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Noche
XXII
— Susurro Nocturno —
…
—¿Debes irte? ¿En serio? Te ves muy pálida —dijo Nausica viendo a Luciana, cambiándose de ropa con lentitud.
—Sí… debo trabajar —respondió acabando de acomodarse el vestido, sosteniéndose la cabeza con ambas manos. Las sienes estaban punzándole.
Margot, sentada en la cama de Luciana, viéndola fijamente, también habló.
—No entiendo, dormiste casi todo el día después de salir de la casa de Penélope, ni siquiera comiste o cenaste. Y te ves como si te fueses a morir.
—¡Margot! —espetó Nausica fastidiada—. Ya basta, ¿quieres?
Poniendo los ojos en blanco, la pelirroja soltó un bufido.
—Sólo digo la verdad; deberías dejar de ser tan necia y descansar. Si no mejoras, habrá que llamar a un doctor.
—Con esta lluvia, lo único que llamaremos será un resfriado —dijo Nausica, recordándoles a todas que afuera del cuarto estaba cayendo un aguacero categoría; peligro de diluvio.
—Ya lo sé, me refería a que lo hiciésemos por la mañana —Margot puso los ojos en blanco.
Luciana tragó saliva, precisamente por eso debía estar con Gateguard. Si había alguien en este mundo con quien ella debía (y podía) hablar sin restricciones, y dormir en paz… era con él.
—Estaré bien, chicas; debe ser que no he podido dormir bien las últimas noches… ya saben, por el dolor… las heridas… los remedios.
Las chicas parecieron aceptar esa respuesta, aunque Margot se cruzó de brazos, mirándola con escepticismo.
—Aun así opino que no deberías salir de aquí hoy; Nausica tiene razón, ¿ya oíste ese vendaval de allá afuera?
—Sí… la oigo. Pero estaré bien, lo prometo.
Las tres mujeres se quedaron calladas por un rato mientras Luciana, ayudada por la luz de las venas en los candelabros, seguía en su maniobra de alistarse la ropa y los zapatos, los cuales, no iban a ayudarle si tenía que estar medio segundo afuera.
—Gracias por ayudarme con Colette —les dijo, mirando a la chica, quien dormía plácidamente en su cama.
Después del desayuno con Penélope, las chicas habían querido ir de compras con sus salarios en manos, pero Luciana les dijo que ella estaba un poco cansada y debía dormir un poco… en realidad, Luciana se sentía tan falta de energías, que temía estar a punto de desmayarse. Ellas accedieron a dejarla ir, después de verla tan pálida, sin embargo, cuando ellas volvieron a casa, ya bastante tarde y con varias gotas gruesas de lluvia cayéndoles encima, se encontraron con que Mami Gorda todavía estaba dormida en su cama.
De pronto, mientras acomodaban sus compras junto a la ropa seca que habían lavado esa mañana y hablaban entre ellas en susurros, Luciana las asustó a todas levantándose de sobresalto; comenzando a correr para cambiarse de atuendo diciendo que estaba retrasada en su trabajo en el Santuario.
Preocupada, Colette trató de detenerla.
Luciana le hizo pensar que así había sido, volviendo a la cama.
Pero, una hora más tarde, Luciana se levantó lo más cuidadosa que pudo tratando de no volver a alertar a nadie; menos a Margot, quien se había acostado a su lado. Criminalmente se puso de pie, buscó encender un par de velas cuando de pronto alguien le habló a sus espaldas y casi le sacó el corazón por la boca.
»¿A dónde vas? —preguntó Nausica cuál guardia de seguridad a un preso.
Luego, Margot se sentó demostrando que ella también había estado al pendiente de Luciana y sus movimientos. Y ahora ambas mujeres estaban viéndola, admitiendo que no iban a hacerla cambiar de opinión.
—No tienes por qué agradecernos —dijo Margot a Luciana—, después de todo, nosotras también somos amigas de Colette. De hecho, yo lo he sido yo desde antes que ustedes dos siquiera la notasen —agregó sombría.
Luciana no supo qué decir. Y al parecer, Nausica tampoco encontró nada ya que cambió de tema al inicial.
—Luciana… yo debo insistir, puedes morir si sales de aquí hoy.
—Escuchen, debo hablar con los santos; no puedo quedarme dormida más tiempo —masculló Luciana, reconociendo que no se sentía muy bien, pero tampoco se hallaba tan mal como hace unas horas.
Al parecer, Margot y Nausica comprendieron que debían dejarla ir al Santuario, si es que querían que el peligro que asechaba a Colette, terminase.
—Bien, vete —dijo Margot, suspirando—; pero si te sientes mal no dudes en decirles a esos hombres que te ayuden.
Sonriendo en su dirección, Luciana asintió, acomodándose un chal alrededor de sus hombros y brazos a modo de abrigo.
Más tarde, un par de golpes en la puerta, asustaron a las tres. Se rieron por lo bajo debido a eso.
—¿Es él? —moviendo su boca, sin soltar sonido alguno, Luciana dedujo lo que Nausica estaba tratando de decir, haciendo muecas algo exageradas, señalando la puerta.
—Sí —respondió sin pena, sonriendo.
Luciana se despidió de las chicas, pidiéndoles a las dos que si Colette les preguntaba, le dijesen que se había temprano en la mañana y volvería por la tarde, claro, haciéndole mención de que estaba mucho mejor para no preocuparla.
—Odio tener que mentirle a una amiga —dijo Nausica, accediendo a esa última petición.
«Créeme, lo sé» pensó Luciana con tristeza, abriendo la puerta, encontrándose con Gateguard, quien estaba esperándola con una capa encima.
Apenas ella cerró la puerta tras su espalda, él abrió de lado al lado la prenda; sin decirle nada, la sujetó fuerte y en un segundo ya estaban en Aries.
Cuando sus pies bajaron al suelo del templo, Luciana fue soltada por él.
Estaba tan mareada que casi lo usó de soporte para no caer, pero, afortunadamente, se logró mantener en dos pies y hablar con naturalidad.
—¿Novedades? —preguntó ella, mirándolo desprenderse de su capa mojada; él no llevaba armadura y esa era una buena noticia ya que Luciana no tuvo que pegar contra ella cuando Gateguard la sujetó.
—Sólo una, te ves enferma.
