Noche

XX

Acariciando el Corazón



—Tenía razón, caballero; la sopa es un tesoro. Gracias —le dijo Luciana a Hakurei, sacándole una sonrisa, antes de levantarse e irse de ahí echándole una mirada rápida a Gateguard, que también la veía.

Luego de tan delicioso e interesante desayuno, Luciana salió de la cocina, llevándose una tercera taza de té consigo, para darles libertad a los santos de insultarse cuanto quisiesen y hablar de lo que les viniese en gana sin tener que medir sus palabras porque ella estaba ahí.

Odiaba sentirse como un estorbo, y de cierto modo les estuvo agradecida a esos hombres porque no se lo dijeron, ni mucho menos se lo insinuaron.

Gateguard había dicho que sus compañeros iban a hacerle preguntas, pero tal vez la discusión que tenían entre ellos era más importante ahora porque nadie le mencionó nada sobre lo ocurrido con el oneiroi. Eso era bueno. Luciana tampoco no tenía ánimos de decir lo mismo una y otra vez sobre ese tema, además, ella también tenía otras actividades que debía hacer.

Si ahora no era propicio ser cuestionada con respecto al tema del oneiroi, Luciana no iba a replicar ni a luchar porque se hiciese lo contrario, claro, a menos que la situación lo ameritase.

Ya luego pensaría más en eso.

Quería volver a la cama a reposar su estómago. Descansar. Sentarse en la cama con una cobija encima, calentar sus piernas y meditar en sus propios asuntos; eso sería lo que haría.

Llegando a la alcoba, Luciana dejó la taza en el mueble a un lado de la cama, se subió y se acomodó con todo y ropa masculina en la cama. Inhaló profundo. No soportaba tanto misterio, pero, si Gateguard realmente tenía razón y era mejor esperar para estar al tanto de todo lo que le incumbía, decidiría confiar en él y permitirle hacerse cargo de lo que sea que estuviese pasando… por ahora.

Al poco tiempo de sentir esa paz… se sintió un poco sola.

Comenzó a pensar.

¿Cómo estaría Colette? ¿Se habría abrigado bien? ¿Mateo le habría invitado alguna comida caliente para conservar su calor durante esas tardes lluviosas? ¿La habría dejado ir en medio de la lluvia de ayer o había sido considerado y permitido que se quedase en un sitio seguro hasta que parase de caer agua del cielo?

Sonrió tontamente ante el repentino pensamiento de lo lindo que sería, que ellos dos fuesen pareja. Sí, Mateo era un poco mayor que Colette; pero, dentro de lo que cabía, ambos eran jóvenes; ambos eran trabajadores y honestos. Ahora que Luciana lo pensaba, el ser suegra de Mateo no le sonaba mal. Conocía al chico de hace muchos años, y le haría feliz saber que Colette estaría en buenas manos.

«Basta ya; sueno como una solterona que busca emparejar a su hija con cualquier buen partido» se dijo recordándose que no debía meterse donde no la llamaban; la vida de Colette era suya, y sólo ella decía a quién le daba su corazón.

Por supuesto, a Luciana le gustaría que, sea quien sea, fuese un hombre de bien; nada más que eso.

Durante un largo tiempo, Luciana se mantuvo sentada en la cama; cuando se cansó, salió de ella y se puso a mirar por la ventana. Nada interesante; un montón de rocas y un cielo gris que, por fin, había dejado de tirar agua a lo bestia. Volvió a la cama, sólo que esta vez, se acostó de lado, hacia la ventana. Se tomó su té frío. Volvió a sentarse. Fue a la letrina otra vez. Al volver, se acostó en la cama.

Volvió a pararse.

Volvió a acostarse.

Aburridooo.

Estando bocabajo, Luciana comenzó a tararear una canción. En lo absoluto era buena cantante, tampoco recordaba bien la letra, pero de igual forma la tarareó.

—Creo que es hora de echarle un vistazo a mi propia casa —masculló para sí misma, levantándose, yendo a abrir una de las puertas con ropa.

No quiso abrirlas todas, así que trató de adivinar, ¿dónde encontraría una capa que pudiese usar sin dejar a Gateguard sin nada por si acaso él debía salir?

Al fondo de la primera puerta que abrió, entre un montón de ropa, encontró un frasco grande con forma de gota, hecha de cristal con… ¿agua?

Frunciendo el ceño, considerando muy raro que eso estuviese ahí y no en la cocina, Luciana decidió no meter sus manos ahí… quién sabe, quizás era otro de los licores exóticos extranjeros de Gateguard, así que, decidió ignorarlo y continuó buscando algunas sandalias que pudiese usar y esas las halló en la puerta de al lado, donde también encontró sus propios zapatos, con los que había llegado a Aries hace varias noches.

—Muy bien, aquí están —masculló, agarrándolos para ponérselos. Se vería extraña con la ropa y los zapatos, pero, daba igual.

Continuó en la búsqueda de una capa que pudiese ponerse encima por si acaso volvía a llover, y afortunadamente Gateguard tenía varias de esas. Tomó a una de color gris claro.

Acomodándose bien las prendas, ella salió de la alcoba tomando el rumbo del pasillo hacia la salida.

Tratando de no hacer eco con sus zapatos, pues la cocina no se hallaba lejos, Luciana salió andando de puntitas.

—¡Eres un idiota! —oyó a Gateguard en verdad enojado.

Sí, mejor irse rápido; no estaba de humor de tratar calmarlo. Ni a él ni a Aeras. Ella no tenía por qué ser la madre de todos ellos, menos la de Gateguard.

Si querían matarse, que lo hiciesen. Extrañaría al pelirrojo sexy, pero confiaría en que al menos daría batalla.

—¡Y tú un subnormal! —el enfado de Aeras la alcanzó hasta afuera de Aries.

Negando con la cabeza, poniendo los ojos en blanco, Luciana se acomodó la capa, abrigándose por enfrente, bajando cuidadosamente los escalones mojados.

Ni un alma se veía al fondo; sólo humedad, un poco de niebla y un frío palpable. Luciana incluso pudo sacar vaho de sus labios a modo de juego. Caminando, disfrutó de la calma en el pueblo; de hecho, verlo luego de mucho tiempo encerrada, recuperándose de sus heridas, le hizo sentir que había salido de viaje por años.

Dirigiéndose sin prisas hacia la posada, hacia su casa, Luciana a veces resbalaba con el lodo acumulado en ciertas zonas. Afortunadamente llegó con bien hasta la puerta del cuarto que Colette debería estar ocupando.

Preparándose para dar una larga cadena imaginaria de explicaciones, recordándose que, según Colette y las chicas, ella había caído por las escaleras de Aries, tocó la puerta.

No hubo respuesta.

«Es temprano» pensó creyendo que ella debería estar durmiendo, «o trabajando con Mateo».

Tocó de nuevo la puerta, con más fuerza; sin respuesta.

—¡Colette! —exclamó desde afuera, tocando más fuerte; había comenzado a caer una leve llovizna—. Maravilloso —refunfuñó acomodándose la capa, mirando sus pies llenos de lodo—, pero la señorita quería salir de Aries —se dijo a sí misma entre dientes.

