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ECLIPSE LUNAR
2
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Admitir dolor no es debilidad.
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Noche
XXVI
— Desesperación Nocturna —
…
Siendo uno de los mil hijos de la personificación del sueño, Hýpnos y la cárite Pasítea, Haidee era uno de esos oniros que poco o nada le importaba su padre y su patético rol en la guerra de Hades contra Athena.
Para Haidee, su padre era sólo un segundón de Hades, ni más ni menos.
Haidee en el fondo lo compadecía, pues tanto su padre como su tío, Thánatos, habían caído de la gracia de Zeus y de no ser porque la madre de ambos, Nyx, intervino para protegerlos, ambos habrían dejado de existir hace mucho. Por su puesto, al no contar con ningún afecto del dios rey, entonces tenían que buscar aliados por otro lado.
Sin embargo, ¿Hýpnos y Thánatos le agradecieron en algo a la abuela? ¡Qué va! Ahora ambos estaban cómodamente sirviendo a Hades.
Lo llamaban "mi señor" a pesar de que ellos eran dioses igual. Casi hacían caravanas cuando este pasaba por sus respectivos reinos y hacían de guardaespaldas al humano elegido para ser su cuerpo temporal en cada guerra.
Eran tan patéticos.
A pesar de todo, aquello era un teatro que a Haidee siempre le dio igual.
Sólo los dioses lo sabían y ninguno decía nada, sin embargo, Hades no podía destruir el mundo, y Athena no era la única deidad que protegía a la humanidad. Ambos dioses podían hacer cierta cantidad de destrozos, pero, en caso de excederse, otro panteón intervendría si Zeus no lo hacía; cosa que el Olimpo no iba a admitir jamás.
El trabajo de Haidee, por otro lado, era menos complejo y problemático; sólo tenía que velar por los seres humanos, dar sueños a todos y de vez en cuando, ver qué tan torcidos o inocentes podían llegar a ser.
Teniendo más de 1,000 años de vida, Haidee había visto demasiado de los mortales: deseos, fantasías, recuerdos, maldad pura… todo lo que un oneiroi pudiese encontrarse, él ya lo había casi memorizado; no tardó mucho en considerar que la mayoría de los humanos eran bastante simples.
Durante mucho tiempo él sólo hacía lo que tenía que hacer… ni más ni menos.
»Hermano, dime la verdad; por favor. Somos gemelos, no me mientas. A mí no.
Al menos, 49 de sus hermanos y hermanas se parecían muchísimo a él. Todos eran rubios. La mayoría de los mil, tenían ojos dorados. Casi todos compartían la piel pálida salvo por 300 o menos que habían nacido con la piel más dorada de su madre y los ojos verdes de ella. Sin embargo, su hermana gemela, Penélope; había sido bendecida con los ojos del tío Thánatos. Plateados, como la luna.
Fuera de ahí, ella era justo como él… sólo que poseía facciones muy femeninas.
Y desde su nacimiento, ellos fueron inseparables; de niños dormían juntos, de adolescentes visitaban sueños humanos agarrados de las manos… jugaban… reían… no había secretos.
La adultez les pegó de modos diferentes. Ella adquirió sabiduría y cautela. Él curiosidad.
»Has cambiado, ¿qué te pasa?
¿Algo habría cambiado si Haidee se hubiese sincerado con ella?
«Soy un tonto» pensó la divinidad mientras en la actualidad, perdido en sus memorias, veía el cielo azulado a través de unos barrotes de metal oscuro.
En su momento, creyó que, con sellar su propia boca, su hijo y mujer estarían a salvo. Según él, nadie sabía quién era ella, y tampoco lo que podría tener creciendo en su vientre.
»¡¿Qué haces aquí?! ¡Tienes que irte! ¡Rápido! —le había dicho su hermana con fuerte pánico.
Haidee esa tarde había ido a enfrentar su destino.
Penélope se enteró de lo que otro de sus hermanos había descubierto y no dudó ni medio segundo en decírselo a su hermano gemelo; sorprendiéndolo en el acto, pues hasta ese instante, Haidee no tenía idea de que ella estuviese enterada de nada.
