Noche

XXI

Esperando lo Inesperado



El problema con esperar a que algo malo pasase… para hacer algo más malo todavía, era ese, esperar.

Luego de haber pactado aquel plan de homicidio, Luciana decidió partir a su casa en la posada al día siguiente, luego de desayunar. Tenía una plática pendiente con Colette que no quería atrasar más; por otro lado, ella tenía que empezar a ordenar su propia vida. Sentarse todo el día adentro del primer templo del Santuario no era el primer paso.

Afortunadamente el día inició bien, con un cielo despejado y quizás con la posibilidad de que, por fin, luego de algunos días lluviosos, el sol alumbrase y calentase la tierra del pueblo un poco.

Ese día, Gateguard tuvo que salir muy temprano (con el cielo aún oscuro) a entrenar, por lo que, sin mucha consideración al sueño ajeno, despertó a Luciana a esa misma hora para que ella le ayudase a quitase los grilletes y pudiese guardarlos en aquella caja oscura que más tarde él mismo se llevó.

Luciana no pudo dormir luego de eso por mucho que lo intentó dando vueltas sobre la cama que no tardó en enfriarse sin la presencia del santo dorado; así que, resignándose a tener que empezar un nuevo día, ella aprovechó ese par de horas en la oscuridad para meditar; luego, se levantó con calma para alistarse y desayunar, también para darse cuenta de que tenía prendas nuevas.

Sí, desde que despertó en la cama de Gateguard, Luciana se había dado cuenta de su ligero cambio de ropa, sin embargo, no se imaginó que tenía varias togas que ella no había visto antes y, aparentemente, había usado durante los días que estuvo inconsciente.

Dos doncellas fueron despachadas a Aries para limpiar el lodo del pasillo y la habitación; también, para hacer la comida de ese día, junto al desayuno de Luciana. Cuando las chicas llegaron, lo hicieron con ropa limpia en dos canastas; una de estas llevaba la ropa del santo, la otra, algunas togas femeninas que Luciana tuvo que ver para creer. Sobre todo, cuando la chica que llevaba dicha canasta le dijo:

»Aquí tiene su ropa.

Ella pensó erróneamente que, durante toda su estadía, había estado llevando togas transparentes y delgadas que nunca podría usar en público; sin embargo, se quedó sin voz al mirar prendas lindísimas de diversos colores.

«Una cosa es segura: jamás podré usar estas cosas en público y decir que en realidad no tengo un charco propio donde caerme muerta del hambre» pensó impresionada.

Luego de ver cómo las doncellas acomodaban las togas en el ropero de Gateguard, pues Luciana no consideraba inteligente llevárselas a su cuarto en la posada a riesgo de que alguien las viese en el tendedero y comenzase a difundir rumores de que ella podría tener una fortuna que en realidad no habitaba siquiera en su imaginación; Luciana desayunó lo que ellas prepararon y, al agradecerles, partió con dirección a su hogar, con su niña.

La segunda buena noticia de hoy, era domingo; por lo que, cuando Luciana tocó a la puerta y se presentó, encontrándose con Nausica; ella también halló a las otras dos todavía dormidas sobre las camas.

Se supone que Mateo no abría su negocio los domingos, y por un segundo Luciana consideró eso como algo conveniente, sin embargo, verlas soñolientas no le dijo lo mismo.

Su cama había estado siendo ocupada por Margot, mientras que ambas rubias compartían la cama de Colette.

—¿No conoces el término "déjame dormir"? —masculló Margot bostezando, echándose la cobija encima, acurrucándose más.

—Y yo que pensaba que estarían felices de verme —dijo Luciana sonriendo, cerrando la puerta, viendo a Nausica volver con Colette.

—Y lo estamos —masculló Nausica acostándose de lado, dándole la cara—, pero hace frío. ¿Por qué no nos visitas cuando haya mucho calor?

—¿Visitarlas yo? —alzó una ceja, poniendo las manos sobre su cintura—, esta es mi casa… y, a propósito… esa es mi cama.

—Sí, sí —dijo Margot con despreocupación y pereza—, visita tu casa y tu cama cuando el sol vuelva, ¿sí?

Luciana miró a las tres con los ojos entrecerrados. Suspiró y decidió dejarlas descansar; seguramente ayer había sido un día de trabajo muy ajetreado para todas. Ella sabía cómo era eso así que no le costó mucho ser solidaria.

Pensó en el trabajo de sus amigas mientras daba la vuelta, teniendo cuidado con no hacer mucho ruido, y acercaba su mano hacia la puerta; no había velas encendidas y no consideraba apropiado abrir las ventanas; así que, con su puro sentido del tacto, deslizó sus dedos por encima del duro metal frío que fungía como cerradura de dicha puerta.

En definitiva, Gateguard había estado aquí.

Luciana se preguntó si las chicas tendrían preguntas al respecto. Aunque, también se preguntó si esto sería suficiente para mantener a todas ellas, a salvo, de ese santo que había amenazado con llevarse a Colette.

Ojalá… por todos los dioses… que las medidas tomadas fuesen suficientes.

—Escuchen, hoy seguro habrá un buen sol —les dijo Luciana buscando su propio saco de ropa, entre los que eran de Nausica y Margot.

¿En verdad se habrían mudado aquí? ¿Qué pasaba con sus propias familias? ¿Las dejaron marcharse? ¿Planeaban vivir con Colette y con ella más tiempo del previsto?

—Lavaré algunas prendas en el río —continuó guardándose sus preguntas—; quien quiera venir conmigo, puede hacerlo. Les sugiero que se apresuren, no sé si vaya a llover esta tarde.

Sacó un poco de su ropa, unas cinco piezas grandes y tres calzones que ella tuvo que olfatear y (mientras hacía muecas) recordarse que las había usado hace días. Eran pocas, pero no por eso, fáciles de lavar.

Tomó, además, su bolsita con dinero, la cual estaba al fondo de su costal, y se la metió en uno de los bolsillos del pantalón de Gateguard que ella aun llevaba puesto.

Había descubierto que esas prendas tan masculinas le acomodaban bastante.

Sin esperar respuesta de las chicas, las cuales seguramente se habían quedado dormidas, Luciana salió con sus prendas del cuarto; recibiendo con agrado el sol

Lo único malo era el viento frío que aun perduraba, pero fuera de ahí, el clima era muy tolerable luego de muchísima lluvia en varios días.

Partió sin prisas al río cercano a la posada, se encontró con otras mujeres que usaban el agua del río para lavar ropa igual que Luciana planeaba hacer. Algunas madres llevaban a sus bebés en canastas o amarrados a su espalda con ligeras prendas; otras cuidaban a sus niños más grandes, los cuales jugaban en el agua, cerca de la orilla.

La corriente iba rápido y fuerte; el río tenía demasiada agua yendo por su canal. Sin embargo, nadie podía quejarse, si tenían la oportunidad de lavar antes de otra segura temporada de lluvias, era mejor aprovecharla.

Luciana se quedó un poco apartada de las demás mujeres, quería un poco de privacidad; ubicó dos buenas rocas cercanas a la orilla; una donde pudiese restregar la ropa, y otra donde pudiese dejar sus prendas lavadas para luego transportarlas al tendedero de la posada. Ya luego adquiriría una canasta propia; no solía dejar tanta ropa sucia (a menos que fuese invierno) por lo que no se había planteado la idea de comprarse una en el pasado. Sin embargo, ahora que vivía con Colette, una chica que no buscaría robarle nada… aunque Nausica y Margot…

Antes de ponerse a lavar, Luciana hizo una pausa para contar el dinero que tenía en su bolsita.