Resignada, Luciana iba a ir hacia el restaurante de Mateo… cualquier cosa, menos regresar a Aries con el humor que habrían de estarse cargando los santos adentro del templo.

En esa travesía, ella ya pudo ver algunos pueblerinos saliendo de sus casas. La mayoría se quejaba por el tiempo que había durado la lluvia; otros se quejaban por el hecho de no poder trabajar en esas condiciones, algo comprensible.

El día de hoy, nadie estaba feliz.

Y hablando de infelices…

«Neola» pensó acomodándose mejor la capa para que no se le viese el rostro; incluso tapó su nariz, con la mano derecha y la tela, para dejar al descubierto únicamente sus ojos y su brazo.

La anciana estaba caminando muy poco abrigada junto a un joven alto; ni guapo ni feo; cabello castaño rizado y… bastante más tapado que ella. Los dos pasaron de lado a lado, una vez que la anciana y el chico, que, seguro, habría de ser uno de sus famosos nietos, Luciana dejó de cubrirse la cara y continuó su camino.

«Vieja tonta. Como no vuelva a su casa pronto, pescará un resfriado» incluso ella, que no apreciaba nada a esa anciana, lo sabía. ¿Cómo su nieto parecía no importarle?

Bueno, árbol torcido y podrido no podrán dar jamás frutos decentes.

Antes de que gotas más gruesas cayesen, Luciana arribó en el restaurante de Mateo. No le sorprendió encontrar a Colette ahí; le sorprendió ver a Nausica y Margot ayudándola a mover mesas y limpiándolas.

Pegando la punta de sus pies contra el piso, antes de entrar, Luciana frunció el ceño. Las tres usaban un traje similar; vestidos y mandiles. ¿Desde cuándo…?

—Buenos días —saludó a espaldas de las tres.

Asustándose al principio; Colette, además de soltar una exclamación como las otras dos, fue la que más rápido se giró para ir hacia ella.

—¡Mitéra!

No se esperó que Colette la abrazara tan fuerte, aun estando ella toda mojada por la llovizna.

—Luciana —musitó Nausica igual de sorprendida.

—Creímos que tardarías más en recuperarte —dijo Margot, un poco más tranquila.

—¿Cómo estás? —preguntó Colette, separándose un poco para verla—, te ves bien.

—De hecho…

Nausica apartó un poco a Colette para tomar a Luciana de los hombros y analizarle la cara. ¿Para qué?

—Te ves más que bien; ni un solo moretón.

Ah, era para eso.

Luciana se dijo que debía tener cuidado con lo que iba a contarles; una cosa era contarle "cuentos" a una adolescente; otra era intentar hacerlo con dos adultas que, por sí solas eran curiosas y problemáticamente observadoras.

De pronto, Mateo salió de un cuarto adentro del establecimiento, seguramente para preguntar por el escándalo de sus empleadas; o más bien, el de Colette. Sin embargo, apenas la vio, pues Nausica le había bajado la capucha, él también se aproximó con más calma.

—Dijeron que te habías hecho mucho daño —expresó él, viéndola con la misma mirada curiosa de Nausica.

—Y… así fue, pero… —negó, tartamudeando un poco con tantos ojos encima—; digamos que ya puedo caminar.

—¿Está bien que andes afuera con este clima infernal que me quita a mis clientes?

Sonriendo, reconociendo que había extrañado hablar con Mateo, Luciana le dio un apretón a la mano de Colette, la cual tenía sus dedos entrelazados con los suyos.

—No mucho, pero no aguantaba más no verlos —dijo feliz por tan cálido agradecimiento—. Y el clima no es tan infernal, ya pasará.

—Mmm, lo dudo —resopló Mateo mirando a las chicas—, bueno, basta de charlas; a trabajar todas.

Nausica y Margot le sonrieron a Luciana, girando sus talones para seguir acomodando y limpiando las mesas. Cuando un grupo de tres hombres llegó, la rubia los atendió. Colette, por otro lado, le dio un último abrazo a Luciana.

—¿Hablaremos en casa? —susurró la joven, separándose.

—Claro —dijo asintiendo, mirándola ir. Luego, echó un vistazo a su amigo—. ¿Nuevas empleadas?

—Quería que estuviesen cerca de ella —dijo serio. Ese semblante le dio mala espina a Luciana.

—¿Mmm?

No era raro que Mateo pasase de la animosidad a la seriedad de un segundo al otro, pero cuando lo hacía no siempre contaba cosas agradables. Luciana, de verdad, no tuvo un buen presentimiento.

—Ven, te explico adentro. Margot, trae café —pidió a la pelirroja, quien asintió y se dirigió a la cocina.

Mientras andaban hacia un cuarto con una mesa con varios pergaminos, botes de tinta y plumas, Mateo la invitó a sentarse en la silla de enfrente, mientras él acomodaba el desastre.

—Verás, sé que tu accidente fue algo sorpresivo y no puedo culparte por no saberlo —comenzó diciendo con seriedad, poniendo sus manos juntas sobre la mesa—, sin embargo, mientras sucedía todo aquello, yo recibí una visita.

—¿Qué visita? —preguntó preocupada; ¿qué tendría que ver esa visita con ella?

—Un hombre —ante el gesto de extrañeza de Luciana, él prosiguió—. Luciana, Colette se ha ganado a los clientes; trabaja mucho, es bastante servicial y no pierde la paciencia hasta con los más imbéciles. Realmente estoy muy contento con su desempeño y esperaba que ella se sintiese bien estando aquí, pero…

La puerta fue tocada un par de veces; entró Margot con una bandeja. Un jarrón de barro con café y dos tazas. Luciana no estaba en condiciones de beber nada más, pero no quiso despreciar el ofrecimiento. Luego de que Margot se fue, Mateo continuó.

—Sabes que no es algo anormal que uno de esos idiotas quiera pasarse de listo con las mujeres, afortunadamente, los santos suelen visitar este sitio y no es común que los buscapleitos se envalenten tanto —sirvió el mismo las tazas—; por supuesto, él no era un buscapleitos cualquiera. Me pidió hablar aquí.

—Sin rodeos, Mateo —interrumpió con seriedad, pero también, con el corazón latiéndole rápido adentro del pecho—. ¿Qué quería?

Mateo la miró fijamente, como si no quisiese continuar, pero al final lo hizo.

—Dijo que tú estabas en problemas —respondió en ese mismo tono—, porque habías secuestrado a su mujer.

La palabra "secuestrar" pegó primero, porque de cierto modo así había sido en un principio; aunque Colette hubiese estado de acuerdo en salir de ese infierno, ella estaba bajo la tutela de su imbécil hermano; y, según las leyes, en caso de fallecimiento, su tutela sólo podía pasar a un familiar o un guardián que el antiguo tutor designase.

Se podría alegar que Colette se había quedado con ella a dormir la noche en la que él fue asesinado; incluso inventar que el estúpido aquel había dejado a Colette con Luciana por voluntad propia y de ese modo justificar por qué la chica vivía con la mujer en esos momentos (después del fallecimiento de ese inútil) si ellas no eran parientes de sangre.

