Noche

XXIII

Contrato de Esclavitud



En el Santuario de Athena solía decirse que, algunos seres humanos nacían con suerte, y otros tenían suerte de nacer.

Esta historia se ha contado tantas veces que algunos ya podrían considerarlo un cliché de la vida real:

Un bebé recién nacido, abandonado por una madre y/o un padre que, por motivos desconocidos, decidió abandonarlo a los pies de una de las casas de las amazonas con armadura. Algo bastante curioso ya que, en aquella ocasión, ninguna de ellas dijo haberse percatado de una presencia intrusa.

En fin, nada de qué alarmarse; a veces sucedía.

El bebé, de sexo masculino, pasaría a manos de una de las nodrizas del Santuario, ya dispuestas para ese tipo de situaciones, y después, se convertiría en un futuro aprendiz de santo; se probarían sus habilidades en combate al llegar a una edad adecuada. Exactamente, a los 8 años.

De no demostrar el mínimo nivel requerido, el niño habría sido dado a una alguna persona voluntaria dentro de alguno de los pueblos cercanos a Rodorio, que le enseñaría a ser carpintero, herrero, un campesino o un sastre (entre otras profesiones comunes, útiles en sociedad) con el fin de dejarlo valerse por sí mismo a partir de esa tierna edad, y no permitir que la cantidad de niños vagabundos propensos a crecer como adultos criminales aumentase.

De cualquier forma, el niño, al llegar la hora, sería separado de su nodriza y jamás volvería a saber de ella, pues a esta, seguramente, ya le habría olvidado para cuidar a otro bebé.

El niño fue puesto a prueba y logró ser admitido junto a otros pocos afortunados.

Después de demostrar su eficacia en combate, y su resistencia al dolor, el niño fue puesto en manos de un santo. Un maestro que estuviese calificado para enseñarle su nueva vida a partir de ese momento.

Por lo regular, había santos (y amazonas) que tenían el oficio especial y único de criar a estos jóvenes prospectos, sin embargo, no era anormal que un santo plateado o uno dorado, tomase bajo su ala a un niño (o dos) cuyas habilidades fuesen fuera de lo común.

El maestro, a partir de habérsele otorgado la responsabilidad de nutrir al aprendiz, tiene la obligación de inculcarle tres cosas: valores éticos y morales, conocimiento básico, y habilidades básicas de combate.

Primordialmente, como era tradición, a todo niño o niña que fuese a fungir como santo o amazona, debía ser educado con el trívium (gramática, dialéctica y retórica, y filosofía) y el quadrivium (aritmética, música, geometría y astronomía) al mismo tiempo. Y por si esto no fuese lo suficientemente difícil, el niño o la niña, debería dominar cada materia de estas dos ramas, junto a las tácticas de lucha a recibir diariamente.

Entre golpizas, algo deberían guardar en sus cabezas.

A diferencia de cómo lo harían otros pocos infantes del pueblo, los pequeñines que lucharían al lado de la diosa Athena, tendrían que adquirir conocimiento y tácticas de combate al mismo tiempo. Entre paliza y paliza, tendrían que aprenderlo todo. Por si todo lo anterior no fuese suficiente presión, los niños y las niñas, tenían que sobresalir en cada una de estas cosas si es que querían, algún día, aspirar a una ganar una armadura.

No había nada que Athena no valorase más tener entre sus filas que el conocimiento, el espíritu combativo, y el deseo por mantener a salvo a la humanidad.

El primer eslabón, a diferencia de lo que muchos creyesen, no era llegar a ser un santo de bronce. De hecho, llegar a ese rango era muchísimo más difícil de lo que se pensaba. Llevar una armadura, aunque sea de bronce, no era cosa sencilla.

Sobre todo si no nacías con suerte.

El niño que fue abandonado a los pies de aquella casa y se esforzó como una bestia desde los 8 años para no dejar su hogar en el Santuario, casi murió en su primer combate para ganar una armadura de bronce y falló. El adulto que, después de mucho entrenar luego de su devastador fracaso en el Coliseo, lograría por fin hacerse con su más grande ambición, llevaría por nombre: Seinos de Boyero.

»Ser santo de bronce no es la gran cosa —le decían algunos.

»Si no llevas plata u oro no eres nadie —enfatizaban otros.

»Relájate, perdedor; esa chatarra no te hace un verdadero santo.

Tontos.

Mientras los sin armadura se burlaban de sus logros, él crecía adentro del gran ejército de la diosa griega. Mientras los sin armadura se pavoneaban por ahí gozando de su mediocridad al ni siquiera mostrar interés alguno en luchar por ganar un lugar oficial dentro de la orden de santos, él sólo quería más y más.

Sin embargo…

Sin embargo…

¡Qué injusticia que él y otros miles tengan que morir o partirse la espalda en pedazos mientras otros ascendían como la espuma a rango de plata o hasta oro sólo por nacer con suerte!

—Seinos. ¡Hey! Despierta.

Los ojos marrones que veían el horizonte, sin detener sus pasos por el inclemente desierto, se desviaron hacia la persona que le hablaba.

—¿Qué quieres, Ram? —le habló al sin armadura que le acompañaba.

—Estás raro últimamente.

—¿Ah, sí? —desinteresado, volvió su vista al frente.

—¿No te has dado cuenta? —resopló—, te has vuelto insoportablemente irritable desde que hallaron a tu amiguito muerto en esa zanja. Ya supéralo, ¿quieres?

Hablar de Cardenett no le vino bien al humor de Seinos.

Se giró rápido sin que Ram se lo viese venir; sujetándolo del cuello, levantándolo.

—¿Q-ué… t-te pa-sa? —habló este entrecortadamente; entrando en pánico.

—No me hagas tener que matarte. Eres el único que queda de esta ridícula misión —dijo con una sádica frialdad—, sigue molestándome y lo último que verás serán mis ojos —entrecerró sus párpados, apretando su agarre un poco más; justo cuando percibió que Ram iba a desmayarse, él lo soltó, viéndolo caer a la arena caliente.

Ram tosió varias veces, recuperándose poco a poco.

—¡Dioses, estás loco! —exclamó asustado y alterado, alejándose de Seinos, quizás, sin importarle perderse en el desierto con tal de no tenerlo cerca.

Mejor así.

Que los estorbos se mueran.

Unos días atrás, Seinos y un pequeño equipo de guerreros talentosos sin armaduras, habían sido enviados por órdenes del Patriarca, a la pequeña isla de Rodas para buscar y recuperar un objeto valioso de la diosa Athena. Según los filósofos que se hallaban en el pequeño recinto donde se almacenaba dicho objeto, un grupo de hombres (aparentemente bandidos comunes) había invadido sigilosamente el pequeño complejo en medio de la noche, y tomado el artefacto, huyendo con él.

