Noche

XXXVI

Las Heridas del Pasado

—•—

Lo que la muerte dividió.



Ante el ruido, ella abrió los ojos con desgano, se levantó sintiéndose muy cansada, abriendo la puerta de la casa encontrándose con Elora y Haidee, quienes pasaron sin invitación, empujándola con suavidad al interior de la casa.

Una vez adentro, Elora la abrazó con fuerza, la chica incluso temblaba; pero Lucía no correspondió el gesto. No sentía agrado ante su visita sino todo lo contrario. Estaba fastidiada.

¿Qué diablos hacían aquí?

¿De nuevo Haidee estaba en el mundo humano?

—¿No está cerca, o sí? —preguntó Elora sin saber que la noche de ayer, Lucía se había declarado a sí misma: viuda.

Pero eso no tenía por qué saberlo. Lucía sólo negó con su cabeza.

—Menos mal —Elora volvió a abrazarla, recibiendo la misma fría indiferencia.

Lucía no sentía calor. No sentía empatía ni mucho menos satisfacción.

No sentía nada.

—Están juntos —musitó Lucía, viendo a Haidee y luego el cabello rubio de Elora, que todavía la sujetaba.

—Es complicado —respondió Elora soltándola por fin—. Tenemos que irnos de aquí, pronto, escucha…

—Quiero que se vayan —Lucía la interrumpió.

—Sí, tenemos que irnos, pero primero…

—No me estás entendiendo, Elora. Quiero que ustedes; los dos; se vayan. No quiero volver a oírlos, ni verlos.

—Lucía —trató de llamarla Haidee, pero ella ya estaba cansada—, entiendo que quieras un momento para ti, pero no deberías alejart…

—Quiero que los dos me dejen en paz —les espetó.

Dio dos pasos hacia atrás, mirándolos seria.

—Quiero que me dejen. Quiero que se esfumen, que desaparezcan, que se larguen, que no me toquen, que no vuelvan a acercase a mí.

Miró al dios menor y a su amiga, quien se veía profundamente herida con su trato; y a quien Lucía también quería lastimar lo suficiente para que sus palabras quedasen claras. Además, en el interior de Lucía había un gran rencor hacia ella.

—Lucía, yo no quería molestarte…

—Pero lo haces, Elora. Me molestas mucho. Estoy harta de ti, ¿no entiendes? —le dijo Lucía a Elora, quien temblaba a punto de ponerse a llorar—, estoy harta de tu puta debilidad, de tus malditos lloriqueos y de tus estúpidos planes y fantasías de escapar… y la única que paga el precio de eso soy yo, ¡siempre yo! Estoy harta. ¡Harta! ¡Ahora lárguense de mi maldita casa, los dos! ¡Lárguense!

Volvió al cuarto de dormitorio y cerró esa puerta de un golpe. Se acostó de vuelta a la cama, y ahí cerró los ojos sabiendo que aquellos bellos sueños jamás volverían.

Ahora estaba por completo sola, por su cuenta.

Para siempre.

Y, para siempre, era demasiado tiempo. Tenía que conseguir dinero.

«Quiero morir, pero la muerte por hambre es muy molesta… y tardada» se dijo disponiéndose a levantarse al día siguiente en busca de algo que pudiese generarle ingresos.

Con el paso de los días, algunos vecinos la vieron con extrañeza caminando por las calles, tal vez porque ella estaba sola y no acompañada por Elora o su (muerto) esposo.

Tratando de hacer oídos sordos y oídos ciegos a ese escrutinio, Lucía preguntó en cada negocio de comercio lejos de su casa si necesitaban a alguien que ayudase a cambio de algo de dinero.

El primer día no tuvo mucha suerte y sólo recibió negatorias. Por suerte pudo tomar del suelo algunas verduras para poder lavarlas y comerlas.

Al segundo día, Lucía encontró a una mujer que, por ayudarle a lavar la ropa en el río más cercano, le dio algunas monedas que le ayudaron para desayunar y comer. Tuvo que irse a la cama sin cenar.

El tercer día, pudo conseguir un pequeño trabajo ayudando a un sastre a mover telas y doblando prendas.

El tercer día, ayudó a unos verduleros a cargar cajas y vender su mercancía durante todo el día. Serían estos quienes le sugerirían pedir trabajo en una taberna, que buscaba camareras. Y en efecto, ahí, al verla, joven y soltera, decidieron contratarla.

Por supuesto, Lucía tuvo que mentirles diciendo que sus padres habían muerto, no tenía esposo y tampoco hermanos que pudiesen cuidarla. Por suerte, esa taberna no estaba cerca de su casa y sus vecinos al parecer preferían las cantinas para pasar la tarde y la noche.

Al cabo de unas semanas más donde eludió e ignoró por completo los intentos de Elora por acercarse o llamarla por la ventana, su casa, por fin se había despedido de los tablones de madera en las ventanas, siendo cubiertos por vidrio real, cortesía de un cliente que buscaba su compañía mientras bebía. Algo efectivo para no permitir que voces molestas le impidieran dormir.

Ya suficiente tenía con las pesadillas que constantemente la asaltaban.

O eran malos sueños… o de plano no soñaba nada.

Tal vez sería alguna venganza de Haidee por romper su amistad con Elora y él.

—Resentido —bisbiseaba ella cual serpiente al despertar empapada en sudor luego de soñar con la muerte de su hijo, o con el asesinato que había efectuado.

A veces incluso rememoraba algunas escenas desgarradoras que ocurrieron dentro de su infernal matrimonio, el cual, gracias a ella (no a ningún dios ni una supuesta amiga) había terminado.

Antes de su cumpleaños, Lucía por fin pudo comprarse una cama nueva y botar a la basura la anterior, de nuevo, gracias a que otro de sus clientes era carpintero y cuando Lucía le habló sobre tener problemas para conseguir buenos precios, él se dejó endulzar el oído por Lucía y le hizo una buena rebaja por un mueble que no había podido vender en meses.

Claro, otras cosas como la comida y otros servicios corrían por su cuenta en su totalidad, sin embargo, su vida… al menos en el exterior, comenzaba a enderezarse.

Algunos de sus clientes, al verla joven y casi accesible, pedían algo más que su atención como camarera, sin embargo, Lucía de modo gentil y coqueto les rechazaba. De hecho, si por algo ella se dejaba sólo tocar el cuerpo por todos ellos, era principalmente porque necesitaba el dinero que aquellos tipos pudiesen dejarle. Por otro lado, tampoco quería que alguno de estos fuese violento y tratase de dañarla por negarse a su patética parodia de cortejo.

Ser siquiera observada por cualquier hombre le daba asco. Pero el trabajo era el trabajo.

Si en algo en definitiva Lucía no había caído, era el alcohol. A veces tomaba un trago o dos para animar a sus clientes y hacerles creer que estaba conviviendo con ellos, pero nada más; no gustaba de eso, más por todo lo que le había pasado al lado de un hombre borracho adicto a las apuestas que por el de por sí amargo sabor.

A veces ella se veía con los hombres de la taberna y se preguntaba si todos los clientes serían como su exesposo. A todos, ella los percibía de ese modo, por lo que no se dejaba llevar por el encanto de ninguno; si es que llegaban a tenerlo.

En todo ese tiempo, Elora y Haidee varias veces la encontraron en su camino y trataron de acercarse a ella, pero Lucía se mantuvo fiel a su decisión de cortar toda relación con ellos y los eludía, les decía que no tenía tiempo para hablar de nada, los apartaba o en sus peores días, los ignoraba.

Le parecía extraño que Haidee no haya intentado contactarla a través de sus sueños, pero le aliviaba un poco saber que él no la molestaría por ahí. O quizás, ¿no podía hacerlo?

Por otro lado, la gente del pueblo se dio cuenta de la desaparición de su esposo, y de vez en cuando preguntaban por él. Lucía, con fingida tristeza, juraba que tal vez su hombre la había abandonado por la muerte de su hijo, cosa que los curiosos creyeron y al cabo de un tiempo lo tomaron como una verdad.

Lo que Lucía no vio venir fue una visita algo especial.

Creyó que serían Elora y Haidee otra vez, pero se equivocó.

—¿Usted es la señora de…? —le dijeron el nombre que ella había querido olvidar tan pronto como abandonó ese cadáver en aquella zanja.

—Sí —musitó comenzando a prever para qué la estaban molestando—, ¿pasa algo? —fingió curiosidad, si lo hizo bien o no, a ella en realidad no le importó.

—Lamentamos darle esta noticia; ayer su marido fue encontrado muerto. Al parecer, hace algunas noches, alguien lo atacó afuera de la cantina que solía frecuentar.

—Oh, ¿de verdad? —susurró "sorprendida", bajando la cabeza, viendo sus pies.