Maldita sea; pero, si un hombre aparecía y alegaba tener derechos sobre Colette y de algún jodido modo comprobaba que el hermano de Colette le había dado tal poder, tanto la chica como Luciana estarían (como aparentemente le dijo ese desgraciado a Mateo) en problemas.

¿Y… la mujer de quién? ¡Colette era una niña!

—¿Cómo dices? —musitó Luciana procesando lo que acababa de oír.

—Sí, eso mismo dije yo —suspiró él.

—¿Cómo que su mujer? No habrá hablado de Colette, ¿o sí? —se alteró, pero tuvo que retener esas emociones y centrarse.

Ante el asentimiento de cabeza de Mateo, Luciana sintió el piso moverse bajo sus pies.

Miedo. Esa era la palabra clave.

—¿Quién diablos era?

—No lo sé, no quiso dar su nombre; pero vino con un grupo bastante nefasto de santos sin armadura; de esos que no tienen nada por lo qué presumir, pero no paran de hacerlo ni por un maldito segundo —chasqueó la lengua—. No sé qué ano los habrá parido, pero fueron los peores clientes que he tenido; de no ser porque otros santos andaban por ahí y se los llevaron a todos por borrachos, mi restaurante tendría daños serios.

—¿Él también estaba borracho?

—No —soltó una risa seca—, al menos no cuando habló conmigo.

—¿Entonces? ¿Qué pasó?

—Él vino directamente a mí para decirme eso —inhaló profundo y luego suspiró—. Le dije que tú eras su tutora decretada y no iba a decirle dónde estabas tú ni Colette.

—¿Quiso llevársela? —preguntó en verdad asustada.

—En ese momento, posiblemente sí, pero le dije que no iba a permitir que la tocase sin tener pruebas; además, le advertí que, si Colette desaparecía misteriosamente no dudaría en llamar a los santos de plata e informarles sobre esto. —Con dos de sus dedos, masajeó el puente de su nariz—. No sé si eso dio resultados; pero lo único que me alivia un poco es saber que Colette no ha tenido problemas posteriores desde ese día.

Un poco de aire le volvió al cuerpo; dioses, ojalá que las palabras de Mateo hayan sido suficientes para mantener a ese desgraciado desconocido lejos.

—¿De verdad dijo que ella era "su mujer"? —masculló Luciana.

—Sí, pero yo le dije que Colette no estaba casada y en todo mi tiempo conociéndola, estaba completamente seguro de que ninguno de sus allegados sabría quién era él; lo puse bajo aviso. Si a ella le ocurría algo, el mundo se irá encima… al menos traté de oírme convincente —bebió un poco de su café, carraspeando la garganta—. Le dije que seguro se confundía de chica, y que se fuese. Claramente, no lo hizo; tardó mucho en largarse con todos sus gusanos. —Tomó otro sorbo de su café, mirando el interior de la taza con irritación—. Fue una fortuna que ella no estuviese aquí cuando eso pasó porque por un segundo pensé que ya la había atrapado o algo así; me sentí aliviado porque estuviese bien.

Luciana frunció el ceño, analizando todo lo que había oído. Sintiéndose furiosa; permaneciendo silenciosa.

¿Hasta cuándo la dejarán en paz? Colette era una buena chica, ¿por qué ese tipo de imbéciles no se pudrían lejos donde no le hicieran daño a nadie?

—¿Te dijo su nombre?

—No, no quiso dármelo y por mucho que esperé, nadie lo nombró —dijo irritado—. Verás, eso pasó hacia cinco días. Para esos momentos, Colette estaba muy desesperada por verte y luego de enterarme que ella había faltado al trabajo por estar cerca del Santuario, me dio calma; por mucho ruido que ella hizo, no la dejaban entrar a verte —los ojos de Mateo se conectaron con los de Luciana—. Nausica y Margot estuvieron con ella todo el tiempo, ellas y un santo amable de cabello blanco.

—¿Hakurei? —musitó reconociendo la descripción, aunque, al haber dos santos amables con cabello blanco no supo si se trataba de él o Sage.

—No recuerdo su nombre, es un santo de plata.

—Su nombre es Hakurei —un poco más tranquila, supo que Mateo sí estaba hablando de él.

—Tú dime. ¿Es confiable?

Ella asintió con la cabeza sin dudarlo.

—Entonces pídele que busque información sobre ese tipo o la manera de proteger a Colette. No sé si pueda amenazar al tipo con lo mismo por segunda vez si lo vuelvo a ver… de hecho, ni siquiera sé si pude alejarlo con lo que le dije o sencillamente le guste jugar con los demás —pidió con firmeza—. Sea como sea. Él dijo que no se equivocaba de chica, y que Colette era su mujer.

—Es una niña —espetó Luciana aguantando las ganas de golpear la mesa con su puño.

—Lo sé —masculló—. Al principio, pensé en pedirle a Colette que se quedase conmigo en mi casa; pero no quería incomodarla ni mucho menos asustarla. Más tarde, noté a Nausica y Margot; ellas la han acompañado desde tu accidente, así que una tarde les pedí que trabajasen aquí. Les ofrecí el puesto de camareras para que tuviesen a Colette vigilada. Ella no sabe nada de esto porque no quiero ponerle más peso encima de la que ya tenía encima por tu situación —achicó su mirada sobre la taza de café—. Hace unos días, pensé en buscarte y llevarlas a ambas tan lejos de aquí como fuese posible… sin embargo, no sé si eso resuelva algo… si tan solo ese maldito no fuese un jodido santo —espetó lo último con enfado.

—Nausica y Margot… ¿por qué ellas no han dicho nada a los santos que ya conocemos? A Hakurei, por ejemplo —Luciana estaba segura que si el santo de plata hubiese estado enterado de eso, aquel desgraciado ya estaría tras unos merecidos barrotes de metal en la espera de una soga a punto de estrujarle el cuello—; se supone que él las contactó para que estuviesen con Colette, ¿por qué no le han dicho nada a él? ¡Es confiable!

Estuvo a punto de mencionar a Gateguard también; puesto que, Luciana confiaba mucho en el santo de aries.

Ella estaba segura que si Gateguard supiese esto también, ese maldito no sería un problema para nadie, ni siquiera para Hakurei.

Sin embargo… no podía cegarse tanto.

Carajo. Sus instintos protectores no estaban oyendo a la razón.

—Yo no sabía en qué santo confiar y en cuál no, por eso no quería hacer nada más —Mateo habló por él con voz seca—. Nausica dijo que había intentado encontrar al santo de aries, pero los santos que custodian los alrededores del Santuario no la dejaban pasar ni siquiera para buscarlo en el coliseo de entrenamiento. En cuanto a ese otro santo, el de plata, Margot dijo que sólo lo habían visto en esa ocasión, cuando les pidió que se hiciesen cargo de Colette, después, por mucho que lo buscó, no pudo hallarlo.

Poniéndose las manos sobre la cara, Luciana consideró ridículo que los planetas se hayan alineado de ese modo para dejar en total vulnerabilidad a Colette. ¿Y dónde estaba ella mientras tanto? Pagando por su idiotez.