»¡Lo saben todos! —exclamó Penélope, de pronto, metiéndose en los sueños de un 'humano' Haidee—, ¡saben que has tomado forma humana! ¡Qué vives entre mortales! ¡Debes huir! ¡Toma a esa mujer y huyan lejos! Cuando papá se entere, va a ordenar que te castiguen. Por favor, ¡al menos esta vez confía en mí!
¿Y Haidee hizo lo que su hermana le pidió?
Claro que no.
Digno hijo de Hýpnos era.
Haidee pensó que, si se entregaba por voluntad propia y admitía haber dejado sus obligaciones porque quiso tomar algunas amantes humanas, descartando la posibilidad de haberse enamorado; despistaría a sus hermanos y padres, de ella y su hijo no nato. Creyó que con su captura, ambos estarían a salvo.
Antes de volver a su reino, descendió al hades, tomó un poco del agua del río Lete y se las ingenió para que esta ocultase sólo la cara, el nombre y la ubicación exacta de su mujer; también, de su conocimiento de que iba a ser padre pronto.
Creyó que su plan funcionaría.
De verdad lo pensó.
«¿Qué estás haciendo aquí?» quiso preguntarle a Penélope.
La energía divina que vio rodeando a esos hombres y a Lucy, era una que él jamás podría confundir.
Su hermana gemela estaba tras la información que él había bloqueado de las memorias de Lucy hace años.
Pero, ¿qué buscaba ella ahí?
Penélope de antemano sabía que Haidee y su mujer humana tendrían un hijo. ¿Qué estaba buscando en los sueños de Lucy y por qué darle la Cerveza Rosada?
El dios menor inhaló profundo y exhaló; su suspiro resonó en la fría celda donde estaba.
Vaya situación. Salía de una prisión para entrar en otra.
El santo de cáncer aprovechó su estado de inconsciencia para trasladar su cuerpo a dicho lugar. Por medio de su forma astral, Haidee pudo hablar con el santo de aries, aclarándole que él no tenía nada que ver con Lucy, y además, para decirle que él y todos los santos, junto a Athena, pueden estar tranquilos. Qué él sepa, a Penélope tampoco le importaba tres cuernos lo que pasase en esta Guerra Santa.
«¿Qué buscabas en los sueños de Lucía… Penélope?»
Haidee también quería saber cómo es que su hermana alteró la Cerveza Rosada, esa que él creó para darle a los humanos, sólo sueños bellos, sueños que tomasen deseos y fantasías positivas; también los recuerdos más apreciados por los mortales.
¿Cómo pudo alterarla de ese modo? Era imperdonable.
Ya, en serio, ¿cómo lo había conseguido?
¿Y por qué la había usado con Lucía?
Haidee se pasó una mano por la cara, tallándose los ojos.
Con su escaso poder, había logrado salvar a Lucía de sus pesadillas; esas que le estaban matando físicamente pues la Cerveza Rosada abrió una Caja de Pandora en la humana, ocasionando que las heridas físicas y mentales que recibió a lo largo de su vida en miseria, volviesen al presente una tras otra.
Afortunadamente él pudo volver a bloquear ese basurero; haciéndole olvidar otra vez.
Era curioso como su nombre había cambiado.
No sólo para ella misma, sino también para el santo de aries.
Ahora mismo ella se hacía llamar Luciana, Gateguard la conocía como Lucy… y él…
Haidee lo sabía, su nombre real era Lucía. Aunque, entendía bien el motivo por el cual ni ella sabía eso.
»Déjame ver si entendí bien, pedazo de mierda… yo soy la única persona en este maldito momento que sabe de tu romance estúpido con Elora, ¿y quieres borrarme esa información? —se burló.
Haidee tenía que admitirlo, Lucía… más bien, Luciana, realmente se veía diferente a cómo la recordaba.
La mujer que él dejó atrás era una persona muy diferente a la de ahora. Aquella estaba tan llena de rabia, tristeza, desagrado hacia el mundo; cargada de frustración… violencia… y mucho odio.
»No trates de venderme gato por liebre; por mi amiga, y por ese niño… si vas a borrarme la memoria, hazlo bien. Bórralo todo. Además, quiero que hagas algo más por mí —gruñó acariciando su vientre con la mano derecha.