—¿Ah sí? ¿Esa es la novedad? —bromeó.
A pesar de haber dicho eso con cierto sarcasmo, Luciana por fin dejó que sus piernas flaqueasen y Gateguard pudiese sostenerla en sus brazos.
—¿Qué rayos estuviste haciendo? —le preguntó, cargándola hacia la alcoba que compartían, poniéndola sobre la cama.
—No lo sé, pero tengo la sensación de que esa mujer… Penélope, no es humana.
—¿Quién?
Hablando todo lo que podía antes de dejarse caer por el cansancio, ella no perdió el tiempo explicando más que lo necesario a Gateguard.
—Esta mañana, Colette me llevó a la casa de una amiga suya; me dijo que era una cocinera en el restaurante de Co… Mateo —iba a decir Colette, estaba tan cansada estaba que apenas podía hablar correctamente—. Pero… no lo sé, ella… me hizo alucinar. Me siento agotadísima… además… ella tenía un báculo… y una apariencia… tan parecida a la de él —deslizó sus ojos hacia Gateguard, parpadeando lento, hasta que ya no pudo mantenerse despierta por más tiempo—; el oneiroi —susurró dejándose caer en un abismo negro.
…
Aunque seguía siendo algo de vértigo, poco a poco, Luciana dejaba de sentirse sorprendida por sentirse desfallecer y de pronto aparecer en medio de dos cielos que la atrapaban en una luz bastante irritante. De hecho, al verse en ese mismo sitio… otra vez, Luciana entrecerró sus ojos con hastío.
«Ay, vamos» quiso quejarse, inhalado profundo.
Al echar una mirada a su alrededor, ella miró aquella figura: alto, ojos miel, piel pálida, cabello rubio pálido…
¿Quién sería esta vez?
¿Él o ella? ¿O serían el mismo ser?
Como esa figura no hacía ni decía nada además de mirarla, Luciana le hizo un gesto con la cara para que se moviese, o parpadease por lo menos. No era algo muy común para ella, pero sus instintos estaban controlados y pacíficos. Ellos le decían que este ser, no iba a dañarla.
—Seré breve, al ser humana y no estar entrenada con respecto al cosmos que almacenas como todo ser viviente, estar en este plano te cuesta muchísima energía, y he ahí el desgaste físico que sientes.
Y a pesar de saber eso… ¿estaba exponiéndola más trayéndola aquí?
—Genial —musitó, sonriendo molesta—, quizás esta sea la ocasión perfecta para decirles a todos ustedes que dejen de traerme a este sitio
A menos que quisieran matarla de forma lenta.
—Es la primera vez que yo lo hago —le dijo irritado.
—Y la última, por favor —rogó aún enfadada, sin captar la importancia de lo que ese ser le había revelado.
El oneiroi puso los ojos en blanco.
—Como sea —inhaló profundo y sonrió melancólico—, me alegra que, tanto tú como el santo de aries deseen ayudarla.
—¿A quién? —lo miró a los ojos, e interpretó su silencio—. ¿A Colette? ¿Cuál es tu interés hacia ella?
—Ninguna que deba preocuparte —respondió rápido y sereno.
—Eres un dios, el simple hecho de que tengas un interés hacia Colette me preocupa —expresó diciendo implícitamente que no era nada nuevo para nadie el saber que los dioses solían usar a humanos para divertirse, importándoles poco si llegaban a engendrar semidioses.
Colette ya había sufrido demasiado.
—Juro que no es lo que te imaginas —bisbiseó haciendo una mueca incómoda.
Cuando los ojos de ambos volvieron a encontrarse, Luciana sintió que no estaba hablando con aquella tipa, Penélope; sino con el oneiroi del principio. Aunque, quiso estar segura antes de afirmar nada.
—No me vas a decir algo sobre eso, ¿verdad? —él negó con la cabeza—. Bien… no es como si pudiese obligarte. Entonces explícame otra cosa. ¿Esa mujer? La que se ha acercado a Colette… es… no son… ustedes dos… el mismo ser, ¿verdad? Ella y tú…
Él negó con la cabeza.
—Entonces… ha de ser algo… igual a ti, ¿no es así? ¿Es una oneiroi también? —lo miró seria—. ¿Qué es de ti? ¿Alguna amante que busca vengarse por algo que le hiciste?
Al verlo negar con la cabeza otra vez, ella frunció el ceño.
—¿Entonces qué es? No sé qué relación tengan ustedes dos, sólo quítala de nuestro camino.
—Lo haría si pudiese, pero aun no me recupero.
—¿A qué te refieres? ¿Recuperarte de qué? —exasperada, se caminó a él, y cuando lo hizo, sus energías bajaron de golpe, haciéndola caer de rodillas y manos—. ¿Qué… está…?
—¡No te acerques a mí, idiota! —él se alejó y aun así, ella siguió sintiéndose muy débil—. Mantente lejos… de mí y de Penélope. No sé cuáles sean sus intenciones, pero hasta no saberlas, mantente cerca de Colette. Y… no dejes que nada malo le vuelva a ocurrir —dijo afectado por algo que no se atrevía a decir.
—Y si eres un dios, ¿por qué no nos ayudas? —musitó Luciana, cansada, como indignada—; tú podrías hacer algo sin que Gateguard y yo nos molestemos… ¿por qué no haces nada salvo aparecer y desaparecer? Si realmente te importase Colette de una buena forma…
—Deja de juzgarme, ¡no tienes idea de nada! ¿Crees que he estado cruzado de brazos? —frunció el ceño, indignado—. Sólo haz lo que tengas que hacer y ya.
Y tras ese último discurso, Luciana volvió a la oscuridad de la habitación de Gateguard.
…
—Odio a ese bastardo —musitó antes de abrir los ojos.
—También yo —respondió Gateguard, recibiéndola en el mundo de los despiertos con una taza de té—. Bebe esto, te ayudará.
—Gracias —bisbiseó siendo más lenta que antes; él incluso tuvo que ayudarla para acomodarse de espalda contra el respaldo de la cama—. Maldición… ¿acaso los dioses no pueden ser como Athena y manifestarse en este mundo?
Viéndola incapaz de moverse lo mínimamente esperable de una adulta sana de 30 años, Gateguard la siguió apoyando a acomodarse y beber el té.
