ECLIPSE LUNAR

1



Duele no tener el poder de evitar el sufrimiento de los inocentes, ¿cierto?



Noche

XXV

Niebla Sangrienta



—¿Estás bien? —preguntó Sage de Cáncer.

Hasta que el santo llegó, Gateguard se había mantenido sentado en las escaleras de la entrada de Aries; sin una expresión clara, miraba la luna, sintiendo un ligero cambio en el viento. La temporada de lluvia pronto se avecinaría.

—¿Por qué no habría de estarlo? —contraatacó con seriedad.

—Bueno, saliste dando un portazo; no sabía que ese era tu estado normal.

—Déjame en paz, Sage —resopló Gateguard sin ánimos de hablar con su compañero.

—Ella acaba de despertar.

Los ojos azules de Gateguard se fijaron en las estrellas que apenas se asomaban entre algunas grisáceas nubes.

—¿Y cómo está? —preguntó con un nudo en la garganta que no supo ocultar muy bien de su compañero, el cual, evitó hacerle preguntas al respecto.

—Cansada. No duró mucho tiempo despierta antes de que volviese a dormir —dijo Sage, sentándose a su lado, manteniendo una sana distancia entre ambos ya que respetaba que Gateguard no quisiese a nadie tan cerca de él—. La verdad, yo también estoy confundido. ¿Haidee realmente tiene una hija con ella? ¿Te ha dicho algo al respecto?

Maldito oneiroi.

Gateguard apretó la quijada.

—¿Por qué habría de decirme a mí algo sobre su vida personal? —volvió a responder con una pregunta; no quería responder con sinceridad a nada de lo que Sage decía; ¡carajo! Quería que Sage se callase y se fuese antes de no poder contener más su temperamento.

Debía respirar. No quiso apretar los puños o estamparlos contra algo como si fuese un imbécil que no sabía controlar su propia rabia, pero a cambio, no pudo evitar pasar saliva de forma muy pesada por su seca garganta.

Estaba molesto; se sentía… tan molesto. Pero no quería averiguar qué lo tenía así.

»Tranquilos, el padre de mi hija va a ayudarnos.

¡Vamos! Eso tenía una sola explicación, el oneiroi, como cualquier otro dios, era fan de estar jodiendo a los humanos a cambio de nada.

Y… ¿joder a quién con esas palabras salidas de la propia boca de Lucy? ¿A Sage? No, si el oneiroi quería tirarle de las cuerdas a alguien, ese no era al santo de cáncer.

—Gateguard, sé que no me vas a decir qué tipo de relación tienes con esa mujer.

—No, porque no existe ninguna.

—Sí, cómo digas —Sage fue sarcástico—; pero, siempre puedes ser honesto contigo mismo. Si es verdad y ella tiene una hija con el oneiroi, ¿eso a ti en qué te afectaría?

—En nada porque no es algo que me incumba —hasta Gateguard (fastidiado) supo que su gruñido estaba diciendo otra cosa.

—No te desgastes, no es a mí a quien tratas de mentirle —tras decir esas palabras, Sage se levantó, algo irritado—. Escucha, será mejor que vuelvas allá; cuando ella despierte, no sabemos en qué condición lo hará, y… al parecer, hay algo más entre el oneiroi y esa mujer que, tal vez… ninguno de los tres esté tomando en cuenta porque no podemos siquiera imaginarlo.

«Wow, qué sabio eres; nunca se me habría ocurrido tal posibilidad» pensó con afilado sarcasmo, sin dejar de mirar al frente.

—La verdad, no sé qué pasa entre esa mujer y tú, pero quiero que sepas que ella ha conseguido un obsequio del oneiroi.

—¿Qué obsequio?

Así que el muy infeliz dejaba más cosas suyas en las manos de Lucy.

—Ella no pudo explicármelo bien, el cansancio le ganó; pero cuando despierte nos lo dirá. Sin embargo, lo que alcanzó a decir, fue que él se lo había dado a ella, no a nosotros. Está en el mueble con las velas; así que no lo vayas a tomar hasta saber qué es.

«¿Tomar?» se dijo pensando que Sage se había referido a un sinónimo de "sujetar", y no al de "beber", «descuida, no lo haré» pensó sin responderle a su compañero.

Una vez solo, Gateguard resopló tratando de calmarse.

¿Qué estaba haciendo aquí sentado?

¿Se encontraba ahí ahogándose en tonterías como un pobre perro al que su amo pateaba fuerte para que saliese de la casa?

Sage tenía… razón.

Admitir eso le supo agrio, pero al mismo tiempo fue un alivio reconocerlo, al menos en su cabeza.

En caso de que Lucy realmente tuviese una hija, ¿eso a él en qué le afectaba? ¡En nada! Ellos dos no eran más que un par de recién conocidos que apenas compartían ciertas cosas.