»Sabes que no puedo ayudarte con eso —le advirtió con tristeza.
»¡No seas estúpido! Quiero que…
El chillido de la puerta de metal despertó a Haidee de sus propios recuerdos, girando su cabeza hacia la izquierda, donde se asomaba el santo de cáncer con una bandeja de plata con comida.
—Buenos días, te traje algo para que comas —saludó este.
—¿Así trata Athena a sus invitados? —preguntó sin resentimiento ni humor.
—Cuando se invitan solos a su templo, sí. Lo siento, ella aún piensa en qué hacer contigo.
—Lo entiendo; soy uno de los mil hijos de su enemigo. ¿Por qué habría de confiar en mí?
—No es eso —dijo Sage de Cáncer dejándole la charola en una pequeña mesa de madera.
Haidee miró la comida.
—Tranquilo, no está envenenada ni nada parecido.
—Eso me dijeron la última vez que comí algo —bisbiseó volviendo su mirada a la ventana—. Una manzana con un tónico de la verdad; me la dio uno de mis hermanos, quizás lo conozcas. Morfeo.
—No he tenido el honor.
El dios menor resopló.
—Sé que él y otros ayudan a mi padre; pero a mí me dan igual todos ellos, lo único que me importaba me fue arrebatado, ¿por qué habría de tenerle la más mínima estima o respeto a los asesinos de mi familia?
Sage de Cáncer no respondió.
—Lo siento, pero no comeré nada.
—Como quieras —dijo Sage sin ofenderse—, en cuanto Athena sepa qué hacer contigo volveré. ¿Puedo confiar en que no nos causarás problemas?
—Puedes confiar en que yo mismo quisiera rebanarle el cuello a mi padre; no intervendré en que Athena vuelva a ponerlo a dormir —bromeó con sorna.
Otra vez estando solo, Haidee volvió a sus pensamientos.
«Perdóname, Elora. Decidí mal… muy mal».
Cerrando sus ojos, pegándose a la pared de la celda, Haidee se atormentó a sí mismo con sus memorias, aquellas que nunca volverían a hacerse realidad.
…
—¿Y bien?
—Se rehúsa a comer, y de cierto modo, creo que lo entiendo.
Gateguard de Aries esperó en las escaleras de su templo, a Sage.
—Si come o no me importa un carajo —dijo enfadado—. Me refiero a si te dijo algo más sobre el maldito desgraciado que está detrás de todo esto.
—Nada, ¿quieres darle su espacio? Está evidentemente recuperándose de años y años de torturas, ¿viste su cuerpo? Dudo que su mente esté mejor.
El pelirrojo hizo un gesto de desinterés.
—¿Cuántas veces he de decirte que no me importa lo que ese idiota se haya echado encima a sí mismo?
Sage hizo un gesto de exasperación; quiso pasar por de lado de Gateguard, pero este se interpuso.
—No me dijo nada, ahora quítate, debo volver con Athena y el Patriarca.
—¿Cómo sabemos que no huirá?
—Gateguard, es un dios menor, está demasiado débil y herido, se ve que no ha dormido, mucho menos, comido nada en los últimos diez años o más… y yo quiero dar mi reporte para luego irme a descansar de una maldita vez; ¡quítate de mi camino! —lo apartó con su mano, continuando con su andar—. Si quieres vigilarlo, hazlo tú —espetó.
Viéndolo irse, Gateguard en lugar de ir en dirección a los calabozos debajo del Santuario, regresó al cuarto donde estaba Lucy, apenas descansado, con una fiebre altísima que las doncellas a cargo de cuidarla estaban tratando de controlar.
De pronto en medio de la madrugada, ella había empezado a respirar agitada, su cuerpo, tenía la temperatura y el aspecto de estar cociéndose a fuego lento y él nada pudo lograr por mucho que lo intentó.
Frustrado, Gateguard quiso ir a despertar al oneiroi, pero Sage lo detuvo diciéndole que el dios estaba inconsciente.
Porque, por supuesto, luego de soltarle semejante bomba de información, lo que había hecho el muy infeliz había sido dormir.
No sabía que los oniros también dormían, hasta que Haidee y su clan se apareció.