Uno de los brazaletes de oro de Athena, el cual se había mantenido en una estatua hecha de mármol de ella, no podía caer en manos inmundas. Lamentablemente, desde el atentado hasta que los ladrones lograron avanzar un largo camino hasta que el grupo de Seinos pudo alcanzarlos en una parte muy complicada del desierto Dasht-e-Kavir, en Persia.

De seis tipos que acompañan a Seinos, tres murieron en el combate contra el grupo de 20 bandidos, los cuales, estaban en perfecto contacto con sus propias habilidades de lucha. El cuarto murió la madrugada siguiente debido a las heridas obtenidas, y el quinto fue estúpidamente picado por un escorpión, lo que le dio apenas unos minutos de vida. El sexto, ahora se hallaba corriendo por su cuenta en el desierto.

Nada importante se había perdido, es más, Seinos había ganado haciendo toda la misión prácticamente él solo, recuperando el brazalete de Athena, la llevaba, ahora se encontraba segura en un saco pequeño que colgaba de su cintura.

Hubo un tiempo en el que Seinos pudo haber sido un tanto abierto a la hora de tratar a sus allegados en el Santuario, tuviesen armadura o no. Sin embargo, con el tiempo, Seinos prefirió mantenerse a bajo perfil entre ellos y enfocarse en sus propios asuntos; entrenar arduo en sus técnicas y alejarse de los conformistas que preferían su cómoda vida como guerreros sin armadura que luchar por un rango más alto; sin embargo, a pesar de eso, él no estaba solo en el mundo, tenía dos personas valiosas que le daban en algo de sentido a su vida.

Su único amigo, Argol, y la mujer que amaba.

Claro, Argol no siempre solía estar de acuerdo con él en muchas cosas, menos en lo que a ella refería; pero en general, él y Seinos solían llevarse muy bien.

»A ver, déjame ver si te entendí. ¿Te divertiste con una puta que ganaste en una apuesta? Qué asco, ¿no tienes honor? —le había dicho el propio Argol hace casi dos meses.

»No era una puta, y deja de decir que fue por una apuesta; su hermano me dio su permiso de cortejarla y ella accedió a acostarse conmigo, fin de la historia —bisbiseó irritado de que Argol no compartiese su dicha; había obtenido la virginidad de una joven muy bella; una a la cual deseaba hacer su esposa en un futuro cercano—. Creí que ese era tu pasatiempo favorito, quitar virginidades y luego contarlo a los cuatro vientos, no sé por qué te escandalizas tanto.

En tiempo presente, viendo la pequeña figura de Ram perderse entre las dunas de arena, Seinos recordó cómo Argol era especialmente bueno describiendo todas sus aventuras con mujeres jóvenes y maduras; de cómo le gustaba ser el primero de casi todas ellas.

¿Por qué se sintió con el derecho de juzgarlo?

»Sí… pero hasta hoy yo nunca le he pedido "permiso" a ningún otro hombre para acercármeles —había respondido Argol—; menos después de ganarles en juegos de dados. Además, ¿qué edad tenía ella? Por lo que me describes, no parece ser mayor a los dieciséis años. Dime, ¿por lo menos tenía vello en su vagina? Si no es así, déjame decirte que tú y yo no tenemos los mismos gustos, amigo —había dicho de forma inquisitiva.

¿Qué sabía Argol? Aunque su juicio haya terminado ahí, Seinos pensaba que su amigo era un hipócrita.

Actuando como si él nunca hubiese hablado de sus amantes de forma vulgar.

Seinos apenas le había dicho lo que había ocurrido la noche pasada a su conversación, cuando la sonrisa perversa de Argol se fue desvaneciendo ante los sublimes detalles para formar una mueca de asco, de repudio, de rechazo.

¿Por qué?

¿Por qué Seinos conocía al hermano de la chica y fue este quién le dejó cortejarla?

¿Y qué si Cadernett le había dado vía libre a Seinos a modo de recompensarle una apuesta que no podía saldar con dinero?

Seinos fue amable con ella esa noche, aunque tampoco era el gran experto; de hecho, ella debería sentirse halagada ya que, así como él tomó su virginidad, ella tomó la de él.

Si la chiquilla (como Argol se refería a la chica) hubiese estado incómoda o en desacuerdo con lo que estaba pasando, debió haber gritado, ¿no?

Pero ella sencillamente se quedó quieta recibiendo sus caricias, no dijo nada (tal vez por nervios, él también se había sentido así), sólo se mantuvo inmóvil. Si ella no quería que aquello pasara, debió haberlo dicho o gritado cuando él se acostó a su lado y condujo su mano hacia su tierna y suave intimidad.

Además, si su pequeña mujer no lo gozase también, las otras ocasiones pasada la primera vez, en las que estuvieron juntos, ella tenía la responsabilidad de pararlo; pero tampoco se negó a nada; no se movía ni un centímetro a menos que él la posicionase a como le daba la gana.

Ella dejó que Seinos la besase en la boca; dejó que él fuese más allá al tocarla y marcar su piel con sus labios y dientes; permitió qué él le alzase la falda de la toga y le abriese las piernas para introducirse en su cuerpo; un sitio cálido y suave que moría de ganas por tener otra vez.

»¡Hey, Seinos! ¿Qué ves?

Jamás se esperó que aquel imprevisto se suscitase.

Una o dos noches antes de ser asesinado, Cardenett y Seinos habían estado bebiendo juntos en su cantina favorita, riendo y hablando como buenos amigos. Seinos tenía la certeza de que Cardenett no tenía planes de irse a ningún lado, de hecho, él y Seinos acordaron que la pequeña mujer, sería oficialmente suya si Seinos daba un buen tributo para ganársela.

Ya estaba hecho; Colette, era de su propiedad.

Sin embargo, un par de semanas más tarde, luego de hacérsele un poco extraño a Seinos el no ver a Cardenett en la cantina por las noches, Seinos y un grupo pequeño de santos donde también estaba Argol, fue despachado a donde se les encomendó, un sitio apartado del pueblo casi en el corazón del bosque.

El asesino de la noche que tantos problemas les había dado, fue capturado. ¿Por quién? Ni más ni menos que un santo dorado, Gateguard de Aries.

Seinos ubicaba a ese tipo sólo por la vista; de todos los santos dorados activos en el Santuario, Gateguard era el que más le desagradaba junto al tipejo de Cáncer. Ambos nacidos con la suerte del poder y de haber sido hallados por más ni menos que por el Patriarca, siendo entrenados especialmente por él, Seinos consideraba que esos dos tenían todo lo que poseían con el mínimo esfuerzo, y por eso los repudiaba.

Ver a ese pelirrojo arrogante haciendo nada, cruzado de brazos, mirándolos fríamente a todos como si dijese: "en lugar de realizar mis deberes, hice su trabajo, idiotas", hizo que Seinos pensara en que el sentimiento de asco era mutuo.

