ECLIPSE LUNAR

3



Reconocer tus errores puede ayudarte a perdonártelos.



Noche

XXVII

Abrazo Frío



—¡No puedo creer que seas tan imprudente! ¡¿Es necesario que te recuerde que no necesitamos a más dioses como enemigos?! —le regañó Sage, evidentemente molesto.

—Él empezó —masculló Gateguard, cruzado de brazos.

—¿Es en serio? —se exaltó—, ¡de verdad! ¿Hablas en serio?

—Déjame en paz, Sage —espetó Gateguard dispuesto a irse a su propia casa en aries, pero el santo lo retuvo del codo—, Sage —masculló en amenaza.

—El Patriarca y Athena saben lo que ocurrió —le avisó todavía enfadado—, no quieren que vuelvas a acercarte a él; ahora es una orden.

Dado a que desobedecer una orden de su Ilustrísima, ¡o de la misma Athena!, era motivo de alta traición y por lo tanto, una falta que sólo se castigaba con la muerte, Gateguard tuvo que meterse en la cabeza que volver a ver al dios menor en su celda (solo para molestar al maldito bastardo lo más que se pueda), estaba descartado de su lista de cosas por hacer.

«Pero valió la pena. No retiro ninguna maldita palabra» se dijo mientras salía de Cáncer y volvía a Aries pasando por Tauro, cuyo templo estaba vacío. «Además, no le dije nada que no fuese verdad; si le dolió, me importa poco».

Esa mañana, en medio del griterío entre Gateguard y el oneiroi Haidee, Sage había intervenido puesto que para él, era hora de visitar al huésped nuevo.

El cosmos de la deidad menor estaba alterado, el del santo de aries no estaba mejor. Se requirió también de la ayuda de Aeras de Sagitario para sacar al pelirrojo de ahí.

Aeras se llevó a rastras a Gateguard mientras Sage se quedaba con el oneiroi y se enfrentaba al malhumor del dios. Menos mal que Athena intervino usando su cálido cosmos con el fin de relajar a todos los involucrados.

Por telepatía, algo debió haberle dicho la diosa a Haidee para que este se alejase de los barrotes y volviese a sentarse cerca de la ventana.

Por otro lado, la diosa le ordenó a Sage mantener alejado a Gateguard del oneiroi, sin discusión.

Esa misma noche, el Patriarca llamó a Gateguard al recinto para hablar estrictamente con él. Una conversación privada entre ellos.

»¿Quería verme? —preguntó el pelirrojo a su maestro y líder, luego de arrodillarse frente a él.

»Sí. ¿Cómo has estado?

Viendo venir el regaño, Gateguard pensó en lo que respondería.

»Cansado —dijo—, pero espero que esto termine pronto.

»¿Terminar? —musitó el anciano—, hijo mío, creí que a estas alturas sabrías que este tipo de conflictos con dioses no han parado desde la Era Mitológica. Hoy te tocó a ti, mañana, quién sabe.

Decidiendo lanzar de una buena vez su defensa, Gateguard le dijo:

»Maestro, desde que esto empezó, he tratado de mantenerme firme y no dejarme vencer ante la situación… sin embargo, la civil involucrada está casi muerta en mi templo… por culpa del oneiroi. Ahora, él es básicamente lo único que podría interponerse entre ella y el inframundo.

»Entiendo eso, claro, los civiles son importantes. Pero, sabes que no debes descuidar tus otras tareas, ¿no es así?

Cierto, ¿hace cuánto que no salía a entrenar o a patrullar la zona? Los bastardos de Hades seguramente ya estaban movilizándose por todo el mundo y ellos seguían encerrados en el Santuario.

»No he olvidado mi misión. Y tampoco descuidaré ninguna de mis obligaciones —dijo Gateguard, sintiendo una ligera duda en su corazón. ¿Dudaba de qué? ¿De él mismo? ¿De su propio camino? ¿Del futuro?

Por otro lado, ¿acaso el Patriarca le encomendaría una misión justo ahora que Lucy seguía dormida? ¡No puede ser! ¿En serio?

»Eso espero —dijo el Patriarca Itiá—, quizás pronto tengas que demostrármelo.

Frunciendo el ceño, Gateguard alzó la cara y miró los ojos de su maestro.

»Ahora soy yo el que no entiende.

