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Noche
XXXII
— El Hermano Menor —
…
Gateguard de Aries se había apresurado para poder llegar a tiempo a donde se le había encomendado. ¿Cómo hallar en poco tiempo un templo tenido como secreto? Había una razón especial por la que el Patriarca Itiá le había encomendado a Gateguard hacerse cargo, porque él tenía una gran habilidad innata para ubicar ratas del inframundo que tratasen de ocultarse; mientras más numerosas y más juntas estuviesen unas de otras, mejor, y en este caso, eso fue lo que le ayudó a parar en un pueblo pequeño, hospedarse en una modesta posada y luego, esa misma noche, emboscar a los bastardos en cuestión.
Casi dos días de viaje, un día completo para rastrear y exterminar. Llevaba tres días perdidos y no quería gastar ni uno más.
»¡Un perro de Athena! —exclamaban mientras eran aniquilados uno por uno.
Obvio, el líder era el más fuerte, pero incluso él, con todos sus trucos de la vieja escuela, como creer que una baratija del siglo V, robada, de un templo romano consagrado al dios Marte, iba a ser útil para vencerlo.
Gateguard no iba a negarlo, tuvo ciertos problemas para declararse como el ganador, pero al final, el enemigo con atuendo de sacerdote, cayó al piso desde 3 metros, sin señales de vida.
Las pisadas metálicas que se acercaron al muerto enemigo, se detuvieron únicamente para que el santo de aries pusiese sobre aquel cuerpo un pergamino de Athena, el cual, le impediría a Hades revivirlo.
Nadie además de la diosa podría quitar o destruir ese pergamino. Claro, a menos que dicho cuerpo sobreviviese a más de cien años, que sería el tiempo que le tomaría a esos papelitos, comenzar a debilitarse.
«Ya he terminado» pensó suspirando, un poco cansado, «ya es hora de volver».
Tronó su cuello, esperando encontrar alivio en su molestia de esa zona; alzó los brazos y más huesos se acomodaron.
—Dioses… qué cansado es esto —inclinó su espalda hacia atrás, haciendo sonar ciertos huesos de la vértebra, luego talló sus ojos con el dorso de su mano.
Seguro el sol del (maldito) cuarto día ya estaba a punto de salir y él seguía despierto, cansado, y lejos del Santuario, de Lucy y de la mocosa.
Quería emprender marcha y volver en un segundo usando su teletransportación, pero por muy mucho que le doliese admitirlo, Gateguard ya no tenía energías para eso.
Hubiese podido usar su habilidad especial desde un principio y ahorrarse 48 horas de viaje aburrido, pero él había tenido que moverse a la antigua escuela (o sea, corriendo) debido a que, para rastrear y encontrar con éxito a sus enemigos, los cuales se encontraban ocultos, Gateguard debía mantener su cosmos lo más bajo posible.
Por otro lado, de nada ayudaba que el código declarase que los santos estuviesen obligados a movilizarse de una misión a otra a pie ya sea de ida o de vuelta, con la finalidad de no pasar enemigos por alto.
La batalla y el recorrido de dos días, sin descansar por medio segundo, le estaban pasando factura debido a su antiguo historial de desvelos.
En serio necesitaba una buena siesta antes de volver al Santuario y notificarle al Patriarca que las cosas ya estaban mejor por estos rumbos.
En el fondo, durante esta misión, Gateguard esperaba encontrarse con algún juez del inframundo, o por lo menos algún espectro que valiese la pena derrotar, sin embargo, lo que halló no fueron más que simples peones jugando con cosas que no deberían.
Y hablando de eso…
Gateguard buscó por todos lados hasta hallar el mentado anillo de Marte, mejor conocido como Ares. Lo analizó y no le encontró nada de especial, claro, había visto cómo el sacerdote lo había activado con algunas palabritas rebuscadas en idioma latín, un poco de sangre y ya, otorgándole así más fuerza y agilidad, pero tampoco así parecía ser la gran cosa.
Como sea, envolvió esa porquería vieja en un pergamino nuevo y se lo llevó consigo donde Athena podría restringirlo y guardarlo para que no hiciese más daño.
Tomándose su tiempo para salir, pues confiaba en Hakurei para cuidar de Lucy y la chiquilla, el pelirrojo se permitió divagar un poco en lo que había estado pasando desde que la mujer madura despertó de su casi muerte.
Quizás, para mantener las cosas en orden bajo sus pantalones, Gateguard debía evitar pensar en lo bien que se la había estado pasando descubriendo cosas nuevas con Lucy en los últimos días.
No.
Su mente debía centrarse en algo más serio que, quizás, debía compartir con Sage, Hakurei… ah, y sí, con Aeras y el mocoso de Francesca también.
»No quiero ser irrespetuoso, Patriarca, pero creo que ya me ha mencionado antes sobre su decisión de considerar a Hakurei como su sucesor. ¿Desea decirme qué es lo que en verdad le preocupa?
»La resurrección de Hades —respondió con ese tono cansado de voz—; eso me preocupa.
Esa fue una verdad a medias, Gateguard lo pudo sentir.
En serio, ojalá que a su Ilustrísima no le preocupase su elección. A Gateguard no le afectaba en lo más mínimo la decisión de su maestro; ya desde antes se había dicho que no aceptaría ese puesto aunque se lo ofreciesen, sin embargo, lo que sí le seguía extrañando Gateguard era que su maestro pensase como candidato principal en el gemelo que era un santo de plata, y no en el que era un santo de oro, como dictaba la tradición.
Vale, todos en el Santuario sabían que Hakurei era tan poderoso como lo podría ser un santo dorado, ¿pero de ahí a considerarlo el futuro Patriarca en lugar de su gemelo, quién era el santo de cáncer? ¿Será que desde un principio, incluso antes de elegir al cuarto santo dorado, el Patriarca haya tenido en mente a Hakurei como su sucesor? ¿Será que el Patriarca Itiá seguía decepcionado porque fuese Sage quién al final ocupase un puesto entre los doce santos dorados en lugar de su hermano?
Si ese fuese el caso, Gateguard sería el primero en decir que eso sería muy cruel.
Bien, a veces peleaba con los gemelos, pero aún si no tuviese ojos, Gateguard sabría de todo el esfuerzo que ha puesto Sage para estar a la altura de todas las expectativas que de pronto cayeron sobre él.
Retomando su última conservación con el Patriarca, ¿por qué el afán de repetirle lo mismo dos veces, la primera hace poco y la segunda, la misma noche en la que le ordenó a Gateguard salir a una misión? ¿Con los otros santos dorados haría lo mismo? ¿Será que la vejez en serio estuviese siendo tan dura con él en estas fechas?
Porque, qué mal momento sería que eso pasase justo cuando la guerra contra Hades estaba a punto de iniciar.
¿Debería sugerirle a Sage que se contactarse con el viejo maestro de Acuario para tratar de averiguar lo que le pasaba al Patriarca? ¿O deberían hablar directamente con Athena para que ella fuese la que se encargase del asunto?
