LA LUNA ROJA

4



Antes de los grilletes…

Antes de aquella confesión…

Antes de la cremación…

Antes de la renegociación.



Noche

XXIV

La Penitencia de Gateguard



Después de haber dejado a esa mujer en su alcoba en Aries, Gateguard se dispuso a entrenar. Mientras se enfocaba en practicar su telequinesis con rocas de diversos tamaños, su mente se desviaba a temas más comunes, por ejemplo, la ya mencionada mujer.

Quiso saber exactamente qué había soñado y qué había ocurrido, porque… estaba un poco confundido.

Gateguard pensó mucho en lo sucedido. No estaba tan seguro de que todo lo que haya visto o imaginado, fue lo que realmente ocurrió, lo cierto es que esa mujer estaba desnuda, justo como él dejó a aquella "ilusión" que al final no lo era.

Una vez que ella despertase, ellos dos iban a tener que hablar muy seriamente del asunto.

"Sólo déjala ir" le insistió su voz interna, "no funcionará; ni siquiera pueden tratarse bien mutuamente".

Al terminar de entrenar, Gateguard caminó de vuelta hacia su hogar, ignorando dicha voz lo mejor que pudo.

Los rayos del sol apenas se visualizaban un poco al fondo, y por si su molesto "yo-enemigo", el cual le insistía porque cerrase el asunto con esa mujer y accediese a no volver a pedirle acostarse en su cama esta noche, no fuese suficiente, también se encontró a Sage, vistiendo su armadura dorada, de pie en medio de su templo.

De forma inconsciente, y para encararlo, Gateguard decidió usar su armadura también, invocándola mentalmente.

—¿Qué quieres, Sage? —preguntó mordaz.

—¿En vela otra vez?

—¿A eso vienes? ¿A molestarme? —dijo irritado, sin detener su caminata—. Lárgate.

—No sólo eso. El Patriarca me envía, quiere saber cómo estás.

Sus pasos se detuvieron cerca de Sage.

Siendo así…

—¿Qué le has dicho? —quiso saber, bajando su tono de voz.

—¿Qué quieres que le diga? ¿Qué ya puedes dormir? ¿Qué estás mejor? —Gateguard sintió un evidente tono de sarcasmo.

—No me vengas con idioteces, ¿qué le has dicho?

—Qué sigues buscando —respondió, recibiendo una mirada enojada de Gateguard—. No puedo mentirle, tú tampoco podrías. Y entiende que esto le preocupa a él también, así que no tendríamos por qué intentarlo siquiera.

—Claro, y a mí no me interesa seguir perdiendo el sueño —sarcásticamente se rio.

¿Acaso Sage no podía venir a joder cuando su mente no estuviese hecha un desastre?

—Esto es serio —espetó fuerte Sage.

—También lo soy yo —le dijo gruñendo—, y no grites en mi casa.

—No grité, hablé fuerte porque parece que, con cada día, empeoras más y parece que no te das cuenta de eso.

—Si sigues diciendo lo obvio, voy a molestarme más. Y no hables fuerte, haces que me duela la cabeza —trató de ser convincente con sus palabras, pero no era cierto; Gateguard sólo quería que Sage se callase para que no despertase a la mujer.

—Mientes —musitó Sage, esta vez, curioso.

—No miento, y si nada más viniste a molestarme te voy a pedir que te largues.

—De hecho, también vine a hablarte de una idea que tengo.

—¿Sobre qué?

—Sobre tu problema, Gateguard, pero, antes de decírsela al Patriarca, quiero saber qué opinas tú.

—¿Más menjurjes? —alzó una ceja.

Si bien, en la época en la que se llenó el estómago de ese tipo de cosas, no se enfermó, tampoco es como si quisiera volver a repetirla.

—No… algo más… drástico.

Mirándolo con seriedad, ambos se quedaron callados, y por suerte, eso fue lo mejor ya que muy pronto oyeron el sonido de unos tacones.

Gateguard no quiso hacerlo, pero su cuerpo no obedeció, se giró por sí mismo con el fin de verla.

Imperturbable, hasta orgullosa, ella cuando caminó cerca de ellos, dijo:

—Buenos días —y siguió andando rápido hacia la salida.

Mirándola extrañado, primero a ella, luego a él, Sage le dijo a su compañero:

—¿Y esa mujer?

—Métete en tus asuntos, Sage —espetó su única respuesta programada, sabiendo bien que su reacción podría traer más sospechas de Sage.

—Entérate. Resulta que lo que pase en las doce casas, sí es mi asunto —dijo, previsiblemente indignado—. ¿Quién era? ¿Acaso buscaste una prostituta?

Poniendo los ojos en blanco, Gateguard resopló:

—No. No es una prostituta.

—¿Entonces?

—La contraté para que me vigile mientras duermo, ¿contento? —incapaz de seguir oyendo a Sage sin sentir que le burbujeaba el estómago, Gateguard caminó hacia la salida de aries.

—¡Espera, Gateguard!

—¡¿Qué?! —lo miró enfadado.

—¿Consultaste con el Patriarca algo de esto? —le inquirió severo.

—Lo haré después —murmuró fastidiado; no le dio el tiempo a Sage de seguirlo molestando. Gateguard se fue de ahí.

Apenas salió de su templo, vio la silueta de esa mujer caminando entre un montón de aspirantes y santos.

Maldita sea…

¿Ahora qué demonios iba a pasar? Para joderla más, Sage venía de entrometido a ponerle otro peso encima; sí, tenía que hablar con el Patriarca, pero incluso ahora no sabía qué iba a pasar.

Sí, la camarera había accedido a dormir con él… eso antier, ¿pero hoy? ¿Qué le garantizaba que ella volvería? Volviendo a lo peor, Gateguard no sabía hasta qué punto su sueño se combinó con su realidad y tampoco sabía con certeza si esa mujer estaba ofendida, herida, o no. Él la había visto irse sin alteración, lo normal habría sido que, si algo le hubiese molestado o asustado, saliese corriendo, ¿no? Y si estaba herida o adolorida, al menos caminaría lento o por lo menos estaría sobándose sus costillas… ¿verdad?

Además, ahí estaba Sage, de haber sido "casi asesinada", ella pudo habérselo dicho a él, en busca de un refugio… ¿por qué no lo habría hecho?

Acariciándose el puente de la nariz, Gateguard se preguntó: ¿Desde qué momento comenzó a soñar?

Algo de todo eso debió haber pasado ya que ella había estado desnuda cuando él volvió de bañarse.

Carajo. Mal momento escogió su mente para empeorar, ¡¿ahora soñaba despierto?!

Queriendo encontrar una solución sin tener que actuar como (diría su maestro) una cabra loca, Gateguard se desprendió de su armadura y decidió ir a Rodorio, tomando un camino distinto y más largo, del que tomó esa mujer; aquello con el fin de enfocar su mente.

A medio camino, en ninguna parte, se preguntó qué era la idiotez que se le había ocurrido a Sage; sin embargo, dejó ir esos pensamientos cuando, caminando por el pueblo, miró a la florería. Un par de niños, una anciana y un anciano, estaban a cargo. Los mayores estaban hablando entre ellos mientras la señora se sobaba las manos, sentada en un banco viejo de madera.

El viejo, ubicado en otro banco de madera podrida, terminaba de amarrar unos ramos pequeños usando hojas largas, verdes y fuertes, como cuerdas.

Él los miró.

Los niños estaban corriendo, entretenidos en lo suyo; Gateguard desplegó su mirada hacia las flores y se entretuvo viéndolas; poco más tarde, cuanto menos se dio cuenta ya estaba caminando hacia ellos. Para su fortuna, y dada la falta de su armadura, no lo reconocieron como a un santo dorado.

—Jovencito, buenos días; ¿qué podemos ofrecerte? —preguntó amable la anciana.

—Quiero este —señaló un pequeño grupito de lirios blancos.

—¿Este? —para asegurarse de que no había visto mal, la anciana señaló el ramo, una vez que Gateguard asintió con la cabeza, ella la sacó de la cubeta de madera con agua y se la extendió—. ¿Para una dama especial? —su mismo tono de voz, amable y no malintencionada, fue lo único que la salvó de que Gateguard le dijese algo grosero.

—No —dijo serio; metió la mano en su pantalón. De sacó de ahí unas cuantas monedas de oro que tenía. Él nunca sabía cuándo iba a necesitarlas, así que era mejor estar prevenido.

La anciana tomó las monedas, sorprendiéndose.

—Ehm… espere, no cuestan tanto —lo trató de llamar, pero él no le tomó importancia y siguió caminando.