«Está todo» pensó sintiéndose un poco mal por haber contado hasta la última moneda.

Guardándose su dinero, Luciana retomó el hilo de sus pensamientos, comenzando a lavar.

¿En qué estaba?

Ah sí.

Las chicas eran muy honradas; incluso Nausica y Margot, aunque Luciana no haya confiado del todo en ellas hablando del dinero.

Enjuagó un calzón luego de restregarlo en la roca por un rato; asegurándose de que se viese limpio, lo exprimió y antes de que pudiese dejarlo en la roca, una canasta, se posó frente a su rostro.

Cuando alzó la vista, Luciana se encontró con Colette.

Ella se veía bien despierta, usaba un vestido sencillo y llevaba amarrado su cabello en una trenza baja que caía por su espalda; mientras llevaba otra canasta para ella, pues ahí llevaba su propia ropa sucia.

—Gracias —dijo Luciana, tomando la canasta.

—Buenos días —saludó Colette sonriendo.

—Buenos días, ¿y? ¿Es tuya? —preguntó un poco cohibida, señalando la canasta que la chica le había dado.

—No, es tuya —dijo Colette, sonrojándose un poco—; las compró Nausica cuando recién se mudaron a nuestro cuarto. Como yo, ellas ya tienen las suyas. —Hizo una ligera pausa mientras acomodaba la falda de su vestido y metía sus pies al agua para estar junto a Luciana—. ¿Te gusta?

—Es hermosa —musitó sonriendo, sintiéndose el doble de mal por haber desconfiado de las chicas—; díganme cuánto es y les pagaré.

—Déjalo, es un regalo —se rio ella.

—¿Estás… segura? —tragó saliva; Colette asintió—. Muchas gracias.

—Me alegra que te haya gustado.

Una vez dejando en claro eso, Luciana y Colette tomaron prendas para lavarlas en la roca áspera mientras las canastas permanecían bien puestas en la otra.

—Y… ¿cómo has estado? —preguntó Luciana tallando un vestido blanco que usaba para dormir.

—Bien. Hay mucho trabajo estos días, mientras más llueve, la gente más y más quiere comida caliente sin tener que prepararla —dijo concentrada en su tarea.

—Ya veo —dijo con un poco de melancolía; eso también solía pasar en la taberna en estas fechas, sin embargo, el ambiente debería ser distinto en el restaurante de Mateo—. Eso debe ser una buena noticia.

—Sí. Además, antier, Margot y Nausica me acompañaron a la casa para recibir el primer pago. Cien monedas de oro.

—¿La casa?

—Sí, la casa que rentamos, ¿recuerdas?

Luciana lo pensó. Recordando que ella debió haber hecho eso, suspiró.

—Me alegra que les haya ido bien.

—Ese hombre no es alguien que yo quiera cerca —dijo Colette con cierto resentimiento—, pero al menos me pagó.

—¿Te incomodó?

—Claro que sí —respondió irritada—, no paró de preguntar cómo es que yo, una chica tan joven, fuese la dueña de una casa. Me preguntó por mi esposo varias veces hasta que Margot se cansó y le gritó.

Poniendo los ojos en blanco, Luciana volvió a suspirar.

—Esa mentalidad no cambiará; menos cuando se trata de los hombres —dijo Luciana, lamentando eso—, pero, si él vuelve a hacerte sentir incómoda, no dudes en decírmelo.

A estas alturas, ella no estaba de humor para soportar a un segundo tipo pesado.

—¿Mandarás a un santo para que lo golpee? —preguntó Colette sonriendo divertida.

«Para matarlo, de hecho» pensó sombríamente—. Mandaría hasta al mismísimo diablo para que te proteja —bisbiseó a la chica imaginando a Gateguard mirándola severo, pero diciéndole con tan solo sus ojos: "quiero verte feliz".

Ella sólo iba a ser feliz cuando todo aquel que amenazase a su niña o a ella misma, dejase este mundo de la forma más dolora posible.

«Estás loca, ¿cómo se te ocurre pensar así? Gateguard no es tu títere, cuanto menos tu arma para matar» se regañó.

En definitiva estaba loca; y estaba perdiendo su poca decencia.

Ajena a sus pensamientos, Colette se rio. Seguramente pensando que Luciana bromeaba, y su mitéra no estaba dispuesta a decirle la verdad… al menos no ahora.

Lavaron ropa en silencio por un rato; los niños reían al fondo; más mujeres hablaban entre ellas. El sonido del golpeteo del agua sobre las rocas era relajante, sin embargo, la temperatura de la misma no era la más cómoda. Las piernas de Luciana temblaron un poco debido al frío, pero, aunque quiso hacer un comentario, no dijo nada al respecto.

—¿Y cómo te trata Mateo? Espero que sea un buen jefe —dijo Luciana a Colette, mientras ambas tallaban sus prendas sobre una roca, ayudándose con su paciencia para tomarse su tiempo en limpiar bien cada una de ellas; luego remojarlas en agua para seguir tallando hasta exprimirlas y al final meterlas a sus respectivos canastos.

—Mucho mejor que el anterior, eso sí —Colette, enjuagó una de sus togas, luego la exprimió, lanzándola a su canasta—. La mejor parte, es que no es como trabajar en la taberna, no necesito coquetear con los clientes —se rio, tallando otra prenda.

Aunque Luciana también sonrió, echando su segunda prenda de ropa interior a la canasta, sintió un profundo alivio de escuchar el tono de voz, tranquilo, de Colette.

Cada día, ella iba recuperando mucho de su jovialidad.

En definitiva, no podía permitir que ningún cerdo bastardo la volviese a lastimar.

Y hablando de cerdos bastardos…

Desde la cremación, ellas dos no habían hablado otra vez sobre lo ocurrido con el despreciable y poco hombre hermano de Colette, sin embargo, Luciana sabía que, cuando llegase el momento, debería ser fuerte para sostener la carga que esa pobre chica todavía pudiese tener encima, aunque, siendo franca, Luciana esperaba que no hubiese nada más por saber.

Por su propio lado, ella iba a tener que ser fuerte para lo que vendría… y tendría que cargar con ello sola.

Como en la última ocasión, Colette iba a tener que ser protegida por la muerte. La pequeña diferencia aquí, es que Luciana iba a ser la homicida indirecta de aquel sucio cabrón y tendría que llevarse ese secreto a la tumba.

Oh no… en el futuro no habría excusas de "no sabía lo que pasaría", ella lo sabía y estaba de acuerdo.

Sea como sea, eso ya estaba concretado; Luciana no debería dudar ni por un segundo en que esta era la única forma de deshacerse de aquella gente tan despreciable, sobre todo, de una persona que podría ser capaz de causarle muchísimo daño a una chica inocente como Colette.

«Aunque quisiéramos; los "buenos" no siempre podemos solucionar todos los problemas de vida o muerte y salvar a quienes amamos, tomando el camino "correcto"» meditó con pesar, pero al mismo tiempo, con firmeza.