Qué feo se oyó eso. "Encargarse del asunto".
El hombre que prácticamente lo había criado estaba pasando por dificultades y él, uno de sus alumnos sólo pensaba en "encargarse del asunto"; o mejor dicho, esperar a que otros lo hiciesen.
Pero, ¿él qué podía hacer? Al menos Athena y el viejo santo de acuario podrían darle sermones.
»Gateguard, quiero que estés consciente de lo que pasará… —había insistido—, una vez que yo me haya ido.
»Sí… eso también lo mencionó antes —musitó desanimado, no queriendo seguir pensando en lo que sería de él si su mentor ya no estaba para guiarlo.
»La muerte es algo natural cuando se tiene más de cien años, hijo.
"Hijo".
Todavía no se acostumbraba a ser llamado así. En realidad, Gateguard incluso ya no podía recordar a su padre biológico, ni qué decir de su madre. Su pasado anterior al Santuario estaba demasiado atrás… demasiado olvidado.
¿Había sido feliz en aquel pueblo antes de que este fuese destruido? Ya se estaba haciendo a la idea de que nunca lo sabría.
El Patriarca Itiá era lo más cercano a un padre que Gateguard conocía. Y estaba bien con eso.
Por eso le dolía mucho oírlo hablar tan repentinamente de su próxima muerte.
»La misión que te encomendaré es importante.
»¿Una nueva misión? —no pudo evitar preguntar dado a que de pronto pensó en Lucy y la pequeña niña rubia que ahora dependían de él para estar protegidas de un estúpido marrano de mierda—, pero acabo de volver de una.
»¿Acaso estás negándote?
Su maestro sí que se enojó. Gateguard bajó la mirada al piso.
»No… lo siento, prosiga.
El santo de aries se mordió la lengua en ese momento, hasta esa madrugada, él nunca había hecho eso. Para Gateguard las órdenes de su Ilustrísima eran ley por mínimas que fuesen; si él ordenaba algo, el pelirrojo lo llevaba a cabo. Fuese como fuese.
Pero…
Ehm, en serio no quería meter a Lucy en esto cada cinco minutos, pero considerando que aquel encuentro con su maestro se dio un par de horas después de la última vez que ellos tuvieron sexo… Gateguard no quería siquiera imaginar la posibilidad de que Lucy estuviese influenciándolo más de la cuenta hasta tal punto que no quería irse lejos y dejarla sola. Menos con un maldito santo corrupto que ya la había amenazado, a ella y a otros dos civiles.
Pero ahora ella no estaba sola, Hakurei estaría ahí.
¿Y si ese tonto no hace bien su trabajo?
La duda lo carcomía, pero tenía que calmarse y tener algo de (no puede ser que lo esté considerando) fe, en sus compañeros de armas.
«Oh, púdrete, Sage, y sal de mi cabeza» Gateguard puso los ojos en blanco al recordar quién le había dicho esa cursilería acerca de que debía confiar más en el mundo.
Exhalando, desprendiéndose de su armadura, la cual volvió a su respectiva caja, Gateguard de Aries la cargó sobre su espalda y se preguntó cómo estaría yéndole a Lucy y Hakurei. ¿Ya habrían capturado a la desgraciada sanguijuela?
¿Lucy y esa niña estarían bien?
«Como alguna de ellas tenga un solo rasguño, Hakurei…» pensaba esperando que el gemelo de plata no fuese a cagarla.
Rascándose la cabeza, el pelirrojo salió de aquel templo vacío, el cual los enemigos estaban usando como un peligroso portal del hades al mundo humano.
Si Hades estaba movilizándose para ganar algo de terreno, ellos también lo harían con el fin de equilibrar las cosas a favor de Athena y la humanidad.
Gateguard iba caminando por el solitario bosque, pensando en lo que podría cenar en el pueblo más cercano donde se estaba hospedando, cuando de pronto algo atrás suyo pasó.
Instintivamente Gateguard se dio la vuelta, alarmado, ante un poderoso cosmos que apareció a sus espaldas.
Arrojando la caja de pandora que sostenía, llamó a su fiel armadura, la cual salió y lo vistió nuevamente con un destello. Más tarde, el pelirrojo observaría anonadado la figura que había salido de un círculo brilloso, el cual se desvaneció apenas este ser desconocido cayó al suelo de manos y rodillas.
«¿Pero qué diablos…?»
Tomando su distancia, dispuesto a atacar, Gateguard parpadeó confundido al ver el inconfundible brillo dorado de una armadura ateniense.
¡Pero esa no era cualquier armadura!
—¿Quién carajos eres? —masculló impactado, con los puños en alto.
La figura, un hombre con cabello blanco rizado, quien respiraba agitado, habló de forma entrecortada sin siquiera incorporarse. Se veía demasiado debilitado.
—Mi nombre… es… Avenir. Avenir de Aries… y soy… un santo de la… diosa Athena —terminó de decir con mucho dolor en su voz. Más Gateguard se dijo que no debía dejarse engañar.
¿Qué clase de trampa era esta?
Pensando que esto era alguna especie de burla de Hades y sus imbéciles, Gateguard no dudó en atacar con una fuerte patada a ese presunto impostor, mandándolo a volar en dirección a un árbol.
El cuerpo del sujeto atravesó el tronco del primer árbol y golpeó el del segundo, apenas haciéndole un pequeño hueco.
—¡Descúbrete, miserable sirviente de Hades! —le gritó enfadado, acercándose—. ¡¿Aries?! ¡No me hagas reír! ¡Estás ante el único santo de aries de la diosa Athena!
Este hombre, viéndose herido, pero todavía con ese cosmos poderoso, alzó la vista hacia él y, abriendo los ojos tan impactado como Gateguard se había sentido, masculló confundido:
—No puede ser… esto, ¿qué acaba de pasar? —bisbiseaba confundido—. ¿Este no es el pasado? ¿Dónde estoy?
—¿Así que estás perdido, espectro? —sin dejarse engañar por esa buena actuación de desconcierto, Gateguard alzó su mano hacia él, apuntándolo con el dedo índice, dispuesto a matarlo—, responde si no quieres que te elimine ahora mismo, ¡dime tu verdadero nombre!
Volviendo a encararlo, e incorporándose como apenas pudo, este extraño alzó su mirada hacia él.
—Avenir de Aries —insistió—. Dijiste que también eres un santo, ¿verdad? —alzó sus manos en señal de rendición—. ¿Qué siglo es este?
—Dieciséis —masculló, manteniéndose firme.
—Imposible…
—¿Imposible? —se burló—, no; imposible es que creas que me engañarás. ¡Déjame ver tu verdadera armadura!
Por esa forma y por ese poder, Gateguard pensó que esa podría ser la infame Surplice de Aries.
¿Pero no se supone que para empezar dicha armadura debería ser oscura y sólo la portaban los traidores que una vez muertos eran capaces de cambiar su lealtad a la del señor del inframundo?