Maldita sea, debió haberlo enterrado con lodo y echarle piedras encima.

Al parecer ni los animales salvajes quisieron desaparecerlo, comiéndoselo. Eso demostraba a la perfección que él estaba muy podrido tanto por dentro como por fuera.

—¿Y… saben quién lo hizo? ¿O por qué?

—No —dijo uno de los hombres para alivio de Lucía—, no sabemos quién, tal vez quisieron robarle su dinero ya que no traía nada consigo cuando lo encontramos.

¡Maldita sea, otra vez! ¡Ella debió quitarle el dinero! ¡Se le olvidó rebuscar en el cuerpo antes de dejarlo!

Si alguien más encontró al imbécil y se llevó ese dinero…

O tal vez, quizás, antes del asesinato alguna de las mujeres de la cantina le quitó todo sin que él se diese cuenta. Conociéndolo, a Lucía eso no le sorprendería que hubiese pasado.

—Preguntamos a todos en la cantina —continuó el hombre—, pero debido a la tormenta de la noche en que desapareció, todos dijeron que no habían oído nada. Lamentamos mucho darle estas noticias.

—Ya veo… así que nadie sabe lo que pasó —musitó fingiendo desesperanza.

—Debido al estado del cuerpo, creemos que sería lo adecuado hacer la cremación lo más pronto posible —dijo el otro hombre—, esta noche. ¿Será posible contar con su presencia? Siendo usted su esposa debe ponerle las monedas en sus ojos para el barquero.

Aprovechando que su cabello la cubría entera, ella casi se rio.

¿Qué? ¿Gastar monedas valiosas que había ganado trabajando duro en él? ¿En sus ojos? ¿Los cuales ella acuchilló a conciencia con el objetivo de mandarlo ciego al inframundo?

Levantando su mirada hacia ellos, ella trató de deformar su burlona expresión a una de profunda pena.

—Lo siento, pero debo trabajar.

Ambos hombres se mostraron sorprendidos, como si no concibiesen que ella se negase a asistir al funeral de su marido.

¡Cómo! ¡¿Una joven mujer no queriendo ni ver el cadáver del tipo que la desposó siendo ella una niña y él teniendo la edad que su propio padre?!

—Pero… es su esposo.

—Si no trabajo, no podré mantenerme ahora que estoy sola… y hace poco perdí a mi bebé también… —se llevó las manos a la cara esperando que los hombres no la viesen sonreír; agudizó su voz lo más que pudo tratando de no ceder a las carcajadas y fingir aflicción—, ¡por favor! Compréndanme, esto es… realmente… muy duro para mí.

El tema de su hijo era delicado y odiaba tener que usarlo como excusa, pero necesitaba que estos dos tipos la dejaran en paz de una maldita vez. ¿Y qué mejor forma que haciéndolos sentir culpa por molestarla durante su desdicha?

Afortunadamente, como Lucía lo quiso, ambos hombres se vieron a las caras, incómodos, antes de que el primero respondiese.

—Entendemos, señora… al final, el cuerpo ya no es reconocible. Supimos quién era por la ropa que llevaba y el sitio donde lo encontramos.

«¡Y ahí debió haberse quedado!» soltó un quejido de burla, la cual afortunadamente fue confundida con dolor.

—De verdad lamentamos su pérdida —dijo el segundo.

«Yo no lo lamento, para nada» pensó ella a punto de soltar una carcajada—, gracias por decirme esto, ahora mi esposo podrá descansar en paz.

Ojalá el bastardo malnacido se estuviese quemando en lo más profundo de la letrina de Hades.

—La dejamos, entonces. Suerte, señora.

—Qué tenga un buen día.

—Gracias, señores —fingió sollozar sin descubrir su rostro.

La puerta se cerró y ella por fin pudo revelar su perversa sonrisa, sollozando fingidamente, para luego comenzar poco a poco a reír.

Con los despojos del cuerpo de su exesposo quemándose y las miradas del pueblo lejos de ella, Lucía pudo… ¡por fin!, sentirse en algo libre.

Por fin… ¡por fin!

Lo que detuvo su momento de dicha fueron unos golpecitos a la ventana.

Ella se congeló en su sitio puesto que pensó que era alguno de esos hombres o algún vecino molesto, sin embargo, al otro lado de la ventana estaba… carajo.

—¿Acaso no soy lo suficientemente clara? —espetó abriendo la ventana para Haidee, quien entró sin problemas de un salto a su casa—, ¿quién te dijo que pasaras?

—Esto es urgente, mi padre ya sabe lo que he estado haciendo y está a punto de hacerme llamar.

—Oh, qué desafortunado —se burló ella, buscando verduras en una caja de madera, dispuesta a cocinarse algo antes de irse a trabajar por la tarde.

Todo este tiempo sufriendo tormentos que no se había merecido terminó por hacerla cruel.

—Lucía… por favor. Elora está embarazada.

Los jitomates cayeron de sus manos al piso.

Su cuerpo se sintió tan frío que incluso sus huesos le dolieron. Un nudo se formó en su garganta. Una sensación de cólera muy familiar la recorrió entera, pero, inhalando profundo, se contuvo lo suficiente para no hacer lo primero que se le vino a la cabeza.

—Felicidades —dijo secamente luego de tragar saliva, recogiendo las verduras.

—Mi padre ya está lo suficientemente enfadado conmigo. Si sabe de ese bebé, lo matará a él y a Elora —casi desesperado, Haidee la tomó del codo y la hizo mirarlo—. Por favor, jamás te he pedido nada.

Temblando por completo, ella lo miró enojada.

—¿Qué se supone que quieres? —preguntó iracunda.

—Aparte de Elora, sólo tú sabes de mí.

—Ajá…

—No puedo hacer nada con Elora en su estado, pero tú…

—¿Yo qué?

—Necesito borrar la información que tengas de mí de tu cabeza.

Las manos de Lucía apretaron los jitomates hasta exprimirlos antes de soltarse bruscamente del agarre de Haidee.

—Alguien más listo escaparía de Grecia, o lo hubiese hecho desde antes —le dijo embravecida—, toma a Elora y corre hasta donde puedas y a mí déjame en paz.

—¡Lucía, por favor! No tardarán en saber de ti, seguro te tomarán presa también.

Ella tomó un trapo para limpiarse las manos, el jugo del jitomate, como lo haría si el líquido sobre su piel fuese sangre.

—¡No estás haciendo nada de esto por mí! —de eso ella estaba segura—. ¡¿De qué me sirve a mí que me borres la memoria?!

—Si en algún momento sueñas conmigo o algo relacionado a mí, seguro mis hermanos se darán cuenta.

—Puedes estar tranquilo —se burló—, no he tenido más que pesadillas. Y ninguna te involucra.

—Lucía…

Harta de que ellos se negaran a dejarla en paz, y de hecho, pareciera que quisieran seguir usándola para permanecer juntos, Lucía escupió a la cara del dios menor, quien no tardó en hacer desaparecer la saliva de su cara.

Él la miró serio. A pesar de ser una deidad menor, seguro no estaba acostumbrado a recibir un "no" y menos si esa negatoria venía de una mujer mortal.

—¿Ahora ya puedes usar tu poder en este mundo? —preguntó Lucía riendo entre dientes—, si tan solo hubieses podido hacer eso antes —gruñó enfadadísima.

—Lo hubiese salvado, lo juro. Pero no estaba aquí.

—No me jodas —espetó temblando—, ¡muchas veces te pedí que nos ayudarás! ¡Lo único que yo te pedí y no lo hiciste! ¡Siempre echaste la vista a un lado cuando Deo y yo estábamos necesitados de tu ayuda! ¡Ahora ya puedes usar tu poder aquí y a mí de nada me sirve! ¡Quieres borrarme la memoria no por mí sino por Elora y por ti! ¡Lo único que me importaba a mí ya está muerto! ¡Ustedes dos…! ¡No! ¡Ustedes tres, se pueden ir al carajo!

—¡No trates de culparme por algo de lo que yo no tenía control! —exigió él en ese mismo tono de enfado—. ¡Y ya no te lo estoy preguntando ni pidiendo! ¡Borraré tu memoria! ¡Lo he decidido!

En sus palabras no halló mentira, Lucía lo miró a los ojos.

—Así que ya lo habías decidido —sonrió con el corazón gélido—. Me alegra ver tu verdadero puto rostro al fin —dijo sintiendo sus labios temblar un poco—. ¿Y? ¿Y le borrarás la mente a Elora también o ya lo hiciste?

—Ya te dije que con ella no puedo hacer nada por su embarazo, el cual es muy delicado —él también la observaba enojado—, pero, mientras tenga al bebé en su interior, seguro mis hermanos y padres no podrán siquiera sospechar de ella.