Mientras Luciana pensaba en eso y se daba valor a sí misma, escuchando cada vez más fuerte el sonido del agua y cada a una de las mujeres que la rodeaban, se ocupaba de su propia ropa con la ayuda de la corriente del río y las rocas. Quizás, con mucha suerte, ninguna de ellas tendría que tomar una decisión como la que ella había tenido que aceptar.

Todavía no ocurría nada y Luciana ya se sentía mal del estómago.

El sol iba subiendo hasta llegar a su punto más alto, dándole mucho más calor a los habitantes de Rodorio. Luciana terminó de lavar primero que Colette, y decidió esperar a la joven mientras salía del agua y se sentaba en otra roca, enorme y cómoda, a seguir pensando.

Dejó que sus piernas y brazos se secasen con el sol junto a la ropa masculina que se había mojado y también debía lavar para volver a su dueño original.

Frunciendo levemente el ceño debido al brillo del sol, Luciana miró alrededor.

Mujeres y niños. Nada de hombres.

Así solía ser desde hace algún tiempo en este lugar, por eso Luciana consideró una bendición que hoy fuese domingo y el sol estuviese de su lado.

Durante los domingos, cierta cantidad de mujeres de varias edades, venían a este río por distintos motivos, algunas bañaban a sus hijos (hoy no, por el frío del agua), otras recogían agua fresca para beber, eso, claro, se hacía más arriba de la corriente. Otra gran mayoría aquí lavaban la ropa, algunas más venían a relajarse, a jugar y/o a charlar con amigas.

Como si fuese algún tipo de ley aprobada, pero todavía no escrita en papel, durante estas horas en este día en específico, los niños eran los únicos machos en estar ahí presentes cuando las mujeres se reunían en este río. Si un hombre se acercaba y no se iba, era inmediatamente tomado como un posible agresor y había resquemor en su contra, además de una fija vigilancia.

Si había un santo cerca, y éste se acercaba para vigilar hallando a un hombre cerca del río y las mujeres, también lo consideraría un sospechoso, podría echarlo y ficharlo como un tipo de cuidado al que podrían encerrar algún día de estos; por eso casi todos los hombres en Rodorio se reunían aquí los lunes y miércoles para bañarse o estar entre ellos. Si una mujer quería venir en esos días, mejor que lo hiciese acompañada por sus propios familiares… sólo por si las dudas.

Inhalando y exhalando profundamente, Luciana no consideraba lo último algo muy justo o siquiera tranquilizador ya que prácticamente ellas tenían estricta "inmunidad" sólo los domingos, los otros días de la semana, estaban por su cuenta. Además, para más inri, como Luciana pudo darse cuenta apenas ayer, incluso entre santos, podría haber algún maldito infeliz que aprovecharía su poder para hacer de las suyas.

En conclusión, mientras este mundo siga viendo a las mujeres como una moneda de intercambio y no como seres vivos que merecían respeto, ellas jamás estarían enteramente protegidas, siempre estaría el temor de (sin querer) llamar la atención de algún maldito loco y, una vez atrapadas por él, pasar a ser sólo una propiedad con dueño: una sirvienta, una esclava sexual, una proveedora de bebés y más posibles esclavas.

Si tan solo ella pudiese hablar con el Patriarca y pedirle que aumentase la vigilancia (o sea, el número de santos responsables del cuidado de los civiles) en este sitio y en otros lugares más apartados, donde cualquier chica, mujer o niña, pudiese ser atacada, quizás todas las mujeres en Rodorio no tuviesen que pensárselo demasiado tanto antes de salir de casa a hacer las labores diarias.

Nadie lo decía abiertamente; eran todos susurros temerosos adentro de una casa. Pero, por eso, cada una de ellas, al irse de casa solían ir acompañada por otras. Aquí en el río incluso había grupos de hasta cinco mujeres.

En su propia actualidad, Luciana ya no se preocupaba mucho por ella misma. La vejez no venía solo con desventajas. Al menos, las arrugas y las canas, además del sobrepeso, solían ser ciertos repelentes para ese tipo de degenerados, aunque… el hecho de pensar que sólo la vejez, la fealdad y la gordura, la pondrían fuera de peligro… le daba mucho asco e impotencia.

¿Por qué no sencillamente los hombres calmaban sus instintos y ya? ¿Por qué ellas tenían que cuidarse de ellos y tener la obligación de no provocarlos?

El mundo no estaba del todo perdido. Aun había esperanza… ¿verdad?

No es que los ataques a mujeres ocurriesen tan seguido, pero, las injusticias eran demasiadas como para contarlas considerando que aún existían los casamientos obligados, lo que prácticamente era lo mismo. Aquello seguía siendo un intercambio de propiedades, una boca menos qué alimentar. No era noticia nueva ver que los padres de la novia se beneficiaban cuando el marido otorgaba "regalos" para agradar a sus "posibles" suegros.

«Una vaca» pensó agridulcemente, tragando saliva.

No dejaba de ser algo repulsivo para Luciana saber que muchos hombres en Rodorio (¡incluso algunos santos!) pensaban que, si una chica andaba sola y/o vestía una toga que le quedaba bien, incitaba a cualquiera a tomarla donde sea que caminase.

Y el hecho de que ese santo en particular (por alguna razón) se sintiese con la autoridad de decir que Colette era suya, le preocupaba más.

¿Quién era? ¿De dónde había salido esa afirmación según él? ¿Y por qué no se había llevado a Colette antes? ¿Por qué ahora? ¿Y por qué había avisado a Mateo que lo haría?

«Si fuese la mitad de valiente que seguramente se cree, le habría dicho eso a Gateguard».

Y volvía a pensar en el santo de aries como su comodín letal.

¡Ya basta!

Luciana apretó sus manos.

«Gateguard no es un arma, es… un buen hombre que está dispuesto a mancharse las manos con sangre con el fin de ayudarte… ¡deja de pensar en él de esa forma!»

Quiso golpearse la cabeza con una de las rocas cercanas… y lo haría, pero había demasiados ojos a su alrededor, incluidos los de Colette.

De verdad… entendía que el bastardo ahora mismo estuviese lejos de Grecia y por eso Colette estuviese segura por el momento de él…

Sin embargo, había algo que no dejaba de dar vueltas en la cabeza de Luciana.

¿Desde cuándo él puso sus ojos sobre la chica? ¿Habría sido apenas unos días o ya tenía tiempo asechándola? Ambas posibilidades le dieron escalofríos.

¿Desde cuándo?

¿Será cuando Colette comenzó a trabajar en el restaurante?

¡¿O tiempo más atrás?! ¿Cuándo Colette y el resto todavía trabajaban en la taberna sin la vigilancia de ningún santo como Hakurei o el propio Gateguard? Y de ser eso último, ¿por qué en esos momentos él no se había manifestado o siquiera dar una pequeña señal de querer cortejarla? ¿Acaso lo habría hecho y Luciana no lo vio?

¿En qué momento ese tipo decidió que la rubita sería suya? No, más bien; que ya era suya.

¿Quién diablos era? ¿Y por qué Colette?

Luciana suspiró, tratando de relajarse un poco.

Ya más tarde discutiría todos esos puntos con Gateguard; si él conocía al miserable que amenazaba a su niña, eso significaría una grandísima ventaja a la hora de interrumpir sus maquiavélicos planes.

Más tarde, Luciana prosiguió a caminar junto a Colette mientras las dos cargaban sus canastas con ropa, en dirección hacia el tendedero de la posada.