—Sabe dulce… muy delicioso. Gracias —comentó con agrado.
—De nada. —Luego de que Luciana tomase todo, lentamente, Gateguard dejó el vaso en el pequeño buró a un lado—. ¿Cómo te sientes?
—Ahora que lo mencionas, mis energías parecen volver poco a poco —sonrió cariñosa—, ese té es milagroso, ¿o qué?
—Algo así. Lo importante es saber qué te dijo el oneiroi esta vez.
—Pues, al parecer esa mujer que conocí esta mañana sí es otra oneiroi —resopló—; él no me lo confirmó pero tampoco necesité que lo hiciera, sus expresiones fueron muy específicas. ¿Cuál es su relación con él? Ni idea, no me lo quiso decir.
—Ya veo. ¿Será peligrosa?
—¿Una diosa del sueño que también está interesada en Colette? No lo sé —trató de no sonar sarcástica ya que, por muy irritada que estuviese, no tenía ningún derecho de desquitarse con Gateguard.
—¿También?
Luciana le dirigió una mirada al pelirrojo que le indicó bastante bien que el oneiroi era de quién ella hablaba.
—Eso no lo sabía, pero…
—¿Mmm?
—Mientras no sean amenazas, será mejor no provocarlos —aconsejó con sabiduría—. Por otro lado…
—¿Qué? ¿Descubriste algo más sobre el futuro occiso?
Con su tono y expresión, ella se refería al bastardo que todos (incluso un oneiroi… o tal vez esos dos) querían muerto, sin embargo, al ver los ojos de Gateguard, Luciana se sintió un poco triste, como si hubiese dicho algo malo.
—¿Qué? —dijo ella ante el insostenible silencio.
Desviando la mirada, Gateguard se alejó de la cama y se dirigió a la ventana para abrir las cortinas, mirando las interesantes rocas en la lejanía junto a su lluvioso cielo oscuro.
—¿Qué dije ahora? —musitó preocupada—. Oye.
Extrañada y un poco temerosa, Luciana calló por un rato, esperando a que Gateguard inhalase profundo y suspirase una noticia impactante.
—El patriarca habló son Hakurei hoy. Al parecer, quiere que él sea su sucesor después de su muerte.
Oh.
Así que era eso.
—Y… ¿eso te molesta?
Ella lo miró negar con la cabeza. Luciana puso los ojos en blanco.
Harta esa reacción, tanto del oneiroi como de Gateguard, Luciana se preguntó si había algún tipo de estúpido código entre hombres (humanos y dioses) que les impedía hablar con claridad sobre lo que les inquietaba.
—¿Entonces estás preocupado por…? —con el mayor tacto posible, quiso que él le hablase claro.
Ella no leía mentes, y el que él no la ayudase a intentar comprenderle, estaba siendo demasiado tedioso, sobre todo ahora que no tenía mucho de ver al oneiroi y por ende seguía debilitada en cuerpo y alma.
—Lucy, desde que tengo memoria, él ha sido el único padre que he conocido —cuando él se giró, la tristeza en sus palabras era evidente, aunque quisiera sonar despreocupado—. Y… sé que sonará ridículo, pero no había pensado en lo que haré cuando él ya no esté… quiero decir… no es que no pueda mantenerme como un adulto funcional, es sólo que… saber que el Patriarca está preparando lo necesario para dejar su puesto a Hakurei. Preparándose para morir… —volvió a negar con la cabeza, caminando lento hacia la cama para acostase bocarriba a un lado de Luciana, sin mirarla—. No me molesta que haya escogido a Hakurei… ni siquiera me importa que no vaya a elegir a un santo dorado como su sucesor; es sólo que, saber acerca de sus planes, dejándolo todo preparado, me hace pensar mucho en el futuro, uno donde él ya no estará. —Hizo una sonrisa melancólica—. Claro, tampoco no es como si yo tuviese asegurada una larga vida.
Mirándolo silenciosa, pero con el corazón latiendo dolorosamente, Luciana puso una mano sobre el pecho de Gateguard, más precisamente sobre su pectoral izquierdo. Sobre su corazón.
—Nadie está preparado para dejar ir a un ser amado —habló, siendo lo más delicada que pudo—. No considero ridículo que el solo pensarlo te ponga triste.
Quedándose callados por un rato, Gateguard puso su mano derecha sobre la de Luciana. Así permanecieron durante un corto tiempo, sintiendo el toque del otro; cada uno pensando en lo que Gateguard había dicho.
También pensaron en los oniros y sus razones desconocidas para estar merodeando Grecia.
Pensaron en Colette y su asechador; además, por si no estaban lo suficientemente agobiados, cada uno de ellos se tomó su tiempo para analizar lo que podría pasar en la próxima guerra santa: muerte, destrucción, caos, sangre, lágrimas, miseria. Y por no decir poco, lo que ocurriría posterior a la futura victoria de Athena: reconstruir pueblos enteros, enterrar y llorarle a los muertos, preservar la poca cordura que pueda quedarse a un ser humano que haya visto los horrores de una masacre por el futuro del mundo.
¿Cuántos niños crecerían sin padres? ¿Cuántas niñas serán vendidas por sus familias para tener algo para comer? ¿Cuántos padres y madres perderían a sus retoños? ¿Cuándo los dioses iban a detenerse todas esas muertes?
—Gateguard…
—Lucy…
Pararon al unísono, dándose cuenta de que se llamaron al mismo tiempo.
—Tú primero —le dijo él.
—¿Crees que…? —Luciana desvió su mirada hacia el otro lado.
—¿Mmm?
—¿Crees que por hoy podamos hacer algo más esta noche además de dormir? —preguntó ella con sus mejores intenciones, pensando que podría ser algo positivo para ambos tratar de desligarse aunque sea un poco de sus dilemas.
¿Qué mejor que saliendo de este templo por un rato?
Cuando ella volteó para mirar a Gateguard, quien se arrodilló sobre la cama para quitarse la playera que llevaba, lanzándola lejos; frunció el ceño.
—¿Qué haces? —inquirió un poco sonrojada, queriendo aparentar que no se había dado cuenta de las intenciones de él.
—¿Qué? ¿Quieres que te ayude con eso? —con un creíble tono inocente, señaló con su dedo índice la ropa de Luciana.