Este tipo, Avenir; de ninguna forma podría ser parte de la orden ateniense.
Gateguard había leído sobre los últimos 4 portadores de la armadura de aries, y ninguno poseía ese nombre.
—Te equivocas—dijo el hombre de cabello blanco, tratando de razonar con él, o más bien, tratando de engañarlo—. Escucha, mi nombre es Avenir, y se supone que vengo del mismo siglo que tú. Pero aparentemente, desde… un universo distinto.
—Ajá —sonrió agresivo—, y tú te crees que soy tan tonto como tragarme ese cuento.
—¡No! ¡Entiende! ¡Soy un santo de aries, como tú! Pero de un… —se esforzó en pensar alguna artimaña, de eso Gateguard estaba seguro, pero admitiría que estaba dispuesto a seguirle el teatrito un poco más—. No lo sé. No sé cómo en lugar de viajar años en el pasado… viajé a otro universo.
—Sí, sigue hablando —pidió con burla.
Mirándolo enfadado, el autonombrado Avenir de Aries al parecer se cansó de ser atacado y ofendido, alzó su propia mano y exclamó a la par de Gateguard:
—¡Extinción de Luz Estelar!
—¡Extinción de Luz Estelar!
Muy tarde, los dos se dieron cuenta de que hacer eso fue una muy mala idea.
Ante el choque de dos ataques devastadores, la tierra del bosque tembló, árboles se desintegraron en polvo y ni siquiera el templo del que Gateguard había salido antes, se salvó.
…
»Gateguard… ¿prometes que lo que te diré, quedará sólo entre nosotros dos?
En medio de la oscuridad, Gateguard oyó la voz de Lucy a lo lejos, pero al mismo tiempo tan cerca que incluso podría jurar que sentía su cálido aliento rozando su nuca.
»No dije que no volvería a dormir contigo… dije que… no me siento segura de volver a hacerlo.
Fragmentos de recuerdos aleatorios donde ella era la protagonista centellaron en segundos, cegándolo.
Su cabeza siguió divagando, y hasta ahora, sólo la voz de ella era la que más oía por sobre otras que apenas eran leves susurros.
»¿Eres mi cliente? —por alguna razón que él todavía no se terminaba de explicarse a sí mismo; la voz de Lucy pasó de serle extremadamente irritante, a ser tentadoramente adorable, y hasta sensual; sobre todo cuando gemía su nombre—. O… ¿acaso soy yo tu cliente?
Dioses… quería volver a besarla…
»No soy tu mamá, pero te lo tengo que decir: siéntate y cálmate un poco.
Él no quería a ninguna mamá. Él quería tenerla a ella; y no para que lo terminase de educar diciéndole constantemente qué estaba haciendo bien o mal… sino para tener su compañía, y ofrecer la de él a cambio.
¿Sería un precio justo?
»Recuerda, tener armadura no te hace un caballero, tener modales sí.
¿En serio él sería suficiente para ella?
Ahora que se hallaba solo en el interior de su cabeza, Gateguard se admitió que a veces ella lo intimidaba un poco.
»Si la toca… si le pone un dedo encima… ¡si respira cerca de ella…! Voy a matarlo… lo mataré. Santo o no… si toca a mi hija, ¡voy a matarlo!
Bien, en esa ocasión, ella sí lo asustó un poco.
Tanta sed de sangre no podía ser normal, vale, Gateguard entendía el calor del momento y que ella estuviese enfadadísima. Pero incluso él lo sintió; algo no estaba bien con Lucy. Tal vez era ese oscuro pasado que el oneiroi pensaba haber borrado de su cabeza. Por eso mismo, Gateguard no quería que ella se involucrase demasiado en el futuro asesinato del tipo que amenazaba a la chiquilla.
Que ella expresase su rabia de ese modo y al parecer recordase ciertas cosas nada gratas de su niñez, le daba una muy mala espina a Gateguard; y eso que él no era de asustarse por pequeñeces.
¿O tal vez estaría siendo demasiado paranoico debido al (había que decirlo) prohibido lazo que se estaba formando entre ellos dos?
»¿Y las tazas? —la voz de Hakurei apenas fue un susurro.
»Quizás hicieron una rebelión por la falta de visitantes y decidieron emigrar hacia el sur en busca de la felicidad.
¿Cómo podía ser tan graciosa, tierna, firme y hasta fiera, todo al mismo tiempo?
»Mira, que intentes engañarme no me molesta; me molesta que no te esfuerces en ello.
Tomaría esas palabras en cuenta.
Je, hace tiempo que Gateguard se hizo a la idea de que tratar de insultar la inteligencia de Lucy, era una muy… muy mala idea…
Dioses… ansiaba tanto tocarla que dolía.
Tenía que sentirla…
»¡Aaah! ¡Ga-te-guard!
Oírla.
Fundirse en su calor y saborear cada centímetro de su cuerpo.
»Quédate… quédate conmigo —eso que él le dijo… lo había extraído desde el fondo de su alma. Jamás había sido tan vulnerable con alguien, ni siquiera con su propio maestro al que consideraba un padre, un líder, casi su dueño.
»Sí —pero bastó una sola palabra suya para quemar con fuego su nombre en la piel de Gateguard.
Poco a poco la mente del santo de aries comenzó a despejarse, retomando el flujo normal de sus pensamientos a unos más coherentes y no sólo piezas de sus memorias no tan pasadas.
«¿Por qué estoy aquí descansando como un idiota y no yendo de vuelta al Santuario?» se preguntó con firmeza a sí mismo.
¡Ese sujeto!
…
Abriendo los ojos de golpe, sintiendo algo malo en el interior de su pecho, un mal presentimiento, Gateguard de Aries se encontró en medio de la noche acostado al lado de una fogata. Miró a su derecha, viendo las llamas y la leña. El cielo hoy se veía despejado de nubes y con muchas estrellas, la luna llena brillaba en amarillo.
Maldita sea, el cuerpo entero le punzaba, ardía y hasta quemaba.
Seguir vivo a veces era un verdadero fastidio.
La noche en el cielo era bella, en la tierra era muy oscura y silenciosa, salvo por el ruido que hacía la leña al crujir ante las llamas.
—Ya despertaste.
Mirando un poco más hacia atrás, Gateguard visualizó al hombre de hace un rato; Avenir. Éste estaba sentado con las piernas en V, viéndolo también. Luego, el pelirrojo miró extrañado las dos armaduras de Aries, en sus respectivas cajas doradas; no muy lejos de ese sujeto.
—¿Qué diablos significa esto? —masculló confundido.
—Ya te lo dije, ¿me escucharás ahora? —preguntó un poco irritado—. Dudo que ahora seamos capaces de sobrevivir a un ataque como ese una segunda vez.
Ambos estaban malheridos, con la sangre seca en sus respectivas heridas.