Entrando a su alcoba, donde 4 doncellas estaban pasando paños húmedos por todo el cuerpo todavía herido de Lucy, Gateguard miró con desagrado que las mujeres no estaban logrando nada.
—¿Ha bajado siquiera un poco la fiebre? —preguntó no menos irritado que hace diez minutos.
—L-lo intentamos, se-señor —respondió una de ellas, cada vez más nerviosa.
Las mujeres tenían cubetas llenas con agua fría en las cuales remojaban los paños. Toda esa agua ya hasta había tomado un color rosadito por la sangre.
—Creo que lo mejor es acostarla en el suelo, mi señor —sugirió la más madura de las 4.
—¿Qué? —gruñó en su dirección estando en total desacuerdo.
—O-o… o podemos tratar de vestirla con ropa ligera y cambiar las sábanas por unas más frescas —sugirió otra cosa con rapidez.
—Hagan eso —les dijo entrecerrando sus ojos sobre todas.
Realmente harto, Gateguard se puso en marcha hacia la celda que se le había puesto al oneiroi.
—¡Oye, tú! —le gritó golpeando los barrotes con sus nudillos.
—¿Mmm?
Haidee ni siquiera lo miró, su atención seguía en la ventana.
—Lucy tiene fiebre, ¡no baja con nada!
—Eso es un problema —dijo lentamente—, pero no hay nada que yo pueda hacer.
—¡¿Qué?! ¡Vaya dios inútil de mierda eres! —de nuevo, Gateguard golpeó los barrotes con su puño.
—¿Besabas a tu madre con esa boca? —se burló.
Agarrando los barrotes con furia, Gateguard lo miró con claras intenciones de matarlo. Dios, o no dios.
—Ustedes dos son tan parecidos cuando se enojan —dijo Haidee sonriendo—, sólo que Lucy daba más miedo.
—Bastardo —gruñó Gateguard.
—Mira, no tengo poder —los ojos de ambos se encontraron—. Todo lo usé para trasladarme aquí, bloquear de nuevo los recuerdos de Luciannn… digo, Lucy —Haidee desvió la vista cuando vio a Gateguard fruncir el ceño ante el error al nombrarla—; cerrar algunas heridas internas y decirte a ti, todo lo que apenas sé para que tu pequeñísima confianza en ella no se rompa por completo. Ten un poco más respeto y deja de pedirme que haga lo que tú tampoco puedes lograr.
Ambos se quedaron en silencio por un rato.
—¿Cómo ibas a nombrarla? —le preguntó con seriedad.
—¿Eso es importante ahora? —Haidee lo vio despectivamente.
Tragándose más de una palabrota, Gateguard sonrió con fastidio.
—No, sólo quiero saber cómo bajar la maldita fiebre de… Luciannnn…
—Escucha —Haidee se levantó de su asiento y fue hasta Gateguard—. Si ella te pidió que la llamases de una forma distinta a la que yo recuerdo, seguro es porque bloqueé sus memorias, y quizás, por eso ni siquiera recuerda su propio nombre original. No lo sé. Pero, si realmente quieres ayudarla, pelear aquí abajo conmigo no es la forma.
Gateguard se separó de los barrotes, sosteniéndose la cabeza, pegándola contra la pared enfrente de la celda.
—De verdad sé cómo te sientes, ella también me frustraba mucho —desvió su mirada al piso—, aunque hayamos conocido a dos personalidades de la misma mujer.
—¿De qué hablas? —gruñó.
—La Lucy que tú conoces… es realmente distinta a la que yo recuerdo. Lo cierto es que en el fondo no me agradaba, sólo la toleraba porque mi mujer la quería y por alguna razón confiaba en ella.
Gateguard se dio la vuelta para verlo.
—Sus memorias contienen mucho dolor, no sólo físico, también mucho dolor espiritual. Ella estaba tan dañada, tan perdida, que me exigió borrarle todo de la cabeza, no sólo la información que yo quería que ocultase. Un nombre es lo que menos debe preocuparte.
—Sólo quiero bajar la maldita, puta, fiebre —espetó enfadado.
—No te engañes —se burló Haidee—, ayer te quedaste dormido por siete minutos, ¿no es así?
