Noche

XXXIII

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Cinco días…

Cinco días…

—¿Tu filete estaba bien cocido?

—Mhmm.

Ya habían pasado cinco malditos días desde que Gateguard se fue.

—¿Qué tienes, guapa? —preguntó Mateo, frente a Luciana.

Ella se encontraba almorzando en el restaurante de su amigo mientras veía a Colette y las chicas trabajar.

—Todo está demasiado tranquilo —cansada, jugó con un pedazo de pan antes de comerlo—, ¿cómo puede ser que no haya pasado nada anormal desde que Gateguard se fue?

—Ajá —sonrió el chico—, qué bien, ¿no?

—No. El maldito que nos ha amenazado sigue en las sombras —con fastidio, ella se llevó un trozo de carne a la boca.

—Pues, no se ha aparecido por acá desde esa vez y por mi está bien.

—Para mí no está nada bien.

—¿Acaso planeabas detenerlo? ¿A un santo de bronce? —él la miró con el ceño fruncido—. ¿Y cómo hubieses hecho eso?

—Denunciándolo —dijo desviando la mirada—, ya sabes.

De hecho, la idea de matar al imbécil seguía en pie. Aunque ya no estaba ardiendo en furia por las amenazas, Luciana no iba a cambiar sus planes. No se acobardaría.

—¿De verdad crees que eso hubiese funcionado? —preguntó Mateo con seriedad y escepticismo a realmente poder ser ayudados por los santos contra uno de los suyos, pero, antes de que Luciana pudiese responder, alguien los interrumpió.

—¿Quieren que les sirva algo más? —sonó la dulce voz que Luciana ya se había acostumbrado a oír en el restaurante.

Claro, ese tono no lo usaba para hablarle a ella.

—¿Quieres algo más, Luciana? Yo invito —le dijo Mateo, un poco más animado, ante la presencia de Penélope.

Una bella cabellera negra, unos bonitos y grandes ojos dorados, piel de ensueño y un físico de diosa que Luciana no podía creer que una sola mujer tuviese. ¿Sería en verdad una deidad? ¿O era algo más? Lo cierto es que humana, seguro que no era.

Penélope hacía palidecer la belleza de muchas, incluso la de Margot, que ya era decir.

—Más té de jengibre, por favor —pidió no queriendo mirar a la camarera que se había ganado no sólo el favor de sus amigas, Mateo y Colette, sino también el de todos los clientes del restaurante y seguramente de todo Rodorio.

Era normal que los hombres casi peleasen por tener su atención, en las calles y en el propio establecimiento muchas mujeres la veían con envidia, Colette la admiraba porque decía que no importaba lo que pasara, a Penélope nunca se le había visto enojada o irritada por nada.

Y por lo que Colette le había contado hace unos días, Margot en el fondo la envidiaba, en especial por sus caderas, las cuales, eran halagadas hasta por otras mujeres, como Nausica, por ejemplo.

Luciana no entendía el encanto que Penélope producía en los demás. Para ella, en lo personal, ese ser le daba algo de escalofríos. Tal vez en parte porque ya había visto que no era humana y al parecer, tenía algo en su contra.

—Bien, ya lo traigo —respondió amable—. ¿Y usted, jefe?

—Café.

Penélope asintió retirándose, y Mateo sonrió.

—No puedo creer que ella trabaje aquí, incluso me cuesta creer que no esté casada.

No queriendo sentir celos por esa forma tan linda de expresarse hacia otra solterona (quien por supuesto era físicamente superior a Luciana y muchas otras) cuando a ella hace pocos días le cayeron encima (directo a la yugular) sus propias amigas por ser una también, Luciana lo vio con los ojos entrecerrados.

—Disimula un poco la baba que se te sale por la boca —masculló Luciana, también un poco harta de ver cómo cada hombre que veía a ese ente, o lo que fuera, ponía esa cara de idiota.

—¿Qué? No puedo evitarlo, es realmente hermosa.

Rodando sus ojos, Luciana quiso dejar de hablar de Penélope, quien, en estos días, no había hecho nada para perjudicarla. De hecho, la ignoraba.

Haidee le había dicho que se mantuviese lejos de ella, pero Colette era la razón por la cual Luciana visitaba el restaurante así que… no, no iba a hacerse a un lado sólo porque Penélope (sea lo que sea) estaba cerca.

—Mateo, pasando a otro tema. He pensado en mudarme de este pueblo.

—¿Cómo dices? —parpadeando confundido, él dejó de ver el rastro de Penélope y se centró en Luciana—, ¿y por qué?

—He oído rumores acerca de que la Guerra Santa está en marcha.

Lo que era cierto ya que Luciana, en sus paseos, había escuchado a algunos vendedores ambulantes que iban de pueblo en pueblo hablando de lo que habían visto en otros. De hecho, uno de ellos afirmaba asustado que los espectros comandados por uno de los tres jueces del inframundo ya estaban cerca de Rodorio. Y siendo honesta, Luciana no quería quedarse a esperarlos.

Tal vez esa era la razón del por qué ese imbécil que asechaba a Colette no se haya presentado, tal vez lo habían mandado a combatir y lo mataron (ojalá).

—¿Y por eso te quieres ir?

—¿Te parece poco? —se rio—. Además, ya no tengo nada aquí, ni siquiera trabajo; dependo por completo de Colette. Debo irme con lo poco que me queda e iniciar otra vez en algún lado.

—¿Y si en ese otro lado la guerra ya inició, o hasta terminó? —su pregunta quedó colgando en el aire—. Luciana, este es el sitio más seguro. Es el que está protegido por la diosa Athena.

—Exacto, el más protegido por Athena. Y por eso el dios Hades se esforzará el doble en hacer pedazos este lugar —ella alzó una ceja—. ¿De verdad crees que nosotros seremos una prioridad cuando los espectros lleguen? La prioridad de todos los santos será proteger a la diosa, y ella sólo protegerá a su Santuario, no a nosotros. Nosotros, sólo somos peones desechables, daños colaterales, quizás hasta carnada.

—¿No crees que estás exagerando?

—No.

—Vamos, deja de decir eso; la diosa Athena ve por todos nosotros.

—Sí, claro.

—Luciana, entiendo que estés estresada y hasta…

—Aquí tienen —interrumpió Penélope, dejando en la mesa dos grandes tazas humeantes.

—Gracias, linda —él rio como un bobo.

—Un placer.

—Cómo iba diciendo… —los ojos de Mateo no pudieron evitar seguir a Penélope hasta la cocina—, Rodorio es el sitio más seguro de Grecia. Salir de aquí es arriesgarte a encontrarte con los enemigos en las afueras.

Arqueando una ceja, Luciana se dijo que Mateo seguía siendo un hombre, y como todos los demás, estaba encantadísimo con la belleza de su empleada.

—¿Podrías dejar de verla así? Es incómodo. Pareces un viejo verde —le regañó.

—Perdón —se giró, sonrojado—, en serio no puedo evitarlo.

—Arg, da igual. —Se levantó acomodándose los pantalones que vestía para luego volver a sentarse; había descubierto lo cómodo que era vestirse como un hombre—. En cuanto tenga la oportunidad, saldré de este pueblo.

—¿Y Colette? Ella tiene trabajo aquí, y según sé, tiene una casa de la cual gana un ingreso extra. ¿La dejarás aquí sola o le pedirás que deje todo para irse contigo?

Sintiendo una pesadez en su pecho, Luciana se dijo que eso ya lo había pensado.

Desde aquella discusión con las chicas, Luciana se dijo que estaba harta de tener que rendirle cuentas a todos a su alrededor por todo lo que hacía. Estaba cansada de los prejuicios en su contra y de cargar con una responsabilidad que no era suya.

