Un capítulo remasterizado, porque no estaba conforme y al anterior le faltaba Jacob.
Y todos amamos al Quileute con sedosa melena de metalero.
Pd. Pido perdón por el cambio de título u.u

Desperté de un salto con el grito atorado en la garganta.

El vívido sueño todavía me provocaba escalofríos de solo recordarlo. ¿Sería una premonición? ¿Al envejecer me volvería una vieja chota como la mamá de la Nancy? ¿Edward me acompañaría hasta el último de mis dementes días?

El golpe de la puerta distrajo mis dudas.

Willy entró a la habitación con un pequeño pastel cubierto de merengue blanco.

Abrí la boca con sorpresa y me llevé las manos a las mejillas para pellizcarlas.

— Estas son las mañanitas que cantaba el rey Willy... —Cantaba desafinado, acompañado de Taylor que entornó los ojos ante el sutil cambio en la letra. —¡Hoy por ser tu cumpleaños te las cantamos a ti! —La última palabra la entonó me manera especialmente aguda, provocando que me tapara ambos oídos.

— ¡Willy! —Un torrente de emociones me invadió cuando vi el mensaje escrito en el pastel.

Enarqué las cejas al notar que se trataba de repostería personalizada. Sin embargo, en lugar de una foto photoshopeada de Edward en cueros, el pastel tenía un meme popular con la frase, ¡ay no, ya tienes 18! vieja puta

Fruncí el ceño, fingiendo enojo, para ocultar lo infinitamente agradecida que estaba.

No sólo me acogía en su casa y me mantenía. Mi hermanito además se acordaba de mi cumpleaños a primera hora del día.

Ni pariente de la Nancy; la madre que me había venido a abandonar a otro país, mientras ella disfrutaba de la vida que siempre soñó.

En una playa paradisíaca, soltera y sin hijos.

— ¡Pide tus deseos! —Taylor sacó un encendedor y prendió la vela en el centro del pastel.

Cerré los ojos y pensé... ¿Qué es lo que deseas Julieta?

Lo tenía todo... en otro universo.

Pero en este tampoco me quejaba.

Aunque si pudiera pedir tres deseos serían...

Ganarme la lotería sin jugarla, porque jamás había comprado un boleto...

Nah.

Demasiado banal.

Algo más aterrizado sería; ir a un concierto.

Terminar con nota sobresaliente la escuelita... Y.… Hacer el ya tu sae con Edward.

Tres cosas imposibles, pero como soñar es gratis... Todavía... Había que aprovechar.

Abrí los ojos con las mejillas sonrosadas y soplé la vela.

Willy aprovechó la breve distracción para estampar mi cara contra el pastel.

— ¡Willy! —Gruñí quitando los restos de merengue en mi cara.

— Y ahora... ¡los regalos!

Mi hermano extendió una caja rectangular envuelta en un papel muy bonito, que apenas estuvo en mi poder, rompí sin ninguna delicadeza.

— ¡Ay! ¡No es cierto! —Dentro de la cajita, había un teléfono móvil, con cámara increíble, pantalla increíble y una batería que dura mucho más, tal y como cantaba la tipa del comercial. Me quedé mirando el artefacto boquiabierta un largo instante.

— Me amas. Lo sé. Y ya no tienes excusa para largarte y no llamar.

Lo ignoré y seguí peleando con el plástico protector de la caja.

— Feliz cumpleaños Julieta. —Interrumpió tímidamente Taylor ofreciéndome una bolsa color rosa fuerte.

— Ay... no tenías que molestarte... ¡De la legión! —Exclamé cuando vi la carcasa protectora para celular.

Emocionada por los detalles, me incorporé y los envolví a ambos en un efusivo abrazo.

— Julieta... báñate por favor. —Suplicó mi hermano.

Luego de la primera ducha de los dieciocho años y el primer ayuno, porque no lavaba mi ropa desde los diecisiete y tuve que bucear entre mi desorden en busca de ropa limpia, llegué a la escuelita.