—¡No te metas en mi maldita cabeza! —exclamó embravecido.
—No fue tan difícil, estás tan cansado que ni siquiera te diste cuenta.
Mirándose, el oneiroi con burla, el santo con molestia; el dios fue el que retomó su palabra.
—Vuelve a tu templo, Gateguard; en la cocina, hay una pequeña bolsa con frascos.
—¿Qué?
—Toma uno de cada cosa y haz un té caliente con ambos —el dios menor volvió a su postura, sentándose—. Tómalo tú primero, luego dáselo en la boca a ella con cuidado para no ahogarla. Quizás si bebes un poco de eso, tú también encuentres algo de paz.
Inhalando profundo, el oneiroi se quedó en silencio otra vez.
No estando muy seguro, Gateguard salió de los calabozos y se dirigió hacia la cocina de su templo.
Buscó en cada rincón una bolsa con frascos.
Al verla al lado del vino egipcio, su cabeza comenzó a encajar piezas.
«Esa mujer…» pensó frunciendo el ceño, «¿qué dijo que era esto?» se preguntó sacando un frasco con hierbas secas.
¡A la mierda!
Sacó dos frascos, uno con hierbas y el otro con miel. Puso agua a calentar en una olla de barro y esperó impaciente a que se calentase.
Al vaciar el frasco con las hierbas, Gateguard detectó un aroma extremadamente agrio, tapándose la nariz con ambas manos, vació con la ayuda de su telequinesis, el frasco con miel. Hasta la última gota cayó sobre el menjurje que hervía con intensidad. Al cabo de unos minutos a fuego alto, Gateguard apagó todo, buscando una jodida taza en su cocina casi vacía.
De nuevo, con la ayuda de su telequinesis, retuvo la hierba mientras el té caía ya con un olor más dulce, hacia la taza.
—Más vale que esto funcione —bisbiseó, sujetando el trasto, dirigiéndose hacia la cama donde Lucy se hallaba.
¿Cuál sería su nombre?
No era momento para pensar en eso.
Lucy estaba siendo atendida por tres doncellas, a las cuales Gateguard les pidió que saliesen por un rato. Una vez que todas abandonaron el cuarto, el santo miró a Lucy respirar acalorada sobre la cama; las colchas debajo de ella eran muy gruesas así que, haciéndola levitar con mucho cuidado, viendo cómo ella hacía quejidos debido a que su piel herida se desprendía de la tela, lanzó lejos las cobijas, bajándola de nuevo a la cama, la cual debía estar fresca.
—¿Cómo dijo ese bastardo que lo hiciera? —masculló recordando las instrucciones.
Sopló el té, tomó un poco y, dejando la raza en el buró de al lado, sostuvo la cabeza de Lucy con ambas manos, acercándola hacia él.
«Con cuidado, no debe ahogarse» se dijo uniendo sus labios a los de ella, tratando de darle el té lentamente; ella, afortunadamente, iba bebiéndolo.
Al terminársele, Gateguard repitió la operación: manteniendo té en su boca, pasándosela a Lucy.
En ningún momento él vio aquello como algo más que un simple método de hacer beber un menjurje a alguien inconsciente.
Al terminar, Gateguard esperó a que algo de aquello sirviese. Lamió sus propios labios detectando un dulzor muy diferente a la miel… y por supuesto, al sabor metálico de la sangre de Lucy.
Sin darse cuenta, Gateguard y Lucy inhalaron y exhalaron al mismo tiempo; tranquilos y más relajados.
El santo consideró extraña esa sensación. Hace muchísimos años que no percibía esa calma.
¿Sería por el té?
Pasó un tiempo en absoluto silencio, salvo por sus respiraciones y las de Lucy, quien, de pronto, comenzó a hacer quejidos.
Él al mirarla, se dio cuenta de que estaba abriendo uno de sus ojos. El otro, estaba tan hinchado que Gateguard esperaba que no hubiese perdido la vista de ese lado.
El santo se incorporó para mirarla bien, de cerca, ella con muchos esfuerzos estaba alzando su mano izquierda, dirigiéndola directamente hacia su rostro; pero, debió darse cuenta de sus heridas y moretones de ahí ya que los vio con confusión y miedo.
