ECLIPSE LUNAR

4



La soberbia es el pasatiempo favorito de los tontos.



Noche

XXVIII

Consuelo de pecadores



»¡Eres un imbécil desleal a tu familia y tus amigos! ¡Sólo por eso mereces pudrirte en el hades!

Oír eso no le sentó nada bien. Ahora, ya con la cabeza más fría, Haidee tuvo que reconocerlo. Sin embargo, en ese momento se dijo que la conversación no había terminado aún y ese desgraciado ser humano no tendría la última maldita palabra.

Sacó una de sus manos de los barrotes y, bañado por la ira, Haidee mandó un mensaje directamente a la cabeza de aquel insensato hombre.

»Los mortales son tan hipócritas —adrede le había ocasionado un dolor que, Haidee esperó, lo haya hecho arrodillase—. ¿Desde cuándo puede un vulgar asesino hablar con tanta moral frente a un dios sin morderse la lengua? ¿Te crees con la autoridad de juzgarme por ser leal o no? ¿Qué me dices tú? ¿A quién debes tu lealtad realmente? ¿A Athena?

Justo como lo esperó, el santo de oro, al ser cuestionado de ese modo, volvió al pasillo azotando la puerta otra vez, más enfurecido que antes.

Ambos se gritaron groserías a la cara; se ladraron justo como dos perros callejeros hambrientos; sólo los dividía una miserable reja que cualquiera de los dos hubiese podido atravesar de haberlo querido para poder golpearse entre ellos. Pero ese era el punto, aún con todo el enfado, ni Gateguard ni Haidee quisieron llegar a ese extremo; de haberlo hecho, seguro alguno de los dos habría terminado muerto.

—¿Sigues sin querer comer? —la voz del humano Aeras de Sagitario lo sacó de sus pensamientos.

Haidee no le respondió, lo consideró innecesario.

Era evidente que no quería tocar nada de lo que le llevasen, aunque su estómago estuviese rugiendo con desesperación desde hace años.

—Sage me dijo que Athena estaba pensando en lo que haría contigo, pero mientras eso ocurría, debíamos vigilarte. —El santo caminó hasta su celda, apoyándose de espaldas en ella, aparentemente sin importarle que Haidee pudiese atacar su espalda—. No sé si Athena lo sepa, pero yo siento a la perfección cada vez que tú usas tu débil poder para atormentar a Gateguard; como ayer, por ejemplo.

Esta vez, Haidee deslizó su seria mirada hacia la figura del tipo.

—No es que me importe Gateguard —se burló el santo—, de hecho, la mayor parte del tiempo prefiero sufrir un dolor estomacal a tener que dialogar con él.

—Así que no te importa —bisbiseó alzando una ceja—. Entonces, ¿a qué diablos viniste? ¿En verdad no estás molesto por lo que le hago a tu amiguito?

—Ya te dije que él me importa menos que una piedra con musgo putrefacto.

—Ajá.

—Lo que me jode de ustedes los dioses es que no suele importarles usar humanos para su entretenimiento, o para su beneficio.

No le fue difícil al dios menor saber a qué se refería Aeras con eso.

—La mujer —dijo Haidee, sonriendo divertido.

Otro moralista manchado con sangre para jugar, genial.

—No solo ella. ¿Sabías que una chica joven depende de que ella sobreviva?

¿Una chica joven? ¿Acaso Lucía tenía una hija?

Bueno, considerando el tiempo que había pasado desde el encierro de Haidee… la posibilidad de que Lucía haya podido rehacer su vida (importándole un cuerno la del hijo de quien se supone era su mejor amiga) no era algo que debiese sorprenderle.

Casi de inmediato se dijo que no podía ser tan duro con Lucía.

¿Qué podía hacer la pequeña idiota con un bebé estando tan rota como Haidee la recordaba? Y volviendo a ese tema, también tuvo que decirse, que él mismo había borrado de la cabeza de Lucía toda conexión que tuviese algo que ver con él; eso incluyendo a Elora y al niño.

Aun así, él no pudo evitar sentir curiosidad… al igual que un ápice de envidia. Mas nada de eso se le dijo nada al santo.

Él se pudría en una celda mientras Lucía…

Un momento.

Era imposible que Lucía tuviese una hija; Haidee se había asegurado de eso.

Entonces, ¿acaso Lucía habría adoptado a alguien? No sería tan extraño. Las niñas que sobraban en una familia por lo regular eran abandonadas o vendidas.

Daba igual.

—Quizás no lo sepas —dijo Haidee—, o también te importe lo mismo que una piedra llena de musgo putrefacto. Pero yo no toqué a esa mujer.

El santo de sagitario soltó una risotada.

—Te oí, fue ese hermano tuyo que tienes merodeando por aquí. —Su voz se tornó áspera y acusadora—. ¿Qué fue lo que le dijiste a Gateguard mientras yo me lo llevaba?

Haidee sonrió sin sentir motivos para hacerlo. Era su mecanismo de defensa, sonreír ante una situación que no sabía cómo manejar.