Sí, apreciaba mucho a Colette, pero si en algo habían tenido razón Nausica y Margot, era que dentro de poco ella sería mayor, una mujer adulta, que quizás desease comenzar una nueva vida al lado de una pareja. Luciana con el paso de los años, se haría más vieja; no podía estarla cuidando todo el tiempo, y tampoco quería ser una carga para la chica.

No quería ser una Neola más. No quería envejecer y estarle echando en cara a Colette todo lo que había hecho por ella. No, se alejaría de ella y la dejaría hacer su vida ahora que estaba tomando un rumbo nuevo; eso era lo mejor.

Aunque…

Dadas las circunstancias, también pensó: le daría la opción a Colette de ir con ella o quedarse, pero Luciana en serio no quería estar aquí cuando la guerra explotase.

Además, si se quedaba…

Si se quedaba era más que claro que vería a Gateguard pelear.

No dudaba de sus capacidades como santo, es más, sabía que sería capaz de matar a más de cien enemigos antes de que estos siquiera viesen venir el golpe; pero ella no quería estar cerca y estorbarle… o mirarlo desde lo lejos con la angustia porque (como en cualquier batalla) en cualquier momento algo malo podría pasar.

Él, como uno de los doce santos dorados, era muy poderoso. Los tres jueces lo eran también. Y luego de ellos estaban los dioses gemelos y el dios Hades.

¿Cuántas bajas tendrían los atenienses antes lograr la victoria?

Se decía que, si había suerte, sólo de todos ellos uno sobrevivía, y ese por lo regular era el siguiente en ocupar el puesto de Patriarca.

»El patriarca habló son Hakurei hoy. Al parecer, quiere que él sea su sucesor después de su muerte.

Y al parecer Gateguard estaba dispuesto a morir por el bien de la humanidad. Estaba dispuesto a sacrificar su vida, y seguramente también lo haría por Hakurei de Altar, el elegido del Patriarca.

¿Sería la salvación de Colette lo último que ellos harían juntos antes de que Hades llegase e hiciese explotar todo a su alrededor?

—Luciana —la llamó Mateo, volviéndola a la realidad—. ¿Qué harás con Colette? ¿La dejarás aquí o la obligarás a irse contigo? —hizo de nuevo sus preguntas anteriores.

—Ella ya es una niña grande, qué elija lo que más le convenga —respondió Luciana, tomando el primer trago de té.

Después de soltar un suspiro, por supuesto, con decepción, Mateo no agregó más y la dejó en su mesa.

Luciana ya no quería sentirse triste y enojada. Triste por la soledad que conllevaba no hablar con Gateguard, incluso discutir con él era entretenido. Y enfadada por lo que las chicas le habían dicho en su propia casa.

Necesitaba hablar con alguien y desahogarse un poco, pero no tenía a nadie con quién hacerlo… nadie salvo el santo de aries. Antes de él, sólo ella misma había sido su propia confidente, pero al haberse acostumbrado en tan poco tiempo a su confortante compañía, Luciana sentía el peso de la soledad ahora más que nunca.

Se entenderá que posterior a esa tensa noche con las chicas, Luciana les exigió a Nausica y Margot que durmiese cada una en su propia casa y no volviesen a la suya, ¿verdad?

Es decir, si a ellas tanto les disgustaba su modo de ver vida, ¿qué hacían de metiches en su hogar?

O sea, criticaban su estilo de vida como si fuesen juezas absolutas, pero estaban cómodas viviendo de él.

No pues, que buenas amigas.

La mañana siguiente cuando en el desayuno, Luciana les pidió a Nausica y Margot que ya no era necesario que se quedaran en la posada, además de que no quería tener problemas con la dueña pues le dijo que ahí sólo vivirían dos mujeres, no cuatro.

»Qué no se te olvide que estábamos ahí por Colette, no por ti o tu cuartito. Como si nos hiciera falta —le dijo Margot ofendida.

»Eso ya está resulto, ya hay quien nos cuide de esa amenaza, ¿se les olvidó? —les respondió con frialdad—, y como sé que les disgusta estar cerca de una solterona y no apoyan para nada mi forma de ver la vida… gracias, pero ya no es necesario que se preocupen por Colette, yo me haré cargo de ella, hasta que esa niña decida crecer y "volar" por sí misma.

»Y dices que no tienes suerte —le reclamó Nausica—, sólo un chasquido de dedos y ya tienes a dos santos de la alta protegiéndote.

»No a mí, a Colette, y ellos están en esto porque es su trabajo —le aclaró con firmeza—, no porque yo haya "chasqueado los dedos". Cuando yo chasquee los dedos… —incluso hizo ese movimiento frente a la cara de la rubia—, y alguno de ellos me cocine un cordero entero y me sirva el vino en una copa de oro, te daré la razón, hasta entonces, cierra la puta boca.

Desde entonces apenas y se veían las caras.

Para Luciana era incómodo verlas haciéndole gestos de rechazo, pero si había aguantado a Neola por años con el fin de tener un techo donde dormir, ¿qué no las iba a estar soportando a ellas también?

Con unas fuertes ganas de orinar, Luciana salió por un momento del restaurante, yendo hasta las letrinas públicas donde encontró alivio. Más tarde, dio un paseo por las calles de Rodorio, las lluvias ya no eran tan constantes, y eso era una buena noticia para los comerciantes.

Al cabo de un rato compró una manzana y la comió ahí mismo.

Pensaba y pensaba.

¿Cuánto duraría esta paz?

Mordiendo la fruta una última vez, Luciana miró fijamente una joven chica, no mayor a Colette, que iba caminando por las calles con un niño pequeño agarrado de su mano y un bebé cargando en su brazo libre. Su cara demostraba una fuerte fatiga, había ojeras en sus ojos y al parecer estaba comenzando a ganar sobrepeso aunque luciese pálida y cansada, como si no se alimentase ni durmiese bien. Su cabello castaño iba descuidado, apenas amarrado en una trenza larga que caía por encima de su espalda.

Por un segundo, ambas se vieron mutuamente hasta que la joven pasó de ella y siguió su camino. Luciana la siguió con su mirada.

Llevaba ropa vieja y sucia, sus sandalias estaban desgastadas y sus pies cenizos. Tenía una cortada que apenas iba cicatrizando en su pantorrilla derecha. ¿Cómo le habría pasado eso?

Ni siquiera se dio cuenta del momento en el que dejó caer el corazón de la manzana al piso y sus pies siguieron a la chica.

Como si su cerebro se desconectase de la razón, Luciana caminó a unos tres metros aproximadamente, atrás de ella.

El niño que iba sujetándose de su mano, al parecer, no era mayor a los siete años, y como todo niño a esa edad, tenía mucha vitalidad y energía; ganas de correr y jugar por todos lados. La chica, claramente no soportaba oírlo pidiendo esto y aquello o hablando y hablando, por lo que a veces ella se desesperaba y le gritaba porque se callase y siguiese caminando.

Luciana no paraba de ver la herida en su pantorrilla. Era una cortada que ella no pudo haberse hecho en un accidente en la cocina.

"No te metas" le dijo su razón, una que curiosamente sonaba a Gateguard reprendiéndola o dándole sermones.

«Déjame en paz, ¿quieres? Ni siquiera eres el verdadero» le respondió, parpadeando, recuperando algo de lógica.

¿Para qué estaba siguiendo a esta chica que ni conocía?

"Te gusta creer que puedes ayudarlas a todas como a Colette, pero no es así".

«No busco ayudarla… sólo tengo curiosidad».