Un beso (por muy agradable que hubiese sido) no agregaba nada a la ecuación y ella no le debía explicaciones a él. Eso último Gateguard sabía que tenía que metérselo bien en la maltita cabeza.

Además, Lucy… el lugar de dónde había salido; es decir… ¿sería una posibilidad que ella tuviese otros hijos además del que se previa podría tener con un oneiroi? Es decir, Lucy hace poco tiempo había alardeado de sus fabulosas cualidades como amante, sin embargo, nunca le dijo a Gateguard que no tuviese más bocas que alimentar o algún hijo en el pasado que tuvo que dejar atrás.

Sintiendo un poco de aire moviendo sus cabellos, Gateguard apretó los puños. Recordó que a lo largo de su vida había escuchado varias habladurías en el pueblo.

Las prostitutas solían beber tés para no gestar un embarazo; a veces, incluso solían arrancarse el producto con la ayuda de terceros; y en los casos más frecuentes, ellas tenían a sus hijos, pero pocas los criaban; casi todas los regalaban o abandonaban en alguna parte.

Él sonrió con tristeza.

Si tan solo la gente supiese que muchas de esas mujeres dejaban a sus bebés a los pies del Santuario para que dichos niños y niñas fuesen criados como soldados… tal vez… y sólo tal vez… los pueblerinos dejarían de alardear tanto en su contra.

Si tan solo supiesen que incluso entre santos dorados había numerosos hijos de prostitutas; hijos de miserables; hijos de ladrones… hijos de asesinos…

No era algo de lo que se hablase mucho, pero en sí, casi todos los santos y amazonas activos venían de hogares destruidos o de sitios desconocidos. Aquellos que lograban sobrepasar las duras pruebas, eran las caras que se paseaban por Rodorio todos los días; aquellos que no conseguían alcanzar la meta impuesta a los santos y amazonas experimentados, ya hacían varios metros bajo tierra no muy lejos del Santuario.

Con todo eso en mente, sin saber cuánto tiempo estuvo meditando hasta relajarse, Gateguard se levantó de su lugar y se dijo que daba igual lo que él pensase o sintiese en estos momentos; Lucy había demostrado tener un lado maternal bastante incuestionable como para atribuirle hijos de la nada porque de pronto, en medio de su conversación con un dios menor del sueño, palabras que quizás, ella no pudo retener, salieron de su boca.

«Esto es ridículo» se pasó una mano por su cabello, descubriendo que había estado sudando.

Sí. Esto era demasiado ridículo.

Ya bastante calmado, Gateguard se encaminó al interior de su propia casa, llegó hasta el pasillo y abrió la puerta de su alcoba descubriendo que Lucy ya estaba despierta… pero, algo no estaba bien; sus instintos se alarmaron, sin embargo, yendo en contra de todos ellos y con el fin de no hacer una idiotez, él se mantuvo quieto.

Ella se estaba al lado del mueble con las velas… y un jarrón cristalino con un pequeño vaso a un lado. Lucy se mecía muy poco de un lado a otro sin mover los pies.

Se veía como si estuviese… mareada y al mismo tiempo impactada con algo.

De acuerdo, admitía que él no solía tener la expresión más reconfortante en la cara, pero el que le recibiese con esa expresión miedosa estaba de más. Por otro lado, Gateguard se pensó que, posiblemente, ella se sintiese todavía muy debilitada… en ese caso, ¿por qué estaba de pie y no descansando?

—¿Aun te sientes mal? —preguntó manteniendo distancias con ella.

Lucy no le respondió, estaba paralizada en su sitio.

Los instintos de Gateguard le gritaron por que se acercara. El detonante fue verla abrir la boca levemente y su pecho dar un salto con dolor… en su rostro, el supuesto miedo abrió paso al evidente pánico. Los ojos marrones de ella se abrieron más.

—¿Qué te ocurre? —preguntó él aproximándose finalmente a ella—. Lucy…

No la tocó, no supo si era conveniente hacerlo. Sin embargo, ella lo miró a los ojos y, temblando, se llevó las manos a su garganta haciendo leves quejidos guturales al mismo tiempo que su rostro se teñía de rojo por el esfuerzo…

¡No estaba respirando!

—¿Qué te tragaste? —preguntó exaltado, queriendo saber qué carajos había pasado. No la había dejado sola tanto tiempo, ¡¿qué diablos se había comido y cómo cuernos había hecho para atragantarse?!

Haciendo lo primero que se le vino a la mente, Gateguard la acomodó, inclinándola hacia enfrente, y le dio golpes suaves en su espalda; pero eso no pareció funcionar, cosa que desconcertó aún más a al santo.

«¡Pero qué rayos…!» no queriendo hacerle daño con más golpes, la hizo darse vuelta para abrazarla por la espalda y (teniendo cuidado con su fuerza) hacer presión en su estómago varias veces sin conseguir que sacase nada.