—¿Qué te parece venir a refrescarnos un poco en el río, mitéra? —preguntó Colette, un poco más animada que hace rato, cargando su canasta bajo el brazo—. Hoy es un buen día.

—¿Un buen día? ¿Qué pasa contigo? El agua está muy fría —avisó entre risas, no rechazando la invitación del todo.

—Ni modo —se rio—, hay que nadar un poco. Anda, vamos.

—Bien, pero primero debemos colgar la ropa, el sol se va.

Colette se rio.

—Pero si no tiene mucho que salió, tranquila —le dijo adelantándose, corriendo hacia atrás mirando a Luciana de manera retadora, dando pasos grandes en reversa causándole nervios a su mitéra.

—Puede empezar a llover en cualquier momento —explicó, frunciendo el ceño—. Y ten cuidado, camina bien; puedes caerte.

—Ay, que tierna eres, mitéra —sonrió deteniéndose, esperando a Luciana para volver a andar a la par con ella—. No te preocupes tanto, ya no soy una niña.

—No, eres algo peor, una muchachita que ya cree saberlo todo —puso los ojos en blanco, haciendo una fingida mueca de fastidio.

Llegando a los tendederos, bajando sus canastas al suelo y comenzando a colgar su ropa, Colette sorpresivamente le sacó a colación un tema a Luciana que ella ya había olvidado.

—¿Cuántas veces voy a tener que pedirte perdón por lo de la taberna? —bisbiseó tan metida en sus recuerdos que no se dio cuenta de la palabra que había dicho en voz alta.

—¡Colette! —la llamó Luciana con severidad, mirándola fijamente.

La chica saltó en sí misma por la sorpresa, pensando que Luciana la reprendería por su tono de voz.

No era nada de eso.

Cuando la chica la miró, Luciana no se vio con la fuerza para decirle lo más grave del asunto; así que optó por algo más. Algo igual de importante.

—Recuerda que no debes decir que estuvimos trabajando en una taberna; menos en voz alta —le susurró luego de acercarse más a ella con una prenda suya entre sus manos con el fin de empezar a colgar también—. Escucha, para nosotras no es la gran cosa, pero para algunas mujeres y hombres de por aquí, creen que cuando dices "taberna" te refieres a una casa de prostitutas, y si esta gente piensa que lo somos, vamos a estar en serios problemas.

Como, por ejemplo: ese santo que podría afirmar que, Colette, durante su trabajo en la taberna, se le había estado insinuando y luego de una noche juntos (que, por supuesto, no sería cierto) él ya la consideraba suya; alegaría también que, por eso, ella ya no era una niña sino una mujer a la cual podrían ponerle una correa en el cuello y llevársela con él.

Por la ignorancia colectiva, todo el mundo le creería a él, tacharían a Colette de lo peor, y… Luciana no quería imaginarse lo que podría pasar después.

—Incluso podrían echarnos de la posada —agregó desanimada.

Había muchos sitios alrededor de Rodorio que, hipócritamente, albergaban a todo tipo de hombres, incluso ladrones y abusadores, pero en cuanto escuchaban la palabra "prostituta" o "camarera de taberna", pensaban en algún tipo de "pecado andante" y repelían a ambas como si fuesen peste.

No compartiendo sus preocupaciones, Colette hizo una mueca de desagrado mientras la veía tender su ropa.

—¿Por qué hay que ocultar nuestro pasado? Ni que fuésemos asesinas. Eso no tiene sentido. En ese sitio horrible nosotras fuimos las maltratadas —casi exclamó.

—No tiene sentido que lo ocultemos —le dio la razón ahí—, pero debe ser así; discutir con tantas personas con las cabezas torcidas, es muy cansado.

Luciana mejor que nadie lo sabía, pues había estado viviendo con Neola por muchos años hasta que comenzó a ignorarla cuando la anciana la veía con desdén y hasta con asco. Y tal vez, un tanto de resentimiento porque seguramente en toda su vida como pareja, su esposo fallecido, prefería a esas "mujerzuelas" en lugar de a su esposa y como típica persona despechada, pero en un ridículo estado de negación, prefería echarle culpas al amante (aunque fuese alguien que hacía un trabajo) y no al infiel.

Más que cualquier hombre, mujeres como la anciana eran las principales enemigas de mujeres como Luciana, y otras que, para sobrevivir, hacían hasta lo que no querían… o en algunos casos, hacían lo que se les obligaba a hacer, para conseguir dinero y alimento; todo mientras el resto de la sociedad decente se veía con la libertar de juzgar sin conocer la historia completa de cada persona.

—Colette, escúchame —musitó mirándola a los ojos—. No discutas más; no ahora. En lo que a ti respecta, yo trabajo como sirvienta en el Santuario, y tú como camarera en el restaurante de Mateo junto a Margot y Nausica —dijo de forma impulsiva, aunque, ahora que lo pensaba, dar la imagen de que estaba trabajando como sirvienta en lugar de ayudar a Gateguard a dormir todas las noches, era una tapadera bastante buena—. No podemos arriesgarnos a ser echadas de ningún sitio gracias a las creencias de la mayoría de la gente, por favor, sé cuidadosa cuando dices algo respecto a nuestro pasado.

Colette pareció meditarlo, desvió sus ojos de un lado al otro antes de mirarla a ella y asentir con su cabeza.

Luciana lo notó; supo que la chica no estaba de acuerdo y odiaba tener que obedecer aquello, pero al parecer, ella también entendía que luchar contra la sociedad en su situación, no era lo más sensato. A Luciana tampoco le agradaba tener que decirle eso a Colette; todos y todas merecían ser libres de los prejuicios… lamentablemente esta no era la época idónea para hacerlo.

—Anda, terminemos con esto.

Con esas últimas palabras, ambas continuaron teniendo la ropa hasta acabar.

—¿Estás segura que quieres bañarte en el río hoy? —preguntó Luciana caminando de vuelta a su cuarto en la posada, donde Nausica y Margot estaban limpiando con la puerta abierta.

—Sí, ¿por qué no? —luego miró a la otra rubia sacudiendo sábanas desde afuera de la puerta—. ¿No deberías lavar eso, Nausica?

—No, no está sucia —dijo ella, comenzando a doblarla.

—Si tú lo dices —musitó no muy convencida, pasando al interior del cuarto seguida de Luciana, encontrándose con Margot, quien estaba barriendo el suelo.

—Ya volvieron —dijo la pelirroja—, quisiera lavar ropa también después de terminar; ¿me acompañarían?

—Vamos para allá para darnos un baño —respondió Colette.

—¿Con este frío? —Nausica volvió adentro para mirar a la chica y a Luciana con sorpresa—, ¿acaso buscan la muerte?

—Puedes venir también —se rio Colette.

—No, me toca acomodar las camas a mí, y no tiene mucho tiempo desde que me bañé.

—Como digas —Colette alzó sus hombros.

Luciana suspiró, aunque le costó un poco de trabajo para que sus ojos se acoplasen a ver el interior del cuarto, una vez que se acostumbró, ella reconoció muy poco su entorno. Habían cambiado un par de cosas desde la última vez que lo vio a esta hora.

Gracias a la luz que ya se colaba por las ventanas y la puerta, Luciana podía observar todo sin problemas. Tenía una mesita al fondo, las camas tenían más sábanas y cobijas; había más costales de ropa, y se lograban notar dos candelabros con dos velas cada uno.