—No me lo creo —chasqueó la lengua—. Eso no me suena coherente. Pues Elora también tiene sueños. ¿Qué te dice a ti que no será ella la que soñará contigo?

—Es coherente, y ella no lo hará —insistió Haidee—, a pesar de tener seis meses de gestación, nuestro bebé será capaz de ocultar todo rastro de él mismo y de mí de la inconciencia de Elora.

«Seis meses, eh» ella puso los ojos en blanco—. ¿Y si en algún momento se deja ver?

—Mientras sea un bebé y el poder que se le otorgue permanezca dormido luego de su alumbramiento, no nos preocuparemos.

—Yo no estoy preocupada —rodando los ojos, Lucía se cruzó de brazos.

—Me refería a Elora y a mí.

—Aahh, que bien. Y luego, ¿qué se supone que me pasará? Me borrarás la memoria a la fuerza, ¿y luego qué? —preguntó Lucía, pues, desde los 13 años, ella tenía muchos recuerdos agradables con Haidee y ese mundo de sueños que desde hace tiempo ya extrañaba.

Si él le borraba la memoria donde él participaba, ¿ella se quedaría únicamente con su infierno? Eso la volvería loca por completo. Y eso que ya de por sí estaba mal de su mente desde que murió su bebé, tal vez ya estaba mal incluso desde antes de ser vendida.

No podía dormir bien o siquiera soñar con algo agradable desde que se alejó de Haidee. No había sido broma lo que le dijo al dios, desde que cortó lazos con ellos, había tenido pesadillas, algunas brutales, una tras otra; ya fuese con el imbécil de su exesposo o sus abortos, o su niño; incluso sus padres.

—Bueno…

Ese ápice de duda en la voz de Haidee ante su duda, hizo que Lucía frunciese el ceño.

—Ni siquiera lo sabes, ¿verdad? —pausó antes de inhalar profundo, continuando—. Déjame ver si entendí, pedazo de mierda —lo insultó con ganas—, yo soy la única persona en este maldito momento que sabe de tu romance estúpido con Elora… además de ella.

Sí, "romance estúpido", porque los dos se habían embarazado sin pensar en las consecuencias, ¿y querían molestarla a ella con eso? Elora sabía de tés para abortar, ¿por qué no los tomó cuando comenzaron sus síntomas?

Maldito el momento en el que Lucía le pidió a Haidee acercarse a Elora. Eran tan idiotas. Los dos juntos no hacían ni medio cerebro y ahora le tocaría a ella responder por su estupidez.

—Y quieres borrarme esa información —se burló con una sonrisa torcida, sintiendo algo más que la ira correrle por sus venas: la decepción—. Y no te importa lo que me pase después.

—No es que no me importe, pero ya no hay tiempo. No pienses que todo será negativo, aún puede haber muchas otras cosas en tu pasado que influyan en tu carácter positivamente si se dejan intact…

—Todo mi pasado es horrible y lo sabes —espetó Lucía al borde del llanto, pero estaba tan enojada que no se permitía ese lujo—. Mis sueños, los cuales están relacionados contigo, todavía son mi motor para no enloquecer por completo. Y quieres quitármelos. ¿Y para qué? ¿Para qué Elora y tú sean felices mientras que yo me hundo en fango? —ella lo miró enfadada—, no pienso sacrificarme por ustedes. No me obligarás.

—Será mejor si colaboras —pidió lastimero.

—¡No me vengas con esas estupideces! —exclamó fastidiada—, déjame… en paz. Por favor —dijo como último recurso.

Tan desesperado estaba él, también, que hizo un último intento:

—Entonces pon un precio.

—¿Disculpa? —se rio.

—Pon un precio. Qué es lo que quieres para acceder a ayudarnos por tu voluntad.

Lucía inhaló profundo.

—¿Qué tanto valen mis escasas memorias positivas para ti? ¿Quieres que les ponga un precio?

Haidee bajó la mirada al piso por breves instantes antes de volver a ella.

—Sí.

"Nada de piedad", entonces.

Ella sonrió con fastidio, lo pensó por algunos minutos donde Haidee no volvió a hablar.

—Quiero paz —terminó diciendo Lucía.

—¿Qué?

—Cuando duerma, quiero sentir paz. Al dormir, quiero descansar de verdad.

—¿Quieres volver a ese plano divino al dormir? —preguntó haciendo una mueca.

—No, idiota. Quiero que, al cerrar mis ojos, mi mente tenga tranquilidad; ya no más pesadillas constantes —exigió—. Independientemente de si sueño con algo bonito o no, quiero que al dormir, pueda descansar. ¿Puedes hacer eso?

Él pareció pensarlo.

—Sí…

—¿De verdad puedes darme lo que te pido? ¿O estás mintiéndome?

A estas alturas, Lucía esperaba que Haidee le mintiese diciéndole que sí.

—Puedo darte lo que me pides… pero tiene un precio, al menos por ahora.

—¿Un precio más alto que darte mis memorias más valiosas?

Haidee asintió con la cabeza 2 veces.

—Sí.

—¿Y cuál sería? —ella hizo una ligera sonrisa, esperándose cualquier cosa.

—No volver a soñar.

Lucía puso los ojos en blanco creyendo que sería algo más duro.

—Te dije que me daba igual eso.

—No entiendes, el soñar es importante. Aun si son pesadillas; incluso esas tienen una función.

—Hazlo.

—¿Qué? Espera, no creo que estés plenamente consciente de lo que dices.

—No he estado consciente de muchas cosas en mi vida y el no poder volver a soñar nunca más, será una de ellas, qué lástima —expresó lo último con duro sarcasmo—. Hazlo.

—Lucía.

—Pero, ya que hablamos de pagos sobre darme paz al dormir. Yo por mis memorias, quiero algo extra.

—¿Qué?

—No trates de venderme gato por liebre. Por mi amiga, y por ese niño… si vas a borrarme la memoria, hazlo bien. Bórralo todo. Además, quiero que hagas algo más por mí —gruñó acariciando su vientre con la mano derecha.

Haidee intuyó lo que Lucía quería.

—Sabes que no puedo ayudarte con eso —advirtió con tristeza.

Aún si era un dios, él no podía revivir a su hijo muerto.

—¡No seas estúpido! —exclamó molesta—. Quiero que, como dios, hagas algo que me imposibilite volver a embarazarme.

—No puedes estarlo diciendo en serio —él estaba anonadado.

—Lo digo muy en serio —sintiendo sudor acumulándose en su rostro, ella se acomodó el cabello atrás de su espalda—. A cambio de mis memorias, todas mis memorias, quiero paz al dormir aún si soy incapaz de dormir; además, deseo ser infértil.

Haidee suspiró bajando la cabeza.

El pago por las memorias de Lucía, que era lo que él quería: era borrarle absolutamente todo su pasado, quizás sólo dejarla con algunos recuerdos de su niñez antes de ser entregada por sus padres.

El pago por dormir en paz, que era lo que Lucía quería: sería no volver a tener un sueño en toda su vida.

Y el favor que Lucía pedía a Haidee de forma más personal, era no dejarla engendrar más hijos.

Haidee esperaba que por todo esto, su plan funcionase.

—De acuerdo.

—¿Tenemos un trato? —preguntó Lucía dispuesta a no volver a tener un sueño jamás, y no recordar nada relacionado a Haidee o lo que tuviese que ver con él, incluyendo a Elora y su hijo no nato.

—Tenemos un trato.

Lucía pensó en estrechar su mano y concluir con todo aquello, pero Haidee la sorprendió abrazándola fuerte… justo como aquella vez en la que ella le pidió acercarse a Elora.

—Lamento mucho no haber podido ayudar a Deo —le susurró emanando una extraña aura dorada alrededor de ambos—. Cuando volvamos a vernos, me aseguraré de que tu vida sea pacífica.

—¿Cuidarás de mí? —sonrió triste.

—Sí —respondió firme.

En sus palabras no había una connotación romántica, sino más bien una casi fraternal.

Poco a poco, Lucía iba sintiéndose adormilada. Se fue inclinando hacia atrás; cuando la mitad de su cuerpo quedó mirando el techo, vio borrosamente a Haidee acercar su mano derecha a su rostro; un pequeño frasco de cristal con lo que parecía ser agua azulada y casi brillante, se posicionó en su boca.

—Una gota del río Lete será más que suficiente —dijo él dejando caer la mencionada gota a su boca entreabierta.

Apenas esta cayó sobre su lengua…

Todo empezó a ir en "retroceso".

De pronto ya no recordaba por qué se había sentido tan molesta antes… si Haidee y Elora eran sus amigos…

Temió que su esposo volviese y la encontrase abrazando a Haidee…

¿Acaso ese tipo no estaba muerto?

¿Cómo?

¡Esperen un momento! ¡¿Desde cuándo Haidee podía estar en el mundo humano?!