Ese problema para empezar era de los holgazanes santos de plata, no de los de bronce.

Por si aquel imbécil de oro no se había percatado, todos en el Santuario tenían trabajo que hacer y el que, en esta generación, hayan elegido santos de plata, tan débiles e ineficaces, no hacía a los otros menos útiles.

Por si tener que aguantarse el insoportable escrutinio de Gateguard de Aries fuese poco, Argol se encontró con que, en la fosa de los cadáveres encontrados, no sólo hubiese personas de todos los sexos y edades, sino también a Cardenett.

»No puede ser… ¿cómo es que…? —musitó sin poderlo evitar.

De pronto, sintió la mano de Argol poniéndose sobre él.

»¿Alguien que conozcas? —preguntó mirando a todos los cuerpos, pues Argol nunca llegó a ver a Cardenett en vida.

»Algunos —dijo desviando la atención del cuerpo mallugado de Cardenett para prestar atención a otros.

Se sintió preocupado. Pensó en ella. En lo mucho que a su pequeña mujer le dolería haber perdido a su querido hermano, y en lo sola que podría estar ahora mismo en el mundo de no ser porque Seinos pensaba hallarla y desposarla para que no cayese en desgracia económica o social.

Sin un hombre que velase por ella, Colette estaría perdida, ¿qué haría ella sin su hermano y sin él? ¿Vender su cuerpo en las calles? No, ella era demasiado joven y bella para sufrir ese destino.

Él la salvaría.

Así que, apenas se sacaron los cuerpos de las fosas en el bosque, se hizo la aprensión del asesino, y se hizo el papeleo para reconocer a algunos de esos cadáveres así como dar aviso a las familias que habían notificado desapariciones de sus seres queridos para ver si estos habían sido víctimas del asesino de la noche (quién no resultó ser más que un tipo común), Seinos se ocupó personalmente del cadáver en avanzado estado de descomposición de Cardenett aprovechando que Argol fue llamado junto a otros santos para preparar todo para la adecuada cremación de los cuerpos.

Dudoso sobre cómo había sido posible que Cardenett se haya convertido en una víctima más si hace tan solo un par de semanas atrás habían estado bebiendo juntos, se dio cuenta de que algunos golpes… y algunos rasguños en su putrefacta piel… no parecían muy comunes.

Los otros cadáveres tenían moretones, rasguños y golpes también; pero el cuerpo de Cardenett le dio la sensación de que algo no andaba bien.

Para empezar, ¿qué hacía él tan lejos de su casa?

Pronto Seinos se encontró con el descubrimiento; no muy lejos de la fosa, se habían hallado bolsas, costales; algunas pertenencias sin dueños; en una de esas bolsas, Seinos se encontró con la ropa de Cardenett.

Seinos lo había visto varias veces con esos horribles harapos como para confundirlos con otros.

¿A dónde había pensado ir?

La bolsa también tenía dinero, no mucho, pero sí lo suficiente para alimentarse… curioso que el asesino no haya querido guardar las cosas de valor de ninguna de sus víctimas.

¿Y Colette?

Temiendo porque ella también estuviese entre los cadáveres, buscó entre los 16 cuerpos.

No estaba.

Pasando por el enojo que le trajo el pensar por medio segundo que Cardenett hubiese pensado en huir luego de haber hecho un pacto con él, llevándose a su mujer con él, exponiéndola a un peligro oculto, traspasó la preocupación por el paradero de ella.

Dejando el cuerpo de Cardenett junto a los otros, Seinos se decidió a buscar a Colette.

Empezó en la casa de los hermanos. Estaba vacía. Entrando y registrando todo el lugar, Seinos se percató de que Colette no se había llevado ropa ni objetos personales como broches para el cabello y listones, los cuales él sí se llevó a su hogar para recordarla y tenerlos para cuando la llevase con él.

Haciendo un recorrido visual por los pueblerinos, no notó que nadie actuase extraño, de hecho, usando como excusa su posición como santo y la idea de buscar a un pariente vivo por el lamentable fallecimiento de Cardenett, logró sacarles una valiosa información a una vecina, que él todavía desconocía sobre su mujer.

»¿La mocosa de esa casa? Trabaja como puta en esa desagradable taberna, seguro la encuentra en la cama con siete hombres diferentes —dijo la ancianas.

¿Una taberna?

Fingiendo no estarse muriendo de rabia por dentro al pensar que su mujer se estuviese dando a otros hombres, Seinos se tomó su tiempo y buscó en cada taberna, cada burdel y cada restaurante, pequeños y grandes.

Cuando descubrió que le faltaba una taberna, no dudó ni un segundo en ir a averiguar.

La ansiedad estaba consumiéndolo.

Mientras Seinos hacía lo que debía para hallar a su futura esposa, se hizo la limpieza de los cuerpos, incluido el de Cardenett, y se comenzaron a instalar los preparativos en el pueblo para la cremación.

»¿Qué hacemos aquí? ¿No es muy decente para ti? ¿O muy temprano? —se burló Argol, sentado con él en una de las mesas; supuestamente iban a tomarse un descanso de todo aquel trabajo, pero Seinos estaba peinando el lugar con su mirada, buscándola.

Por eliminación, si esta era la última taberna que le faltaba por visitar, entonces Colette debería estar aquí. ¡Tenía que estarlo!

»Pero qué bonitos culos uno puede ver en este sitio, amigo —comentó Argol en voz baja con morbosidad más para sí mismo que para Seinos—. Pero tú no eres de visitar estos lugares, ¿tramas algo?

»No tramo nada. Sólo quiero comer algo —respondió ansioso por verla caminando hacia él.

Era en plena mañana, había frecuentado ese sitio la noche pasada, más no la había visto, así que dedujo que Colette debería estar aquí en las mañanas ya que ese era el único sitio además de los restaurantes que tenía dos turnos de trabajo y dado a que la anciana chismosa dijo que Colette trabaja en una taberna, era mejor empezar con ese lugar.

Así que, por eso, tuvo que ir a esa hora, aun si Argol había insistido en acompañarle luego de tanto trabajar.

Ignorando a su amigo, el cual seguía comiéndose a las camareras con su mirada y comentarios lascivos, Seinos se impacientó al no ver a Colette.

¿Dónde diablos estaba?

Y lo más importante:

¿Con quién? ¿Y haciendo qué?

Incapaz de soportar más, Seinos se levantó de su asiento dejando a Argol con la palabra en la boca; se dirigió a una de las camareras y le sostuvo del brazo.

»¿Necesitaba algo, señor? —preguntó confundida.

»Sí, verás, buscó a una de sus chicas —dijo, queriendo dejar la impresión de que sabía que ahí estaba Colette—. Rubia, joven… muy bonita.

La chica, quien era rubia también, alzó una ceja musitando la palabra que él quería oír.

»¿Colette?

¡Era aquí!