Este sitio ya se veía como un hogar.

Colette se adelantó para tomar su costal y arrastrarlo hacia su cama, donde procedió a abrirlo. Luciana fue hacia el suyo, simplemente para tomar ropa limpia, sin encontrar nada raro que Margot se acercase a ella para abrir su propio costal, el cual estaba a la izquierda del de Luciana.

—A propósito —dijo Margot comenzando a recolectar su ropa sucia, poniéndola sobre su propio canasto—, ¿qué estás vistiendo, Luciana?

—¿Mmm?

—Sí, esa ropa; es de hombre —señaló la pelirroja.

—Ah, esto. Bueno, fue un préstamo —respondió con normalidad, buscando un conjunto apropiado de ropa, no queriendo que las chicas comenzasen a indagar en lo que había pasado entre Gateguard y ella en esos días en los que estuvo indispuesta.

Fingir no sentirse nerviosa ante las preguntas, posiblemente iba a reducir cualquier sospecha. O al menos eso Luciana esperaba.

—¿Un préstamo? —todavía de rodillas a su lado, Margot sonrió y subió sugestivamente una ceja roja, terminando de seleccionar su nuevo conjunto propio, poniéndola sobre su ropa sucia, incorporándose para ver a su mayor, la cual seguía indecisa sobre qué y qué prenda tomar.

—¿Crees que lo robé? —cuestionó Luciana, sabiendo por donde iba la conversación. «No te levantes aún, sigue buscando; no la mires a los ojos» se dijo, comenzando a sudar de la frente.

Luciana podría engañar a Nausica y Colette sin problemas, sin embargo, Margot podría detectar su nerviosismo si la veía a la cara, y por ende, asimilar que ella ocultaba algo.

—No, ¿cómo crees? —canturreó Margot sin dejar ese semblante divertido, mirándole la espalda. Sostuvo firmemente su canasta llena antes de abrir la boca otra vez—. Jamás pensaría en ti de ese modo. Es sólo que, pensaba… en qué hacías en la Casa de Aries cuando ocurrió tu accidente, y, ¿por qué ese santo pelirrojo no nos permitió atender tus heridas en tu casa?

Nausica y Colette se mantuvieron al margen; una sacudiendo muebles y la otra sacando ropa limpia de su costal; sin embargo, ambas estaban atentas a la charla.

—Luciana —la retó con su tono de voz burlón—. Mírame a los ojos y dime que esa ropa no es de él.

Ante esas palabras, Colette alzó su cabeza, con su ropa en manos, para ver a ambas mujeres.

—Es de él —dijo Luciana extrayendo de su costal un vestido limpio color azul, sacándole un gemido de sorpresa a Nausica.

Ella también se giró para verlas.

Colette alzó sus dos cejas, igual de impactada.

—¿En serio esa ropa es suya? —preguntó Nausica.

—Pues, sí. ¿O qué? —fingiendo indignación, lanzó su vestido a la canasta junto a otro calzón y un vestido blanco más delgado que usaría abajo—, ¿acaso creerían que él me iba a dejar desnuda o con los despojos que quedó de mi vestido cuando caí? ¿O que me compraría ropa? —Luciana puso los ojos en blanco; aunque, lo de la ropa nueva fuese una total mentira y por eso prefería que cada una de esas prendas se quedasen en Aries—. No sean infantiles; esto es un préstamo, le devolveré la ropa en cuanto la lave. Y el que la esté usando ahora no tiene nada de especial.

Una vez que terminó de seleccionar su ropa, además de sacar una toalla y su zacate, se levantó, volvió a tomar su canasta, donde también pondría las prendas de Gateguard después de lavarlas en el río, y se apresuró a salir sin esperar a nadie.

—¡Ay, por favor, Luciana! —espetó Margot a sus espaldas—, ¡no querrás vernos las caras de tontas!

Luciana no redujo la rapidez de sus pasos, menos cuando escuchó a las 3 chicas saliendo detrás de ella. Menos mal que había dejado su dinero en su costal o seguramente lo habría dejado caer en el camino o en el río sin darse cuenta por lo enfocada que estaba en salir de su propia casa.

Ante el avistamiento de un jugoso chisme, Nausica también preparó a una velocidad impresionante su propia muda de ropa para seguirlas de vuelta al río. Eso y su inmensa cantidad de ropa por lavar.

En el camino, Margot dio alcance a Luciana y no la dejó en paz.

—Vamos, dinos qué pasa realmente entre ese santo y tú. No nos digas que todo lo que ha pasado entre ustedes ha sido coincidencia.

«Pues sí; creo que todo lo que Gateguard y yo hemos vivido juntos ha sido una gran coincidencia» pensó, no queriendo hacerse de teorías locas—. Si eso piensas, no voy a contradecirte.

—Por todos los dioses —bisbiseó aferrándose fuerte a su canasta—; oye, si tienes algo con él, dínoslo.

Margot y Luciana iban adelante, Colette y Nausica atrás; las últimas dos no hablaban, pero seguramente estaban escuchándolo todo.

—No hay nada que decir —espetó Luciana irritada—, trabajo para él; es todo.

—¿Y para qué te necesita? ¿Por qué no nos dejó siquiera visitarte cuando te lastimaste?

—¿Será porque no dejan entrar civiles al Santuario? Yo tuve suerte y fui atendida por un médico, por eso no me dejaron salir ni a nadie entrar.

—Nadie salvo ese hombre.

—¿Será porque ese es su templo?

—¿Y tú en qué pintas ahí? —insistió Margot, fastidiada.

—Confidencial.

—¿Qué diablos significa confidencial?

—Significa que no puedo hablar de ello.

—¿A qué te refieres con eso? —chasqueó la lengua—, si eres su amante no tiene nada de especial ni de confidencial.

Mierda, ¡mierda!

—No soy su amante —gruñó entre dientes.

—Entonces, ¿qué eres?

—Sólo ayudo a limpiar su templo.

—Para eso están las doncellas, ¿eres una doncella? ¿Cómo diablos conseguiste el puesto? Oí que ser aceptada para eso es más difícil que nacer en una familia rica.

Estaba atrapada. Debía quitarse a la pelirroja de encima.

Poniendo los ojos en blanco, Luciana ladeó un poco el rostro hacia Margot.

—¿Qué eres tú? ¿Una cazadora de almas? ¿Por qué ese interrogatorio? —explotó con fastidio al final.

—Quiero saber —respondió con sencillez.

—¿Saber qué hago en el Santuario de la diosa virgen de la guerra? —Luciana alzó una ceja—, has de ser muy ingenua para pensar que ese es el mejor sitio para llevar amantes.

Ahora que lo pensaba… ¿Gateguard no se metería en problemas por tener sexo con Luciana en el templo que debía proteger? ¿Qué reglas debía seguir como santo dorado con respecto a ese punto?

Ya se lo preguntaría luego.

Eso y sus cientos de dudas más.

—Llámame insensible si eso quieres; pero yo no te veo tan herida —Margot soltó eso a quemarropa, con firmeza y seriedad—. Y yo me pregunto, ¿cómo es que hace unos días nos dicen que tu vida corre peligro, pero ahora te vemos y resulta que estás bastante bien? ¿Y es mi imaginación o estás menos gorda? ¿Y dónde están tus otras arrugas en la cara?

