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LA LUNA ROJA
5
…
Después del gordo de la taberna.
Después del asesino del bosque.
Después de la cremación.
Antes del lirio blanco…
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Noche
XXX
— El Capricho de Gateguard —
…
A esas alturas, Gateguard se sentía más peligroso e inestable que nunca. Más salvaje e impredecible. Hasta cínico, incluso.
¿Por dónde había que empezar a contar? ¿Por dónde comenzar a enumerar sus contables faltas (vergonzosas) al código de honor del Santuario?
Bien. Quizás por el principio.
Gateguard usó el cuerpo de un tipejo gordo que se había suicidado en medio de su borrachera para ubicar al ya nombrado asesino del bosque (que los santos de plata, como la bola de inútiles que eran, no podían atrapar) y, en lugar de poner un alto a los asesinatos y desapariciones cuando su presa pescó la carnada, ¡usarlo a él también para sus retorcidos planes!
Más tarde, había amenazado a base de técnicas de ilusión y uno que otro golpe con el 1% de su poder (para no romperle algún hueso) a un pobre imbécil que ya parecía rozar los 40 años, que vendía a su hermanita pequeña en sus juegos de apuestas; además de que este pequeño mojón parlanchín también le quitaba a la chica el dinero que ella ganaba en su trabajo en la taberna.
Gateguard tuvo que admitir que torturarlo un poco le había dado cierta satisfacción.
Los cobardes eran valientes cuando se enfrentaban a los débiles; pero cuando veían algo que los sobrepasaba en todos los sentidos, perdían cualquier ápice de orgullo que pudiesen tener en sus putrefactas almas y se meaban encima… literalmente.
Continuemos.
Sin esfuerzos, y para su total sorpresa, Gateguard logró encajar todas las piezas a su favor; la suerte no tuvo nada que ver en este asunto… bueno, tal vez cuando usó al gordo como la primera carnada, pero fuera de ahí, lo demás fue mérito suyo:
Atrapó al asesino del bosque y se deshizo de dos malditos lastres. El susodicho hermano del año y el gordo asqueroso que se había aprovechado de su poder para someter a la mujer de la taberna. Dos inocentes estaban a salvo, tres basuras humanas fueron castigadas, y él había hecho bien su trabajo. Final feliz para muchos, y para él de forma personal también.
Las cosas le habían salido muy bien.
Había que decirlo. No fue fácil hacer que el mocoso ese, corriese, cagándose de miedo hacia el bosque luego de decirle a la mujer de la taberna que ahora cuidaba de la chica (con Gateguard vigilándolo muy de cerca con el fin de que el bastardo no se saliese del libreto), que no volvería jamás.
»Tienes dos alternativas —le aclaró Gateguard poco antes—. Uno: te largas. Dos: te mueres.
Claro, al final, las cosas sólo pudieron acabar de un modo.
La carnada corrió asustada hacia donde debía ir, y el otro animal salvaje aprovechó el momento y lo cazó. Gateguard sólo observó y justo después de ver cómo este sujeto había enterrado el cuerpo del tarado aquel junto al del gordo y otros más, se guardó esa información por algunos días, eso sí, vigilando muy de cerca al bastardo, hasta que este personaje, intentase actuar nuevamente, internándose en el bosque.
Gateguard ni siquiera quiso darle la oportunidad esta vez de ubicar a una nueva presa; sólo lo siguió hasta su fosa donde este acariciaba el filo de su cuchillo y musitaba cosas tan incriminatorias como: "me gustaría matar esta vez a un niño".
Sólo los dioses saben cómo Gateguard se contuvo para no arrancarle los riñones en cuanto lo oyó diciendo eso.
Y de nuevo. Increíble que los santos de plata no pudiesen dar con él.
»¿Cómo supiste que ese tipo era el asesino? —le preguntó Sage, esa noche, luego de que se llevaran al mencionado a una celda y los santos de bronce se quedasen en la fosa a desenterrar los cuerpos.
Por un rato Gateguard estuvo vigilando que todo se hiciese bien, pero luego tuvo que retirarse hacia su templo y fue ahí donde su compañero de armas lo interceptó con sus preguntas.
»¿A ti no te parecería sospechoso ver a un sujeto como ese entrando al bosque con una actitud fresca, llevando con él un cuchillo? Además, ya te dije lo que le oí decir… ¿no hay suficientes pruebas para condenarlo aún o qué?
Afortunadamente Sage compartió su punto de vista con respecto al aspecto del hombre. Además, esa risa enloquecedora al saberse atrapado; no asustado ni intimidado; diciendo que se había divertido mucho mientras duró, ayudó demasiado a Gateguard y a su versión de los hechos. Incluso el Patriarca Itiá lo felicitó.
Después de presenciar la ejecución del criminal, que fue algo bastante rápido, pues el método fue decapitación; Gateguard vio a todos los familiares que alguna vez reportaron a sus desaparecidos, acercándose al sitio donde se hallaban puestos uno al lado del otro, los 16 cuerpos, encontrando muy para su pesar, entre las víctimas, aquellas caras conocidas que por el tiempo, ya estaban en un lamentable estado de putrefacción.
Al cabo de un tiempo, cuando Gateguard vio a un grupo pequeño de personas, niños y 3 mujeres, acercarse al cuerpo del gordo de la taberna, él achicó su mirada sobre todos ellos, sujetó un costalito con monedas que había guardado para ese momento (que siendo honesto él nunca pensó que llegaría) y la hizo aparecer en dirección a una de las bolsas en el vestido raído de la mujer que aparentemente era la esposa del tipo, pues lo llamaba "querido" mientras lo abrazaba… Gateguard no entendió eso.
¿Quién podría enamorarse de un tipo así y demostrarle tal devoción? Más allá de eso, dolor por haberlo perdido.
En fin. Un par de noches antes, él al costalito agregó 30 monedas de oro más como "compensación", por si veía familiares que (de nuevo: por alguna rarísima razón) extrañasen al gordo.
Ojalá ellos aprovechasen bien esa ayuda para no morir de hambre.
Con el ingreso extra y lo que el tipo no pudo gastarse en la taberna, esas personas podrían comprar fruta, semillas o pescado para vender en el pueblo y seguir manteniéndose sin necesidad de depender de un parásito como aquel.
En cuanto a la mujer de la taberna y la chiquilla rubia, Gateguard las había ido a visitar desde temprano, un día después de que el gordo se mató a sí mismo; llegando a un acuerdo con la fémina mayor.
No le agradaba la idea de que ella le despertase con agua fría todas las madrugadas, pero después de lo sucedido en su primera noche, Gateguard no tuvo más alterativas que adaptarse a lo que apenas podía obtener de su parte; además de que para sobornarla tuvo que darle una gran suma de dinero salido de su propio bolsillo; eso y la promesa no dicha con claridad de que iba a liberarlas del nefasto hermanito de la rubita.
Hakurei, a pesar de tener la autorización para usar la sangre de tres santos dorados, seguía explorando con la armadura sin llegar a nada, fracasando en cada intento por hacerla funcional, colmando más y más la paciencia del pelirrojo.
»¿No vienes a gritar otra vez? —le había preguntado la última vez que Gateguard fue a verlo.
»Estoy un poco cansado para eso. ¿Cómo va todo? ¿Aún necesitarás la sangre o ya no? No nos has dicho nada.
»Todavía no les he pedido su sangre porque este material necesita paciencia —repitió lo mismo de siempre—, antes de pedirle a alguien que se desangre, necesito asegurarme de que el metal resistirá tal carga.
»¿El de la sangre? —preguntó, parpadeando lento, sintiéndose menos cansado que antes, pero agotado al final.