Lucy al poco tiempo quedó flácida entre sus brazos.

Al darle vuelta y mirarle la cara, él se dio cuenta que el iris en ambos ojos se había agrandado. Para peor, Gateguard también notó que, además, ella se había quedado sumamente pálida.

—Oye… ¡oye! ¡Lucy! ¡Reacciona! ¡¿Me oyes?! ¡Lucy!

Al cabo de un rato, mirándola agitado, llevó sus propios dedos hacia un punto específico en su cuello y descubrió que sus latidos estaban disminuyendo.

Ella estaba muriéndose y él no sabía por qué.

Con la cabeza tan alterada nadie puede pensar bien.

La cargó deprisa y corrió lo más rápido que pudo a Cáncer. Pasó por de lado de algunas personas, pero no le importó.

—¡Sage! ¡Sage! —exclamó llegando al cuarto templo, teniendo cuidado con el cuerpo que llevaba sobre sus antebrazos.

—¡¿Ahora qué quie…?! —la pregunta murió en su garganta cuando vio a quien Gateguard llevaba en brazos—. ¿Qué le ocurrió?

Haciéndole preguntas cuyas respuestas Gateguard tampoco sabía, Sage no fue quisquilloso al meter a Lucy y Gateguard a sus aposentos propios, los cuales, tenían varias cosas personales adornándola como si fuese la alcoba de un joven príncipe y no un soldado.

La cama era de primera categoría, ordenada y perfectamente disponible para poner a una mujer casi muerta sobre ella. Gateguard, sintiendo sus manos temblorosas, aguardó a una distancia prudente mientras veía a Sage revisar a Lucy.

Debía calmarse, pero no supo cómo hacerlo. Sus manos temblaban, su corazón estaba latiendo muy deprisa y su cabello ya estaba casi por completo empapado en sudor frío.

—La buena noticia es que ya respira otra vez —dijo Sage, calmando un poco a Gateguard—. No es mucho, pero respira por la boca. ¿Qué fue lo que le ocurrió, Gateguard?

—No lo sé —espetó Gateguard al oír esa pregunta de nuevo—. Ya te lo dije —o quizás no y estaba hablando más rápido de lo que debería—, la vi de pie, ella no habló y se comenzó a quedar sin aire. Pensé que se había atragantado con algo, pero por más que intenté hacerla escupirlo, no salió nada. —Exasperado, se pasó las manos por su húmedo cabello—. ¡Y ahora está así!

—Cálmate, no te necesito fuera de control —Sage abrió la boca de Lucy, enfocando algo de luz en su palma, viendo el interior como si quisiera descubrir qué fue lo que comió—. ¿Dónde dijiste que la encontraste? —preguntó sumamente serio, al cabo de un rato examinándola.

—En mi alcoba —respondió groseramente.

—Me refiero al sitio específico —Sage se separó para mirarlo a él—, ¿qué estaba cerca de ella? Dame detalles.

—Estaba a un lado del mueble y las vel…

Llegando a un punto que no había tenido tiempo de sopesar antes, Gateguard pareció pensar lo mismo que Sage.

—¿Qué dijiste que dejó el oneiroi en mi casa? —preguntó el pelirrojo a su compañero.

—Trae ese frasco y el vaso que hay en ese mueble, y no retires el corcho. ¡Rápido!

Sage no necesitó repetir la misma orden o esperar demasiado; Gateguard fue muy veloz en tomar ambas cosas y llevarlas a Cáncer. Un frasco de cristal con agua, nada especial, y un pequeño vaso con… algo rojo escurriendo de vuelta a su interior.

—¿Qué demonios es esto? —masculló Gateguard, de vuelta en Cáncer, viendo a Sage analizar dicho líquido—. ¿Sangre?

—Sí, y es lo mismo que hay en su boca —Sage dejó el vaso en uno de sus propios muebles, volviendo a Lucy para abrirle de nuevo la boca y mirar su lengua con atención—. Se tomó lo que hay en el maldito frasco.

Eso no tuvo sentido para Gateguard, lo que había en el frasco era trasparente como el agua, y lo que había en el vaso era sangre. ¡¿Cómo diablos?!

—¿Qué carajos es esa cosa? —gruñó Gateguard señaló el frasco.

—Un obsequio —musitó Sage, ya no tan convencido de eso.

Un obsequio, ¡estupideces!, eso no es un obsequio, ¡parece que es un jodido veneno!

—¡No tiene sentido que lo sea! —exclamó Sage—, ¿por qué el oneiroi le daría veneno si ella dijo que se lo había obsequiado para que dispusiese de eso como mejor le pareciese? ¡No era para ti! ¿Por qué envenenarla a ella?

—¡Es una trampa! ¡¿Qué más puede ser?!

—Y si lo es, ¿entonces por qué ella lo bebió? —espetó Sage—. ¡¿Qué le dio tanta confianza para hacerlo?!