Sabrán los dioses qué hubiese pasado si Mateo no hubiese intentado acorralar a ese pedazo de mierda con esa amenaza. Sin embargo, Luciana estaba de acuerdo con él; esa paz no iba a durar. Colette estaba en peligro hasta que no se deshiciesen de algún modo de quién la amenazaba en esta ocasión.

—¡Carajo! —fastidiada, apretó sus dedos contra las sienes de su cráneo.

¿Por qué demonios no podían tener ni medio mes de tranquilidad? ¿Qué mal estaban pagando Colette y ella de sus vidas anteriores?

—Nena, quizás para ti sea sencillo contactar a los santos de alto nivel. Pero el resto somos aldeanos comunes, no es el mismo caso; a nosotros no suelen oírnos —dejó su taza en la mesa y la miró con firmeza; Luciana, al quitarse las manos de la cara, lo vio también—, menos cuando hay un santo de por medio que puede sencillamente alegar que Colette se le insinuó y por eso ahora ella debe "corresponderle".

La sangre de Luciana se congeló con esa verdad.

—Por eso no quería hacer ruido hasta que tú estuvieses mejor; como su guardiana, necesitaba verte de pie lo más pronto posible —continuó—. Quisiera que te fueses con Colette a un sitio más seguro; o hablases con esos sujetos vestidos con oro y… ya sabes, trates de convencerlos de que ese tipo es peligroso para ella. Porque, tú sabes cómo funciona esto. Con un par de palabras que ese malnacido diga, es más que claro que le darán la razón a él y Colette será suya, tú lo apruebes o no.

Putas leyes de mierda.

¡Colette no le debía nada a nadie! ¡Tampoco era un maldito objeto para que nadie la tratase como tal!

Si algún imbécil se había sentido atraído por ella, más vale que se rindiese ahora.

¡Carajo! Ellas, como mujeres, no podían pasear libremente por la calle o trabajar en algún sitio porque cualquier infeliz ya las consideraba de su propiedad.

—Maldita sea —bisbiseó entre dientes, enfadada, apretando los puños sobre sus piernas, ignorando olímpicamente el café que se enfriaba frente a ella.

¿Por qué con ese imbécil de hermano que le tocó a Colette no había sido suficiente? Ahora otro hijo de perra quería arruinarle la vida.

Luciana inhaló profundo.

Sobre su cadáver.

—Quisiera tener más poder para cuidar de mis empleadas. Pero no lo tengo. Lamento no poder ayudarlas con más.

La impotencia en las palabras de Mateo, la enfureció más; pero no en su contra; sino en el mismo destino que se empeñaba en hacerlos a todos miserables.

A ella también le gustaría tener el poder de un santo para cuidarlas a todas. Margot, Nausica, Colette… ella misma.

En especial a Colette.

Ella era su bebé.

Y… nadie… tocará… a… su… bebé.

—Mateo.

—Dime.

—Gracias por decirme esto, y por hacer lo que estaba en tus manos —masculló tomando el café, dándole un sorbo para dejarlo de vuelta en la mesa; sus manos temblaban ligeramente—. Me haré cargo del resto. —Se levantó de la silla; él la imitó acercándose.

—¿Qué harás?

—No lo sé —dijo con frialdad siendo sincera; había demasiado en su cabeza dando vueltas. Y por dentro estaba ardiendo en furia, mas no quería desquitarse con Mateo.

—¿Quieres que le diga ya a Colette lo que ocurre o lo harás tú?

—No. Por el momento, Colette debe seguir como si no pasase nada.

—¿Por qué?

—Porque no quiero verla a los ojos y decirle que no puedo protegerla —esas palabras le supieron agrias; demasiado asquerosas.

—Luciana —musitó.

—Déjame armar un plan —dijo, siendo la primera en reconocer que no había nada específico que se le ocurriese—, por el momento, te pediré a ti y a las chicas que sigan vigilándola como hasta ahora.

—¿Hablarás con ese santo? ¿El de plata? ¿Crees que pueda ayudar?

—Eso espero.

Luciana dio la vuelta para irse de ahí, pero la voz de Mateo nombrándola le detuvo antes de que ella tocase el picaporte de la puerta.

—Espera, por favor. De hecho, hay algo más.

—¿Qué es?

—Luego de esa visita, él no ha vuelto a aparecer por aquí; Nausica y Margot tampoco lo han visto… bueno, ellas no saben quién es exactamente, pero dicen que no han visto a nadie que parezca sospechoso. Tal vez no tenga su nombre, pero te diré cómo es físicamente para que estés alerta.

Luciana asintió esperando recordar cada cosa. No era muy buena ubicando gente con descripciones básicas físicas, pero en esta ocasión, haría el intento por no olvidar nada.

—Altura promedio, un poco más bajo que yo; no es nada agraciado, pero sí musculoso. Tiene ojos verdes y cabello rubio largo, descuidado, hasta media espalda. Piel bronceada, y al parecer suele sudar mucho… es todo lo que te puedo decir de él en cuanto a su aspecto. Por otro lado… no me ha dejado correr la sensación de que no bromeaba con respecto a Colette.

—Ya veo —susurró repitiendo cada detalle en su cabeza—. Gracias, Mateo.

Él sólo asintió, quizás, no muy convencido de que hubiese hecho algo; aunque, para Luciana, su aviso y el que haya encarado a aquel tipo lo significó todo. Porque, de haber ignorado dicho acontecimiento e intercambio de palabras, Colette seguiría siendo vulnerable ante cualquiera que quisiese dañarla.

—¿Te vas? —preguntó Margot, dejando de limpiar una mesa para acercarse a Luciana.

—Sí… escucha, si ves a Colette…

—¿Irás a casa, mitéra? —preguntó la nombrada, aproximándose desde otro ángulo.

—Debo ir a la Casa de Aries —dijo, lamentando no poder quedarse con ella y cuidarla por sí misma. Sin embargo, no debía ser estúpida y tenía que ser rápida.

—Pero, ¿por qué? Creí que hablaríamos en casa —evidentemente, el desánimo y el desacuerdo se hicieron notables.

¿Por qué?

Un hombre acechando era peligroso, pero, ¿un santo? ¿Cómo Luciana iba a lidiar con eso sola? Iba a necesitar ayuda, toda la que fuese posible.

No iba a poder en riesgo la vida de Colette.

—Cariño, acabo de escaparme de Aries —le dijo poniendo una mano sobre su hombro—, debo volver o tendré algunos problemas. Por favor.

Colette volteó la vista y luego la dirigió a Luciana; no estaba nada feliz, de hecho, parecía enojada.

—Bien, supongo que… aún tienes cosas que hacer. Ve con cuidado.

Luciana la miró irse con Nausica para ayudarla a recoger unos platos. Mientras tanto, Margot se le acercó de nuevo para hablarle a su lado.

—¿Mateo te lo dijo?

—Sí —respondió sin girarse para verla. Su atención estaba sobre Colette.

—¿Y? —Margot se cruzó de brazos sobre el pecho.

—¿Y qué?

—¿Cuál es el plan?

—¿De qué plan hablas?

—El plan de hacer desaparecer a esa cara de culo.

—Ya veré yo lo que hago; ustedes sólo no dejen sola a Colette ni por un segundo —diciendo eso, comenzó a caminar hacia la salida.