»Has de entender que es muy probable que todos debamos ser puestos a prueba en esta sangrienta guerra que está por venir; las debilidades, no caben en este trabajo. Sólo mantente en el camino correcto, Gateguard, yo confío en ti —bisbiseó con un ligero tinte siniestro en su voz, algo que el pelirrojo nunca había oído antes, y eso que conocía a ese hombre desde que era un niño—. ¿Pero de verdad serás capaz de no doblegarte cuando llegue el momento del juicio?

Sintiendo un escalofrío recorriendo su espalda. Cada vez más perdido en el extraño rumbo que había tomado la reprimenda, Gateguard no respondió a esa pregunta, de hecho, ni siquiera se molestó en mover un solo párpado hasta que el Patriarca Itiá le ordenó (al igual que la diosa Athena) que no debía volver a ver al oneiroi, y se centrase en defender el primer templo.

«¿El momento del juicio?» se preguntó Gateguard en la actualidad, tragó saliva por su reseca garganta y por fin pudo entrar a su casa.

Algunas doncellas salían de la alcoba que debían estar remodelando al mismo tiempo que se ocupaban de Lucy y sus necesidades, como limpiarla y mantenerla a una temperatura adecuada.

Él por su lado, ocuparía parte de su día en hacer ciertas compras necesarias para hacer esa habitación, habitable; luego volvería a su templo a cuidar la entrada de posibles invasores, le echaría un vistazo a Lucy.

Si le daba tiempo, comería.

Más tarde saldría otra vez en la búsqueda de togas y sábanas adecuadas para que la temperatura de Lucy no ascendiese otra vez; le daría un poco más de ese té con algo de miel.

Por la noche, ya se ocuparía de mantenerse alerta, de ser posible, no descuidando su propia alimentación. Quizás podría limpiarse a sí mismo antes de poder cerrar los ojos por medio segundo sin darla la oportunidad al oneiroi de intentar entrar en sus sueños.

«No sé por cuánto tiempo pueda mantenerme sin dormir» pensó inquieto, estando ya en Rodorio en búsqueda de algunos muebles. Nada costoso, por supuesto.

Curiosamente, Gateguard no se dio cuenta del momento en el que ya se encontraba metiendo un par de cosas en la habitación y la voz de Hakurei le tomó por sorpresa.

—No te conocía esos gustos, Gateguard, pero no están mal. Sabía que algún día te aburrirías de dormir sobre paja.

—Cállate —le espetó fastidiado, moviendo una enorme cama hacia donde quería tenerla.

—Dioses, es enorme, ¿cuánto te costó eso? —preguntó extrañado.

—¿A qué viniste? ¿A criticar en qué gasto mi dinero? —Gateguard dejó lo que hacía y se giró para verlo, ahora molesto.

—Venía a informarte —le dijo con sencillez—, antes de que volvieses, algunos santos, hace poco interceptaron otra vez a una chica que quiso entrar al Santuario.

—Oh, vaya novedad —musitó con desinterés, rodando los ojos.

Un minuto, ¿otra vez?

No era cosa de todos los días, pero a veces solía pasar que mujeres jóvenes del pueblo quisieran visitar a los santos dorados y tuviesen que ser escoltadas de regreso por los soldados de baja categoría que estaban por los alrededores.

—Mmm, no me entiendes. Esa chica venía por la mujer que tienes aquí.

«Una chica…» pensó, haciendo memoria. Pronto, su cavilación lo llevó a la chiquilla que vivía con Lucy en esa posada.

Cierto… se le había olvidado por completo.

—¿Y… qué pasó con ella? ¿La arrestaron?

Tuvo que admitirlo, se preocupó un poco.

—Me sorprende que no estés enterado de nada considerando que todo el alboroto haya pasado ayer y hoy afuera de tu templo.

—Digamos que no he estado mucho tiempo vigilando afuera —bisbiseó haciendo conteo de las poquísimas veces que siquiera se asomó a ver la luz del día—. No es trabajo mío echar a los civiles del Santuario, ¿entiendes? —intentó defenderse a pesar de que a él mismo le sorprendía no haber estado enterado de eso.

—Mmm.

—Sólo limítate a darme los detalles de lo que pasó —refunfuñó.

—Bien —suspiró resignado—, ayer, los santos rasos pudieron convencerla de irse; hoy estaba más decidida a no dar media vuelta y volver a su casa. Por poco la arrestan gracias el alboroto que ocasionó; afortunadamente para ella, Sage y yo tuvimos que bajar a Rodorio desde Cáncer y él pudo intervenir a tiempo para que eso no pasara, le dijo a esa chica que se marchara por su voluntad y luego me pidió a mí que la acompañara hasta su casa.

