•
ECLIPSE LUNAR
5
…
ᴥ
A veces, alejarse de todo, es un buen remedio.
ᴥ
•
Noche
XXIX
— Cinco Estrellas —
…
A mitades de aquella madrugada en el Santuario de Athena, unos torpes pasos de dos pares de sandalias resonaban en el primer templo del zodiaco mientras que una voz masculina no paraba de indicar unas muy específicas instrucciones.
—No lo olvides, si ves que sus heridas empeoran, o que algo no anda bien, como su temperatura corporal, dale el té. ¿Recuerdas cómo te dije que deberías hacerlo, no? —le preguntaba Gateguard a una doncella de edad avanzada.
—Sí, mi señor, lo recuerdo.
—Bien. Ninguna de ustedes está autorizada a beberlo, ni a probar la miel —aclaró con dureza—; si lo hacen, me enteraré y la sanción será severa. ¿Me entendiste?
—Sí, mi señor.
—¡Gateguard! —exclamó Aeras de Sagitario en la salida de Aries, que, al igual que Gateguard, él estaba usando su ropa de civil y llevando en su espalda, la caja de Pandora con la armadura dorada, bien envuelta en una manta.
—¡Ya voy, maldición! —le gritó de vuelta para después girarse a la mujer—. Limpien su cuerpo bien, dos veces al día, pero háganlo con cuidado, todavía tiene heridas graves; esas síganlas tratando con cuidado.
—Sí, mi señor.
—En caso de que algo extraño… fuera de lo que ya te he comentado, ocurra, díganselo a Sage de Cáncer, él me lo hará saber y estaré aquí tan rápido como me sea po…
—¡Con un demonio, ¿quieres mover el culo ya?!
—¡Qué te esperes! —le volvió a gritar al tipo, mirando a la mujer, usando un tono más serio—. Si un siniestro hijo del carajo rubio se aparece por aquí, notifíquenselo al Patriarca. Ese cabrón no tiene ningún permiso de acercarse a Lucy.
Sin mostrar perturbación o emoción alguna, la mujer asintió.
—¡GATEGUARD!
Aeras de Sagitario estaba enfadadísimo. Se supone que ellos dos habían tenido que partir hace una hora, ¡una hora! El cielo todavía estaba oscuro, ¡pero ellos ya debían estar a mitad del camino!
—Ya hombre, creo que has dejado todo en claro —intervino Sage, llegando hasta ellos.
Seguramente había hecho su ronda prometida de vigilancia pensando que sus compañeros ya se habían puesto en marcha, sorprendiéndose de todavía verlos en el primer templo.
—Vete ya, Gateguard, o el Patriarca se enfadará.
—Cierto… —musitó recordando un importante detalle—, ¡tú no debes entrar a verla, Sage! —le dijo el pelirrojo en voz alta mientras se acomodaba un pequeño morral (con un solo cambio de ropa) encima, y caminaba hacia un irritadísimo Aeras, que se cansó de esperar y se adelantó.
—¡Sí, sí! Qué te vayas.
Sage se acarició las sienes mientras escuchaba a Gateguard gritar un par de indicaciones más a la doncella mayor, como por ejemplo, tener cuidado ya que de vez en cuando Lucy tenía la costumbre de intentar destapar su cuerpo o moverse hasta quedarse en posiciones incómodas.
«No tenía que enterarme de eso último» se dijo el santo de cáncer, entrecerrando sus ojos—. Esto será muy largo —suspiró el hombre.
Y tuvo razón… a medias, porque Gateguard se aseguraría de no tardar demasiado en volver.
Para empezar, desde que el Patriarca había sorprendido a Gateguard con la orden de partir a la ciudad de Patras junto a Aeras de Sagitario y los dos encargarse de la amenaza de algunos espectros que, al parecer, estaban masacrando demasiada gente por allá, las cosas en el recinto se habían puesto un poco más tensas de lo que ya eran. Francesca de Tauro ya había dado aviso de algunos enemigos en Esparta, de los cuales pudo encargarse sin problemas.
La próxima guerra estaba en marcha, sólo faltaba que Hades eligiese un contenedor humano para hacerse presente. Escogería al chico más puro y noble sobre la tierra, para variar.
»¿Debo ser yo el que debe ir con Aeras, maestro? —había preguntado Gateguard, haciendo una mueca de desagrado.
»¿Acaso escucho que te niegas a obedecer? —reprendió el hombre mayor.
»No, maestro —suspiró Gateguard—, fue sólo una pregunta. Ya sabe que Aeras y yo no solemos llevarnos bien.
»Pues se llevarán bien durante esta misión. No quiero que fallen; muchas vidas de inocentes dependen de ustedes.
Más tarde, Gateguard se iría a quejar con Sage (por muuuhas innecesarias horas) sobre eso.
»¡Esto es el colmo! ¿Sólo Aeras y yo? ¿Cazar inmundos espectros de baja categoría? ¡No hablamos de los tres jueces ni de un dios, hablamos de peones! ¿Por qué nosotros? ¿Por qué no envía a los de plata? ¡Esos cabrones nada más están de adorno, no hacen nada útil!
»Gateguard, creo que debo recordarte que mi hermano es un santo de plata —le dijo Sage, hastiado, mirándolo pasearse de un lado a otro en su cocina.
»No lo retiro —espetó, y cuando vio a Sage a punto de reprenderlo, Gateguard lo interrumpió—. Se lo dije, "Hakurei, ser un santo de plata será una mierda", yo se lo dije.
»Gateguard…
»¿Acaso nuestro maestro no ve que tengo otras cosas que hacer?
»Gateguard…
»Ahora me tocará aguantarme ir hasta Patras con Aeras, ¡con Aeras! Hubiese preferido que me diese como compañero a un maldito jabalí salvaje.
»¡Gateguard!
»¡¿Qué?!
Sage lo miró enfadado; estaba cansado de sus quejas.
»¿Crees que puedas lloriquear por tus deberes en otro momento? ¡Trato de desayunar!
»Sí, y no me invitaste ni siquiera el café, qué malos modales —se atrevió a decir ofendido, antes de salir de la cocina y de la Casa de Cáncer.
El descaro de Gateguard a veces no tenía límites.
Como sea.
La primera vez que Sage de Cáncer fue a ver a Lucy a la alcoba nueva que Gateguard le había preparado, fue la misma tarde en la que sus compañeros habían partido a Patras.
Lo primero que el santo de oro notó fue que su hermano de batallas tenía un gusto exquisito que no se había molestado en hacer notar debido a su (todavía no comprobada) tacañería.
Visualizar la grande y suave cama que no debió haber sido barata, las sábanas de buena calidad que estaban cubriendo a la mujer, ese enorme armario, las cortinas y todo lo nuevo en general que rodeaba dicha alcoba, le hizo pensar a Sage que Gateguard estaba pasando por un cambio significativo en su vida.
Lo que más le llamó la atención, sin embargo, fue el incensario que estaba en el buró a un lado de la cama. Echando poco humo, impregnando el sitio con un suave aroma a sándalo.
«Espero que estés bromeando, Gateguard» extrañado, tomó el incensario con sus manos y lo vio con extrañeza, «no puedo creer que hayas comprado esto; es de oro. Y el sándalo no es nada económico tampoco» negando con la cabeza, prefiriendo no meter sus narices en esto, Sage dejó el objeto con cuidado donde lo halló y echó un vistazo al rostro de la mujer—. Qué desastre, todavía tiene muchas heridas.
Trató de usar su cosmos para curarla, pero notó que eso no ayudaba.
«Las heridas son del pasado» se recordó a sí mismo, rindiéndose por el momento. «Claro, si ella pudiese sanar de este modo, Gateguard ya la habría sacado de aquí».
Inhalando profundo, el santo prefirió dejar descansar a la mujer y ocuparse de sus propios asuntos, como por ejemplo, ver qué hacía el invitado estrella del Santuario.
Sin demora, no tardó en llegar hasta la celda del oneiroi.
—¿Estás bien? —le preguntó al dios menor, quien se hallaba acostado bocarriba con sus manos sirviendo de soporte bajo su cabeza.