Apretando un poco los tallos bajo su mano izquierda, Gateguard se dijo que esos ancianos deberían comprarse rápido otros bancos nuevos, con lo que les sobrase del dinero que él les dio… o alguno de ellos iba a terminar por caerse y romperse algo.

Dejando ese tema a un lado, Gateguard salió de Rodorio mientras miraba los lirios y luego, con los pies hundidos en la corriente de un río, posados sobre algunas suaves piedras, le quitaba los pétalos a cada una y lanzaba todo a la corriente; desde los pétalos, hasta los tallos.

No había rabia en su actuar, sólo…

"Dándoles dinero a los ancianos no vas a calmar lo que te atormenta" se burló esa molesta voz burlona maliciosa.

Gateguard lanzó el segundo tallo al agua, y tomó el tercer lirio.

«Ya sé que no voy a encontrar redención ni dando mi vida a esta estupidez» pensó en la guerra de Athena contra Hades, al final, los dioses inmortales iban a mandar a sus guerreros a matarse, luego, volverían dentro de doscientos años para hacer lo mismo. Todos ellos, tanto los santos como los espectros, iban a morir por una causa que no iban a disfrutar.

Agarrando los pétalos arrancados en su mano izquierda, mientras rompía el tallo con la uña de su pulgar izquierdo, Gateguard se preguntó cuánta sangre iban a derramar dichos dioses para estar satisfechos, la suya, apenas iba a llenar una parte de ese mar rojo que con cada siglo iba haciéndose más grande.

Arrojó todo al agua.

¿Por qué estaba luchando tanto?

¿Qué tal fácil sería simplemente meter la cabeza al agua y llenarse los pulmones con esta?

Sería más sencillo…

—Aquí estás.

—Piérdete, Sage —dijo desairado, tomando el último lirio.

—Ehm… soy Hakurei —musitó el gemelo de Altar.

Al mirarlo de reojo, sentándose a su lado contrayendo las piernas en triángulo, Gateguard se dio cuenta de que, en efecto, era Hakurei; mas no le tomó importancia a la confusión como lo hizo el santo de plata.

—Piérdete, Hakurei —volvió su atención al agua.

—¿Peleaste con mi hermano? —preguntó, ignorando su orden.

—¿Acaso no me…?

—Te buscaba para decirte que es posible crear algo que te retenga por las noches —soltó a quemarropa, igual de serio que Gateguard, quien lo vio sin una pizca de esperanza.

—¿Ah sí? —musitó desanimado, oculto tras esa fachada de irritabilidad que Gateguard usaba para no dejar al descubierto sus emociones más débiles.

—Sí. Escucha, es poco convencional, pero…

—Sólo dímelo, Hakurei —pidió impaciente; esperándose cualquier cosa, arrojó el lirio completo al agua, siguiéndolo con la mirada hasta que se perdió.

Una corriente de viento los refrescó.

—Necesitaré más de tu sangre —dijo Hakurei.

—¿En serio? Qué sorpresa, no me lo esperaba —siendo sarcástico, Gateguard pensó en la última ocasión que Hakurei le dijo que, para darle vida a ese pedazo de chatarra, iban a necesitar de la susodicha sangre.

—No… me refiero a… casi toda tu sangre —suspiró Hakurei, no mencionando nada sobre el tono de voz de Gateguard—. Escucha, a estas alturas, el metal está demasiado débil por las pruebas que hemos hecho con él, está casi muerto, pero si se le alimenta a su máxima capacidad, es probable que obtenga la fuerza que necesitamos.

Se supone que una armadura muerta necesitaba de la mitad de la sangre de un santo; si era la de uno de la orden dorada, mucho mejor; sin embargo, el escudo no había estado totalmente muerto cuando Gateguard le dio de su propia vida la primera vez. Ahora Hakurei le pedía más.

—¿Entonces? —masculló el pelirrojo.

—Tu sangre es sólo un ingrediente… para que esto sea más efectivo… también pensé en…

—¿En?

—Usar la sangre de alguien… más.

Mirándolo de rojo, incitándole a decírselo de una buena vez, Hakurei suspiró.

—Pensaba en el Patriarca —ante esa idea, Gateguard evidentemente lo miró con estupefacción, luego con rechazo—. Pero yo tampoco quiero arriesgarlo —dijo adivinando los pensamientos de Gateguard—, así que, también imaginé que tres santos dorados podrían otorgar la fuerza de retener a uno.

—Explícate.

—Verás, como sabes, la fuerza de tres santos dorados es capaz de muchas cosas, una especialmente prohibida.

"La exclamación de Athena", sí, Gateguard lo sabía.

—Si se combina la sangre tuya, con la de otros dos, quizás… y sólo quizás, podríamos darle la fuerza al metal que éste necesita. Además, si funciona, no sólo servirían para retenerte a ti, sino a cualquier santo dorado que… ya sabes, pueda intentar atacar al Santuario —la mirada de Hakurei se tornó helada—. Te estoy hablando de forjar una prisión a modo de cadenas.

—¿Y de dónde sacarías el permiso del Patriarca para crear algo así?

—¿Crees que no la tengo ya? —Hakurei también se quitó su calzado y metió sus pies al agua.

—¿De qué hablas?

—El Patriarca me mandó a llamar hace poco y me hizo decírselo todo, incluso lo de las cadenas fallidas. Tengo su permiso de actuar, siempre y cuando la información sobre estos artefactos, quede entre pocas personas; por su puesto, nosotros dos entre ellas.

Resoplando, Gateguard apoyó sus manos tras su espalda, sobre el pasto y se inclinó hacia atrás, recibiendo el sol directamente sobre su cara.

—¿Cuándo requerirás mi sangre?

—Esta noche, de ser posible. Pero, como no quiero molestar a nuestro maestro, pensé en pedirle su sangre a mi hermano y Aeras.

Lógico. Luego de Sage, Aeras era el siguiente santo en la lista que Gateguard no quería ver metido en sus asuntos y por eso Hakurei iba a llamarlo también.

—¿Y Krest?

—¿Te has vuelto loco? —espetó Hakurei—, no. Él no. Ya suficiente peso tiene encima, no me atrevo a pedirle tal cosa.

No queriendo reconocer eso, Gateguard inhaló profundo.

—Sabes que Aeras no va a querer colaborar.

—No tenemos más alternativas, ¿sabes? —Hakurei chasqueó la lengua, saliendo del agua—. Por cierto, estaré trabajando todo el día en eso; ya veremos si Aeras colabora o no, eso déjamelo a mí; tú sólo preocúpate por invitarme la cena de hoy.

—¿Qué? —irritado, Gateguard lo vio irse.

—Y no quiero que lo cocines tú o las doncellas, quiero relajarme después de tanto trabajar; y por eso yo elijo el sito al que me llevarás —dijo en alto.

Mirándolo huir, pensando en diferentes modos de torcer su cuello con las manos, Gateguard también saco los pies del agua, concentrándose y convocando de vuelta su armadura.

Entonces…

Ya había un modo. Uno que el Patriarca aprobaba.

»Quiero cadenas —de pronto, la voz de ella le llegó como un balde de agua fría.

¿Eso habrá sido real?

Bueno, no lo descubriría ahí parado.

Siendo rápido en sus movimientos, antes de arrepentirse, Gateguard fue directamente hacia la casa de esa mujer. Le pareció extraño hacerlo cuando el sol estaba iluminando, pero trató de centrarse en lo que hacía.

Tocó un par de veces la puerta, no queriendo pensárselo demasiado. Terminaría largándose si se daba ese tiempo para eso.

Tocó otras veces más y se preguntó si debía forzar la entrada y esperarla adentro.

«No soy una rata».

"Al menos no estando consciente".

«Cállate» se dijo a sí mismo.

Esperando a que algo pasase, Gateguard se cruzó de brazos, a un lado de la puerta.

«Algún día tendrá que salir, y prisa no tengo» pensó, aferrado a tener las cosas claras con la camarera.

Tan centrado estaba en escuchar la puerta, que no se dio cuenta que ella saldría de otro lado.

—¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó ella a su izquierda, dirigiéndose directo a la puerta para abrirla con la llave que Gateguard le había dejado en su vestido.

Entonces sí era suya.

Se centró en su propósito.

—Quiero hablar contigo —dijo serio—, pero no aquí.

—Tenemos un problema porque yo sí quiero que sea aquí —abrió la puerta de un empujón. Su voz era agresiva y defensiva al mismo tiempo—. Entra o vete.