Y no se consideraba una heroína por haberle extendido su mano a Colette. ¿O sí?

"¿Qué harás si descubres que en verdad es maltratada?"

Luciana no supo cómo responderle a ese Gateguard imaginario que se había creado hace apenas unos segundos.

—Sólo quiero saber —musitó demasiado bajo, nadie a su alrededor se daba cuenta que hablaba consigo misma.

"Aléjate" insistió, "ya tienes suficientes problemas".

La chica dio algunas vueltas por el pueblo comprando escasas verduras y semillas, con Luciana siguiéndola. Al emprender su camino de vuelta a su casa, Luciana se dijo que el camino le era conocido.

«Mira nada más» pensó sorprendida de que aquella chica viviese en la casa que Colette estaba rentando.

"No te busques más problem…".

Antes de que esa vocecita terminase de hablar, Luciana ya se encontraba ubicada tras la puerta, tocando con suavidad.

"Haz lo que quieras". Luego de eso, esa 'presencia', la dejó sola.

Luciana pensó que, quién abriría la puerta sería aquella chica que había entrado, sin embargo, quien la recibió fue el sujeto que ya se había acostumbrado a tratar.

—Buenas tardes —saludó, confundida; quiso ver a través del sujeto para saber si encontraba a la chica, pero el tipo le impidió eso con su enorme cuerpo.

—¿Qué quieres? ¿Ahora vienes tú? ¿Y la mocosa?

—Ella está trabajando —no queriendo poner como excusa 'querer hacer una visita amistosa' dijo la primera idiotez que se le ocurrió—, ¿y ya tiene el dinero de este mes?

—Aún no es la fecha —dijo enfadado.

—Eso significa que no, ¿verdad?

—Eso significa que te largues. Por cierto, ¿qué eres tú de esa niña? —preguntó con frunciendo el ceño—. Si ella es la dueña, ¿qué diablos haces tú cobrando su dinero, eh?

—Soy su prima, y la última vez que vino, me dijo que usted no la trató bien —y ahora que lo pensaba—, así que le advierto: si ya sabe quién es ella y la hace sentir incómoda de nuevo, o se rehúsa a pagar cuando venga, lo obligaré a desalojar la propiedad.

No estaba de humor para soportar los comentarios de este desagradable ser. Admitía que había sido un error imprudente haberse acercado a la casa de ese modo en su afán de seguir a la misteriosa chica, sin embargo… ya que estaba aquí, le pondría las cosas claras a este gordo.

—¿Y quién se supone que me va a sacar? ¿Tú? —se rio el tipo.

—No me ret…

—Sí, ¿quién se supone que va a hacer que este idiota se largue de la casa de mi mujer?

Esa tercera voz a sus espaldas le dio mala espina a Luciana.

El tipo gordo, apenas vio atrás de ella, reaccionó con muchísimo miedo, metiéndose a la casa, cerrando la puerta de golpe.

—¿Y bien? —siguió hablando en un tono aparentemente tranquilo, que ocultaba una preocupante emoción que Luciana sí supo identificar: ira—. ¿Le molestaría acompañarme?

«No puede ser… no puede ser…» cerró los ojos, tratando de inhalar profundo. Abriéndolos, ella se hizo a la idea de que se encontraba justamente en el camino del tipo equivocado.

—¿Sabía que por ganar dinero a base de engañar a una jovencita puedo hacer que le corten la cabeza?

Sin esperar a que Luciana se girase por sí misma, este hombre le puso una mano sobre su hombro y la obligó a darse la vuelta y darle la cara.

Ella esperó a ver a un sujeto con la descripción que Mateo le había dado y ella a su vez, había pasado a Gateguard y Hakurei, más no esperó hallarse con otro hombre muy distinto al que se supone, perseguía a Colette.

—¿Quién eres tú? —le preguntó confundida, y sí, muerta de miedo; porque veía en los ojos de este sujeto (que llevaba una maldita armadura de bronce) una fuerte intensión de hacerle daño. Él quería lastimarla.

—La pregunta es: ¿quién te crees tú para alejar a mi mujer de mí?

—¿Tu mujer? —Luciana frunció el ceño—, no puedes estar hablando de Colette. Es una niña.

—Sabes que hablo de ella, estúpida. —Le sujetó tan fuerte el brazo que Luciana casi gritó de no ser porque este tipo llevó la otra mano a su boca—. Grita y te mueres, ¿oíste bien?

Agitada, alterada, con el corazón palpitando fuerte, Luciana asintió varias veces con su cabeza.

—Ahora, camina. Sin hacer ruido.

Este tipo, joven y físicamente no tan feo como uno se esperaría, sujetó a Luciana y la llevó a las afueras del pueblo, donde lo primero que hizo fue arrojarla contra el tronco de un árbol.

El golpe hizo que ella gritara de dolor, cayendo a la tierra. Algo en su espalda se rompió, eso seguro.

—Fue difícil la espera —dijo agitado, más no por haber hecho un gran esfuerzo físico—, pero ya que estamos aquí… ¡levántate!

Temblando, parte por el dolor, y parte por el miedo, Luciana apenas se había puesto en cuatro cuando un pie golpeó su abdomen, devolviéndola al tronco.

—Quizás eso te enseñe a no meterte donde nadie te llama, mujer —espetó, acercándose para sujetarla de la ropa, alzándola para verla a los ojos—. Ahora, escúchame bien, sé que Hakurei de Altar está merodeando por la posada, ¡durante casi todo el maldito día! Haciendo quién sabe qué, te he visto hablando con él, y si no le dices que se aleje, ¡voy a arrancarte la cara!

Usando una fuerza descomunal, la empujó contra el tronco del árbol. Su cabeza golpeó tan duro que ella perdió el sentido por casi 10 segundos; él la volvió a sujetar, le dijo algo más, pero ella no pudo oírlo bien; un zumbido y su vista nublada le impidieron seguir pensando.

¡Des… pierta! Bru…ja… mal… di… ta —lo oyó lejano, una cachetada; más dolor—. ¡Despierta!

Reaccionando de forma instintiva, ella alzó las manos hacia su rostro, ya no razonando lo que pasaba. Su cuerpo trataba de defenderse, pero era imposible; estaba a merced de un enemigo mucho más fuerte físicamente que ella.

Lo que bajaba de ambos agujeros de su (tal vez, rota) nariz, ¿era sangre?

Un tirón de su ropa la hizo volver a mirar la cara del ser que la maltrataba. Había una injustificada furia en sus ojos.

—Más te vale haber entendido que quiero a Hakurei de Altar lejos de Colette, ¡lo quiero lejos de mi camino! —y como si hubiese sujetado un pedazo de basura, él la soltó para que cayese al piso.

El dolor en todas sus extremidades hizo imposible la tarea de Luciana de poder siquiera recordar que había estado haciendo en las últimas horas.

Él se arrodilló a un lado suyo.

—Ya sea esta noche o la siguiente, yo voy a ir por ella, y como vea a ese idiota merodeando; estorbándome… no tendrás tanta suerte, ¡considérate avisada!

Un fuerte puñetazo más fue a parar a su rostro.

¿Eso que crujió, había sido su nariz?

La oscuridad invadió su mente; diversos susurros inentendibles sonaban con delicadeza a su alrededor al mismo tiempo que su cuerpo se sentía navegando sin rumbo a un sitio desconocido.

Voces que parecían ser de gente que no recordaba, pero sonaban familiares, la envolvieron por medio segundo:

»¡¿Ir a un doctor?! ¡¿Para qué?! ¡No me interesas ni tú ni ese estúpido mocoso! —esa era la voz de un hombre; un hombre mayor, con voz ronca gracias al exceso del alcohol—, ¡tú inservible, él inservible! ¡Hazme un favor, muéranse los dos!