Para mi desgracia entre mi despelote no había ropa limpia, de modo, que le robé un sweater a Willy. Aprovechando el trato especial, por ser mi cumpleaños, me apoderé de sus calcetines también.

Finalmente, había llegado a la edad, en que en lugar de poner cara de decepción cuando te regalan calcetas y ropa interior, te alegras porque de eso nadie se acuerda. Salvo cuando eres chico y lo único que quieres es una pista de carreras o una muñeca.

O ambas, pero no el pack de calcetines, que sacan de apuros. Ahora que nadie me los regalaba, los necesitaba...

Llegué al recinto con el estómago medio vacío —igual la torta iba a impedir que me rugiera la tripa en plena clase y pasara vergüenza—pero a la hora. Con unos minutos de ventaja incluso.

Lo que me dio tiempo para estrenar mi nuevo celular con cámara increíble, pantalla increíble y una batería que dura mucho más, sacándome una selfie con mis compañeros.

Obvio antes me felicitaron por cumplir la mayoría de edad. Llevaba semanas recordándoles la fecha de mi cumpleaños.

Mike cesó su prolongado abrazo, ante la mirada atenta de Jessica y bajó sus manos hasta mis hombros.

— Y... ¿harás algo por tu cumpleaños el fin de semana?

— Mmm...

No quería darle esperanza de una fiesta que no tenía intenciones de hacer, ni quería destruir su ilusión de hacer algo divertido en un pueblucho tan muerto y aburrido como Forks, por lo que, me quedé meditando el cómo decirle que no quería celebrar mi cumpleaños, sin parecer una vieja chota y amargada.

Repentinamente el rubio de mejillas regordetas, deshizo el abrazo y se alejó de mí.

Fruncí el ceño extrañada.

Iba a levantar los brazos para cerciorarme de que no había olvidado ponerme antitranspirante, cuando dirigí la vista hasta el motivo de su distanciamiento.

Un Volvo plateado acababa de aparcar junto a mi destartaldo Suzuki Carry.

— Te veo en clases. —Se despidió el muchacho, caminando con premura.

Me encogí de hombros y con cara de indiferencia y cuidando ser disimulada, tomé una fotografía a la escultura griega que se acercaba con paso felino.

Me mordí el labio y pensé en el profe de trigonometría en tanga para distraerme de la elegancia y belleza del ser que caminaba en mi dirección.

— ¡Edward! —Un ligero trote y ya estaba junto a él. Rodeé su cintura y lo estreché en un abrazo de oso que lo hizo soltar un jadeo.

Con delicadeza puso sus manos a mi alrededor respondiendo el gesto, al tiempo que inspiraba hondo contra mi cabello.

— Feliz cumpleaños. —Murmuró a mi oído, provocando que el corazón me latiera desbocado y un leve sonrojo me calentara las mejillas.

— Gra... gracias... —Respondí en un tono que procuraba fuera despreocupado y sin embargo mi voz temblorosa arruinó. — ¿Y mi abrigo de piel? —Esbocé una sonrisa ante su ceño fruncido. — Te fuiste de caza todo el fin de semana y no fuiste capaz de traerme un abrigo de oso de regalo. Que poco considerado...

Edward, puso los ojos en blanco y entrelazó sus dedos fríos y níveos entre los míos que no ameritan una descripción porque no tienen nada de especial.

— Cierto... he sido desconsiderado. Pero... no quedo nada. Emmett es un poco salvaje. Han pasado años desde el incidente y aún no lo supera.

— Men, sabes que Willy es veganazi. Ese me ve con algo de origen animal y me echa de la casa... Aunque... no es mala idea. ¿Crees que tu familia me acoja en tu casa?

Edward enarcó una ceja y sonrió de lado.

Apenas me liberaron del incómodo yeso y por fin pude volver a valerme por mí misma, me instalé cual invasora en la casa de los Cullen.

Pasé la mayor parte de las vacaciones en esa mansión llena de comodidades que nada tenía que envidiarle a las paradisíacas playas de Punta Cana.

Bueno sí.