Gateguard tuvo que aceptar la crudeza en esa verdad y hacerse a la idea de que debía… abrir su mente, a lo increíble que más bien debería ser algo imposible.
—Avenir, ¿verdad?
Él asintió.
—¿Y quién eres tú? —preguntó este—. Santo de aries, de este mundo.
—Gateguard —respondió todavía taciturno.
—Bien, Gateguard. Ahora que ya estamos hablando como hombres civilizados… —Avenir inhaló profundo, aunque evidentemente estaba muy dolido del cuerpo también—. Dime, ¿qué deberíamos hacer? Ahora hay dos santos de aries en este sitio.
A ver, ¿cómo?
—No —masculló Gateguard dándose un ligero masaje en su frente; luego, sentándose con muchos esfuerzos, para verlo mejor—, solo hay un santo de aries, y ese soy yo. No sé cómo lo hiciste, pero volverás por donde viniste.
Decidido a dejar el asunto aquí, Gateguard se levantó como pudo, acercándose (arrastrando sus pies) a su armadura; supo cuál de las dos era la suya con tan solo verla. El que hubiese otra armadura de aries exactamente igual a la que él usaba era algo de vértigo.
—El lugar de donde vengo ya no existe —dijo Avenir con seriedad, levantándose también—. De donde vengo, Hades logró… vencer a Athena.
Sintiendo un escalofrío recorriéndole la espalda, Gateguard sujetó una de las cuerdas que sujetaban la caja y miró a Avenir.
—Lo siento por ti… de verdad, pero si este no es tu mundo, no creo que sea conveniente que te inmiscuyas en él.
Con el corazón en la mano al oír aquello (¡lo que más le sorprendió fue no sentir ni una pizca de mentira en la voz de Avenir!) pero todavía no confiando en este sujeto y lo que decía, Gateguard se montó su armadura sobre su espalda.
Aguantando un grito de dolor, Gateguard soportó el reclamo de su cuerpo herido; no tenía tiempo que perder; él debía volver a su casa. Debía volver con Lucy.
—Además… —continuó el pelirrojo—, si ya pasaste por una guerra, dudo que quieras pasar por otra. Y tranquilo, en este mundo Hades no tiene la ventaja.
—Tampoco la tenía en mi mundo —informó severo—, pero aun así ganó. ¿Por qué me dices que no es mi guerra? —preguntó evidentemente frustrado y dolido—. Dónde sea que Hades esté, yo debo luchar contra él. Es mi destino.
—¡Mira! —le gritó, harto—. No tengo tiempo para ti, quizás eras el santo de aries en tu mundo, ¡lo que sea! Pero aquí lo soy yo. Así que… o te buscas otra profesión, o peleamos hasta que solo quede uno, tú elijes.
Mirándose mutuamente a los ojos, Avenir dijo con la frente en alto:
—Llévame ante tu Athena.
—¿Perdón? —incluso arquear sus cejas hacia arriba fue doloroso, pero no pudo evitarlo.
Al oír semejante locura, su cuerpo reaccionó por sí solo.
—Que me lleves ante la Athena de este mundo, si ella está aquí, viva, entonces mi deber es protegerla.
Cansado de pedirle a este hombre que se apartase, Gateguard iba a decir algo como "la Athena que debías proteger ya debe estar muerta", pero se detuvo. Su conciencia, que extrañamente sonó como Lucy, le dijo que hacer eso sería muy insensible y poco humano de su parte.
—¿Y cómo por qué habría de hacerlo? —preguntó altanero—, todavía no me puedo creer que seas un santo y no un espectro mandado por Hades para intentar llegar hasta Athena.
—¡Deja de insultarme llamándome Espectro! —exclamó cansado—. ¡¿Cómo te demuestro que soy quien digo ser?!
Esa era una buena pregunta.
—¿Un santo de mi signo de otro universo? —Avenir asintió con la cabeza—. Sencillo. Dime algo que sólo un santo de aries sepa.
—¿Qué?
—Una cosa que sólo los santos de esa casa sepamos; algún detalle; algún rasgo de la casa. ¡Algo!
El tal Avenir soltó aire con desgano.
—¿Acaso cuidar de ti cuando pude haberte matado no es suficiente?
—No —espetó Gateguard.
Avenir hizo un gesto de exasperación. Lo miró todavía frustrado, pero evidentemente pensando en la prueba que Gateguard le pidió para poder creerle.
—Bien —accedió con resignación—. No sé si… como con nosotros, las casas y sus reglas sean distintas en este lugar… pero…
En medio de ese tenso ambiente, Gateguard le hizo un gesto facial para que continuara; Avenir en cambio hizo un gesto incómodo.
—A todos los santos dorados se nos exige tomar por lo menos a una mujer del harén del Patriarca, mínimo una vez por mes.
Impactado, el pelirrojo parpadeó un par de veces antes de recuperar el sentido del habla.
—¿Qué se les exige qué? —habló tan rápido que casi se mordió su propia lengua.
Ambos guardaron silencio por breves instantes.
—¿Aquí no pasa eso, verdad? —Avenir entrecerró sus ojos.
—No.
—Qué pena —dijo sin de verdad sentirlo—, se pierden de la diversión.
—¿En serio? —Gateguard habló con una fingida pena.
—No —respondió Avenir, forzando su garganta.
—Pues… ¡bienvenido al universo de los santurrones! —se rio olvidándose del dolor en su cuerpo por algunos segundos—, ¡donde la mayoría de los santos dorados no han siquiera tomado la mano de alguien que no sea ellos mismos!
—¿En serio? —preguntó Avenir, frunciendo el ceño.
—¡Sí! —carcajeó, aunque hacer eso también fuese doloroso.
—Mmm, para que te rías así —Avenir alzó una ceja—, he de suponer que tú eres la excepción a esa regla.
Sin dejar de reírse, Gateguard asintió con la cabeza.
—Pero a mí nadie me obliga a hacerlo, al parecer, ¡yo sí lo disfruto! —entre risas meditó lo que escuchó, generando una duda en él—. Espera… espera, ¿el Patriarca de tu mundo tiene un harén?
—Sí. ¿El Patriarca de este mundo no?
De solo imaginar que su maestro podría ser tanto o más virgen que la propia diosa Athena, Gateguard volvió a tener otro ataque de risa.
—Eso es un no —se respondió Avenir, a sí mismo, en medio de las risotadas de Gateguard—. Oye, pero tampoco es la gran cosa, ¿por qué te divierte tanto esto?
—Es que no estás aquí —señaló su sien derecha con su dedo índice—, así que es por eso que no lo entiendes, pero para mí, esto resulta muy chistoso —comentó, con la cara roja por el esfuerzo de respirar.
Deslizando su mirada de un lado al otro, Avenir esperó hasta que Gateguard por fin se calló, mas respiraba bastante agitado.
—¿Ya terminaste? —preguntó el albino.
—Por ahora, sí —respondió agitado.