—No. Quiero salir —gruñó con frustración.
Detectando esa emoción en él, Sage alzó una ceja.
—¿Ya lo intentaste? —el silencio del oneiroi fue la mejor respuesta—. Sí, me sorprende que no te hayas dado cuenta antes, pero Athena selló esta celda con pergaminos especiales para que no pudieses salir de ella.
—Estando bajo piel humana, Athena no debería ser tan fuerte —masculló el dios en un claro estado de negación.
—La subestimas, ella no es nada débil.
Deslizando sus ojos, Sage miró serio los sellos de papel con el nombre de Athena, pegados en la pared, de lado a lado de los barrotes; imaginó que algunos más estarían en las paredes de las otras dos celdas entre esta; debería haber más afuera, en el techo y en las otras paredes de la celda también, formando un campo de retención contra Haidee de modo que este no pudiese siquiera verlos cuanto menos alcanzarlos con sus manos.
—Athena no ha logrado sellar a Poseidón, Hades, tu tío y tu padre dependiendo de su suerte; podrá no ser la diosa que es estando aquí, pero tiene mucho poder. Claramente, ha tenido que ir mejorando para lograr retener a tantos dioses bajo piel mortal, pero, si ella puede mantenerlos a ellos incluso dormidos, por siglos, que no te parezca raro que a ti también pueda encerrarte sin que tú puedas hacer nada al respecto.
—Debo salir, ¡debo buscar a mi hijo! —exclamó sentándose para verlo enfadado.
—Ya te lo dijo Aeras, ¿no? —espetó—, nosotros lo buscaremos. Esperaremos hasta que la mujer despierte y nos pueda describir a quien vio, tal vez ella lo haya logrado ver con claridad y luego, cuando sepamos cómo es físicamente, tú puedas saber de qué hermano se trata y desde ahí comenzar con el pie derecho. ¿De acuerdo?
Estando evidentemente en desacuerdo, Haidee no quitó su mirada enfadada de Sage; este suspiró.
—¿Podría saber…? ¿Por qué le salvaste la vida si tanto la odias?
Seguramente harto de tantas cuestiones similares provenientes de distintos hombres, Haidee puso los ojos en blanco y se volvió a acostar.
—No respondas a ninguna de mis preguntas si no quieres, pero me pregunto qué piensas hacer cuando veas a tu hijo; ¿te le acercarás y le dirás como si nada que eres su padre? ¿Le hablarás de su madre? ¿Qué tal si a estas alturas él ya tiene una familia que amar y proteger? ¿Qué tal si ya conoce a un padre y una madre? ¿Serás capaz de invadir su vida y decirle que fuiste separado de él por su abuelo? Y… ¿esperas que él sea… qué? ¿Un semidiós que está consiente de serlo? ¿O un semidiós que no sabe que lo es? ¿Qué estás esperando que ocurra cuando veas a ese hijo que buscas con tanto ahínco? —hubo un preocupante silencio antes de que Sage volviese a la carga—. Tal vez diez años sean como un parpadeo para un dios, pero para un ser humano significa casi la mitad de una vida. Al menos piénsalo bien; tal vez ese niño ni siquiera se esté esperando verte aparecer al otro lado de su puerta.
Sage iba a dar vuelta e irse, pero la voz del dios le detuvo.
—¿Y si ha sufrido en soledad todos estos años?
Los ojos de Sage se dirigieron a la figura recostada.
—¿Y si ese padre y esa madre sustitutos lo maltratan? ¿Y si está enfermo? ¿O herido? ¿Qué tal si es un huérfano más tratando de sobrevivir de las sobras de otros? ¿Qué tal si piensa que su madre y yo no lo amábamos? ¿Qué tal si al final termino encontrándolo en medio de este nido de salvajes luchando por la diosa, ¡que ahora me tiene aprisionado también!? —soltando ese grito, Haidee golpeó su cama con sus puños, sin dañarla—. Si estás en lo cierto, y él es feliz cómo vive ahora… supongo que no me quedará más remedio que… dejarlo ir, tal vez solo cuidarlo desde lejos. Pero, si te equivocas, si él sufre mientras yo estoy aquí perdiendo el tiempo… quizás… quizás… —el dios menos se levantó de su sitio, caminando hasta Sage, donde pegó su frente contra los barrotes de metal—. Quizás me enfade con Athena por hacerme quedar en esta pocilga de jaula y tu diosa tenga a otro dios cabreado tras su cabeza.
Sin intimidarse ni un poco, aunque en el fondo se preocupó por esa desesperación que el dios mostraba en sus ojos, Sage alzó su mentón con desafío.
—¿Estás haciendo una amenaza pública en contra de Athena?
—No, te estoy avisando —gruñó amenazante—. He estado encerrado por más de una década… lejos de mi hijo, sufriendo mental y físicamente; ¿tú crees que para mí ese tiempo fue un parpadeo sólo porque soy un dios? —sonrió embravecido, respirando agitado—. Dime, ¿qué le hace pensar a Athena que mantenerme aquí sin motivo alguno va a hacerme obedecer sus reglas?
Con frialdad, Sage lo meditó.
Ahora que lo pensaba, quizás el dios menor tuviese razón en ese punto; técnicamente su único delito había sido invadir el templo de Cáncer sin invitación, pero en su defensa, lo había hecho salvando a una inocente a cambio. Fuera de ahí, no había una razón real y justa para tenerlo encerrado.
Tal vez su aviso anterior fuese un indicador de que debían tenerlo bien vigilado… pero aún no era un enemigo. Lejos de sus ataques mentales a Gateguard (después de que este también lo fuese a insultar por lo que se podría decir que se habían atacado mutuamente), Haidee no había atentado contra la vida de nadie aquí.
—Escucha, hablaré con Athena sobre lo que dijiste; todo lo que dijiste —le advirtió que incluiría ese amistoso mensaje final sobre su encierro—, pero, te aseguro que si al final ella decide echarte del Santuario y se te ve merodeando por los alrededores, no serás menos enemigo para nosotros que tu padre.
—La diferencia entre él y yo, es que él pelea por un vano objetivo tratando de complacer a un estúpido bastardo codicioso.
—No te engañes, tú también codicias algo que no es completamente tuyo.
—¿Qué dices?
—No hablo de tu hijo —aclaró—. Aunque a estas alturas, él ya debería estar a un paso de ser un adulto así que podrías empezar a dejar de expresarte como si hablases de un niño o un bebé —se cruzó de brazos—. No, me refiero a esa libertad que ambos sabemos que no posees.
—¿De qué diablos estás hablando?
—Como oneiroi, tu deber es vigilar los sueños; es decir, quedarte en ese mundo y no volver a pisar este suelo mortal. —Como un juez, Sage entrecerró sus ojos sobre el dios—. Estar aquí es suficiente motivo para ser castigado por tu padre o tus hermanos otra vez, ¿no es así?
Haidee no le respondió, sólo desvió la mirada con soberbia.
—No quieres volver a hacer ese trabajo, manteniéndote alejado de lo que amas; quieres quedarte en un plano que no te corresponde y tomar lo que crees que es tuyo —alzó las cejas—. ¿Lo ves? Tú también codicias una vida que no es para ti. Y por cómo veo a esa mujer en la cama de mi compañero, me queda claro que no te importa mucho lo que has tenido que sacrificar para obtenerlo.
—He sacrificado más que a esa mujer. En cualquier caso, ella se sacrificó sola hace años; sabía lo que podría pasarle.
—¿Y lo aceptó voluntariamente o no le quedó de otra? —preguntó un poco cansado de tantas justificaciones.
—Lo aceptó.
—No te creo —susurró Sage, acercándose a sus barrotes—. ¿Qué era ella en tu vida? ¿Una humana más cuyos sueños invadías? ¿O era algo más?
—Una humana solamente; nada especial.
—¿Seguro?