No hizo nada hasta que ella logró alcanzarse la cara y soltó un quejido fuerte, luego para seguirse moviendo debido al dolor que la azotaba cada parte de su cuerpo.
—¿Qué es esto? —bisbiseó muy bajo, confundida.
Él se le acercó para evitar que se hiciese más daño.
—No te muevas —le dijo preocupado.
Ella al verlo soltó un suspiro de pánico, pero se relajó bastante pronto al mirarlo bien.
—¿Qué… pasó? ¿Por qué… me siento… tan… mal?
La pobre apenas y podía hablar.
¿Estaría completamente a salvo de la muerte?
—No hables, calma —mirándola con pena, él puso una mano sobre su cabeza y acarició su corinilla, peinando un poco su cabello con mucho cuidado para no lastimarla.
Quería trasmitirle un confort que él no poseía, pero al menos quiso intentarlo.
—Me duele… me duele mucho —masculló de verdad adolorida.
—Tranquila —le susurró—. Ya pasó, ya pasó.
Al menos, eso esperaba.
Dejándose llevar por aquella sensación de lástima, él se acercó y besó delicadamente su frente, descubriendo en ese momento, que ella poco a poco estaba volviendo a su temperatura normal. Eso era un alivio.
Lo que en definitiva no se esperó fue que ella susurrase:
—Haidee…
Sintiendo un pequeño pinchazo en su estómago, Gateguard se separó para mirarla. A punto de caer dormida otra vez, Lucy acercó su mano hacia su cara; y como si quisiera aclararle mejor, se explicó:
—Haidee también solía aparecer… cuando él dormía… después de tocarme, cuando yo era una niña… —cerró su ojo. Gateguard no necesitó ser un genio para armar el rompecabezas; al menos, una parte.
Ella en ese pasado horrible le pidió al oneiroi que le borrase toda la memoria.
—Ahora lo recuerdo —susurró anhelante, pero herida, y no solo físicamente—. Haidee… era mi oneiroi… y me… ayudaba a dormir… cuando yo ya no podía hacerlo… por años fue así… Haidee… me ayudaba siempre… —lágrimas salieron de sus dos ojos—, pero… un día… él se fue… me dejó… él… se enam…
Su mano bajó de golpe al colchón.
Gateguard supo que su mejilla había sido manchada con la sangre de Lucy, pero eso no le importó.
Aparentemente estaba calmado. Al tomar la taza y salir de la habitación, se encontró con las doncellas; la mayor, llevaba una toga delgada roja que seguramente había conseguido en el pueblo. Todas iban con nuevas cubetas con agua y paños.
—Cuídenla; la fiebre ha bajado un poco. Traigan sábanas limpias y no dejen de observarla —les ordenó llevando el trasto a la cocina.
Al salir de ella, bajó otra vez con el oneiroi.
Aunque no lo aparentase, él estaba… muy… muy… enfadado.
Su alma parecía estar en una contrariedad, ya que, por un lado estaba relajado, pero por el otro, se encontraba indignado y furioso.
—¡¿Eras su oneiroi?! —le preguntó al llegar a la celda y encontrarse al dios menor exactamente donde lo había dejado.
—¿Disculpa? —Haidee lo vio de reojo.
—Lucy… ¿tú eras su oneiroi?
—Mis hermanos y yo no somos propiedad de nadie… bueno, quizás sólo de nuestro padre y madre —dijo con amargura.
—¿Por qué ella dice que estuviste a su lado cuando era una niña? —preguntó cada vez más molesto—, y que luego la abandonaste.
—Yo nunca la abandoné… ella me dijo que no debía descuidar a mi Elora, y eso hice.
—No descuidaste a tu mujer, ¿pero sí a Lucy?
El oneiroi lo miró con furia.
—No podía dividirme entre ambas, era ella o mi Elora —espetó brusco—, decidí darle prioridad a Elora. No era mi deber cuidar a nadie más fuera de sus sueños.
—¿Y qué tal adentro de ellos? ¿O quizás estabas demasiado ocupado fornicando como para preocuparte por si tu única confidente dormía siquiera?
El dios menor no dijo nada. Gateguard al ver eso negó con la cabeza.