El clima, la arena, las palmeras...

Procedo a corregir. Nada tenía que envidiarle a un hotel de cinco estrellas... Así está mejor.

Aunque no me quedé a dormir...

Porque soy una muchacha decente que duerme en su casa...

Mentira.

No me quedaba a dormir en casa de Edward, porque no tenía cama.

El asunto es que, cuando no estaba trabajando o molestando a Willy, me iba con Edward a molestar a su familia y apoderarme de su cocina para preparar proteínas de origen animal.

Muy en contra de mis pronósticos la señora Cullen tenía talento para la cocina —a pesar de no contar con el sentido del gusto— y tenía muchos recetarios.

De modo que, con la excusa, de suplir mi deficiencia de B12 me instalé en su casa.

E increíblemente nadie me echó.

Bueno eran demasiado educados para lanzarme alguna indirecta en todo caso. Sin embargo, tampoco ponían mala cara.

Salvo Rosalie.

Estaba segura que si me aparecía por el garage, me arrollaría "accidentalmente" con el BMW.

— Aunque ahora soy mayor que tú... mmm... en ese caso... yo debería hacerme cargo de ti y no al revés... como una buena suggar mommy.

Al llegar al edificio principal cesó la marcha y se puso frente a mí con gesto serio.

— ¿De qué hablas? Soy mucho mayor que tú.

— No. No es cierto. Acabo de cumplir dieciocho y tú tendrás diecisiete por siempre. Eso me hace mayor que tú y por lo tanto tu suggar mommy.

Edward sacudió la cabeza en gesto negativo y puso su brazo sobre mis hombros apegándome a su costado de manera protectora.

— Ok... y ¿me dirás de una buena vez que quieres de regalo?

Levanté la vista para mirar sus ojos como el sol e hice un mohín.

Llevaba semanas con la misma interrogante. En lugar de decirle "no me regales un carajo, me basta con que hayas pagado la cuenta del hospital" había dilatado el asunto, esquivando sus preguntas o dándole sugerencias absurdas.

Aunque... un viaje al espacio ya no era tan disparatado, gracias a ese sujeto... ese millonario famoso.

¡Oh! Genial. Otra preocupación.

— Olvídalo.

— Julieta... —Su voz tenía un deje de impaciencia.

Seguí ignorándolo hasta que me condujo hasta un rincón apartado y me acorraló contra la pared. Puso una mano a la altura de mi cabeza para cerrarme el paso, mientras que la otra viajó hasta mi cintura. Se inclinó hasta rozar su nariz contra la mía y clavó su mirada penetrante en mis ojos abiertos con asombro.

— Julieta... —Su tono grave provocó que tuviera que sujetarme los calzones, para que no se me cayeran.

Desvié la vista hasta su boca y enterré las uñas en mis palmas. Aún era muy temprano para pensar marranadas, me recordé.

Llevaba semanas fantaseando con el regalo de cumpleaños que quería de parte de Edward.

Sin embargo, tal era mi desesperación por no ser descubierta, que prefería mil veces mostrarle mi biblioteca de wuattpad.

Aunque pensándolo bien podía darle sutiles pistas...

Eh Edward... ¿Por qué no encargas ese traje de dominatrix? ¿O ese peluche kawaii? Ese de poronga...

*narra el omnisciente

Y así Edward se dio cuenta de que estaba saliendo con una pervertida, que recién luego de meses de noviazgo dejaba entrever su ninfomanía... por ese motivo y para resguardarse de la perversión de la mujer, al día siguiente de su cumpleaños, Edward se marchó... y a su barco le llamó libertad... dejando Julieta con la cuca y el corazón rotos con sus poderosísimos 47.1 centímetros...

*fin narración omnisciente

Con delicadeza y sin la menor piedad por mi corazón alterado, llevó su mano hasta mi nuca para depositar un suave beso en mis labios.

Apenas un ligero roce, suficiente para que mis mejillas se encendieran y mi mente de alcantarilla volviera a retomar la posibilidad de proponerle que me diera de regalo de cumpleaños.