»Sí —dijo no queriendo verse aliviado de saber que había aterrizado en el sitio correcto—, verás… apenas ayer se hizo un siniestro descubrimiento, ¿sabes que ella tiene un hermano?

»Sí… más o menos…

»Lamento decirte que él es una de las víctimas que hallamos.

La mujer evidentemente se sorprendió, pero no interrumpió a Seinos.

»Conocí a ese hombre, y lamento su pérdida.

En esos momentos, no lo lamentaba tanto ya que todavía pensaba que el desgraciado había intentado huir por alguna razón que desconocía, y eso le enfurecía ya que, de no haberse largado a media noche, no hubiese muerto, y si Cardenett no hubiese muerto, Colette ya sería su esposa.

»Ay no —musitó ella.

»Busco a la hermana de él. ¿Sabes si está aquí?

»Ehm… bueno…

»Colette ya no trabaja aquí, mi señor —interrumpió una mujer anciana que incluso a él le sorprendió verla a su lado.

»¿Cómo que ya no trabaja aquí?

»Hace algunas noches, ella y otra mujer desaparecieron. Ni idea de qué pasó con ellas, pero aun si volviesen, ambas están despedidas por todos los problemas que han ocasionado.

Volviendo a enfadarse de sobremanera, porque no sólo le había perdido el rastro otra vez, sino que además, al parecer, otra persona se estaba haciendo cargo de su mujer, Seinos trató de sacarle información a la chica rubia, sin embargo, la anciana la mandó a lavar los trastes y llamó a otra; una pelirroja.

»Margot, encárgate de atender a este noble caballero.

»Si, señora.

La tipa que respondía al nombre de Margot, le dijo a Seinos que Colette había tenido un accidente con los trastes y por eso fue echada.

Si tan solo él hubiese estado ahí…

Margot también le dijo que, la otra mujer de la que la anciana le habló, era una solterona que nada tenía que ver con Colette y debido a su despido, posiblemente ya estuviese trabajando como prostituta y no valía la pena que la buscase.

»¿Colette no está en su casa? —preguntó Margot.

»No, fui a buscarla ahí, pero no la encontré —respondió Seinos—. Como si se hubiese desvanecido.

»Mmmm, entiendo. Entonces, el asunto es por el hermano de Colette.

»Sí.

»¿Ella no está en problemas o sí? Creo que con ser despedida de aquí… y ahora el asesinato de su hermano. Pobre chica.

»Claro que no, ella no está en problemas.

Margot inhaló profundo.

»Le diré qué hare. Por años he sido amiga de Colette, creo saber algunos sitios donde podría estar. La buscaré y le daré esa noticia.

¿Ahora resulta que Seinos iba a dejarle algo tan importante a una mujer como ella? ¡Era él quien debía notificarle la noticia a Colette y permitirle desahogarse en llanto en sus brazos!

»Temo que sería mejor que lo hiciese yo, verás, también la conozco —dijo con la voz temblándole un poco por el enfado que no quería demostrar.

»Sí, pero considero adecuado que no se moleste por eso y le dé su pésame en la cremación —ella se vio muy triste, pero Seinos no supo si creerle; hasta donde él sabía, nadie además de él mismo, podían hacer algo por Colette—. La pobre estará muy desahuciada y yo suelo tener la habilidad de animarla. No se preocupe, déjemelo a mí. Además, usted ha de estar muy ocupado.

A punto de decirle a esa ignorante mujer que era su pareja y quien debía velar por ella ahora que Cardenett no estaba era él, Seinos fue interrumpido por Argol, quien se levantó de la mesa y se dirigió hacia ellos, acompañado de otros santos, que seguramente fueron enviados para llevarlos de vuelta al Santuario.

»Hombre, hay que irnos; tenemos trabajo —dijo Argol fastidiado—, que mal que ni siquiera pudimos comer.

Él, harto de no poder encontrar a su futura esposa y no poderse negar a cumplir con su trabajo, se volvió hacia la zorra pelirroja.

»Dígale a Colette que mañana se efectuará la cremación; debe ponerle a su hermano un par de monedas para el barquero.

»Se lo diré cuando la encuentre.

«Y más vale que lo hagas, perra» había pensado, completamente furioso.

Ya entrada la madrugada, y con apenas unos cuantos minutos de sueño, Seinos partió con Argol para presenciar la ejecución del criminal; de nuevo, ahí estaba Gateguard de Aries junto a otros hombres vestidos de oro. El Patriarca estaba presente, pero no la diosa Athena, quien seguramente estaría en sus aposentos haciendo… cosas. Quién sabe. Todo lo relacionado a la deidad sólo era noticia para los santos dorados y ya.

Arrepintiéndose un poco de no haber intentado hablar con el sujeto (más bien, no haber podido interrogarle sobre Cardenett) que, hasta el fin de sus momentos, mantuvo una sonrisa sínica en su cara, Seinos miró cómo la cabeza de este le era desprendida de su cuerpo gracias al filo de un hacha que cargaba un ejecutor vestido de plata cuyo nombre Seinos desconocía.

Sin embargo, fue algo mínimo que dejó ir; Cardenett estaba muerto y ya. Ahora, el saber del paradero de su mujer estaba en su lista de prioridades.

Pasada la ejecución, dos santos de plata se llevaron el cuerpo y la cabeza, seguramente a una fosa; y él fue libre por las próximas horas.

Volvió a la cantina, o taberna, lo que sea que fuese ese sitio; pero ya no vio a la tipa pelirroja. De hecho, el lugar estaba cerrado.

De nuevo, tendría que esperar.

Apenas los rayos del sol iluminaron Rodorio, Seinos hizo su entrenamiento como normalmente haría; fingiendo estabilidad a los ojos de Argol, partió sigilosamente hacia ese establecimiento, pero todavía no abrían; irritado, caminó por algunas calles, evitando a los inútiles civiles que se le cruzaban.

De pronto, y como si Zeus le diese algo de calma, Seinos vio a la mujerzuela pelirroja acompañada de la estúpida rubia. Ambas caminaban mientras hablaban.

Su primer impulso fue el de estrujarle el cuello a la puta esa y hacerla decirle dónde estaba su mujer, sin embargo, contuvo ese instinto y sigilosamente las siguió. Con algo más de suerte, ellas lo llevarían hasta donde estaba Colette.

Las mujeres caminaron hacia un montón de puestos, pero no compraron nada. Hablaron de irrelevancias durante casi todo el camino, sin embargo, Seinos por fin escuchó lo que había estado esperando.

»¿Y qué crees que hará Colette? —preguntó la rubia—. ¿Crees que Luciana le haya dicho lo de su hermano?

»Tiene qué —respondió la pelirroja—, es su hermano; bueno o malo, es su deber asistir a su cremación.

«Y cuando lo haga, yo estaré esperándola» había pensado, yéndose, de vuelta a su casa.