Luciana sabía que Colette estaba enojada con ella por no ir a casa. Tal vez, ella tenía mucho que contarle, sin embargo, no estaban para jugar a la casita. Luciana estaba dispuesta a cargar con cualquier tipo de enfado que Colette pusiese sobre ella, todo con el fin de verla a salvo.

Cinco días habían pasado desde aquella amenaza; perder más tiempo era un riesgo demasiado grande como para ignorarlo.

Luego de salir del restaurante, despidiéndose de Nausica con la mirada, a Luciana no le importó pasar por el pueblo mojándose de la cabeza por la lluvia y porque la capucha de la capa estaba abajo; tampoco le importó el lodo que ya se estaba infiltrando en sus zapatos hasta cubrir parte de sus tobillos, y, para evitar resbalarse con esa suciedad, se vio en la necesidad de quitarse dicho calzado por la torpeza adquirida con los tacones y andar descalza hasta el Santuario a los pies de la primera casa del zodiaco.

La lluvia era fuerte, pero no tanto como los deseos que tenía Luciana de sorprender al maldito que amenazaba a su bebé, enfrentarlo cara a cara, y castrarlo con una estaca.

De hecho, el frío de la lluvia la ayudó a calmarse y andar, cada vez, con pocas ansias de gritar.

Furia, indignación y sí, miedo; todo eso la golpeaba con fuerza.

Apenas llegó a Aries, con los cuatro santos todavía en la cocina discutiendo entre ellos, ella entró sin anunciarse, azotando sus zapatos contra el piso a un lado suyo, llamando la atención de todos.

—Les dije que impacientarían hasta un monje con sus discusiones —musitó Sage a sus compañeros, por supuesto, sin saber el motivo real por el que Luciana estaba así.

—¿Qué te pasa? —le preguntó Gateguard, serio, acercándose a ella.

—Quiero hablar contigo; a solas; si no es mucha molestia —dijo con la garganta apretada, sintiendo que la bilis se le reunía en el paladar con cada palabra.

Todo su cuerpo chorreaba agua y lodo; en cualquier otra situación Luciana no permitiría que aquellos hombres la viesen en tal estado, pero ahora, aquello le importó una mierda. Estar bien presentada no era su prioridad.

—Por mí no hay problema —dijo Hakurei alzando sus manos en señal de rendición.

—Adelante —dijo Aeras desinteresado.

Sage sólo hizo un movimiento con los hombros.

Luciana salió de la cocina, con Gateguard atrás de ella.

—¿A dónde fuiste?

—Necesito agua caliente, por favor —pidió, aguantando las pocas ganas que todavía tenía de gritar con todas sus fuerzas como una banshee.

Gateguard no era su enemigo y no debía tratarlo como tal.

Se repitió muchas veces eso mismo.

Mientras andaba, Luciana se fue desprendiendo de la capa, dejando pisadas de lodo con sus pies descalzos sin importarle qué pobre doncella tendría que limpiarlo. Cuando llegaron al baño, ella se desnudó con brusquedad arrojando las prendas a la pared o a donde fuese que le cayeran.

Para cuando se metió al agua, ésta ya estaba caliente porque Gateguard se le había adelantado y la estaba esperando cerca de la piscina.

Luciana no se molestó en sorprenderse por eso, ni en preguntarse en qué momento él había dejado de estar atrás de ella.

Tratando de relajarse, Luciana se echó agua a la cara varias veces; talló sobre sus ojos mientras exhalaba con fuerza, encorvándose hacia adelante, apretando los dientes.

—Lucy.

Exhalando prolongadamente, Luciana tragó saliva por su seca garganta, manteniendo sus ojos cerrados y sus manos sobre ellos. De cualquier forma, su cuerpo, al sentir que estaba en un sitio donde no tenía que aparentar fortaleza, se hizo tan débil como una hoja de árbol seca a punto de quebrarse en otoño.

—Hay un hijo de puta por ahí amenazando con llevarse a Colette —dijo, llorando por la ira, descargando de ese modo esa emoción que nublaba el juicio—. Hace cinco días, ese bastardo le dijo a Mateo que ella era suya, y que iba a llevársela. ¡No lo hará! —gruñó con los dientes apretados, pasando las manos hacia su cabeza, agarrándose fuerte el cabello—; si la toca… si le pone un dedo encima… ¡si respira cerca de ella…! —abrió los ojos encontrándose con su entrepierna desnuda bajo el agua—, voy a matarlo… lo mataré. Santo o no… si toca a mi hija, ¡voy a matarlo!

Pasando un corto tiempo en silencio, con el vapor rodeándolos, Gateguard de pronto preguntó:

—¿Dónde está Colette en estos momentos?

—Con Mateo, trabajando —manteniendo los ojos cerrados, dejó caer su cabeza hacia atrás, inhalando profundo—, ella no sabe nada de eso.

—¿Por qué? —quiso saber, enojado.

—Porque ya tenía suficiente conmigo al borde de la muerte como para estar asustada por un maldito imbécil.

—¿Y qué? ¿El no saberlo la hará inmune a algo? —inquirió poniéndose de pie, caminando hacia la salida.

—¿A dónde vas? —preguntó roncamente, con lágrimas aun bajando de sus ojos. No abrió los párpados ni se movió de su sitio.

—Cuando yo vuelva, no tendrás que molestarte por matar a nadie —se limitó a decir antes de salir del baño, azotando la puerta.

Ante el ruido provocado pudo moverse; abrir los ojos y voltearse hacia la puerta.

Luciana se quedó viendo la salida por un rato.

Algo le dijo que había cometido un error. Gateguard era más impulsivo que ella. Dioses… ¿debió habérselo dicho a Hakurei y que él la ayudase?

La verdad, en el fondo, no se sentía arrepentida de su decisión.

Luciana siempre consideró que, en este mundo; tú, como ser humano independiente, debías valerte por ti mismo y no esperar que nadie te salve el pellejo todo el tiempo, sin embargo, en una pelea tan injusta como esta, el más tramposo sería el vendedor. Y ella no iba a perder.

Limpiándose la cara otra vez, Luciana se terminó de bañar, siendo más rápida que en otras ocasiones, considerando que, no tenía por qué quedarse disfrutando del agua caliente. Una vez que terminó salió corriendo desnuda hacia el cuarto de Gateguard, tomando prestada más ropa suya. Al estar más presentable, Luciana llegó a la entrada de Aries luego de comprobar que la cocina estaba limpia y vacía.

Sola, se puso a andar por toda el área interna del templo sin invadir ninguna habitación; llovía bastante y Gateguard evidentemente no iba a volver hasta que el clima se apaciguase un poco. Tan preocupada estaba, que la tarde se le hizo eterna.

Lloviznando, el sol pronto bajó y ella no tenía noticias de nada.

Iba en círculos en medio del templo hasta que oyó los pasos metálicos en las escaleras. Corrió hacia ellas y notó a Gateguard llegando a su casa.

Él andaba solo, con su cuerpo entero empapado.

Por un segundo Luciana pensó que Colette vendría con él aquí, donde estaría más segura; se le hizo un nudo más grande en el estómago al percatarse de que ella seguía lejos en un sitio fácilmente invadido.