—¡Cálmate! ¡No me refería a eso! Además, ten compasión de mí, todavía me siento débil —desvió otra vez la mirada, haciendo un puchero.
—Estúpido oneiroi —masculló por lo bajo—. ¿Entonces a qué te referías? —preguntó sonando decepcionado.
—Pues, ya sabes, salir de aquí y… fingir que no se nos cae el mundo encima.
Gateguard se sentó enfrente de Luciana, mirándola extrañado.
—¿Salir? Aún llueve afuera.
—¿Y eso qué? ¿Acaso la lluvia nos derretirá? —preguntó orgullosa, recuperándose del sonrojo que había invadido sus mejillas al ver el deseo de Gateguard en sus ojos, aunque haya sido por medio segundo, hasta que ella misma lo detuvo.
—Mmm, bien, pero te aviso que yo no curo enfermedades —Gateguard sonó serio, mas no enojado, saliendo de la cama para atraer su prenda por medio de la telequinesis; poniéndosela otra vez.
—Lo recordaré.
Viéndolo en silencio, buscar capas para ambos, Luciana decidió retomar fuerzas para intentar levantarse de la cama. Ambos tomaron turnos para usar la letrina, y posterior a caminar lento hacia la salida de Aries, ambos bajaron las escaleras, el uno junto al otro, con la lluvia golpeándolos encima.
Al menos el clima estaba más tranquilo y si bien, el agua aún caía a gotas grandes, no era tan agresiva como hace unos minutos.
—¿Estás bien? —preguntó Gateguard a Luciana.
—Me ganaste la pregunta —comentó con una sonrisa—; yo estoy bien.
—¿Cómo que te gané la pregunta?
Ambos se vieron las caras. Luciana se mojó un poco ya que tuvo que alzar la suya para encontrar los ojos de Gateguard.
—Iba a preguntarte lo mismo —dijo ella—, dijiste que la lluvia no es mucho de tu agrado.
—Y no lo es —suspiró, sujetando el antebrazo de Luciana, con suavidad; guiándola hacia un gran árbol cuyas ramas llenas de hojas los cubrían bien.
Ella se quitó la capucha, sacudiendo su largo cabello para quitarlo de su rostro.
—Todavía no quieres hablar de eso, ¿verdad? —Luciana lo miró, siendo comprensiva. Gateguard le devolvía la mirada, sin embargo, ella no supo cómo interpretarla—. Tranquilo, no pienso obligarte. Además, salimos de Aries para tratar de relajarnos, ¿recuerdas? Eso significa que, nada de recuerdos; y nada de preguntas puntiagudas. —Sonrió con los labios y párpados cerrados, pero, los abrió cuando sintió la mano fría de Gateguard sobre su mejilla.
Él había bajado su atención a su boca; y era tan… intenso.
Embelesada, Luciana trató de hablar sin tartamudear.
—¿Sabías que me pones nerviosa cuando me ves así? —comentó, tragando saliva.
—¿Así? ¿Cómo? —susurró sin intentar siquiera, cambiar su expresión. Tampoco apartaba la mirada de sus labios.
—Gateguard… ¿quieres un beso? —preguntó sin tapujos.
—¿Puedo?
Luciana asintió con la cabeza, cerrando sus párpados otra vez. Él dio una suave caricia con su pulgar, descendiendo lento hacia su boca, posando sus labios contra los de ella.
Este no venía cargado con pasión, ni con apresuro. Como si ambos lo hubiesen acordado, Gateguard apenas la acariciaba; con su otra mano, apresó completamente el rostro de Luciana, mientras ella se acomodaba para subir sus manos, adentrarlas en la capa del santo y sujetar las caderas de él. Luciana también, mecía sus labios en compás con Gateguard; no buscaba ir más allá de eso.
Su corazón latía deprisa, sin dolor ni miedo. Su alma se sentía tan ligera que ya ni recordaba que hasta hace poco era llamada "mami gorda". Luciana estaba tan tranquila, y a la vez tan emocionada, que no sabía exactamente cómo llamar al sentimiento que estaba invadiéndola por completo.
¿Así se sentía… la felicidad?
Al separarse, y abrazarse, Luciana no permitió que sus dudas la atemorizaran. Ni siquiera supo del momento en que Gateguard abrió su capa para impedir que ella se mojase con la misma, aun si él sí terminaba un poco empapado de su torso.
Luciana escuchó a Gateguard respirar hondo.
—Por mi culpa todo un pueblo fue arrasado —confesó él de forma taciturna, haciendo que Luciana volviese al mundo real de golpe, abriendo sus ojos, sin deshacer el abrazo.
—¿Arrasado? —no entendía esa palabra, he ahí su pregunta.
Gateguard estrechó un poco más su abrazo.
—Niños, ancianos, mujeres y hombres… todos inocentes, murieron por mi culpa.
Frunciendo el ceño, apretando con suavidad sus dedos sobre los costados de Gateguard, ella inhaló profundo también.
—Debió ser duro.
—Lo había olvidado —Gateguard pegó su mejilla contra la coronilla de Luciana—, no sé cómo… pero creo que fue… porque estaba tan ocupado siendo un aprendiz de santo, que no tuve tiempo para reflexionar. Y después de un tiempo, simplemente lo olvidé.
«¿Qué te hizo recordarlo ahora?» quiso preguntar, pero se detuvo; ella misma había dicho que no lo presionaría con preguntas como esa.
—Cuando caíste, después de tu primer encuentro con el oneiroi, creí que morirías; creí que tú también perderías tu vida por culpa mía. Me maldije mucho —admitió tristemente risueño. Incluso soltó una risita un tanto tosca.
«Culparte por algo que yo misma me provoqué es algo que no deseo que hagas, Gateguard» volvió a tragarse sus palabras, en lugar de eso, estrechó el agarre de sus manos. Cerró sus ojos, concentrándose en el latir de ese bondadoso corazón, y en el movimiento que hacía su pecho cada vez que él respiraba.
—Lucy, al decirte que tengo sangre en mis manos, no me refiero sólo a la de los enemigos del Santuario. También me refiero a incontables personas que no merecían ser atacadas. Aquel era un pueblo… y era grande.
Luciana ya no soportó más, tuvo que tragar saliva y preguntar.