El nombre que habían pronunciado (Luciana) se le quedó grabado. Así que Colette estaba con una mujer. Eso le calmaba un poco, pero no lo tenía del todo tranquilo ya que ella sólo estaría completamente a salvo con él.

Creyó que la vería en la cremación, lamentablemente justo… ¡justo en ese momento! ¡Otro imprevisto! Él y otros santos debían hacer guardia nocturna; su zona de vigilancia estaba al lado opuesto al del evento.

Jamás había maldecido tanto en su vida como aquella noche.

Una oportunidad perfecta para reencontrarse con su amada y el destino volvía a interponerse.

De vuelta al presente…

Seinos continuó su camino por el desierto solo, traspasó las inclementes arenas y llegó al primer pueblo griego, donde dormiría en una posada.

Si el sin armadura había llegado ahí mismo o se había perdido, no era asunto suyo.

Seinos se instaló en el cuarto que usaría por una noche; por la mañana, retomaría su rumbo hacia Rodorio.

Acostado bocarriba con sus brazos tras su cabeza, se preguntó si esa agradable posada sería un buen sitio para llevar a Colette. Seguramente, Cadenette nunca la llevó a otros sitios, más allá de esa mugrienta casa, la cual, hace poco había visto siendo ocupada por una familia entera.

Todavía recordaba cómo había sido su encuentro con el tipo ese.

»¿Quiénes son ustedes y por qué ocupan esta casa? —preguntó enojado, calmándose lo más que pudo para no echar a toda esa gente de ahí.

»¿Y se puede saber quién es este bastardo? —replicó el hombre con sobrepeso que le veía despectivamente.

»Soy un santo, así que será mejor que cuides tu lengua o te la haré tragar.

»¿Un santo? ¿Y dónde está tu armadura? ¿Acaso no la necesitas para andar por ahí amenazando a los civiles que se supone deberías estar cuidando? —replicó, afuera de la casa de los hermanos—, a propósito, gran trabajo hicieron con ese asesino —soltó con sarcasmo—; dieciséis muertos bajo sus narices. ¿Y así quieren que todos pensemos que son aptos para enfrentarse al dios Hades? ¡Vamos! ¡Lárgate de mi propie…!

Seinos usó su habilidad para crear ilusiones para meter al imbécil a un mundo oscuro donde sólo ellos dos estaban; y él, simple humano sin el mínimo conocimiento de su pequeñísimo cosmos, no podía hablar o moverse más.

»Tienes diez segundos antes de dejar de respirar —masculló furioso—, ¿por qué estás ocupando esta casa?

Atrapado en la ilusión, el hombre le mostró sus memorias.

Una mujer gorda hablaba con él acerca de permitirle vivir en esa casa con tal de que pagase mensualmente un monto justo por su estadía. Vio a la mujer cerrar el trato con el tipo que poco a poco iba desmayándose, y cuando por fin pudo hacerse un retrato mental de ella, permitió que el sujeto viviese un día más. Lo liberó de su ilusión. El hombre cayó al piso, agitado y asustado.

»Gracias por su colaboración —le dijo Seinos, marchándose de ahí buscando a quien pensaba, sería la tal Luciana.

¿Quién diablos se creía esa escoria para poner en renta una casa que no era suya? De hecho, como prometido de Colette, esa propiedad era suya. ¡Suya! Así como lo era la chica.

Rodorio era un lugar medianamente grande, con muchas casas y pobladores; sin embargo, no abundaban las gordas y si las dos putitas de la taberna conocían a esa obesa, que tal vez, tenía alguna relación con Colette, entonces era cuestión de tiempo para hallarlas por medio de ellas.

«Aunque, sigo sin entender por qué carajos siempre lo he visto a él merodear por ahí» pensó Seinos, durmiéndose por un corto tiempo.

Sin sueños, sin deseos de descansar hasta hallar a Colette.

Por la mañana, Seinos pagó su muy corta estadía luego de asearse un poco; volvió a retomar su marcha, ya olvidando que había un sujeto por ahí que seguro se había perdido en el desierto.

Volviendo a retomar sus pensamientos y dudas.

Seinos se preguntaba por qué sentía la presencia de Gateguard de Aries en Rodorio a altas horas de la noche. ¿No se suponía que su trabajo como santo dorado era el de cuidar su propia casa?

Guiado por su curiosidad, una vez quiso seguirlo, pero muy pronto fue descubierto por el maldito desgraciado.

»¿Por qué estás siguiéndome? —le preguntó sorpresivamente a sus espaldas. Seinos tuvo que admitir que no vio venir eso. Él había estado bastante lejos del sujeto, ¿cómo pudo Gateguard saber dónde estaba y posicionarse justo atrás si había una distancia prudente entre ambos?

Por primera vez pudo percatarse de la gran diferencia de velocidades y capacidades que tenían los santos dorados de los de bronce.

»No soy una amenaza, señor; sólo quería saber si ocurría algo malo y ver si podría serle de ayuda —mintió lo más descaradamente posible. Gateguard, con su sola mirada, le dijo que no le creía una sola palabra, pero por alguna razón, lo dejó ir.

»No necesito nada de seres inferiores; lárgate.

Debido al reglamento, y porque no quería al santo poniendo sus ojos sobre él, Seinos se fue por esa ocasión a su casa.

Sin embargo, las noches siguientes, Seinos se percató de que Gateguard merodeaba la zona a la que él también se dirigía; se quedaba cerca de ahí por un rato y luego desaparecía.

¿Qué hacía y por qué? Seinos no comprendía nada, sin embargo, con el fin de ponerse a salvo de cualquier incriminación que a ese desgraciado se le ocurriese para joderlo, tuvo que detener su búsqueda nocturna en busca de Colette.

Los días eran perfectos, pero no todos ellos los tenía tan desocupados como para perseguir por horas y horas a un par de mujeres.

En su momento, Seinos pensó en volver a la taberna y sacarle información a la furcia pelirroja como había hecho con el hombre que habitaba en la casa de los hermanos, pero pensó que eso sí sería sospechoso considerando que no podía ir atacando civiles sólo porque sí, podría inculparlos por algún crimen, pero eso llevaría tiempo y eso era algo que ya no quería desperdiciar. Ser degradado de puesto por sacarles información a un par de ratas, no le hacía la menor gracia y no iba a arriesgarse tanto estando tan cerca de hallar a su mujer.

Los días… las semanas pasaron, su malhumor se hizo notar y Argol no tardó en preguntarle.

»¿Qué te pasa a ti últimamente? Parece que todo te molesta.

»No me pasa nada —trató de eludir, pero Argol no se detuvo.

»Oh, vamos. ¿Crees que soy idiota?

»Un poco, sí. —Seinos pensó que con eso, Argol se ofendería, le devolvería el insulto y se iría, pero su respuesta sólo le hizo sonreír inquisitivamente.