—¿Qué quieres que te diga, Sage de Cáncer? —él comenzó a susurrar también en ese mismo tono—. ¿Qué ella era mi amiga también? ¿Qué me preocupaba tanto como mi mujer? ¿Qué cuando quise estar ahí para ayudarla ella literalmente me escupió en la cara? Yo no tengo culpa alguna por su destino, de hecho, ella debería agradecerme por borrarle la miseria de su cabeza.
—Entonces sí borraste su memoria. ¿Qué tanto fue?
—Mucho, borré… desde un año antes de que sus padres la comprometiesen a los once… o diez años, con el tipo que le ocasionó todas y cada una de esas heridas que tiene en su cuerpo ahora. —Al ver la cara de estupefacción de Sage, Haidee le reveló más—. Sí, él le hizo todas, y le hizo más a nivel emocional —se rio sin siquiera sentirlo—. Pero para ella, el culpable de toda su desgracia era yo por no seguir dándole sueños hermosos mientras su realidad era una basura.
—¿A qué te refieres con sueños hermosos?
—Los oniros podemos darles a los humanos sueños o pesadillas… o ninguna de las dos. Podemos hacerles vivir una realidad completamente distinta en tan pocas horas… hay muchas cosas que se pueden hacer con ustedes los mortales… sin embargo, ¡ella me lo dijo! Me dijo que estuviese con Elora, su amiga, ¡su mejor amiga! —con su puño golpeó los barrotes, estos brillaron debido a que en esta ocasión, su fuerza sobrepasaba la de un humano y los sellos de Athena lo contuvieron—. Podré ser un dios menor, pero entre mis habilidades no se encuentra la omnipresencia, no sabía por lo que ella estaba pasando; ella se alejó de nosotros, incluso cerró su mente a mí a tal punto que no pude volver a entrar a sus sueños.
—¿Cómo es eso posible? —luego pensó: «no sabía que eso se podía hacer; creo que ni Gateguard con toda su fuerza ha podido resistir la invasión a sus sueños por parte de Haidee y su hermano».
—Para empezar, ella ya me conocía. Al tener plena conciencia sobre mí, pudo negarme la entrada a sus sueños porque su pequeñísimo cosmos me repelía con su enorme odio.
Sí, Gateguard aparentemente también lo odiaba; pero quizás no lo suficiente.
—¿Por qué ella te odiaba?
—Ya te lo dije; me culpaba por su infierno. Por salvar a Elora y no haber llegado a tiempo para ella también, o eso me gritó.
Haidee cayó por un segundo, pareció meditar si podría decirle algo más a Sage o no. Al final, suspiró.
—Tu amiguito, Aeras; me dijo que una chica joven dependía de ella. ¿No es su hija o sí?
—No que yo sepa.
Meditándolo, Sage se recordó que todavía no le preguntaba nada a su hermano sobre ella (quien era la persona que la cuidaba por el momento), pero por las diferencias físicas entre ambas, él lo dudaba.
—Eso imaginé.
—Pero, ¿eso qué tiene de relevante?
Mirándolo a los ojos, Haidee le respondió:
—Con su marido, ella tuvo cuatro embarazos fallidos. —Sin entender, Sage frunció el ceño—. Abortos. Uno tras otro; todos causados por las golpizas y las malas condiciones en las que vivía. Y cada uno le dolió mucho.
—Eso también lo olvidó —adivinó Sage no pudiendo evitar sentir una triste empatía.
—Sí.
—Siendo así, ¿qué tiene de malo que cuide de una chica que no es su hija?
—Ese no es ningún problema; digamos que esa una de las razones por las que no me arrepiento de salvar su vida.
—¿Entonces?
—El detonante fue el quinto embarazo.
—¿El detonante?
—La razón por la que ella aceptó que yo le borrase la memoria; incluso su conexión con Elora y yo. También con nuestro hijo no nato.
—¿También lo perdió por culpa de ese hombre? —o más bien, esa bestia.
—No, ese sí alcanzó a nacer. Pero ese bebé murió sin haber cumplido el año.
—Bebé —Sage lo intentó, pero no pudo imaginarse el dolor que eso debió haber significado para esa mujer.
Perder a cinco hijos antes de que estos tuviesen la oportunidad de disfrutar mínimamente el mundo… dioses, qué horrible.
—No sé cómo pasó o por qué. Ella al verme me gritó: "acabo de enterrar a mi bebé", a partir de ese momento no hizo más que empeorar; si antes fingía tener asuntos pendientes para no vernos, luego fue más sincera; abiertamente rechazaba a Elora, me rechazaba a mí, incluso traté de visitarla en sueños para tratar de aliviar su dolor, pero ya no podía hacerlo; ella me cerró todas las puertas. —Inhaló profundo—. Su esposo poco después apareció muerto en una zanja. Su dinero había sido robado, y su cuerpo fue mutilado hasta casi parecer una masa de carne más que un hombre; todos imaginamos que había sido un ajuste de cuentas porque al idiota le gustaba apostar en cantinas. Cuando ella se enteró de lo que pasó, no hizo nada, ni siquiera quiso hacerle un funeral apropiado, todo lo realizó la gente de ese pueblo mientras ella se quedaba encerrada en su casa.
Sage también inhaló profundo.
—Creo que dadas las circunstancias, era más que lógico que a ella poco o nada le importase ese sujeto.
—Estoy de acuerdo. Sin embargo, Elora y yo quisimos estar ahí para ella; queríamos que estuviese con nosotros. Sin su marido estorbando, prácticamente ya era una mujer libre.
—¿Pero…?
—Pero… —iba a decir algo, pero se retuvo—. Pero mi padre, quien todavía estaba encerrado por Athena gracias a la anterior guerra, pero ya estaba despierto, se enteró de mi relación con Elora; temí que si en esos momentos huía con las dos y mi hijo, mis hermanos nos darían alcance rápido. Para esos entonces, yo estaba usando mi cosmos para ayudar a Elora con su embarazo porque su estado era muy delicado, y porque… ella…
Sage frunció el ceño.
—No me digas que esa mujer, Elora, ya tenía un marido también.
El silencio del oneiroi se lo confirmó.
—Déjame ver si entiendo, tuviste una relación con una mujer casada aunque ella viviese con su marido, ¿y él jamás se enteró?
—Él creía que ese bebé era suyo, no mío. A sus ojos, yo era un mocoso huérfano de 10 años porque tomé esa forma para despistarlo; tanto a él como al chiquillo siniestro que tenía con su anterior esposa —agregó con cierto resentimiento—. A los ojos de Elora, yo tenía la imagen que ves ahora.
—¿Anterior esposa?
—La que tuvo antes de comprar a Elora —respondió entre dientes—. Él podría parecer su abuelo. —Sonrió con cinismo—. Tanto Lucía como yo odiábamos al bastardo. Je, de las pocas cosas en las que hemos estado de acuerdo.
«Lucía, eh» Sage memorizaría ese nombre por si acaso—. ¿Y… por qué no te fuiste con ella antes de que tu padre se enterara? Antes de que Lucía enterrase a su quinto hijo, por ejemplo. Eres un dios, no me digas que le temías a los esposos de ellas dos porque eso sería insultar mi inteligencia.
—No lo hice principalmente porque la condición delicada de Elora no me permitía trasladarla de ningún modo a otro lado. Además, ese pueblo era una zona que algunos de mis hermanos y yo debíamos de cubrir; si yo salía de ese perímetro aunque sea por medio segundo, mis otros hermanos sabrían que algo andaba mal conmigo y me mandarían a buscar.
—¿Cómo que cubrir?
—Mis hermanos y yo nos repartimos zonas alrededor del mundo cada cierto tiempo, los sueños de los humanos que las fabrican es nuestra responsabilidad. En esa época, esta parte de Grecia era mi zona y tenía total libertad porque Athena aún no descendía a la tierra.
—¿Y luego? —Sage meditó con cuidado y lógica—. Espera un segundo, si no estabas solo aquí eso significa que alguno de esos hermanos con los que hacías equipo, te delató, ¿verdad? Y seguro es ese el mismo que atacó a Gateguard para orillarlo a buscar a esa mujer y llegar finalmente a ella, ¿no?
—No lo sé. Tal vez.