»El del poder de tres santos dorados unidos en un artefacto sólido que se usará para un propósito específico —le miró desafiante—. No es algo que te enseñen, todo lo descubro sobre la marcha, ¿entiendes?
»¿Sería uno o varios artefactos? —Gateguard dijo la primera idiotez que se le vino a la cabeza; Hakurei lo miró con elevada irritabilidad.
»Espera de una buena vez, ¿quieres? Estoy dando todo de mí para esto.
»Bien, bien, como digas. Sólo avísame cuando requieras la sangre.
»Lo haré; ahora vete ya —pidió en un suspiro.
Gracias a esa sosa, pero clara, explicación y petición, Gateguard entendió que ya había exigido demasiado. Hakurei incluso se veía tan cansado como él. Así que por el bien de la paz mental de su compañero y amigo, ya era hora de ponerle un alto a esa desesperación.
Y esa corta fase de calma para Gateguard habría estado bien, sin embargo, cuando llegó la hora de cremar los cuerpos…
»Lo usaste como señuelo.
»Se tienen que hacer sacrificios por un bien mayor.
Y no se arrepentía de decirlo.
En realidad, a Gateguard le sorprendió que esa mujer por medio segundo se atreviese a intentar darle un sermón de moral siendo que fue ella la que dio luz verde a usar al hermano de la chiquilla como carnada.
Fue lo suficientemente claro cuando le preguntó si quería deshacerse del hermanito de la rubita, ¿o no?
»¿Qué fue lo que realmente pasa con esa mujer, Gateguard? —le preguntó Sage justamente la tarde de la cremación.
A Gateguard no se le había ido el detalle de que Sage y Hakurei le habían visto irse con ella hacia el bosque. Pero no se imaginó que su compañero le vendría con preguntas apenas se separaron y él volvió al Coliseo de Entrenamiento.
»¿Es la misma, no? Es la mujer de la casa a la que tratabas de entrar cuando caminabas dormido, estoy seguro. Y según recuerdo, ella también trabaja como camarera en la taberna que hemos estado frecuentando.
A veces el ingenio y la perspicacia de Sage eran un verdadero dolor de cabeza para Gateguard.
»Cállate, idiota. ¿Acaso quieres que todos aquí sepan lo que me pasa? —lo regañó, tratando de desviarlo, sin embargo, no funcionó.
»Limítate a contestar.
Ante tal invasión a su privacidad, Gateguard puso los ojos en blanco.
»¿Y si así fuese?
»Gateguard, en serio no sé a dónde vas a ir a parar con todo esto.
»Deja el estúpido drama; "esto" no será eterno.
»Eso espero, por tu bien. Y por el bien de esa mujer.
Algo en las palabras de Sage le hizo pensar a Gateguard por medio segundo, que él podría investigar el motivo por el cual esa mujer era necesaria para su objetivo: recuperar el sueño. Sin embargo, prefirió no seguir hablando de ese tema por el momento y tratar de desviar la atención de Sage al trabajo que estaba haciendo Hakurei. Si entre los dos trabajaban juntos, quizás terminasen pronto, y al mismo tiempo dejasen de meter sus narices donde no les llamaban.
»Estas loco.
¿Loco?
Gateguard admitía que en su vida, le habían llamado de muchas cosas: "miserable", "infeliz", "muerto de hambre", "alimaña", "idiota", "estúpido", incluso "imbécil" y "bestia"; ¿pero, "loco"?
»Lo sé.
Eso fue nuevo.
El único motivo por el cual no se rio, fue porque en serio no le vio nada de gracioso a esa acusación.
Gateguard sabía que estaba loco, pero no le agradaba ser llamado así, menos por alguien que no estaba ni cerca de ponerse en sus zapatos y ver las cosas que él veía.
Sea como sea. Aquella noche fue de bastantes descubrimientos; no solo para ella, sino también para Gateguard.
Gracias a la pequeña tregua que se dieron para hablar, ella sabría que matar no era algo nuevo para Gateguard. Y él sabría que una mujer fuera de la orden ateniense podía ser tan miserable como lo podría ser el más triste infeliz del Santuario.
No supo qué decirle. No supo cómo reaccionar ante lo que ella le reveló de un pasado donde él no tenía nada que ver.
¿Se habían juzgado mal mutuamente todo este tiempo?
Mirándola caminar hacia Aries, luego de haberle permitido inhalar ese aroma que apenas iba enterándose de que no pertenecía a ningún perfume, Gateguard alzó una mano hacia su espalda y concentró su cosmos en su cansado cuerpo, ocasionando que ella se fuese hacia atrás, quedando inconsciente.
La atrapó con telequinesis antes de que siquiera las puntas de su cabello tocasen los escalones; alzándola en el aire, Gateguard la llevó consigo al interior de su templo, donde, por primera vez, sería él quién vigilase los sueños de alguien más.
La acostó sobre su cama, la arropó con cuidado, luego se sentó a su lado, dándole la espalda. En medio de la madrugada hizo una visita a la letrina, pero al volver, se aseguró de que ella no fuese perturbada por nada.
Esa fue la primera vez que la vio dormir sin sentirse como un criminal, un invasor de casas, o las dos cosas al mismo tiempo.
"Di una vaca que podía comer, por una que puedo coger".
No sintió la mentira en su voz.
Ella había sido sincera al relatarle eso.
Así que eso fue hace más de diez años…
Echó una mirada hacia el rostro de la mujer durmiente y se preguntó cómo diablos alguien podría decirle semejante cosa a otro ser humano. A una mujer. Tal vez… ¿a una niña?
Resistió el cansancio como pudo; pensó en muchas cosas. En lo que él mismo le dijo sobre la vida en el Santuario, por ejemplo. Luego pensó en lo bien que se había sentido al aclarar lo ocurrido en su primer encuentro… ella se había disculpado, todo había sido un malentendido… no lo quiso reconocer, pero Gateguard estaba muy aliviado por eso.
Más tarde, pensó en lo extraño que había sido para él abrazarla y oler su cuello de un modo tan… íntimo, claro, con el total permiso de ella. Rememorar eso en especial ocasionaba que su cara se calentase. ¿De dónde había agarrado el valor (y hasta la picardía) de acercarse a esa mujer y casi tocar su cuello con sus labios?
Dioses, se había desconocido a sí mismo, pero no supo qué pasó, de pronto se hallaba de pie en un sitio y al siguiente ya se encontraba sosteniéndola para invadir su espacio personal.
¿Sería cierto? ¿No usaría ningún perfume?
Gateguard consideró poco prudente pensar mucho en eso.
La noche pasó sin ningún problema salvo el acostumbrado cansancio debido a la ausencia del sueño. Ella despertó a la mañana siguiente, pero él tuvo que partir y dejarla sola.
Ojalá haya descansado bien.
Después de señalarle el camino hacia la letrina, Gateguard dijo que iría a Cáncer a ver a Sage, sin embargo, él realmente quería un momento a solas. Y creyó que ella también lo necesitaría.
Gateguard decidió que ambos tenían mucho en qué pensar. Sí, mucho más en qué pensar.
Al principio el santo dorado fue hasta el río, donde, luego de asegurarse de que estaba solo, se desprendió de su ropa y nadó un rato contra la corriente. Se talló la cara varias veces; lo mismo con el resto de su cuerpo. Saliendo del agua, sentándose desnudo sobre una de las rocas permitiendo que el sol secase su piel y cabello, no pudo quitarse de la cabeza: cómo había sido aquello…
Él sabía que muchos niños en Grecia eran vendidos o abandonados; algunos terminaban en el Santuario. Había oído por ahí también, que algunas familias vendían a sus hijas a hombres mayores por comida o dinero, específicamente, para convertirlas en las esposas de sus propios compradores; a diferencia de los niños que en lugar de eso, los daban como esclavos, lo cual también era algo asqueroso.