»¿Qué diablos has estado haciendo por las noches, eh?

»¿A qué te refieres? —le preguntó molesto.

»Por alguna razón has dejado de hacerlo, pero hace no mucho estuviste saliendo de tu casa a merodear el pueblo. ¿Por qué?

»¿Necesito razones para proteger Rodorio durante las noches?

»No, pero te conozco bien, y sé que no hay una razón desinteresada para que lo hagas.

»Estás loco.

Queriendo quitarse a Argol de encima y seguir su camino, Seinos trató de desviar la conversación un rato más, sin embargo, al girar la vista… ¡la vio!

Dejando a Argol con la palabra en la boca, Seinos siguió a Colette; se acercó lo suficiente para asegurarse de que fuese ella.

«No puede ser, la encontré» se dijo repentinamente feliz y aliviado.

Justo cuando la miró dirigirse al nuevo restaurante y se pensó en presentarse ante ella para que todo volviese a la normalidad entre ellos…

»¡¿Qué te pasa, eh?!

»Cállate, idiota —le espetó fastidiado, mirando a Colette entrando al establecimiento con una sonrisa en su rostro, para con diferentes personas; unas cuantas mujeres, y un hombre, un hombre joven.

Sintiendo algo muy adentro de él estrujándose fuerte, Seinos apretó los puños de rabia al ver a su Colette reírse de algo que ese imbécil dijo.

«¿Quién es ese bastardo?»

»¿Ya despertaste? ¿Me vas a invitar el desayuno, o qué? —preguntó Argol, cruzado de brazos.

Volviendo a dejar a su amigo con las palabras en su boca, Seinos, percibiendo una repentina falta de oxígeno, partió de ahí.

Necesitaba calmar su cabeza, enfriarla.

¿Por qué? ¿Por qué Colette estaba ahí rodeada de extraños? ¿Rodeada de hombres? ¿Acaso no era suficiente deshonra para él, su futuro esposo, que ella se haya prestado para ser una puta más en una horrible taberna?

»Oye, ¿estás bien?

Seinos negó con la cabeza ante el llamado de Argol.

»Seinos… comienzas a preocuparme. Desde la cremación has actuado como un obseso, siempre buscando… algo y enfadándote por todo.

»¡¿Y cómo quieres que esté si mi mujer está allá abajo deshonrándome?! —exclamó furioso.

Ante tal situación que le superaba, Seinos tuvo que serle honesto a su amigo; tuvo que decirle que él había estado en la búsqueda de Colette (la chica de la que le había hablado antes) desde que encontró el cuerpo de su hermano en aquella fosa de cadáveres; y de todo lo demás también.

Le habló a Argol del romance nocturno que ambos sostenían. Del deseo de tenerla exclusivamente para él porque Cardenett ya le había cedido ese derecho sobre ella. De la ansiedad que aumentaba con cada noche que no la tenía entre sus brazos. ¡Le dijo todo lo que sentía!

»Así que tu mujer —musitó Argol—, ¿y qué te ha impedido hablarle si ya sabes dónde está?

»No lo entiendes —dijo Seinos, triste por verla tan feliz con otra gente—. Ella parece haberme olvidado, no puedo creer que esté tan contenta rodeada de extraños… es como si me hubiese dejado a mí de lado.

»Entonces, ese supuesto amor sólo venía de tu lado; ánimo, vamos a beber un poco.

En su intento de quitarle el enfado, la tristeza y la indignación, Argol llevó a Seinos a una cantina; Seinos no solía beber demasiado ya que no le gustaba perder el control sobre sí mismo, sin embargo, tan agobiado y cansado estaba, no le importó abusar por primera vez del alcohol.

Otros santos y sin armaduras se les acercaron; todos bebieron. Seinos no recordaba de quién había sido la idea, si suya o de Argol, pero alguno propuso ir a ese restaurante; claro, Argol a medio camino se desmayó y otro chico se ofreció a llevárselo a su casa mientras los otros se iban junto con Seinos.

Ya en el restaurante, por mucho que la buscó con su mirada, Seinos no vio a Colette, la buscó girando la cabeza de un lado y otro mientras sus acompañantes pedían comida con el único fin de masticarla un poco sin pagar un solo centavo por ella.

Luego de un par de tazas de café, Seinos recuperó algo de sí mismo, viendo al tipo… ese con el que su Colette había estado riendo, y no pudo contenerse.

Si lo mataba, por el ajetreo de afuera, nadie se daría cuenta.

Su plan inicial fue ese.

Matarlo y huir de ahí aprovechando que los otros idiotas con los que había estado bebiendo alcohol se encontraban todavía bajo los efectos de este, haciendo desastres. Podría inculpar a cualquiera de ellos si eso quería.

Seguro de tener el plan perfecto, Seinos se levantó de su silla dejando a sus ebrios compañeros haciendo ruido en el sitio y se dirigió hasta él.

»¡¿Qué carajos?! —exclamó antes de que Seinos alzase una mano en su dirección, apuntando a su cabeza con el dedo índice.

»¡Intrusión mental total! —exclamó el nombre de una de sus más grandes técnicas de ilusión y dado a que no estaba luchando contra un enemigo cuyo cosmos estuviese siquiera despertado, la mente del sujeto quedó a su merced—, muy bien, ahora, vas a decirme todo lo que yo quiero saber —dijo cerrando la puerta tras él con su otra mano.

»¿Qué deseas saber? —musitó el dueño del restaurante, con su mirada perdida, pero con sus secretos al descubierto.

»Colette —se acercó amenazante—. ¿Cuál es tu relación con ella?

»Ella es… mi… empleada.

»¿Y qué más? —gruñó cerca de su rostro, dispuesto a arrancarle la cabeza.

»Sólo mi empleada… nada más que eso.

Debido a la eficacia de su técnica de control mental para sacar cualquier verdad de la mente que haya logrado penetrar, Seinos exhaló un poco aliviado.

Así que él no la deseaba ni había nada entre ellos. Bien. Solo eso había salvado el cuello de ese imbécil.

»¿Desde hace cuánto es tu empleada?

»Menos de un mes.

»¿Cuando fue despedida de la taberna?

»Cuando mi amiga la recomendó.

»¿Qué amiga?

»Luciana.

¿Quién?

Frunciendo el ceño, Seinos mantuvo su técnica sobre él.

»¿Quién es Luciana?

»Una mujer buena, ella protege a Colette desde que su hermano murió por el asesino del bosque.

«Soy yo el que debe protegerla, ¡yo!» Seinos mantuvo cierta calma antes de proceder—, ¿qué es esa Luciana de Colette además de su… protectora?

»Nada más… que yo sepa.

De pronto, una nueva pregunta azotó la cabeza de Seinos.

»Esa mujer, ¿también trabaja en la taberna?

»Trabajaba… fue despedida.