La pregunta quedó volando en el aire, ambos estaban agitados y alarmados. Como santos, ver a una persona agonizando no era algo novedoso para ellos; sin embargo, lo que no les era tan normal era tener a una persona agonizando por… culpa suya.

Sage se sentía mal por habérsele ocurrido la idea de buscar al oneiroi. Y Gateguard se sentía culpable por involucrar a Lucy con él.

Hace poco que se conocían, y él no le causaba más que problemas.

Sin embargo, así como vino la culpa para consigo mismo, vino la furia para con ella. ¿Por qué en nombre de Zeus se había tomado semejante cosa? ¡¿Por qué no había siquiera esperado a hablar con Sage y él para hacerlo?!

En medio del silencio de ambos santos, Lucy comenzó a tener pequeñas convulsiones; su pecho subía y bajaba, su garganta no aspiraba aire y sus pulmones parecían estar ansiosos por recibirlo. Las manos de ella se agarraron fuerte de las sábanas y las estrujó mientras abría sus ojos y estos se mostraban rojos donde debía ser blanco, al igual que su rostro.

Estaba ahogándose otra vez.

No.

Estaba quedándose sin aire.

Gateguard apartó a Sage para sostenerle el rostro; sus ojos seguían manteniendo las pupilas dilatadas aun si había luz de velas muy cerca de ella. Carajo, carajo, ¡carajo!

—¡Lucy! ¡Lucy! —quiso que ella reaccionase a sus llamados, pero no necesitaba ser un profesional de la salud para darse cuenta que, aunque tuviese los ojos abiertos, ella no lo estaba viendo—. Escúchame, tienes que despertar, ¡Lucy!

—Quítate, déjame verla.

A Sage le costó un poco, pero al final pudo separar a Gateguard para mirar a Lucy sin tantas emociones en su cabeza, de hecho, esa frialdad no siempre estaba presente en el santo de cáncer, cosa que Gateguard agradeció porque él no se sentía bien con esta situación; hasta él reconocía que estaba demasiado alterado.

Tragando saliva pesadamente, Gateguard de pronto miró anonadado cómo poco a poco, sobre el rostro de Lucy, comenzaron a aparecer moretones.

Al lado de su ojo derecho, al cual también le apareció un espantoso derrame rojo; bajo ambos pómulos; dos en la frente, en su barbilla; sus mejillas…

—¿Qué clase de pesadilla es esta? —musitó Sage, tan desconcertado como su compañero.

Dado a que Sage era el más cercano a Lucy, fue a él al que ella atrapó de pronto del antebrazo con su propia mano derecha, derramando lágrimas pesadas.

—No… quiero… que… me… toques —masculló ella con la garganta tan apretada que parecía estarse haciendo daño. Su fuerza no era nada en comparación al de un santo, pero, Sage notó que estaba poniendo todo su empeño en sujetarlo—. No… me… to-ques… ¡más!

Y por si los moretones y la falta de oxígeno no fuesen suficientes, en su rostro y manos, se hicieron presentes cortadas leves. En su labio inferior, se abrió una al mismo tiempo que ambas extremidades se hinchaban; y de su nariz, comenzó a salir sangre también.

—Ma-ma-má… mamá —más lágrimas bajaron de las comisuras de sus ojos.

Eso había sonado como un último ruego, una petición de piedad a algo inclemente que no iba a detenerse hasta conseguir matarla.

—¡Maldita sea! —exclamó Gateguard apartando a un consternado Sage para alzarle la cabeza a Lucy y evitar que se ahogase con la sangre que salía de ambos orificios de su nariz—. No sé dónde diablos estés —le dijo enfocando su cosmos en sus manos, empeñado en curar esas horribles heridas y moretones—, pero tienes que volver. Lucy, ¡tienes que despertar!

Ahora a Sage le tocó mirar mientras analizaba. Al igual que Gateguard, él se preguntó en su mente por qué el pelirrojo no podía curarla.

¿Por qué por más que Gateguard elevaba su cosmos las heridas y los moretones seguían acumulándose en el rostro y las manos de la mujer?

Todas aquellas marcas eran terribles, y el que ella llorase musitando ruegos, no hacía esto más fácil.

—Despierta… ¡joder, despierta!

Cuando Lucy, demasiado metida en aquel mundo mental, se agarró del antebrazo derecho de Gateguard, mostrando cortadas y rasguños en su mano; él, evidentemente frustrado, pegó su frente a la de ella.

—¡¿Por qué no puedo curarte?! ¡¿Por qué?!

Sage iba a decirle que se calmase, aunque supiese que no serviría de nada, cuando una tercera voz le interrumpió.

—Porque esas heridas… no son de este tiempo. Por eso no pueden ser curadas.