—Creo que el idiota no lo oyó —continuó Aeras rodando sus ojos—, porque estaba muy entretenido deseándote la muerte con esa espantosa voz que tiene. Pero recuerdo que tú le dijiste algo como: "debí haber terminado con su miseria cuando tuve la oportunidad", y no he dejado de pensar: ¿"hubieses acabado con la miseria de quién cuando tuviste la oportunidad"?

El santo se dio la vuelta para ver al oneiroi, este a su vez también lo observaba.

—Se gritaron tantas cosas. Me pregunto si las recuerdan todas —masculló Aeras, serio. Ante el silencio del oneiroi, prosiguió—. ¿Y? ¿Torturarlo por medio de sus sueños te ha servido de algo?

Haidee hizo un leve movimiento de cabeza.

—Te dije que pude sentir tu cosmos… atacando directamente el de él —sonrió de lado, esta vez, sí en tono de burla—. Así que… ¿te ha funcionado mantenerlo en vela? Porque yo sigo viéndolo igual de arrogante, sólo que se ha vuelto más irritante y molesto. No poder dormir en serio le sienta mal, pero aún no se ve lo suficientemente miserable, por lo que debe ser algo frustrante para ti no poder romperlo por completo.

—¿A dónde quieres llegar?

—Tu problema no es con Gateguard, ni con nosotros o Athena. Es con esa mujer, ¿no es así?

Haidee suspiró hastiado; caminó hasta Aeras.

—¿Qué buscas entrometiéndote?

—Busco que obtengas rápido lo que sea que viniste a buscar para que te largues antes de que inicie la guerra contra Hades, es todo.

—¿Es todo? —inquirió con sorna.

Aeras asintió sin intimidarse.

—Tu padre seguro ya está despierto junto a tu tío, me pregunto si planeas ayudarlos. —Haidee achicó su mirada sobre el santo—. O tal vez no. ¿Por qué será? ¿Los odias? ¿O les temes?

—Ninguna de las dos.

—¿Entonces?

—Busco a mi hijo.

—Aaah, un semidiós también anda suelto por Atenas. ¿Tu padre lo busca también?

—No tiene por qué saber de él.

—Oh, ya veo. Lo mantuviste bien oculto, ¿y qué pasaría si él supiese de su existencia?

Conociendo bien la respuesta a esa pregunta, pero también dándose cuenta de que estaba cayendo en el truco de responder preguntas sin pensar en las consecuencias de eso, Haidee le dio la espalda al santo. Tuvo que admitir que el tipo tenía una habilidad muy peligrosa con respecto a la recopilación de información.

—No es de tu incumbencia. Sólo quiero recuperar a mi hijo, luego me iré de Grecia. Athena no tiene por qué preocuparse.

Aeras se rio con la boca cerrada.

—Creo que olvidas que ella es la diosa de la guerra y la sabiduría. No ha ganado cada batalla contra Hades siendo ingenua.

—¿Vienes aquí a preguntarme por mi objetivo, porque ella te lo ordenó?

—Si ella quisiera sacarte la verdad, sabes que no me necesitaría.

—Cierto, aunque, no olvido a la Athena que me vio nacer. Ha cambiado mucho, para bien, creo.

—Te lo voy a preguntar otra vez. ¿Qué buscas en realidad?

—¿Acaso eres sordo? —Haidee puso los ojos en blanco.

—Buscas algo más. Sí, tu hijo es tu principal objetivo. Pero me basta con verte a los ojos por medio segundo para saber que también quieres algo extra.

—¿Y qué podría ser eso? Ilumíname —fue sarcástico.

¡Él no buscaba nada más salvo a su hijo!

—Lo mismo que tu hermano —el humano alzó una ceja cruzándose de brazos; Haidee se giró para mirarlo, ya bastante cansado—. ¿Sabes? Tienes el mismo problema de Gateguard, seguro por eso se odian sin conocerse. Cuando comienzas a gritar, no puedes parar, y gracias a eso, yo sé que tu hermano envenenó a esa mujer con el objetivo de hurgar en sus memorias, pero no tendría por qué hacerlo de no ser porque hay algo en ellas, algo que, tal vez, tú también olvidaste… algo además de ese niño. Pero te preocupa que tu hermano lo sepa antes que tú y te tome ventaja.

—Impresionante deducción, algo casi irreal —de hecho, algo bastante estúpido y hasta paranoico—. ¿Qué te han dicho esos dos hombres además de lo que tú oíste de mi boca?

Aeras alzó los hombros con despreocupación.

—Lo que necesito saber, nada más.

Ambos se quedaron en silencio por un rato.

—Athena me ha pedido que te ayude —dijo Aeras, ya más serio.

Haidee lo miró incrédulo.

—Sabe que no mientes, buscas a tu hijo, y luego te irás. Pero al igual que yo, ella no está muy cómoda contigo cerca y menos sabiendo que hay una segunda cosa que estás buscando.

—Así que quiere que me ayudes para que me vaya rápido… y según ustedes, ¿qué puede ser esa segunda cosa que busco? Porque hasta donde yo sé, no hay nada más. —Se cruzó de brazos considerando graciosa las precauciones de la diosa y sus sabuesos—. Esa mujer, no mentiré, fue parte de mi pasado… uno en el que ni Athena ni ustedes debe entrometerse, pero, ahora ella es sólo una cáscara vacía… no me sirve para nada —dijo con rudeza y casi hasta con odio.