Todo aquello era algo ilegal en Rodorio, pero no para todo el resto de Grecia. Había sitios que forjaban sus propias leyes.
Ella era una niña…
Y seguro había más por ahí sufriendo un destino similar.
Entonces las dudas vinieron.
¿Ellos para qué luchaban?
¿Qué injusticia estaban realmente combatiendo?
Hades y su séquito de imbéciles era el premio gordo, pero, ¿realmente lo eran?
Los santos dorados de la diosa Athena luchaban por la humanidad; porque ella había visto luz en los seres mortales que ahora protegía de su propia familia, cosa de la que todos debían estar agradecidos. ¿Pero qué había de los seres humanos despreciables? Esos que hacían daño. Esos que mataban. Esos que robaban, engañaban y/o violaban. ¿A esos también debían protegerlos de Hades y sus desgraciados?
¿Por qué no hacer lo mismo que Gateguard había hecho con el gordo y el cobarde que era juntarlos a todos y sacrificarlos por un bien mayor? Usar a toda esa carroña humana sin valor como señuelo y proteger mejor a los civiles decentes y de buen corazón.
En serio. ¿Estaban luchando para salvar a la humanidad? ¿A toda, incluso a los que eran malvados con sus semejantes? ¿O estaban atrasando lo inevitable y al final el destino de esta raza era morir unos en las manos de otros?
Si bien es cierto que su trabajo también era combatir humanos malvados, era claro que, como el caso del asesino del bosque, algunos de estos locos pasaban desapercibidos a los ojos de los santos. ¿Entonces quién los detendría? ¿Quién haría justicia por todos aquellos inocentes que eran víctimas de la crueldad humana? ¿Athena? ¿Los santos? ¿El inframundo?
Al final, la muerte era lo único que era capaz de frenarles los pies a todos ellos.
Por un leve momento se permitió pensar que quizás, Hades podría tener algo de razón. Era claro que no todos, pero en efecto, muchos humanos estaban podridos y no merecían la protección de Athena.
«¿Pagarán justos por pecadores? Porque eso sucederá si dejamos que Hades gane» se reprendió; tomó su ropa y se vistió, volviendo al pueblo.
Ignoró las miradas curiosas de la gente; miró de vez en cuando a los niños que correteaban por ahí, a las niñas que caminaban de la mano de sus madres, a los hombres trabajando; luego, su mirada pasó hacia los ancianos que estaban sentados, trabajando, enfrente de su florería.
No perdió detalle de los bancos de madera nuevos.
No se permitió sonreír.
—Ah, jovencito —lo llamó la mujer mayor—, es usted.
Sin decirle nada, Gateguard se acercó al modesto puesto de flores.
De nuevo, en un bote de madera, ya hacían varios lirios blancos. Sin embargo, esta vez no tenía ánimos de destazarlos y lanzar sus pedazos al río.
—Quiero uno —señaló el elegido.
—Claro —dijo la anciana con amabilidad, sacando el lirio y extendiéndoselo; y antes de que Gateguard pensase en sacar dinero del bolsillo de su pantalón, ella continuó—: por favor, lléveselo. Nos dejó mucho dinero la última vez que vino, así que no dude en regresar si quiere más.
No queriendo discutir ni nada, Gateguard sujetó la flor y asintió con la cabeza.
—Gracias —les dijo, dándose la vuelta.
—Gracias a usted, joven —dijo el hombre en voz alta—, en serio, no dude en volver.
Dándoles la espalda para comenzar a caminar sin un rumbo fijo, Gateguard se centró en la flor. Suspirando, terminó apoyando su espalda sobre la pared de una de las casas, donde poca gente estaba caminando. Su silencio en el plano real era muy distinto al desastre que estaba ocurriendo adentro de su cabeza.
» ¿Para qué tomaste ese lirio?
» Más bien, ¿para quién?
» ¿Quieres dárselo, verdad?
» ¿Para qué?
» ¿Quieres intentar confortarla?
» ¿Qué quieres decirle con eso?
» ¿Cómo crees que ella lo tomará?
» ¿Acaso intentas seducirla?
» ¿Te dio lástima su trágica historia?
Entonces las respuestas fueron golpeándolo una por una sin que él tuviese el poder de detenerlas.
» Para… no, en serio no quería reconocer algo comprometedor.
» Ella.
» Sí. Quería que ella la tuviese.
» Para intentar hacerla sentir… mejor. Al menos intentarlo.
» Sí. Eso sería obvio, ¿no?
» No era bueno con las palabras de aliento, pero, a su modo, quería decirle que ojalá algún día esas crueles palabras dejasen de atormentarla como seguro ahora lo hacían.
» Bien. Mal. Quién sabe.
» No. No… no…
» Sí.
Saber una pequeña, pero dolorosa parte de su pasado, le había generado mucha… ¿cómo lo llamaba Sage? ¿Empatía?
Sí. Era eso.
Le había generado mucha empatía.
Sus recuerdos de la niñez no llevaban algo así, pero el destino tampoco había sido muy agradable con él. Había visto cosas terribles, y había presenciado acontecimientos muy tristes también.
Gateguard pensaba en muchas cosas, sólo hubo algo que le despertó de ese estado tan patético.
—¡¿A dónde diablos vas, niña?!
—¡No irás a…! ¡Oh, dioses!
—¡¿No oíste?! ¡Nos echaron de esa casa! ¡¿Ahora dónde dormiremos?! ¡No tenemos sitio donde estar!
Esa voz…
Gateguard alzó la mirada encontrándose sorpresivamente con la niña rubia, cuyo hermano ya debería estar siendo arrastrado por el viento, como debía ser.
—¡¿Acaso no confías en ella?! —exclamó una mujer pelirroja; Gateguard la reconoció como camarera de la taberna—. ¡Seguro algo se le ocurrirá!
—¡Lo dudo! —gritó la rubita, retomando su camino. Uno que Gateguard reconoció bien.
¿Para qué iba a la taberna si ella había sido despedida?
—¡Espera, Colette! —exclamó otra rubia, más mayor.
—¡Niña loca! —gritó la pelirroja.
Mirándolas irse, las mayores tratando de detener a la menor, Gateguard frunció el ceño y decidió seguirlas de lejos.
Gracias al gentío del día y la distancia, él no pudo oír mucho de lo que decían, apenas escuchaba algunas cosas como "detente" o "déjame en paz", pero nada más. Más tarde, vio a la niñita gritar afuera de la taberna, a las dos mujeres tratando de callarla y sacarla de ahí, pero luego, la presencia de una anciana les hizo a todas guardar silencio. Las tres entraron junto a ella.
Gateguard no supo qué pensar. ¿Por qué la niñita estaba volviendo ahí? ¿Y a qué se refería con eso de ser echadas de esa casa?
Decidido a buscar algunas respuestas, Gateguard dejó la taberna y fue a la casa de ella, tocó la puerta, varias veces en diferentes tiempos hasta que esta se abrió por fin y la persona que le recibió no era quien esperaba ver.
—¿Quién es usted? —le preguntó desconcertado a la mujer vieja con cara de estar muy enfadada.
—¿Y quién eres tú, idiota?
Pero qué…
—Busco a… la mujer que vive aquí —explicó pensando que tal vez esa mujer sería alguna amiga o algo así—. Más o menos de mi edad, cabello castaño, cara redonda…
La anciana chasqueó la lengua con una sonrisa burlona.
