¿Voy a dedicarle un capítulo de 2700 palabras a un gato callejero?
Joder claro que sí.

El cielo gris, ofrecía una tarde sombría, cuando finalmente abandoné la estancia. La brisa fría, me hizo esconder las manos en los bolsillos, y la lluvia suave que comenzó a caer provocó que me dirigiera con paso apresurado hasta el Suzuki Carry.

A pesar de la incesante lluvia, que caía con más fuerza con cada instante que pasaba, me detuve al pasar al lado de las bolsas de basura apostadas a un costado del local.

Bajo la lluvia, entre las negras bolsas de basura, unos ojos grandes y amarillos me observaban con tristeza.

Me acerqué con cautela hasta el sitio. La pequeña criatura salió de entre su refugio frotándose contra mis botas mojadas.

— Hola criaturita. —Me puse de cuclillas con lentitud, procurando no asustarlo.

El animal emitió un agudo chillido.

— ¿A ti también te abandonaron?

La lluvia comenzaba a empaparme. El gato pelinegro volvió a emitir un maullido sonoro y lastimero.

— Matanga.

Lo tomé con una mano y lo envolví en el interior de mi chaqueta. No había casas alrededor, ni moradores. No parecía un gatito de casa. Pesaba menos que un globo y estaba pequeño y descuidado. Seguramente alguien lo había venido a tirar, junto a la basura.

Era un abandonado.

Para nuestra suerte Willy amaba acoger a desposeídos sin hogar.


— ¡Willy!

Entré con prisa rogando porque la estufa estuviera prendida. La criatura entre mi ropa se removía enérgica.

— ¿Trajiste comida para la cena? —Preguntó mi hermano, desperezándose desde el sofá de la sala, mientras miraba distraído el televisor.

— ¡Mucho mejor!

Saqué el gatito de entre mi chaqueta y lo alcé frente a él, como a Simba en el rey León.

— Laaaaa cigueeeeeñaaaa... se culió a tu mamá...

— ¡Julieta! —Su expresión y su tono denotaban espanto. Lo que no me quedaba claro, era si el motivo era nuestro nuevo integrante en la familia o mi sutil cambio en la letra del rey león. — ¡Me quieres explicar qué es eso y qué haces con él! ¡Aquí!

— Es Edwarcito. Mira tiene sus ojos. —Dije mientras lo acercaba a su cara. — Está chiquito y tiene frío. Trae una frazada para secarlo.

— Julieta, no podemos adoptarlo.

— ¿Qué clase de animalista no tiene mascotas? ¡Ah! —Contraataqué enseguida, poniendo a la criatura a un costado de la estufa. Se sacudió y estiró, para luego acomodarse muy cerca de la llama.

— Uno responsable. Y soy vegano Julieta. Es diferente.

— Me da igual. Edwardcito se queda.

— ¡Julieta! ¡Es una responsabilidad muy grande! ¿Tú lo llevarás al veterinario, comprarás su alimento, limpiarás su arenero, lo esterilizarás...?

— Tú y yo, porque lo vamos a adoptar.

— ¿Y con qué dinero vamos a llevarlo al veterinario? ¿Eh?

— Nos las vamos a arreglar. Donde comen dos, comen tres. —Tomé al gatito entre mis manos y comencé a acariciarlo. — ¿Cierto bebé? Quién es un lindo gatito...

— Ok... Tú serás responsable de educarlo.

— Ay Willy, ni que fuera un chamaco.

Willy se cruzó de brazos y nos miró a ambos con desdén. Le saqué la lengua y seguí mimando a la pequeña criatura, hasta que comenzó a maullar.

— ¿Y por qué Edward? —Inquirió incorporándose y mirando al gatito con interés.

— Ed-ward-ci-to.

Lo miré seria y tensé los labios en una línea. Había una abismal diferencia entre el nombre del que no debe ser nombrado y la adorable criatura de ojos grandes y amarillos.

— Lo llamaré Tay.

— Ah, no. Consíguete el tuyo y bautízalo como quieras. No me estrujé los sesos todo el camino acá para que le cambies el nombre.

— ¡Chica qué dices! ¡No lo pensaste ni medio segundo!

Di un bufido. Tenía razón. Apenas había visto sus ojos dorados supe que lo llamaría Edward... cito.

— Esta pequeña cosita negra quiere llamase Tay. ¿Cierto pequeño Tay? —Tomó al gatito con ambas manos y acercó su nariz a la de él. — Eres muy lindo. Sí... sí lo eres... —Luego de acariciarlo y examinarlo, agregó: — Su pelaje es negro como el cabello de Taylor. Debe llamarse Tay.

— Tiene ojos de Edward-cito. — No iba a ceder.

Willy sacudió la cabeza y volvió a sentarse, mientras ponía los ojos en blanco.

— No creo que Edward esté muy feliz, cuando sepa que le pusiste su nombre a un gato callejero.