Odiaba a Lucía… pero no estaba tan seguro de odiar a Lucy.

Eran tan distintas.

—Fingiré que te creo y esa mujer no significa nada para ti aunque te hayas molestado en salvarla cuando tú mismo te encontrabas demasiado herido y desgastado, a punto de caer por el cansancio… todo para mantenerla viva —Aeras también fue sarcástico—. Solo mantén en mente que te estaremos vigilando.

—Vaya forma de ayudar tienen ustedes los santos de Athena.

—No se nos educa para ser amables con aquellos que comparten la sangre del enemigo.

Haidee supo que se refería a su padre. Quizás lo único que tenían ellos en común era el desagrado hacia él.

—Yo no elegí ser uno de sus hijos, lo soy muy para mi pesar.

—Lo importante es que Athena y el resto de nosotros queremos ayudarte a recuperar a tu hijo, a cambio, esperemos que cumplas con tu palabra y te vayas de Grecia; y agradeceríamos que no se ocurra interferir en la guerra.

—La guerra de Athena y Hades me importa poco.

—Bien, eso es genial.

—¿Y cómo planean ayudarme, eh? Siento curiosidad. Porque, por si no lo has notado, Athena no me permite salir de aquí todavía.

—Y no te apresures porque tampoco necesitas salir —respondió severo—, sólo respóndeme a esto: ¿Qué fue lo que usó tu hermano para entrar en la memoria de esa mujer? No es tan difícil atar cabos y llegar a la conclusión de que esa mujer puede saber dónde está tu hijo. ¿Por qué no indagar en su cabeza una vez más? Buscamos, encontramos y tú te vas rápido con lo que quieres.

—Tentadora oferta, pero no.

—¿Disculpa?

Haidee se alejó lo suficiente para darle la espalda al santo y acostarse en esa tabla de madera donde había estado sentado.

—Si lo uso ahora… otra vez, ella morirá. Y aunque no es santa de mi devoción, no puedo hacerle eso.

Quizás podría haberlo hecho con Lucía, mas no con la mujer que era ahora. Menos si en estos momentos había una niña dependiendo de ella.

—Ya veo, así que al final sí tienes algo de honor.

—Según tu amigo, no.

Maldito seas. Gateguard de Aries.

—Como sea, ¿entonces? ¿Cuál es tu plan para encontrar a tu hijo?

—Mi plan es que ella despierte y se recupere; saber dónde está mi hermano por medio de ella, y sacarle a él la información que busco.

En realidad, él sabía que su hermano era realmente su gemela, Penélope.

También sabía que ella estaba en Grecia, mas no podía ubicarla con exactitud, su cosmos era apenas perceptible para él. Moverse de su posición actual, donde el poderoso cosmos de Athena fungía como un camuflaje perfecto, podría alertarla y hacerla adelantar los planes que tuviese.

Quería sorprenderla y ganar ventaja.

Lo cierto era que Haidee ya no necesitaba de Lucía, necesitaba de Penélope.

Sí la había "salvado" había sido por pura compasión.

Lucía a diferencia de su gemela, estaba completamente ignorante del pasado, por ende, no lo recordaba a él o al hijo que tuvo Haidee con Elora; su hermana muy por el contrario seguramente estaba bastante bien informada sobre lo qué había pasado con su hijo luego de su encierro.

»Ella no soportó el alumbramiento, pero tu 'pequeño pecado' sí lo hizo.

Mientras Haidee lidiaba con sus llagas abiertas, sus extremidades encadenadas y su mente perdida, fue de las pocas cosas que Penélope le dijo. Y lo destruyó con eso.

Antes de ese día, hace catorce años, su gemela se había limitado a visitarlo para mirarlo desde lejos o dejarle agua y frutas sin dirigirle la palabra aunque Haidee intentó conversar varias veces con ella, sin éxito alguno.

»¿Qué acabas de decir? —cayendo en cuenta de lo que su hermana le había notificado, miró su espalda alejándose—, ¡¿qué acabas de decir, Penélope?! ¡Penélope!

Durante todo su encierro, Penélope fue a visitarlo un par de veces por las razones antes mencionadas, pero la última, la cual fue hace poco, ella abrió la boca una vez más y le dijo que haría un viaje para visitar a la madrina de su sobrino. Horas más tarde, la prisión de Haidee claudicó y él pudo liberarse.

Pero, lo que le preocupaba era esto: si su hermana se había molestado ya una vez en hacer todo un rebuscado plan para llegar hasta los más profundos sueños de Lucía, seguro volvería para extraer lo que sea que estuviese buscando. El que Haidee le haya borrado la memoria antes de ser apresado, seguro impidió que su gemela, todavía usando esa corrupta Cerveza Rosada, consiguiese lo que quería.

Mantenerse cerca de Athena y Lucía era su carta para atraparla. Haidee necesitaba saber qué era lo que Penélope planeaba hacer con relación a su hijo, y por encima de eso, sacarle la información que necesitaba sobre dónde estaba él ahora mismo.