»Así que ella es la otra empleada que… —musitó para él mismo, luego volvió al hombre que seguía bajo su control—. ¿Dónde vive Colette ahora?

»Vive en una posada cercana al río, acaban de mudarse ahí.

»¿Colette… vive con algún hombre además de esa mujer? —preguntó un poco temeroso; una mujer no suponía un gran desafío, pero un hombre podría significar perder el corazón de Colette.

»No, viven solo ellas.

Ya más calmado al saber que Colette estaba más cerca de lo que creía, Seinos hizo sus últimas preguntas.

»¿Dónde está ella ahora? La vi aquí hace no mucho.

»Dijo que había tenido un mal presentimiento, se asustó y se fue.

Eso no tuvo sentido para Seinos, lo lógico sería que Colette tuviese un buen presentimiento, ya que él la había encontrado finalmente para llevarla a casa.

»¿Un mal presentimiento?

»No sé a qué se refería, pero se fue rápido.

»¿Sabes a dónde?

»No.

»¿Crees que haya ido a esa posada?

»No tiene otro sitio a donde ir.

Lo tenía.

Colette tenía una casa que aguardaba por ella.

Sacando de la cabeza de ese hombre la imagen de la mujer de la que le había hablado, siendo justamente la misma vieja gorda que había estado poniendo en renta la casa de los hermanos, Seinos decidió inhalar profundo, retirarse y esperar a que el alcohol saliese por completo de su sistema, y montar un plan.

No debía ni podía matar a nadie, su título y prestigio como santo podría peligrar debido a eso. Este tipo iba a ser una excepción si es que tenía algo que ver con su mujer, sin embargo, era posible que el verdadero problema de todo fuese aquella mujer.

Ahora que Seinos lo pensaba, sabrán los dioses qué cosas le habrá metido esa gorda en la cabeza de Colette para tenerla consigo, en esa posada, y de ese modo, conseguir dinero fácil poniendo la casa de ella y Cardenett en renta.

Sí, seguro era eso. Esa gorda maldita era el problema. Seinos se dijo que debería castigarla por aprovecharse de una joven inocente e ingenua; y eso haría.

Pero primero…

Hizo otra técnica de ilusión: "sueño perpetuo", en el cual, Seinos nubló su apariencia con la de su amigo, Argol para confundir al dueño del restaurante. De ese modo, deshizo su "intrusión metal total" con el fin de montar un numerito donde, usando la imagen de Argol, le daría un buen susto a ese tipo… y a esa mujer. Ambos estarían avisados de que alguien sabía que Colette estaba siendo cuidada en contra de su buen juicio, pero les daría una sorpresa al enterarse de quién era en realidad… cuando fuese el momento adecuado.

Una vez hecho esto y se fue, se dio a sí mismo 3 minutos de ventaja (en los que el dueño se había quedado de pie, perdido en su mente revuelta) mientras salía de la oficina del sujeto. Por suerte para él, salió justamente cuando otros santos llegaron al restaurante a calmar a los revoltosos borrachos.

Debido al uso de dos técnicas avanzadas de ilusión, seguramente los recuerdos del pobre sujeto sobre su encuentro con Seinos estarían un poco dispersos y confusos.

Para el tipo, sus memorias (esa discusión falsa, por ejemplo) serían completamente reales, por lo que…

«Lo siento, Argol… cualquier cosa que pase, te culparán a ti» se sintió un poco mal al usurpar la imagen de su amigo para hacer amenazas a un civil, sin embargo, él no podía arriesgarse tanto, no ahora que estaba tan cerca de llegar hasta Colette y convencerla de que estar a su lado era lo mejor; luego, juntos, levantar cargos en contra de aquella mujer por manipulación al hacerla huir de su casa y seguramente, hacerse con el dinero de la renta de la misma.

El sentimiento de culpa hacia Argol le duró poco cuando se percató de dos figuras acercándose a la posada, donde él se había estado dirigiendo con el fin de reencontrarse al fin con Colette y tratar de hacerla volver a sus cinco sentidos.

Tuvo que ocultarse para saber qué pasaba.

Porque Colette no sólo no estaba andando sola hacia la posada, sino que su acompañante era un jodido santo de plata.

¡¿Por qué un santo de plata?!

Y no cualquier santo de plata… ¡maldición! ¡Un maldito santo de plata cuyo hermano gemelo era el santo de cáncer!

Ocultando su cosmos lo mejor que pudo, se quedó cerca, pero no tanto como para ser visto por alguno de ellos.

Su Colette estaba llorando, ¿por qué?

¡Maldición! No pudo oír nada.

De pronto, como si el destino estuviese interviniendo de nuevo para retrasar su reencuentro con Colette, su cosmos fue contactado por Argol. Quería verlo.

Aguantando un grito, decidiendo alejarse por el momento, encontrando un pequeño consuelo en el hecho de que al menos ya sabía dónde estaba Colette y esa otra mujer, Seinos se marchó con mucha discreción y se dirigió hacia donde Argol se hallaba, en su casa, todavía en estado de ebriedad, pero no tanto como para no hablar con fluidez.

Ahí, su amigo le comunicaría que ambos tenían misiones.

¡Maldita sea!

¡¿En serio?!

Argol debería partir hacia Cairo por una misión de reconocimiento junto a algunos sin armaduras; por otro lado, Seinos y otro pequeño equipo de sin armaduras serían despachados hacia Tebas ya que recibieron el comunicado de la sustracción de un tesoro de la diosa Athena.

»¿Estás bien, amigo? —preguntó Argol, masajeándose la sien derecha.

»Claro que estoy bien, solo un poco ebrio, como tú —le dijo con seriedad.

»Y… ¿qué harás con esa chica? ¿Ya te resignaste? —Seinos no le respondió—, mira, ni siquiera sé por qué estás tan afanado en encontrarla, ¿para qué? ¿Cómo para qué quieres hallarla? ¿Para casarte? —Argol chasqueó la lengua; el silencio de Seinos fue muy clara por lo que él resopló con fastidio—. Ay, dioses, sé realista. Con la resurrección de Hades tan cerca de nosotros, ¿de verdad crees que podrás formar una familia con ella y disfrutarla? Tal como van las cosas, seguro nosotros seamos los primeros en morir.

»¿Y? —gruñó.

»¿Cómo que "y"? ¿Acaso piensas dejar a una muchachita embarazada o con hijos sola pasando por los estragos que deja una guerra? Quizás un santo de plata o de oro tenga un monto de oro y joyas que pudiese heredar a alguien, ¿pero nosotros? Apenas tenemos para subsistir.

»Ella podrá salir a delante, es muy fuerte —él en el fondo no quería morir en esa guerra dejándola, seguramente como Argol dijo, embarazada o con hijos en medio de lo que quedase luego de la guerra, pero si ese era el destino de Colette y el suyo, que así fuese—. Yo sólo quiero casarme con ella y vivir en paz a su lado… hasta que todo dé inicio.