Dejando su caja de pandora en el suelo, Gateguard se sentó sobre ella, mirando a Avenir.
—¿Algo más que tengas para informarme, o divertirme? —pidió ansioso.
—¿Para qué te sigas burlando? Olvídalo.
—Hey, ¿y qué paso con eso de convencerme para que te guíe hasta la diosa Athena de este mundo?
—No seguiré si no te es difícil reírte de algo que es bastante serio —reclamó ofendido.
—Vale, vale, lo siento —dijo Gateguard—. Ya, está bien, creo que te debo algo por eso.
—¿Tú crees? —ahora fue el turno de Avenir de usar el sarcasmo.
—Resulta que yo era tan virgen como mi maestro hasta hace un par de días —confesó alzando los hombros.
Avenir le miró como si no pudiese tragarse ese cuento.
—Mientes.
—Te lo dije, "el universo de los santos dorados santurrones". —Inhaló profundo—. Y como te imaginarás, sólo he estado con una sola mujer en lo que tengo de vida.
—¿Cuántos años tienes? —la mirada de Avenir reflejó una infantil curiosidad.
—La última vez que me fije, tenía veinticinco, eso creo. ¿Y qué tal tú?
—Tengo diecinueve.
—¡¿Diecinueve?! —Gateguard frunció el ceño, mirándolo de arriba abajo—. Te ves de cuarenta con esas canas.
—Por mucho que te duela, soy más joven que tú —espetó enojado—. Y estas no son canas, ¡así es mi cabello natural!
—Ya, ya, cálmate un poco. ¿Y desde cuándo se te exigió estar con mujeres? Apenas eres un mocoso —preguntó Gateguard deseando un tarro lleno de cerveza y algo de carne para cenar—. A propósito, ¿para qué? ¿Eso qué tan relevante es en tu mundo? Admito que el sexo es divertido, y hasta recreativo y entretenido —sonrió con cierta perversidad—. No sé cómo funcione para ustedes, pero a mí no me da más fuerza o agilidad en combate, así que, ¿cuál es el afán de tenerlos metidos en la cama con alguna mujer cada mes por obligación? —se rio un poco.
—Se supone que el sexo nos ayuda a relajarnos; estar tanto tiempo entre las batallas pueden volver loco a cualquiera, así que… es por eso —respondió por lo bajo.
—¿Y puedo preguntar desde qué edad los obligan? —preguntó, ya más serio.
—Desde que recibimos las armaduras doradas.
—¿Y si las reciben siendo niños? —Gateguard arqueó una ceja.
No era muy común que eso pasase, pero entre los registros, había algunos casos donde un santo de apenas 10 o 12 años, tuviese tanto poder como para ser ascendido a ese rango.
—No importa la edad —respondió Avenir, dirigiéndose hacia su propia caja dorada—. Oye, de verdad necesito audiencia con la Athena de tu mundo.
Gateguard se lo pensó bien; tendría que hablar con los otros primero. De cualquier forma, asintió con la cabeza y le invitó a caminar a su lado (después de apagar el fuego) en dirección al pueblo, el cual, seguramente por la distancia, no fue afectado por aquel despliegue de poder, sin embargo, sus habitantes, seguro se preguntarían que fue lo que ocurrió.
Al estar cada uno muy debilitado, Avenir y Gateguard no pudieron sanarse las heridas con sus cosmos, por lo que caminaron muy lentamente, cojeando casi, en dirección a la posada cercana.
En el camino, Avenir le preguntó a Gateguard qué tantos movimientos había hecho Hades hasta ahora o por lo menos si ya había despertado; y por lo que Gateguard sabía, el dios del inframundo aún no posesionaba el cuerpo humano elegido al cien por ciento, pero de que estaba a punto de manifestarse, lo haría. Hablaron de los dioses gemelos del mundo de Avenir y su importancia, y del cómo su universo fue condenado a la oscuridad eterna luego de presenciar en primera persona la ejecución pública de Athena y el Patriarca.
Debió haber sido un espectáculo espantoso, Gateguard no le quiso preguntar mucho al respecto así que sólo se quedó con lo que su imaginación pudo hacer con semejante información.
Cuando llegaron a la posada, casi a punto de amanecer, el hombre encargado miró con el ceño fruncido las cajas de oro que ambos iban arrastrando por el piso; eso y sus heridas secas, moretones y demás suciedad.
—¿Qué está mirando? —le preguntó irritado Gateguard.
—No quiero cadáveres en mi posada, si están a punto de morir, váyanse a otro lado.
—Qué amable —masculló Avenir, e interrumpiendo a Gateguard, le respondió al hombre—: No, no vamos a morir, nuestras heridas no son tan graves. Sólo necesitamos descansar.
—Mmmm —el tipo los miró son creerse media palabra, pero los dejó en paz.
Ya habiendo llegando a un sitio seguro ambos se tomaron su tiempo para curar sus heridas con lo poco que les quedaba de energía y asearse en las aguas termales cercanas. Todo en estricto silencio. Luego se decidieron a descansar. En la cama, en caso de Avenir, y en una silla a un lado de la ventana, en el caso de Gateguard.
Avenir se sorprendió que Gateguard quisiera dejarle la cama.
»Tienes cinco segundos para dormirte antes de que la gentileza se acabe —le bufó mientras se sentaba y cruzaba los brazos.
Gateguard no se sintió con la confianza de dormir con plenitud, además de que sus modales le impedían ser descortés con los invitados, pero el cansancio no hacía preguntas, así que una vez que se quedaron quietos los dos se durmieron por algunas horas, hasta que el sol nuevamente estuviese a punto de ocultarse.
Día cinco.
En esta ocasión, el primero en despertar fue Gateguard, quien al ver a Avenir todavía durmiendo, y hasta roncando sobre la cama, se tomó su tiempo desperezarse y estirar sus músculos.
Diablos, tenía hambre. ¿Debería despertar a Avenir?
«No es un niño, podrá arreglárselas solo».
Sus pies se negaron a moverse ante el hecho de que, Avenir era un mocoso de diecinueve años.
Poniendo los ojos en blanco, Gateguard, luego de lavar su rostro, manos y boca, se devolvió a la alcoba para ver a Avenir, quien se encontraba sentado en la orilla de la cama, inclinado hacia delante con sus antebrazos sobre sus rodillas y su cabeza baja.
—Al fin te despiertas —dijo con seriedad, tomando su morral y dirigiéndose hacia su caja de pandora—, hay que comer algo e irnos; no te aseguro tener audiencia con Athena apenas llegues, pero seguro eso ya lo sabes.
No quiso preguntarle estúpidamente si estaba bien, era claro que no lo estaba.
Por su respiración irregular, tal vez tuvo una pesadilla poco antes de despertar.
¿Estaría llorando?
—Vamos, niño, hay que apresurarnos; está anocheciendo otra vez —le dijo esperándolo en la puerta.