Estaba seguro de que ella lo sabía.

En cuanto el cosmos de Penélope volviese a tener algún tipo de contacto con el de Lucía, él podría rastrearla hasta su escondite.

«Penélope sabía que yo iba a ser padre; no me delató por alguna razón. Es evidente que se mantuvo cerca de Elora hasta que ella parió; no sé qué hizo con mi hijo, si se lo llevó con ella, o lo dejó en alguna parte a su suerte. Si alguien sabe dónde está, seguro es ella. El por qué se acercó a Lucía… todavía no lo tengo claro, pero debo averiguarlo» por otro lado, la preocupante esa sensación de que había algo más que Lucía y él mismo guardaban en lo más profundo de sus mentes, pero no lo recordaban dado a que se habían borrado la memoria a voluntad, perduró en la mente de Haidee.

¿Y si el santo de sagitario tenía razón?

¿Por qué salvó a Lucía, para empezar?

Compasión. Sí, bueno, apenas fue libre de su encierro, Haidee rastreó el cosmos de Penélope hasta la madrina de su hijo: Lucía. Oculto y casi al borde del desmayo, Haidee miró por varios minutos al santo pelirrojo desesperado por salvarla; estar cerca de ella, hizo también que algunas memorias del pasado se desbloqueasen en él haciéndole recordar que Lucía en algún momento fue de su interés, algo no romántico, cabe aclarar.

Antes de convertirse en la perra malagradecida que Haidee dejó atrás, Lucía había sido una joven de trágico destino, justo como Elora. Ambas fueron obligadas a casarse desde muy jóvenes con hombres desagradables que las golpeaban continuamente, y ambas se habían encontrado en un punto medio de sus propios infiernos, entablando una enternecedora amistad.

Para entonces, Haidee sólo se había centrado en Lucía y en uno que otro ser humano más en Rodorio; la única cosa que podía hacer por ella (debido a la inquebrantable norma de permanecer sólo en el plano de los sueños de los mortales) era darle esa joven desahuciada ilusiones hermosas y pacíficas cuando cerraba los ojos, pero… luego, tal vez por accidente, Haidee vio a Elora, se adentró en sus sueños, la conoció en ellos, y no pudo evitar enamorarse de ella.

«Lucía me dijo que me centrara en Elora» recordó con claridad. «Nada de lo que le pasó a Lucía fue culpa mía, nada» se dijo con amargura.

—¿Crees que tu hermano esté cerca? —preguntó Aeras, sacándolo de sus pensamientos otra vez.

—Sé que está cerca —carraspeó su garganta—, y cuando pueda ubicarlo, saldré de aquí. Dile eso a tu señora y déjame en paz.

—Saldrás, si es que puedes —lo retó el santo—. Bien, se lo diré. Aunque, te voy a pedir un favor.

—¿Un favor?

—Deja en paz a Gateguard —alejándose, Aeras terminó diciendo—. Tú y yo compartimos un comprensible desprecio hacia él, pero Athena lo necesita en sus cinco sentidos.

Haidee sonrió con sorna.

—Mantén a ese perro alejado de mí, de mis asuntos… todos mis asuntos —remarcó agregando a Lucía a esa lista—, y olvidaré que siquiera existe.

La puerta se cerró tras la espalda del santo dorado, el dios menor, acostado ahora bocarriba, mirando el techo, se dijo que el tipo de sagitario le había caído menos mal que el pelirrojo.

«¿En qué momento esos infelices mortales se comenzaron a creer iguales a los dioses? Una década lejos de este plano mundano, y todo el mundo olvida los modales».

Y pensar que en algún momento quiso ayudar a todos los humanos con la Cerveza Rosada.

Aquella mañana fría y nublada, una ligera llovizna recibía a los pocos rayos de sol que apenas podían traspasar las gruesas y grises nubes del cielo. Seguro más de una persona de Rodorio, luego de tan molestas dos noches y un día de lluvia, estaría maldiciendo el clima.

¿Había que mencionar que durante todo ese tiempo Gateguard de Aries no había podido siquiera cerrar los ojos por medio minuto sin que escenas grotescas de él asesinando tipos malvados, pero también pueblerinos inocentes, le azotasen la cabeza?

—¿Estás bien?

Parpadeando lentamente, Gateguard no respondió a la pregunta de Francisca de Tauro. El joven apenas volvía de una misión, y seguramente verlo ahí de pie afuera de Aries, con la mirada perdida, ojeras, palidez extrema en su rostro, y tenso por completo del cuerpo, como una estatua más del templo, no le dio buena espina.

—Ehm… ¿hola? —volvió a hablarle con cierta timidez.

—Piérdete, mocoso —le espetó sin verlo.

—Mmm, como quieras —masculló el chico, torciendo la boca, claramente, ofendiéndose; mas no discutiendo su orden.

Apenas el imberbe santo de tauro se largó, parpadeó cansado; Gateguard ya no pudo aguantar y cabeceó, todavía de pie en su lugar.