»Si no le das un bebé sano a tu esposo, es obvio que él se enojará. Es culpa tuya tener un hijo tan débil —esa era la voz de una mujer; una anciana. Tampoco sabía quién era o si esas palabras se las había dicho a ella o a alguien más.

»¡Por favor! ¡Por favor, ayúdame a recibir a mi bebé! ¡Duele! ¡Duele mucho! —una mujer joven. Adolorida, triste y desesperada.

¿Quién serían todas esas personas? ¿Por qué se sentía tan mal al oírlos?

»No puedo ayudarte a recuperar lo que perdiste… podré ser un dios, pero no tengo esa habilidad —ese era el oneiroi. Estaba segura de eso.

¿Qué sería eso que estaba oyendo?

¿Serían alucinaciones de su cabeza?

¿Estás seguro de que está bien?

Esa voz era de… ¿Margot?

Poco a poco la tenue luz de una vela fue guiando a Luciana al mundo de los vivos, otra vez.

—Lamento mucho este descuido, no creí que…

Y ese era… ¿Hakurei de Altar?

—¿No creíste que dejarla sin vigilancia por un día entero iba casi a costarle su vida? —siguió espetando ella con indignación—. Sabes que el que Luciana haya desaparecido por muchas horas y luego fuese encontrada a mitad del bosque no fue una coincidencia.

A pesar de poder abrir los ojos otra vez, Luciana no podía moverse y apenas era capaz de seguirles el paso a Margot y Hakurei en su conversación. La cabeza le zumbaba y sus pensamientos no estaban en orden. Parecía que tampoco era consciente todavía de que ya podía hablar.

—No había heridas, pero tenía residuos de un cosmos desconocido —musitó Hakurei pensativo—, me pregunto si él le hizo algún daño y luego la curó para evitar dejar un rastro.

—Déjate de preguntas estúpidas cuyas respuestas son más que obvias —gruñó Margot—. Al menos ya tienen a su sospechoso, ¿no?

—Sí, ya fue apresado. Se perdió de vista durante las horas en las que Luciana desapareció y según algunos testigos, él estaba cerca de las afueras del pueblo cuando la encontramos —respondió realmente intimidado por el tono de Margot—. Lo siento otra vez, pero, luego de seguir sus pasos por varios días, no creí que fuese realmente el tipo que buscábamos.

—¡Es evidente que no lo pensaste! —gritó Margot—. Pero da igual, al menos esta pesadilla se terminó y tanto Luciana como Colette estarán bien.

Recuperando algo de sentido, Luciana parpadeó y con esfuerzo, fue sentándose sobre su cama llamando la atención de Margot y Hakurei. La primera en reaccionar fue la pelirroja quien, aparentemente, dejando a un lado los sentimientos negativos tras su discusión, se lanzó sobre Luciana para ayudarla a mantenerse sentada.

—Gracias a Zeus, ya despertaste —musitó ella, sosteniéndola de un brazo, impidiendo que Luciana se levantase de la cama—. Espera, espera. Aún no.

—¿Ya anocheció? —preguntó comenzando a exaltarse, apartando a Margot para mirar a Hakurei—, ¿y Colette? ¡¿Dónde está Colette?!

—Está con Nausica, en su casa —respondió Margot—, tranquila. Nausica la llevó con ella para que no te viese y se preocupase. Ella no sabe que fuiste interceptada.

—¡¿Qué locura es esa?! —exclamó asustada—, ¡no! ¡Colette debe estar aquí con nosotros! ¡Conmigo!

—Calma, calma —pidió Hakurei acercándose también—, el tipo que te atacó fue encerrado, ya todo estará bien.

—¿Cómo dices? —Luciana lo miró pasmada.

—Una niña te encontró al atardecer cuando jugaba con sus amigos; avisó a sus padres y ellos nos llamaron a nosotros —explicó Hakurei—, no puedo creer que Argol se haya atrevido a actuar de ese modo; lo estuve vigilando muy de cerca —insistió—, y durante todos estos días no encontraba nada raro en él, pero bastó casi dos horas fuera de mi vista para que te atacase.

—¿Argol? —preguntó Luciana, frunciendo el ceño.

—El tipo que amenazó a Mateo, ¿recuerdas? —explicó Margot.

—No…

—Sí, cuando lo detuvimos y le preguntamos a Mateo, él confirmó su identidad —explicó Hakurei—; seguro te hizo algún daño físico o mental para dejarte desmayada y luego te curó en un intento de desviar nuestra atención, pero no le funcionó; ya lo teníamos en la mira.

—No… ese… no era…

Atemorizada hasta el fondo de su alma, Luciana mascullaba incoherencias, tratando de recuperar algo de control. Aunque sus heridas físicas hayan sido curadas y su ropa reemplazada con un camisón blanco de tirantes, la cabeza de Luciana le punzaba y no podía formular frases coherentes.

—¡Hey, no te alegres! —le gritó Margot a Hakurei—. ¡Casi mata a mi amiga!

—Esperen…

—Lo siento, de verdad —dijo Hakurei con pena—. Bueno, obviamente Argol negó todo y trató de poner una excusa como que un amigo suyo lo llamó para quién sabe qué al bosque, pero…

—¡No! ¡No entienden!

Los dos dejaron de hablar para prestarle atención.

—Están tras el tipo equivocado, o tal vez sean dos… —suspiró adolorida; de verdad, su cabeza la estaba matando—. El que me atacó… no era nada como lo describió Mateo.

—¿De qué estás hablando? —musitó Margot, pasmada—. ¿Cómo que hay dos?

—¡Tengo que salir de aquí! —salió de la cama en dirección a la puerta—. ¡Tengo que ver a Colette!

Luciana estaba demasiado alterada, hablaba, o más bien, gritaba sobre dos tipos distintos y sobre que seguramente habían apresado a uno, pero otro seguía oculto y era ese el que iba tras Colette, pero pronto Hakurei al ver el grado de su agresividad y sus erráticos movimientos, la noqueó con un débil golpe de cosmos directo hacia su mente para ponerla a dormir otra vez.

Mirando al santo de plata sujetar a Luciana y ponerla de vuelta en la cama, Margot suspiró.

—¿Crees que ese sujeto le haya hecho algo a su cabeza cuando la atacó y ahora Luciana esté alucinando con otra persona? —preguntó mirando a su amiga dormir—. Es decir, si yo amenazara a alguien y tuviese el poder de ocultarme tras otra apariencia, no dudo que lo haría.

—Las pruebas confirman que Argol era el santo más cercano a Luciana cuando la encontramos en el bosque —respondió Hakurei—, por otro lado, tu jefe, Mateo, nos dio la descripción exacta de aquel que los amenazó. A menos que tú o tu otra amiga nos digan que recuerdan a otro sujeto amenazando a tu jefe o teniendo acercamientos indebidos o sospechosos hacia Colette… Argol es el culpable.

Pensativa, Margot se llevó un dedo a sus carnosos labios.

—¿Y si Luciana tiene razón? ¿Y si hay dos?

—Entonces Argol deberá entregarlo. Dijo que un amigo suyo, Seinos de Boyero, lo citó para hablar cerca de la herrería al extremo norte del pueblo, pero no se presentó.

—Y gracias a esa declaración ese tal Seinos, ¿podría ser un sospechoso también?

—¿Crees que no lo consideré? —preguntó Hakurei desanimado—. Hace poco intercepté a Seinos y le hice las mismas preguntas que te has de imaginar: ¿dónde estabas? ¿Por qué no acudiste a tu cita con Argol? ¿Para qué iban a verse? ¿Qué sabes tú de todo esto?