Para entonces, Avenir ya se había puesto de pie, limpiado las lágrimas de sus ojos con el dorso de su mano derecha, sujetando su propia caja sobre su hombro izquierdo.
—Sí —respondió ronco, desmotivado; ocultando su cara con el cabello.
—Lávate la cara y las manos con agua fría, justo enfrente de la posada venden comida, te esperaré ahí.
Sin esperar una respuesta del presunto viajero interdimensional, Gateguard se adelantó apenas oyendo a medio pasillo un casi inaudible: "gracias".
Si Avenir era un espía de Hades, estaba haciendo bien su trabajo aparentando ser un santo de aries de otra dimensión. Pero, si la existencia de ese sujeto, era en efecto lo que él declaraba, entonces habría que preguntarse por qué estaba aquí y no en su pasado como Avenir dijo que había sido su intención. Porque seguramente su deseo inicial era volver a donde la guerra aún no concluía con las cabezas de Athena y el Patriarca cayendo al piso; no aterrizando en otro mundo donde tal vez ni siquiera existía.
Pero…
¿Y si Avenir en realidad sí vivía en este mundo pero no era un santo dorado como en el otro?
¿Sería posible que hubiese un Gateguard en ese mundo suyo pero este hubiese tenido otra vida que no incluía al Santuario?
¿Sería tal cosa posible? ¿Los universos podrían cambiar tanto?
Volviendo a Avenir. ¿Cómo él siendo un humano había abierto una puerta que lo llevase de un mundo a otro en lugar del pasado? ¿Y cómo había hecho para hacer dicho viaje?
¿Qué deidad lo había ayudado y para qué? Porque, que Gateguard sepa, ningún ser humano era capaz de hacer semejantes hazañas.
Con todas esas dudas en mente, Gateguard pagó sus días de estadía en la posada al dueño, salió de ahí declarándole al tipo que el chico que le acompañaba era un primo suyo que se había quedado con él la noche anterior y por eso al salir no le pagaría ninguna otra habitación. El señor masculló:
—Sí, sí, tu vida privada no me interesa.
Pero a oídos de Gateguard, eso sonó más bien a que el tipo se estaba haciendo ideas muy equivocadas. Aún con las ganas, no quiso quedarse y darle explicaciones a un idiota.
Gateguard salió de la posada y se dirigió a un pequeño establecimiento de comida atendido por hombres y mujeres; había gente ahí, y todas con el mismo tema de conversación en sus bocas.
La misteriosa explosión en el bosque de ayer.
—Escuché que los espectros de Hades ya están haciendo de las suyas.
—Ojalá no sean los tres jueces.
—¿Por qué tenía que ser la guerra en este año?
—¿Y si son seguidores de los dioses gemelos?
—¿Dónde estarán los santos de la diosa Athena cuando se les necesita?
Precisamente el hombre que dijo eso último con fastidio, estaba sentado en la mesa que se encontraba ubicada a espaldas de la que había seleccionado Gateguard para estar y pedir su desayuno a una de las chicas del sitio, con los ojos entrecerrados.
Decidido a ignorar a los pobladores locales y sus estúpidas quejas, se preguntó si Avenir contaba con dinero o tendría que pagar para su desayuno también.
"Recuerda tus modales".
«Sí, ya sé, vocecita interna que suena como Lucy» le respondió a su propia cabeza, «pero no pienso darle un banquete de rey, no, ni hablar».
Fue hasta que él mismo terminó de alimentarse que vio a Avenir acercándose.
Por ese semblante decaído y sus enrojecidos ojos, Gateguard se imaginó que el chico se desahogó un poco más antes de seguirlo. Luego de mirarse mutuamente por unos segundos, el pelirrojo no dijo nada mientras Avenir se sentaba enfrente de él, desviando su atención a la mesa.
Gateguard se inclinó hacia adelante poniendo su codo derecho sobre la mesa, apoyando su mentón sobre el dorso de su mano.
—Sé que no tienes ánimos, pero debes comer —le dijo observando sin emoción aparente a una familia de seis personas que además estaban ocupando dos mesas y dándose un infernal atracón como si fuese la última vez que probarían un bocado en sus vidas.
—Lo sé —dijo Avenir después de carraspear la garganta—, me pregunto si aquí existe el ouzo. Necesito un trago.
—¿No es demasiado temprano para intentar embriagarte? —lo volteó a ver con desaprobación.
Temprano, no en el sentido literal ya que casi anochecía, más bien, en el sentido de que ambos estaban en su primera comida del día.
Vale, Gateguard entendía que el chico estuviese pasando por un mal momento, pero esa no era excusa para comenzar a embragarse. Menos ahora que debían ponerse en marcha hacia el Santuario, porque sí, Gateguard había decidido llevar a Avenir consigo, pero no lo dejaría pasar siquiera a Aries hasta que Athena aceptase su presencia frente a ella.
—¿Crees que caeré de espaldas con un trago? —sonrió con acidez, poniendo sus antebrazos por encima de la mesa.
—No si te piensas que oliendo a licor alguien te permitirá ver a Athena siquiera en pintura —masculló Gateguard no queriendo discutir, volviendo a apartar su mirada del chico—. Pero no soy tu padre como para impedirte desayunar lo que quieras. Mientras pueda seguirme el paso, que tengo prisa por volver, me da igual lo que te lleves a la boca. Sólo hazlo rápido.
De hecho, preferiría que el mocoso comiese algo ligero, por su aspecto y por su supuesta vivencia, Gateguard dudaba sobre si antes de su viaje entre mundos se habría alimentado bien. Tal vez con suerte habría probado agua o algo no tan podrido.
—Hola, lindo, ¿quieres comer algo? —preguntó una joven mujer, la misma que había servido la comida de Gateguard.
—Quiero algo de… pollo… y agua —dijo apenas siendo claro en su pedido gracias al ruido ajeno.
—Pollo, solo nos queda preparado en caldo. ¿Está bien?
—Mhmm —asintió el chico con la cabeza.
—¿Y agua? ¿No quieres un trago de ouzo? La casa invita —le dijo ella con animosidad.
—No, gracias.
—Bien, ya vuelvo.
Gateguard no iba a aplaudirle dejar el ouzo para después. De hecho, cuando él se sentó, era tradición que en los restaurantes se les diese un trago cordial de esa bebida, sin embargo, declinó la oferta por puro sentido común.
Iba a hacer un viaje largo, tener ouzo en su sistema no era nada recomendable si es que en el camino se encontraba a más enemigos.
Ninguno de los dos dijo nada hasta que la chica volvió con la comida de Avenir; apenas ella dejó todo sobre la mesa, Gateguard le dio algunas monedas.
—Quédatelo todo por lo de ambos —señaló con indiferencia, más la chica chilló emocionada y se lanzó a su cuello.
—¡Muchas gracias!
—Suéltame —exigió Gateguard entre dientes, sin hacer nada brusco en su contra.
La joven no insistió ni se asustó, sólo hizo lo que se le pidió y se fue corriendo todavía contenta con su ganancia.