Cuando vio a Argol poner los ojos en blanco, Seinos resopló.

»No me trates como si te tenga que pedir permiso, Argol. Quiero qué vuelva a mí. Porque ya no hay tiempo para los dos. ¿No lo entiendes? ¡Ella es la única mujer que he amado así! —le exclamó enfadado, luego inhaló profundo, reponiéndose—. No importa, ya sé dónde está y… sé que si hablo con ella, Colette recapacitará y al fin nos casaremos.

»¿Y si no lo hace? —preguntó mordaz—, ¿y si no quiere casarse contigo?

Mirándose a los ojos, Seinos apretó sus puños.

»Lo querrá… y lo hará; yo me encargaré de eso.

Argol no lo entendía, pero Seinos buscaba ser feliz al lado de Colette hasta que la maldita guerra explotase. Quería hacerle el amor todas las noches (como había estado haciendo desde hace poco) y verla pariendo a sus hijos. Claro, si es que ella no estaba embarazada ya luego de aquellas noches.

Si él moría, su legado viviría a través de sus descendientes.

Mientras andaba dejaba otro pueblo griego, sintiéndose cada vez más cerca de Colette; Seinos pensó en el tiempo perdido y en todo lo que compartirían ambos cuando volviesen a verse como era debido.

Esa mujer, Luciana, le habrá metido ideas con el fin de ganar dinero fácil; la habrá manipulado con seguridad. Quién sabe si habrá intentado envenenar a Colette en su contra para impedir que ella lo esperase en casa como debería haber sido, pero… muy pronto, Seinos y ella estarían juntos.

Si para eso él tenía que mancharse las manos y desaparecer a ese insignificante estorbo, civil o no civil, lo haría, total, un testigo ocular ya tenía una imagen a la cual culpar en ese caso y no era la suya.

«Lo siento, amigo» pensó Seinos en Argol, traspasando aquella mañana las fronteras de Rodorio, sosteniendo en su mano derecha la bolsa vacía, luego de haber dejado en manos de un mensajero confiable del Santuario, el brazalete de Athena, quien iría a Rodas a ponerla en la estatua de la diosa; su trabajo ya estaba hecho, y lo mejor de todo era que había terminado con ello antes de lo previsto.

Estaba de vuelta por fin.

Parpadeando con lentitud, Seinos de pronto sintió una imponente presencia acercándose con mucha velocidad, pasando justo por su izquierda.

Todo sucedió en un segundo, pero para ambos fue como si el tiempo se paralizara justo cuando estuvieron lado a lado.

Al dirigir sus ojos hacia la figura alta, encapuchada que salía de Rodorio, con una Caja de Pandora sobre su espalda, cubierta con una manta que impedía que esta delatase su identidad como santo, este extraño le devolvió la mirada de reojo.

Ni uno ni otro dejó de caminar aunque se reconocieron como compañeros de la orden ateniense, por lo que, ambos siguieron cada quien su camino.

Una ventisca le movió los cabellos a Seinos unos segundos después de que el santo dorado se fuese.

A dónde sea que tuviese que ir ese hombre, debería ser muy urgente para salir de Rodorio así de rápido.

«Gateguard de Aries» pensó Seinos con resentimiento, sintiendo dicha presencia cada vez más lejana a la suya, «seguro él tiene una misión más importante que el de andar persiguiendo baratijas al desierto».

—Continuará…—


¡Lo siento!

Quisiera disculparme por si hay errores de continuidad (o de cualquier otro tipo); traté de hacer que todo estuviese bien alineado con los acontecimientos del pasado y del presente [no es por nada, pero me mareé al cambiar tanto de pasado a presente, espero que ustedes no hayan pasado por eso jejeje] para que no se me escapase ningún detalle y no tardarme tanto en relatarles la "versión" de este imbécil, sin embargo, ya estoy hasta el cuerno de revisar y revisar este capítulo D: no es por nada, pero ponerme en la piel de un infeliz como Seinos me pone mal, no sé como habrá hecho Vladimir Nabókov a la hora de hacer Lolita tomando la perspectiva de un pedófilo... ya sé que esto no se le acerca ni un poco, pero seguro sabrán la conexión entre ambas historias.

Como pudieron leer, ¡Seinos CREE que él es la salvación de Colette y en su mundillo torcido, Luciana es la mala! ¡Al cielos, qué coraje!

Sin embargo, esa es la intención de ese personaje. Seinos representa a aquellos desgraciados que justifican sus abusos con el clásico "ella no se defendió ni gritó", ¡pues no, idiota! ¡Una a veces se queda paralizada por el miedo! ¡Aaaah!

En fin, calma... calma.

Lo feo acá es que, como podrán ver, Seinos usurpó la imagen de Argol, confundiendo los recuerdos de Mateo y por lo tanto cubriéndose bien las espaldas, por lo que, Gateguard y Luciana tienen en la mira al sujeto equivocado.

A propósito, ¿qué opinan de Argol?

En un principio, pensé en hacer de Argol su cómplice, pero este no se dejó y aunque no está haciendo lo correcto al no detener a Seinos con su obsesión, tampoco lo está empeorando al ayudarlo, es más, cree que ese "amor" que Seinos le tiene a Colette es estúpido ya que pronto todos morirán en la guerra santa. Claro, él no es un ángel bajado del cielo ya que, con todas sus aventurillas, seguro tendrá uno que otro hijo regado por ahí, pero en fin, mentalidad típica masculina del siglo XVI con respecto a su libertinaje sexual.

¡AVISO SOBRE LOS NUEVOS CAPÍTULOS!

El siguiente capítulo es Luna Roja, veremos más de la perspectiva de Gateguard.

Luego, pasamos a los episodios de Eclipse Lunar, donde se mostrará todo lo que ocurrió mientras Luciana estaba inconsciente por los efectos de la cerveza rosada.

Pasaremos a la última Luna Roja (sí, ya no más capítulos de esos T_T) porque al final las perspectivas de Gateguard y Luciana van a unirse para terminar el arco de Colette (es decir, se narrará en un capítulo lo que ambos sienten y ven) y proseguiremos con la recta final del fic.

Al menos, eso tengo planeado hasta el momento, a ver si no me aparecen más sorpresas.

Disculpen la tardanza y, como dije, espero no haberles confundido mucho con lo sucedido en el presente y lo descrito sobre los recuerdos de Seinos con respecto a Colette y Cardenett.

¡Saludos a todos y gracias por leer!

Hasta el próximo capítulo.


Gracias por leer y comentar a:

Nyan-mx, Natalita07, Guest, y agusagus.

P.D: muchísimas gracias por sus buenos deseos; tanto mi gatita como yo estamos mejor. Bueno, ella al menos ya fue dada de alta, falto yo jejeje, pero ya no hay peligro para ninguna, todo bien. :D


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