—¿Qué pasó? —musitó, un poco indecisa sobre si había hecho algo prudente o no.
—Te lo diré después —dijo lo que Luciana más o menos se esperaba. Bueno, al menos se había abierto un poco—. Hay que irnos.
Aunque dijo eso, ni Gateguard ni Luciana tuvieron el más mínimo interés en deshacer su abrazo. Se quedaron así por un rato más, hasta que el agua se detuvo y un trueno los distrajo de sus propios mundos.
Luciana carraspeó la garganta, siendo la primera en comenzar a separarse.
—Tienes razón, es hora de volver a casa. —Los dos se acomodaron sus capas, y, bajo la leve llovizna, tomaron rumbo hacia Aries. No se apresuraron por llegar, de hecho, tanto él como ella, subieron los escalones con mucha lentitud.
No habían ido demasiado lejos.
«Quizás porque al final, ni él ni yo tenemos escapatoria» pensó ella de forma agridulce.
—Lucy.
—Dime.
—¿Cómo te sientes? ¿Aún débil?
—Un poco, pero creo que después de dormir estaré mejor… claro, si es que algún otro oneiroi quiere visitarme y hacer de mis sueños un sitio más agradable —refunfuñó lo último por lo bajo.
Llegaron a la alcoba de Gateguard, al menos, el que habían estado usando en estas últimas noches. Se desprendieron de las capas; su dueño salió momentáneamente de la habitación para irlas a colgar a otro lado, mientas Luciana se desprendía de su calzado para no manchar el suelo de ese sitio con sus pisadas, además, apenas llegó a la cama, comenzó a desnudarse por completo; incluso se tomó su tiempo para ir doblando sus prendas y ponerlas sobre el mueble con las velas.
En el interior del templo no hacía tanto frío a pesar de la lluvia, y ella quería dormir así esta noche.
No nos quieras mentir, le dijo su 'diablilla' interna, tú y yo sabemos que quieres saber qué hará él si te ve así.
No intentando desmentir eso, frunciendo el ceño, acostándose bocarriba, con sus piernas juntas, flexionadas hacia arriba y su antebrazo derecho sobre sus ojos, Luciana suspiró. Poco después oyó la puerta abrirse y a Gateguard entrando al cuarto.
Por más curiosidad que le dio, ella no lo miró yendo de un lado al otro, abriendo puertas, sacando… ropa, o algo de tela… ¿tela? Sí, un pedazo de tela que más tarde él le puso sobre su estómago, volviendo a alejarse a hacer quién sabe qué.
Luciana quitó su antebrazo de su cara, para tomar lo que le había caído encima.
—¿Y esto? —preguntó desconcertada, sosteniendo una toga transparente; de una de las tantas prendas recién lavadas que las doncellas le habían traído no hace mucho.
—¿Podrías ponértela? —él estaba cambiándose de ropa como si nada anormal ocurriese.
Luciana se sentó sobre la cama, salió de ella, y miró al santo; luego a la prenda. Alzando una ceja, accedió a hacerlo.
Pensó que sería como las otras ropas que había usado mientras las doncellas se ocupaban de limpiarla, y así fue. Transparente, ligera. Lo único raro que ella le vio a todo esto era que Gateguard, al darse vuelta y encararla, no parecía alterado o nervioso con su casi desnudez.
—Te luce bien —masculló observándola de arriba abajo, con una excitante hambre llameando en sus ojos azules.
—Lo sé, soy bella, con o sin ropa —dijo haciendo una mueca de superioridad, permitiéndose ser retadora y provocativa. Por alguna razón que Luciana todavía no analizaba, seguirle el juego a Gateguard, la llenaba de energía sexual. Algo que contrarrestaba con todo el estrés que estaba produciéndole el asunto del asechador de Colette.
—Admito que es difícil escoger —sonrió pícaro.
—Tu ventaja es que esta toga no deja nada a la imaginación, así que no tienes por qué elegir, por cierto, ¿alguna razón por la que tenga varias de estas ahí? —mirándolo acusadoramente emocionada, con su dedo índice, señaló el ropero tras Gateguard.
—No es lo que te imaginas —sin borrar su sonrisa, el pelirrojo caminó hacia su cama, pasando por de lado de Luciana, sin siquiera rozarla.
—¿Ah sí? —se rio ella.
—La temperatura de tu cuerpo se elevaba bastante, era muy difícil mantenerte en un grado adecuado, pero no era sencillo con la ropa que llevabas —él se acostó bocarriba, mirándola, con sus manos tras su nuca—. Era vestirte con ropa más ligera, o acostarte en el suelo.
—¿Estás diciendo que…? —recordando que, la primera cara al despertar fue la de Sage de Cáncer; ella se dio la vuelta para ver a Gateguard, frunciendo el ceño—, ¿todos ustedes me vieron desnuda?
Gateguard también frunció el ceño.
—¡No! —espetó—. Por eso hice que las doncellas estuviesen merodeando por aquí.
—Aaah, ya veo —se alivió, poniendo sus manos sobre sus caderas—. Entonces, sólo ellas me veían vistiendo estas togas.
—Sí. Quizás ahora no tenga problemas en mirarte usándolas —alzó una de sus rojas cejas—, pero en esos días no se me pasó ni siquiera por la cabeza hacer tal cosa.
—Bien, bien, ya entendí —inhaló profundo, pasando su cabello hacia atrás usando su mano derecha—. ¿Eso quiere decir que ahora estás en perfecto control viéndome así?
—¿Qué? ¿Piensas que soy un animal que sólo busca aparearse? —preguntó ofendido.
—Jamás —espetó con cierto sarcasmo—, no es como si hace una hora no hubieses deducido por ti mismo que yo quería… ya sabes, pasar la noche de otra forma que no fuese dormir.
Casi se rio al ver cómo Gateguard entrecerraba sus ojos con seriedad sobre ella.
—No lo retengas. Si te ríes no me molestaré, lo prometo —dijo risueña, dirigiéndose a la cama; acostándose a un lado de él—. Vamos, sé que quieres —juguetona, le picó suavemente por debajo de las costillas, mas Gateguard no mostraba expresión alguna; cabe mencionar que él la había estado siguiendo con sus ojos—. Wow, qué control tienes —hizo una sonrisa nerviosa—. Esto funciona con la mayoría de las personas, a ver… —y siguió picando esperando algún resultado, pero todo fue inútil.