Luciana se preguntó si en serio se vería menos gorda; ella se sentía igual que antes. En cuanto a las arrugas, se imaginó que… cuando Gateguard la curó usando su cosmos, le había ayudado también con eso.

—¿Podrías dejarme en paz, Margot? —se quejó devolviéndole la mirada sin dejar de caminar—, me duele la cabeza. Y el que no me veas cojeando no significa que esté perfectamente bien. Los cuidados que recibí fueron buenos, es todo.

Viéndose a los ojos, Luciana comprendió que, aunque las intenciones de Margot no fuesen malvadas, era una persona demasiado curiosa… por no decir entrometida.

—No te creo —bisbiseó Margot, como si hubiese escuchado la mentira en las palabras de Luciana con mucha facilidad.

Ambas parpadearon un par de veces sin agregar nada más. Luciana quería zafarse del interrogatorio, Margot… quién sabe qué buscaría al estarla cuestionando sin parar; sea como sea, Luciana mantuvo en su cabeza que, no debía permitir que la pelirroja ni nadie… incluida Colette, supiese de su lazo íntimo con Gateguard de Aries; no sólo por él y su reputación, sino por sí misma también.

A nadie le parecería raro que un santo dorado tomase una amante cualquiera, tal vez y sólo tal vez, el Patriarca le reprendería por tener sexo en su templo… quién sabe; pero ella podría verse en problemas si volvía a sujetar la etiqueta de "mujer con bajo moral" con su frente. Era injusto, una patraña, pero así era este mundo ahora, y Luciana no quería seguir viviendo con un sinfín de dedos apuntando hacia ella como una amante disponible al más bajo comprador. Estaba harta de eso.

Si se acostaba con Gateguard, era porque así ella lo quería; no porque él le pagase extra.

—Ya basta las dos, ¿no pueden sólo hablar del clima como gente normal y ya? —interrumpió Nausica—. Vamos, Margot; déjalas bañarse.

Con claridad, a la pelirroja no le gustó la idea de dejar ir a Luciana sin básicamente recibir ninguna respuesta satisfactoria, pero afortunadamente hizo caso a Nausica y ambas se fueron a lavar sus prendas mientras Colette y Luciana pasaban a un sitio más privado donde pudiesen bañarse junto a otras mujeres. Claro, primero, Luciana miró como obsesiva cada rincón del sitio con el fin de asegurarse de que no había ningún mirón, luego prosiguió a bajar hasta un lugar seguro y cómodo en el río.

El agua en sus pies fue fría, pero no estaba de humor para quejarse por eso. Acomodó la canasta con su muda de ropa entre unas rocas, una toalla y un zacate para tallar su cuerpo, entre unas rocas donde luego pondría la ropa de Gateguard. Bien acomodada, empezó alzándose la playera dejando al descubierto sus senos.

—Aunque no lo creas, ella estaba muy preocupada —dijo Colette a sus espaldas, desprendiéndose la ropa, igual que ella.

—No lo dudo, y lo agradezco; pero eso no le da el derecho de cuestionarme nada como si estuviese haciendo algo malo. Estaba trabajando, y tuve un accidente que no me mató, es todo.

—Pero… mmm —pausó un rato sus palabras hasta que volvió a hablar—. Ya veo, entonces es cierto; todavía no te recuperas.

—¿Eh?

Colette se acercó y mientras Luciana se desprendía de los húmedos pantalones; con su dedo índice de la mano derecha le tocó la espalda.

—Aquí tienes unos rasguños —deslizó su dedo por en medio causándole escalofríos a Luciana.

Más por el hecho de que… se supone, que no debía tener ningún moretón o rasguño de sus lesiones anteriores sino de…

—¿No te duelen?

—¡No! —se dio la vuelta y se metió rápido al agua, aunque eso le causase mucho frío—. Va-vamos, hay que bañarnos rápido.

—De acuerdo —musitó la joven rubia, desconcertada.

Una vez abajo, se preguntó si su cuerpo tendría otras secuelas que ella no podía ver, de sus anteriores encuentros con Gateguard. La verdad, no tenía deseos de explicarle esos supuestos rasguños a nadie, mucho menos a Colette.

—Entonces… ¿no hay nada entre ese hombre y tú? —le susurró la rubia tallándose el brazo con su propio zacate.

Luciana suspiró sonoramente molesta.

—No —también comenzó a tallarse el cuerpo—, no hay nada más que un trabajo.

—Mmm, no sé. A mí se me hace muy extraño ese trabajo; y más porque no quieres hablar de él —dijo con cierto recelo, así como cierta picardía.

—Porque no hay nada especial que decir, se aburrirán en cinco segundos —fingiendo más desinterés, Luciana pasó a tallar sus piernas.

—Admítelo, mitéra; él ha hecho cosas por ti que ningún jefe haría jamás por ninguna de nosotras; sobre todo… cuando intervino por mí —masculló melancólica—. Lo siento, pero no he podido dejar de pensar en lo que ocurrió cuando me encontró, y nos sacó de… —desvió su mirada hacia un grupo de mujeres lejano y luego volvió a ella—, ya sabes dónde.

Luciana asintió.

—Entiendo, entonces… —tembló un poco por el frío del agua, pero en el fondo se sentía nerviosa—; quieres saber qué pasó.

—Pues, sí. ¿Te ha dicho cómo es que esa noche él sabía que yo estaría ahí? ¿Y cómo sabía que tú llegarías? —preguntó con cautela, tallando su bello cabello rubio.

Imitando ese movimiento sobre su propia cabeza, Luciana supo que tenía que inventarse algo. No le gustaba mentir, pero en estos casos no podía ser sincera con nadie… Gateguard era una excepción. Pero fuera del él, Luciana no sentía que podía confiar en nadie más.

—Sí, me lo dijo.

—¿De verdad? —musitó sorprendida.

—Verás, él ya tenía planeado ir a la taberna, te encontró, y luego fue coincidencia que yo llegase, es todo.

—Mmm, ¿fue eso lo que te dijo? Porque yo no estoy tan segura de eso.

¡Maldición! Debió haberse inventado algo mejor.

—¿Por qué lo dices? —preguntó sin tartamudear aparentando frialdad cuando por dentro estaba muy nerviosa.

—Porque… cuando él entró, parecía buscar a alguien —Colette enjuagó su cabello, exprimiéndolo con sus dos manos—. Creí que te buscaba a ti, o al dueño, o alguna otra chica… pero, cuando me vio, mmm.

—¿Qué?

—No sé… de pronto sentí que quería regañarme —sonrió apenada.

Si Luciana conocía a Gateguard como lo hacía, y esa mirada era la que ella se imaginaba, eso significaba que Colette era bastante observadora. Ta vez, demasiado.

—No te preocupes. Ese es su semblante normal, Colette —dijo con calma—. Que no te asuste ni te intimide. Él nació con esa cara.

—¿Segura? —Colette volvió a meter la parte trasera de su cabeza, mojando su cabello, volviendo a exprimirlo.

—Muy segura.

—Si tú lo dices —masculló nada convencida de eso, pero al menos dejó de preguntar.

Ambas terminaron de bañarse y vestirse de nuevo. Lavaron las prendas que habían estado usando, y luego de que Nausica y Margot les dijesen que las alcanzaban luego porque también querían bañarse, fueron a los tendederos donde colgaron sus prendas húmedas donde todavía sobraba un poco de espacio.