—¡Mientes! —espetó Sage—. Pero, hay algo no me queda claro, ¿por qué ese hermano tuyo tuvo que hacer todo este enredo para llegar hasta sus sueños? ¿Lucía ya lo conocía también y lo repelía como hacía contigo o como por qué la necesidad de involucrarnos a nosotros con ustedes?
—No creo que se hayan conocido. Intuyo que él trató de buscar algo en su memoria, algo que yo borré… o bloqueé, no lo sé. Algo que él no pudo extraer ni siquiera con sus trucos.
—Trucos, ¿te refieres a esa cosa que le dio de beber?
—No es "cosa" —bisbiseó ofendido—, se llama "cerveza rosada".
—Esa cosa no era rosada —insistió Sage—, era un frasco de agua.
—No, esa es su forma base.
—Ajá, ¿y qué se supone que hace en realidad?
—¡Era mi invento! —exclamó molesto—. Incluso antes de conocer a Elora y Lucía, yo pensaba en buscar un medio rápido, instantáneo, a las pesadillas provocadas por un trauma, un mal día, o por alguno de mis hermanos. Sólo se necesitaría de un trago. La Cerveza Rosada iba a ser el remedio perfecto para dar paz a los humanos, incluso aquellos que estuviesen pasándola muy mal.
—¿Para qué crear algo así? ¿No se supone que algunos de tus hermanos, su tarea es dar pesadillas?
—La mayoría lo hace porque le divierte —masculló como queriendo restarle importancia a ese detalle.
—Pero es su trabajo también, ¿no?
—Sí.
—Mmm, ¿y cómo tu ingenioso invento llegó a manos de ese hermano tuyo y cómo pudo usarlo para hacer tanto daño?
—Debió tomarla de mis aposentos en el Olimpo y alterarla de alguna forma para que esta reaccionara específicamente ante un manejo que todavía desconozco.
—Es decir que… ¿él hizo su propia Cerveza Rosada tomando como base tu propia creación?
—Creo que usó la Cerveza Rosada, el prototipo original que yo tenía guardado, para modificarla y con ella tratar de traer de regreso los recuerdos de Lucía y de ese modo investigar algo, ¿el qué es?, no lo sé.
—¿Cómo es que no lo sabes? —preguntó Sage—. Él ya sabe que tienes un hijo, ¿qué más puede estar buscando? ¿A la madre?
Haciendo un gesto de dolor, Haidee negó con la cabeza.
—Ella murió —se le escapó esa relevación.
Al ver la cara de Sage, quien estaba encajando cabos, Haidee supo que debió haber cerrado su boca antes.
—¿Cómo sabes que ella murió si dijiste que no eras omnipresente y no podías saberlo todo? En especial durante tu encierro. ¿Estuviste ahí cuando ella dio a luz o te encerraron antes?
Sage alzó la vista hacia los ojos del dios menor.
—Fuiste encerrado antes del nacimiento de tu hijo —adivinó sintiendo un frío recorrerle la espalda—. ¿Lo sabes, no? —ambos se miraron—. Tú sabes qué hermano tuyo está por aquí y sabes lo que está buscando.
—No lo sé.
—Claro que sí, porque él te dijo sobre la muerte de esa mujer, ¿no? Por eso lo sabes. —Luego el muy listillo ató más cabos—. ¿Y cómo te enteraste de que tu padre ya sabía de tu relación prohibida? ¿Quién te lo dijo? Porque tuviste suficiente tiempo para prepararlo casi todo antes de que te entregaras por voluntad propia —abrumándose por la velocidad en la que Sage de Cáncer estaba descubriendo cosas, Haidee negó con la cabeza, alejándose de los barrotes—. ¡Oye! Ese hermano que te advirtió, ¿es el mismo que te delató? ¿O son dos diferentes? ¿A quién te enfrentas realmente, Haidee?
Con una actitud recelosa, Haidee se sentó en su incómoda cama.
—Tuviste tiempo para negociar, y borrar la memoria de Lucía antes de entregarte a tu familia, ¿no? Pero, ¿tu padre sabe sobre ese hijo tuyo? Tú mismo me dijiste que la última vez que comiste algo fue una manzana con un tónico para la verdad, pero aun así tienes secretos que no quieres que salgan a la luz. ¿Te borraste la memoria también y por eso ni tu padre ni tus hermanos… o al menos, casi todos, desconocen sobre tu vástago? —Sage estaba impactado—. ¿Cómo lograste eso? ¿Qué fue lo que hiciste en realidad?
Sentado, con un aspecto derrotado, el dios sonrió de forma agridulce, tragándose de primera mano un par de palabras.
Se dio cuenta bastante tarde de lo inteligente y deductivo que era ese santo, a diferencia de los otros dos.
Gateguard y Aeras no eran unos idiotas, pero Sage sin duda era demasiado listo, además de que, sin que Haidee se diese cuenta, él le hizo revelarle muchas cosas sin siquiera gritarle o amenazarlo. El santo de cáncer tenía una lengua muy ágil.
—Habla con tu diosa para que me saque de aquí, y déjame a mí hacer lo que tenga que hacer.
—Necio. Mira, tus problemas son solo tuyos, pero esa mujer ya es asunto de mi amigo también; te sugiero que no sigas metiéndola en tus planes para salvar a tu hijo mientras el bebé que ella logró tener está muerto —bisbiseó Sage.
—Ella ya no tiene nada que ver con esto. Y yo no fui el culpable de la muerte de su hijo.
—Y aun así exiges que Gateguard se aleje de ella; exiges que esté sola; mmm, no. Dudo mucho que ella ya no corra peligro gracias a ti. Porque, por algo apareciste justo cuando Lucía agonizaba.
—Ya me cansé de decirles que yo no la salvé porque ella guarde algo más que me importe.
—No te creo. Tampoco sé cómo hayas borrado momentáneamente tu propia memoria a conveniencia para proteger la existencia de tu hijo, para luego recordarlo otra vez; pero si hay algo más en esta historia que ni tú ni ella recuerden gracias a ti, es mejor que te obligues a ti mismo a saberlo antes de que tu hermano intente sacárselo a esa mujer por la fuerza… otra vez.
Tomando la dirección para salir de la prisión, Sage de Cáncer dijo algo más en voz alta.
—Por cierto, Gateguard me pidió que te avisara: Lucía ya es asunto suyo y no la abandonará. La protegerá, incluso si tú o el mismísimo Santuario le ordenan lo contrario.
Caminando de vuelta, esta vez hacia el Santuario de Athena para ver a su diosa y el Patriarca, Sage se dijo que tal vez la mejor opción era liberar al oneiroi y dejarlo encontrar a su hijo para que se fuese antes de que Hades despertase por completo.
«Aunque no podemos descartar del todo que esto pueda ser una trampa de Hýpnos» analizó con frialdad, «mandar a uno o dos de sus hijos para crear todo este show, usando a una mortal que pueda causar en Gateguard una confusión que pueda perjudicar al Santuario», ¿sería posible algo así? ¿O era una teoría muy fantasiosa y sin sentido? «Nunca se ha visto un ataque de ese tipo antes, pero no podemos pasar por alto ninguna posibilidad; la guerra está cada vez más cerca y los dioses gemelos querrán hacer cualquier cosa para que Hades gane» pasó por Aries, no sintiendo nada anormal en el aire; luego subió las escaleras hasta Tauro, donde se encontró con Francisca.
El chico se encontraba haciendo estiramientos, sin usar su armadura.
—Hey, chico.
—¡Sage! ¡Hola! —se incorporó y se le acercó—. ¿Quieres entrenar?
—Tal vez luego, debo ver a Athena.
—Bien, estaré en el Coliseo. Debemos prepararnos.
—Lo sé, los espectros comienzan a movilizarse.
—Mmm…
—¿Ocurre algo más?
Francisca era muy abierto con sus sentimientos, si el chico estaba triste, feliz, pensativo o decaído, era fácil darse cuenta. Él ahora estaba preocupado.
—Me enteré del oneiroi, y la mujer que está en el templo de Gateguard.
—¿Quién te lo dijo? —quiso saber.