—¿Qué pasó? —preguntó impaciente, ignorando el viento frío y unas cuantas gotitas sobre su rostro y pies descalzos.

—Le pregunté a ese hombre, Mateo, por cómo era él.

Luciana se dijo que ella misma pudo habérselo dicho si tan sólo él no hubiese salido tan rápido de Aries, pero prefirió dejarlo terminar; ojalá él, al oír la situación, haya podido ver cosas que ella y Mateo pudieron pasar por alto, como por ejemplo, la verdadera peligrosidad de aquel que amenazaba a Colette.

Gateguard por su lado, se mantuvo pensativo y dejó su mirada estoica sobre ella.

—¿Y qué piensas? —preguntó nerviosa, luego de una larga pausa.

—Después de oír su descripción y cómo era su comportamiento, creo saber de qué basura se trata, pero no está cerca —suspiró—; sé que él y su grupo partieron hace unos días a Cairo en una misión de reconocimiento.

Frunciendo el ceño, Luciana no supo con exactitud cómo fue que Gateguard pudo llegar a la certeza de saber de quién se trataba. ¿Acaso eran pocos los santos revoltosos?

—¿Estás seguro de que es él de quién podría tratarse?

—Sí.

—¿De verdad? —Luciana hizo una mueca—, ¿cómo? Entre tantos santos…

—No fue tan difícil —dijo manteniéndose calmado—. Me bastó con preguntar a los otros santos de bronce que encontré, sobre lo ocurrido. Mateo dijo que él y su grupito habían sido sacados a la fuerza por otros caballeros presentes en el restaurante, así que, buscando, pude hallar a uno de los que estuvo ahí y me dio los nombres, además, no son muchos los idiotas rubios, musculosos que sudan como cerdos y tienen una muy nauseabunda reputación de intentar amenazar a los civiles.

Eso sonó lógico para Luciana, Mateo había dicho que después del acontecimiento no quiso recurrir a los otros santos por temor a empeorar las cosas, sin embargo, el que Gateguard quisiese saber sobre un pequeño ajetreo en un restaurante común, quizás, no sea nada sospechoso para aquel sujeto.

—Ya veo —susurró un poco menos tensa— y, ¿y crees que él podría tener a alguien que quisiera hacer ese trabajo sucio por él?

—Si alguien que no sea una de esas dos mujeres o su jefe, se acerca a ella, yo lo sabré.

—¿A qué te refieres?

—La telequinesis no es sólo me permite mover cosas cuando me place; también puedo mantener vigilada a una persona en concreto.

Gateguard se quitó la armadura con un leve destello; la vestidura dorada desapareció a los ojos de Luciana, quedando él únicamente con ropa ligera que había estado usando esa mañana… y los grilletes en sus muñecas y tobillos.

Todo él estaba empapado, así que Luciana, aguantando sus ansias de preguntar más; le dio su espacio para que él pudiese asearse en agua caliente, y luego cambiarse en la alcoba donde ella estaba esperándolo, mirando por la ventana.

Luego de acomodarse la ropa limpia, Gateguard siguió hablando sabiendo que ella, todavía dándole la espalda, lo oiría.

—Por "mantenerla vigilarla" no pienses que voy a invadir su privacidad —agregó algo importante—. Es difícil de explicar, pero puedo crear una conexión mental con Colette sin llegar a ver todo lo que hace. En este caso, pondré atención a ciertos detalles que podrían significar un peligro.

—¿Cómo cuáles? —preguntó Luciana, prestando mucha atención.

—Si ella se asusta, se exalta, se desmaya, o recibe algún daño físico o mental… yo lo sabré por dicha conexión, y podré llegar hasta ella cuando ocurra cualquiera de esas cosas —masculló pensativo, sacudiéndose el agua del cabello con una mano—. No sólo puedo mover cosas o personas con la mente… aunque… mantener un lazo con ella como ese tampoco va a serme algo tan fácil considerando que tengo otras cosas que hacer —musitó lo último por lo bajo—. Sin embargo, lo que más me importa ahora es que estemos claros.

Ante el tono sombrío que él usó con su última frase, Luciana se giró para encararlo; incluso se acercó a él. Su intensa mirada azulada sobre ella la puso nerviosa.

—¿Claros en qué?

—¿Qué es lo que quieres que haga? —preguntó firme—. Hay dos elecciones, y en lo personal, yo elegiría la segunda.

—Dilas.

—Como sabrás, una amenaza como esa, no es motivo para encerrar a nadie; se necesitará que él le haga daño físico a Colette para que yo, o cualquier otro, pueda encarcelarlo o condenarlo a muerte después de un juicio.

«Definitivamente, la segunda» pensó enfadada—. ¿Ah sí? —masculló apretando la quijada.

—La segunda opción, es matarlo antes de que le toque un solo cabello y lanzar sus restos donde ni los cuervos puedan encontrarlos.

Le gustaba; definitivamente quería hacer las cosas así.

Sin embargo… maldita fuese su humanidad.

—¿Estás seguro que es quién sospechas que es? —quiso saber, primero que nada—. ¿Estás seguro al cien?

—Al ciento uno, diría yo.

Luciana comenzó a asentir mecánicamente mientras se lo pensaba.

¡¿Por qué se lo pensaba tanto?! ¡Ella quería a ese infeliz muerto antes de que pudiese tocar a Colette o a alguien más que intervenga en su cometido como Mateo, Nausica o Margot!

¡Pero…!

—¿Lo harás tú? —susurró taciturna viéndolo a los ojos—, ¿lo matarás?

—Sí. Lo haré yo.

De nuevo.

De nuevo él iba a mancharse las manos.

Era casi el mismo asunto que con el hermano de Colette. Sin embargo, en esta ocasión, Gateguard sería el asesino directo. Sería el que cargase con todo él solo.

—No —dijo ella—, déjame hacerlo yo.

—¿Tú? —él alzó una ceja.

—¿Crees que no puedo arrebatar una vida? —le preguntó con toda su ira, viéndolo a los ojos.

—Eso creo —dijo él—. Además, no hablamos de un tipo común; hablamos de un santo.

—Un hombre —insistió Luciana—; y como tal puede morir si le rebano el cuello.

Gateguard soltó una risa ahogada con sus labios; desvió la vista hacia un extremo y luego la volvió a mirar.

—No —espetó serio.

—¡¿Por qué no?!

—Porque no es tu deber proteger a Colette —inhaló profundo, luego agregó—: no de ese modo.

—Es mi niña, y si alguien debe mancharse las manos de sangre por ella, seré yo.

—Tú ya has hecho tu trabajo —dijo severo—; yo tengo el permiso para matar, tú no. Si lo matas, serás tú la que vaya prisionera.

—No, si no me delatas. Además, si tú lo asesinas antes de que haga algo en contra de Colette, ¿no estarías en la misma posición que si lo hiciese yo?

Poniendo los ojos en blanco por medio segundo, Gateguard alzó su mano derecha y con ella se acomodó un húmedo mechón de cabello rojo atrás de su oreja.

—No, si no me delatas —suspiró, usando las palabras de Luciana en su contra.

Gateguard puso su mano izquierda sobre la mejilla de ella.