—¿Ya terminaste? —preguntó él, cerrando sus ojos.
—¿Acaso no sientes cosquillas aquí? —preguntó sin creerse que no hubiese podido hacerlo reír o removerse involuntariamente por lo menos.
—No.
—¿Entonces? ¿Dónde? —hizo un mohín, entrecerrando sus ojos.
—En ninguna parte.
—¡Ay, vamos!
—¿Qué? Es verdad —él volvió a mirarla.
—Pues no te creo.
Gateguard sonrió de lado, desviando la mirada al techo.
—Puedes tocar cualquier parte de mi cuerpo… no me reiré.
—Listillo —ella también sonrió, alzándose—. Bien, acepto el reto.
—Creí que seguías cansada.
Luciana se puso de pie sobre la cama, para luego descender lento sobre él; apoyándose con sus rodillas para no caer por completo sobre su entrepierna.
—Y lo estoy… un poco; dijiste, "tocar". Y no requiero mucha energía para eso —lo miró, sintiéndose… un poco letal.
—Adelante. Inténtalo —cada palabra sonó tan sexy que ella pasó su labio inferior sobre sus dientes.
Ella alzó sus manos pasándolas primero por sus mejillas, se inclinó un poco, sólo para susurrarle sobre su boca.
—Promete no moverte.
—No —respondió firme—. Yo también quiero tocarte.
—Lo harás, cuando yo me rinda.
—Entonces apresúrate a rendirte —ordenó impaciente.
Iba a decir algo más, pero Luciana prefirió no perder el tiempo. También quería que él la tocase.
Hazlo reír de una buena vez, después atragántate con su pene, le dijo su "yo-perversa" al oído.
Descendió sus manos hacia la parte de atrás de sus orejas; deslizó sus dedos por sobre su piel, metiéndolas en el interior de su cabello, llegando al cuero cabelludo.
Nada.
Deprisa, siguió insistiendo esa 'enana perversa'.
Sobre todo porque las 'dos' no pudieron evitar notar que Gateguard casi había alzado sus brazos para, seguramente, abrazarla de la cintura.
Conteniéndose lo mejor que pudo, yendo a un ritmo enloquecedoramente lento, Luciana continuó su recorrido por sobre sus duros pectorales; descendió con ayuda de sus rodillas y piernas, pasando sus uñas por encima de la ropa, sin hacerle ningún daño.
«Paciencia, querida, paciencia» le dijo a su lado ansioso por querer hundir ella misma el miembro de Gateguard en su interior.
Ocurriéndosele una idea más peligrosa, Luciana decidió meter sus manos por debajo de la playera de Gateguard, subiendo, delineando cada músculo marcado sobre su abdomen con las uñas. Lo miró. En su rostro no había emoción alguna, permanecía impasible, pero ella notó en sus ojos una llama inocultable; un deseo apenas contenible de liberarse de una promesa no dada, y moverse a su voluntad.
Bajó las manos por sus costados, rozando con las uñas su piel. Bajó por encima del pantalón y casi rozó con su pulgar derecho el miembro de él.
A pesar de que notó un ligero estremecimiento, Luciana se dispuso a no atacar a traición. Era más que claro que si investigaba ese sitio, él iba a reaccionar.
—Comienzas a impacientarme —farfulló Gateguard irritado luego de que Luciana pasase los dedos por encima de sus poderosas y también musculosas piernas.
—Se llama 'frustración', querido —dijo ella cantarinamente, sabiendo que el no haber bajado su pantalón y devorado su pene, había enfadado (tal vez) a Gateguard—; tenemos un trato —musitó llegando a sus rodillas, luego sus pies, donde deslizó sus dedos por encima de las plantas.
Nada… nada… nada.
—¿Ya terminaste? —él casi se rio, pero no porque Luciana hubiese tocado el lugar correcto, sino porque seguía burlándose de su fracaso.
¡Carajo!
Resoplando, Luciana iba a tirar la toalla y dejar que Gateguard le demostrase que tanto había aprendido hasta hoy de todo lo que ella le había enseñado, sin embargo, algo se le ocurrió en el último momento.
—No —respondió valientemente—. Bocabajo.
—¿Disculpa? —se rio él.
—Deberías ser más cuidadoso con lo que me dices cuando me retas, da la vuelta —ordenó cual reina a un súbdito.
Inhalando profundo, seguramente cansado de estar esperando, Gateguard hizo lo que Luciana le pidió cuando ella se apartó de encima y lo miró desafiante.
—Dioses… hay mejores formas de torturarme, ¿sabes? —masculló con la cara ladeada hacia la derecha y las manos de extremo a extremo tomando la forma de una cruz.
—En lo que las descubro, tendrás que sufrir con esta —ansiosa, se sentó con cuidado sobre el firme trasero del santo, posando sus manos sobre su nuca, deslizándolos de un lado al otro.
—Me estas provocando un par de cosas, Lucy… y cosquillas no son —avisó guturalmente impaciente, golpeando su dedo índice de la mano derecha, contra el colchón.
—¿Qué dijiste hace unos momentos? No eres un animal. Puedes resistir ese par de cosas —sonrió divertida, bajando por su espalda; solo que en esta ocasión ella metió las manos por debajo de la playera para irla subiendo a medida que iba acariciando la piel de Gateguard.
—No por mucho tiempo —bisbiseó.
Un gemido estuvo a punto de salir de la boca de Luciana al oírlo decir eso. Se pensó en dejar el asunto de su descubrimiento para después y dejar a Gateguard libre sobre su cuerpo, pero su orgullo se interpuso entre el deseo y ella.
—Me falta poco —le dijo, bajando un poco, llegando a sus glúteos; incapaz de resistirse, tomó uno en cada mano y dio un suave apretón—. ¿Aún nada? —preguntó excitada, amasando dicha zona. Jamás ningún hombre podría tener un trasero tan firme como el de él, eso Luciana podría apostarlo.
—No —gruñó él—. Termina ya y ríndete. Maldita sea —suspiró apretando los dientes.