Pensó en dar una vuelta por Rodorio y despejarse, pero luego miró hacia atrás y se dijo que no podía alejarse hasta que Lucy despertase. ¿Y si alguno de esos malditos oniros se le acercaban aprovechándose de su ausencia? No podía arriesgarla otra vez.

Desde que el desgraciado ese había decidido mostrarle aquella parte olvidada de su pasado, su propia conciencia lo había estado martirizando. Él ya no sabía si sus pesadillas actuales eran cosa del oneiroi, su puto hermano, o algo completamente suyo, sin embargo, Gateguard no podía descansar.

Como siguiese así, su cerebro terminaría cocinándose por completo.

Las piernas de Gateguard flaquearon, yéndose para atrás; sin embargo, antes de que pudiese caer de golpe al piso, usó su muy debilitada telequinesis para impedir que el golpe fuese demasiado fuerte. Su armadura hizo ruido al chocar contra el suelo, pero el menos no se abrió la cabeza como un huevo.

Bostezó. Sus ojos, enrojecidos, ardían. Sus párpados tenían que cerrarse.

No otra vez.

Luego de una corta estadía en un abismo negro, Gateguard vio de nuevo a los sujetos que iban en sus caballos hacia el pueblo. Pudo sentir el humo entrando a sus fosas nasales. Se vio matando a mucha gente. Los criminales. La mujer embarazada a la que decapitó mal. Las otras personas inocentes… ¡todos esos ojos juzgándolo!

Chispazos iban y venían hasta que Gateguard se despertó de sobresalto descubriendo que ya no estaba en Aries sino acostado en la tierra, en medio del bosque.

—¿Qué diablos…? —miró el cielo con extrañeza.

—Ah, ya despertaste —le dijo una voz que él no se esperaba oír.

—¿Sage?

Todavía muy cansado, pero no tanto como hace un rato… y ahora que echaba un vistazo a su alrededor, por la posición del sol, pudo ver que ya hace rato había caído la tarde, Gateguard se levantó de golpe, perdiendo el equilibrio, casi cayendo otra vez. Sus rodillas golpearon el suelo.

—Cálmate, ¿quieres?

—¡No! ¿A dónde me trajiste? —preguntó enojado, ¿cómo se atrevía Sage a sacarlo de su templo?

—Tenía que hacerlo —le dijo, ayudándolo a levantarse.

Ante el empujón que Gateguard le dio para que le soltase y (como si estuviese borracho) tratase de caminar de regreso, Sage agregó:

—¡Deja de ser tan agresivo! Entiendo que la mujer te preocupe, pero…

—¡No me… preocupa! —le espetó sin pensar, dándose la vuelta tan rápido que tuvo que sujetarse del árbol más cercano.

Poniendo los ojos en blanco, Sage suspiró.

—Costó mucho, pero por fin nuestro huésped ha accedido a dejar tus sueños en paz.

Deslizándose poco a poco hacia abajo, terminando por acostarse de lado en la tierra debajo del árbol, Gateguard escuchó a Sage, quien se le acercó.

—¿Qué quiso a cambio el maldito infeliz? —murmuró cansado sobre la corteza del árbol, a punto de caer dormido otra vez.

—Te lo diré después —le dijo Sage poniendo una mano sobre su frente, usando su propio cosmos para hacerlo caer—, ahora cállate y desconéctate del mundo por otro rato; por todos los dioses.

La segunda vez que Gateguard abrió los ojos, estaba de vuelta sobre su cama en Aries; su armadura todavía lo cubría y sin embargo… por fin se sentía mucho mejor. Más descansado; no del todo recuperado, pero sí podía sentir que su cabeza dejaba de quemarse internamente.

Levantándose con pereza, el hombre se sentó poniendo los pies sobre el suelo; inclinado hacia enfrente con sus antebrazos sobre sus piernas, trató de mantener sus pensamientos en orden.

«¡Lucy!» pensó de golpe, poniéndose de pie, ignorando los pequeños mareos que todavía tenía. Hizo que su armadura se desprendiese de su cuerpo y así como esta lo abandonó, él abrió la puerta de la alcoba donde Lucy todavía se encontraba.

Gateguard soltó aliento con alivio.

«Menos mal» inhaló tranquilo, acercándose; «debo calentar agua para el té».

Bostezó sin desearlo, mas había dejado de sentir ese fastidioso cansancio.

¿Qué hora sería, por cierto?

—Aquí estás.

—¡Ssshhh! —chitó un poco enojado; Gateguard giró su cabeza hacia la puerta, donde Sage estaba.

—Lo siento —susurró él—, estaba buscándote.

Haciéndole un ademán con la cabeza, Gateguard le pidió que lo acompañara afuera, donde pudieron hablar con calma mientras se dirigían a la cocina.

—¿Qué te pidió el jodido bastardo con tal de que me dejara dormir en paz? —preguntó Gateguard sabiendo el motivo de la visita de Sage.

—Nada difícil, sólo pidió que te mantengas lejos de sus asuntos… y lejos de él en particular.

—Si eso quiere, qué se largue.