—Déjame adivinar, ¿eres un santo, verdad?
Gateguard no entendía el tono y el comportamiento de esta anciana; ella no lo conocía, ¿y ya estaba insultándolo? Eso por lo regular pasaba cuando él daba motivos para eso, pero hasta ahora, no recordaba haberle faltado el respeto a esa mujer.
—Sí —dijo, frunciendo el ceño.
La vieja se rio.
—No lo puedo creer —dijo de verdad divertida, y enfadada—. ¿Cómo, en nombre de Zeus, una cabra vieja como ella pudo hacerse amiga de un pedazo de semental como tú?
Gateguard no podía estar más confundido. ¿Acababa de llamarlo "caballo"? ¿O acaba de llamarlo "prostituto"?
—Disculpe, pero sigo sin saber quién es usted.
Sin que lo viese venir, la anciana le arrebató el lirio y lo usó para apuntar hacia él.
—La pregunta es: ¿te parece que mi casa es un putero?
—¿Qué?
¿Cómo que su casa?
Gateguard no recordaba que la ex camarera le había insinuado hace poco tiempo que no era la legítima dueña de esa vivienda, y he ahí su confusión porque él pensaba que dicho lugar sí era de ella.
—¿Cuántas veces esa furcia te metió a mi casa? —espetó enfadadísima—, ¿y ahora qué? ¿Dónde está ella? ¿Vendrá a sacar los muebles de mi propiedad como juró que lo haría? ¿O sólo viniste tú a hacer el trabajo sucio por ella?
—Sigo sin entender de qué me está hablando —le dijo, comenzando a perder la paciencia; mirando su lirio, el cual quería recuperar sin necesidad de usar la fuerza contra alguien de su enooorme edad—. Sólo quiero saber dónde está.
—Ojalá esté muerta.
Y bajo las propias narices del santo dorado de aries, la anciana arrancó todos los pétalos del lirio con furia y se los arrojó al pecho, con todo y tallo.
—Y si no quieres que imponga una gran queja a su Ilustrísima; más te vale que no se te ocurra usar tu poder en contra de esta pobre anciana para robarle. Créeme, para empezar, ese culo desgastado no lo vale.
Justo cuando la anciana se metió y estaba a punto de cerrar la puerta de un golpe, el pie de Gateguard se interpuso.
—¡Largo de mi propie…!
La mujer dio un salto atrás cuando Gateguard se invitó sólo luego de apartar la puerta con cierta violencia.
—Déjeme aclararle un par de cosas, señora: uno, acaba de romper mi último nervio —le gruñó a la cara, refiriéndose más que nada a su lirio—. Y dos, como vuelva a insultarla a ella o a mí, no quedará lo suficiente de usted para levantar un maldito pincel y escribir una queja.
Por la forma en la que se había estado expresando desde que lo recibió, y por el lirio que había destrozado, Gateguard quiso tomar a la anciana del cuello y alzarla hasta tronárselo, pero se contuvo.
—Ahora me dirá, ¿dónde está ella y la niña que estaban aquí?
—¡Las eché! —escupió un poco al gritar eso—. ¡Esa ingrata metió gente a mi casa! ¡Mi casa! ¡¿Oíste bien?! ¡Esta es mi casa!
—¡Eso ya me quedó claro, vieja tonta!
La anciana hizo un gesto de indignación.
—¡Pero cómo no me digas dónde están ahora, tú y tu estúpida casa van a irse juntas al hades!
—¡Atrévete! —lo retó temblando—, ¡atrévete y ojalá te ejecuten por eso!
Gateguard estrechó su mirada sobre ella.
—Creo que valdrá la pena —le gruñó alzando una mano a punto de usarla como una lanza hacia la cara de la estupefacta anciana.
Ella cerró los ojos justamente cuando él movió su mano hacia su rostro, sin embargo, en lugar de sentir un golpe, oyó su puerta volar en pedazos.
Abriendo los párpados de vuelta, se vio sola.
Completamente pálida de su rostro, la anciana no pudo decir nada cuando un montón de gente se asomó a su casa para ver qué pasaba. Ella no quiso hablar de lo ocurrido.
Un poco lejos del sitio, Gateguard se rascó la cabeza mientras caminaba por las calles del pueblo, recuperándose de ese mal trago.
¿Ahora qué?
El lirio estaba arruinado, había destruido propiedad privada, y lo peor, no sabía dónde estaba ella. Además, él estaba demasiado enfadado como para rejuntar paciencia y esperar hasta esta noche.
«La chiquilla» pensó serio, tal vez, la rubita supiese decirle dónde estaba su amiga.
Fue una tarde larga, primero porque, antes de que siquiera pensara en volver a la taberna, recibió un mensaje urgente de Hakurei, quien le dio una noticia que Gateguard no se esperaba; y el santo de plata no quiso decirle antes qué era por medio de telepatía.
Al presentarse a la casa de cáncer a regañadientes, Gateguard se encontró no solo con Hakurei y Sage, sino también a Aeras de Sagitario.
—¿Tú? —masculló Gateguard, nada contento.
Por si enfrentar a una anciana completamente fuera de sus cabales que lo había insultado sin motivos, no fuese suficiente, ahora tenía que verle la cara a Aeras.
—Tampoco me alegra verte —respondió este entrecerrando sus ojos.
—Ay, dioses, no vayan a empezar —bisbiseó Sage, evidentemente cansado.
—¡Caballeros! —exclamó Hakurei llamando la atención de todos—, seguro se preguntarán… ¿para qué los traje?
—Sí —asintió Aeras.
—Ajá —Gateguard se cruzó de brazos.
Ninguno había prestado atención a la caja rectangular que se ocultaba bajo una sábana blanca hasta que Hakurei se acercó a ella y la descubrió dejando ver un baúl de metal negro, y al lado de esta, un grupo de cadenas y un gran candado se encontraban dejando un aspecto no muy tranquilizante.
—¿Qué rayos es eso? —preguntó Gateguard.
—Eso, caballeros, es lo que hemos estado esperando.
Sage sonrió ante las palabras llenas de orgullo de su hermano gemelo. Era obvio que él estaba enterado de todo.
—Yo no estaba esperando nada —masculló Aeras, poniendo los ojos en blanco.
—¿Puedes parar, por favor? —le pidió Sage. Aeras no dijo nada.
—Cómo iba diciendo —dijo Hakurei, abriendo la tapa del baúl—. Aquí están.
Siendo Gateguard el más interesado en saber lo que había en el baúl, fue el primero en acercarse y mirar cuatro grilletes de metal grisáceo.
—Genial —dijo sin entusiasmo—, son… grilletes.
—¡Dah! —Hakurei le dio un pequeño golpe en su nuca, alejándose rápido cuando Gateguard le miró mal—, ¡no son simples grilletes!
—Para mí se ven bastante normales —dijo Aeras viéndolos también.
—¡Bien, ya! ¡Son grilletes! —exclamó molesto—, pero no son normales.
—Basta los tres —intervino Sage—. Escuchen, Hakurei y yo nos esforzamos mucho.
—Más yo, obviamente.
—Sí, sí. Estos grilletes fueron creados con el metal de la armadura Sheratan.
—Esa armadura era roja —dijo Gateguard.
—Y esta también lo es —Hakurei sacó uno de los grilletes y se lo dio a Gateguard; quien la encontró sumamente ligera—. Míralo bien. De cerca.
Inhalando profundo, Gateguard accedió a hacerlo, y de hecho, acercando su rostro al metal pudo ver cómo este tenía un tenue brillo rojo, como el vino.