—Déjamelo a mí; tú ya hiciste lo que debías. Tu trabajo ya está hecho. Déjame hacer el mío, ¿de acuerdo?

—Pero… no quiero que vuelvas a… —la garganta se le cerró con amargura—. Debo hacerlo yo.

Portando una mirada suave en su rostro, él le dio una delicada caricia con su pulgar.

—No debes hacerlo tú.

—Crees que soy demasiado débil y al final dudaré, ¿verdad? —preguntó con sus labios temblorosos.

—No. Creo que eres fuerte. Tanto para sobrellevar el peso de un asesinato —bajó su cabeza para poner su frente sobre la de Luciana y susurrarle—: pero no es tu deber llegar a esos extremos.

—Entonces… ¿seré yo en esta ocasión la asesina más peligrosa?

Los ojos de Gateguard se conectaron seriamente con los suyos.

—Sí.

En lugar de besarse, Luciana cerró sus ojos y dejó caer el peso de su cabeza contra la de Gateguard, ella se aferró a la mano de él con la suya, dándole un suave apretón. Ambos se quedaron en silencio luego de haber sellado la sentencia de muerte de aquel sujeto que ella ni conocía; y daba igual; Luciana no quería conocer a nadie así. Ya estaba harta y cansada de ese tipo de personas… no, más bien, de ese tipo de monstruos.

Al cabo de un rato, ellos se separaron.

Soltando aire, tragando saliva por su garganta seca, estando un poco más tranquila, Luciana le preguntó mientras lo veía:

—¿Sabes dónde está Colette en estos momentos?

—¿Dónde más? En tu casa —respondió dirigiéndose a su cama, sentándose sobre ella—. Y como se nos olvidó cambiar la cerradura anterior, tuve que encargarme hoy de ella; esas dos mujeres ya están al tanto de eso.

—Entiendo —musitó; luego lo vio acostarse de espaldas contra el colchón, con sus ojos cerrados y sus manos sobre su estómago—. Gateguard… gracias.

Abriendo los párpados lentamente, él no la miró a ella, sino al techo.

—¿Por qué?

—¿Cómo que por qué?

—No estoy haciendo nada impresionante ni heroico, Lucy. Ya te lo dije, es mi trabajo. Cuidar a los pueblerinos no es menos importante que salvar al mundo. Si no puedo proteger a una simple chica, ¿cómo puedo decir que puedo hacerlo con Athena? —gruñía mirando el techo—, y el que ese infeliz sea un santo me da más motivos para castigarlo.

Inhalando profundo, Luciana sentía que por fin estaba relajándose luego de recibir de golpe tan preocupante hecho, del cual, ella estuvo ignorante por cinco días.

Con Gateguard estando al pendiente de Colette, ella se sentía más segura de que su bebé estaría a salvo.

—Aun así… muchas gracias. —Se acercó a la cama, sentándose a un lado de él—. ¿Sabes? Si no los hubiese conocido; ni a ti ni a tus compañeros, yo también pensaría como Mateo.

—¿Cómo?

—No sabría en qué santo confiar —ladeó la cabeza, lo miró a los ojos, bajando sus defensas y dejando al descubierto un gran miedo que pudo haber tenido de no conocerlo a él, Hakurei, Sage, incluso Aeras—. Gateguard, no sé cómo pagarte esto. —Cerró sus ojos, imposibilitada de ver los de él.

Gateguard tenía una mirada muy intensa, incluso en estos momentos.

De todas las cosas que pudo haberse esperado, nunca se imaginó que él se levantaría y la abrazaría con mucho cuidado. La hizo apoyar suavemente su cabeza contra sus pectorales apenas cubiertos con su playera limpia, mientras le sobaba la espalda con las manos, teniendo cuidado de no lastimarla con los grilletes.

Aquella acción, lejos de inducirle una emoción sexual, ella se sintió adormilada.

—¿Estás bien? —preguntó él; Luciana asintió.

Deslizando sus propias manos por los costados de Gateguard, ella se aferró a él como nunca lo hizo con ningún otro hombre. Pasó sus dedos con cuidado por cada uno de sus músculos, hasta que pudo rodearlo con ambas manos, dándose cuenta de algo importantísimo.

—Gateguard. Me estás abrazando —susurró, sonriendo conmovida.

—Sí… eso hago.

Por su tono, Luciana se percató de que él todavía no lo captaba. Abrió los ojos con lentitud sin borrar su sonrisa.

—Es la segunda vez que me abrazas —dijo apretándolo más contra ella; tomando en cuenta ese relajante despertar de hace unas horas.

Por primera vez en su vida, se sintió de verdad respaldada, protegida. Desde que tenía memoria, ella siempre había luchado sola, tanto que, el estar bajo estrés, era un estado normal en su vida.

Disfrutó de ese agarre fuerte. Gentil, firme y suave.

Inhaló su aroma, descubriéndolo como algo sumamente valioso para ella.

Le gustaba estar así; le agradaba sentirse… cuidada.

¿Sería debilidad?

—Quinta —Gateguard interrumpió sus pensamientos con esa palabra.

—¿Qué? —musitó.

—Esta es… la quinta vez que te abrazo.

La quinta. O sea que… ¿se perdió el primero, el segundo, y el tercero?

No se tenía que ser un genio para saber que esas tres se dieron cuando ella estuvo inconsciente debido a lo que le dio el oneiroi. Lo que le provocaba curiosidad era enterarse cómo se habían efectuado.

—¿Puedo saber cómo fueron? —quiso saber, pero, el sentirlo tensarse no fue una buena señal.

—Lo siento; todavía no.

Por esta vez lo dejaría pasar.

—Está bien —susurró.

Al cabo de un rato, Luciana quiso que cenasen algo antes de dormir; por suerte, Hakurei había sido tan amable como para dejarles la sopa de pollo con limón en el fogón; luego de que Gateguard le ayudase con el fuego, él se fue, ¿a dónde y para qué? Luciana no lo supo, él simplemente dijo que ya volvía.

Mientras Luciana lo esperaba, veía el fuego alzarse, danzar sobre la leña y consumir la paja en segundos.

Todavía estaba un poco inquieta con respecto a Colette, pero, al menos, le quedaba la agradable sensación de no estar sola. Nausica, Margot y Mateo estaban con la jovencita, siendo los ojos vigilantes; y Gateguard ya había tomado sus propias medidas también siendo la sombra que el imbécil no se esperaría.

Los dioses podían ser crueles a veces, pero, en esta ocasión, ella les estaba agradecida por permitirle tener gente tan buena a su alrededor.

En un intento de calmarse más, tomando el cucharon para mecer la comida en la olla, comenzó a tararear la canción de esta mañana. Nada especial. Un canto muy típico griego que se les cantaba principalmente a los niños pequeños para hacerlos dormir.

Sirvió vasos con té, aparentemente, todos los trastes fueron lavados y dejados cerca del fogón antes de dejar la cocina vacía.

Siguió tarareando.

Sirvió los platos y se sentó en una de las sillas que había traído Hakurei esta mañana, apoyándose con la luz del fuego del fogón; luego de dejar la olla y el pocillo del té a un lado para no arriesgarse a quemar nada, Luciana volvió a su sitio en la mesa, bebiendo té.