Sin pedirle permiso ni nada, ella entró a su casa como si estuviese hablándole a un tipo cualquiera, ¿acaso estaba loca? Es decir, con cualquier mequetrefe de la taberna se mostraba dulce, coqueta y fácil de tratar, ¿pero con él era una vulgar arrogante?

¿Qué diablos?

"¿Viniste a juzgarla o a rogarle?".

Rogar era una palabra demasiado fuerte.

Sin embargo, iba a tener que ceder… sólo un poco, a cualquier exigencia fuera de lugar que ella pueda hacerle.

Gateguard inhaló profundo, siguiéndola adentro de esa casa que él… ya conocía; pero era la primera vez que era invitado a entrar. Por mera educación, cerró la puerta.

Diablos, ¿acaso esta mujer tonta no pensaba? ¿Qué pasaría si alguno de sus vecinos la veía entrando con él a su casa? ¿Estaría acostumbrada a traer hombres? Porque sólo eso explicaría que fuese tan desvergonzada al hacer tal cosa. Mira que él no quería que nadie pensase que esa mujer era su prostituta, y era precisamente ella quien se ponía sola en el ojo del huracán.

Bien, que haga lo que le dé la gana.

Para más insolencia, ella no le dio la cara cuando retomó la palabra.

—Dime rápido lo que quieres. No tengo tu tiempo.

¿Qué?

A ver, a ver.

"Ni se te ocurra replicar".

Aguantándose las ganas de siquiera seguir pensando en lo mucho que le irritaba esa actitud, más viniendo de una mujer capaz de ofrecer dos caras muy distintas, dependiendo de a quién le hablaba, Gateguard la vio caminando hacia un librero, de ahí, ella extrajo uno libro, abriéndolo como si de pronto estuviese sola e hiciese eso todos los días.

«Dudo que sepas leer, deja eso y demuestra algo de educación, maldita sea» quiso decir, pero lo aferró a sus pensamientos.

Sin dejar de verla, de tratar de analizar su comportamiento, Gateguard la siguió con los ojos hasta una silla, donde ella se sentó, entretenida con el libro.

«O lees muy lento, o no sabes ni siquiera qué tomaste» pensó notando que, más que ignorarlo, estaba usando ese objeto para imponer una barrera entre ambos.

Él iba a dejar salir su duda, con respecto lo ocurrido sobre anoche, pero ella se le adelantó; cerró el libro y lo miró seria.

No.

Esa no era seriedad.

Era furia. Era desagrado. Era fastidio e indignación en su más puro esplendor.

Oh no.

—Corrígeme si me equivoco —incluso su voz tomó un matiz casi venenoso; frío; algo que Gateguard casi podría admirar de no ser porque todo aquello era dirigido hacia él—, ¿viniste para…? ¿Seguirte burlando de mí? Porque… créeme, no estoy de humor para eso ahora.

¿Para seguir burlándose?

¿A qué diablos se refería ahora?

—¿Burlarme? —preguntó confundido. ¿En qué parte él se había burlado de ella? ¿Lo había hecho? No lo recordaba.

Y aparentemente eso le costó el completo odio de ella.

Sus ojos irradiaron fuego, incluso achicó su mirada sobre él. Respiraba con esfuerzos y sus manos temblorosas sobre el libro le gritaron que ella estaba a un paso de lanzársele encima para sacarle los intestinos.

Jamás había sentido tal cosa en una débil pueblerina. Eso lo desconcertó más.

—Olvídalo —espetó dejando el libro en la mesa; conteniéndose, seguramente—, ¿qué quieres?

Sin saber qué diablos había sido eso, Gateguard fue claro.

—Quiero que vuelvas a dormir conmigo esta noche.

El silencio corto de su parte, y esa mirada… lo helaron, más no se delató demostrándolo.

—No hablas en serio, ¿verdad?

Cuando él encontró la fuerza para negar con la cabeza; ella sonrió burlona sin dejar ese estado de enfado.

—Y… ¿cómo por qué habría de hacerlo? —chasqueó la lengua—. ¿O será que acaso ahora es una orden, Santo Dorado? —musitó su posición como si soltase un insulto.

De verdad… de no ser porque esta mujer estaba claramente atacándolo, Gateguard casi podría sentir admiración por ella.

Y… de verdad… ¡¿a qué diablos se refería con eso de burlarse?! ¡¿En qué momento pasó?!

Sin embargo, esa mujer, con tan solo sus ojos, lo tenía paralizado. ¿Cómo demonios? ¿Qué clase de bruja era esta?

—Porque… —tuvo suerte de no tartamudear—, porque sólo ayer he podido dormir al menos una hora continúa, luego de varios meses de no hacerlo —suspiró—. Dime lo que quieres a cambio.

No iba a rogar.

¡No iba a hacerlo!

Tal vez… si intentaba negociar.

"¡Aaah! ¡¿Por qué no sencillamente no la amaras a tu cama y ya?!"

Callando como mejor pudo a ese molesto personaje en su cabeza, Gateguard inhaló profundo.

—Yo te expuse mis términos hace unas horas, ¿ya se te olvidó? ¿O crees que lo soñaste también?

Quedándose en blanco, Gateguard de pronto sintió el peso de todo lo sucedido anoche.

Entonces…

Entonces…

¡¿Nada de eso había sido un sueño?!

El que ella sonriese con una furia duplicada, o triplicada, ella agregó con burla:

—No me digas… ¿en serio vas a decirme que creíste que eso pasó en tus sueños?

De hecho… sí. Eso iba a decirle.

Estaba acorralado.

¡Maldita sea!

Ella por su lado, inhaló profundo, y exhaló del mismo modo. Él quiso aprovechar eso para explicarse, pero le salió algo muy diferente.

—Por eso estoy aquí —dijo apoyándose sobre la mesa—, ya ni siquiera sé cuándo duermo y cuando no.

Y como la brutal bruja que era, a ella eso no le importó.

—Compórtate como un hombre, carajo —le espetó enfadadísima—. Lo que hiciste, dormido o no, no se me va a olvidar nunca —murmuró con un odio tan palpable que le quemó—; lo hecho, hecho está. Así que… haz memoria, y céntrate en el hoy —alzó su mano derecha en un puño y aprovechando que lo tenía cerca, alzó sólo el dedo índice casi frente a su rostro—. Yo te expuse una condición… y solo una —continuó apoyándose en el respaldo de la silla, achicando su mirada sobre él, negando con la cabeza—. No hay renegociación. Ah, y, además, quiero dos disculpas.

¿Dos qué?

¿Dos disculpas?

Bien, si el asunto de haberla hecho desnudarse… a ella y no a una ilusión suya, era una ofensa, ¿por qué demonios no dijo nada? ¡¿Por qué diablos le siguió el juego?! ¡¿Acaso no se dio cuenta de lo mal que estaba?! ¡¿Y por qué no dijo nada cuando vio a Sage?! ¡Ese imbécil, con lo recto que era, seguramente le habría apoyado! ¡Pero no!

¿Y si te siguió el jueguito por miedo? ¿Y si no le dijo nada a Sage por temer que podrías vengarte?

¡Él no haría eso! ¡Y si ella le hubiese dicho que parase, sueño o no, él la habría obedecido!

"Estas jodido" le canturreó su fastidioso… lo que sea que sea.

Y como si ella de pronto se hubiese vuelto algo superior a él, no bajó su voz ni sus demandas.

—Así es, amigo, quiero dos disculpas —de nuevo hizo un puño con su mano y alzó el dedo índice—. Uno, por secuestrarme y no importarte un cuerno si me matabas del susto anoche —alzó el dedo medio—. Y dos, por ser un perfecto imbécil desde el primer hasta el último minuto —arrastró esas últimas palabras lo mejor que pudo.

Por todos los infiernos… jamás en su vida se había disculpado tanto como anoche. ¿Y esta mujer quería más?

Vaya aprovechada.

Sin embargo, montada en su arrogancia, ella bajó la mano con toda su indignación, y esperó, cruzando las piernas y los brazos.

—Como ves, no pido la gran cosa. Hasta estoy siendo generosa —sonrió maliciosa—. Por casi matarme dos veces y hacer añicos mi orgullo, estuve a punto de mandarle una queja muy larga al Patriarca y rogarle que, por favor, te mantuviese a diez millas lejos de mí.

¡Maldita sea!

¡No! ¡Eso sí que no podía permitirlo! Si el Patriarca se enteraba de lo sucedido y esta mujer se las arreglaba para hacer ver a todo el mundo su extraña y convenenciera perspectiva, el santo pontífice iba a decirle a Hakurei que ya no hiciese las cadenas; y a él, lo encerrarían de tajo en un hueco oscuro.