—¿Le… dijiste lo que pasó?

—No creo que más civiles deban saber lo que ocurrió aquí —musitó serio.

—¿Entonces?

—Sólo le dije que esa mujer tuvo un accidente en las escaleras y por el momento está siendo revisada por un doctor, aquí. Eso no la dejó muy tranquila, pero al menos prometió que no volverá a intentar entrar. —Hizo una leve pausa—. Eso sí, me hizo prometer que la veía en estos días para informarle sobre el estado de esa mujer.

Volviendo a su misión de acomodar muebles en la habitación con la ayuda de su (debilitada) telequinesis, Gateguard inhaló profundo.

—Trata de entender —masculló, defendiendo a la menor—. Lucy es lo único que esa chica tiene.

Gracias a que Gateguard estaba mirando hacia otro lado cuando dijo eso, no pudo ver la momentánea cara de estupefacción que hizo Hakurei al escucharlo… triste, por esa muchachita.

—Sí… ella también me dijo eso —con pena, Hakurei asintió un par de veces con la cabeza.

—¿Te dijo algo sobre más familiares a los que pudiese acudir o alguna amiga con quien pudiese quedarse? —preguntó Gateguard no queriendo sonar tan preocupado.

A ninguno de los dos le hacía ninguna gracia dejar a esa niña sola.

—No, la pobre estaba muy triste y preocupada como para hablarme de otras personas, pero, creo que podré visitarla mañana y averiguarlo.

—Por favor, hazlo —Gateguard fue hasta un costal de tela, sacando de ahí algunas sábanas—. Y sobre Lucy, dile que su vida no corre peligro, pero necesita descanso.

De nuevo; debido a la concentración en su tarea, el pelirrojo no pudo ver la mueca de extrañeza que hizo Hakurei.

—¿Por favor? —masculló el santo de plata pensando en desde cuándo Gateguard le decía "por favor", a él.

—¿Dijiste algo? —preguntó Gateguard, parpadeando con cierto cansancio.

—No… nada. Sí, estaré cerca de esa niña mientras averiguo si hay alguien que pueda vigilarla mientras la mujer se recupera.

Asintiendo con la cabeza, Gateguard siguió preparando la cama.

Hakurei se marchó sin borrar la curiosidad de su cara; caminando por el largo pasillo, desvió por unos segundos sus ojos hacia la puerta que guiaba hacia la habitación de Gateguard, mas no hizo otra cosa aparte de seguir caminando.

Por otro lado, adentro de la alcoba nueva el santo de aries se encontraba muy ocupado.

No se dio cuenta de cuántas cosas nuevas compró hasta que tuvo que darle su lugar a cada una. Varias veces su telequinesis falló ocasionando que soltase algo de golpe, afortunadamente para él, logró terminar de acomodar todo sin romper nada. Maldita sea, incluso volvió a armar un armario enorme que había tenido que desmantelar afuera de Aries debido a que iba a ser demasiado complicado pasarlo entero por el pasillo y por la puerta de la alcoba.

Cansado, decidió darse un descanso, acostándose en la enorme cama.

¿Cuál sería el problema? Serían solo unos segund…

No.

No fueron solo unos segundos.

De pronto, Gateguard abrió los ojos de golpe justo cuando el sol estaba a punto de bajar por completo, talló su cara y salió de la cama, sintiendo el cuerpo entumecido de la espalda.

«Maldición» se quejó haciendo una mueca de incomodidad, «necesito bañarme con agua caliente» pensó sintiéndose más cansado de lo que había estado cuando se acostó.

Aunque…

Qué raro… no soñó nada.

Haciendo a un lado la cuestión del por qué el oneiroi no le había hecho nada al tenerlo en sus dominios, lo primero que Gateguard hizo fue ir a la otra habitación para ver a Lucy. Las doncellas estaban retirándose de la alcoba; ella se encontraba acostada bocarriba, recién limpiada, usando ropa nueva y otras sábanas.

—Mi señor —le dijo una de las doncellas—, hemos preparado la comida para usted, se encuentra en la cocina, ¿quiere que la sirva?

—No —respondió haciendo un movimiento de negación con su cabeza también—, retírense. Las llamaré si las necesito.

—Entendido, señor.