¡¿Y dónde estaba su hijo?!

¿Enfermedad?

¿Cuál enfermedad?

¿Cuál hijo?

Su bebé…

Ella lo perdió después de una de esas golpizas…

¿Qué golpizas?

El imbécil que la compró.

¿Quién?

Su madre la llevó a bañar a un río junto a sus hermanos, a propósito…

¿Qué habría de cenar?

El cuerpo de Lucía cayó flácido hacia atrás, mientras mantenía los ojos abiertos, viendo a la nada.

El dios menos la sujetó con el brazo izquierdo mientras que puso su palma derecha en la frente de ella, emitiendo un ligero brillo dorado.

—Te llamas Lucy, no tienes hermanos y tus padres te abandonaron, esta fue la casa de tu esposo irresponsable que murió asesinado hace poco por borracho y apostador; no lo amabas, lo repudiabas, pero vivías con él porque no tenías otra elección, él te amenazaba para que te quedases a su lado, y te alivia que se haya ido. Eres libre. Tienes dieciséis años y no, nunca tuviste hijos, tampoco amigos o amigas. Actualmente trabajas en una taberna lejana de aquí, de hecho… vas tarde.

Él le dio un ligero toque a su frente con la palma. Ella parpadeó confundida.

Para cuando los ojos de Lucy se abrieron, ella estaba acostada sobre el suelo con el pensamiento de que se había caído mientras buscaba hacerse algo de comer y se había golpeado la cabeza, quedando inconsciente.

«Los jitomates» pensó triste viendo los trozos de estos regados por el suelo.

Parpadeó quedándose sentada por un rato en el piso.

—Cielos… ¿cuánto tiempo estuve así? —adolorida se sujetó la cabeza con la mano derecha.

¿Su último recuerdo? Dos hombres la habían ido a visitar para notificarle que su esposo había sido hallado muerto en una zanja, ella no quiso ir y hasta se alegró por su muerte, pues quien sea que lo haya matado, le había hecho un favor.

Un borracho apostador, un maldito inútil que apenas y se ganaba la vida ayudando en una herrería que ni siquiera era suya. ¿Cómo un perdedor así pudo convencerla de quedarse con él?

Cierto, era un abusador cuya edad era casi 3 veces más grande que la suya.

«Además, sin padres, ni un protector, ¿qué otra elección tenía?» pensó comiendo, aún confundida, como si estuviese olvidando algo importante.

Ese día, por mucho que lo meditó, nunca supo qué era lo que había olvidado. Al final terminó por restarle importancia.

—Hey, Lucy, ¿me ayudas con estos platos? —le preguntó una compañera suya del trabajo en la taberna.

—Claro —respondió ella sujetando algunos en sus brazos.

—Hoy te ves diferente —señaló su compañera.

—¿Diferente?

—Sí —se rio—, como si te hubiesen quitado quince libras de tristeza.

—No juegues conmigo —pidió riendo igual.

Sí, por alguna razón, Lucy pensaba eso mismo.

Tal vez ese golpe que se dio la ayudó mucho.

Curioso fue saber que al dormir, no soñó nada, es más, fue como cerrar y abrir los ojos. La buena noticia fue que despertó descansada y lista para enfrentar un nuevo día.

—¡Cierto! —chasqueó los dedos—, mi primer cumpleaños… yo sola —sonrió ansiosa por recibir aquel día con los brazos abiertos.

En verdad algo en ella se sentía libre y ligero.

Era 14 de septiembre cuando Lucy cumplía 17 años y paseaba por el pueblo en busca de un regalo para sí misma.

Por fin, personas que "la conocían" dejaban de darle sus condolencias por un tipo que a ella no le importaba en lo absoluto.

No estaba triste ni desahuciada, al contrario, estaba sintiéndose ligera como una pluma. Estaba caminando en libertad luego de años y años sometida en la oscuridad.

Hoy era perfecto porque justamente su aniversario concordaba con el día que Lucy tenía libre del trabajo.

Por estar entretenida con todo lo que veía a su alrededor, chocó de pronto con una joven dama.

—Lo siento —se disculpó ella tímidamente.

Al verla bien, Lucy sintió mucha pena.

No mayor que ella misma, la chica caminaba con dificultades con un niño pequeño agarrado de su mano y un bebé cargando en su otro brazo. Su cara regordeta, junto a un peso corporal que debía ser parecido al suyo propio, le dijeron a Lucy que al menos ella debería tener algo con qué alimentarse, pero no algo precisamente saludable, y menos si ya tenía 2 hijos. Se veía cansada, con ojeras, incluso se le notaba pálida. Su cabello castaño estaba descuidado y amarrado en una larga trenza floja que caía por encima de su espalda.

Actuando de forma impulsiva, Lucy la detuvo del brazo.

—Oye, espera, ¿estás bien?

—Yo…

Debido a que ella le daba la espalda aún, Lucy se dio cuenta de que la chica, quien por cierto vestía una toga vieja y sin ningún tipo de calzado, tenía también una horrible herida en su pantorrilla derecha, una que todavía no cicatrizaba por completo.

—¡Mamá! ¡Vámonos! —exigió uno de los niños con su básico manejo del lenguaje. El bebé seguía en su asunto mirando su alrededor.

—Puedo ayudarte con eso —ofreció Lucy; señaló con su mirada la pantorrilla.

—No sé de qué hablas, suéltame.

La chica claramente entró en pánico, se soltó ella misma de un jalón y se fue con todo e hijos.

¿Y si mejor la seguía?

Lucy negó con la cabeza, esa chica había rechazado su ayuda, ella misma tenía sus propios asuntos como para inmiscuirse en los de los demás.

—¿Lucía?

Aunque ese no era precisamente su nombre, Lucy giró su cabeza hacia una chica rubia cuyo rostro se veía amoratado además de tener el labio inferior hinchado y con una herida.

De no ser por todo ese desastre, seguro sería una joven muy hermosa. Verla le daba mucha lástima, pero también una agria sensación de extrañeza. ¿La había visto antes?

—¿Me hablas a mí? —preguntó curiosa.

Cuando esa chica se lanzó sobre ella con su vientre abultado, Lucy se quedó helada en su sito.

Sentía que la conocía de algún sitio, pero no lograba dar con nada.

—¡Dioses, sí eres tú! ¡Eres tú! ¡Por fin te veo! —gritó sobre ella, agarrándola con fuerza.

—Perdona… ¿te conozco? —preguntó desubicada, sujetando a esa extraña para que no se resbalase y se hiciese daño. En su estado, un simple tropiezo podría ser peligroso.

—¡Sé que dijiste que te harto…!

«¿Y yo cuándo dije eso?» Lucy hizo una mueca.

—¡Pero ya no puedo más! ¡Por favor! ¡Por favor no me dejes sola!

Lucy no conocía a esta chica, seguro se habría confundido, pero tampoco tenía el corazón para apartarla.

Por otro lado, era incómodo que la gente estuviese mirándolas con extrañeza.

—Oye… por favor… cálmate —le decía dándole suaves palmadas—, ven, hablemos en otro sitio.

La chica aún lloraba cuando Lucy la guio un poco lejos del pueblo, un sitio donde no serían interrumpidas.

—Vamos, mujer, reponte —le pidió, ahora sí, tratando de quitársela de encima—. Vas a hacerle daño a ese bebé, vamos —insistió, por fin, logrando que ella la soltase.

Dioses, se veía tan mal. Y no lo decía por su físico, seguro sería una chica muy bella, pero estaba tan ojerosa y pálida, además de que se le veían algunos moretones en sus brazos desnudos que poco apoco se iban desvaneciendo.

«Algunos hombres son tan salvajes en el más deshonroso de los sentidos» pensó con rencor; se repuso lo suficiente para centrar su atención en la rubia—. ¿Ya? ¿Estás mejor? —le preguntó.

En esos momentos, ellas ya estaban sentadas, una al lado de la otra, en una gran roca.

La extraña hipaba sonoramente, tratando de limpiarse el rostro con sus manos con cicatrices y con rastros de carbón adentro de sus uñas.

—Lucía, por favor… —no le daba la cara, inhalaba fuerte la mucosa de su nariz—, no puedo yo sola. Haidee… no lo he visto… no sé si volverá. Ni siquiera sé si está vivo.

«Tampoco conozco a ese» pensó Lucy, en serio incómoda—. ¿Tu… esposo?

—¿Qué?

Los ojos de ambas se encontraron.

—Lucía… yo de verdad lamento lo de Deo. Lo he hecho desde que él… murió —sus labios temblaron, sus lindísimos ojos enrojecidos volvieron a inundarse de lágrimas—, me siento muy mal. Sé que soy culpable.

«¿Deo? ¿Ahora de quién me habla?» Lucy cada vez se sentía más desesperada por esta confusión.