—Tenía dinero —susurró Avenir sujetando el plato, bebiendo un poco del caldo humeante para luego sujetar la pierna del pollo que nadaba en él y morderlo.
—Sólo come y cállate —masculló Gateguard a punto de tener un tic bajo su ojo derecho.
¿Acaso el mocoso no podía sencillamente decir "gracias" y comer?
«Y por eso no suelo ser amable con nadie, Lucy que vive en mi cabeza» le dijo a esa vocecilla que no podía sacar de su mente.
Al parecer, la respuesta de esa vocecita, fue mostrarle la imagen de la Lucy real sonriendo para él; aquello casi le hizo ejecutar ese mismo gesto, pero bastante temprano se recordó que no estaba solo.
—Diría que el contacto humano te jode por la forma en la que rechazaste a esa chica, pero ahora que lo recuerdo, dijiste algo sobre otra mujer. Eso hace que me pregunte: ¿ella es alguien con quien sólo tienes sexo y no te importaría si algún día desapareciese? ¿O es una debilidad? —oyó a Avenir decirle eso.
Al voltearlo a ver, este estaba bebiendo del gran vaso con agua de un solo trago.
—No sé de qué me hablas —Gateguard tragó de no mostrar lo sorprendido que había estado al escuchar semejantes palabras justamente cuando pensaba en Lucy.
—¿Crees que eres el primer hombre enamorado que veo?
Levantándose, dejando los platos en la mesa y sujetando fuerte su caja para montarla sobre su espalda, Avenir salió del sitio con Gateguard siguiéndolo.
Quizás fue suerte que nadie en el sitio se percatase de que dos santos de Athena con cajas de oro casi iguales, estaban ahí.
—Apenas me conoces, niño —espetó Gateguard a sus espaldas.
—Entonces has de imaginar qué tan evidente eres —respondió el joven caminando en la dirección correcta hacia el Santuario, detalle que Gateguard no mencionó, pero sí anotó en su cabeza.
—Has de ser el gran experto —se burló secamente.
—No me gusta presumir.
Ambos hablaban con los ánimos bajos; ambos no estaban de humor para comunicarse, pero lo dicho por Avenir no daba para quedarse en silencio.
—¿Y qué? ¿Acaso tus numerosas amantes son parte de tu extensa experiencia?
—No, lo son algunos de mis compañeros.
—¿Ah, sí?
—Llegué a descubrir a dos, pero nunca les dije que lo sabía.
—¿Por qué no? Conmigo no te contienes.
Gateguard estuvo a punto de insultarlo por eso.
¿Quién diablos se creía Avenir que era para afirmar cosas de él sin siquiera conocerlo?
Dicha osadía no se la permitía ni a Sage o Hakurei, y eso que Gateguard se había criado con ellos.
—Porque estoy seguro que tú tienes la posibilidad de ser feliz con ella; pero ellos no tenían esa alternativa. El harén era de todos, las chicas ahí estaban a disposición de quien las quisiera, y algo me dice que tú no estás obligado a compartir a esa mujer con ninguno de tus compañeros —lo volteó a ver por encima del hombro—. ¿O sí?
—¿Tan seguro estás de todo lo que dices?
—¿De qué?
—De que estoy enamorado —se rio sin ganas reales de hacerlo. Ese sólo era un mecanismo de defensa.
—Sí. —Avenir volvió su vista al frente—. ¿Sabías que susurras su nombre cuando duermes? A pesar de estar inconsciente ayer, no parabas de llamarla.
Ca-ra-jo.
Sí. Lo sabía.
Sage ya se lo había dicho antes.
—No te metas en mis asuntos —le advirtió, cansado de hablar con este extraño de algo tan personal—, es la primera y última vez que te lo digo.
Avenir alzó los hombros.
—Como quieras, sólo hice una observación.
No queriendo darle más cuerda a ese asunto, Gateguard no respondió a lo dicho por Avenir. Qué se guardase sus observaciones en donde le cupiesen y a él lo dejase en paz.
—Camina deprisa —le ordenó adelantándose, corriendo.
Sabiendo que Avenir no iba a quedarse atrás, Gateguard cada vez fue más rápido.
Varias horas trascurrieron en la que ambos santos se movilizaron en estricto silencio. ¿Cuánto faltaría para ver el amanecer del día seis?
Mientras eso ocurría y poco a poco iban acortando el camino, los pensamientos de Gateguard con respecto a Lucy fueron abruptamente interrumpidos por Sage y su cosmos.
—Gateguard.
«No es un buen momento, Sage» Gateguard le trasmitió rápido su mensaje no queriendo que Avenir se percatase de su conexión con él aún, «no podrás creer lo que encontré en mi camino».
—Seré breve. La mujer que ha vigilado tu sueño en estos días está en una celda.
«¿No es muy drástico eso?» frunció el ceño.
Vale, le dijo a Hakurei que la cuidase, pero la celda era innecesaria.
El muy tonto no…
—Considerando que amenazó y por poco degolló el cuello de un hombre con un cuchillo y apuñaló el pene de otro, un santo de bronce, evitarle la pena de muerte inmediata fue lo mejor que pude hacer por ella.
Con el corazón atorado en su garganta, sintiendo un fuerte mareo, Gateguard apenas pudo reponerse, mirar atrás y decirle a Avenir:
—¡¿Sabes usar la teletransportación?!
—Eh… sí…
—¡Entonces trata de seguirme usándola!
Apenas dijo eso y ante la pasmada mirada de Avenir, Gateguard se concentró en desaparecer y reaparecer en la frontera de Rodorio. Aquel movimiento, debido a su anterior estado de fatiga, causó que otro mareo lo hiciese tambalear sin caer. Además, una llovizna le recibió junto al viento frío de la madrugada.
«¿Qué pasó?» exigió saber, importándole un carajo su propio estado físico, y si Avenir le había dado alcance y/o se daba cuenta de su charla con Sage. «Ella no atacaría a nadie sólo porque sí. ¡Debe haber una explicación!»
Se lo dijo… se lo dijo… ¡maldita sea! ¡Por eso se lo dijo!
"No hagas nada precipitado sin mí".
¡¿Por qué no lo esperó?! ¡¿Qué diablos había estado haciendo Hakurei?!
¡Menudo Patriarca de mierda será si cuidará del Santuario como de una sola mujer y una niña!
—Por boca de Hakurei sé que ella fue atacada esta tarde.
«¡¿Cómo que fue atacada?! ¡¿Por quién?!»
—Cálmate, al parecer, el sujeto ya fue encerrado; el dueño del restaurante lo reconoció. Hakurei dijo que ese era el problema, ¿no?
Maldita sea, Hakurei.
¿Acaso no se le ocurrió a ese idiota que por algo Gateguard le pidió ser discreto con sus movimientos y sólo (SÓLO) localizar al imbécil sin hacer nada más al respecto en su contra?