Sin decirle nada, el resto de las mujeres salieron cargando cubetas de agua con paños en su interior, otras llevaba ropa y sábanas sucias. Aún había sangre en todo aquello.

«Mientras no empeore, todo estará bien» pensó acercándose, viendo a Lucy dormir.

¿Alguno de esos malditos oniros estaría intentando meterse a su mente?

No queriendo pensar mucho en eso, lo que ocasionaría que fuese directamente a la celda del oneiroi y buscase la forma de matarlo, Gateguard dio media vuelta sobre sus pies y se retiró para darse una ducha rápida, luego de relajarse un poco y cambiarse la ropa, se fue por el pasillo sacudiendo su húmedo cabello; llegó a la cocina donde calentó una pequeña olla de barro con comida que las doncellas habían hecho para él, para después servirse un plato y un vaso con agua.

Debía comer y tratar de funcionar normal. Si Lucy ya no corría peligro de muerte, no era necesario que él la vigilase todo el tiempo.

Terminó de comer, lavó sus trastes y después de una corta vigilancia en las puertas de su templo, Gateguard volvió al cuarto donde Lucy reposaba. En ningún momento invocó a su armadura, cosa que no era normal en él, sin embargo, Gateguard no le dio importancia a ese hecho.

Sólo pensaba en hacer el menor ruido posible para no interrumpir el descanso de Lucy. Incluso caminaba sin sandalias.

Volviendo a la alcoba, sentándose a un lado de la cama, quitándole de la cara amoratada y todavía un poco hinchada, uno que otro cabello, Gateguard se dijo a sí mismo que odiaba ver civiles en ese estado.

Ya fuesen hombres, mujeres, niños, niñas, ancianas, o ancianos; si no se ganaban esos golpes, y si no tenían forma de defenderse de ellos o por lo menos regresarlos…

Bueno, por algo él servía a la diosa de la justicia, ¿no?

—Qué hipócrita eres.

En serio se esforzó por no poner sus ojos en blanco.

Frunciendo levemente el ceño, Gateguard parpadeó con repelús. Trató de ignorar esa voz que se comunicaba vía telepática, él sabía a quién pertenecía y estaba decidido a seguir la orden de no responderle.

Trataría de ignorarlo.

—No me costó mucho para indagar en tu podrida cabeza y descubrir qué fue lo que mi hermano encontró en ella, con el fin de torcerte y hacerte recurrir a Lucy. ¿Quieres que te lo diga?

A punto de responderle: "puedes meterte tus palabras por el culo; no me interesa", Gateguard se levantó del banco de madera para ir a preparar el agua donde serviría las hierbas con el que haría el té de Lucy.

—Esas pesadillas fueron fragmentos de lo que son tus más ocultos recuerdos de la niñez.

Un repentino zumbido en su cabeza casi le hizo tirar el agua que había sacado del cántaro.

—Siempre se te dio bien girar la cabeza ante tus errores, porque al final, siempre puedes evitar cometerlos otra vez, ¿no?

Su burla iba hacia lo que Gateguard se decía a sí mismo cuando era un niño. Lo que su maestro le decía ante una equivocación:

»No te preocupes, si cometes un error, sólo procura evitar hacerlo de nuevo.

Sacudiendo un poco su cabeza con el fin de seguir ignorando a ese molesto ser, Gateguard se puso a calentar el agua en el fogón, mientras buscaba los frascos con las hierbas y la miel.

—Cuando vuelvas a cerrar los ojos, lo verás. No eres menos pecador que yo, perro de Athena.

Soltando un suspiro resignado, y cansado, Gateguard lo sintió largarse de su cabeza.

Así que verá algo muy agradable cuando volviese a cerrar los ojos, ¿eh?

Bueno, al menos ya estaba avisado.

Sin más molestas interrupciones, Gateguard sirvió el té en un vaso de barro, fue hasta el cuarto de Lucy e hizo lo mismo que antes: tomó un poco del líquido con su boca y, sujetándola con cuidado del rostro, la ayudó a beberla.

Esta vez Lucy reaccionó sin despertar, tomando sin problemas el té.

Al terminar con el vaso, parpadeando lento, sintiéndose demasiado agotado, Gateguard volvió a acostarla lentamente y… cabeceando, se talló los ojos.

«Vamos… aún puedo… mantenerme despierto» sin querer, también bostezó. «No… debo» se dio unas cuantas bofetadas en la cara, levantándose, alejándose de Lucy.