—¿Y?

—Para empezar, comprobó que a la hora del ataque, él estaba comprando flores a unos ancianos porque le dieron lástima y quiso ayudarlos. Ellos me confirmaron que hablaron por mucho tiempo con él, y por eso Seinos no pudo ir puntual a su cita con Argol.

—¿Para qué lo citó, para empezar?

—Argol dijo que Seinos no le quiso decir para qué le había hecho ir hacia allá. Pero Seinos declaró que sí lo había hecho, supuestamente se iban a encontrar para hablar con el herrero acerca de los precios para unas nuevas pesas de entrenamiento.

—¿Quién dice la verdad? —preguntó confundida.

—Los dos sonaban muy seguros de lo que decían. O son muy buenos mintiendo…

—O solo uno de ellos está diciendo la verdad, y el otro es el que es bueno mintiendo.

—Puede ser una posibilidad. Aunque, por simples sospechas no podemos retener a Seinos como a Argol.

—¿Por qué? Sólo tomen a los dos, interróguenlos por separado con fuerza bruta hasta que uno de los dos se rompa como un huevo y ahí tendrán a su culpable.

—No podemos hacer eso.

—¡¿Por qué no?!

—Porque va en contra de las leyes de Athena usar la tortura física, mental o espiritual, como un medio para conseguir información.

Poniendo los ojos en blanco, Margot lanzó un graznido de fastidio.

—¿Entonces? Exactamente, ¿por qué retienen a Argol? —se cruzó de brazos por debajo de sus pechos, resaltándolos tanto que Hakurei se avergonzó por haberse dado cuenta de eso así que miró a otro lado.

—Se le retiene por amenazar a un civil —tragó saliva—, y por la sospecha de un ataque a otro.

—¿No se le retiene por las amenazas contra Colette y por seguramente haberla atacado en su lecho? —preguntó ella, pasmada.

—Declarar que ella es su mujer no se considera una amenaza a menos que esa chica presente daños en su cuerpo o mente. O ella misma declare que fue atacada por él, y para eso, debe señalarlo frente a alguno de nosotros.

Bajando su mirada al piso, Margot se dijo que Colette no presentaba nada de eso en la actualidad, y si lo hacía, seguramente no querría hablar y mucho menos recordarlo. Con lo mucho que debería estarse alegrando de tener una vida diferente sólo para que ellos la tomasen y la obligasen a enfrentar cara a cara a uno o dos posibles maltratadores.

Dioses…

Durante mucho tiempo Margot le insistió para que se abriese un poco y confesase si su hermano la dañaba de alguna forma, pero Colette siempre había tenido miedo de hablar, desviaba el tema de conversación y ahí quedaba el asunto, hasta que cualquier marca en su piel se desvaneciese y su actitud apenas viva se recuperase.

Cuando el hermano de Colette desapareció para reaparecer en un agujero acompañado de otros cadáveres, Margot consideró una coincidencia enorme que justo por esos tiempos, Colette haya decidido irse con Luciana a su casa. Luciana, con quien casi no hablaba. ¿De dónde había surgido tanta confianza entre ellas de pronto?

Luego, estaba la reacia negatoria de Colette para despedir a su hermano y dejarle monedas en sus ojos. Por si todo eso no fuese poco, estaba su actitud. A Colette le bastó con poco tiempo para adaptarse a la vida tranquila de Luciana; y seguir viviendo a pesar del dolor y las dificultades.

No era una noticia para nadie saber que si un hombre tomaba a una mujer, aun en contra de los deseos de ella, ya podrían considerarse una pareja.

¿Y si ese era el caso con Colette y el tipo que amenazó a su jefe?

Esa última duda no dejaba en paz a Margot desde que se enteró de todo aquel embrollo.

—Hey, dime. ¿Qué tanto vale una mujer en este mundo? —preguntó Margot con seriedad, recordando su antigua discusión con Luciana, a quien miró de reojo.

¿Qué definía el valor de una mujer?

¿Quién les ponía un precio realmente?

¿El precio podía cambiar? Al menos, ¿era necesario que este existiese?

—¿Disculpa?

—El tipo que amenazó a Mateo y le dijo que Colette era su mujer, ya la ha tocado. Esa niña tiene apenas quince años… y esos dos santos seguramente tienen más de veinte —razonó con una sensación de ardor en el estómago debido a sus propios recuerdos dolorosos—. Es más que obvio porqué ese infeliz declara semejante barbaridad. Y si sólo ser tomadas por un hombre como ese es más que suficiente para considerarnos, "sus mujeres", no es motivo de arresto, ¿entonces qué más puede serlo?

Mirando al santo de plata a los ojos, ella descruzó sus brazos para hacer un acto totalmente reprobable que podría costarle la cabeza.

—Imagine que yo soy el hombre y usted la mujer —mientras hablaba, sujetó sorpresivamente al santo de sus mejillas y lo acercó a sus labios; ni siquiera llegaron a tocarse, pero ella quería dejar en claro su punto—. ¿Bastaría con besarlo sin su consentimiento para luego declararlo de mi propiedad?

—Eh…

Sin perturbarse ni un poco, soltándolo, Margot se sentó en la cama a un lado de Luciana.

—No lo había visto tan claro como hoy. Pero aquí las mujeres somos carne. Carne viva… o carne muerta. Cualquiera puede tomarnos, por la fuerza si le place, y luego declarar que le pertenecemos. —Sonrió con una sensación agridulce en su pecho—. Y lo peor es que nosotras debemos sentirnos orgullosas o avergonzadas por eso —se rio sin sentir realmente algo gracioso en esa realidad.

Hakurei de Altar inhaló fuerte tratando de recuperar el control de sus pensamientos.

—Escuche, creo que ha sido una noche larga. Iré a ver a sus amigas para saber cómo están y por la mañana seguiremos con este asunto.

El santo iba a salir de la casa cuando Margot lo llamó.

—Espere. Antes de que se vaya, por favor, prométame algo.

—¿Sí?

—Ese hombre, Seinos de Boyero. No le quite la mirada de encima, algo me dice que él también es culpable de algo.

—Podré vigilarlo, pero sin motivos reales para apresarlo, sólo podré hacer eso.

Margot le sonrió con tristeza.

—Las leyes en este sitio no nos protegen como deberían.

Sin saber cómo responder a eso, Hakurei simplemente se fue de ahí.

Esperando a que él cumpliese con su trabajo, Margot miró a Luciana dormir.

—Aunque te doy la razón en algunas de las patrañas que nos dijiste, no creas que me oirás diciéndotelo en voz alta, ¿te queda claro? —se levantó de su lugar cerrando bien la puerta del cuarto y apagando la vela—. Ahora descansa bien, nos veremos por la mañana.

Por la mañana no fue demasiado pronto ya que a mitades de la madrugada, Luciana volvió a abrir los ojos, pero esta vez con un poco más de calma, por no decir frialdad.

Sus ojos brillaron en la oscuridad mientras se levantaba y, como si estuviese actuando en automático, en total silencio para no despertar a Margot que dormía en la cama de Colette, abría la puerta de su propio cuarto, tomando dirección a la casa de Nausica.

No le importó pasearse descalza ni en paños menores. Tampoco le importó que estuviese lloviznando afuera y haciendo un frío molesto.

Luciana no detuvo sus pasos, sin nada pasando por su cabeza, hasta que llegó a la casa de su amiga y para su (no tanta) sorpresa, notó que la puerta se hallaba forzada, completamente rota.

Abriéndola, internándose con pasos pequeños, Luciana descubrió dos cosas.