Que me diera como cajón que no cierra.

A los pocos minutos de retomar la marcha hasta el salón de literatura, nos encontramos con Alice, que, en un ademán, "muy humano" saltó la escalera con una agilidad impresionante.

La chica ni se molestaba en ocultar su naturaleza fantástica, no obstante, las personas a su alrededor ignoraban con naturalidad, a la familia de piel pálida y cara de pocos amigos.

Cerré la boca de forma abrupta, disipando la preocupación.

— ¡Feliz cumpleaños! —Saludó con una caja de considerable tamaño, al tiempo que me envolvía en un abrazo.

— ¡Gracias Alice! —Respondí al gesto con efusividad y palmeé su espalda.

Alice me apartó con brusquedad, poniendo la caja entre nosotras. Sus pupilas oscuras encubrían el dorado de su iris.

— Lo usarás en mi casa esta noche. ¡Ya te vi abrirlo y te encantó! —Denotó animada.

Fruncí el ceño y miré a Edward en busca de explicaciones, sin embargo, él se limitó a encogerse de hombros.

— ¿Eh?

— ¡Vamos a celebrar tu cumpleaños en mi casa esta noche! ¿Edward no te ha dicho nada?

— No.

— ¿No?

— No vamos a celebrar. Menos en tu casa. ¿Estás loca?

Alice abrió los ojos con sorpresa. Volteó a mirar a Jasper, que se acercaba cauteloso en nuestra dirección, igualmente confundido.

— Julieta no arruines la diversión... —Incluso su cara de decepción era encantadora. Puse los ojos en blanco para rehuir de su belleza angelical.

Una punzada de culpabilidad se instaló en mi estómago.

Refunfuñé resignada.

— ¡Maldición Alice!

— ¡Maravilloso! —Su tono volvía a ser enérgico. — A las siete en mi casa...

Me llevé una mano al cabello, tironeándolo, como si con aquello pudiera sacar las ideas que me quitaran aquel compromiso de encima.

— Tengo que estudiar... —Grité demasiado tarde. Alice ya se había perdido junto a Jasper, con sus saltos de bailarina.

— ¿Por qué no quieres celebrar tu cumpleaños? —Inquirió Edward mientras doblábamos al pasillo que daba al salón. Me escrutaba escéptico ante la remota posibilidad de que me perdiera una fiesta.

— No es que no quiera celebrar... —Torcí el gesto. — Bueno sí. No quiero llamar a la desgracia. —Frunció el ceño. — Verás... en todos mis cumpleaños sucede algo malo. Todos. Es como una maldición. Cumpleaños que celebro, cumpleaños que queda la cagada...

— Julieta, estás siendo supersticiosa.

— No hombre, enserio. El año pasado celebramos en mi casa todo piola, sólo mi familia... y balearon al tío Cirilo.

Edward enarcó una ceja, con una mezcla de preocupación y curiosidad dibujadas en el rostro.

— Te lo juro, pinky promise. —Entrelacé mi dedo meñique con el suyo. — Antes de partir la torta, fuimos con mis primos al patio. Y los muy genios prendieron fuegos artificiales... Los narcos de la otra cuadra los vieron, pensaron que había llegado la merca y confundieron al tío Cirilo con el guatón Byron, un narco de por ahí cerca... Tres tiros le dieron... —Edward abrió la boca, mas no le di tiempo de interrumpirme. — Quedó vivo, menos mal... — Hice un ademán despreocupado. — Anterior a ese cumpleaños, la Nancy y mi tía Eufrasia se agarraron a madrazos porque la Nancy le robó el novio JUSTO EL DÍA DE MI CUMPLEAÑOS... Los quince son historia. Juan de Dios se robó los ahorros de la fiesta y se fue.

Concluida mi detallada explicación de mis tres últimos cumpleaños llegamos hasta el salón de literatura.

Y en lugar de estudiar el contexto histórico de los clásicos universales, analizar las canciones de Bob Dylan o cuestionar a los nobel de literatura, el profesor puso una aburrida película en blanco y negro del año de la mamá, de la mamá, de la mamá de tu mamá, de modo que comencé a cabecear en una inútil lucha contra el sueño.