Enfadado, Gateguard buscó las hierbas y la miel; sacó un frasco de cada uno de la bolsita (con preocupación notó que ya había usado tres frascos de hierbas y tres de miel, lo que le dejaba con dos de cada uno) en busca de un vaso limpio y una olla de barro para poner agua a calentar.

—Al parecer, con "sus asuntos", se refería también a esa mujer.

Esas palabras saliendo de la boca de Sage, no le gustaron.

—¿Teme que la lastime más de lo que él y su hermano lo ha hecho? —se mofó con una mirada sombría sobre el fuego.

—No lo sé, ni pienso preguntárselo. Aunque, es claro que esa mujer es parte de sus asuntos, y por eso es mejor que, una vez se recupere, ella vuelva al pueblo y no la busques más.

—¿Qué dice el Patriarca? —miró a Sage de reojo—. ¿Y Athena?

—Sabes que el Patriarca daba permiso para que esa mujer se quedase contigo sólo porque tú la requerías —le recordó—; ahora que los oniros aparentemente ya han conseguido de ustedes dos, lo que buscaban, no esperes a que su santidad te diga a la cara que, una vez ella se recupere, ya no es necesario que se siga visitando este templo.

Gateguard tensó su mandíbula.

—No tienes excusa. La mujer debe permanecer en el pueblo a partir de que se sienta mejor.

Así que…

—¿Y si yo aún la necesito?

—¿Para qué? —Sage se cruzó de brazos—, Haidee me lo acaba de decir: su hermano nos usó a nosotros para llegar a ella; ya tuvo lo que quería y se largó. Tú volverás a dormir sin problemas porque no te molestará más. Las pesadillas que puedas tener, según él, ahora son cosa tuya.

—Claro que ahora son cosa mía —siguió burlándose, sonriendo, enfadado—. Lucy también lo es.

Sage soltó aire con molestia.

—Entiende; ya no es así —insistió, cada vez con menos paciencia—. Sin un propósito real que no incluya tus deseos personales, esa mujer no tiene motivos para quedarse. Y dudo que el Patriarca quiera que tengas una distracción durmiendo en tu cama —Chasqueó la lengua—. Tampoco creo que sea necesario que te recuerde que de por sí las normas del Santuario especifican que sólo los santos dorados que protegen los templos, pueden habitar en ellos; ¿planeas desobedecerlas? Porque la consecuencia de eso es que ella sea arrestada y tú seas sancionado; ¿eso es lo que quieres? ¿O bajo qué argumento sustentarás la presencia de la mujer aquí?

Sintiendo su estómago burbujear, Gateguard miró a Sage.

—Aún si las normas, o el Patriarca, la echan a ella de Aries; pero no me echará a mí de su vida —siseó cual serpiente.

Sage hizo un gesto de incredulidad.

—Perdón, ¿qué dijiste? —parpadeó anonadado—. Es… ¿es en serio? —negó con la cabeza—, tú no puedes estar hablando en serio.

—Hablo muy, muy en serio, Sage. No la voy a abandonar.

El santo de cáncer inhaló profundo, sin quitar ese rostro de estupefacción.

—Gateguard —lo nombró caminando hacia él con ese tonito de molestia y recriminación que irritaba a Gateguard; Sage se talló el puente de la nariz con sus dedos, luego, estando de cara a cara, agregó en voz baja, viéndolo a los ojos—: ¿te enamoraste de esa mujer? —ante su silencio, Sage le chasqueó los dedos enfrente de la cara, haciéndolo parpadear—, contesta —insistió—. ¿Estás enamorado de ella?

Percibiendo el ruido de truenos y gotas de lluvia cayendo sobre el pueblo otra vez, Gateguard pensó en la respuesta a esa pregunta.

—No —respondió seguro—, sólo me agrada; ¿acaso eso está mal?

—Lo está si es un blanco que el enemigo pueda usar en tu contra —Sage lo miró con severidad—, Gateguard, luego estar cuidado tan obsesivamente a esa mujer después de lo sucedido, no me sorprendería que apenas ella despierte, tú te lances a sus pies.

Ante esas ridículas palabras… no, más bien, ante esa estúpida "afirmación", Gateguard le espetó ofendido:

—No soy un puto perro que le menea la cola a cualquier persona que le da de comer —le sujetó la parte del peto de la armadura de Sage y lo acercó—, ¿qué clase de imbécil sentimental me crees?

—Te conozco, amigo —le dijo sin miedo ni matices—; esa preocupación que demuestras no es normal.

—Oh, por favor —se quejó, soltándolo, poniendo las hierbas en el agua hirviendo.

Cuando todas cayeron al burbujeante líquido, Sage se rio un poco.

"¿Dónde estás mi Lucy?", "Lucy, Lucy" —remedó cual niño pequeño; cuando Gateguard lo miró enfadado, Sage alzó los hombros—. No es mi culpa que tu boca no pueda mantenerse cerrada cuando duermes. —Dejando las bromas de lado, le repitió antes de irse del templo—. Aléjate de esa mujer, Gateguard; por tu bien, y por el de ella. Sabes bien que nuestro destino es morir si es necesario en esta guerra que se aproxima, el amor es un lujo que no podemos darnos.

Gateguard entonces se quedó solo.