Tener problemas de sueño era una cosa. Capturar a una civil (ella lo había dicho: "en contra de su voluntad") para luego hacerla desnudarse en su cama…

Maldita sea. ¡Maldita sea!

Sin darse cuenta que había estado apretando los dedos sobre la mesa, considerando una fortuna no haberle hecho daño a la misma y acarrearse más problemas, Gateguard se separó de ella.

Iba a explicarle. Iba a decirle que esto se le había salido de las manos y…

Si ella le hubiese pedido parar, él se habría hecho a un lado para dejarla ir.

Lo habría hecho.

Pero… viendo esos ojos tan fríos y molestos con él, le hicieron entender a las malas que no iba a poder decirle nada de eso hoy. Ella estaba muy furiosa.

No tuvo más opción que… ceder.

Ceder a rogar.

—Bien —dijo mirando el suelo.

—Bien… ¿qué?

—Haré lo que quieres —gruñó, considerando esto una injusticia.

Qué ironía.

Se decía que eran los santos quienes se aprovechaban de su postura para, a veces, causar más mal que bien; sin embargo, no esperaba que a él le tocase esta situación inversa.

Era ella quien lo tenía en sus manos.

Sin ella, él no podría volver a dormir.

Si ella le decía media palabra al Patriarca, él sería el más perjudicado.

De pronto, sintió que la odiaba.

—Pues hazlo —susurró demandante.

La vocecita en él se rio con ganas.

"¿Listo para rogar?"

Lo peor… era que… sí. Ya estaba en un punto donde rogar no le costaba gran cosa, salvo lo poco que le quedaba de orgullo.

Tragándose cualquier cosa que pudiese sentir hacia su situación o hacia esa mujer, Gateguard decidió dejar de luchar y darle a ella esta victoria. Esta y la de anoche. Qué se las quedase, él sólo quería volver a dormir.

Se arrodilló como lo haría con el Patriarca.

Si esta mujer le pedía bajar la cabeza al suelo como lo haría un sirviente…

Él mismo se tiraría de un risco.

Afortunadamente, ella tuvo una mísera pizca de piedad.

Sin embargo, las palabras no le salían de los labios. ¿Disculparse por qué?

Bruja injusta.

—No lo alargues —dijo ella burlona y soberbia—. Te ayudaré, repite conmigo: "lamento profundamente casi haberte matado del susto anoche, y por haberte secuestrado".

«¡Bruja despreciable!» estuvo a punto de gritar, más se lo volvió a tragar—. Lamento casi haberte matado —dijo rápido, entre dientes. «Estúpida convenenciera», quiso agregar, no… estúpida ella no era; de ser así, él no estaría arrodillado implorando por su atención.

Pero, como si ella quisiera jalarle más la cola al tigre, espetó:

—¿Qué fue eso? ¿Eres un niño? Dilo bien, y sin omitirte palabras, ¿entendido? —para rematar, ella no olvidó ni una pizca de esa maldita línea—. "Lamento profundamente casi haberte matado del susto anoche, y por haberte secuestrado".

A punto de considerar el suicidio a seguir esta humillante patraña, él apretó uno de sus puños con mucha fuerza.

—Lamento… profundamente… casi haberte matado del susto anoche. Y por haberte secuestrado.

—Muy bien —la muy maldita incluso aplaudió dos veces; gozando de esto—. Ahora di: "y lamento haberme comportado como un perfecto asno imbécil. No volveré a hacerlo nunca en mi vida".

¡¿QUÉ?!

Por mucho menos insulto que eso, él le habría partido la cabeza en dos a cualquier otra persona.

Cualquier otra persona…

Alzó la vista, ella, alzando su mentón, como si se sintiese una especie de reina o algo así, le devolvió la mirada sin intimidarse como lo haría cualquier otro en su lugar.

—No abuses —le advirtió él.

—Tú abusaste mucho de mí ayer —bisbiseó como una serpiente. Y eso era ella, una jodida serpiente venenosa—. Agradece que al menos estoy considerando otra vez tu petición, de otro modo, el Patriarca ya tendría mi queja y petición sobre su mesa.

Gateguard quiso que ella fuese cualquier otro santo (o espectro) y él tuviese el total derecho e integridad para…

—Lárgate. O dilo… completo —aparentemente, sin ser consciente de lo furioso que Gateguard se sentía, ella estrechó su mirada sobre él.

No era un hombre, era una mujer. Y no era un enemigo; era una civil del pueblo más querido por Athena.

Maldito el momento en el que oyó su espantosa por primera vez.

Bajando la cabeza otra vez (porque si la seguía viendo a la cara, le diría de todo menos lo que ella esperaba escuchar) Gateguard apretó sus dos puños.

—Y lamento haberme comportado como un perfecto asno imbécil —suspiró con la garganta doliéndole—. No volveré a hacerlo nunca en mi vida —suspiró, rogando a los dioses, porque esta mujer se calmase y dejase de atormentarlo.

De pronto, la voz de ella se tornó más dulce.

—¿Lo ves? No fue tan difícil.

«Para ti, quizás» pensó con resentimiento, aun arrodillado, mirándola.

—Ahora, volviendo a mi petición original… ¿ya has conseguido las cadenas?

—¿En serio quieres encadenarme? —preguntó indignado, levantándose.

Bien, Hakurei seguía trabajando en aquello, pero nada garantizaba que terminase rápido con las cadenas una vez teniendo la sangre de tres santos dorados, o que estas, a diferencia de las otras, funcionasen.

Él quería dormir ya.

—No quiero volver a despertar contigo estrujándome el cuerpo como si yo careciese de huesos. Sí —espetó, dándole más información.

Vamos, por eso ya se había disculpado, ¿acaso no podía dejarlo?

—Eso no lo sabes —murmuró por lo bajo.

—Y no pienso descubrirlo —espetó ella sin ceder a intentarlo sin nada reteniendo a Gateguard.

¿Debería decirle que ya había alguien preparando dichas cosas?

No.

Nada más con esto, y lo de ayer, le quedaba claro que darle la mano a esta mujer era arriesgarse a perder todo el brazo.

Ella se levantó de su asiento, con una estúpida sonrisa ligera. Y como si siguiese, ¡ella!, burlándose de él, puso un dedo sobre el peto de su armadura.

—Cómo has sido tan considerado para disculparte conmigo, yo me disculpo también por lo que te dije anoche…

¿Por lo que…?

Un minuto.

Entonces… ¿ella de verdad lo llamó?

¡¿Y era ella quién pedía disculpas?! ¡¿Por qué demonios no estaba arrodillándose también?! ¡Fue ella la injusta! ¡Sí, admitía que él le pidió desnudarse, pero nunca la tocó! ¡Es más! ¡El ofendido era él ya que desde el principio ella no dejó de insinuársele como una maldita prostituta!

—Todo… y por los golpes. No suelo ser violenta ni grosera, así que no tienes que preocuparte porque lo pueda hacer otra vez.

«Es lo mínimo que espero» gruñó muy en su interior.

—Sin embargo, te voy a tener que pedir que, a partir de hoy, nos limitemos a tratarnos con el mayor respeto posible, ¿de acuerdo?

Teniendo las mejores intenciones de rebanarse a sí mismo el cuello, con el fin de desligarse de toda esta humillación, Gateguard apretó sus puños hasta que sus palmas volvieron a sangrar.

—Consigue las cadenas, ponlas bien, y esta noche cuando vengas por mí, no olvides anunciarte primero. Recuerda, tener una armadura no te hace un caballero, tener modales sí —ella caminó hasta la puerta, abriéndola para él—. Retírate, yo también quiero dormir en paz un poco.

Apenas él salió, escuchando la puerta cerrándose tras sus espaldas, Gateguard se dirigió, con la vista nublada en rojo por el coraje que sentía, a Cabo Sunión donde podría romper unas cuantas rocas sin temer a lastimar algo que pudiese costarle su puesto como santo dorado.

En serio necesitaba desquitar esa ira.

Usando cierta cantidad de fuerza (nada de cosmos) para agrietar rocas enormes con sus puños, Gateguard (sin usar su armadura) mascullaba, remendando cual niño pequeño:

—Ni olvidis aninciarti primiri —dio un puñetazo a la roca gigante—. Tinir uni armidiri ni ti hici un cabilliri, —una patada a la roca, su pierna dolió como el infierno, pero no se detuvo—. Tinir midilis sí.

Luego de destruir roca tras roca mientras seguía remedando lo que la mujer le había dicho, Gateguard puso sus puños rojizos sobre el suelo, lejos de todo el despojo que había dejado a sus espaldas.