Salió del cuarto, de su templo. Pensó que el aire frío podría ayudarlo.

Mirando el cielo al frente, Gateguard se sentó en el último escalón de la entrada y se pasó una mano por la cabeza.

Esto no debería ser difícil para él… ya había aguantado muchas noches en vela, ¿qué más daba una más?

Bajando lentamente su cabeza, sus ojos se cerraron, a punto de ceder por completo al agotamiento, pero, al momento en que hizo eso, una imagen que contrarrestaba por completo con el tranquilo cielo oscuro, le hizo saltar sobre sí mismo; despertándolo.

«Fuego» pensó alterado, sintiendo un mal presentimiento; moviendo sus ojos cristalinos de un lado al otro, Gateguard tragó saliva; «eso… ya… lo… había… vist…»

Respirando pesadamente, cada vez más lento, Gateguard se dijo a sí mismo con cierto humor que ya había estado demasiado tiempo soportando el desvelo….

No pudo aguantar más.

Como si su propio cuerpo le dijese "deja de joderme", el cerebro de Gateguard se apagó y él cayó de espaldas hacia el suelo.

Estaba demasiado agotado y necesitaba dormir.

Sin embargo, al mismo tiempo que eso ocurrió, la verdad se le presentó ante sus ojos.



Despertó siendo un niño que caminaba por un sendero boscoso solitario; Gateguard no estaba consciente de su verdadera edad adulta ni de su posición en el Santuario de Athena; todo fluía justo como había pasado hace años.

Esa tarde, por fin el pequeño se tomaba un breve descanso de su entrenamiento.

Con su maestro en Grecia y él a pocos kilómetros de Rumania, Gateguard había prácticamente huido de los gemelos, que le acompañaban; adentrándose muy profundo en los límites de un bosque con el fin de estar solo.

"No importa si me alejo, no me perderé", había pensado sin dejar de ir en línea recta hacia el norte.

Caminando alrededor de unas dos horas o poco menos, viendo sus pies, Gateguard de pronto escuchó los cascos de un montón de caballos.

Alzando la vista hacia dónde provenía el escándalo, justo a su derecha, el chico se encontró con un montón de sujetos que iban, aparentemente, yendo hacia dirección que él desconocía. De cualquier forma, para evitar encontronazos no deseados, Gateguard se ocultó rápidamente en el interior de un gran arbusto.

Los hombres iban riendo, sus caballos andaban a toda velocidad.

Frunciendo el ceño, el pequeño pelirrojo salió del arbusto, presintiendo que algo malo iba a pasar.

"¿Y si al final no es nada? Tal vez sean solo unos vagos".

Inhalando profundo, pensando en lo que debería hacer, Gateguard escuchó el gruñido del cielo, el cual indicaba que pronto iba a caer la lluvia.

Haciendo caso omiso a su instinto, el cual se alteró ante la presencia de aquellos sujetos, el joven decidió volver con Hakurei y Sage, quienes deberían estar buscándolo o quizás, adelantándose a cenar sin él.

—¿Por qué no volviste cuando pudiste, Gateguard?

Oyendo la voz decepcionante (y burlona) del oneiroi, pero no oyéndolo realmente, el muchacho siguió caminando con lentitud, mirando el piso.

Gotas de lluvia comenzaron a caer, primero lento, luego más rápido hasta que Gateguard tuvo que detener sus pies luego de casi media hora.

«¿A dónde iban?» apretando los puños, Gateguard cedió a la presión que sentía encima, se dio la vuelta y corrió con todo lo que pudo, de regreso.

La lluvia le hizo resbalar y caer algunas veces; en otras ocasiones su cabello empapado le impedía ver bien lo que ocasionaba que Gateguard hiciera movimientos bruscos con la cabeza. Esquivó árboles, atravesó arbustos (algunos de esos tenían espinas), saltó rocas, pasó por charcos incluso cruzó un frío río cuya corriente le empapó y enfrió más su estómago y piernas.

Llegó un punto en el que se consideró un ridículo por estar cediendo a un sentimiento momentáneo de pánico, sin embargo, casi al mismo tiempo en que ese pensamiento se formaba en su cabeza, Gateguard oyó a lo lejos un coro conocido.

Gritos de gente; ladridos de algunos perros; relinchidos de caballos.

Humo a lo lejos.

Maldición… maldición… ¡maldición!