Ambos hombres giraron sus cabezas hacia la figura misteriosa que se hallaba sentada, con una rodilla flexionada y la otra doblada sobre el suelo.

—Tú —gruñó Gateguard dejando suavemente a Lucy en la cama, acercándose a aquel hombre con todas las intenciones de matarlo a golpes—. ¡Tú eres ese maldito oneiroi, ¿cierto?!

Sage detuvo a su compañero.

—Si lo matas no sabrás cómo curarla —le dijo fuertemente cuando Gateguard lo miró con furia.

Ambos se sostuvieron las miradas hasta que la figura volvió a hablar.

—Soy un oneiroi maldito… pero no fui yo quien le dio la Cerveza Rosada a… Lucy.

Los caballeros miraron la figura levantarse, apenas siendo iluminado por la luz de las velas, este mostró una apariencia bastante atractiva… pero también golpeada, pálida, desnutrida y hasta mugrienta.

—Me costó mucho, pero por fin pude liberarme.

Gateguard se soltó de Sage y fue hasta el hombre. O más bien, el oneiroi.

—Comienza hablar, bastardo infeliz —gruñó cerca del dios menor—, ¿qué fue lo que hiciste con ella? ¡Reviértelo!

Sage pensó que el sujeto iba a negarse, qué iba a poner una condición o siquiera iba a burlarse de ellos antes de comenzar a luchar, pero, en lugar de todo eso…

—Si te quitases de mi camino, lo haría —dijo serio.

Gateguard no se vio confiado, pero al final no tuvo más elección que dejar pasar al dios menor.

Rubio, con ojos amarillos y una altura significativa, el oneiroi vestía extrañamente como un pordiosero que acababa de ser apaleado por un grupo de maleantes; las heridas en su rostro, brazos, piernas apenas cubiertas por un ligero pantalón café no eran mínimas. Las plantas de sus pies dejaban un recorrido impresionante de huellas sangrientas y las muñecas de sus manos estaban enrojecidas, con mugre en sus descuidadas uñas.

Sage se descolocó bastante con ese aspecto, pero Gateguard no le prestó atención a eso sino a lo que hizo cuando estuvo ya en cuclillas al lado de Lucy.

El oneiroi se arrodilló a un lado de la cama, poniendo una mano sobre su frente; ella estaba haciendo quejidos y removiéndose. Un cosmos magnánimo y cálido de color blanco se manifestó; Sage se relajó bastante al sentirlo, con ello la identidad del dios menor quedó al descubierto porque no era posible para un ser humano (por muy fuerte que sea) manifestar un poder así. Gateguard, aunque no quitaba su expresión de enfado y escepticismo, también debió haber encontrado cierto alivio porque su ceño fruncido se relajó un poco.

Una vez que el cosmos desapareció, tanto Gateguard como Sage pudieron escuchar las respiraciones normales de Lucy. Descansadas, calmadas, todavía un poco agitadas, pero parecía que ya podía respirar normalmente por su nariz otra vez.

—No despertará en unos días —dijo el dios menor poniéndose de pie—, pero ya he revertido el efecto de la cerveza. Ahora debo irm…

Ambos santos vieron con diferentes expresiones cómo el oneiroi caía de espaldas al piso, desmayándose.

—Sí —espetó Gateguard a Sage—, gran idea la tuya el involucrar a este infeliz.

—Cállate —masculló Sage, harto… de verdad, harto, de sus quejas.

Gateguard comprobó que Lucy estuviese respirando con normalidad, y, aunque lo intentó de nuevo varias veces, no pudo usar su propio cosmos para curarle las horribles heridas sangrantes y punzantes que tenía en todo el cuerpo.

—Tú quédate con él, yo alejaré a Lucy lo más posible de aquí —decretó el pelirrojo alzando en brazos a Lucy, señalando despectivamente al oneiroi con sus ojos.

—Oye, espera un min… —Sage no pudo terminar su queja cuando Gateguard se fue—. Pedazo de burro.

Sobándose las sienes con sus dedos, Sage miró al oneiroi inconsciente.

—¿Ahora qué haré contigo? —masculló.

Si bien ya estaba fuera de peligro, Lucy no estaba en disposición para irse a ninguna parte; recién volvieron a sus aposentos en Aries, Gateguard mandó a llamar a un grupo de doncellas para que le trajesen agua caliente, varios paños limpios y ungüentos para las heridas.

Si no podría curar todo ese desastre de la forma más fácil, lo haría a lo tradicional.

No permitió que ninguna de esas mujeres entrase a su alcoba, recibió todo en la puerta y les dijo que se largasen. Al volver con ella, su voz se tornó blanda y hasta susurrante.

—Lo siento, pero debo limpiarte —le dijo a Lucy, antes de comenzar a remover su ropa.

Si pensó que lo peor había sido verle el rostro amoratado y herido, cuando vio todo lo que había bajo la ropa, casi le hizo girarse y volver hacia oneiroi para apalearlo hasta cansarse.