—El Patriarca. ¿Sabes? Lo noté extraño.
—¿Cómo que extraño?
—Me dijo que no le queda mucho tiempo —masculló con melancolía—, y pensaba en su sucesor.
—Ya veo, bueno… —pensar en ver partir a quien lo crio le dolió, pero así era el ciclo de la vida, ¿qué podían hacer salvo su trabajo?—, ¿y eso te preocupa? ¿Te dijo si se sentía mal de salud?
—Sabes que no me dice nada de eso —sonrió triste—, por eso me sorprendió que me dijese aquello cuando le di mi reporte.
Por breves momentos guardaron silencio.
—Francisca.
—¿Mmm?
—Espérame en el Coliseo, espero no tardar. Me haría bien entrenar un poco contigo.
La sonrisa del muchacho, que casi tenía su edad, pero por alguna razón, Sage se sentía mucho más mayor que él, le tranquilizó.
—Bien, nos veremos allá.
Sage lo vio irse, inhaló profundo y se aproximó al recinto de su diosa, pasando también por los otros templos; en ninguno hubo alguna novedad.
Al estar justo afuera de las puertas, pensando en todo lo que había discutido con el oneiroi y sus propias teorías al respecto, Sage tocó antes de pasar.
En el trono, estaba el Patriarca. Sus ojos estaban cerrados y parecía dormir. Pero no era así.
—¿Necesitabas algo? —preguntó él, sonando cansado.
—Maestro —un poco preocupado por ese semblante, Sage se arrodilló ante él—. El oneiroi pide ser liberado de su cautiverio.
—¿Bajo qué argumento?
—Afirma que no ha hecho nada que amerite su encierro; dice que considera injusto que Athena lo retenga de su búsqueda.
—No hay nada que compruebe que no busca hacerle daño a Athena —su voz, tranquila pero áspera, inquietó más a Sage.
—Maestro, ¿está usted bien?
—Un poco cansado, pero bien. Volviendo al oneiroi, Athena ya ha pensado en eso.
—¿De verdad?
—De verdad —se manifestó una suave y melodiosa voz femenina.
El corazón de Sage saltó sin que él pudiese evitarlo; aunque quiso voltear hacia dónde provenía dicha voz, algo en su cuerpo se negó a obedecerlo.
—Athena —habló el Patriarca—, debería estar en sus aposentos.
—Y tú, Itiá, deberías estar en cama, descansando —respondió ella haciendo una sonrisa.
Sage no pudo verla porque se quedó inmóvil en su postura, pero se la imaginó.
—Mi señora…
—No me obligues a ordenártelo, Itiá. Ve a descansar.
—Bien… si usted se preocupa…
—Me preocupas mucho, lo sabes.
Resignado ante el único ser sobre la tierra que podía darle órdenes, el Patriarca Itiá se levantó de su asiento y lentamente partió de ahí no sin antes despedirse momentáneamente de su alumno, quien se mantuvo quieto dónde estaba.
El sonido de los tacones de Athena, que subió hasta el asiento y lo ocupó, le aceleró el corazón al santo de cáncer.
Sage no sabía por qué, pero de un momento a otro sentía unos nervios ilógicos cada vez que su diosa estaba cerca de él. No quería decir estupidez alguna que pudiese ofenderla, tampoco buscaba hacer movimientos bruscos o innecesarios.
—Entonces, nuestro invitado exige salir y hacer una visita al pueblo.
—Má-más o menos.
—Mmm… ¿y ha comido algo?
—Se niega —tragó saliva por su reseca garganta.
—¿Y dejó en paz a Gateguard?
—Por el momento, sí —carraspeó su garganta—, mi señora, ¿será conveniente dejarlo ir? Es decir, tiene un buen punto, todavía no ha hecho nada que amerite su encierro.
—Invadir tu templo, ¿es nada?
—No… no quería decir eso, es solo que…
Athena soltó una risita.
—Sage, ¿por qué nunca quieres mirarme? —preguntó risueña—, no me enojaré si lo haces.
—No quería ofenderla —quiso justificarse; sintió sus mejillas arder.
—¿Ofenderme? Vale, aceptaré eso —se volvió a reír—. En cuanto a Haidee, dile que será puesto en libertad.
—¿De verdad?
—Sí, a cambio de una cosa.
—¿Qué… cosa?
—Según tengo entendido que el Patriarca Itiá dio consentimiento para que tu hermano Hakurei crease unos artefactos capaces de retener a Gateguard debido a su falta de sueño.
—Sí —Sage, todavía manteniendo su vista sobre el piso, parpadeó confundido.
—Cuando vuelva de su misión, quiero que esos grilletes me sean entregados, Haidee habrá de darme un poco de su propia sangre para que esto funcione, y al final él los usará para poder irse al pueblo.
—¿Qué?
—Hasta que encuentre a su hijo y salga del pueblo con él, mi decisión es que Haidee use los grilletes, de ese modo, no podrá usar su poder de dios en contra de nosotros.
—Dudo que… acepte eso…
—Lo hará, porque no tiene otra opción.
—¿Y si eso nos hace merecedores de su odio? —preguntó preocupándose más por Athena que por cualquiera de ellos.
—No hay otro modo, Sage.
Por el sonido que hizo la tela de su vestido y sus zapatos, Sage dedujo que ella se había levantado del asiento. Y justo cuando la tuvo enfrente, para que él mirase parte de la tela blanca cerca de su puño sobre el piso, ella se agachó para susurrarle:
—¿Crees que puedas ser su anfitrión mientras hace su búsqueda? —pidió amable, ¿estaría sonriendo?—. ¿Sage?
Dándose cuenta de que se había quedado callado por un largo tiempo, Sage saltó encima de sí mismo.
—Si usted me lo ordena… yo… lo aceptaré.
—Más bien sería un favor —dijo tranquila—, ¿podrías darle asilo momentáneo en tu templo?
—Sí.
—Qué bien. —Ella se levantó y comenzó a alejarse—. Cuando Gateguard vuelva, dile que sus grilletes serán requeridos; una vez que te los dé, me los entregarás a mí para hacerles unas modificaciones. Luego, Haidee se los pondrá y saldrá de su alcoba.
O más bien, celda. Y seguro bajo las condiciones ordenadas, lo haría con muy mal humor.
—Entonces te pediré que lo mantengas bien vigilado. ¿Puedo confiar en ti, Sage?
—Sabe que mi vida le pertenece, si el oneiroi trata de hacer algo que la perjudique, no dudaré en atacarlo.
—Ya veo —musitó con delicadeza, aunque Sage pudo oírla a la perfección—. Sage.
—¿Sí?
Ante el silencio de su diosa, Sage no tuvo más remedio que alzar torpemente su cabeza y encontrarse con ella, mirándolo con una suave sonrisa.
—Nada —terminó de decir, saliendo del recinto dejándolo solo y confundido.
Como sea, ya tenía órdenes.
Debía esperar a que Gateguard volviese.
Aunque, si bien él mismo podría buscar los grilletes por todo Aries hasta encontrarlos, seguramente haría demasiado ruido al no saber dónde estaban, cosa que no sería agradable para la mujer que debía descansar.
Por otro lado, tal vez Athena estaba siendo considerada con Gateguard con respecto a su espacio personal y sus pertenencias. Ojalá él y Aeras no tardasen en volver.
Después de darle un segundo vistazo a la mujer, asegurándose de que ella estuviese bien, Sage fue a visitar a Haidee de forma más breve y le habló sin esperar que él le respondiese a su aviso.
—Athena ha aceptado tu petición de ser liberado, pero se te podrá una condición, lo sabrás en su momento. Hasta entonces, mantén la calma y no causes problemas.
Entonces se fue con algunos pensamientos revueltos en dirección al Coliseo para encontrarse con Francisca y entrenar antes de que comenzase a llover de nuevo.
De ser todo esto un engaño del dios Hýpnos, Athena podría ver a través de la mentira, ¿verdad?
Esa duda no lo dejaba en paz.