Luciana dejó afuera del cuarto a un lado de la puerta, su canasta junto a la de Colette para que se le secase el agua, ambas entraron al cuarto donde la joven rubia la sorprendió.

—¿Cómo dices? —preguntó Luciana cepillándose el cabello, desanudando varios nudos que ya tenía desde hace días.

—Vamos a comer algo delicioso afuera —dijo vivaz, haciendo lo mismo—, yo invito.

—Pero…

—No me hagas rogar —pidió Colette extrayendo de su propio costal, un saco pequeño con monedas—; además, estoy segura que te gustará.

Frunciendo el ceño, Luciana accedió a dejarse guiar por Colette; mientras andaba, ella encontró extraño andar usando su propia ropa, un vestido, y no atuendos ligeros o la ropa de Gateguard.

—¿Estás segura que tus heridas ya casi sanan por completo?

—¿Mmm?

—Pensé en lo que le dijiste a Margot; el que no te veamos cojeando, no significa que ya te sientas bien —dijo Colette, preocupada.

Luciana suspiró.

—Todavía hay partes que me duelen —mintió sintiendo dolor en su alma, no le gustaba hacer eso, pero no tenía elección—. Pero puedo caminar y hacer cualquier cosa, estaré bien pronto.

Ver a la chica sonreír, le hizo sentir el doble de culpable.

—Me alegro. ¡Eh! Ya llegamos.

Luciana frunció el ceño cuando vio una casa mediana sacando humo por un escape; quién sabe lo que era, pero olía delicioso.

«¿A dónde me trajiste, Colette?» pensó ella viendo a la chica tocar la puerta de madera un par de veces.

—¿Quién es? —una delicada voz femenina sonó al interior de la casa.

—¡Soy Colette, venimos a desayunar!

Luciana frunció aún más el ceño.

¿Qué significaba esto?

—¡Un momento, ya voy! —volvió a decir la voz.

Cuando esta se abrió, una bellísima y alta dama de cabello rubio pálido y ojos color miel se hizo presente. Todo en ella era casi perfecto… incluso un curioso, pero sensual lunar encima de su ceja derecha.

Luciana sintió un escalofrío al verla, pero lo atribuyó a la corriente de viento frío que le alzó mínimamente la falda del vestido.

Cuando los ojos de la mujer se posaron sobre Colette, estos resplandecieron en felicidad. Pero, cuando se posaron sobre Luciana, esta última se sintió… rechazada.

¿Qué diablos era esto? ¿Y quién era ella?

—Hola —saludó Colette, llamando la atención de la mujer—, espero que no le moleste; mi mitéra al fin puede caminar y le dije que viniese conmigo hoy.

—Tu mitéra, ¿eres la que cayó de las escaleras?

Por alguna razón, eso a Luciana le sonó mal. Como oír sarcasmo mal camuflado de preocupación y sorpresa.

«Si tiene algún problema conmigo sólo dígamelo y me iré, señora» pensó mordaz, manteniendo la calma.

—Sí —respondió Colette, ajena al evidente tono desdeñoso de la mujer—. Perdonen, debo presentarlas; Luciana, ella es la señora Penélope, una de las cocineras de Mateo. Señora Penélope, ella es Luciana, mi mitéra.

—Un placer —dijo Penélope, sonriente a fuerzas.

—Lo mismo —respondió Luciana, entrecerrando sus ojos sobre ella. «¿Cómo puedo desagradarle a alguien que ni siquiera me conoce?» pensó fastidiada.

—Pasen, ya casi está lista la comida —pidió la rubia dejando pasar primero a Colette, luego a Luciana.

—Después de tu accidente, la señora Penélope se ofreció a ayudarme, dándome de comer luego del trabajo.

—Era triste verte tan sola —dijo Penélope cerrando fuerte la puerta tras Luciana, cuando ella saltó en susto, la rubia agregó—; perdón, el viento.

Sosteniéndose el pecho con una mano, recuperando el aire y el ritmo normal de su corazón, Luciana la miró fijamente.

Mentira.

—No estaba sola —dijo Colette, tomando uno de los 4 asientos alrededor de una mesa redonda como si hacer eso fuese cosa de todos los días.

—Claro que no, Nausica y Margot cayeron del cielo para hacerte compañía, ¿no es así? —dijo Penélope, sonriente, dirigiéndose hacia el fogón donde había una olla hirviendo—. A propósito, ¿dónde están esas mujeres?

—Margot y Nausica vendrán después. Están dándose un baño en el río.

—Ah, ya veo. Lucy, siéntate, ya sirvo los platos.

«¿Segura? A puesto que piensas que llenaré tu casa de pulgas» pensó irritada, anterior a forzar una sonrisa agradecida—. Claro, gracias.

Luego de sentarse a un lado de Colette, miró la espalda de Penélope, apenas cubierta por una ancha y larga trenza casi blanca que caía hasta sus nalgas.

—¿Quieres que te ayude con algo? —se ofreció, tratando de ser amable.

—No, gracias; acabas de recuperarte de una fuerte lesión. Colette, pequeña, tú ya sabes dónde está el pozo, ¿me harías el favor de llenar el cántaro?

—Claro.

Sin notar que Luciana y Penélope no estaban llevándose bien, Colette se levantó y tomó de una esquina, un cántaro mediano de agua, el cual estaba vacío.

—Ya vuelvo.

—Ten cuidado —dijo Luciana.

—¡Lo tendré!

Una vez que Colette salió, Luciana no dejó de mirar a la mujer frente a ella.

Algo le daba muy mala espina.

—¿Y… has dormido bien? —preguntó Penélope, meciendo con un cucharón lo que sea que estuviese preparando.

—Supongo —respondió secamente.

—Me alegro. Y… ¿de casualidad aprendiste a no beber lo que te advierten que no debas?

Frunciendo el ceño, Luciana la miró sin decir nada. Penélope se dio la vuelta con una sonrisa ligera.

—No tienes idea de la suerte que tuviste —dijo con fría burla—. Creí que mi hermano no iba a intervenir, pero lo hizo. El muy cabrón.

No captando el sentido en nada de lo que oía, Luciana se levantó de la silla sintiendo suficiente hostilidad.

—Si me querías fuera de tu casa solo tenías que decírmelo. —Iba a buscar a Colette para irse a su hogar, sin embargo, la puerta no se abrió por mucho que Luciana lo intentó.

En un parpadeo, ella estaba en el interior de una casa.

En el otro, ya estaba en medio de un cielo claro eterno hasta donde alcanzaba la vista.

Nubes y azul arriba; y nubes y azul abajo.

Mareada, casi cayó de nalgas contra lo que debería ser el suelo, sin embargo, apenas pudo mantenerse de pie para voltear y mirar de nuevo a Penélope.

La misma hermosura física, la misma piel pálida, el mismo lunar… pero ahora ella estaba vistiendo una fabulosa toga azul claro transparente que se sujetaba de ambos hombros, el cual también dejaba ver sin problemas su entrepierna y sus pechos. El complicado, pero fresco peinado que terminaba en caireles por detrás de su espalda, junto a esa corona de oro en forma de hojas, era algo demasiado principesco como para creer que lo estaba soñando.