Ya, ya. Vamos, hay que respirar.
Tal vez Hakurei se dejó llevar por el: "actúa sólo si él se le acerca a Lucy o a la niña".
Pero cuando Gateguard le dijo que actuara sólo en esos casos, ¡no se refería a encarcelarlo! ¡Se refería a darle la paliza de su vida!
«¡¿Y sólo lo encerraron?!»
—¿Qué más quieres que hagamos contra él? Esa mujer no tenía heridas superficiales, sólo fue encontrada desmayada a las afueras del pueblo, así que sólo se le ha detenido por amenazar a un civil y por presuntamente atacarla a ella. Pero nada más.
Carajo… ¡carajo!
Ahora, si el bastardo desaparecía o moría misteriosamente, ellos iban a ser los principales sospechosos.
—Pero escucha bien. Esa mujer está encarcelada y a punto de ser ejecutada por dos intentos de asesinato. Abandonó su casa hace una hora, invadió el hogar de otra familia y casi le rebana el cuello al hombre que vivía ahí.
«¿Qué?» él no pudo creerse eso.
—Y para rematar, fue hasta la casa de una de sus amigas, se encontró con los santos que por órdenes de Hakurei estaban protegiéndolas, y le apuñaló el pene a uno de ellos.
«¡¿De qué me estás hablando?! ¡Ella no es capaz de hacer eso sólo porque sí! ¡Algo debió haber pasado!»
¡Lo que faltaba! ¡Por eso no quería irse de Grecia! ¡Por eso no quería dejarla sin su protección!
Hakurei… ¡morirá por sus manos gracias a esto!
—El tipo que ella amenazó está vivo, tiene una herida leve en su cuello, pero está muy indignado y quiere su justicia. El que atacó, por otro lado, sigue inconsciente, se desangró hasta casi morir, pudimos curarlo, pero en definitiva "esa parte" suya no volverá a ser la misma. ¿Te falta mucho por terminar tu misión?
Mirando Rodorio desde un barranco, Gateguard respondió:
—He terminado, y ya llegué al pueblo. Iré a verla, tú hazte cargo de un invitado inesperado.
—¿Un invitado?
«Afirma ser el santo de aries de otro universo; habla con él y trata de averiguar lo que puedas, pero no lo dejes ir con Athena sin antes asegurarte de que es, quien dice ser. Avisa a los otros sobre eso y manténganlo vigilado».
—¡Espera! ¡¿Cómo qué es otro santo de aries?!
Gateguard se concentró para cerrar toda comunicación con Sage. No quería interrupciones.
Avenir tardó otros tres segundos en alcanzarlo.
—Creí que el pueblo estaba bajo algún ataque —comentó él con extrañeza.
—Mis compañeros a partir de aquí se harán cargo de ti, si quieres ver a Athena, convéncelos a ellos de tu historia.
—Espera, ¿tú no irás conmigo?
—Yo tengo otras cosas de las cuales ocuparme.
Después de decir eso, Gateguard bajó de un salto las rocas sobre las que estaban y siguió con su carrera hacia las celdas donde algunas estaban ocupadas por tipos malvivientes, pero la única mujer, se hallaba (irónicamente) en la misma celda donde había estado alguna vez el oneiroi, Haidee.
—¡Lucy! —exclamó agarrándose de los barrotes, a punto de cometer la imprudencia de arrancar la puerta y entrar.
En esta situación, si movía un pie en falso e intentaba liberarla, seguramente él sería acusado de conspiración o algo así, y sería sancionado. Si Gateguard quería ayudarla, iba a tener que mover bien sus fichas; la primera, era saber por boca de ella todo lo que había pasado. Él estaba cien por ciento seguro de que Lucy no atacaría sin provocación.
Ella estaba usando un camisón blanco, permanecía acostada sobre la cama de madera, dándole la espalda.
—¡Lucy! ¡Oye!
Pegando su sudorosa frente sobre los barrotes (ni siquiera se había dado cuenta de que también estaba temblando de las manos) no pudo hacer más que mirarla.
Sabía que ella estaba despierta, pero era evidente que no quería hablar, tampoco quería mirarlo.
¿Qué diablos había pasado?
¿Cómo había terminado ella en esta situación?
—Lucy, ¿qué hiciste? ¿Por qué no me esperaste antes de actuar como habíamos acordado?
Temblando ligeramente, ahora de los labios, él esperó respuesta, no quiso moverse hasta obtenerla.
—¿Estás herida? —hizo su última pregunta, ya en un tono menos agresivo.
—Lucia —susurró ella todavía dándole la espalda.
—¿Mmm?
—Mi nombre real… al parecer… es Lucía —masculló tan ida y cansada que él casi cedió a la tentación de mandar todo al carajo y sacarla de ahí; o meterse y abrazarla con fuerza—. Gateguard… no estoy bien, mi cabeza está hecha un desastre… y acabo de hacer algo muy malo.
Con lentitud, Lucía se fue alzando, cuando dio un incompleto giro sobre sí misma y se sentó sobre ese remedo de cama, él pudo verla de frente; ella mirando el suelo.
Sangre, mucha sangre.
Incluso su rostro tenía salpicaduras.
—¿Sabes qué es lo peor? —ella alzó su mirada hacia él; sus ojos llorosos lo desarmaron por completo—. Qué no lo maté.
—Continuará…—
... mmm...
Para ser honesta, este capítulo lo modifiqué varias veces, en especial la parte del final.
Ya lo tenía, al menos, la mitad...
Okey, retrocedamos un poco. Vamos por la primera parte de este capítulo.
Desde hace tiempo quería presentar a Avenir y hacer que él y Gateguard interactuaran un poco. ¿Ya saben? Más allá del hecho de que ambos sean santos de aries, me dan la impresión de que son como hermano mayor (Gateguard) y hermano menor (Avenir). De hecho, haciendo una pequeña investigación, me salió con que nuestro pelirrojo es mayor en edad que Avenir.
Para quienes no lo sepan, incluso al oír la canción de Born for this de The Score, me hace pensar mucho en ambos, como si fuesen hermanos. Tal vez sea sólo sea cosa mía.
Quiero aclarar desde ya que la presencia de Avenir no es mero capricho mío, él ya tiene su rol en el fic, y aunque no es el mismo con respecto al canon, será una pieza clave para el arco final de la historia. Porque sí, nos acercamos, lento pero con seguridad al clímax.
Vamos por la parte tensa.
Este capítulo y el que viene me costaron mucho trabajo, de hecho, el que sigue me está dando problemas porque no quiero que hayan muchos huecos argumentales o se lea demasiado pesado. Una vez que lo tenga bien hecho, lo subiré.
Creí que esto del asechador de Colette iba a llevarse más capítulos, pero al parecer Luciana tenía su propia agenda.
Ya veremos qué pasará con ella luego de esto.
Gracias por leer y comentar a:
Nyan-mx, Natalita07, camilo navas, Guest, y agusagus.
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