Si quieres saber más de este y/u otros fics, eres cordialmente invitado(a) a seguirme en mi página oficial de Facebook: "Adilay Ackatery" (link en mi perfil). Información sobre las próximas actualizaciones, memes, vídeos usando mi voz y mi poca carisma y muchas otras cosas más. ;)


Para más mini-escritos y leer mis fics en facebook de Saint Seiya, por favor pasen a mi página: Adilay de Capricornio (antes: Êlýsia Pedía - Fanfics de Adilay Fanficker) ¡y denle like! XD