—Le quitas lo divertido a esto —musitó a punto de ceder a sus más bajos instintos, esos que le pedían enterrar sus uñas en esa perfecta retaguardia. Tuvo que seguir, bajar por encima de sus piernas, el interior de ambas rodillas…
—Se acabó —fue lo que ella escuchó salir de la boca de Gateguard antes de verse acostada bocabajo, justo donde había estado él.
Todo ocurrió en menos de un segundo.
—De acuerdo, eso no me lo esperé —dijo impactada, sabiendo que Gateguard se había aprovechado de esa velocidad inhumana que poseían los santos para someterla así.
Esa agresividad la tomó desprevenida, mas no la asustó, sino todo lo contrario. Su fuerza, por otro lado, no fue tanta como para dañarla puesto que, hasta eso, Gateguard había sido muy cuidadoso con ella para no causarle ningún dolor o incomodidad al cambiarla tan rápida y bruscamente de postura sobre la cama. ¿Era normal que aquello aumentase su deseo hacia él?
—¿Tienes miedo? —preguntó Gateguard un poco agitado, ahora, él arrodillado e inclinado hacia ella; rozando su duro pene contra sus nalgas; sujetándole ambas muñecas sin causarle dolor o siquiera incomodad.
El agarre de Gateguard no era sólido ni brusco de ninguna forma, ella podría liberarse si quisiera hacerlo, pero Luciana encontraba muy excitante esa iniciativa.
No se sentía amenazada, para nada; cosa que, con cualquiera de sus otras parejas habría pasado. Luciana sabía que Gateguard no iba a obligarla a hacer nada si ella no lo quería; esa confianza, esa llama nacida en su interior desde la primera vez que compartieron el lecho, la incitó a mandar todo tipo de cansancio físico y mental al diablo, y entregarse de llano a los brazos de la lujuria.
—No —gimió gustosa, aceptándolo, percibiendo el aliento caliente de Gateguard sobre su oreja derecha.
—¿Ya terminaste de jugar?—preguntó él deslizando su miembro, todavía atrapado por el pantalón, por encima de la delgadísima tela de la toga que ella usaba.
—Sí —accedió en un suspiro, apretando la sábana con sus manos, cerrando los ojos, esperando a ver qué era lo que Gateguard tenía planeado hacer. Él tembló un poco antes de hablar.
—No te muevas de aquí.
El santo por un rato la soltó, saliendo de la cama, se sacó la ropa y cuando volvió, Luciana sin abrir los ojos lo sintió subirle la falda de la toga hasta media espalda; sus fornidas piernas apresaron otra vez las suyas con suavidad para mantenerlas unidas, e introdujo dos de sus dedos, rozando primero que nada la separación de sus nalgas hasta llegar a su húmeda intimidad. Entrando peligrosamente lento hasta llegar a rozar con las yemas, su hinchado clítoris, Gateguard fue tan delicado como sus instintos se lo permitieron.
Viéndose acariciada en su zona más sensible, Luciana comenzó a removerse un poco, despreocupada porque sabía que no tenía por qué cohibirse ante las reacciones que dichos roces le hacían sentir; ante un segundo espasmo, abrió con lentitud sus ojos y sus labios; soltó un suspiro, seguido de otro y otro.
Él estaba tocándola lento en ese punto tan especial; tomándose su tiempo.
—Gateguard —gimió aruñando la sábana a medida que él incrementaba la velocidad y el característico sonido de su humedad incrementándose, se volvía casi rítmico—. Gat… te… ¡aah!
Sin que ella lo viera venir, el santo puso su mano libre sobre su coxis mientras que la otra continuaba su labor de estimular su sexo hasta que el cuerpo de Luciana dio una sacudida, llegando al orgasmo; luego de eso, cayó agotada flácida sobre la cama.
—¿Qué tanto he aprendido hasta ahora? —le preguntó él sobre su oreja, desafiante.
—Nada mal… para un novato —respondió satisfecha, recuperándose de tan arrollador orgasmo.
—Sigue diciendo eso —gruñó entre dientes.
Pensando que Gateguard la iba a hacer ponerse de arrodillas y hacerla alzar el culo para penetrarla de ese modo, Luciana frunció el ceño al percibir cómo él le daba la vuelta cuidadosamente.
La repentina y corta decepción se esfumó cuando suspiró y se dio cuenta que necesitaba darse un descanso de esa postura; no se había dado cuenta de que el estar bocabajo le había quitado mucho oxígeno.
Quitándose algunos cabellos de la cara, ella se encontró con su mirada azulada; tan afilada como un cuchillo y tan brillante como una estrella en la noche; era tan magnética que era imposible no seguirla a donde sea que fuese.
Sin decirle nada, Gateguard tomó su pierna derecha con extrema delicadeza y lentitud; sin miedo ni timidez; sin dejar de mirarla a los ojos.
Luciana no se perdió de ningún movimiento.
Ella en un principio creyó que él sólo iba a posicionarla de espaldas contra el colchón, meterse entre sus piernas y continuar en la postura clásica; sin embargo, Gateguard no dejó de subir la pierna de Luciana hasta que pudo apoyarla sobre su hombro izquierdo.
—¿Duele?
—Por suerte, los treinta no me hicieron menos flexible —musitó entrecerrando sus ojos, sorprendiéndose ella misma por ese dato.
Gateguard sonrió con picardía, acercándose más con sus rodillas hasta que comenzó a rozar su miembro contra la intimidad de Luciana; ella, con sus dedos de la mano izquierda, logró rozar su vientre endurecido por los extremos entrenamientos de santo, con las yemas de sus dedos. Él entró sin más dramas ni palabras. Luciana al sentirlo por completo adentro suyo, soltó un gemido y encorvó su espalda hacia arriba, cerrando sus ojos.
Las penetraciones iniciaron lentas, pero fuertes. Con cada acometida, el cuerpo de Luciana daba un movimiento fuerte hacia arriba.
Ella no supo en qué momento se aferró a las almohadas bajo su cabeza, pero, adentrada en su propio placer, no le importó nada más que sentir al hombre con el que compartía este momento, yendo y viniendo, invadiendo su cuerpo con una inclemencia pasional que no hería, sino deleitaba.
El nombre de él salía de los labios de Luciana a modo de gemidos y chillidos que, la mujer no se molestaba en bajar de volumen; es más, instintivamente encontró que, mientras más alto alzaba su voz, más intensos se hacían los movimientos que la llevaban al cielo.