—Eres un maldito —le dijo con resentimiento—, ¿cómo te atreves a siquiera volver a mirarla?
—Cuida tu lengua, humano.
—No, tú cuida al tuya, porque cómo va la situación preferiría entregarte yo mismo a ese hermano tuyo y librarnos de todos ustedes de una maldita vez.
—No pienso permitir que mi hijo corra peligro, ¡¿me oíste?!
—Pues debiste abortarlo en cuanto te diste cuenta de que ella lo concibió —le dijo duramente—, ¡nunca has podido protegerlos, ¿qué cambiará ahora?!
Haidee se levantó de su lugar y fue hasta Gateguard, esta vez, fue él el que se agarró de los barrotes.
—No permití que mi padre tocase a mi hijo, cuanto menos permitiré que tú hagas algo que lo perjudique.
—¡Por Zeus! ¡Ni siquiera sabes si está vivo! —le gritó a la cara.
—¡Yo sé que vive! ¡Lo siento!
—¡¿Y?! ¡Yo siento muchas cosas y no por eso son reales!
—¡Un humano como tú jamás lo entendería!
—¡Dioses! ¡Todos ustedes son arrogantes y creen saberlo todo!
—¡No creemos nada! ¡Lo sabemos! ¡Tú, mocoso de veinte años y poco más, crees que puedes insultarme o gritarme!
—¡Puedo y lo hago! ¡Si tú y tu mujer se hubiesen largado de Grecia antes de ser descubiertos, esto no estaría pasando! —sin miedo a quedarse sin mano, Gateguard sujetó el cuello de Haidee, enterrando sus uñas en su piel, y lo pegó a los barrotes—. ¡Eres un estúpido! ¡Estúpido por enamorarte de una humana, cuando se supone que eso te estaba prohibido! ¡Estúpido por dejar que los descubriesen! ¡Y estúpido por pensar que encontrar a tu hijo a estas alturas de su vida va a quitarte a ti la culpa que mereces llevar por toda la eternidad! ¡Eres un imbécil desleal a tu familia y tus amigos! ¡Sólo por eso mereces pudriste en el hades!
Lo soltó con brusquedad y salió de ahí hecho una furia.
—Continuará…—
Okey, ya perdí la ilusión de ponerme al día con el saintober.
Jijiji, pero de que lo acabo lo acabo. Me tomará quizás parte del siguiente mes, pero lo haré.
Vale, vale, recapitulemos.
Me alegro mucho que esta sección de pequeños capítulos les esté gustando. Trataré de no extenderme tanto con la historia de Haidee y su familia, sin embargo, como podrán ver, sus caminos se cruzan en su totalidad con los de Luciana, además de que el oneiroi fue el que bloqueó esas memorias que tanto daño le hicieron a nuestra protagonista, siendo que ella era la única que sabía del romance entre Haidee y Elora... cosa que él quería mantener en secreto por el bien de su hijo.
A decir verdad me indigna un poco que Haidee haya bloqueado la memoria de Luciana sólo por eso y no porque realmente quisiera ayudarla a ella. :(
Aquí, también confirmamos que en efecto, Haidee conocía a Lucy desde que ella era una niña, en algún momento de su vida él también se encuentra con Elora y se enamora de ella, dejando de lado su trabajo, y por ende, descuidando los sueños de Luciana... aunque él diga que Lucy se lo pidió.
Penélope, como algunos quizás lo vieron venir, es realmente la hermana gemela de Haidee, y lejos de querer dañarlo, ella quiso apoyarlo en su escape, cosa que el otro bobo no hizo. :/ Pero, ¿qué es lo que Penélope quería extraer de la mente de Luciana? Ya lo veremos más adelante cuando la conozcamos mejor.
Gateguard también está confuso con lo que escucha y presiente, pero por el momento su prioridad es mantener viva a su Lucy, aunque ya sepa que ella lo engañó dándole un nombre falso. ¿Ustedes qué piensan? ¿Debería sentirse ofendido o molesto con Luciana?
Muchas cosas pasaron mientras ella dormía, todavía nos faltan algunos episodios de esta parte de la historia, la última luna roja y seguimos con la programación normal. :D
¡Saludos y muchísimas gracias por leer y comentar!
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