»Esas heridas no son de este tiempo.

¿A qué diablos se habría referido con eso?

¡¿Qué carajos era esto?!

Tomando una gran cantidad de aire en sus pulmones, para luego expulsarlo lento, Gateguard contuvo su temperamento con el fin de no lastimar más a Lucy al pasar el paño húmedo por su cuerpo.

Moretones enormes en su abdomen y pechos; su intimidad sangraba demasiado, no sabía qué tanto era lo normal dado a los días que estaban transcurriendo para ella, pero él quiso aferrarse a la idea de que eso era lo… normal, y no una complicada herida interna. ¡Dioses! Los brazos, las piernas, el cuello… todo lleno de rasguños y moretones; cortadas, la mayoría pequeñas. La rodilla derecha, ensangrentada por completo, como si ella se hubiese caído y raspado toda la piel de esa zona.

Mientras él la limpiaba con cuidado, ella hizo muecas de dolor; a veces saltaba sobre sí misma.

Maldito oneiroi.

—Tranquila —susurraba él algunas veces, incluso cuando no se daba cuenta de que lo hacía—. Ya casi termino… todo estará bien. Esto se acabó.

Al finalizar el limpiado, tomó los ungüentos y prosiguió a aplicárselo a las zonas más afectadas, que terminó siendo casi todo su cuerpo.

Sin pensárselo mucho, Gateguard se dijo que tenía que continuar.

—Debo revisarte por completo. Lo siento —le dijo a Lucy, tratando de no pensar mucho en qué parte del pasado (si es que el desgraciado dios menor no estuviese mintiendo) esas heridas fueron efectuaras… y por quién… o quiénes.

Gateguard tuvo especial cuidado y respeto al usar telequinesis: alzándola lento sobre la cama para limpiar y averiguar qué tan mal estaba la zona de la espalda. Iba a acostarla bocabajo, pero se dijo que eso sería arruinar lo que ya había hecho, así que optó por usar su cosmos una vez más, pero con otro fin.

Aguantándose el nudo en su garganta, Gateguard hizo el mismo ritual.

Limpió moretones, cortadas, rasguños; no había sitio que se hubiese salvado. Terminó de aplicar el ungüento. En lo que este se secaba en su malherida piel, el santo mantuvo a Lucy levitando por un rato mientras llamaba por medio de su cosmos, nuevamente a las doncellas; sin que ellas tocasen la puerta, él supo que se hallaban afuera esperando órdenes. El salió para decirle a dos de ellas que llamasen a 4 santos rasos.

—Quiero que desocupen la SEXTA —dijo demandante a las otras—, sea lo que sea que haya en esa alcoba, muévanlo a otra que no tenga tantas cosas; los santos rasos les ayudarán con lo pesado. Y… no-hagan-ruido —amenazó severo.

Las doncellas asintieron con sus cabezas y sin preguntarle nada, comenzaron a movilizarse.

Descansando un poco, al fin pudo sentarse a la orilla de su propia cama y pensar. Lucy seguía levitando desnuda atrás de él, pero la mente del santo se desvió un poco hacía lo que le aquejaba. No sólo el que una civil inocente estuviese pagando la estupidez que Sage y él habían cometido en conjunto. También pensaba en lo que le esperaría en sus próximas pesadillas; en lo que se merecía.

Terminando de torturarse con lo mismo por quién sabe cuánto tiempo más, Gateguard salió de la alcoba para ver cómo les iba a las doncellas y los santos. Todos, como fueron sus órdenes, trabajaban en estricto silencio moviendo muebles viejos y cajas de madera raídas.

Inhalando profundo al mirar algo que captó su atención en el interior de la habitación casi vacía, ignoró a las mujeres que limpiaban fregando el piso con trapos viejos y ya sucios, también a los santos que movían objetos pesados a otras alcobas.

Gateguard se dirigió al hombre que no estaba haciendo nada; solo se hallaba en una esquina supervisando todo con los brazos cruzados.

—Así que ya despertaste —le musitó a la cara.

Rubio, ojos dorados y piel clara; el dios menor se mantuvo quieto y callado.

—¿Por qué Sage te dejó ir?

Al verse ignorado otra vez, Gateguard iba a sujetarlo; pero pronto vio cómo su mano lo atravesaba y golpeaba secamente contra la pared.

«¿Una ilusión?» aunque parpadeó confundido, enderezándose, Gateguard no pudo desvanecer la imagen del oneiroi de su cabeza, la cual seguía estando de brazos cruzados enfrente suya.

Desvió los ojos hacia una ventana que él no sabía que estuviese ahí antes. Vieja y sin vidrio. Se acercó a ella, dejando la imagen del dios menos atrás.

—¿Tuviste miedo? —preguntó finalmente dicha imagen, la cual, sólo Gateguard podía ver y oír.