1.- Quien sea, cumplió su amenaza.

2.- También se había llevado a Nausica.

El interior de la casa estaba oscurecido y hecho un desastre, Luciana caminó entre un par de ancianos, mujer y hombre; y una mujer madura rubia; se acercó al cuerpo de un santo de bronce, rubio también, todos se hallaban derrumbados en el piso. A todos les tocó los cuellos descubriendo que sus corazones aún latían.

Parpadeando con lentitud se preguntó dónde debería empezar a buscar.

Recordando que momentos antes de su ataque, el cerdo que le rentaba su casa a Colette, parecía conocer al otro cerdo que casi la mata a golpes, Luciana salió de la casa no sin antes tomar un afilado cuchillo que estaba cerca del fogón.

Sin preocuparse realmente por las diminutas gotas de agua que caían encima de ella, la oscuridad de la madrugada, o por el viento en sí, Luciana recorrió un largo camino a pasos lentos, antes de llegar a la antigua casa de Colette. No había luces, ni en esa, ni en las otras casas de alrededor.

—¡¿Quién es?! —exclamó el tipo de esa mañana, abriendo la puerta.

Apenas hizo eso, Luciana, con una fuerza que ni ella sabía de dónde había salido, pateó al hombre en su rodilla, causando que este perdiese el equilibrio y cayese al piso de culo. Hacer eso le dolió también a ella, pero se tragó dicha sensación y la transformó en furia.

Gordo y grande, era casi impensable que una mujer de su tamaño lo doblegara así, y además, ella entró a la casa parándose atrás de él, abrazándolo del cuello con un brazo y con la otra mano, presionó el cuchillo sobre su yugular sin llegar a cortar.

—¡¿Dónde está?! —le gritó al oído, embravecida, sintiéndose más fuerte que nunca.

—¡Oye… oye…! —sentir el filo sobre su piel, le quitó al gran hombre todo valor—. ¡Espera!

—¡Vas a decirme, ¿dónde está ese infeliz que me atacó esta mañana?! ¡Tú sabes quién es! ¡Dímelo! ¡Ahora!

—¿Qu-é? N-n-no sé qui-quién es…

Un grito femenino resonó cerca de ellos, pero eso no paró a Luciana, quien no aflojó su agarre; es más, presionó con más fuerza, incluso ella sintió un poco de sangre caer sobre su brazo.

—¡¿Quién es?! ¡¿Cómo se llama?!

—¡No lo sé!

—¡¿Cómo se llama?!

—¡No lo sé, lo juro!

Sin tener la intención de parar, Luciana cambió su pregunta.

—¡¿Dónde vive?! ¡¿Dónde lo encuentro?!

—¡No sé quién es ni donde vive, maldición! ¡Sólo lo he visto una vez aquí y fue cuando me amenazó para que le dijese quien me había dejado vivir aquí! —gritaba rápido.

—¡¿Cuándo fue eso?!

—¡Por favor, suelta a mi esposo! —exclamó la mujer, sintiendo bastante pánico.

—¡Responde!

—¡Aaah! ¡Menos de un mes! ¡Menos de un mes! —por su voz adolorida, Luciana supo que estaba siendo sincero—. ¡Dioses! ¡Por favor!

Temblando, furiosa, Luciana se alejó del tipo quedándose afuera de la puerta; este fue sujetado por su mujer; alguien completamente distinta a la chica que ella había seguido esa mañana. Eso no la distrajo por mucho tiempo; ya daba igual.

—¡Volveré, y más te vale que pagues lo que debes sin comentarios estúpidos o cualquier otra de tus ridiculeces! —advirtió con el cuchillo apuntándole—, ¡¿oíste?!

Llenos de miedo, el tipo y su esposa asintieron con sus cabezas; él llevándose una mano a su cuerpo el cual sí tenía una leve cortada que todavía sangraba.

Dispuesta arrancarle la cara a ese miserable, Luciana salió de esa casa y se dijo que, aunque tuviese que pasearse por todo Rodorio en medio de una tormenta… ¡aunque tuviese que levantar cada maldita roca y arrancar cada puto árbol…!

—No sigas… estás debilitando el sello —le susurró la voz de Penélope—. Déjanos el resto a Haidee y a mí.

Apenas oyó eso en su cabeza, Luciana sintió que volvía a tener el oído disponible para escuchar con claridad no sólo a Penélope, sino también al agua que caía; además de que su cuerpo ya estaba empezando a sentir el frío de la noche. Estaba temblando y sus dientes traqueteaban entre sí.

¿Dónde más debía buscar?

El zumbido de su cabeza volvió, obligándola a agacharse mientras aguantaba los quejidos de molestia.

De pronto recordó que, hace algunos años, en la misma lluvia, ella ya había estado paseándose por las calles de un pueblo desértico en la búsqueda de una niña.

—Vuelve a casa. No sigas.

Esta vez oyó al oneiroi, no a Penélope.

—Estás cayendo en una trampa. ¡Lo que viste es falso! —esa sí fue Penélope—, ¡vuelve a tu casa! ¡Arruinarás todo si sigues!

¿Volver a casa? ¿Había visto algo falso?

No, Luciana sabía lo que había visto y sentido.

Pero las dudas llegaron rápido para confundirla. ¿Realmente había ido a casa de Nausica a comprobar que todo estuviese en orden? Ya ni siquiera podía rememorar lo que había encontrado allá.

—¡No lo viste!

Luciana negó con la cabeza deseando que la Penélope "de su cabeza" se callase de una buena vez.

¿Por qué no podía recordar bien si había ido a la casa de Nausica o no?

¿Debía volver y comprobar lo que creía haber visto?

—¡Eres un verdadero fastidio! —exclamó el oneiroi—, ¡haz caso! ¡Vete a tu casa! ¡A tu casa! —repitió eufórico.

No. Debía volver a la casa de Nausica.

¡No! ¡No debes! —exclamó Penélope.

¿Había ido antes?

«Sí, acabo de ir. Encontré a todos desmayados, Nausica y Colette no estaban… por eso fui a la casa del gordo. Porque él sabe quién era ese hombre que me golpeó» se iba diciendo mientras miraba la entrada del hogar de una de sus amigas.

Al intentar empujar la puerta otra vez, se encontró con que esta estaba cerrada.

«¿Qué es esto?»

Insistió en abrirla, pero fue inútil, así que prosiguió golpeando la madera con fuerza, ayudándose con el mango del cuchillo.

Apenas alcanzó ocultar el arma atrás de su espalda cuando la puerta se abrió mostrando las caras de dos hombres, que estaban aquí Luciana frunció el ceño, abriendo por completo sus ojos ante la impresión.

—Ah, eres esa mujer, ¿vienes acompañada por Hakurei? —dijo el mismo santo rubio que ella había encontrado desmayado junto a los abuelos y la madre de Nausica.

¿Había despertado ya? ¿Cómo es que podía estar tan tranquilo?

Luciana negó con la cabeza, sin decir nada.

Su voz se había ido cuando sus ojos se posaron en la cara del otro santo que estaba en el interior de la casa de Nausica.

«Es él» pensó, entre aterrada y furiosa, sintiendo como su vista se nublaba por breves segundos y se tambaleaba.

—¿Está bien, señora? —la sujetó de los hombros, el santo rubio—. ¿Qué hace aquí? Si quiere saber cómo están sus amigas, ellas dos y las otras personas que viven aquí, están bien.

Luciana oía al santo de bronce enfrente de ella, pero sus ojos estaban fijos sobre la otra figura atrás de él. Este la miraba sin aparente expresión en su rostro, pero, en sus ojos, podía verse un brillo malicioso y burlón.