Apartando ramas con hojas (cortándose un poco las manos con ellas), resbalando con una piedra con musgo y cayendo, golpeándose el codo derecho y raspándose la rodilla derecha, Gateguard trató de ser más rápido y tratar de… de… ¡joder, no lo sabía!

¡No sabía lo que debería hacer!

Esto se parecía mucho a…

Más allá en su pasado, hace pocos años… su encuentro con el Patriarca, en medio de su propio hogar devastado, le alteró más el corazón a Gateguard. Su cordura tambaleó.

Otra vez…

¿Otra vez pasaría lo mismo? ¿Pero ahora a otro pueblo?

¡¿Dónde diablos estarán Hakurei y Sage cuando se les necesitaba?!

—No los necesitas —susurró el oneiroi en aquel cielo oscurecido—, bastante bien lo harás tú solo.

Lo peor es que… tuvo razón.

Debido a la adrenalina que recorrió su cuerpo; la sensación de que era su deber detener la masacre; el hecho de que no quería que otros niños y niñas sufriesen como lo hizo él; la desesperación de saber que pudo haber detenido a esos tipos antes; la furia cuando llegó al pueblo (algo grande) y vio el desastre y la muerte, junto a un montón de sentimientos más que Gateguard no supo definir bien, pero positivos no eran, ni siquiera lo pensó. Tuvo que actuar.

Corrió a toda velocidad con un montón de lodo y agua cubriéndolo, él saltó alto dándole un fuerte puñetazo en la cara a quien montaba uno de los caballos y ordenaba que saqueasen todas las casas.

Debido a que Gateguard había tirado con tanta brutalidad a su amo, el caballo relinchó y huyó.

Como si todo se hubiese vuelto lento, a partir de que sus pies tocaron el suelo, incluso las gotas de lluvia que caían (ahora de una en una sobre la tierra) al chico le parecieron fáciles de ver y hasta esquivar.

Las casas incendiadas y los incontables cuerpos mutilados de pueblerinos, junto a otros que gritaban tratando de huir, Gateguard le quitó la espada al sujeto que había derribado y lo encajó sin pensarlo en el pecho de este, dejándolo desangrarse. Luego, sacó el sable del cuerpo con el fin de ubicar a los otros que atacaban a los habitantes.

—Debo decirlo. Ares estaría orgulloso.

Volviendo a oír pero no oír la voz del oneiroi, Gateguard no le dio tiempo a ningún atacante de siquiera verlo venir; cortó un par de cuellos a su alrededor, haciendo que las cabezas se desprendiesen brutalmente de los cuerpos.

Una vez terminó con esa área, corrió por otro sitio del lugar en busca de más malvados.

Los gritos de una mujer en el interior de una casa lo llevaron hasta ella. En el interior, tres sujetos estaban abusándola.

Al primero (que penetraba a la mujer) le atravesó el pecho, Gateguard esquivó la espada del segundo soltando el mango por medio segundo, contraatacando cuerpo a cuerpo, desarmándolo para encajarle su propia arma en el estómago y lanzarlo con una fuerza monstruosa a otro lado; el tercero no fue tan tonto como para intentar pararlo y salió corriendo.

Cual bestia poseída sabiendo dónde encontrar a su presa, Gateguard sacó la espada del primer cuerpo muerto de esa casa y fue tras él sin preocuparse por lo que sucedería con esa mujer a partir de salvarla.

—¡¿A dónde crees que vas?! —le gritó embravecido, sujetando la espada con ambas manos, golpeando el costado derecho del tipo, rebanando casi hasta el otro extremo, pero no logró hacer eso porque su fuerza bruta lo arrojó lejos, con los intestinos saliéndose por la enorme herida.

El sonido de los caballos saliendo del pueblo no pasaron desapercibido por él.

—No escaparán —murmuró entre dientes sin reparar en la cantidad de sangre que estaba cubriéndolo.

La risa del oneiroi suavizó el sonido de los truenos.

Gateguard soltó la espada y persiguió a los que trataban de huir.

—Muro de cristal.

Los caballos se estamparon contra una pared invisible para los sujetos, que cayeron de sus animales.

Eran 5.

—Diviérteme, Gateguard. Destázalos, con tus propias manos.

Eso hizo.

Encerró a los cinco con su técnica, muro de cristal, y adentro, no tuvo reparos en golpearlos hasta que los mató.

Una vez hecho eso, respirando agitado, su conciencia pareció haber vuelto a él de manera lenta.