—¿Y se supone que estas cosas tienen el poder de detenerme? ¿No tienen ningún seguro de donde se pueda sujetar con cadenas o algo? ¿Cómo se supone que las usaré? —preguntó moviendo el grillete para analizarlo; salvo por la raya de apertura y un pequeño orificio, Gateguard no veía nada especial en esa cosa.
—La ignorancia sí que es atrevida —comentó Sage, rodando sus ojos.
Aeras hizo una risa ahogada. Gateguard los miró no muy complacido por ese comentario.
—¿Me permites terminar de explicar? —Hakurei le quitó el grillete para sujetarlo él—. Digamos que ahora, el metal está en su fase más débil posible. No tiene energía, pero puede almacenarla.
—¿Cómo que almacenarla? ¿Cómo? —preguntó Aeras.
—Con la sangre. La sangre de tres santos dorados —respondió Hakurei—; pensaba que debía implantarle el poder y dejarlo así, para siempre, pero eso es imposible; además no estaba viendo lo evidente; las armaduras, aunque no se muevan ni hablen, tienen vida; y como cualquier otro ser viviente, debe descansar luego de estar activo por cierta cantidad de tiempo. Tal como cualquier armadura que permanece en puntos específicos hasta que vuelven a ser utilizadas por algún santo o amazona.
—Y cómo las armaduras, ¿esas cosas pueden morir? —Aeras volvió a preguntar.
—Obvio —respondió Sage, en esta ocasión.
—Aún no sé por cuánto tiempo estos artefactos podrán estar activos ya que no he tenido tiempo para averiguarlo, pero les puedo asegurar, que una vez que su sangre alimente este metal, van a ser testigos de algo asombroso —siguió diciendo Hakurei. Estaba emocionado.
—Entonces, ¿qué esperamos? —impaciente, Gateguard los miró a todos.
Sonriente, Hakurei dejó el grillete junto con los demás en el baúl y les dio espacio a los tres santos dorados; y aunque ninguno de ellos usaba su armadura, sus cosmos eran más que suficiente para dejar en claro sus posiciones en el Santuario; y lo que podrían llegar a ser capaces de lograr si tres de ellos se unían.
Aeras, Sage, y Gateguard, descubrieron sus muñecas izquierdas, y usando su propio cosmos enfocándolo en las yemas de sus dedos, hicieron cortadas profundas en sus muñecas, dejando caer la sangre sobre el metal.
—Enciendan sus cosmos, lo más que puedan —dijo Hakurei permaneciendo como testigo de aquello.
Haciendo caso, los tres apretaron los puños e iluminaron por completo la sala donde estaban. Sin decir nada, cada uno notó cómo el metal iba tomando un color rojo cada vez más vivaz.
—¡Está funcionando! —exclamó entre risas, Hakurei.
Frunciendo el ceño, Gateguard pensó que el pobre ya merecía un descanso; esa actitud era muy extraña en él.
Al cabo de un rato, cuando comenzaban a sentirse mareados, cada uno quitó su mano y cerró rápidamente su respectiva herida, alejándose del baúl.
—Bien, bien —masculló Hakurei mirando junto a los otros como el metal absorbía la sangre y se volvía cada vez más roja, más brillosa.
—Qué bonito —dijo Aeras—, casi la mitad de mi vida para conseguir una vela gigante con forma de grillete.
—Aeras, cállate —le dijo Sage, recuperándose también del mareo—. ¿Y bien, hermano? ¿Qué dices?
Hakurei alzó un grillete, examinándolo, luego, usando una pequeña llave que sacó de uno de sus bolsillos, abrió el artefacto.
—Ahora, me pondré esto.
—¿Qué? —Gateguard lo vio con extrañeza.
—Ustedes ahora están debilitados; y creo que tú quieres saber cómo funcionan. ¿Y qué mejor explicación que una demostración? —se cerró el grillete en su muñeca izquierda mientras que, con su mano derecha, extendía la llave a Gateguard—. Póntela.
Extrañado, mas no haciendo ninguna pregunta estúpida, el pelirrojo accedió.
—Ahora, presten atención —les dijo a Sage y Aeras, que se habían sentado en el piso—. Y Gateguard… no te muevas.
—¿Mmm?
Ante los ojos impactados de los tres, Hakurei aceleró su puño izquierdo contra la cara de Gateguard; este iba a detener su ataque, pero no hubo necesidad de eso ya que el joven pareció haber topado con una pared invisible; el grillete brilló con un poco más de fuerza, mientras Hakurei hacía un evidente esfuerzo por acercar su puño.
—¡¿Lo ven?! —exclamó entre dientes con una sonrisa—, quién use la llave, está totalmente a salvo de aquel que use los grilletes.
Descansando, Hakurei se reincorporó, mirando a Gateguard, que sostenía la llave mirándola con curiosidad.
—Esa cosita tan bonita, se podría decir que son las cadenas —señaló Hakurei—, ahora vean esto.
Él acercó su mano esta vez a la llave, pero como si fuese lo mismo que con el puñetazo, su mano no pudo avanzar.
—Vaya —susurró Aeras impresionado—, ¿cómo lograste eso?
—Yo lo llamo, el cosmos que repele al cosmos. —Dejó de intentar tocar la llave y se acercó a Sage y Aeras para que viesen el artefacto que usaba—. Miren bien; su sangre alimenta el metal de los grilletes, pero no al de esa llave.
—¿Estás diciendo que nuestra sangre en los grilletes… se negará a atacar a quien posea esa llave? —Aeras señaló el artefacto que estaba en el cuello de Gateguard—. ¿Pues qué tiene o de qué está hecha?
—¿Qué sangre es la que tiene esa llave? —preguntó Sage con suspicacia. Al parecer, esa era una cosa que él desconocía.
—Athena —musitó Hakurei con seriedad.
—¿Cómo? —Aeras se sorprendió.
—Athena me dio un poco de su sangre esta mañana, con la cual está bañada esa llave —dijo Hakurei—; ni siquiera mi hermano lo sabía, pero Athena ha estado ayudándome mucho en la creación de estas maravillas —miró con orgullo el grillete en su muñeca—. Como sabrán, nosotros somos leales a ella, y mientras esa lealtad no se disipe ni dude, la sangre no tocará la llave ni a quien la porte. Hablamos de un hipotético caso donde alguno de nosotros intenta hacerle daño a Athena, es imposible; nuestro juramento y nuestra ética, nos lo impiden. Es lo mismo con esa llave y los grilletes. El cosmos que repele al cosmos —canturreó complacido.
Hakurei volvió a acercarse a Gateguard y sin problemas puso su mano izquierda sobre la cabeza de Gateguard.
—Mientras mis intenciones no sean dañar, los grilletes y el collar no tienen por qué actuar en mi contra. Pero…
Iba a agarrar el cabello de Gateguard y jalarlo, pero antes de que tuviese la oportunidad de hacer eso, su mano fue repelida.
—Si mis intenciones son lo contrario, bueno, ya ven lo que pasa.
—Es increíble, hermano —comentó Sage, sonriente.
—Mmm… sí, increíble, acabas de crear algo que puede usarse para algo tan simple como lo de Gateguard y su desorden del sueño —dijo Aeras sin importarle que Gateguard lo mirase con fastidio—, así como algo que puede usarse en contra de alguno de nosotros.
—Bueno, eso prácticamente es cierto, pero ustedes son doce; si alguno no ataca a un enemigo que hipotéticamente tenga el poder de usar los cuatro grilletes contra alguno de ustedes y estar a salvo de sus ataques, seguro el otro luchará en su lugar —Hakurei rodó los ojos—, además, estos grilletes no están hechos para controlar sino para retener. Relájate un poco, ¿quieres?