—Pase, no es seguro que se quede afuera con este frío —la invitó a pasar. Luciana de forma automática se las ingenió para no dejar ver su espalda, o sea, el arma que llevaba.

Tenía el cuchillo… ¿de verdad todo estaba en orden en la casa de Nausica o esto era una alucinación?

Parpadeando lento, sin quitarle la mirada de encima a quien sabía, fue su atacante, Luciana permitió que el santo rubio la guiase a una silla y la ayudase a sentarse. Por suerte, él no vio lo que ella trataba de esconder.

—Hakurei de Altar me pidió que viniese —le dijo el santo, ajeno a las miradas afiladas que Luciana y ese tipo, se mandaban entre ellos—. No tiene mucho que entré; me dio pena con la abuela, despertarla a esta hora, ya sabe. Afortunadamente me encontré con Seinos, que se ofreció a ayudarme —señaló a la tercera figura, que se mantenía de brazos cruzados, viéndola de vuelta—, sé que si quedo dormido, él vigilará por mí.

El chico era bastante amigable, y al parecer decía la verdad. O eso Luciana quería creer.

Entonces, cuando ella entró aquí… ¿la casa estaba sola?

¿Nada de nada había pasado? ¿Todos (incluyendo a Nausica y Colette) habían estado dormidos? Pero, ¿cómo pudo pasearse por una casa llena sin que nadie la notase? ¿Por qué la puerta había estado abierta?

¡Tenía un jodido cuchillo en sus manos que demostraba que sí había estado aquí!

—Estaremos en esta casa hasta que salga el sol —siguió hablando el santo de bronce desconocido.

Volviendo a centrar su mirada en aquel que la observaba de vuelta, Luciana apretó su mano sobre el mango del cuchillo cuando oyó una tercera voz en su cabeza; el oneiroi y Penélope parecían haberse esfumado:

—¿No te bastó con lo de esta tarde? —su fastidioso tono la enfadó aún más; pero Luciana no hizo nada, se mantuvo callada mientras el santo rubio parecía no enterarse de nada—. Hakurei puso a un idiota para "cuidar" de Colette, y si te creíste que matarte estaba en mis planes, te equivocaste. Sé lo que acabas de hacer, sé lo que ocultas tras tu espalda. Cuando el sol salga, tú serás ejecutada por atacar a otras personas, y por fin Colette será libre de ti.

Aunque no ocurrió, Luciana casi pudo oír a Penélope y el oneiroi diciendo: "te lo dije".

¡¿Por qué diablos no habían sido más claros?!

Tragando un poco de saliva por su garganta reseca, Luciana tembló más.

¿Qué estaba haciendo?

¿De verdad había amenazado de muerte a un hombre que le triplicaba el peso? ¿Sería condenada por eso?

¿Qué acababa de hacer?

—No tienes idea de lo mucho que disfruto ver cómo un plan tan pequeño resulta en lo que yo más anhelo: tenerte lejos de mi mujer. —Incluso oyó su asquerosa risa.

«El hombre que atrapó Hakurei, ¿está contigo en esto?» no queriendo admitir que un gigantesco miedo la envolvía con rapidez, Luciana hizo esa pregunta sin saber si ese tipo la escucharía o no.

Sí… pero él no lo sabía —volvió a reír—, da igual, lo liberarán rápido. En cuanto a ti, no creo que haya poder en este mundo que te salve de morir por casi matar a un hombre.

El santo rubio había dicho algo sobre traerle algo para que se cambiase la ropa húmeda, dejándolos solos a ellos dos.

—¿Cómo es que todo está en su lugar? —susurró Luciana, con las sienes punzándole con mucha fuerza.

—Hacer que criaturas tan inferiores como tú y tu estúpido amigo del restaurante vean y escuchen lo que a mí me apetece, no es un reto. —Fue entonces que la comisura derecha de su boca se alzó un poco.

—Entonces… no importa lo que haga… ya estoy muerta…

La sonrisa del sujeto se completó.

—No importa lo que hagas.

Sosteniéndole la mirada por rato, Luciana puso su mente en blanco. Su cuerpo se levantó de la mesa, sin soltar el cuchillo. Fue hasta el fogón, dejándolo justo donde lo encontró, como una muestra de resignación.

—Al fin lo entiendes, ¿no? —él cerró sus ojos, cruzándose de brazos, con superioridad—. Pero ya es tarde. Estás prácticamente muerta, y no tuve que hacerlo yo.

El santo rubio volvió con una manta color marrón para ella, sin embargo, apenas él la puso sobre sus hombros, Luciana volvió a tomar el cuchillo y dio tres grandes pasos que la llevaron hasta el tipo, pudiendo enterrar todo el filo en su entrepierna.

Ya estaba muerta de todas formas.

Enfurecida, como nunca en su vida lo había estado, metió y sacó el cuchillo de la carne, metió y sacó, volvió a apuñalar con fuerza, ¡con toda su rabia!

Sangre escurrió por sus manos, ella lo siguió al piso cuando las piernas de él flaquearon.

Volvió a apuñalar.

Mal momento para que no llevase su armadura.

El santo rubio, que al parecer se había quedado congelado en su sitio, reaccionó y la apartó de él, quiso retenerla con un abrazo, pero Luciana de alguna parte logró sacar una fuerza inhumana para soltarse y volver a arremeter contra él, quien se retorcía en el piso haciendo presión sobre su zona afectada.

El piso estaba cubriéndose con sangre.

Luciana volvió a arremeter en su contra; esta vez apuñaló esa mano que le impedía cortar por completo su miembro, con las firmes intenciones de tomarlo y metérselo en su boca.

No, esta vez no era una de esas amenazas que se hacían al aire. Realmente quería hacerlo atragantarse con esa asquerosa parte suya.

«¡No volverás a tocar a Colette!» apuñaló con fuerza, «yo me voy al infierno, pero te arrastraré conmigo, maldito, maldito! ¡Asqueroso! ¡Cerdo!»

El santo rubio volvió a sujetarla para apartarla de él; los abuelos y la madre de Nausica despertaron y se juntaron para saber qué estaba pasando, encontrándose con algo horrible.

Nausica y Colette aparecieron después solo para gritar aterradas.

La mayor tapó los ojos de la menor y la sujetó contra ella.

Luciana no estuvo del todo consciente de lo que acababa de pasar o cómo fue que llegó hasta una celda, pero al recuperar cierta lucidez, no se arrepentiría del todo de lo que acababa de hacer.

No se sentía mal, ni por el gordo que había amenazo. Ni por el imbécil al que apuñaló.

Vaya… era como si esta no fuese la primera vez que hacía algo así.

¿Cómo podían cambiar las cosas de un momento para otro?

Hace algunas horas ella estaba en el restaurante de Mateo pensando que nada fuera de lo normal había pasado desde que Gateguard se fue. Ahora estaba siendo encerrada en una celda por el mismísimo Hakurei de Altar y su hermano gemelo, Sage de Cáncer.

»¿Qué pasó? ¿Qué hiciste? —insistió Hakurei, sujetándola de los hombros; luego se volvió hacia el santo rubio, embravecido—, ¡¿qué diablos estaba haciendo Seinos ahí?! ¡Te dije que él no tenía permitido entrar a esa casa! ¡Debías avisarme si lo veías cerca!

»Lo-lo si-ento, se-ñor. Pero… pero… yo… no lo recordaba. No sé qué pasó —el pobre santo no sabía cómo excusarse.

Y mientras Hakurei regañaba al pobre chico, su gemelo fue el siguiente en posarse frente a una Luciana completamente ida de la realidad.