—Sólo por haberme dado la respuesta que buscaba, no te haré daño—dijo seria, haciendo aparecer un báculo de oro en su mano derecha.

Luciana tuvo una ligera sensación de haber visto esa cosa antes. ¿Pero dónde?

—¿Quién eres? —musitó parpadeando lento en su dirección.

—Por ahora, sólo entiende una cosa: si quisiera matarte, no me costaría nada hacerlo. Pero, aunque no me agrades, tengo una deuda especial contigo, que algún día deberé cumplir.

Luciana iba a preguntar sobre a qué se refería, cuando su cuerpo dio una sacudida y alzó la cabeza, separándola de la mesa.

¿En qué momento…?

Respirando agitada, tragando saliva por su reseca garganta, parpadeando un par de veces para enfocar su vista, Luciana miró a Penélope, quien todavía estaba de espaldas, meciendo un cucharón adentro de la olla.

Había estado dormida… pero se sentía cansada y aturdida. Sedienta también.

Iba a decir algo a Penélope cuando la puerta se abrió.

—Ya estamos aquí —dijo Nausica, ayudando a Colette a meter el cántaro de agua.

—Cielos, ayer la lluvia era insoportable, hoy, el sol es imposible —se quejó Margot, cerrando la puerta detrás de ella.

—Qué bien que llegaron —habló Penélope con una fingida voz alegre—. Dejen eso en la esquina y sírvanse todas un poco de agua; Lucy, ¿quieres un poco tú también? Te ves pálida.

Mientras las chicas se servían y Penélope le daba un vaso de barro a Luciana, ella las oí a todas hablar con normalidad. Casi se sintió excluida, pero no se sentía con fuerzas ni para mantenerse despierta.

—Bebe el agua, te ayudará —le dijo de pronto Penélope en voz baja, dándose la vuelta, buscando platos—. No te hará daño, lo prometo —bromeó juguetonamente.

Luciana frunció el ceño en su dirección.

—¡Ay no, falta una silla! —expresó Colette.

—Le preguntaré a la vecina si puede prestarnos una —se ofreció Nausica saliendo rápido de la casa, dejando que Colette, Penélope y Margot siguiesen hablando entre ellas.

Bebiendo el agua a sorbos pequeños, Luciana se apoyó en el respaldo de la silla, echando su cabeza hacia atrás.

¿Qué diablos había sido eso? ¿En qué momento se quedó dormida?

—Mitéra, ¿estás bien? —preguntó Colette, acercándose mientras Penélope y Margot hablaban de sus clientes más fastidiosos en el restaurante.

—Sólo un poco cansada, pero estoy bien —dijo acariciándose las sienes con sus dedos.

—De acuerdo, si necesitas algo, me dices.

—Lo haré.

Luciana se quedó viendo el techo con la misma sensación de agotamiento; luego llegó Nausica con una silla prestada y se acomodaron todas para comer.

Bostezando una vez, Luciana miró hacia Penélope, y de pronto se preguntó si había alucinado que esta…

«En definitiva… estoy alucinando» parpadeó más confundida que nunca; sintiéndose con falta de aire, aunque también con una seria dificultad para expresarlo abiertamente.

—¿Tu sopa está bien? —preguntó Penélope amable, señalándole su plato.

Las otras tres chicas, ajenas al resto, reían de quién sabe qué.

—Sí… la sopa está deliciosa, gracias.

La sopa estaba bien, lo que no estaba bien era esa sonriente y amable Penélope.

Lejos de esa hostilidad con la que… ya no estaba tan segura, de haber recibido de su parte cuando llegó, Luciana podría jurar que hasta hace unos minutos, el cabello de esa mujer era de un color rubio pálido. Estaba segura de que así había sido… a menos que sus ojos estuviesen fallando de forma muy extraña… no se explicaba por qué ahora veía el cabello de Penélope de un color negro azabache.

Confundida, Luciana parpadeó sobre Penélope, las veces que fuesen necesarias para concentrarse.

Su cabello era negro… ¡pero había sido rubio cuando la vio hace poco! ¿Y qué era esa hipócrita amabilidad?

Nausica… Margot… Colette.

Ninguna estaba asustada o confundida, todas hablaban con normalidad; todas estaban a gusto aquí.

Dioses… ¿acaso estaba volviéndose loca?

Luciana miró su plato por un rato, comió sin agregar nada a la conversación de las chicas y se limitó a tratar de dejar su mente en blanco. Sin embargo, al terminar su sopa y alzar la vista para mirar a Penélope, Luciana se dio cuenta de que ella la veía sonriente sobre el vaso de agua, del cual estaba bebiendo.

—Continuará…—


Aclaración importante:

Este capítulo tuvo modificaciones radicales.

En serio, con decirles que este capítulo iba poco después del 15, ¿qué tal? XDDD

¿Y por qué lo vengo poniendo hasta acá? Porque el capítulo comenzaba, como pudieron leer, cuando Luciana volvía a su hogar con Colette... después de una noche con Gateguard, posterior a lo sucedido en la taberna, ya se imaginarán que tan lejos quedó eso XDDD sin embargo, en la otra versión no estaba la aparición del oneiroi... al menos en esos momentos todavía no la tenía prevista... bueno, mi cabeza es un mundo loco y a veces estas cosas suelen pasarme en mis fics, disculpen si los enredo con mis pensamientos.

Por otro lado, como ya se imaginarán, Penélope es el nuevo personaje del que les hablaba en el capítulo anterior. Ella tiene un papel importante en esta "temporada" y como podrán imaginar, no es fan de Luciana... ¿o será que eso nuestra Lucy lo... soñó? 7u7

Spoiler de cortesía: ella no es una enemiga. Tampoco va a ser una piedra en el zapato, ni para Luciana ni para Gateguard, o sea, en la relación de ambos... repito, no hay triángulos amorosos en este fic. Su historia de forma individual se narrará de forma breve en capítulos posteriores, lo prometo.

Tranquilos, ya me estoy ordenando con respecto a este fic, hacer una lista (hablo en serio, una lista) con los posibles acontecimientos, me está ayudando mucho a no desviarme demasiado del rumbo.

Como sabrán, están los capítulos de "Eclipse Lunar" los subiré a su debido tiempo, sin embargo, quisiera avisarles que esos serán un poco más cortos de los que usualmente subo, que rebasan las 5,000 palabras. A ver qué tal quedan. 7u7

¡Un favor!

A pesar de que el trabajo se ha puesto difícil, estoy muy concentrada también en actualizar mis novelas originales, ya tengo algunas publicadas (en proceso, todas) en diversas cuentas como FictionPress, Wattpad, Sweek y Booknet. Me ayudaría mucho si me siguiesen por esas redes y pudiesen leer así como también comentar mis historias a ver qué opinan de ellas; estoy entusiasmada por darle vida a nuevos personajes que nazcan de mí, así como Luciana, Colette, Nausica, Margot, Penélope, Mateo, Haidee y el resto. Considero que todavía soy una novata y tengo mucho por aprender, sin embargo, espero estar yendo por el camino correcto.

En fin, luego de ese corte comercial... XD creo que ya puedo despedirme.

¡Saludos a todos y gracias por leer!

Hasta el próximo capítulo.


Gracias por leer y comentar a:

Nyan-mx, Natalita07, camilo navas, agusagus, Guest, y Ana Nari.

Hasta el próximo episodio.


Reviews?


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