—Sí, Aeras —apoyó Sage—, además, mientras esta información sólo quede entre nosotros cuatro, el Patriarca y Athena, no creo que haya por qué preocuparnos.
—Nada, salvo la mujer que usará esa cadena por las próximas noches.
Las miradas se posaron sobre Gateguard.
—¿Ella es confiable? —le preguntó Aeras al pelirrojo—. ¿Podrá tener en su mente un secreto tan valioso y guardarlo?
—Sí —respondió él sin duda alguna, aunque, en el fondo, no estaba tan seguro.
¿De verdad una mujer que conocía de poco más de un mes podría llevar semejante información con ella y no divulgarla?
—¿Por qué mejor no nos calmamos un poco? —Sage quiso aligerar el ambiente—. Aeras, si te hace sentir mejor, yo mismo pondré a prueba a esa mujer.
Gateguard frunció el ceño ante eso. ¿Cómo que él la pondría a prueba?
—¿No se supone que eso debo hacerlo yo? —replicó no queriendo que Sage se involucrase mucho con ella.
—No, si es que ya hay algún vínculo de confianza entre ustedes —dijo Hakurei extendiéndole su mano con el grillete—. Sólo la persona con la llave puede abrirlos —aclaró para justificar su acercamiento.
Ayudándole a quitarse esa cosa, Gateguard le entregó la llave a Sage y les dio la espalda a los tres.
—¿A dónde vas? —preguntó Sage.
—Tengo que hacer… algo. En un momento vuelvo.
—¿Algo como qué? —espetó Aeras, irritado.
—Nada que te importe, entrometido —le espetó Gateguard sin detener sus pasos.
Haciendo un gesto de fastidio, Hakurei siguió a Gateguard para irle diciendo algunas cosas.
—Hey, al menos deberías sentarte un poco y descansar.
—Estoy bien —le dijo apresurado; maldición, ya había anochecido. Su estómago gruñó.
—¿Puedes comer algo antes de irte?
Gateguard lo pensó.
Al diablo, en la taberna pediría algo; lo importarte era encontrar a la mocosa rubia y llegar a ella para saber qué diablos había sucedido y si esto iba a afectarle a él.
—Comeré algo en Aries —mintió—, pero, ¿podría pedirte un favor?
—¿Qué favor?
—¿Podrías llevar ese baúl a mis aposentos antes de irte a descansar?
—Ehm… supongo que sí. ¿Piensas usarlos esta noche?
Gateguard asintió con la cabeza.
—No sé si eso sea muy recomendable, apenas los probamos una vez —decía Hakurei dudoso, pero la mano de Gateguard sobre su hombro lo hizo callar.
—Necesito usarlos hoy, por favor, Hakurei.
—Mmm, quiero que sepas que no estoy muy convencido, pero está bien, después de cenar los llevaré a tu alcoba.
—Gracias —dijo mirándolo a los ojos—, en serio. Gracias, Hakurei.
—Ehm… vale, eso sí fue raro.
Ambos rieron un poco, al final, Gateguard se dio la vuelta para empezar a bajar las escaleras.
—A donde sea que estés yendo, no olvides cenar algo.
Haciendo un ademán con su mano, Gateguard entró a Tauro, luego a Aries, y al final salió del Santuario con un nuevo rumbo.
A decir verdad, la idea de comer una vez al día no le hacía gracia; desde que este lío empezó, no sólo su sueño, sino también su alimentación, había sufrido un gran cambio. Ojalá pudiese volver a la normalidad pronto. Lo último que quería era sobrevivir a la guerra contra Hades para luego morir de algún mal estomacal o demencial.
De vuelta en la taberna, Gateguard se sintió un poco extraño al entrar con intenciones muy distintas a las que antes le habían movido ahí.
Entrando e ignorando a una anciana que no dejó de hablarle, tratando de endulzarle el oído, Gateguard, no tardó en ubicar a la chica rubia.
«Dioses, ¿por qué diablos está aquí?» se preguntó viéndola pasando de manos entre algunos tipejos que no reconocía, pero por sus vestimentas, eran aspirantes a santos o quizás santos de bronce.
Cerró sus ojos por un rato ante una fuerte sensación de mareo. Necesitaba sentarse.
—Gracias, señora, creo que me sentaré allá —le dijo a la anciana que no había parado de hablar aunque él no haya escuchado ni media palabra de lo que decía.
—¡Vaya, vaya! ¡Le serviremos un tarro de cerveza de cortesía!
Haciendo un gesto de desagrado, Gateguard negó con la cabeza.
—Agua, agua y algo para comer; con eso es suficiente.
—¡En seguida, en seguida! ¡Lo que usted ordene!
La mujer se giró para gritarle a una de las chicas que sirviese comida, mientras Gateguard, caminaba en dirección a la chica.
—Oye, tú.
—¿Mmm? —ella al parecer se sorprendió de verlo.
Quizás se sorprendería más si supiese que por culpa suya, su hermano estaba bien muerto.
—¿Qué diablos haces aquí?
—¿Pe-perdone? —masculló confundida.
—¡No puede ser! —exclamó uno de los tipos.
—¡Gateguard de Aries! —gritó otro.
—¡Señor, qué gusto verlo!
—¡Siéntese aquí!
—¡Mejor aquí!
Como si fuesen un grupito de niñatos, los hombres le hicieron espacio en su mesa para dejarlo sentarse.
Carajo, esto no estaba en sus planes.
—¡Ven, linda! ¡Entretennos! —uno de los tipos sujetó fuerte el brazo de la chica rubia, obligándola a ir con él. Gateguard sujetó el brazo del sujeto con más fuerza.
—¿No viste que estaba hablando yo con ella? —le espetó enojado.
Con todo lo que había pasado el día de hoy, no estaba en su mejor momento para socializar.
—S-s-sí, señor, disculpe.
Tratando de recuperar la animosidad, los hombres siguieron bebiendo mientras Gateguard le pedía a la chica permanecer atrás de él y agacharse para hablar en privado. Hubiesen podido hablar afuera pero Gateguard moría de hambre, moría de sueño, y también tenía mucha sed.
—Habla —exigió.
—¿Q-q-qué neces-ita saber? —masculló, seguramente muy nerviosa al no saber qué era lo que un santo dorado quería de ella.
—Empieza por decirme por qué diablos volviste aquí.
—¿Disculpe?
—Tú y esa mujer fueron despedidas —dijo, llegando al punto que quería tocar.
—¿Esa mujer? ¿Te refieres a Lu…?
—SSSHH —le chitó fuerte, ocasionando que ella saltase en su sitio, asustada—, no quiero saber su nombre; ni el tuyo, limítate a responder mis preguntas.
—Sí, entiendo.
Genial, ahora no podía quitarse de la cabeza esa sílaba. Lu. Su mente era estúpida y no pudo evitar buscar lo que faltaba… después de Lu, ¿qué podría seguir para completar ese nombre aún desconocido para él?
«Saber su nombre no es lo importante; saber qué pasó con su casa, y la anciana que está ahora habitándola, sí».
La chica le habló de algunos problemas que le obligaron a huir con su mitéra, aparentemente, a una casa cuya propietaria se enfadó de verla ahí junto a otras dos amigas. Fue un caos porque las tres pensaron que la mujer mayor se había equivocado de casa y terminaron discutiendo hasta llegar a los insultos.
Esa mañana, en medio del alboroto, Mitéra llegó al escenario y por más que trató de arreglar las cosas, no hubo caso, la anciana fue firme, las quería fuera de su casa. De hecho, gritó que no volviesen a su propiedad luego de lanzar algunos insultos.