»Tienes que decirnos qué pasó —quien le dijo eso, fue el santo de cáncer, Sage—. ¿Me oyes?

Sí, y no.

Casi no podía entenderles. Aunque los tenía cerca, movilizándose y haciendo quién sabe qué, las voces de ambos se oían tan lejanas que apenas parecía ser cierto lo que acababa de hacer.

¿Era normal que viese todo ocurrir en cámara lenta y borrosa?

—Maldición, si no habla, seguro la ejecutarán mañana —bisbiseó Sage.

—Luciana —la llamó Hakurei por milésima vez—, vamos, di algo, por todos los dioses.

Justo cuando los gemelos habían perdido la esperanza en oírla, ella abrió la boca.

—Quiero… ver… a Gateguard —oyó su propia voz diciendo eso.

Las figuras de los dos hermanos se miraron entre ellos antes de salir de la celda hablando entre ellos. Claro, no sin antes cerrar con seguro la puerta de barrotes.

Ella, todavía ensangrentada y mojada, se sentó sobre la incómoda cama de madera sin colchón, y esperó ahí.

Gateguard… de verdad… quería verlo.

Cerró sus ojos con lentitud, luego dejó caer su cabeza hacia abajo.

—Lucía… ¿estás bien?

—Púdrete —bisbiseó a la voz del oneiroi—, eres tan útil como un barril sin fondo. ¿Por qué no me dijeron de la trampa? —gruñó entre dientes.

—Te lo dijimos —respondió Penélope—, te dijimos que parases y volvieses a tu casa. Pero no hiciste caso.

—Son dioses —masculló ida—, ¿no pudieron detenerme de otra forma además de hablar?

—No puedo salir de la Casa de Cáncer, creí que Hakurei de Altar estaba contigo hasta que sentí mi sello del olvido a punto de romperse, y pude saber qué estaba pasando —respondió el oneiroi.

¿Su sello de qué?

—Yo estaba vigilando a los peones de mi padre en Tebas cuando también sentí el sello de mi hermano, debilitarse en ti. Fue entonces que te hablé por medio de mi cosmos —dijo Penélope con la voz entrecortada—, no podía permitirme ser descubierta por ellos trasladándome a Rodorio de golpe. Aunque no lo creas, temo mucho que ataquen ese pueblo más pronto de lo que imaginé. Lo siento, pero la omnipresencia no está entre nuestras habilidades y tampoco contemplábamos qué harías algo así luego de ser atacada. Creímos que ni siquiera podrías levantarte de la cama. ¡No debiste salir de tu casa para empezar! ¡Nosotros nos íbamos a hacer cargo!

Luciana parpadeó lento.

«Así que interrumpí sus planes» sonrió sin ganas—. ¿Y ahora qué va a pasar?

—Nada bueno. Athena seguro no estará nada feliz con lo que has hecho —respondió el oneiroi—. Sea como sea, tal vez Gateguard de Aries sea el más idóneo para ayudarte ahora.

Eso ya no me preocupa —susurró—, menos mal que pude terminar con este infier… —movió sus pegajosos dedos llenos de sangre seca.

—No lo mataste —la interrumpió Penélope con fastidio.

Sintiéndose caer por un abismo, Luciana percibió el temblar de todo su cuerpo.

—¿C-cómo…? ¿É-él so-brevivió?

—Sí, y… gracias por guiarnos hasta él. Te engañó a ti y a ese otro santo debilucho usando habilidades psíquicas de ilusión, pero eso no funciona con nosotros los dioses. Pudo haber sobrevivido a tu ataque, pero no a nosotros. Como sea, él está más que muerto y no debes preocuparte nunca más por volverlo a ver —fue lo último que oyó de Penélope.

—Aguanta un poco, Lucía, seguro que el santo de aries sabrá cómo ayudarte. Y en caso de que él no pueda hacerlo, yo buscaré la forma de compensar tu ayuda, por ahora, trata de descansar —dijo el oneiroi, dejándola sola también.

"Sello del olvido", "Lucía".

Podría estar con la cabeza hecha un desastre, pero ni así era una idiota. De hecho, sus sentidos estaban en perfecta alerta.

Haidee, el oneiroi, había puesto un "sello de olvido" en ella; la llamó Lucía.

Penélope, se había desenmascarado como una diosa, y además, era obvio que tenía un lazo fuerte con Colette y Haidee, sea quien sea, seguro terminaría lo que Luciana empezó con respecto al tipo que había provocado todo esto.

El "sello del olvido"…

Haidee y Penélope dijeron que por un rato lo sintieron debilitarse, ¿será cuando ella comenzó a oír voces extrañas antes de despertar en la posada con Margot y Hakurei a su lado? ¿O fue en otro momento?

Daba igual… por ahora.

Si de algo había servido su pequeño sacrificio… si con su acto de imprudencia había puesto a salvo a Colette… entonces podía darse por satisfecha.

La cabeza le punzaba, su cuerpo estaba frío.

Acostándose de lado sobre ese incómodo pedazo de madera, Luciana se sintió incapaz de dormir.

Su corazón latía rápido… su garganta estaba reseca…

No sabía qué más hacer. ¿De verdad sólo le quedaba esperar una ejecución rápida y sin dolor?

—¡Lucy!

Los ojos de Luciana se abrieron con fuerza.

No puede ser.

¿Era él?

¿Cómo es que había llegado tan rápido?

—¡Lucy! ¡Oye!

Negándose a verlo por el momento, llevándose las manos a su pecho, cerrándolas sobre la tela ensangrentada de su camisón de tirantes, Luciana se sintió un poco más… en paz.

Oír a Gateguard le trajo más alivio y compostura de lo que podría expresar en voz alta.

—Continuará…—


Nefelibata: Se dice de la persona soñadora, de quien parece estar en las nubes, en la inopia, fuera de la realidad.


Quiero comenzar estas notas diciendo que este capítulo, oficialmente y hasta ahora, es el más difícil y tenso que me ha tocado escribir para esta historia... sé que me espera por lo menos uno más antes de finalizar el fic, pero eso ya lo veremos luego.

No sólo por lo acontecido, sino porque todo tuvo que estar bajo la perspectiva de Luciana, una mujer atacada física y mentalmente.

No olvidemos que si bien Seinos al ser un santo de bronce, es débil en comparación a Hakurei y Gateguard, para una mujer como Luciana y siendo que él usa ataques principalmente de ilusión, el tipo es sumamente peligroso, y ella, es demasiado vulnerable a cualquier ataque suyo.

A Seinos no le costó nada hacer que Luciana se confundiese de esa manera para orillarla a "hundirse sola". Luciana es fuerte, pero es humana, no tuvo entrenamiento como santo y por eso el cobarde ese pudo hacer con su mente lo que quiso.

Pero como podemos ver, al final le salió el tiro por la culata, porque Luciana al estar tan acorralada, mandó todo al carajo y decidió llevarse a Seinos con ella al infierno de la forma más sádica que pudo.

Vale, no logró matarlo como ella quiso, pero como ya pudimos ver, Haidee y Penélope al tenerlo bien ubicado, se harán cargo del resto.

¿Qué creen que pase a partir de ahora?

¿Se condenará a Luciana a la muerte por atacar a un santo y un hombre civil?

Francamente... ni yo misma lo sé XD.

¡Saludos y hasta el próximo capítulo!


P.D: mientras editaba el capítulo escuchaba la canción "Azul mineral" de Lau Crespa, Y ES ARTE.

Si pueden y quieren, escúchenla mientras leen este capítulo.


Gracias por leer y comentar a:

Nyan-mx, camilo navas, Guest, Vaneblue, y agusagus.


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