— Ni que se fuera a enterar. —Repliqué, cruzándome de brazos. Tomé asiento y rebusqué el control remoto entre los recovecos del sofá, mirando el televisor y a Edwarcito a intervalos. La pequeña criatura se había arrollado escondiendo el hocico entre sus patas, tomando la forma de un rollo de canela. — No va a volver. Nunca. Me lo dejó más que claro cuando se largó.

Me encogí de hombros y esbocé una media sonrisa. Sin embargo, la preocupación en la cara de Willy no desapareció.

— Supongo que es mi caso también... —Dijo con un suspiro, luego de una larga pausa. — Taylor tampoco volverá.

Lo miré con interés.

— ¿Cómo así?

¿Taylor también era un vampiro?

Sacudí la cabeza.

Obvio no.

Existían mil razones para terminar una relación. Además, el que no debe ser nombrado, no me había abandonado porque fuera un vampiro. Se había largado porque se finalmente se había hartado de mí.

— No quiere verme... No después de lo que pasó...

— ¿Qué cagada te mandaste?

— ¡Oye!

— Tienes la misma cara de la Nancy cuando se manda una cagada. Con esa misma cara dijo... Julieta... Canelita se ha ido. Como si mi conejo se hubiera ido a meter a la olla.

Di un respigo, con ojos vidriosos.

Rememorando su rechazo, como lo hacía noche tras noche.

Me mordí el interior de la mejilla, rogando en mi fuero interno, porque Willy asociara mi llanto silencioso al recuerdo de mi mascota cocinada.

— Bueno, sí... Yo, lo arruiné. Tienes razón. —Admitió cabizbajo. — Taylor...

— Taylor, no se hubiera arriesgado a que le diera la paliza de su vida si te hacía daño...

— Taylor descubrió una conversación. —Continuó, ignorando mi comentario. — En realidad ni siquiera fue una conversación. Fue un simple texto. Algo insignificante...

— Y quedó la tole-tole.

— Y empezamos a discutir... En el auto, camino a Seattle. ¿Te conté? A Taylor le habían ofrecido un trabajo en Seattle, con un ascenso y mejor paga.

— No tenía idea.

— Sí te conté. Pero, no le prestabas atención a nada que no fuera Edward.

— ¡No es cierto!

Rodó los ojos antes de retomar su monólogo.

— Planeamos una relación a distancia. Íbamos a viajar fin de semana por medio. Hicimos un calendario incluso. El primer fin de semana viajaba yo… Estábamos tan emocionados porque funcionara… Aunque, de todas formas, tenía mis dudas. Las relaciones entre un signo de fuego y uno de agua…

— Willy, ahórrate el horóscopo. —Interrumpí. — Y ya, sáltate hasta la parte en que te manda al demonio.

—No te proyectes en mí Julieta. —Puse mala cara. Ese había sido un golpe bajo. — Taylor se iba con Mercurio retrógrado con ascendencia en…

—¡Willy!

—Ok. A último minuto decidí que no iba a dejar que el amor de mi vida se fuera a cientos de kilómetros, así que… ni siquiera hice mis maletas. Como buen sagitario, impulsivo que soy, me fui con lo puesto. Y mientras yo conducía… —Dio un respingo. — Llegó un mensaje de un tipo. Y él lo vio… Y comenzamos a discutir… —Se mordió el labio, conteniendo las lágrimas que amenazaban con desbordarse. — Y como buen sagitario impulsivo que soy, le conté todo. Pero, todo-todo.

— Rebobina Willy, ya me perdí.

— Eso... le dije que le había sido infiel una noche. —Hablaba rápido y sin pausas. — Le expliqué que fue una tontería, que fue un día que habíamos peleado. Pero... —Su voz finalmente se quebró.

— Te mandó a la mierda… Con justa razón.

— No me ayudes tanto yegua.

— Ah... cierto que te tengo que animar. —Me mordí el pulgar unos instantes. — Pero, ¿qué quieres que te diga? Eres tremendo pelotudo Willy.

— ¡Ah sí! —Enjuagó sus lágrimas con premura.

— Sí. ¿Qué esperabas? ¿Que se hiciera el tonto con los cuernos que le pusiste?

— ¿Y qué hay de ti? ¿Ah? ¿Por qué te terminaron?

— Otro más... ¡Yo terminé con él!

— Esa no te la crees ni en tus sueños Julieta. Asúmelo, te terminaron.

Puse los ojos en blanco.

— Le puse los cuernos.

— No es cierto. Di la verdad.

— ¿Quieres la verdad? Tú no quieres la verdad. —Tomé aire y me acomodé en el sofá. Willy hizo lo mismo mientras se cruzaba de brazos. — Bien... Prepárate, porque esto da para rato.

Le solté todo.

Total, no me iba a creer nada de la historia de terror que le relevé y de todas formas el secreto acerca del vampirismo estaría a salvo.

Básicamente, porque era una historia inverosímil y, de todas formas, él nunca iba a regresar y, por lo tanto, jamás se enteraría que le conté toda la verdad con lujo de detalles a mi hermano.

Eso creía yo.

Lamentablemente yo siempre esperaba que las cosas se fueran por el sendero de la lógica y lo racional.

No contaba con que Willy tuviera una reacción contraria a la que yo auguraba y que mis pronósticos fueran errados.