Sólo porque hablaba con una chica embarazada no iba a permitirse perder el control.

—Yo lo maté… es mi culpa… —se tapó la cara con las manos otra vez—. Y lo siento, ¡lo siento en verdad! ¡No debí decirte que salieras con él! ¡Lo siento, lo siento!

Lucy no sabía quién era esa tal Lucía, o ese tal Haidee… y sentía pena por quien al parecer era un difunto Deo…

—Oye, escucha, me confundes de persona. Mi nombre es Lucy, y vivo…

—¡Al lado de mí! —exclamó exasperada—, ¡somos vecinas! ¡Somos amigas, por todos los dioses!

Lucy se hizo de oídos sordos ante esa mentira.

—Me estás poniendo muuuy nerviosa.

¿Su vecina?

Ahora que lo menciona, Lucy no recordaba el momento en el que el viudo Castor se había vuelto a casar, y ese engendro de Hades, Cardenett, ¿tenía una madrastra que podría ser su hermana?

Recordar a medias como ese desgraciado de Castor hablaba con su exesposo y luego este la golpeaba, le hizo sentir una profunda pena por esta chica. Si tenía suerte, alguien mataría al viejo y a su sanguijuela antes de que ese pobre bebé naciese.

—¿Y… dónde vives? —se le ocurrió preguntar.

Lucy saltó sobre sí misma cuando la extraña soltó un fuerte grito, se giró y la tomó de los brazos.

—¡¿Por qué me haces esto?! ¡¿Por qué?!

Antes de que Lucy pudiese reaccionar, la extraña se puso de pie y se fue apresurada, llorando a mares, de ahí.

Dioses… pobrecita.

Con una fuerte sensación de amargura en su pecho, Lucy se esperó un rato, luego se puso de pie también y partió a su casa luego de permitirse comprar una botella de ouzo para beber ella sola.

En teoría podría invitar a alguna compañera de la taberna o a algún hombre, pero esta fecha era especial para Lucy, y quería celebrarlo en privacidad.

Ojalá alguien le hubiese dicho que antes de poder beber aquel delicioso elixir, después de una cena bastante modesta, escucharía unos platos de metal cayendo, luego, sonidos de golpes y quejidos, gritos de Castor, y al mismo tiempo los chillidos y lamentos de una mujer.

Ese llanto lo oyó antes…

«Ella no mentía. Sí somos vecinas».

¿Cómo pudo haber olvidado a esa chica?

¿Sería por aquel golpe que se dio hace días?

Dejando la botella de ouzo a un lado, queriendo ya no oír aquel escándalo de fondo, Lucy se aseguró de que la puerta principal estuviese bien cerrada, luego corrió a su alcoba donde se acostó, tapándose con la cobija hasta la cabeza.

Oír esa infernal sonata de violencia, le recordaba mucho su matrimonio con su difunto esclavista.

«Bien, bien… mañana… cuando Castor y su engendro se vayan, le invitaré algo para comer… y… veré qué podremos hacer con esas heridas» se prometió tratando de no imaginar cómo le estaba yendo a esa pobre chica, ¡que además estaba embarazada!

Lucy cumplió su promesa. Se levantó temprano y vigiló por su ventana cuando Castor y el mocoso salieron, seguro a trabajar, entonces salió en busca de su vecina. Ella volvió a llorar sobre su pecho, entonces Lucy la sacó de esa casa, invitándola a la suya.

»¿Qué cómo me llamo? ¡Soy Elora, Lucía, Elora!

Insistía en que ellas ya se conocían; por suerte, Elora permitió que Lucy atendiese sus heridas.

»Escucha… hace algunos días me golpeé fuerte la cabeza —cuando Lucy le confesó eso a Elora, ella pareció calmarse un poco—, tal vez he olvidado algunas cosas, pero por favor, ya para. No me haces ningún bien, y también te lastimas a ti misma.

Bebieron agua juntas y comieron del pan que Lucy guardaba, al mismo tiempo que ella cocinaba unos huevos revueltos para ambas.

Al final, ni Lucy aceptó conocer a Elora de antes, ni Elora aceptó a creer que Lucía no la recordaba del todo. Pero, ambas estuvieron de acuerdo en hablarse de vez en cuando.

Por la noche, Lucy tuvo que irse a trabajar. Coqueteó con varios clientes, bebió alcohol con ellos para socializar un poco.

»¡Cásate conmigo! ¡Yo te sacaría de esta pocilga! ¡Vivirías como reina!

Ni en sueños.

No les creía ni media palabra partida por la mitad.

Si algo le había dejado de experiencia su primer matrimonio, era que nunca debía creerle a ningún hombre. Sobre todo aquellos que apestaban a suciedad y licor al mismo tiempo.

Lucy volvió casi al amanecer a su casa; tenía muchísimo sueño.

Unos toques a su puerta la despertaron luego de un par de horas, al abrir la puerta, con desgano, Lucy se encontró otra vez con Elora, a quien no pudo rechazar. Volvieron a almorzar juntas, Elora por suerte ya no insistía con su supuesto pasado juntas y aunque ella se escandalizó cuando Lucy le dijo cómo se mantenía ahora, sin un hombre a su lado y trabajando sirviendo alcohol por las noches, no pasó de ahí.

Volvió la hora de irse a trabajar.

En esa ocasión algo raro pasó. Un extraño hombre desgarbado y de aspecto inquietante entró a la taberna y la estuvo mirando por mucho tiempo; Lucy se sintió nerviosa ante su escrutinio y se lo dijo al dueño del lugar, para cuando este se acercó a ese tipo, este se alteró gritándole a ella:

»¡Vengo a verte cuando escucho que mataron a tu esposo y me entero de que estás aquí!

Intentó golpearla, pero otros hombros intervinieron. Las chicas sujetaron a Lucy y la rodearon, atemorizadas y gritando porque alejasen a ese tipo.

»¡Oye, amigo, aléjate! ¡Estás borracho!

»¡Esa es mi hija! —exclamó convencido, pero Lucy lo negó por completo. No sabía quién era ese hombre y lo quería lejos de ella—, ¡maldita sea! ¡Eres mi hija!

El dueño y el resto de hombres sacaron al tipo arrastras. Lucy vio cómo lo pateaban o le daban de puñetazos cada vez que intentaba volver al interior de la taberna.

Sintió muchísimo miedo, porque no sabía quién era ese loco.

Para cuando llegó la hora de volver a su casa, Lucy corrió lo más que pudo en un intento por no volver a encontrarse a ese hombre, pero sus ruegos fueron en vano cuando lo vio sentado a un lado de la puerta. Su rostro amoratado, con un ojo cerrado por la hinchazón, y sangre seca en su barbilla.

»Lucía… es hora de irnos a casa…

Hastiada, cansada y enfadada, Lucy puso los ojos en blanco.

»Me llamo Lucy, señor, no conozco a ninguna Lucía, ¡y mis padres me abandonaron antes de que yo tuviese la capacidad de recordarlos! Ni siquiera sé quiénes eran. Ahora váyase.

Lucy intentó ser buena, aunque estaba atemorizada por lo que ese hombre pudiese hacer. Por fortuna, su borrachera le impidió ponerse de pie más rápido de lo que ella pudo entrar a su casa y cerrar la puerta con todos los seguros posibles.

»¡Lucía! ¡Lucía!

Fue espantoso oír a ese loco gritar ese nombre afuera de la puerta, la cual golpeaba con fuerza, por suerte, algunos hombres en las otras casas se hartaron del show y volvieron a separar al tipo de Lucy, seguro agrediéndolo en el proceso.

Malditos borrachos.

El mal trago pasaría, Lucy por supuesto le contó a Elora lo que ocurrió.

»Hay hombres tan locos en estos tiempos, ¿no crees?

»Sí… hombres locos —se rio ella tímidamente.

Elora parecía querer decirle algo, pero no lo hizo. Quién sabe por qué.

Lo más raro fue cuando de pronto, otro día, a mitades de la mañana, su puerta fue tocada y en lugar de Elora, una mujer regordeta estaba del otro lado.

¡Intentó agredirla! Quiso sujetarla del cabello.

»¡Tú! ¡Ingrata! ¡Malagradecida! ¡Mala hija!

Lucy por suerte no se dejó agarrar, dio un paso atrás rápido y logró cerrarle la puerta en la cara a esa mujer, que se quejó por el dolor.

Ojalá le haya podido romper algo.

»¡Por última vez! ¡Yo no sé de quién me hablan! ¡Déjenme en paz!

»¡¿Tú padre está muy enfermo y así reaccionas al verlo?! ¡¿Mandando a tus amantes a golpearlo?!

»¡No sé quién es usted, señora! ¡Váyase! ¡Usted y su esposo déjenme en paz!