A mi lado, Edward en silencio prestaba atención a la cinta, como si no la hubiera visto 500 veces mientras yo batallaba para no bostezar en plena clase.

— Es tan sencillo para ustedes los humanos... —murmuró con la vista al frente.

Cesé de apoyar la mejilla en la mano y me enderecé. Imité su ademán en busca del contexto de su acertijo. El tipo de la película se inclinaba contra la mujer dormida sobre el camastro.

— ¿Qué cosa?

— Es sencillo... observa. Un poco de veneno y acabó con su vida.

En efecto, el sujeto se estaba empinando un perfumero y se desplomaba contra el piso, mientras la tipa se despertaba horrorizada.

— Já. Se murió. Por put...

— Es diferente para los vampiros. Cuando James te mordió, creí que no sobrevivirías. Pensé en la posibilidad de seguirte, aunque fuéramos a destinos diferentes. ¿Qué sentido tenía una vida sin ti?

— ¿Qué? ¿Pero qué diablos Edward? ¿Qué son todas esas babosadas? ¿Te volviste emo? —Mi voz se elevó lo suficiente para interrumpir la silenciosa calma que reinaba en la clase.

— ¡González! —Bramó el profesor, al tiempo que pausaba la proyección. — Ya que está tan atenta a la clase... ¿Podría recitar las últimas palabras de Romeo a su amada?

— Pero si ya se murió...

— ¡González!

Me aclaré la garganta, para hacer tiempo e inspiré hondo, ante la mirada expectante del maestro y mis compañeros.

Por el rabillo del ojo también visualicé a Edward frunciendo el ceño ante el hecho de no saber cuál iba a ser mi contestación.

Yo tampoco la sabía. La única versión de Romeo y Julieta que conocía, era un libreto para una película que había escrito John, cuando se las daba de guionista.

Julieta dice: Romeo, Romeo, dónde estás que no te veo. Y Romeo contesta: Aquí Julieta, mirándote las tetas.

Desde tiempos inmemoriales su sueño era escribir su propia película porno, con juegos de azar y mujerzuelas.

De modo que, en tiempo récord busqué entre los recovecos de mi cerebro algo realmente relacionado con Shakespeare.

To be... or not to be... —Dije con solemnidad.

— Eso es parte del monólogo de Hamlet, González.

Hice una mueca y me hundí en mi asiento, mientras las risas amortiguadas destacaban mi error.

— ¿Señor Cullen? —Continúo el profe en busca de una nueva víctima a la que humillar

El aludido mantuvo su postura relajada, a pesar de que todas las miradas inquisidoras de la clase y comenzó a recitar con voz profunda y aterciopelada.

Siempre le prestaba atención a todo lo que hacía. A cada gesto, a cada palabra, que luego sobreanalizaba cuando no estaba con él.

Sin embargo, hoy sería la única excepción.

En lugar de enamorare más de su elocuencia y confianza y de su capacidad de recordar cursilerías de hace 500 años, su liviandad para considerar el suicidio era algo que me inquietaba. ¿Qué estaba mal con él? ¿Se había aburrido de la inmortalidad y ahora quería el descanso eterno que solo la muerte le podía dar? ¿Por qué ahora?

Por andar de psicoanalista me perdí todo el monólogo, con el que dejó callado al profesor, quién con un respingo insatisfecho, continuó reproduciendo el filme.

— Edward... —Murmuré arriesgando mi permanencia en la clase. — ¿Te deprimió la inmortalidad o qué? Podemos buscar un psicólogo... —Iba a ser difícil convencer a un vampiro de ir a un especialista y encontrar un terapeuta para este tipo de criatura en particular. Pero, no imposible. Hasta el diablo iba a terapia.

— Nada de eso...—Puso los ojos en blanco, al tiempo que tocaba mi frente con el índice. Un gesto que repetía, cada vez que comentaba que mi cabeza funcionaba al revés. — Es solo que... tú eres mi vida ahora.