Cansado, el chico miró los cuerpos deformados por sus puños. Luego miró atrás, hacia el pueblo.

El fuego se había extinguido con la lluvia, pero todavía había demasiado humo elevándose hacia el cielo.

¿Debieron haber quedado algunos de ellos vivos, no?

No pudo haber llegado tan tarde.

«Por favor… que al menos la mitad haya sobrevivido» pensó temblando, esperando que al menos, hubiese podido evitar algo tan brutal como lo que él vivió antes de que el Patriarca Itiá llegase a su vida.

Con el corazón en el puño y el cerebro adormilado por la descarga de emociones que habían nublado su mente, al igual que un duro dolor en los músculos de su cuerpo (sobre todo brazos y piernas), Gateguard caminó hasta el sitio en busca de alguien que todavía estuviese pie.

Afortunadamente todavía había mucha gente, pero todos lloraban sobre el cuerpo, o cuerpos, de sus muertos.

Padres, madres, abuelos, abuelas, hijos, hijas…

Maldición.

Si tan solo…

Si tan solo…

—¿A quién quieres engañar? Llegaste tarde.

Gateguard caminó entre el desastre que había quedado, hasta un niño pequeño que llamó su atención, no mayor a los 10 años, que lloraba sobre su madre, quien había muerto por una mala decapitación que ocasionó que todavía mantuviese la cabeza mal unida el cuerpo, a medias, aquello era algo grotesco; lo peor, ella estaba embarazada, su vientre estaba muy abultado.

Cuando Gateguard se acercó y tocó su hombro con las intenciones de darle algo de calma, el niño alzó la mirada hacia él y al verlo cubierto de sangre, gritó demasiado alterado, alejándose, suplicando porque no lo matase.

—Espera, no… yo no…

Escuchando un leve zumbido en el interior de ambos oídos, Gateguard alzó la vista hacia otras personas, que lo veían con el mismo pánico que el niño; incluso muchos adultos lo veían horrorizados.

—Yo no… no les haré daño… no a ustedes —masculló todavía más tembloroso, desviando su mirada hacia otro grupo de cadáveres de gente inocente.

Una madre y dos niños. Un anciano. Una anciana.

—Te vimos… todos te vimos —le dijo un hombre llamando su atención. Lleno de pánico, pero también lleno de rabia, se le acercó—. ¡Mira eso! —le señaló a la mujer embarazada—. ¡Todos vimos cuando la golpeaste con tu espada para seguir a uno de esos malditos!

Gateguard no recordaba haberlo hec…

—Oh sí —canturreo el oneiroi—. Lo hiciste.

El oneiroi no sólo le mostró cuando, en medio de ese lunático estado, apartó a la mujer embarazada, matándola y dejándola tirada con su primogénito llorando sobre ella. También hizo lo mismo con cinco hombres pueblerinos que corrían por sus vidas, un niño, un anciano y dos ancianas. A todos ellos los quitó de su camino usando el filo, cortándolos.

¿Cómo es que no pudo verlos cuando actuó?

¿Cómo llegó a cegarse tanto y en menos de un segundo?

¿Qué había pasado después?



Los ojos del Gateguard adulto se abrieron lentamente.

La lluvia caía con fuerza sobre Rodorio.

—Justo como ese día en el bosque. Qué ironía.

El cosmos del oneiroi lo dejó solo definitivamente, con sus pensamientos revueltos, los cuales iban ordenándose poco a poco. Levantándose lentamente, Gateguard caminó mareado hacia afuera y se apoyó de espaldas en uno de los pilares exteriores del templo.

Bajando la cabeza, sonrió ácidamente y soltó un bufido de aburrimiento.

—Gracias por recordarme eso, infeliz de mierda —murmuró valiéndole poco si el oneiroi lo oía o no—. Ahora sé… que tan bajo puede caer un estúpido de tu estirpe con tal de demostrar que es superior a otros… pero no te funcionó —soltó una carcajada—. Porque… el que yo haya hecho algo horrible cuando era un niño, y además, en un estado de locura incontrolable motivado por la desesperación y la culpa, no te exonera a ti de haberla cagado en proteger a tu propia familia.

Apretó los puños, furioso, pero más que nada, destrozado por dentro.