¿La única buena noticia? Elora y ella se entretuvieron mucho hablando de eso por los próximos días.

Por suerte, al cabo de varios días, ni ese hombre ni esa mujer se habían vuelto a aparecer. Y también, por suerte, parecía que el viejo Castor y su estúpido vástago se habían cansado de hacerle la vida imposible a Elora, quien hasta comenzaba a quedarse dormida en la casa de Lucy por las noches, ambas en la misma cama, ambas protegiéndose del mundo.

Dos meses pasaron con casi sin ninguna novedad más allá de lo habitual: trabajo, un poco de estrés debido a los pesados clientes, algunos dolores de cabeza que Lucy atribuía a su empleo, uno que otro acercamiento indebido por parte de los imbéciles; y así como así, llegó la noche en la que Elora dio a luz.

Fue un 20 de diciembre; hacía mucho frío, incluso un poco de nieve empezó a caer, cosa no muy común, pero sucedía.

Lucy estaba bebiendo un poco de té, preparada para ir a dormir, justo cuando la puerta fue aporreada varias veces, sobresaltándola.

—¡¿Quién es?! —gritó temerosa.

—¡Lucy! ¡Lucy!

—¡Elora!

Lucy abrió la puerta rápido y vio para su horror cómo Elora ya tenía rota la fuente, estando por completo empapada.

—¡Voy a tener a mi bebé! —dijo muy adolorida, además de sudorosa.

Ayudándola a entrar y acostarse sobre su propia cama, la cual afortunadamente estaba limpia, Lucy quiso ir rápido por la partera, pero el clima no era de ayuda.

—¡Lucy! ¡Por favor!

Su cabeza le dio vueltas; su nivel de estrés escaló hasta las nubes y casi se sintió a punto de desmayarse de solo ver lo que estaba pasando en su casa.

Como apenas pudo, Lucy trató de auxiliar a Elora, ayudarla a pujar y… ¡y nada más! ¡Ella no sabía qué más hacer! ¡Nunca había auxiliado en ningún parto! ¡¿Agua caliente?! ¡¿De dónde la iba a sacar?! ¡No tenía ni madera ni carbón! ¡Y afuera estaba helando! ¡Su única fuente de calor eran las velas! ¡Y ella moriría congelada antes de poder pedir lo que necesitaba con los vecinos si es que ellos sí tenían lo que necesitaban!

Para cuando el bebé salió, luego de algunas horas de tortura, con el cordón umbilical todavía pegado a su ombligo, y Lucy lo recibió en una cobija limpia, miró agitada a Elora, que parecía haberse quedado dormida inmediatamente después de haber dado su último esfuerzo.

—Pobrecita, realmente la pasaste mal —se lamentó Lucy viendo a su amiga—. Pero… mira, parece que tu bebé está bien. ¿Elora?

Con un bebé en sus brazos y Elora durmiendo, Lucy, de forma muy simple trató de limpiar a quien veía, era una niña. Ya algunas veces Elora le había dicho a Lucy que le gustaría llamarla Aileen, y ojalá el viejo ese que tenía como esposo le cumpliese al menos eso.

«Me preocupa que no despierte» pensó Lucy preocupada, dejando al bebé envuelto en la manta, al lado de su madre. Por suerte, ya no estaba llorando, «debo ir por una partera; no creo estar haciendo las cosas bien, no quisiera que algo malo pasase».

Pero al final lo malo pasó.

Lucy salió de su casa envuelta en una manta vieja en dirección a la casa de la partera del pueblo, para cuando la mujer y ella volvieron; ambas temblando por el frío; se encontraron con que la bebé estaba bien. Por otro lado, Elora…

—Muerta —declaró la partera luego de revisar a Elora.

—¿Disculpe? —Lucy cargaba al bebé mientras veía a la mujer mayor cubrirle la cara a Elora—. No, no, está dormida. ¡Quítele eso de la cabeza!

—¡Está muerta! —le gritó la mujer, con fuerza—. Esperemos al padre.

Lucy pasó mucho tiempo viendo el cuerpo inerte de su amiga; quién sabe cómo llegaron Castor y su hijo, pegando gritos y maldiciones. Se llevaron al bebé, arrebatándosela. Luego mandaron a otra gente para que se llevasen el cuerpo de Elora. Todo pasó en cámara lenta para Lucy. Ella no supo cómo proceder a esto.

¿Elora estaba muerta? ¿En qué momento? ¿Cuándo se fue dejándola sola? ¿O cuando cerró sus ojos luego de pujar por última vez?

Lucy se sintió muy mal, lloró por un buen rato culpándose de aquello, tanto que ni siquiera fue a su funeral. Ninguna excusa le valía; ella había causado la muerte de su amiga.

Algunos días pasaron a partir de ahí.

Todos los días Lucy oía al bebé llorar y también escuchaba los gritos de Castor exigiéndole a ese pequeño infante que se callase. ¿Cómo pedirle a un bebé parar de llorar si no se le atendía como era debido?

¿Pero con qué cara ella iría a regañar a esa bestia?

Para cuando se cansó, agarró valor y salió de su casa, tocando la puerta de la suya, él la recibió con un grito ensordecedor:

—¡¿Qué quieres?!

—Castor, es claro que no quieres a ese bebé ni tampoco te importa; por favor, dámelo. Yo puedo cuidar de ella.

—¡¿Así como cuidaste de mi mujer?! ¡Vete al diablo, perra!

Y le cerró la puerta en la cara.

Le dolía la cabeza. Apretando sus puños, reteniendo las lágrimas, porque todavía no dejaba ir el recuerdo amargo de esa noche, Lucy volvió a tocar la puerta, pero con más fuerza.

La nieve comenzó a caer sobre el pueblo, lo que quería decir que las temperaturas iban a caer todavía más en poco tiempo.

—¡Castor, por los dioses! ¡Esa niña va a morir! ¡¿Al menos ha comido algo?! ¡Por favor! ¡Déjame a mí cuidarla! ¡Por favor!

Una botella se estrelló contra la puerta, asustándola. Rendida por el momento, Lucy volvió a su casa con una sola intención en mente: iba a meterse a esa cueva del horror e iba a sacar a esa niña de ahí; luego, ambas partirían a un pueblo lejano donde Lucy pediría posada aun si para ello tendría que ponerse de rodillas.

El clima jugaba en su contra, y esperaba que esta no fuese una noche muy fría. Aunque, lo que más le daba miedo era ser descubierta por Castor y/o su estúpido hijo mayor.

«Sin riesgos no hay gloria. Al menos te debo esto, Elora» pensó temerosa, pero decidida, guardando dinero, guardando pertenencias, sólo lo básico y menos pesado, mirando por última vez la casa que le costó mucho arreglar para que no se viese asquerosa.

Esperó la noche; por suerte, la nieve había dejado de caer y aunque aún hacía frío afuera, no habría tantas posibilidades de convertirse en un bloque de hielo.

Lucy salió de su casa lo más sigilosa que pudo, sacó una llave de la casa de Castor, que Elora había dejado abandonada hace tiempo y hasta la fecha Lucy se alegraba de siempre olvidar devolvérsela. Realmente fue un desafió pasar en cuclillas, abriendo la puerta lentamente, esperando hacer el menor ruido posible.

«Rápido y silencioso; rápido y silencioso» se repetía con sus sienes punzando debido a la tensión que la estaba envolviendo. «Por favor, que no llore».

Le costó eludir botellas, pedazos de vidrio, huesos, zapatos, sandalias, ropa sucia y demás para llegar a ubicar la cuna sobre la que dormía la niña.

«Tranquila, Aileen; en un momento nos vamos» con cuidado, Lucy se puso de pie, se dio valor tomando un poco de aire y fue agachándose para sujetar a la bebé entre sus brazos, teniendo cuidado con su pequeño morral, el cual iba colgado sobre su hombro derecho, cayendo sobre su cadera del lado izquierdo.

Por suerte, el bebé no mostró perturbación alguna, sin embargo, apenas Lucy se giró para caminar de vuelta a la salida, oyó un grito.

—¡Papá! ¡Papá!

Ni siquiera quiso voltear a ver al mocoso desgraciado. Soltó un respingo y comenzó a correr con el bebé en brazos, que, para su mala suerte, comenzó a llorar. Y para empeorarlo todo, no había nieve, pero sí comenzó a llover; el agua era inmensamente fría.

¡¿Luvia en invierno?! ¡¿Qué clase de magia negra era esa?!

«¡Esto no puede ser cierto! ¡Maldición, maldición, maldición!» se repetía estando al límite. Su vista estaba nublada gracias al agua y al poco oxígeno, y sus pulmones le resintieron rápido la persecución; sus piernas ardían y su garganta se resecó—. ¡Ssshh! ¡Ssshhh! —una vez que se escondió tras una casa, Lucy trató cubrir con su cuerpo y calmar a la niña, meciéndola, pero no hubo caso. La pobre criatura se mojaba y además estaba haciendo demasiado frío.