Su cuerpo se sentía mejor, su alma… no tanto.

Miró el té burbujear.

¿Qué era lo que le estaba pasando? ¿Sería cierta la deducción de Sage?

«Enamorarme, ¿yo?» sonrió por lo bajo.

De pronto, recordó el beso que ambos habían compartido en esa misma cocina.

Se llevó dos de sus dedos a sus labios y por primera vez en todo ese maldito embrollo, Gateguard hizo conciencia de que había estado besándola con el fin de ayudarla a mantenerse viva.

»El amor es un lujo que no podemos darnos —había dicho Sage.

«No, el amor no es un lujo, es un derecho. Luchamos por proteger ese derecho para otros; negárnoslo a nosotros mismos sólo nos volvería unos resentidos sin alma» pensó en el oneiroi y en lo que seguramente pasó por su cabeza cuando decidió dejar a su suerte a Lucy para cuidar únicamente de su mujer, «ya una vez alguien que juró protegerla, la abandonó; sea como sea que haya sido, el destino nos juntó para algo más que las simples estupideces de un dios menor. Más allá de mi deber como santo, es mi humanidad la que quiere cuidarla».

Sin dejar de pensar, sirvió el té y a pasos lentos se dirigió a la alcoba de Lucy, donde se acercó a ella, siendo silencioso.

«El oneiroi fue un cobarde. Pensó que alejándose de su mujer iba a salvarla de algo, sólo consiguió más de una década sufriendo torturas en una prisión, una amada muerta y un hijo desaparecido. Está claro que la privación no es la solución».

Sopló el vaso humeante, tomó un poco de té y con ayuda de su telequinesis, hizo que Lucy se sentase con lentitud con el fin de acercar su boca a la de ella y ayudarla a beber. Por primera vez vio en esa acción algo más que un contacto físico necesario para que Lucy se recuperase de sus heridas físicas y espirituales.

Hizo esa misma acción las veces que fueron necesarias hasta que el vaso quedó vacío, sin embargo, Gateguard no separó sus labios de ella aun cuando la última gota de té cayó en su boca.

Quiso sentir.

La razón lo golpeó fuerte, obligándolo a dejarla en paz.

Luego de arroparla, Gateguard salió de la alcoba y, convocando su armadura, fue a mirar el anochecer.

Dormir le había sentado bien, sin embargo, todavía estaba cansado.

—¿Sage te dio las noticias?

Diablos, cuando sintió su cosmos aproximándose, Gateguard pensó que Aeras iba a pasar de él para salir del Santuario.

Pero al parecer, si un tarado rompe bolas no lo fastidiaba, lo haría otro.

—¿Cuáles noticias? —preguntó con molestia.

—Mmm, y yo creí que después de dormir un poco estarías de mejor humor —sonó falsamente decepcionado—, qué pesado eres.

—¿A qué viniste, estúpido?

—Calma, perro sarnoso —le devolvió el insulto sin complicarse—, ¿así me agradecer por ir a negociar tu paz mental?

—¿De qué hablas?

—Yo hablé con el oneiroi esta mañana y le convencí de dejarte dormir; luego le pedí a Sage que te sacase del Santuario, lejos de aquí, al menos por un rato, para saber si estando lejos de él, tu cabeza se enfriaba un poco —Aeras no lo vio, sólo se posó a un lado de Gateguard para mirar afuera—. ¿Y? ¿Sage te puso al tanto?

Preguntándose mentalmente por qué Aeras haría algo así considerando que ellos dos peleaban a cada rato, Gateguard parpadeó confundido.

—¿Debo alejarme de los asuntos del oneiroi?

—Sí, y supongo que ya dedujiste, o Sage te lo dijo, que esos asuntos son precisamente esa mujer que tienes allá —señaló con su cabeza el pasillo que dirigía a las habitaciones—. ¿No pensarás en conservarla, o sí?

Aquí vamos otra vez.

Gateguard no lo entendía, si Haidee ya le había dejado bien en claro que Lucy sólo le importaba porque había sido su confidente; ni siquiera amigos eran; ¿por qué ese molesto afán con separarlo de ella?

—¿Y qué piensa hacerme el dios moribundo si no hago caso?

—Creo que ya sabes bien lo que te puede hacer —se rio Aeras.

Gateguard le miró mal.

—No si se me da la orden de matarlo.

Aeras hizo un par de chasquidos de lengua mientras negaba con la cabeza.

—¿Tú tampoco entiendes, verdad? No entiendes —puso los ojos en blanco.

—Déjate de idioteces y ve al maldito punto.

—Por lo que Sage me contó, y por lo que ustedes dos se gritaron… puedo deducir un par de cosas que, espero no sean ciertas. Uno, el oneiroi sabe y no sabe lo que su hermano no debe encontrar en las memorias de esa mujer.

—¿Sabe y no sabe?

—¿Cómo ocultar a un hijo semidiós de la mirada de un desgraciado como Hýpnos?

Gateguard lo pensó con cuidado, hizo a un lado su desagrado hacia Aeras y dijo lo primero que se le vino a la mente.