Pensó en Colette; pensó en Gateguard; pensó en lo que haría.

Trabajar, ¿en qué? No estaba segura, no tenía ningún talento fijo y sus ahorros no serían suficientes para iniciar un negocio independiente; no sabía nada de pesca, agricultura ni siquiera podía bordar, y mejor ni hablar de intentar ser curandera.

Inhaló profundo; volvió a tararear la canción para niños.

Niños…

Bajando la taza de té sobre la mesa, Luciana se llevó sus manos a su vientre. Para cuando Gateguard volvió, trayéndole una cobija delgada y pequeña para que se la pusiese sobre los hombros, la encontró derramando lágrimas silenciosas que ella no se molestó en ocultar.

—¿Por qué lloras? —preguntó luego de ponerle la cobija encima, sentándose a su lado.

Se quedó callada por un rato, pero decidió soltarlo sin tapujos.

—Yo no puedo tener hijos.

Ella no se molestó en mirarlo, observaba su estómago abultado, y acarició su vientre.

—Lloro porque, aunque me duela, sé que al final eso es una buena noticia —bisbiseó triste.

—¿Cómo puedes estar tan segura de que no puedes embarazarte? —dijo él.

—Porque he vivido demasiado tiempo entre hombres buenos… y hombres malos. Y jamás me he embarazado —aún, sintiendo desánimo, Luciana inhaló fuerte, tomando la taza con té, dándole un sorbo para aclarar su garganta—. Eso me alegra; no sé qué sería de mí si pudiese engendrar bebés. Además, aunque no fue de la mejor manera, los dioses me han permitido ser madre; al menos, intentar serlo. Sólo quiero estar segura de que Colette estará bien… porque… ella… es mi bebé.

Inhalando fuerte, comenzando a comer, Luciana lo pensó.

Sí, Colette era su bebé, y aunque no compartían sangre, ni se pareciesen un poco física o mentalmente, ella iba a protegerla; por eso, una vez que ese malnacido se hiciese presente, ella no se echaría para atrás en el plan de aniquilación. Porque, ya fuese que ese estúpido hubiese querido asustar, bromear o amenazar por amenazar, había tocado un punto muy especial para Luciana, y con eso nadie iba a jugar.

Luciana y Gateguard cenaron en estricto silencio; ella meditaba en sus asuntos. Tenía en su mente a Colette; analizaba con gran velocidad lo que podría esperarle en su propio futuro, cosas buenas y cosas malas; quiso saber qué nuevo trabajo podría intentar hacer para sobrevivir; quiso averiguar si podría adquirir una nueva casa como era su deseo, antes de llegar a la vejez. El estrés volvió. El tiempo estaba corriendo en su contra sin darle la oportunidad de pararse por medio segundo y dejarla a ella pensar en qué rumbo tomar.

Cuando terminaron de comer, limpiaron juntos la cocina y se fueron a dormir.

Para Luciana fue… rutinario y cómodo; ya no se sentía nerviosa o temerosa; tampoco ansiosa por salir de ahí. Se veía con la confianza de cerrar los ojos en un sitio que no era su hogar. No se cohibió a la hora de acostarse en la cama, usando ropa de hombre prestada. Cuando menos percibió algo extraño en que Gateguard la abrazase por la espalda cuando ella se acostó de lado.

«Sexta» contó adormecida.

Lo que sí le pareció curiosa, fue esa mano posándose sobre su estómago, rozando con delicadeza su vientre con las puntas de los dedos.

No se dio cuenta del momento en que dejó de pensar.

—Continuará…—


Primero que nada, mis queridos lectores anónimos, dejen de preguntarme si ya dejé el fic en hiatus o no; comentarios así, los considero spam y los borro, así que, por favor, no se desgasten más sólo para comentar eso, insistiéndome en lo mismo. 7_7

Qué afán de querer echarme carreras; no me voy a disculpar por el tiempo que pase sin actualizar, para que se les quite. :3

Ahora...

Mis lectores bonitos que me animan con sus reviews, les quiero hacer una pregunta: ¿recuerdan cuando les dije que Luciana y Gateguard iban a tener un lapsus de calma?

Jiji, pues la calma se acabó XD

Miren, este "arco" lo planeé desde que introduje a Colette en el fic; no planeaba que se tomase tan pronto, pero a mí también me tomó por sorpresa lo de Mateo y su aviso.

Creo que las cosas se ponen realmente feas cuando ni la propia autora se espera estos giros tan drásticos. En fin.

Entre tantas veces que modifiqué este, este capítulo, no sé si algún día vuelva para editarlo por octava o novena vez, pero si lo hago, ya lo avisaré en mis notas de autora.

Continuando...

He decidido separar el fic por partes.

Digamos que desde el capítulo XV (Inocencia destruida) ya pasamos una de ellas a la que yo llamó:

1.- Durmiendo en tempestad.

¡Ay, me encantan los títulos dramáticos XD!

Ya, ya. Debo controlarme.

En esa parte, tomamos el cómo se conocieron nuestros protagonistas; también, sus primeros pasos en convivencia; un poco de sus vidas como civil-santo dorado. Dejamos al suspenso lo que atormenta a Gateguard, y lo que Luciana no puede recordar todavía por obra de Haidee, sin embargo, no se preocupen, ya lo sabremos.

Ahora, pasamos a la... "siguiente temporada". Donde nos enfocaremos en el drama de Colette bajo la perspectiva de Gateguard y Luciana. A la que llamaré:

2.- Crímenes divinos.

En este "arco" NO pienso tomar la perspectiva de Colette tal cual; no es por flojera, aclaro, sino porque no quiero que mi cabeza estalle y alargar el fic más de lo que ya lo he hecho XD.

Como un pequeño "spoiler", les aviso que se va a introducir un personaje nuevo al fic; admito que su aparición estaba en "veremos" pero dado a que estuve haciendo listas y listas de los acontecimientos posibles en el fic a partir de este punto, sencillamente no se pudo ignorar su existencia.

Le veremos en acción pronto, se los aseguro. Ya me dirán si les agrada o no. 7u7

...

Mmm, no sé cuantas "temporadas" habrá en este fic, pero quisiera abarcar todo lo que tengo planeado, acomodándolo lo mejor posible.

Hasta ahora, yo cuento como 4, sin contar los capítulos de "Eclipse Lunar", los cuales entran técnicamente en la primera parte del fic.

Bueno, por el momento no sé qué más decirles, mis amigos, me caigo de sueño y debo trabajar en un par de horas.

¡Síganme en mi página para que se enteren de mis próximas locuras! XD

Como verán, para relajarme estoy haciendo un pequeño grupo de drabbles con los santos dorados del siglo XX... qué bonito es volver a la época en la que existe el papel higiénico y el internet XDDD lo siento, pero tenía que decirlo XDD

Ese grupo de drabbles ya casi está terminado, y espero que le echen un ojito para que me comenten qué opinan jejeje.

Por el momento, esto es todo de mi parte.

¡Saludos a todos y gracias por leer!


Gracias por leer y comentar a:

Nyan-mx, Mumi Evans Elric, agusagus, y Guest.

Hasta el próximo episodio.


Reviews?


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