…
Mientras tanto, en las afueras de la ciudad de Patras, donde se había llevado a cabo una corta, pero intensa lucha, entre dos santos dorados y doce espectros de baja categoría, uno de los vencedores se encontraba sacudiéndose el polvo de las manos, mientras el sol iba cayendo y las primeras estrellas se asomaban.
—Al final, no fue tan difícil —masculló Aeras de Sagitario, viendo a los espectros muertos; pegó sobre todos los cadáveres unos pergaminos con el nombre de Athena (el cual poseía parte del cosmos de ella para evitar que estos resucitasen) y abrió con ayuda de una flecha, una fosa sobre la tierra grande—. ¡Gateguard, deja de sacarte las pulgas de la cabeza y ven aquí, hay cuerpos que enterrar!
Despertando medianamente de sus pensamientos, Gateguard sin decir nada, usó su telequinesis para mover los cuerpos de los enemigos al agujero, con cuidado para evitar que los sellos de Athena se desprendiesen y los bastardos volviesen.
Lo cierto es que él no estaba tranquilo permaneciendo tan lejos de Grecia.
¿Lucy estaría recuperándose? ¿Las doncellas estarían cuidándola bien? ¿Ya le habrán dado su fruta molida para comer y agua? Se supone que Lucy debía ingerir dichos alimentos cuatro o cinco veces al día por lo menos, bueno, si las mujeres habían estado ayudándola a comer y limpiarse mientras él estaba en el Santuario, ¿por qué la desatenderían ahora?
¿Y si las doncellas holgazanean? ¿Qué tal si roban la miel? ¿Será que la dejaban sin vigilancia por horas y horas?
«No, yo dejé ordenes específicas» trató de calmarse.
Dejó los cuerpos apilados uno sobre otro.
—¿Acaso también vas a arroparlos y contarles un cuento? No tienen que estar bien acostados. Solo déjalos caer y ya —dijo Aeras impaciente.
Gateguard no le respondió, tampoco le prestó atención. Siguió meditando, y trabajando.
Durante aquellos dos tortuosos días en los que Haidee no había dejado de molestarlo con pesadillas, Gateguard se había mantenido alejado de Lucy, procurando no dormirse ni en su propio cuarto a sabiendas que su sonambulismo podría seguir por ahí en busca de volver a manifestarse para hacerlo caminar hacia ella otra vez.
Sin embargo, cuando las ganas le sobrepasaban y terminaba durmiendo por poco tiempo, saltando sobre sí mismo poco después, Gateguard terminaba rindiéndose, entrando por voluntad propia al cuarto de Lucy para acostarse a un lado de ella, con cuidado y al borde de la cama, tratando de no cerrar los ojos otra vez, sin llegar a tocar su lastimado cuerpo ni por medio segundo.
Justo cuando sentía que llegaba a su límite, él se levantaba rápidamente sintiendo su cuerpo demasiado pesado, y se iba afuera del templo, arrastrando sus pies, a vigilar.
Eso hasta que Aeras convenció de alguna forma a Haidee para dejar sus sueños en paz. Desde entonces, si bien las pesadillas volvían, estas ya no eran tan viscerales y cuanto menos lo hacían despertar cada cinco minutos.
—Apresúrate, cabrón —rezongó Aeras, cruzado de brazos.
Sin dejar de ignorarlo, Gateguard con su telequinesis hizo que la tierra que había volado por todos lados cuando Aeras disparó al piso, volviese a su lugar para cubrir los cuerpos.
—Listo, ya está —musitó el santo de sagitario, sonriendo ante un deber bien hecho—. Hay que volver a la posada por ahora.
El santo miró a Gateguard asentir con la cabeza, sin decirle nada.
—Sé que voy a arrepentirme por esto —masculló por lo bajo—. ¿Qué tienes? —le preguntó alzando una ceja.
—Nada.
Aeras frunció el ceño.
—¿Estás muy preocupado por ella? Vamos, estará bien, mañana buscaremos algún rastro de cualquier espectro que se haya escabullido, si no hay ninguno, volveremos a Atenas y listo. Sólo nos tomará un día volver y si nos damos prisa, no pasarán ni dos días desde que nos fruimos…
—No si me traslado allá a mi modo —dijo él por lo bajo.
—¿Hablas de teletransportación?
—Sí.
—Gateguard, creo que se te olvida que estamos en una misión de reconocimiento. Patras ha tenido problemas y dudo que esos de allá —con su mentón señaló la fosa—, hayan sido los únicos a la redonda que estuvieron molestando a esta gente. Seguro hay más espectros por las afueras, y debemos encontrarlos a todos.
Un trueno dio aviso de una fuerte lluvia.
—Anda, hay que irnos.
Gateguard parpadeó lento ante las primeras gotas de lluvia.
—No… yo buscaré a los que faltan y antes de que termine este día, volveré a Atenas.
—¿Qué? Oye, eso no es una buena… —ante los ojos de Aeras, Gateguard desapareció—. Hijo del culo —masculló.
Tratando de respirar para calmar sus nervios, llevándose los dedos de ambas manos a sus sienes, Aeras tuvo que molestar al Patriarca.
—¿Qué sucede, Aeras? ¿Algún problema? —preguntó el anciano; se oía algo cansado.
—Sí. Gateguard —espetó como si dijese otra grosería—. Está actuando imprudentemente otra vez, quiere terminar rápido con la misión y temo que esta vez comprometa a los civiles de Patras, puede ocasionar algún problema si es que busca a los enemigos en el interior de la ciud…
—Déjalo.
Aeras quedó impactado con esa orden.
—¿Cómo dice?
—Aeras, Gateguard no arruinará la misión; tal vez en lugar de quejarte podrías ayudarlo.
«¿Qué, qué? ¿Desde cuándo soy el ayudante aquí?» pensó fastidiado, «maldita sea, se me había olvidado que Gateguard era el favorito del Patriarca» puso los ojos en blanco y respondió—: entendido.
—Bien, cuento con ustedes.
«O con Gateguard nada más» pensó fastidiado, rodando los ojos.
Una vez que la conexión entre ambos hombres se desvaneció, Aeras se llevó las manos a la cabeza revolviendo su cabello.
—Cómo odio a ese bastardo, él hace idioteces y el Patriarca no hace más que girar la cabeza hacia el otro lado —comenzó a decir con exasperación—, no, me niego. Si Gateguard quiere hacer las cosas a su modo lo hará solo, no pienso seguirlo. ¡Aaah! ¡Me lleva…! ¡Por eso me jode tan solo verle la maldita cara! ¡Él puede hacer y deshacer a su antojo! ¡Pero no vaya a ser yo el de las imprudencias porque me tengo que tragar dos horas de sermones! —cosa que ya había pasado y por lo mismo, Aeras estaba molesto porque el Patriarca no era muy parejo en estas situaciones cuando Gateguard estaba involucrado.
Sin dejar de maldecir, el santo de sagitario retornó su camino hacia una pequeña posada donde procuró relajarse, todo mientras Gateguard buscaba y encontraba bajo la intensa lluvia a los otros espectros; el problema, fue que al estar tan enfocado en derrotarlos, el pelirrojo olvidó que Aeras era el que llevaba los sellos de Athena, así que a mitades de esa lluviosa noche, Aeras recibió un fuerte dolor de cabeza que le hizo sentarse en la cama.
—¡¿Dónde estás, malparido?!
Escuchando la lluvia caer fuertemente sobre el techo de su cuarto, Aeras se levantó y caminó hacia la ventana, sosteniéndose su mareada cabeza.
—Estúpido, ¿no es obvio? ¡Estaba durmiendo!
—¡Y yo aquí haciendo tu trabajo como tu estúpido, ¿no?!
—Si fueses mí estúpido hace tiempo te habría vendido por algo que en serio valiese la pena conservar —se llevó sus dedos a las sienes, dándose masajes circulares—. ¿Qué quieres?
—¡Estos bastardos no mueren! ¡Y llueve demasiado!
—¡No me digas! —sonrió sarcástico—, ¿y necesitabas algo para mantenerlos muertos?
—¡Trae los malditos pergaminos!