—Así como hizo que Lucy olvidara, quizás antes de ser capturado, él encontró un modo de que ni su padre ni sus hermanos pudiesen sacarle esa información… ¿haciéndose a él mismo olvidar que iba a ser padre? Al menos de forma momentánea porque ahora está consciente de eso.

—¿Cómo lo habrá hecho? —Aeras se puso un dedo bajo sus labios—, ¿cómo se hizo olvidar y luego recordar a voluntad? Y ese hermano, seguro es alguien muy cercano a él, si esa mujer lo vio, seguro podrá describírnoslo.

Cierto, quizás Lucy pudiese ser de ayuda para averiguar el paradero de ese otro dios menor.

—Ahora no puede hacerlo —le dijo Gateguard.

—Eso ya lo sé, idiota. Me refería a cuando despierte.

Ambos se vieron a los ojos sin decirse nada más hasta que Aeras dirigió su atención al frente otra vez.

—Francisca de Tauro trajo noticias de Esparta, al parecer, ciertos desgraciados han comenzado a despertar por allá.

—¿Esparta?

—Y quizás otros sitios. ¿No te apetece hacerles una visita?

La verdad… necesitaba descargar toda esa energía que deseaba dejar caer sobre el oneiroi.

—No puedo, aún no.

—Wow, no puedo creer los gustos que tienes.

Mirándolo irritado, Gateguard le preguntó:

—¿A qué diablos te refieres?

—Francisca dice que le gustan las rubias —usó los dedos de su mano para contar—; Sage no lo dice, pero le atraen las mujeres con pechos grandes; Hakurei es lo contrario, le gustan muy delgadas. En cuanto a mí, lo admito y me gusta que tengan pecas. Hasta ahora pensaba que eras una especie nueva de mineral parlanchín, pero al parecer ya encontraste el tipo de mujer que te mueve.

Entrecerrando sus ojos sobre su compañero, Gateguard no respondió a nada de eso. No pensaba hablar del físico de Lucy con Aeras, no, ni de chiste.

—¿Y? ¿Qué fue? ¿Su edad? ¿Su pequeña estatura? ¿Alguna parte de su cuerpo?

—¿Quieres callarte ya?

—No —se rio divertido—, al fin te estás haciendo hombre, deberías estar atontado con tantas emociones. Me sorprende que puedas seguir manteniendo esa cara de culo. ¿Acaso no la cambiabas cuando ella te miraba? Si es así, no me sorprendería que quisiera irse solita a su casa cuando se recupere y se dé cuenta de que ya es libre de ti.

—Cállate —gruñó enfadado.

¿Le atraía algo de ella?

¿Su edad? A Gateguard le daba igual si ella era mayor, de hecho, le parecía bien no tratar con una mujer más inmadura que él.

¿Su pequeña estatura? Si bien esa baja estatura le causaba cierta sensación de querer protegerla hasta de los rayos del sol cuando la veía, Gateguard sabía que el que ella fuese más pequeña que él no la hacía nada débil.

Carajo, nada más de recordar su puño golpeando su entrepierna le estremecía.

¿Alguna parte de su cuerpo? Su rostro era redondo y suave con unas simpáticas mejillas que sobresalían cuando ella sonreía, sus grandes ojos marrones, esas cejas y pestañas pobladas, su nariz mediana, esos labios gruesos, ese mentón pequeño, su cabello castaño, largo y ondulado, sus hombros fuertes, sus brazos rellenos, esos redondos pechos grandes, su cintura estrecha, su trasero grande, sus piernas cortas y grandes, esos gorditos pies… y esa peculiar y chillona voz que él ya comenzaba a extrañar. Eso sin contar aquella adictiva fragancia que actualmente era opacada por el olor de la sangre.

¿En serio debía elegir sólo una cosa física que le atraída de ella?

—Me pregunto por qué el pequeño Gateguard se ha puesto rojo de la cara, ¿en qué tipo de cosas indebidas estará pensando? —canturreó Aeras a su lado, siendo lo bastante rápido para esquivar una patada.

—¡Lárgate de mí puto templo! —exclamó avergonzado y muy molesto.

Había olvidado que Aeras seguía ahí.

—Continuará…—


Quise terminar esta parte con algo menos dramático que el anterior. Ya me dirán ustedes si les gustó jijiji.

Realmente estoy sufriendo tratando de hacer que todo cuadre dentro de las fechas. Si me paso con algo, por favor disculpen.

¿Será cierto que Luciana tienen algo oculto en su mente que haga que Penélope quiera volver a intentar extraerlo de ella o Haidee está esperando en vano?

Por otro lado, quise poner algo de convivencia "más o menos" sana entre Gateguard y Aeras. Qué si bien no se hagan amiguitos de un día para otro, al menos puedan tratarse con menos brusquedad cada vez que aparezcan juntos en el fic.

¿Y...? ¿Qué opinan ustedes? ¿Nuestro carnerito ya cayó a los pies de Lucy o eso será más adelante? 7w7

¡Un eclipse lunar más y terminamos, amigos(as)!

¡Saludos; felices fiestas, y muchísimas gracias por leer y comentar!


Gracias por leer y comentar a:

Nyan-mx, Guest, y camilo navas.


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