Un poco agitado, pegó su frente sobre una de las pocas rocas altas sobrevivientes a su molestia, mirándose las manos y los pies. Ambos lados tenían un poco de sangre y moretones que él no tendría problemas en curarse a sí mismo de la forma más rápida.

Aunque ya se sentía (sólo) un poco mejor, hasta Gateguard, con la cabeza un poco más fría, tuvo que admitir que necesitaba una mejor forma de calmarse cada vez que se molestaba; una forma que no le hiciese sangrar… o hacer sangrar a otros.

Si seguía así, no tardaría en volver al recinto del Patriarca donde este le miraría con decepción, seguramente, pensando que darle un puesto tan importante como el de ser un santo dorado, había sido un error.

Gateguard no podía permitir eso.

Exhalando, buscando su calma absoluta, el pelirrojo se giró, pegó su espalda contra la roca y fue descendiendo hasta sentarse con la cabeza inclinada hacia abajo; cerrando sus ojos; meditando; respirando.

Pasó un rato así, en silencio, cuando una voz delicada lo llamó.

—Disculpe, buenas tardes —le dijo una mujer a su lado.

Pensando que se trataría de alguna viajera o comerciante, Gateguard resopló:

—¿Qué?

—Señor, estoy un poco perdida. ¿Podría decirme si el pueblo de Rodorio está cerca?

—Hacia allá —señaló el camino correcto con su dedo índice de la mano izquierda.

—Muchas gracias —dijo ella, delicada y amable.

Cuando Gateguard abrió los ojos, guiado por la curiosidad, sobre qué tipo de mujer estaría sola por este rumbo, vio a esa extraña dama encapuchada dándole la espalda. Tenía un aura humilde, caminaba descalza y sin ningún caballo o morral; lo que destacaba, sin embargo, era esa capa blanca que recién comprada, de buena calidad.

De pronto, y sin darle la cara o detenerse, ella lanzó hacia atrás en el aire, un costal pequeño con botecitos que chocaron entre ellos, mas no se rompieron de milagro; a los pies de Gateguard. Él miró el costalito y luego a la mujer, con desconfianza.

—No es nada malo, lo prometo; es solo un presente por sus molestias —dijo ella aún de espaldas, como si se hubiese dado cuenta de los pensamientos del santo.

No estaban muy lejos uno del otro debido a los pequeños y lentos pasos de la dama, así que podían escucharse bien sin gritar.

—¿Qué es eso? —la miró serio, tomando y abriendo la bolsita, descubriendo un montón de hojas secas y botecitos con miel.

¿Qué demonios?

—¿Basura? —musitó Gateguard alzando una ceja.

—No —se rio con delicadeza—. Son miel, y las ramas, se llaman "Raíces de Elíseos"; todo viene de Roma, mi ciudad natal —dijo noblemente, caminando hacia Rodorio—. Un té con ellas, ayudará a sanar un alma.

Cerrando el costalito, Gateguard chasqueó una lengua.

—Gracias, pero no las necesito —masculló dispuesto a devolvérsela.

—Quédeselas, insisto. Tal vez, algún día próximo las considere útiles —moviendo un poco su cabeza, ella lo miró por encima de su hombro.

Gateguard apenas la vio un poco a los ojos y se preguntó de dónde habría salido en realidad. Su acento podría ser fácilmente de Roma, como ella decía, pero había algo en su ser que le hacía a él desconfiar de sus palabras.

Rubia, piel pálida, ojos amarillos y una sonrisa tierna.

Sin decir nada, Gateguard la miró irse; no tenía razones para detener su andar salvo un extraño presentimiento.

Al final, se guardó el costalito con los frascos en uno de los bolsillos de su pantalón, decidiendo que más tarde los revisaría bien.

Luego de curarse solo sus heridas usando su brillante cosmos, Gateguard se dispuso a volver a su casa y darse una segunda ducha para enfriar por completo su humor.

Su cabeza era un mar de emociones cuando entró a Aries, donde, fue directamente hacia la cocina y dejó la bolsita en la mesa, abriéndola otra vez.

5 frascos pequeños de miel; 5 frascos de raíces y hojas secas. Todos los frasquitos estaban bien tapados con corchos.

Abrió una de cada una. De las raíces sacó una hoja, llevándosela a la boca para masticarla.

Su sabor era agrio, no tanto como la ruda; sin embargo, Gateguard sabía que esas raíces no era algo que hubiese probado antes.

Tal vez debería hablar con Hakurei sobre ellas ya que él y su hermano eran lo más conocedores entre los remedios y venenos a base de hiervas.

Esperando vivir para informarles sobre esto, siguió investigando.

Del frasquito de miel sacó lentamente una gota ayudándose con su telequinesis, probándola; nada anormal.

No sintiendo en lo absoluto nada de malo en ninguno de los presentes, Gateguard guardó todo en la misma bolsita y la dejó en su cocina, dándole un lugar en un compartimiento casi vacío a un lado de su botella de vino egipcio, el cual él se compró impulsivamente en una de sus misiones hace meses.

Dejando de darle importancia a su encuentro con esa mujer y a las hierbas guardadas junto a la miel en su cocina, Gateguard se sintió un poco soñoliento (lo atribuyó a lo agotador que había estado mentalmente su día hasta ahora) se limpió en su estanque, con agua caliente, y trató de mantener su mente en blanco durante un par de horas mientras vigilaba su templo.

Bostezó algunas veces estando ahí de pie. Cerró los ojos algunas veces más, percibiendo cómo su mente se iba a la nada, para luego ser traída de golpe por su cuerpo en constante alerta ante un ataque enemigo.

Se sentía tan relajado que sería capaz de quedarse dormido de pie.

Solo un par de segundos…

—¡Gateguard, ¿listo para irnos?! —exclamó…

—Carajo —masculló abriendo los ojos lentamente—, ¡Sage!

—Yo no hice nada —espetó el gemelo aludido, mientras que el otro, que iba a su lado, soltaba una carcajada.

—¿Cómo has logrado confundirnos tanto en tan pocas horas, eh? —Hakurei también sonrió con burla.

Ambos hermanos subieron hasta la entrada de Aries.

—¿Qué diablos quieren? —refunfuñó el pelirrojo.

—¿Qué más? Tú invitaste la cena —respondió Sage.

—No es cierto.

—Claro que sí —dijo Hakurei—, anda, vamos. Seguro no tienes nada mejor que hacer.

—Vigilar mi templo sí es algo que hacer, Hakurei —respondió Gateguard, queriendo deshacerse de ambos, pateándolos y verlos rodando escaleras abajo.

—Ay, por favor, estabas a un segundo de quedarte dormido.

—No es cierto.

—Sí es cierto —dijo Sage, torciendo los labios.

—No… es… cierto —gruñó cada palabra.

—Cierto o no, vamos a cenar —Hakurei se adelantó—, muévete, se hace tarde.

—¿De verdad…?

—Ya muévete, Gateguard —espetó Sage, cansado, siguiendo a su hermano—. Además, considerando todo lo que hemos hecho por ti, invitarnos la maldita cena no debería ser algo tan difícil para ti. ¿O sí?

No pudiendo argumentar nada en contra de eso, Gateguard suspiró desprendiéndose de su armadura con un destello dorado, siguiendo a los hermanos gemelos.

Los tres iban callados por las oscuras calles, sin embargo, apenas Gateguard supo a dónde se andaban dirigiendo, quiso protestar.

No estaba listo para volver a verla.

«¿Por qué aquí? ¿No conocen otro sitio? ¿Por qué les gusta fastidiarme?» a punto de ceder y abrir la boca, Gateguard miró a Sage, él se veía agotado. Hakurei, aunque mantenía su actitud animada, también se le notaba desgastado. Tuvo que sellar bien sus labios, mas no pudo ocultar su enfado (o más bien, incomodidad) al tener que volver a la taberna; o más bien, a tener que verla a ella.

Al pasar por la puerta, los ojos de Gateguard buscaron a la mujer sin la autorización del cerebro. La encontraron bastante fácil, ella también parecía extrañada de verlo ahí.

«Genial».

—Buenas noches, caballeros —saludó una mujer anciana.

Sage y Hakurei respondieron con educación, a diferencia de Gateguard quien pasó de largo hacia su acostumbrada mesa, la cual, estaba lista para él.

—Si el Patriarca viese tus modales, diría que algo no se te quedó bien grabado.

—Cállate, Hakurei —masculló Gateguard.

—¡Oye…! —espetó Sage, pero luego cayó en cuenta de que esta vez sí había dicho el nombre correcto y se calló.