—Quizás no lo logré, pero trataré de hacer las cosas mejor… porque ahora puedo aceptar lo que hice y vivir con eso; no cambiaré nada, lo sé, pero al menos podré rogar perdón al universo por mis errores, hasta el día que muera —alzó la vista, oyendo la lluvia; no se dio cuenta de que estaba derramando lágrimas hasta que su nariz escurriendo se lo hizo notar; inhaló fuerte—. En lugar de hacer lo mismo… atormentas a otros, ¿y para qué? ¿Buscas sentirte mejor con… mi pasado? —se burló—. Eso no te devolverá a tu mujer… y si sigues así, tampoco te aseguro que encuentres a tu hijo. Estás tan lleno de soberbia… de ira contra tu padre, a quien aún ahora no tienes el valor de enfrentar por tu miseria. Eres patético y lo peor es que lo sabes.

Esa no fue una amenaza o un insulto; a Gateguard poco le importaba lo que pasase con el oneiroi y su casta. Más bien fue un aviso bienintencionado de un pecador a otro.

¿Acaso el oneiroi no estaba cansado de sentir tanta ira?

Gateguard sí.

Mientras caminaba tambaleándose, al interior de su templo, Gateguard se dijo que él ya se había imaginado que algo así hubiese podido albergar en esa Caja de Pandora que tenía por mente, sin embargo, tuvo que admitirse que no se había hecho a la idea de qué tan malo podría llegar a ser su pasado sin nubes estorbosas que le impidiesen verlo todo desde una segunda perspectiva.

Sintiéndose derrotado, no supo a dónde ir. Así que volvió con Lucy.

Viéndola dormir todavía, Gateguard se limpió las mejillas. Extrañó oírla diciéndole alguna trivialidad.

Con cuidado se sentó en el borde de la cama y se acostó de lado a la derecha de ella.

—Lo siento —le dijo en un susurro tembloroso—, pero por primera vez en mucho tiempo, no quiero estar solo.

Alzando su mano dudosamente, Gateguard cerró los ojos al mismo tiempo que más lágrimas salían de sus ojos y su palma caía en el colchón luego de que su brazo se posara suavemente y sin peso sobre el estómago de Lucy.

No era su intención lastimarla por lo que trataría de no tocarla, sin embargo, necesitaba… al menos… un poco… sentir el calor de otro ser humano.

Estaba harto.

Estaba harto del frío.

Estaba harto de los dioses.

Estaba harto de oír la maldita lluvia.

Estaba harto de él mismo.

—Continuará…—


Capítulo editado (29/11/2021) debido a varias fallas de ortografía y gramática; lamento si se me pasaron otras jijiji. Por cierto agregué ciertos detalles que me olvidé de anotarlos antes xD.

Por cierto, si lo desean, les invito a leer la parte del pasado de Gateguard con la canción de High Enough. En serio me ayudó mucho a escribirla.


Creo que no me será posible terminar el fic este año. Lo siento, amigos.

También me disculpo si los capítulos quedan un poquito confusos jejeje, no puedo revisarlos con tanta frecuencia y el trabajo en serio me absorbe demasiado.

Bueno, repasemos lo que ya leímos.

Por órdenes de Athena, Gateguard y el oneiroi no se pueden ver, pero el dios menor no deja en paz a nuestro pelirrojo; incluso le mostró aquello que tanto le atormentaba. ¿Saben? Ni siquiera yo me imaginé que fuese a ser un desgraciado de ese calibre, pero en fin.

No quise narrarlo de forma obvia, pero acaban de presenciar el primer abrazo de Gateguard a Luciana. Triste, pero tierno... aún así muy triste. Ya me dirán ustedes lo que sintieron jejeje.

¡Y ya casi entramos a diciembre! Una fecha muy especial, ¿no?

Espero terminar los eclipses antes de que termine el año, deséenme suerte.

¡Saludos y muchísimas gracias por leer y comentar!


Gracias por leer y comentar a:

Nyan-mx, Natalita07, Guest, y Vaneblue.


Reviews?


Si quieres saber más de este y/u otros fics, eres cordialmente invitado(a) a seguirme en mi página oficial de Facebook: "Adilay Ackatery" (link en mi perfil). Información sobre las próximas actualizaciones, memes, vídeos usando mi voz y mi poca carisma y muchas otras cosas más. ;)


Para más mini-escritos y leer mis fics en facebook de Saint Seiya, por favor pasen a mi página: Adilay de Capricornio (antes: Êlýsia Pedía - Fanfics de Adilay Fanficker) ¡y denle like! XD