—Yo… pensé que si volvía aquí y trabajaba… tal vez, podría… —dudosa y con cierto miedo, ella miró hacia un lado específico; Gateguard, de reojo, también lo hizo y descubrió que el dueño de la taberna los estaba mirando con una sonrisa casi malévola—. Perdón, señor… pero debo… ¿trabajar?
Maldita sea.
—Abraza mi cuello, finge que trabajas, y sigue hablando —le ordenó sabiendo lo que pasaba.
Bajo la mirada del jefe, ella debía dar la impresión de que estaba haciendo un buen trabajo. Gateguard necesitaba información, y si era necesario, salir de aquí con esa mocosa y entregarla a Lu.
Arg… en serio debía dejar de pensar qué nombre podría formarse con esa sílaba al inicio. Su mente no le hizo caso y divagó. Lucrecia, Lúa, Lucía, Luna, Luisa… podría ser cualquiera.
Vaya pista de mierda.
«¡Concéntrate, carajo!» se dijo a sí mismo.
—¿En serio? ¿Qué más puedo contarle?
—¿Dónde está tu mitéra? La busco a ella.
—Mmm —rendida, la chica posó con cuidado sus brazos encima de los hombros de Gateguard—, no lo sé. No la he visto desde esta mañana… pero si ella y yo volvemos aquí, seguro la señora Neola pueda dejarnos dormir en la cocina, por el momento.
«¡Por las barbas de Poseidón! No puedo creer que esto esté pasando».
Su comida llegó y Gateguard se liberó del agarre de la chiquilla; sin demora la consumió lo más rápido que pudo; al finalizar con dos vasos de agua, le hizo un ademán de que volviese a abrazarlo y siguiese informándole más.
—¿Qué más quiere saber, señor? —preguntó luego de que él dejase de comer.
—¿Dónde puede estar ella ahora?
—No lo sé… no somos tan íntimas… espero que pueda llegar aquí, pero no estoy segura.
No queriendo resignarse, pero a punto de hacerlo, Gateguard soltó aire.
—Al menos dime, a ella… ¿le gustan los lirios? —susurró tan bajo que, por eso y el ruido del lugar, ella no pudo oírlo ni aun estando cerca.
—¿Perdón?
—Qué si ese es tu brillante plan —espetó retomando seriedad, soportando las ganas que tenía de abofetearse a sí mismo—, ¿crees que una buena idea quedarse a dormir en este basurero abandonado por los dioses?
—Mejor que vivir en la calle —masculló ella.
Gateguard rodó los ojos pasando su mirada hacia los otros clientes, descubriendo algo que no pudo creer.
Lu estaba con la mujer pelirroja, la camarera que vio acompañar a la rubita; al parecer eran amigas. Ellas hablaban.
«Gracias, Moiras» exhaló casi alegre de verla—, suéltame —le dijo a la niña, alejándose para ir hacia Lu. «Apuesto a que se llama Lucía o algo así» pensó en el nombre más común que se le pudo ocurrir.
La mujer pelirroja detectó su presencia rápido, luego lo hizo Lu.
—Déjanos —le dijo a la pelirroja.
Ambos discutieron un poco; él quiso saber por qué Lu había permitido que la niña que se supone estaba a su cuidado ahora se hallaba de vuelta en este apestoso lugar; ella por su lado quería saber cómo diablos él estaba al tanto de eso y qué hacía ahí. Ninguno dio su brazo a torcer y eso, en el fondo, le causó una sensación extraña a Gateguard, no era normal que alguien que no fuesen sus iguales o superiores, le hablasen con tanta firmeza.
En fin.
Gateguard no pudo creer que Lu le tuviese miedo al estúpido meado del dueño de esta pocilga, pero bueno, las ventajas de no haber luchado contra el diablo antes.
Sin problemas sacó a ambas de ese nido de ratas y permaneció al margen de la charla entre ellas. No estuvo de acuerdo con la bofetada que Lu le dio a la chica, pero entendió la razón de eso; no lo vio en un principio, pero era claro que ella se había preocupado por su protegida. Lo que no vio venir fue que de repente Lu le llamase.
—¡Hey, Gateguard de Aries!
Volteó extrañado, ¿necesitaría algo?
—¡¿Tú y yo tenemos una relación comprometedora?!
No pudo evitar hacer una mueca; su cara se calentó un poco y su corazón palpitó más de lo que debería.
Ambas volvieron a sus asuntos sin saber que esa pregunta lo había dejado boquiabierto. ¿A qué diablos había venido eso?
El tiempo que tardaron ellas en volver con él, fue más que suficiente para que Gateguard recuperase la temperatura normal de su cara y su ritmo cardiaco moderado.
—¿Vienes o me esperas allá? —preguntó un poco más calmada también.
Gateguard estuvo a punto de decirle que la esperaba en Aries, pero notó la oscuridad. Esta hora podría ser peligrosa para dos chicas solitarias. También, estaba el hecho de que estaban un poco lejos de todo y que, en el fondo, Gateguard quería saber dónde estarían alojadas ahora que ya no vivirían en la casa de la gárgola malhumorada.
—Iré con ustedes —respondió luego de tragar saliva por su reseca garganta.
Durante el camino, Gateguard se perdió en sus pensamientos, llegaron hasta las afueras de una posada con buena reputación. Se alivió mucho al ver que ambas estarían seguras ahí. La chica susurró algo, pero él no escuchó qué fue exactamente; al llegar al cuarto que seguramente Lu estaba pagando por habitar, no pudo evitar decir:
—¿Aquí vivirás de hoy en adelante?
—Sé que es pequeño —suspiró avergonzada—, pero es todo lo que pude conseguir.
Gateguard frunció levemente el ceño. ¿Acaso ella estaba pensando que él estaba criticándola?
—Digamos que no tuve mucho tiempo para pensar y menos para buscar otras opciones, ni siquiera sé si había otro sitio donde me cobrasen menos por algo mejor, aun así, yo pienso que no está tan mal…
—No estaba ofendiéndote ni a ti ni a tu nueva casa —le aclaró lo más sereno que pudo.
—Perdón —ella se llevó una mano a la cara—, estoy muy estresada.
—Lo veo.
Ambos se quedaron en silencio por un rato hasta que la chica, que se había adentrado al cuarto, gritó:
—¡Mitéra! ¡Esto es genial! ¡Voy a dormir en la cama de la derecha!
Lu hizo un gesto de cansancio.
—¡Hazlo! —respondió caminando hacia el cuarto; seguro le daría algunas instrucciones antes de irse.
No queriendo entrometerse más de la cuenta, Gateguard esperó afuera donde sus parpados comenzaron a cerrarse involuntariamente.
Su cuerpo no aguantaba más, necesitaba descanso.
Se talló los ojos, bostezando, estirando sus brazos hacia arriba tratando de no relajarse demasiado hasta volver a Aries y comprobar la eficacia de los grilletes.
En eso pensaba. Sin embargo, algo al fondo capturó su atención.
—¿Qué rayos? —bostezó, creyendo que estaba teniendo alucinaciones.
—Bien, vámonos ya —masculló Lu, volviendo con él luego de cerrar la puerta. Sin embargo, Gateguard no le respondió.
Aquello que estaba casi apoyado en la división de las paredes que dividían el cuarto de Lu con el otro.
Eso era…
—¿Pasa algo? —preguntó ella.
Absorto y confundido, Gateguard de Aries caminó hasta las paredes donde se agachó y tomó un lirio del suelo, un lirio blanco idéntico al que esa gárgola venenosa le había destruido esta mañana.