Hakurei se rio de la situación, sentándose junto a su hermano, en frente a Gateguard.

Lo que le pareció raro a Gateguard fue que la camarera llevase vasos con agua a la mesa; bien, él mismo había pedido que al sentarse, solo le llevasen la comida y ya, por lo que ella se limitaba a hacer precisamente eso, por ese motivo a Gateguard le pareció raro ese gesto tan cordial, ¿sería acaso porque estaban Hakurei y Sage acompañándolo?

—Hace tiempo que no venimos aquí, ¿no es así?

Sage le respondió a su hermano, hablando de lo que pedirían.

Gateguard, por su lado, veía fijamente a sus compañeros de armas, y aquellos que, muy para su desgracia, consideraba sus propios hermanos… lo que significaba que, pasara lo que pasara entre ellos, él moriría por ambos si tuviese que hacerlo.

«Un minuto. ¿De dónde salió ese sentimentalismo?» se preguntó asqueado.

—¿Y qué cenarán hoy, caballeros? —preguntó ella, amable.

Ya en serio. ¿Ella hablaba así porque Sage y Hakurei estaban presentes?

Así que seguía con las viejas costumbres que irritaban a Gateguard, ¿eh?

—Lo de siempre —masculló irritado por oírla hablando de ese modo tan servicial con otros hombres.

Seguro tras esa amable actitud, ella seguía maldiciendo su nombre. Lo peor, es que Gateguard no podría culparla si lo hacía.

—¿Y ustedes, guapos?

Cubriendo su cara con su cabello, pero poniendo sus ojos en blanco, Gateguard inhaló profundo.

¡¿Lo ven?! ¡A eso se refería!

¡¿Por qué ella no era así de amable con él?! ¡¿Acaso ese par de idiotas le dejaban dinero extra por servirles también?!

Calma… calma…

Tragó saliva, volviendo a inhalar profundo.

—¿Hay moussaka en el menú? —preguntó Hakurei.

—Hay lo que usted desee, mi señor.

Gateguard trató de calmarse mientras oía como ella soltaba risitas… para Hakurei.

—¿Y qué me dice usted? —preguntó esta vez a Sage.

—Lo mismo que mi hermano.

—¿Y para tomar?

—Lo de siempre —masculló Gateguard alzando un poco la cabeza, pudiendo deshacer la mueca fruncida de su rostro poco a poco a base de respiraciones lentas y profundas.

—Ouzo para nosotros dos —dijo Hakurei.

—Muy bien, ya mismo les sirvo.

Una vez que la mujer se fue, Gateguard desvió su atención hacia la ventana, no pudiendo evitar seguirla con la mirada sin llegar a ser demasiado obvio para Sage y Hakurei.

—Estaba hablando con mi hermano —Sage empezó a hablar, distrayendo a Gateguard—. Y estoy de acuerdo con ofrecer mi sangre para… ya sabes.

—¿Cómo dices? —apartando a la camarera de sus pensamiento, el pelirrojo miró a los gemelos.

—Así es, y el otro será Aeras —informó Hakurei.

—¿Qué? —Gateguard frunció el ceño—, ¿por qué él?

Su relación con el santo de sagitario no era mala, pero tampoco era la mejor. De hecho, por el bien de ambos, Gateguard y Aeras se evitaban.

—Porque se lo pedí —dijo Hakurei con normalidad.

—¿Y cómo por qué se lo pediste a él? ¿En serio no había nadie más? —quiso saber.

—No había nadie más, Gateguard —respondió Sage, por su hermano.

Suspirando, Gateguard se pasó una mano por su rostro.

—Vamos, no será tan malo —trató de animar Hakurei—. Aunque, como seguramente te imaginarás, esto debe ser un total secreto. Así que hablemos de otra cosa, ¿quieren?

Los tres se quedaron callados por un rato hasta que la camarera volvió con las bebidas.

—Aquí tienen —dijo, dejando la cerveza para Gateguard y el ouzo para los hermanos—. ¿Algún aperitivo mientras está lista su comida?

Hakurei iba a hablar cuando de pronto un estruendo ruido llamó la atención de medio mundo.

—¡Torpe! —gritó con burla uno de los hombres al fondo, el cual Gateguard miró con seriedad.

Con lentitud y como si todo para él fuese en cámara lenta, deslizó sus ojos a muchas personas. Tantos hombres riéndose; las camareras incómodas, sin poderse mover. Otras riendo, notablemente sin sentir gracia.

La jovencita que había tenido el accidente apenas y podía moverse estando en el suelo. Gateguard iba a levantarse de su lugar, seguro se habría hecho un terrible daño.

—Perdonen.

La voz de la camarera lo despertó al mismo tiempo que su figura se alejaba de él para ir corriendo por la chica.

Teniendo la sensación de que sus pies, por medio segundo, se habían perdido el suelo, Gateguard se llevó una mano a su rostro, tocándose los ojos por encima de sus párpados.

—¿Estás bien? —le preguntó Sage, en voz baja.

—Solo un poco mareado —dijo sintiéndose de verdad así. Inhaló profundo, mirando de reojo a la camarera, que, ayudando a la muchacha, discutía algo con la anciana que les había recibido a ellos en la puerta.

Ambas mujeres hablaron por un momento; al final, la anciana se llevó con rudeza a la joven rubia. Gateguard observó eso así como a la camarera que veía con pena esa escena. Pronto, una cuarta mujer se acercó; ella iba con un balde de agua y un trapo en manos, le dijo algo a la camarera regordeta e inmediatamente se puso a levantar los pedazos de barro y limpiar todo rastro de suciedad por los rastro de comida.

Como ya le había sido costumbre, Gateguard desvió su mirada por un rato cuando la camarera se giró hacia él; al mirarla otra vez, notó que ella había formado una mueca falsa de tranquilidad. Sus labios temblaban un poco, sus ojos estaban casi cerrados y veía con nervios el suelo.

Seguro estaba preocupada por esa chica.

—Perdonen, ya todo está en orden.

—¿Ella estará bien? —preguntó Hakurei, serio.

—Espero que sí —musitó desairada.

Gateguard quiso decir algo…

No sabía qué, pero no le gustaba esa situación; algunos hombres seguían riéndose mientras señalaban el sitio donde la chica había resbalado.

—Cada vez que veo este tipo de cosas me hace pensar que el hombre sigue siendo el animal menos civilizado del mundo —musitó Hakurei.

Sage reprendió a su hermano diciendo que no por unos cuantos imbéciles debían juzgar a todos; pero en parte, Gateguard le dio la razón a Hakurei.

Los tres comieron en silencio, Hakurei y Sage hablaron un poco sobre sus entrenamientos; Gateguard poco a poco dejaba de percibir esa sensación de mareo lo que le dio la oportunidad de vigilar a la camarera, sobre todo, las manos de los hombres que la tocaban.

«No es que esto les guste…» meditó por primera vez desde que entró a esa taberna, deslizando su atención de la camarera hasta por las otras chicas; muchas fingían reírse, otras bebían alcohol mientras miraban a otros lados y simulaban estar escuchando lo que sus clientes les decían, «es que todos somos esclavos, y los esclavos no podemos elegir».

Entonces lo entendió mejor.

No es que esa mujer haya querido ser grosera con él a solas, y con el resto de hombres una dulzura.

A veces uno se cansa de tratar con asnos y ante la menor oportunidad de defenderte, lo harías sin rechistar.

Estos bastardos… ¿cuántas veces no habrán pisoteado su honor y ella por miedo a no poder ganar dinero en este sitio debía quedarse callada?

—Gateguard, ¿cómo te sientes? —le preguntó Hakurei, bebiendo un trago de ouzo, sin embargo, no presentando ningún síntoma de embriaguez.

—Como la mierda —respondió terminando el último bocado de su cena, bebiéndose la otra mitad de su cerveza. El ligero mareo volvió, así como una repentina molestia.

Recordó al dueño de este sitio infernal tratando de venderle a la camarera por unas cuantas monedas.

Ya comprendía.

A decir verdad, el que esa mujer se sintiese con tanta confianza con él como para mostrarse altanera, le hizo creer que, posiblemente, él no representaba un peligro tan fuerte para ella, como lo haría cualquier otro gusano de este apestoso lugar.

—Mejor nos vamos —dijo Sage, sacando un puñado de monedas, de uno de los bolsillos de su pantalón, dejando todo en la mesa.

—Ajá —lo secundó Hakurei, poniéndose de pie.