Aguantándome las ganas de imitar su gesto y rodar los ojos, me crucé de brazos, fingiendo que prestaba atención a la película.

Nunca estaba segura con Edward.

Sus palabras me las había tomado de manera literal, cuando solo era una forma siniestra de ser romántico.

Idiota.

¿Por qué no hablar sin tantos rodeos?

Un cliché bastaba.

Sin embargo, una parte de mí, seguía preocupada...

¿Y si realmente había considerado el suicidio?

Sacudí la cabeza, como si con eso pudiera alejar los malos pensamientos.

No, me convencí.

Había vivido 100 años en soledad. Podía aguantar hasta el fin de los tiempos.

Concluidas las clases, nos dirigimos al estacionamiento. Afuera comenzaba a descender la temperatura rápidamente, de modo que me apresuré por llegar hasta el vehículo.

Edward me siguió con pasos mecánicos, hasta que se detuvo.

Froté las palmas y lo miré frunciendo el ceño. Antes de que pudiera protestar, sacudió la cabeza y sin dejar de mirar al frente anunció: — Alguien quiere verte.

Percibí un ápice de rencor en su tono despreocupado, lo cual me hizo sospechar de quién se trataba.

Di un suspiro, que escapó de entre mis labios en un vaho y seguí avanzando por el estacionamiento., mientras Edward se alejaba caminando en dirección contraria.

— ¿Melena?

El muchacho de cabello largo y oscuro, me esperaba recostado sobre un Volkswagen.

— ¡Julieta! —Acortó la distancia en apenas un par de largas zancadas.

Su saludo, fue un cálido abrazo, que me hizo mirar sus pies, en busca del porqué de su repentina altura. ¿Traía zapatos con plataforma?

— ¡Melena creciste! —Le reproché.

Estaba más alto que la última vez que lo había visto. Y más forajido.

— Bueno... ya sabes... no soy un niño realmente.

— Seee, ustedes los jóvenes crecen y una envejece.

— Hablas como una anciana, Julieta, sólo son dieciocho. Treinta según tu Fazebook...

Di un bufido que se materializó en el ambiente frío. Jacob dio una breve risa, al tiempo guardaba las manos en sus bolsillos.

De improvisto las mejillas del muchacho se tiñeron en un sonrojo ligero. Con premura sacó un adminículo de uno de sus bolsillos.

— El otro día vi esto y pensé en ti... —Abrí los ojos con desmesura y tensé los labios en una línea, al tiempo que fruncía el ceño gradualmente. Casi podía sentir mis cejas juntarse.

¡Qué mala elección de palabras! Si no estuviera segura de que sus preferencias iban en otra dirección, hubiera sido una situación muy incómoda.

— Pensé en el día de tu cumpleaños... y bueno... —Tomó una de mis manos congeladas, entre las suyas demasiado cálidas; suficientemente calientes como para derretir un cubo de hielo con rapidez y extendió el objeto para ponerlo en mi palma. — Es un atrapasueños.

— No... ¡Jacob! ¡Que bonito! ¿Lo hiciste tú?

— No, no.

— Ah. Pero igual está bonito. Gracias. No tenías que molestarte...

— No ha sido nada... —Miró a mi espalda, con expresión enfadada. Tal parece que sí había sido una molestia conseguir un regalo de cumpleaños, concluí. — Feliz cumpleaños —Volvió a abrazarme, con excesivo entusiasmo esta vez, llegando a levantarme unos centímetros del suelo, mientras me apegaba a su anatomía.

— ¡Gracias melena! —Puse las manos en su torso y puse distancia, empujándolo con brusquedad.

Jacob se quedó estático en su sitio mirando por sobre mi cabeza con desagrado.

— Jacob... Gracias, ha sido un lindo detalle. —En lugar de escucharme, cerró sus temblorosas manos en puños.

Me encogí de hombros y lo miré con un deje de extrañeza.

— Bueno... ahí nos vemos.