—¿Qué es eso? —preguntó ella, luego de llegar hasta él.
Gateguard se dijo si aquella flor había crecido por estos rumbos y la estaba confundiendo con la que él había perdido.
«Este corte no es nada natural; fue hecho con el filo de un cuchillo o algo similar» pensó un poco preocupado. En serio, se veía idéntico al que los ancianos le habían regalado.
—Qué bonita… ¿la arrancaste? —musitó ella con cierta lástima.
—No —dijo serio deslizando sus ojos por encima del tallo; en definitiva, esa flor fue cortada por un ser humano y dejada por aquí; alguien tuvo que haberla olvidado, o dejado—. ¿Has visto más flores como esta por esta posada? —quiso saber.
Ella lo pensó.
—No que yo recuerde… al menos no creciendo por aquí —respondió, evidentemente no dándole la importancia que debía—, ¿sabes? Sólo las he llegado a ver en la florería del pueblo. Ni siquiera sé qué tipo de flor es, pero es bonita —dijo ciertamente encantada por la flor.
—Es un lirio —musitó él no queriendo alarmarla por esto—, es un lirio completamente blanco.
—Crees que alguien la puso aquí, ¿verdad? —inquirió inquietándose.
—Espero que no —susurró extendiéndola hacia ella, esperando que la recibiese.
Ella lo hizo.
Fue raro para él sentirse complacido por eso.
—¿Y… yo para qué la quiero?
—Por si aparece otra —respondió por inercia cargándola, poniendo un brazo bajo sus rodillas y el otro sobre su espalda.
No sabía de dónde había salido ese lirio; ni por qué estaba ahí; pero si a ella le gustaban, quizás la siguiente podría dársela él como era debido.
Claro, no era por algo especial, sólo era un detalle que quería hacerle; por su buen trabajo, es todo.
Una vez de vuelta a Aries, Gateguard bajó a la mujer, que todavía miraba y acariciaba los pétalos del lirio.
—Y… ¿ya tienes lista la cubeta con agua?
Entre sí, Gateguard se dijo que aquella era una imagen bonita que no quería interrumpir, pero tenía que hacerlo.
—Hoy no habrá cubeta con agua.
—¿Mmm? —ella lo volteó a ver.
—Ya he conseguido lo que querías —dijo serio—. Hoy dormiremos juntos.
Evidentemente sorprendida, ella apretó el tallo de la flor.
—Ehm, bien. Me parece perfecto.
—Sígueme —le dijo caminando hacia su alcoba, donde esperaba que Hakurei hubiese podido dejar el baúl con los grilletes.
Al entrar, Gateguard se alivió un poco al mirar el baúl encadenado.
¿Por qué estaría así? ¿Seguridad, acaso?
Mañana se lo preguntaría a Hakurei; desviando su atención del baúl, Gateguard fue directamente al mueble donde tenía las velas; pero antes de comenzar a encenderlas, tomó con rapidez la llave del baúl y se la guardó en el bolsillo; tenía que iluminar la alcoba o Lu seguro tropezaría con algo.
—Oye, Gateguard —ella lo llamó con una clara preocupación—. Cuando dijiste que habías conseguido lo que yo quería… hablabas de…
Gateguard se acercó al baúl, poniendo una de sus rodillas en el suelo, sacando la llave de su bolsillo con las intenciones de abrir las cadenas.
—Por obvias razones… —metió la llave en el candado, le dio vueltas hasta que se abrió, y las cadenas cayeron al piso haciendo un molesto ruido—, intentar amarrarme con cadenas comunes no iba a funcionar. Tuve que buscar otros modos.
Más bien, Hakurei tuvo que hacerlo.
Ahora que lo pensaba mejor, justo como habían dicho Hakurei, Sage y… Aeras… era demasiado pronto para hablarle a ella de la creación de semejantes artefactos, y sobre todo, de la persona que los había fabricado. Decidió que, por ahora, le diría solo lo necesario.
—Ajá…
Gateguard la oyó caminar hacia él mientras alzaba la tapa del baúl. Bien, ahí estaban los cuatro. No necesitó que Hakurei le dijese en qué partes del cuerpo irían los otros tres grilletes.
—Dijiste que no querías correr ningún peligro mientras durmiésemos, así que, para evitar que sufras algún tipo de daño, conseguí algo más efectivo.
Gateguard miró el metal brillar y se dijo que, tal vez, eso se debía a que la sangre de él y los otros dos santos dorados estaba todavía alimentando el acero, dándole fuerza. Inhalando profundo, el deseó que todo resultase bien esta noche… y las siguientes que viniesen.
—Continuará…—
¡Con ustedes, la última luna roja del fic!
Me encanta cuando queda todo tan... como yo quiero. ¡Es decir...! Cinco "Lunas Rojas" y Cinco "Eclipses Lunares", perfectamente equilibrado, diría Thanos xD.
A mi corazoncito le hace bien eso.
¿Cómo ven lo del lirio blanco? ¡Wiii, esto sí lo planee... a medias xD! No quedó exactamente como imaginé, pero siempre tuve en mi cabeza la idea de que Gateguard quisiera darle un lirio a Luciana.
Al principio, cuando escribía el capítulo 9 del fic, pensé en la posibilidad de que Gateguard lo hubiese llevado consigo todo el tiempo y a la mera hora, se "acobardase" tirando el lirio a un lado y luego haciéndose el desentendido para no darle explicaciones a Luciana...
¡Peeeero!
¡Luego apareció Neola y el resto es historia! JAJAJAJA, ¡qué loquita estoy!
¿Alguien más quiere recolectar firmas y hacer que la viejita pague por su grosería? ¿O creen que con el "casi infarto" que le dio Gateguard más su puerta rota tenga más que suficiente? XDDD No es por nada, pero como que sí me reí un poco en toda esa parte.
¡En el siguiente episodio volvemos al rumbo normal de la historia! Y para que nos perdamos, se los voy a resumir, si quieren (como diría el Fedelobo) pongan la canción de la estrellita de Mario Bros mientras se los digo jiji...
» Luciana y Gateguard están a la espera de que el asechador de Colette actúe para matarlo.
» Lamentablemente, Gateguard fue enviado a una misión justamente el mismo día que Seinos; el tipo antes mencionado; llegó de la suya a Rodorio.
» Seinos, quien está completamente obsesionado con Colette, usó la imagen de su mejor amigo, Argol, para conseguir información y despistar a Mateo, y de ese modo, infundir miedo en Luciana hacia la persona equivocada; e inculpar a Argol por lo que sea que pudiese pasar.
» Al fic se ha introducido un nuevo personaje, Penélope, quien se piensa que puede ser una hermana de Haidee. Todavía no sabemos cuáles son sus verdaderas intenciones, pero lo averiguaremos.
Hasta ahora, creo que esos son los puntos más importantes a recordar; muchas gracias por el apoyo que se le ha dado a este fic. Con gusto quiero informarles que estamos cerca de la culminación del arco de Colette; y de llegar a la fase final del fic con Luciana y Gateguard, donde un nuevo personaje (sí, OTRO) va a aparecer.
¿Hay apuestas sobre quién pueda ser?
¿Un OC o un personaje del canon de TLC del siglo XVI?
Ustedes adivinen, con confianza. 7w7
Saluditos y feliz año 2022 a todos.
Ojalá todos lleguemos con bien al 2023.
Wow, en este mes acabo de cumplir 27 años... y llevo más de una década escribiendo fics... ¡Caray! ¡Cómo pasa el tiempo! :D
Gracias por leer y comentar a:
Nyan-mx, Natalita07, Yista, Guest, y camilo navas.
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