Gateguard se levantó en silencio, siguiendo a los gemelos afuera. Los hermanos hablaban mientras el pelirrojo iba atrás de ellos, imponiendo cada vez más distancia. Deteniendo sus pies de golpe, el pelirrojo desvió su atención hacia la derecha; un grupo de hombres se aproximaba a la taberna, estos le dieron muy mala espina, y aunque su sexto sentido quizás se haya equivocado con la extraña viajera de Roma, no quería arriesgarse a tener la razón con ellos.

—¡Hey, Gateguard! —le exclamó Sage, algo lejos, con Hakurei mirándolo extrañado.

—Vayan ustedes —espetó alto—, tengo algo que hacer.

Los hermanos se miraron por un rato, luego volvieron con él.

«Maldita sea» pensó queriendo gritar, ¿acaso eran niños todavía? No era necesario que ni Hakurei ni Sage se quedasen a cuidarlo.

—Oye, estás molesto y ebrio, es mejor que vuelvas.

Es mejor que vuelvas —remedó irritado. Sage lo miró mal y Hakurei soltó una carcajada—. Ya madura, Sage. El que esté un poco ebrio no es motivo para que me acompañen a ningún lado; quiero… hacer una inspección —pensó rápido—, por el pueblo.

—Mmm, ¿lo dices por el asesino del bosque?

—¿El qué? —le preguntó Sage a Hakurei.

—Algunos de mis compañeros han tenido problemas para encontrarlo, dijeron que iban a patrullar toda la zona, todas las noches, aun así, ya van casi diez personas que se han reportado como desaparecidas luego de estar a estas horas, fuera de sus casas. Al menos, eso es todo lo que sé. Como sabrán, yo tengo otro trabajo, así que no puedo ayudar con eso como me gustaría.

Gateguard eso no lo sabía, y al parecer Sage tampoco.

—¿Y si la situación es tan desagradable por qué el Patriarca no ha mandado a ninguno de nosotros a ayudarles? —preguntó Sage, molesto.

—No lo sé, pregúntale a él —dijo Hakurei.

—Ya —espetó Gateguard a los dos—, iré yo a hacerles compañía.

—¿Estás seguro? —Sage lo miró con desconfianza.

—No tengo nada mejor que hacer durante la noche, y dormir no es una opción —respondió dándose la vuelta para dirigirse a otro sitio; lejos de la taberna, y lejos de los hermanos.

Avanzó un poco hasta llegar casi a los bordes del bosque.

—Esa mujer es la misma que duerme en aquella casa —le dijo Sage a sus espaldas.

Asustado, Gateguard se dio la vuelta rápido. Eso no lo había visto venir.

—Y es la misma que vi salir de tus aposentos esta mañana —continuó.

—¿De qué estás hablando? —un poco nervioso, Gateguard quiso finir frialdad, desligar el tema y evitar que Sage usase ese cerebro privilegiado para martirizarlo.

—No trates de tomarme por tonto. Ya sabía yo que en alguna parte la había visto antes.

—¿Y qué si así es?

—Me pregunto, ¿por qué ella? Es decir, joven no es; tampoco es una mujer diferente en algo a las otras. ¿Por qué ella, Gateguard?

—Si te lo digo, ¿me dejarás en paz de una maldita vez? —Sage asintió con la cabeza—. Es su voz.

—¿Qué tiene su…? —lo pensó rápido y sacó una acertada conclusión—. Es su voz la que has dicho que oyes.

—Sí. La oigo desde la primera vez que entré a esa mugre taberna.

—Ya veo, así que por eso le has pedido a ella que te vigile… ¿y cómo ha ido eso?

No queriendo darle explicaciones de nada, menos hablarle sobre los vergonzosos detalles de ayer, Gateguard refunfuñó:

—No seas codicioso; sólo una pregunta por semana, ahora déjame.

Apresurándose para alejarse del santo de cáncer, Gateguard normalizó con lentitud los latidos, agitados, de su corazón ante los nervios de tener que explicarle a su amigo que anoche había hecho algo estúpido, pagó muy caro esa misma noche… y la mañana de hoy, ni se diga; además de que aún tenía un mal presentimiento con respecto los hombres que se dirigían a…

«Cierto, la apestosa taberna».

Mirando el bosque, prometiendo que haría una ronda de vigilancia al asegurarse de que todo en la taberna estuviese… en el mejor orden posible, Gateguard miró por todos lados con el fin de asegurarse de que nadie lo seguía, con el fin de ponerse en marcha de vuelta hacia el establecimiento.

Para cuando llegó, Gateguard se dio cuenta de que el ruido se había multiplicado, incluso desde lo lejos, se podía oír la diferencia en el bullicio desde que él se había ido, hasta que volvió.

Usando las sombras y su rapidez, Gateguard se asomó por algunas ventanas; demasiados hombres ebrios, obvio, contando a los que había visto antes.

Pasó sus ojos de un lado al otro buscándola.

«¿Dónde estás?» se preguntó.

Tuvo que esperar para verla debido a la cantidad de gente que le obstruía la vista; ella estaba sujeta de su cintura en una mesa lejana por un muro humano que fácil, debería medir casi dos metros y pesar más de cien kilos. Lo que sí no pudo mirar, fue el toqueteo que ella estaba recibiendo, sólo pudo mirar cómo de pronto la camarera gritaba, soltándose rápido de él.

El tipo hizo una mueca y exclamación de dolor. Tal vez ella encajó sus uñas en su piel o le arañó.

"Perra estúpida", Gateguard leyó los labios del tipo, que veía a la camarera con furia con claras intenciones de seguirla hacia la cocina, donde ella había huido, y hacerle pagar.

«Qué lo intente» pensó sintiéndose listo para volarle la cabeza.

De pronto, la anciana de antes intervino, metiéndose en su camino; habló con él un rato y lo que sea que le haya dicho debió haber funcionado ya que el bastardo se apartó de la cocina junto a sus amigos, alejándose de la puerta. Los otros hombres reían y seguían bebiendo, las camareras restantes se encogían incómodas en medio del bullicio, fingiendo no estarlo, claro.

Dejando de lado aquella parte de la taberna con una sensación agridulce que le exclamaba por intervenir en ese lugar y comenzar a patear traseros, Gateguard caminó hacia donde debería quedar la cocina en busca de la camarera, sin embargo, al oír voces afuera, se detuvo.

Lo pensó por un rato y al final se decidió por saltar hacia el tejado de la taberna, la cual era de dos pisos. Acercándose hasta el borde del tejado, pudo mirar hacia abajo cómo la mujer que buscaba hablando con la niña rubia de antes; la tenía fuertemente abrazada, como si quisiera protegerla de algo…

—¡Él no sirve como hermano!

O de alguien.

—¡Él no ve por ti, niña! ¡Entiende! —la oyó gritar; alterada, desesperada, enojada. Algo muy distinto a lo que él se había enfrentado antes. Gateguard incluso podría decir que ella estaba atemorizada. Liberando a la rubita del abrazo, siguió hablándole, sujetándola esta vez de los hombros—. Un hermano que te usa como un cofre de oro, no puede ser un hermano de verdad. Es un abusivo. —Gateguard estuvo de acuerdo con ella. De forma casi maternal, la camarera sujetó a la chica de sus mejillas—. Aún tienes tiempo —su voz temblorosa daba lástima—. Aún tienes tiempo de escapar y vivir mejor. Si no lo haces ahora… él va a terminar vendiéndote a algún hombre… o apostándote en uno de sus juegos.

Desde su ubicación, Gateguard no pudo ver con claridad a ninguna, sólo pudo intuir que la chica también estaba llorando. La voz de la camarera, una que sonó impactada, eso le dio a entender.

—No me digas que…

Dura realidad del mundo, no sólo de Grecia.

Gateguard cerró sus ojos con impotencia. Ellos como santos dorados que luchaban por la justicia, eran los más indignados por tener que elegir luchar contra dioses en primer lugar, que en contra de otros humanos maliciosos que dañaban inocentes.

El resurgimiento de Hades estaba próximo, eso todos lo sabían en el Santuario, así que por eso, las tareas como ocuparse de asesinos peligrosos y organizaciones humanas maléficas que no tuvieran nada que ver con otros dioses o panteones, se les asignaban a los santos de plata y de bronce.

«Y qué trabajo de mierda hacen. Inútiles» pensó enfadado, abriendo los ojos, viendo a ambas mujeres llorar, mientras se abrazaban otra vez.

No supo qué hacer.

¿A quién debería cazar primero?

¿Con qué sangre se mancharía las manos?

Un hombre no podía ver lo que quedaba luego de recibir tanta malicia humana y no querer actuar.