Cuando volteé, choqué con una dura muralla de mármol.

— ¡Edward! —Mi timbre emocionado, pasó a ser de preocupación. — ¿Edward?

Miraba al melena con el ceño fruncido. Jacob por su parte, parecía estar aguantándose las ganas de meterle un puñetazo. Era la misma expresión que tenía Juan de Dios cuando armaba bardo.

— Vámonos... —Edward puso el brazo sobre mis hombros y me dirigió hasta su auto.

Mientras caminábamos, con disimulo miré sobre mi hombro.

Jacob seguía estático y por el rabillo del ojo, pude notar como dejaba caer con peso muerto el brazo que tenía extendido, en un ambiguo gesto por... ¿detenerme?

Nahhh, me convencí.

La edad me estaba trayendo desvaríos de vieja chiflada.

— ¿Por qué Jacob Black puede darte regalos y yo no? —Inquirió Edward, mientras conducía camino a su casa.

Ignoré su pregunta sin dejar de mirar la ventana del Volvo, salpicada por la incesante lluvia.

— Julieta...

Di un suspiro. Se supone que era mi cumpleaños. Debía hacerse lo que yo quisiera. En lugar de eso, actuábamos en base a sus deseos. Me llevaba hasta su casa y organizaba una fiesta de cumpleaños que no deseaba. Encima me pedía explicaciones de algo que escapaba de mi control. Bueno no. Bueno sí, en parte.

— No quieres saber... —Dije arrastrando las palabras, al tiempo que extendía con pereza las manos por sobre la cabeza.

— Claro que quiero saber. ¿Por qué él puede pasar dos semanas buscando un regalo de cumpleaños y yo no puedo obsequiarte nada?

— ¿Quieres saber?

— Sí.

— Oh... ¿En serio quieres saber Edward? Podría ser algo inesperado, sabes...

— Julieta... —Su impaciencia era palpable en su tono y en la forma en que apretaba el volante.

Me daban ganas de recordarle que, si seguía apretándolo así, mi lápida tendría la misma fecha de nacimiento y de deceso.

— Pues te cuento mi buen Edward, que Jacob puede hacerme regalos, porque él no anda pagando las cuentas de hospital de la gente...

— ¿Qué? ¿Vamos a discutir por algo tan insignificante?

— ¡No estamos discutiendo! —Chillé. — ¡Y no es insignificante! Solo... no lo entiendes. No importa. Da igual. —Sacudí la cabeza en gesto negativo.

Lo que para él eran banalidades, para mí era estar eternamente en deuda con él. Pero literal. La cuenta del dichoso hospital al que me había mandado el vampiro psicópata fanático del cine snuff, había costado un riñón. Y medio.

Y como Edward, tenía plata para despilfarrar, se había hecho cargo. Motivo por el cuál no le iba a permitir otro regalo. Además, tenía ideas bastante extravagantes.

— ¿Por eso no quieres que te regale el Aston Martin?

— ¡Que no! Eres mi novio. No mi suggar daddy ¡por Dios!

No tenía que comportarse como un suggar daddy. Ya contaba con uno. Hassan, el turco con el que seguía hablando por Fazebook, era mi patrocinador. O lo sería si aceptaba su propuesta de matrimonio.

Gracias a todos los Dioses Edward no era un novio tóxico que me revisaba el celular. Era el tipo de novio tóxico que te espía mientras duermes, pero nunca se metía en mi móvil.

Y para mi suerte, tampoco lograba captar del todo mis pensamientos con su telepatía, por lo que podía pensar mil pelotudeces por segundo con la tranquilidad de una novia inocente, cuya cabeza está ocupada cien por ciento por su novio vampiro. Lo guapo que es, lo excéntrico que son sus ojos al cambiar de color. Lo pálida e impoluta que es su piel. Lo frío de su toque... Y repetirlo una y otra vez, a lo largo del día.

Síp. Ese tipo de novia era yo —en otro universo—. No la chica que pensaba en los regalos que me daría el turco en caso que le dijera que quería ser la madre de sus veinte herederos.