Oyó voces de hombres a lo lejos, entonces tuvo que salir de su escondite y echarse a correr otra vez, ahora, en dirección a los árboles. En la desesperada necesidad de perder a sus perseguidores. De huir.

Pasó por arbustos, se hizo daño en las piernas debido a que resbalaba y caía impactando sus rodillas contra el suelo lleno de rocas y tierra húmeda.

No importaba cuanto se alejase, las voces de Castor y otro sujeto junto a Cardenett lograron hacerse cada vez más cercanas hasta que Lucy llegó a un barranco.

—¡Aquí estás! —exclamó Castor junto a otro hombre y Cardenett, quienes al parecer no estaban agotados para nada; quizás el viejo sí, un poco, pero los otros 2 no—. ¡Ladrona! ¡Dame a mi hija!

—¡Ni siquiera le das de comer! ¡La descuidas! ¡Morirá! ¡¿Qué más te da si me la llevo?!

Salta… salta… salta. Sus instintos le ordenaban que se arriesgase y se lanzase al barranco ahora que podía.

—¡Como no me la devuelvas te mataré y me la llevaré igual! —un trueno retumbó en el cielo—. ¡Devuélveme a mi hija! ¡Ahora!

El otro hombre la miraba fijamente sin decir nada; Cardenett por su lado se cruzó de brazos, haciendo un gesto de fastidio.

—¿Qué piensas hacer con ella? —preguntó Lucy, negándose a no hacer lo que sus instintos le exigían—. Por favor, Castor… ten algo de humanidad.

El tipo que no conocía se acercó a Lucy y a la niña, una vez que llegó hasta ella, se agachó a su altura para hablarle claro.

—Si no me das a esa niña por las buenas ahora, te la quitaré, voy a golpearte tanto que hasta tus ancestros lo sentirán y luego te venderé por partes en alguna carnicería.

Sus ojos le dijeron que no mentía. Qué estaba dispuesto a hacer algo tan horrible.

Quería ayudar a la niña, quería hacer algo por Elora…

Se iba a lanzar al barranco cuando el tipo fue más rápido que ella y la agarró del cabello de su coronilla, haciéndola gritar. Sin soltarla, le arrebató a la bebé con la otra mano y fue inútil que Lucy tratase de golpearlo o patearle; Castor recuperó a la niña y aprovechándose que ella estaba centrada en tratar de quitársela de nuevo, le dio un puñetazo en la cara, que seguro le rompió la nariz pues dolió muchísimo.

—Imbécil —la insultó Castor yéndose con la niña en brazos.

—¡No! ¡Malditos, maldi…! —un puñetazo en su estómago le quitó todo el aire.

Justo al lado del barranco, con la lluvia aun cayendo sobre ellos, el tipo desconocido la golpeó con tanta saña que Lucy perdió la conciencia varias veces y la recuperó varias veces también. No conforme con eso la desnudó sin dejar de pegarle; le metió sus asquerosos dedos en su vagina, rasgándola con las uñas; la mordió varias veces en sus hombros e incluso en la cara; y apretaba tan fuerte sus senos que parecía querer arrancárselos. Semi inconsciente, el cuerpo de Lucy fue arrastrado hacia los pies de un árbol donde el salvaje la abusó. Una vez que terminó, y creyó que la había matado porque no se movía, la jaló de su amoratado brazo y la arrojó por ese mismo barranco.

Su cuerpo desnudo dio varias vueltas, se golpeó con muchas rocas, varias veces en su cabeza, a pesar de todo eso, no murió.

Cayendo sobre lodo y rocas, Lucy quedó acostada de lado, con sus ojos casi abiertos, por completo pérdida.

Era todavía de noche, y todavía llovía cuando ella con unas fuerzas que no debía tener, se supo de pie y comenzó a caminar, arrastrando los pies, en línea recta.

Con la cabeza baja, sin nada en qué pensar y con mucho dolor, aquella mujer que de pronto olvidó hasta lo que había pasado hace tan solo unas horas, visualizó a algunos metros unas pocas luces, y unas casas.

También, logró ver una montaña curiosa con luces; como si hubiese pocas casas ahí, pero todas bien iluminadas.

—Diez… once… doce… trece —contó con su boca sabiéndole a sangre.

Pasó su lengua por sus dientes, y todos estaban aún en su lugar; se había mordido el interior de su mejilla derecha, la cual estaba herida. Como el resto de su cuerpo.

La lluvia se intensificó cuando llegó al pueblo que visualizó. Tocó algunas puertas en busca de refugio, pero nadie le abría.

Apenas podía abrazarse con uno de sus brazos mientras que con el otro tocaba, pero no había caso, su cuerpo estaba muy lastimado, sucio y frío.

Bueno. Sólo una persona le abrió su puerta.

—¡Por los dioses! —exclamó una anciana, al otro lado de la puerta—. ¡¿Pero a ti qué te pasó?!

—Yo… n-n-no lo sé… —titiritaba por el frío, comenzando a llorar debido al dolor que estaba sintiendo, no solo en su cuerpo, sino en el interior de su alma; no sabía nada, no sabía ni siquiera su propio nombre—. Por favor… le suplico… déjeme dormir aquí… ¡le-le ju-juro que no le causaré problemas! ¡Por favor!

—Mmm —la anciana la miró con recelo—. Athena no me perdonará si dejo que una mujer muera de frío afuera de mi casa; entra. ¡Pero al primer problema, te largas! ¡¿Oíste?!

Ella asintió con su cabeza como pudo debido al dolor. La anciana se hizo a un lado, dejándola pasar.

—¿Y tú quién eres, eh?

La hizo esperar enfrente de la puerta, temblando y a punto de caer, mientras ella iba por una manta vieja a donde debería ser su cuarto; cuando volvió, la anciana extendió esa misma manta sobre el suelo y le pidió acostarse sobre ella. Sus pies no estaban siendo cubiertos, pero al menos su espalda sí.

El dolor que sintió mientras se sentaba y luego se acostaba fue tanto que le costó no gritar. La anciana le dijo que no exagerase y tampoco hiciese tanto ruido.

—No quiero que ensucies mi casa con sangre y lodo así que aquí quédate. Voy a hervir algo de agua para tus heridas… podría llamar a un doctor… ¿pero no tienes dinero contigo para pagar sus servicios, verdad?

Ella, diciéndose a sí misma que si la anciana estaba viendo que estaba completamente desnuda, cómo se le ocurría pensar que tendría dinero guardado en algún lado, negó con la cabeza.

—Ni modo, qué los dioses se apiaden de ti y me hagan curarte. No gasto mi dinero en desconocidas.

—En-entiendo…

Bueno, al menos la había dejado quedarse a descansar aquí. Eso debería ser suficiente, ¿no?

—Arg, en serio eres un desastre. ¿Cómo te hiciste esas heridas, por cierto? ¿Y tu ropa?

Se esforzó, pero no logró dar con su nombre. En cuanto lo que le había pasado, ella ya estaba comenzando a recordar ciertas cosas, además, su adolorida vagina no le mintió.

—Creo que… un hombre me violó… y…

—¿Estabas sola y fuera de tu casa a estas horas? —preguntó ella haciendo un gesto de desaprobación—. Hasta parece que lo estabas pidiendo.

Haciendo un poco de daño, ella miró la espalda de la anciana, sin saber qué decirle.

—Él… creo que… no me dejó mi ropa cerca, cuando se fue.

O más bien, cuando la hizo caer de ese barranco.

—Mmm, ajá. Continúa.

—Y no soy… de este pueblo. Yo… viajaba —se inventó eso último, lo cierto era que no sabía qué estaba haciendo antes de ser atacada. Apenas y recordaba haber sido golpeada y luego arrojada al barranco; más atrás, estaba todo nublado y confuso.

—No me has dicho tu nombre.

—Yo… me llamo Lu… Luz… Lucia… na.

—¿Qué? —la anciana se giró mirándola impaciente.

—Me llamo… Luciana —dijo mirando el suelo.

¿Ese era su nombre? ¿O también se lo había inventado?

—Mmm, como sea. Luciana. Mi nombre es Neola y… supongo que estarás aquí por un tiempo; ya veremos qué pasa contigo.

«Sí… supongo».

Entonces su conciencia se evaporó.

¿Ves qué tan crueles pueden ser los seres humanos?

¿Para qué molestarte en salvarlos?

¿Acaso no quisieras que esa maldad desapareciese?

En el presente…

El santuario…

En la primera casa del zodiaco…

Unos aposentos…

Un hombre dormido…

Una mano apretando tan fuerte la sábana que estaba debajo de su cuerpo…

El ser humano no vale la pena ser salvado.