—Aw, el niño predilecto del señor Itiá ha olvidado llevarse los sellos de Athena antes de irse a buscar espectros por su cuenta, qué barbaridad —siguió con su sarcasmo, enojándose cada vez más con los dos, tanto con su líder como con Gateguard—. ¿Dónde estás? ¿En el interior de Patras? —masculló serio, dispuesto a arrancarle la cabeza a Gateguard si el muy infeliz se había atrevido a iniciar una batalla en medio de gente inocente.
—¡¿Me crees un idiota?!
—Te fuiste hace horas sin los pergaminos y apenas te acabas de dar cuenta de que no llevas ninguno contigo. Sí.
—¡Estoy en las afueras, al norte! ¡Ven aquí, perro infeliz!
—Bien, eso era lo que quería saber, quizás mañana te vea —respondió fríamente volviendo a la cama, ignorando lo mejor que pudo los gritos de Gateguard—, si es que sobrevives.
…
—¡Maldito seas, Aeras! —exclamó Gateguard pateando la cabeza de uno de los espectros de baja categoría que se le lanzaba para tratar de golpearlo.
El agua no mejoraba las cosas, a veces caía resbalando, apenas salvándose de no llenarse completamente de lodo y ser un blanco fácil gracias a su telequinesis.
Si bien esos espectros eran unos perfectos idiotas e inútiles, eran demasiado molestos si revivían apenas eran asesinados.
Le costó un poco, pero al final pudo juntar y encerrarlos a todos con ayuda de su técnica, muro de cristal.
—¡Déjanos salir!
—¡Esto no durará para siempre!
—¡Cuando salgamos te mataremos, santo de las mil putas!
Respirando un poco agitado, en medio de la incesante lluvia, Gateguard ignoró a los espectros y se sentó a la sombra de un árbol frondoso, cuyas hojas, no lo cubrían de toda el agua, pero al menos podía relajarse.
—¡Desgraciado, sácanos de aquí!
—¡Te queda poca energía y nosotros seguiremos reviviendo gracias a nuestro señor Hades!
Sintiendo que la cabeza le punzaba, mirándolos a todos de reojo, Gateguard les masculló:
—Me pregunto si Hades revive también la carne molida.
Uno que otro hizo un gesto de asco. Otros dieron un paso atrás.
Alzando su mano hacia ellos, contrayendo sus dedos, los espectros se dieron cuenta de que el espacio que los encerraba se hacía cada vez más pequeño.
—¡¿Qué estás haciendo?!
—¡Basta!
—¡Joder, no puedo parar este muro! ¡Se cierra!
Haciendo caso omiso a los gritos, Gateguard apretó con fuerza los dedos de su mano, formando con esfuerzo un puño tembloroso al mismo tiempo que el sonido del crujir de muchos huesos, y la carne exprimiéndose junto a las armaduras rompiéndose, acompañaron al sonido del agua cayendo al piso.
…
A la mañana siguiente, Aeras, llevando su armadura en la caja (envuelta para no revelarla al público), dispuesto a volver a Atenas; cumplió su palabra dirigiéndose hacia donde Gateguard le había indicado la noche de ayer.
Le sorprendió ver tantos cuerpos hechos… puré… en medio del lodo junto a varios trozos de metal negro.
—Vaya carnicerí…
A tiempo, pudo evitar un puñetazo a su cara.
Alejándose, miró a Gateguard quien, lleno de sangre y lodo, le veía con rabia.
—Bonitas horas de llegar, bastardo muerto de hambre —le dijo enfadadísimo.
—Acabo de desayunar, y buenos días también para ti, gato callejero. —Del bolsillo de su pantalón sacó un grupo de pergaminos de Athena y se los extendió—. Sólo tú sabes cuántos cuerpos eran, y no pienso tocar nada de eso, es asqueroso.
Arrancándole los pergaminos de la mano, Gateguard se dispuso a ponerles pergaminos a las cabezas aplastadas.
—Sólo por curiosidad, ¿cómo les hiciste eso? —preguntó, casi queriendo vomitar, no solo debido a la escena sino al fuerte olor.
—Cállate.
Mirándolo irse con todo y armadura sucia hacia unos arbustos donde seguramente tenía sus cosas, Aeras frunció el ceño buscando con la mirada algo que no quedase irreconocible.
—Los enterraré por ti —le dijo, considerando que estaba siendo noble al ayudarlo con ese desastre considerando lo poco prudente que había sido Gateguard. Y lo sádico que había actuado ante seres que, si bien eran enemigos, habían regresado al hades acompañados de muchísimo dolor.
—¡Cómetelos si quieres, me da igual! —espetó a lo lejos.
Rodando los ojos, Aeras usó su telequinesis, el cual era considerablemente inferior al de Gateguard, para remover tierra y ponerla sobre los pedazos de cuerpos. Una vez estos quedaron cubiertos, Aeras alcanzó a ver la figura de Gateguard alejándose con su caja sobre su espalda junto a un saco de ropa y una capa puesta sobre su cabeza.
—Oh, dioses, al menos quítate toda esa sangre; hueles a carne podrida.
—¡Muérete! —le espetó.
—Arg, ni al caso. —Rodó los ojos—. Hey, ¿al menos estás seguro de que todos los espectros de Patras han sido eliminados? No habremos dejado alguno vivo por ahí, ¿o sí?
—Todos están muertos —rezongó Gateguard entre dientes.
—Más te vale, porque si alguno se escapó, tú tendrás que hacerte cargo, ¿me oíste bien?
Aguantándose las ganas de insultar al santo de sagitario, Gateguard optó por ignorarlo. Aeras no tuvo problemas con eso.
Los santos caminaron en silencio por un largo rato hasta una posada pequeña donde eligieron cuartos separados. Cabe decir que ahí, gracias a las constantes miradas incómodas de varias personas hacia su ensangrentada humanidad, a Gateguard por fin se le dio por dejar sus cosas en su cuarto, salir de la posada, buscar un río y lavarse.
Aeras aprovechó ese tiempo de soledad y paz para descansar; también para tratar de sentir algunos cosmos enemigos. Luego de relajarse al no percibir amenazas sueltas por ahí, buscó un sitio donde comer, dar un pequeño paseo por los alrededores y recolectar dulces peras de los árboles; para su cena.
La noche trascurrió sin problemas, ambos santos se evitaron lo más posible, hasta que la mañana volvió con unas enormes nubes grises que amenazaban con soltar un diluvio. Después de pagar su estadía, los dos se encaminaron con capuchas sobre sus cabezas, sus armaduras sobre sus espaldas y sus respectivos costales de ropa.
Sin preocuparse por el amenazante clima (pues ambos se las podrían arreglar solos) retomaron su camino hacia el Santuario.
Sin embargo, a mitad del camino, ya con una suave llovizna cayendo, Gateguard de pronto recibió una llamada telepática por parte de Sage.
—Gateguard…
«¿Qué ocurre?» preguntó el pelirrojo sin abrir la boca, caminando atrás de Aeras, en silencio.
—¿Cómo van con su misión?
«Ya hemos terminado, nos dirigimos de vuelta al Santuario; ¿por qué? ¿Ha pasado algo?» preguntó preocupado por Lucy, mas no queriendo demostrarlo.
—Tal vez…
«¿Mmm?»
—Pensé mucho en si debía decirte esto o no, pero creo que es mejor que lo sepas por parte de mí que por Haidee.
«¿Qué ha hecho ese bastardo ahora?»
—No es lo que hace ahora, es lo que pasó entre ellos… ya sabes, en ese pasado que le ocasionó esas heridas a ella.
«Sage… sólo dilo y ya» insistió impaciente.
—Vale. —Aunque no lo estuviese viendo, Gateguard notó como Sage trataba de buscar la forma de dejarle caer lo que sea que estuviese a punto de decirle; y eso no le dio confianza—. Esa mujer estuvo casada; hace años. Aparentemente en contra de su voluntad y cuando aún era una niña. Dentro de ese matrimonio, ella sufría palizas constantes, y seguro otro tipo de abusos que prefiero no mencionar.
Un trueno retumbó en el cielo.