«No pienses que hablaré con una pared» pensó, manteniendo su atención en lo que la ventana le permitía ver.

—Puedo oírte.

«Qué bien» pensó sarcástico.

—Aunque no me creas, entiendo lo que sientes.

«¿Ah sí?»

—Sí. Aunque lo mío fue mil veces por.

Gateguard no se conmovió por su tono ni por esas palabras.

—Al menos tú no has sido alejado del amor de tu vida, y tus hijos; no has sido encadenado en un sitio oscuro donde no puedas verlos o siquiera saber si siguen vivos; tampoco has sido torturado diariamente con los recuerdos de tus momentos más felices, sabiendo que, hagas lo que hagas, no podrás volver a tenerlos.

«Lamento decírtelo…» la verdad es que no era así, «pero el drama de tu vida no me importa».

—¿Aunque eso involucre a la mujer que acabas de curar con tanta delicadeza?

Estuvo a punto de pensar y decir una palabrota; pero, por mucho que a Gateguard le ardiese, esa imagen seguía siendo un dios.

—Eso pensé.

«¿Tú y ella tienen un hijo juntos?» fue directo al punto.

—No.

«Entonces, ¿por qué Lucy…?»

—¿No me oíste hace unas horas? No fui yo.

—¡¿Quién fue?! —exclamó volteándose hacia las doncellas y santos que se habían quedado paralizados en sus sitios.

Como si el cosmos se hubiese alineado para que los subordinados presentes no pensasen que el santo de aries estaba volviéndose loco, justo antes de voltearse y gritar así, a una doncella se le había resbalado de las manos un balde de agua, el cual, si bien no se volcó derramando su contenido, sí cayó al piso provocando un fuerte ruido.

—Pe-per-perdóneme, mi señor… lo sie-ento, fue un a-accidente —susurrando, y seguramente pensando en lo peor que podría pasarle, la susodicha bajó la cabeza, haciendo una temblorosa reverencia.

Calmándose, Gateguard entrecerró sus ojos.

—Ten más cuidado —le dijo, girándose de vuelta a la ventana.

La chica tomó el balde y salió rápido del cuarto.

—Aún no estoy seguro —respondió el oneiroi a la pregunta de Gateguard, sin inmutarse por lo sucedido—, pero fue alguno de mis hermanos.

«Eso no nos dice nada, ¿cierto?»

—Considerando que somos demasiados y no tenemos la costumbre de estar uno al lado del otro… sí.

«Pero, seguro piensas en alguien específico».

—Diez.

«¿En qué te basas?»

—La gente que sabía de mi romance prohibido.

La imagen de Lucy herida levitando sobre su cama volvió a su mente, Gateguard parpadeó lento.

—No es ella —insistió el oneiroi, cansado.

«Eso no importa» desligó, inocultablemente esperanzado, «Sage dijo que hizo contacto contigo; te llamas Haidee, ¿no es así?»

—Sí, pero como seguro ya sabrás; incluso a Athena le gustaba tomar formas distintas cuando bajaba al mundo humano y todavía no iniciaba su pleito con Hades.

«¿Athena podría tomar la forma de otro dios en esta época?»

—No ahora que está atrapada en piel humana, pero puede hacerlo cuando permanece pura, como una deidad.

—Al punto —musitó entre dientes.

—Alguno de mis hermanos se hizo pasar por mí, tomó mi forma para hacerse presente ante tu amigo, y logró llegar hasta Lucy.

—¿Por qué? ¿Por qué Lucy? —siguió murmurando.

—Porque ella tenía información valiosa.

«¿Sobre qué?» pensó en el Santuario, en Athena, incluso en él mismo, pero…

—Sobre mi hijo.

«¿Hijo?».

—Hace aproximadamente quince años, en un pueblo cercano a este, tuve una relación prohibida por mi padre, con una humana; una mujer que sólo debía visitar en sueños mas no en su realidad; ella me cautivó. La quería proteger —dijo en un tono anhelante—. Esta mujer estaba amistada con Lucy. Ambas vivían casi el mismo infierno. A las dos traté de ayudar, pero terminé perjudicándolas… a una más que a la otra.

«¿De qué modo?» preguntó Gateguard, aunque ya se lo imaginaba.

—Lucy era nuestra confidente; tanto de ella como la mía. Los dos le confiamos todo, incluso el secreto de nuestro embarazo.

«Adivinaré: no funcionó».

—Sigo sin saber cómo. Pero uno de mis hermanos se enteró de mi relación con ella, se lo dijo a mi padre, y yo fui castigado sin que lo viese venir o pudiese defenderme. Bastante rápido fui condenado a catorce años de continuas torturas que prefiero no mencionar. Como podrás notar, recién me estoy recuperando. Aunque puedo decir que no me fue… —tomó una gran abocanada de aire—, tan mal —resopló.