Desconcentrándose, Gateguard miró como la camarera sujetaba la mano derecha de la chica y corría con ella. Desconcertado, él las siguió tan silencioso y rápido como le fue posible.

Ambas llegaron hasta la casa de ella, entraron, cerrando la puerta, impidiéndole a Gateguard saber más.

Quedándose oculto en la oscuridad de un callejón, Gateguard miró con rabia el suelo; antes de dar dos pasos atrás y desaparecer.

Para empezar, volvió a la taberna, donde el tipo ese seguía con sus amigos. Gateguard aguardó ahí por un tiempo hasta que él salió solo, tambaleándose, seguramente con dirección a su casa.

No tan lejos de las casas de Rodorio, pero no tan cerca de la taberna, el santo interceptó al tipo.

—Hey tú —le habló acercándose, pero él lo ignoró—. ¡Hey, maldito gordo!

El aludido por fin paró sus pasos y lo miró también.

—¿Y tú quién carajos eres desgraciado? —le preguntó ebrio.

—Eso no te importa. Le debes unas disculpas a una mujer.

—¿Qué? —se rio en tono de burla.

—O quizás a muchas —musitó pensativo.

—¿De qué carajos estás hablando, bastardo? Yo no le debo nada a nadie —escupió cada palabra—. ¡Aléjate de mi o te mato!

—No me tientes, imbécil —bisbiseó amenazante—, aún estoy un poco ebrio también; pero más es el cabreo que siento hacia a ti.

—¿Y a mí qué coño me importa? Piérdete.

—No hasta que te disculpes por lo que sea que le hayas hecho a la mujer de la taberna.

—¿A cuál puta te refieres? —ambos se vieron—, ¿la enana? ¿La apestosa? ¿La fea? ¿O la gorda vieja? ¿Qué más da? Todas ellas son iguales, lloronas, ¡y además! Exigentes. Perras malagradecidas. Aunque, la última, ¡esa es a la que pienso matar! Me dieron… un barril de cerveza gratis… pero no es suficiente para mí —ante los ojos de Gateguard, el tipo sacó un pequeño costal con varias monedas, como si quisiera presumírsela—. La mataré, y luego tiraré su obeso cuerpo donde ni los guitres puedan encontrar…

Usando su telequinesis, Gateguard se encargó de estrujar su garganta por dentro a modo de dejarlo sin habla, y sin respiración.

Imposibilitado de inhalar aire otra vez, el gordo cayó de rodillas soltando el costalito, el cual Gateguard atrajo a su mano derecha.

—Esto no compensará nada —sonrió ansioso de venganza—; pero al menos haré el intento.

Deshaciendo el agarre sobre su cuello, Gateguard se dio la vuelta.

—¡¿A dónde vas?! —gruñó cual perro rabioso con el poco aire que tenía—. ¡Eso… es… mío!

Sin inmutarse, Gateguard no dejó de caminar. Percibió el momento justo en el que el tipo se abalanzó sobre él, de forma magistral, el santo lanzó la bolsa hacia el cielo, dando media vuelta sólo para ver cómo el tipo tropezaba y caía al suelo con la cara por delante.

Sonrió divertido, alzando su mano para atrapar la bolsa.

—Mal… dito… ¡devuélveme mi jodido dinero! —se levantó, más enfadado que antes, dispuesto a intentar otra vez su maniobra de embestida contra él.

—Esto es más gracioso que oír los sermones de Sage —entre risas, Gateguard jugó un poco más con la desesperación del tipo por atraparlo; sin embargo, en una mala maniobra, el sujeto se fue de bruces contra uno de los árboles cercanos golpeando de llano su frente contra el tronco, cayendo y quedándose quieto en el suelo—. ¿Ya se acabó?

Notando que el hombre no se movía para nada, Gateguard se acercó, poniendo una mano sobre el cuello del cerdo. No había palpitación alguna. Acercando sus dedos a la nariz, también notó que no había respiración.

—Qué forma tan patética de morir —soltó una carcajada. Sabía que aquello no era cosa de risa, pero en serio le pareció divertido que el tipo se matara de una forma tan estúpida.

Recuperando el control, Gateguard pensó en lo que haría. ¿Debería dejarlo ahí y que alguien más lo hallase dando por clara conclusión que el idiota se había tropezado por borracho y golpeado su cabezota contra la corteza de un árbol muriendo al instante?

¿O tal vez…?

Negando con la cabeza, Gateguard sujetó el tobillo del gordo y, arrastrándolo por el suelo, caminó con el cuerpo hasta adentrarse en el bosque.

«¿Qué mejor para atrapar a un perro hambriento que juguetea en el bosque sin permiso, que con un poco de carnada?» pensó de forma maliciosa dispuesto a ocultarse entre las hojas y usar sus habilidades de telequinesis para hacer que el cuerpo del gordo se alzase y se moviese como si caminase cabizbaja por entre los árboles.

Faltaba un poco para el amanecer cuando Gateguard sintió cómo el pez había picado el anzuelo, abalanzándose sobre el gordo, cortando su cuello.

Sonriendo, negando con la cabeza, el santo movió el cuerpo del gordo a modo que pareciese que estaba muriendo desangrado, cayendo al piso.

Con una mirada afilada, Gateguard vio cómo el perro rabioso jalaba el cuerpo del gordo hacia su fosa improvisada con varios cadáveres apenas cubiertos con hojas de árboles y ramas. El maldito se tomó su tiempo para acuchillar un poco más el obeso cuerpo del tipo, antes de lanzarlo a la fosa con las admirables fuerzas que tenía siendo un ser humano común.

De ser alguien que poseyera el cosmos despertado, seguro los santos de plata habrían tardado menos en darle caza.

«Podría matarte ahora» pensó mirándolo irse entre los árboles, «pero ya amaneció, y creo que me servirás para algo más».

Recordó a la jovencita rubia, la charla que ella tuvo con la camarera… él hermano de ella.

Con ese tipo aún vivo, la camarera podría ser apresada por llevarse a una chica sin la aprobación de su tutor.

«Mira los problemas en los que me metes» pensó apretando la bolsita con monedas, la cual llevaba adentro de su bolsillo izquierdo del pantalón, «pero qué más da, no haré nada precisamente malo».

—Continuará…—


Buenas... espero que les haya gustado este capítulo. La penúltima luna roja.

Mmmm, la verdad, este capítulo ya lo tenía listo; solo me faltaba editarlo cuando... ocurrió. ¿Recuerdan que les hablé de mi gatita? Pues, justamente un día después de haber publicado el capítulo anterior... como si hubiese sido un puñetazo de la vida, su enfermedad volvió. Fueron días difíciles en los que ya no quería verla sufriendo más entre su padecimiento y el hecho de que cada vez ella misma se volvía más hostil con los otros 3 gatos... tuve que tomar una de las decisiones más difíciles de mi vida hasta ahora.

Después de eso, me tomé mi tiempo para descansar tanto mi mente como mi corazón; traté de volver a la escritura una semana después, pero no podía hacerlo sin sentir que ella me faltaba. Todo fue tan rápido; me cuesta creer que a principios del mes de agosto me sentía aliviada por verla mejor... ahora su urna está en mi habitación junto a las fotos de mis otras mascotas fallecidas en los años anteriores (2018 y 2019). Me he sentido tan cansada sentimentalmente hablado que mi único consuelo era ver películas en Disney+, y distraerme un poco con ellas.

Sigo muy triste, la verdad, todavía estoy de luto; pero apenas ayer pude retomar este fic. Afortunadamente ya todo estaba escrito, solo faltaba pulirlo un poco.

Por otro lado, ya comienza a ser una tradición que, si pierdo a una de mis mascotas durante el proceso de un long-fic, este va dedicado a ella. En el caso de mi pequeño Tito (2019), Besa la Traición fue para él.

En este caso, Cerveza Rosada será concluida en honor a la memoria de mi querida Mika.

Mis amigos... gracias por sus buenos deseos con respecto a ella. Me hubiese gustado vivir un poco más a su lado, sin embargo, las moiras son muy crueles.

Con respecto al fic en sí...

No sé si este vaya a concluir este año; son muchos los capítulos que tengo que escribir y editar; luego tengo muchas cosas que hacer. Mi trabajo se vuelve cada vez más cansado y mi salud también cayó un poco a raíz de lo sucedido con mi mascota.

Haré mi mejor esfuerzo, si todo va para mejor, tal vez el siguiente fin de mes les traiga el próximo capítulo; les agradezco su paciencia y su comprensión.

Saludos y hasta la próxima.


Gracias por leer y comentar a:

Nyan-mx, Natalita07, Guest, y camilo navas.


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