—Haidee no era su oneiroi; era su amigo.
«Un horrible amigo» dijo Gateguard pasando saliva por su garganta seca.
—También era amiga de la otra mujer; quien también estaba casada con un tipo que, según Haidee, podría ser su abuelo.
Nada anormal. Era muy común en Grecia que ese tipo de cosas pasasen; Athena no permitía tal aberración en contra de los niños, pero siempre había humanos descarriados que buscaban nuevos modos de romper las leyes.
Así que Lucy…
—Gateguard, te voy a pedir que mantengas la calma porque lo que te diré, va a ser fuerte.
«Deja el drama y dilo de una maldita vez» aunque haya dicho eso con el mayor desdén; Gateguard no pudo evitar sentir su corazón acelerándose.
—Athena va a liberarlo.
«¡¿QUÉ?!» su cosmos se descontroló por un segundo, tanto así que Aeras lo miró seriamente de reojo—, ¡¿y tú qué estás viendo?! —le gritó gracias al ruido de la lluvia. «¡¿Cómo que van a liberarlo?! ¡¿Por qué?!»
—¿No es obvio? No hay motivos para encerrarlo. Lo que ha hecho su hermano es cosa de él, no de Haidee. Ha exigido su libertad, o su enemistad con Athena. ¿Entiendes eso?
«Entiendo que quiere que le arranque la cabeza» apretó sus puños, «no puedo creer que insista en seguir molestando».
—Da igual. Ya es un hecho.
«¿Hay más? ¿No es así?»
—¿Mmm? ¿De qué hablas?
«De Lucy» se acomodó la capucha sobre su cabeza, esforzándose por no gritar ni alterarse más, «¿qué más te dijo Haidee sobre ella?»
—Gateguard… no sé si sea oportuno que sepas algo tan íntimo.
«Si lo sabes tú, creo que no hay motivos para que no lo sepa yo también».
—Por favor, amigo…
«Por favor, nada. Dime lo que falta» exigió saberlo; el nerviosismo que sentía provenir de Sage le dijo que debía prepararse para algo horrible; más de lo que ya sabía.
—Él borró su memoria porque ella se lo pidió.
«¿Cómo sé si eso es cierto?»
—No lo sabremos. Tendremos que creer que eso es cierto.
«¿Y cómo por qué Lucy querría que ese imbécil…?» sonrió inhalando profundo aquel aroma húmedo y frío, «sólo dilo, Sage. ¿Qué querría ella olvidar además de su infeliz matrimonio lleno de violencia? Porque hay más, ¿verdad?»
—Ella… bueno… como seguro sabrás, su marido no iba a desaprovechar su posición para tocarla.
Carajo…
Carajo, carajo.
—De eso, hubieron cinco embarazos. Perdió cuatro gracias a los maltratos que recibía.
¿Era normal que en este punto lo único que oyese Gateguard era el sonido de la voz de Sage y su propio corazón latir apresurado?
«¿Y el quinto?»
—Ese logró nacer… pero murió sin haber cumplido el año.
Otro trueno… más lluvia… más desagrado… más enfado.
«Él… ¿sigue vivo?» si lo estaba, por los dioses… no sabría lo que le haría.
—No, él murió poco después; al parecer fue asesinado por algún ladrón cuando salía de una cantina o algo así.
«Ya veo… entonces, ¿es eso lo que ella quería olvidar?»
—La verdad, no podría culparla por elegir vivir sin saber nada de eso. Sin embargo, como Haidee lo dijo, las heridas de… Lucy, son parte de su pasado. Su hermano la hizo recordar de golpe, todo eso, por la vía equivocada y por eso ella está herida de ese modo… aunque, ¿sabes? Me entristece mucho saber que cada una de ellas fue hecha sin que nadie pudiese evitarlo.
No se lo dijo a su compañero, pero Gateguard compartía ese sentimiento con Sage.
«¿Y? ¿Cómo la despierto? ¿Cómo la curo?»
—Supongo que no habrá más que esperar hasta que ella misma decida dejar esas memorias.
«¿De qué hablas?»
—Haidee quizás selló… o borró… otra vez, esas memorias que la Cerveza Rosada trató de sacar, ya sabes, cuando impidió que muriese. Sin embargo, yo teorizo que el motivo por el cual ella todavía no se recupera ni despierta, es porque en el fondo, Lucy quiere recordar. Mmm, no me hagas caso si no quieres, es sólo una teoría.
«Si ella quiere recordar, seguro terminará haciéndolo…» decidiéndose a estar ahí para Lucy cuando eso ocurriese, la lluvia volvió a tener sonido para él, «¿y ella ha estado bien? ¿Las doncellas hacen su trabajo?»
—Todo en orden, no hemos tenido la necesidad de hacer el té sobrante. De hecho, hace una hora la vi haciendo algunas muecas… como si estuviese a punto de despertar. Si lo hace, le haré algunas preguntas. Ayer en la noche cuando lo fui a visitar, Haidee me ha dijo algunas cosas de su creación que tal vez puedan ayudarnos para saber qué tanto sabe ella al respecto… si ese oneiroi desconocido la engañó o algo para hacerla beberlo. Cuando vuelvas, por favor, avísame primero y ya te diré… más, al respecto sobre su condición. ¿De acuerdo?
«Bien, porque me lo dirás ahora».
—¿Qué?
Aeras no estuvo ni mínimamente interesado en saber qué estaba comunicándole Sage a Gateguard por medio de su cosmos, sin embargo, justo como lo esperó, al poco tiempo, el pelirrojo volvió a desaparecer de su lado y seguramente, esta vez sí se había adelantado al Santuario.
—Le dije al Patriarca que enviarnos a nosotros dos era una muy mala idea —masculló fastidiado, decidiéndose a seguir su camino, a su ritmo.
—Continuará…—
¡Estamos a un paso del año nuevo! Y pude terminar los eclipses lunares antes de que eso pasara, wow, no puedo creer que lo logré.
En fin, una disculpa si el tiempo de los eventos no encaja del todo bien; en serio ese sigue siendo un punto muy débil para mí. :(
Como sea, ¿qué opinan de lo que pasó mientras Luciana estaba inconsciente? Muchas cosas fueron reveladas y otras descubiertas gracias a Sage. A veces creo que él es demasiado listo e intuitivo.
¡Nos queda la última luna roja, bajo la perspectiva de Gateguard, y volvemos a la historia de Colette, Seinos, Haidee y su hijo; así es, todo irá junto!
Y al final, el pasado entero de Luciana junto al desenlace del fic.
Hemos descubierto junto con Gateguard y Sage algunas cosas muy tristes y turbias sobre ella; ¿saben? Creo que los abortos ocasionados por los maltratos eran algo demasiado común en aquellas épocas, sí, con todo y lo bestial que eso suena.
Por otro lado, con lo que sabemos, ¿creen que "Lucía" estaba en su derecho de odiar a Haidee y distanciarse de él y Elora? Yo creo que todavía queda mucho por contar para llegar a eso, pero no juzgaré si ustedes ya tienen una respuesta.
Me sorprende todo el material que tiene esta historia para darnos. ¿Ustedes no?
¡Queridos lectores! ¡Un año más ha pasado y muchas cosas han sucedido!
Algunas buenas... algunas malas... otras muy tristes...
Pero sigamos avanzando. El mundo aún tiene mucho por ofrecernos.
Nos leeremos en el 2022.
Saluditos y felices fiestas para todos.
Gracias por leer y comentar a:
Nyan-mx, Guest, y camilo navas.
Reviews?
Si quieres saber más de este y/u otros fics, eres cordialmente invitado(a) a seguirme en mi página oficial de Facebook: "Adilay Ackatery" (link en mi perfil). Información sobre las próximas actualizaciones, memes, vídeos usando mi voz y mi poca carisma y muchas otras cosas más. ;)
Para más mini-escritos y leer mis fics en facebook de Saint Seiya, por favor pasen a mi página: Adilay de Capricornio (antes: Êlýsia Pedía - Fanfics de Adilay Fanficker) ¡y denle like! XD