Los ojos de Gateguard de Aries se abrieron lentamente.

«¿El ser humano no vale la pena ser salvado?» pensó palabra por palabra sin saber exactamente de dónde había salido esa voz.

—Así es, hijo.

Sobresaltado, Gateguard se sentó, sufriendo de un poco de vértigo, al oír la voz de quien consideraba un padre.

—¿Pa-Patriarca? —sujetándose la cabeza, Gateguard trató de ponerse en orden—. ¿Qué…? —con sus pensamientos hechos un desastre, miró su regazo.

Encima de la división de sus piernas estaba una brillante mariposa color oro, brillante, hecha con el cosmos de alguien. Esta alzó vuelo, y Gateguard la siguió hasta que esta se posó sobre el dedo de su maestro, quien extendió su mano, para mostrársela.

—¿Qué hace una mariposa del inframundo…? ¿Maestro?

—Gateguard, mi hijo.

Itiá bajó su mano, dejando que la mariposa volase y se reuniese con otras, que poco a poco iban llenando los aposentos de Gateguard, que poco a poco iba dándose cuenta de lo que había estado pasando.

—No fue un sueño… lo que vi —se dijo a sí mismo mirando los ojos del Patriarca.

¿Acaso había soñado con la vida de Lucy? ¿En verdad? Es decir… hasta se creyó que era ella. Había olvidado por completo su identidad para adoptar la de ella, ¿cómo aquello fue posible?

—Las mariposas del inframundo pueden hacer muchas cosas, hijo. Con mi permiso, te mostraron que tan torcido está el mundo, y qué tanto daño pueden hacer los humanos a sus semejantes —Gateguard miró seriamente cuando su maestro tomó asiento a un lado de él sobre la cama—. Esa mujer, por ejemplo, es una sorpresa que siga viva, ¿no? Y como ella, muchas otras mujeres han corrido con suertes similares o peores. Todo lo que viste fue real. ¿Contaste cada herida?

Desviando su mirada otra vez, Gateguard no quiso responder a eso; pero sí, lo había hecho.

Demasiadas… demasiadas heridas… para una mujer que no lo merecía. Eso sin contar a Elora, que no pudo sobrevivir.

Estúpido oneiroi.

El solo pensar que todos los que habían lastimado a Lucy seguro ya estarían muertos… lo enfadaba mucho. Porque seguro no habían pagado por todo lo que le habían hecho.

—Exacto —dijo Itiá poniendo una mano sobre su hombro—. Todos esos hombres han muerto sin recibir sus castigos. Athena es tan indulgente con los que rompen las reglas; con los que dañan; con los matan y violan. —El Patriarca le dio un suave apretón—. Cambiemos eso, hijo.

—¿Cambiar?

Gateguard miró a su maestro a los ojos.

—Me equivoqué. La humanidad jamás va a mejorar; nunca demostrará compasión o gratitud genuina. Me equivoqué al pensar que los hombres seríamos capaces de ser dignos del amor de los dioses… pero no. Ya lo has visto; en tus memorias; y en las memorias de la mujer que amas.

La mujer que ama.

—La mujer que… entonces, ¿está bien que sienta algo así por ella? —preguntó él aún indeciso.

—No hay ninguna razón por la cual negarte eso. Athena lo dijo, ¿no? Amar no es malo; y sé que tú amas tanto a esa mujer, que la dejaste ir.

—Sí… eso hice…

Sin que Gateguard lo percibiese, una mariposa del inframundo aterrizó sobre el dorso de su mano izquierda y se adentró en su piel. Sus ojos azules brillaron en morado por breves segundos y su cuerpo cayó bajo la inconsciencia otra vez, o al menos, por breves instantes ya que su cabeza se alzó, solo que esta vez sin el control de su usuario.

—Espero que todo esto haya valido en algo la pena, Itiá.

Los ojos del anciano se desviaron hacia la figura que había entrado a la alcoba.

—Gateguard duerme otra vez —como queriendo demostrarlo, Itiá chasqueó los dedos frente al rostro de su pupilo, quien ni siquiera parpadeó—, pero su cuerpo obedecerá sin problemas mis órdenes.

—Mmm, ¿no crees que se rindió muy fácil? —usando un tono de voz casi femenino, Myū de Papillon llevó uno de sus dedos a sus labios—. ¿Y si planea algo?

Itiá se levantó de la cama, caminando hasta el espectro de Papillon.

—¿Y qué podría planear él? Su cabeza ha estado demasiado concentrada en esa mujer —gruñó la última palabra—. Por cierto, ¿de dónde sacaste sus recuerdos?

—Ah, una hija de Hýpnos se ofreció a dármelos.

—¿Una hija de Hýpnos?

—Sí —Myū alzó los hombros, confiadísimo—. Dijo que quería ayudar en la guerra en pro al señor Hades.

—Ya veo. En fin.

Itiá se giró para darle un golpecito en la frente a Gateguard con 3 de sus dedos. El cuerpo de él cayó sobre la cama, con los ojos cerrados.

—Vete de aquí —le dijo a Myū, con seriedad—. Te llamaré cuando sea el momento de empezar.

—Muy bien —se rio el espectro, haciendo caso; desvaneciéndose.

Mirando por última vez a su alumno, Itiá salió del cuarto, pensativo.

«En realidad, no quería ser yo quien tuviese que matar a Hakurei y Sage… pero, por eso te tengo a ti, Gateguard. Tú los matarás, apenas despiertes».

Decidido a no dar marcha atrás en sus planes, Itiá subió de vuelta hasta el Santuario; en su camino, Aeras de Sagitario lo saludó con cordialidad.

—Maestro, ¿Gateguard está bien?

A pesar de que Aeras y Gateguard no se llevasen muy bien, el santo de sagitario solía preocuparse por todos sus compañeros si algo malo les ocurría. Y Gateguard llevaba días durmiendo desde que esa mujer se fue con los oniros.

—Sí —respondió simple—, sólo está cansado.

—Ya veo. Entonces, todo está bien.

—No te preocupes —Itiá puso una mano sobre su hombro, cubierto con la armadura dorada—. Tú sólo concéntrate en defender tu casa, ¿de acuerdo?

—¡Sí, señor!

Itiá le sonrió a Aeras, retomando su camino.

Apenas salió de Sagitario, su cara hizo una expresión de enfado.

Tal vez Gateguard no soportaría enfrentar a Aeras también, pero si el santo de sagitario llegaba a ser un problema para sus planes, bueno, tendría que sacrificarlo haciéndolo pelear hasta la muerte aún si no lograba llevarse las 3 vidas, al meno sí las apartaría de su camino.

«Lo siento, Gateguard» pensó sin sentir nada en realidad, «pero para crear un nuevo mundo, hay que hacer algunos sacrificios».

—Continuará…—


¡Antes que nada, permítanme agradecerles!

¡Hemos llegados los 200 reviews! Estoy asombrada por eso. Y muy feliz también.

Siendo honesta, no sabía cómo resumir la segunda parte de la historia de Luciana en un solo capítulo y que no me quedase tan extenso. Siendo honesta, me quebré mucho la cabeza para hacer esto. Tampoco quería extenderme y detallar los abusos que sufrió junto a Elora, tampoco las agresiones. Habría divagado demasiado y eso significaría el temido hiatus. Disculpen si hubieron cosas un poco incoherentes, pero ya no me da tiempo estar editando todo a modo que todo tenga %100 de sentido.

Entonces...

¿Ven cuando les dije que la historia de Luciana no estaba aquí ocupando espacio sólo porque sí?

Muchos tuvieron razón, Itiá (como dicta el canon) iba a ser el traidor; pero el "eslabón débil" que se buscaba para crear el caos es Gateguard. Él ya de por sí estaba confundido y hasta cansado. El que Itiá y el espectro le hayan implantado las memorias de Lucía, no fue para hacerlo enojar, sino para debilitarlo y confundirlo mucho más debido a que él no vio sólo los recuerdos de Lucy, los vivió. Supongo que es comprensible que haya "caído" tan fácil. ¿Pero realmente se dio por vencido?

Ya veremos más adelante si así fue.

¡Gente! ¡Estamos tan cerca del clímax que ya casi puedo saborearlo! ¡Me enorgullece no haber caído en hiatus ni por medio segundo!

Y... por si alguien por ahí pregunta el por qué me tardo en actualizar (porque en serio hay quienes se quejan por eso) bueno, amiguito, déjame decirte que escribir más de 10,000 palabras para una historia que ya rebasa las 200,000 palabras, no es tan sencillo.

¡En fin!

¡Hasta el próximo capítulo!


Gracias por leer y comentar a:

Nyan-mx, Natalita07, Guest, y camilo navas.


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