«¿Y tu hijo?»

—Aun con un potente tónico de la verdad, pude mantenerlo oculto en mi memoria. Desconozco si mi mujer o Lucy fueron atacadas, pero por lo que sé, ninguna de las dos reveló la identidad de mi hijo. De haber sido así, mi padre lo hubiese tomado bajo su mando y mi condena habría sido mucho peor.

«Creí que los dioses no tenían problemas con hijos semidioses».

—A menos que seas del linaje directo de Crono, o sea: Zeus, Hades, Poseidón, Hera, y los otros hermanos, está prohibido que tú como dios engendras hijos con seres humanos. Incluso Athena estaría en problemas si se envolviese con alguno de ustedes.

Inhalando profundo, Gateguard comenzó a ver por dónde iba el asunto.

—Seguramente alguno de mis hermanos planeó todo esto.

«¿El llegar a Lucy?»

—El llegar por medio de ustedes —dijo serio.

Impactado, Gateguard se volteó para mirarlo.

—¿Acaso no te pareció raro que de pronto surgiesen esas pesadillas en tu mente? ¿Pesadillas que más bien, podrían ser recuerdos que tu mente "bloqueó"? —preguntó Haidee, inquisidor—. ¿No te pareció extraño que sólo la voz de Lucy pudiese despertarte? ¿Y cómo crees que se le ocurrió al santo de cáncer que recurrir a un oneiroi sería una buena decisión? —estrechó su mirada sobre el santo—. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo?

Apretando los puños, Gateguard tuvo que contener su grito porque aún había gente trabajando a su alrededor.

Soportando la ira, el pelirrojo dejó a los humanos hacer lo suyo, se alejó del oneiroi, salió de la alcoba ya vacía, y se adentró de nuevo a la habitación que albergaba a Lucy.

—Noté los rastros de cosmos divino en ustedes tres apenas los vi —dijo el dios menor, con la mirada sobre Gateguard, no sobre ella; tal vez él también respetaba a una mujer desnuda que levitaba herida—. A diferencia de lo que ustedes están acostumbrados a presentir, tratándose de guerras y espíritus de lucha, nosotros los oniros solemos pasar sin pena ni gloria por sus sueños; seamos los causantes de los sueños o las pesadillas. Nuestro rastro es casi invisible a menos que lo vea otro de los nuestros. Por eso ni tú ni Sage de Cáncer lo vieron venir.

Sujetándose la cabeza, agarrándose fuerte los cabellos, Gateguard estuvo a punto de hacer una rabieta inmensa.

Debía callarse.

Debía hacerlo…

Lucy debía descansar.

Sólo… cá-lla-te.

Le costó mucho, pensó en varias cosas y se dijo que, de tener al oneiroi causante de todo esto enfrente iba a arrancarle las entrañas. Luego tuvo que recordarse que no debía dañar a Haidee, al menos hasta que Lucy estuviese fuera de peligro.

Gateguard, tenso y más enojado que antes, miró al oneiroi.

—Mira el lado positivo —el dios alzó los hombros, despreocupado—, al menos no fuiste tú el que involucró a Lucy en todo esto; sin saberlo, fue ella la que te involucró a ti.

Con esas palabras haciendo eco en su cabeza, Gateguard deslizó su seria y afilada mirada hacia la mujer dormida.

—Continuará…—


¡Bienvenidos a este primer episodio de Eclipse Lunar!

Recuerden: hacemos una leve pausa con respecto a Luciana y volvemos un par de días atrás con Gateguard, Haidee y Sage. Así es amigos(as), nuestro oneiroi... el verdadero, se acaba de manifestar y revelar dos (¿o más?) cosas importantes.

1.- Un hermano suyo anda de chismoso y fue él quien le dio la Cerveza Rosada a Lucy para profundizar en su mente sobre su hijo semidiós.

2.- Gateguard y Sage fueron conejillos de indias para llegar a Lucy, :o a puesto a que esa no se la esperaban 7w7 bueno, me alegra haber podido meter eso ya que eso me imaginaba en un principio.

Les vuelvo a mencionar que esta sección es para mostrarles lo que se estaba cociendo mientras nuestra querida protagonista tomaba su descanso xD. No espero tardarme mucho contando esta parte de la historia, espero incluso tomar un capítulo para presentarles mejor a Haidee y a su hermanito entrometido. 7w7

Mmm...

La verdad, sigo muy triste por la pérdida de mi mascota, pero a medida de que pasa el tiempo, puedo ir sobrellevando el duelo. Es triste, pero ya no hay nada que pueda hacer salvo recordarla con afecto. Muchas gracias por sus palabras de aliento, lo valoro muchísimo.

¡Espero que este fic les continúe gustando! ¡Gracias por leer y hasta el próximo episodio!


Gracias por leer y comentar a:

Nyan-mx, agusagus, y Guest.


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