El diminutivo del nombre de ella, salió de los labios de él, también en gemidos junto a gruñidos débilmente contenidos.
En medio del calor, el sudor y la irrefrenable lujuria, hubo un punto en el que Gateguard permitió que Luciana bajase su pierna. Una vez cómodos otra vez, él volvió a introducirse en ella, yendo tan rápido y fuerte como su humanidad se lo permitió. Aunque sus instintos le guiaban, él no usaba su velocidad ni mucho menos su fuerza como santo; retuvo bien ese lado suyo que mal empleado podría causar mucho daño.
Ser sólo un hombre común, era lo que él quería esa noche, y lo que ella aceptaba con una sonrisa en sus labios.
Al finalizar, de nuevo, él adentro de ella, recuperando poco a poco el control de sus respiraciones, Gateguard bajó hasta Luciana, dándole un húmedo beso.
Sus lenguas se encontraron, se rozaban y se separaban; ambos cerraron sus ojos. Luciana sujetó las mejillas de él. El santo mantuvo sus manos de lado a lado de la mujer para no dejarle caer todo su peso encima.
Al recuperar aire, Gateguard en un último movimiento de caderas sacó su miembro cada vez más flácido, de la vagina de Luciana, mirándola a los ojos.
—Lo siento —musitó sobre sus labios, un poco tembloroso.
¿Por qué? Ella no lo supo hasta que poco a poco su propia piel se fue enfriando y se dio cuenta de qué tan baja estaba la temperatura nocturna. Gateguard la cubría usando su cuerpo, sin usar su cálido cosmos, como si por un instante se hubiese olvidado de que podía usarlo.
—No entiendo —dijo ella en su mismo tono agitado.
Él le dio un último beso.
—Debía dejarte descansar —susurró sonriente, apartándose con el fin de buscar una manta que los cubriese a ambos.
…
En menor medida, la lluvia seguía cayendo en una leve llovizna cuando Luciana volvió a abrir los ojos encontrándose con una suave iluminación de un día nublado y frío.
No le afligió de ninguna forma encontrarse sola en la cama, con una manta abrigadora encima de su cuerpo apenas cubierto por la toga transparente. Vaya… y pensar que tuvo sexo vistiéndola.
«Temo que esto se esté convirtiendo en una adicción» fue lo primero que pensó, reacomodándose sobre la cama, acostándose del lado opuesto al que estaba antes.
Frente a la ventana, estaba Gateguard con su armadura puesta. Eso sí le sorprendió.
—Buenos días —saludó ella sin la menor intención de levantarse o siquiera sentarse. Estaba cansada, no solo por lo sucedido anoche, sino también por sus encuentros con los oniros.
—Buenos días —respondió él.
Se oía desanimado.
—¿Estás bien?
Aunque no lo haya querido en un principio, Luciana se acostó, tapándose el pecho con la manta debido al frío de la mañana.
—Sí —respondió Gateguard con sencillez.
Haciendo una mueca, Luciana soltó un graznido de fastidio mientras se dejaba caer sobre su espalda de vuelta a la cama.
—Mira, qué intentes engañarme no me molesta; me molesta que no te esfuerces en ello —rezongó poniéndose su antebrazo derecho sobre sus ojos.
—¿Qué? —él se volteó para mirarla.
—Ambos sabemos que quieres decirme algo importante —se quitó el antebrazo para corresponderle la mirada; ella lo observó acusadora—, sólo hazlo.
Gateguard suspiró resignado.
—El Patriarca me llamó. Tengo una misión. Debo partir a más tardar en una hora.
Haciendo cuentas, Luciana pensó en esos 3 días (aproximadamente) en los que él no estaría. Deseó que el santo dorado estuviese de vuelta para cuando el asechador de Colette volviese junto a sus posibles cómplices.
—Pues… eso es normal, ¿no? Es decir, hace no mucho que tuviste tu última… —ella misma paró sus palabras al verlo negar con la cabeza—, ¿qué? ¿Qué pasa?
—No lo entiendes, Lucy —dijo desanimado, acercándose—, esta vez deberé salir lejos y no será un viaje corto. Ni aún con mi velocidad, voy a poder volver en menos de siete días.
—¿Qué tan lejos te irás? ¿Siete días? —comenzando a preocuparse, Luciana volvió a sentarse en la cama.
—Búsqueda, reconocimiento, eliminación —dijo, como si le hablase de una lista de deberes—. Nada de eso es fácil… o rápido.
—Pero… ¿y si ese infeliz vuelve antes que tú? —le planteó su única preocupación.
Gateguard se llevó una mano a su propia cara, tallándose ambos ojos.
—Ese es justamente el problema; según mis cálculos, él podría llegar a Grecia mucho antes que yo.
Luciana bajo la mirada a la manta, sintiendo el corazón adolorido.
—Ay no.
—Continuará…—
La verdad, no esperaba que en este capítulo también hubiese lemon, traté de evitarlo, pero como podrán leer no es tan sencillo frenar a este par jejeje.
Espero que no hayan demasiados errores en la ortografía y la gramática; verán, he tardado mucho debido a ciertos problemas a mi alrededor. Mi trabajo me exige más horas, tuve algunos problemas con mi estómago, y uno de mis gatos está enfermito; la preocupación... más por mi mascota que por mí, me distrae y no me siento al cien para escribir.
Como sea, tengo una lista de eventos que me ayudarán a mantener el rumbo que debe seguir el fic a partir de los próximos capítulos, así que no espero caer en pausas tan prolongadas. Por favor, ténganme paciencia con las actualizaciones.
Disculpen si no tengo mucho que decir, sin embargo... estoy un poco cansadita después de escribir y editar por algunas horas.
A partir de aquí, creo yo, vamos al 70% del fic; lo que vienen siendo los "eclipses lunares" conformarían el otro 10% y después, entraríamos en el arco final de esta historia. Al menos, eso tengo yo programado... cualquier cambio, se los haré saber. ;)
¡Saludos a todos y gracias por leer!
Hasta el próximo capítulo.
Gracias por leer y comentar a:
Nyan-mx, Guest,agusagus, camilo navas, y Ana Nari.
Hasta el próximo episodio.
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