En aquel rincón del mundo las cosas funcionaban al revés y yo dura, no terminaba de caer en cuenta.


— ¡Lo sabía! —Dijo finalmente Willy luego de un silencio ininterrumpido en el que ventilé con descaro los sucios secretos de Edward Cullen.

O casi.

Le conté con lujo de detalle desde que él me reveló su secreto...

Corrijo, desde que yo con mis dotes de investigadora descubrí su secreto, hasta que me abandonó en el bosque.

— Cómo, que sabías... Qué ibas a saber... —Balbuceé con estupor.

Esa no era la reacción que esperaba.

Si bien era sospechoso que no me interrumpiera ni una vez para decir un comentario irónico, supuse que estaba esperando al final, para decirme que era una vieja chiflada, que leía pura fantasía sin sentido y los monos chinos me habían fundido el cerebro.

O por lo menos algo parecido.

Algo que dijera. Chica tú está' loca. Tú está' enfelma.

No esta euforia que denotaba que sus sospechas eran ciertas. Como si desde un principio hubiera sospechado que Edward —y toda su familia, porque el chisme se cuenta completo o no se cuenta — no eran humanos.

— Willy...

— Lo sabía. O sea... más o menos. Entre mis opciones estaban vampiros, licántropos, cambiaformas...

— Willy, se supone que no me tomarías en serio.

— Julieta. Hermanita... —Su tono condescendiente, me puso de mal humor. —Tú y yo sabemos que no tienes la inteligencia suficiente para inventarte tremenda historia y además eres pésima mintiendo. —Abrí y cerré la boca de manera abrupta, tensando los labios en una línea. — Además, desde que Carlisle y su familia llegaron a Forks, sospeché de ellos. Era evidente... ¿Un doctor súper joven y sus hijos adoptivos? Todos jóvenes, perfectos...

— Con plata... Yo creí que eran narcos adictos a la cirugía plástica. —Interrumpí encogiéndome de hombros.

— De haber conocido las leyendas Quileute lo habría averiguado mucho antes que tú.

— Carajo, Willy. —Los colores huyeron de mi cara, incriminándome más. — Se supone que no me creerías.

Alzó las cejas, con gesto triunfante. Incorporándose, comenzó a dar vueltas por la sala.

— Hay algo que no me queda del todo claro... ¿Por qué el olor de tu sangre es tan atractivo para los vampiros?

— Qué voy a saber yo Willy. Quizás les gusta el olor a chivo. ¡Olvida ya el asunto!

— Julieta. —Se volteó para mirarme de frente, con gesto serio. — ¿Eres virgen?

— ¿Qué? ¡Willy! ¡La virginidad es un constructo social! —Arremetí inmediatamente.

— Mmm... Cierto. —Suspiré de alivio para mis adentros. Exteriormente no moví un músculo. — Mejor dicho, ¿has tenido sexo?

— ¡Qué poronga te importa!

Puso los ojos en blanco y volvió a inquirir.

— Julieta, ya pues. Es simple. Sí o no.

— ¡Willy!... —Modulé el tono de mi voz, para restarle importancia al asunto. —Lo que se ve no se pregunta. —Respondí con mi mejor cara de póker.

A ver si con eso dejaba de hacer preguntas incómodas.

¡Sálvame Juanga!

— No lo veo con claridad. Por eso te pregunto genio.

¡Ay maldito Willy!

¡Siempre un paso delante de mí!

— Ah... pues... —Tamborileé los dedos en el brazo del sofá. —¡Me voy a dormir! —Me paré con rapidez y me dirigí a mi habitación, dando un sonoro portazo.


Luego, de despertarme a intervalos irregulares para darle agua y comida a Edwarcito, llevarlo hasta el patio para que hiciera sus necesidades y acomodarlo en mi cama, logré conciliar un sueño profundo, sin pesadillas después de mucho tiempo.

Todo gracias a la criatura, que con las atenciones que demandaba me dejó agotada, además, de que sus ronroneos al recostarse a mi lado resultaban enternecedores a la par de relajantes.

Por ello, desperté alrededor del mediodía, con los gritos de mi hermano desde la puerta principal.

— ¡Julieta ven! ¡Ayúdame!

Me dirigí con paso cansino hasta la sala, envuelta en una manta, mientras que con una mano cubría un bostezo.

— ¡Julieta apura!

Ensanché los ojos con sorpresa.

Willy hacia malabares para equilibrarse. Inclinado hacia la izquierda, llevaba un transportador en una mano, mientras que con la otra sostenía una caja de considerable tamaño. De su hombro, resbalaba una bolsa de compras.

Desparramados por el suelo de la sala, había accesorios para gato.

— ¿Willy qué carajos? —Inquirí al tiempo que lo ayudaba con un saco de arena para gato, color rosa.

— Saluda a la pequeña minina. —Dijo abriendo la puerta del transportador felino. — Nombre definitivo por convenir.

— ¿Qué? —Trastabille mientras caminaba de espaldas. Mis brazos temblaban bajo el peso del saco.

— Llevé al gatite a la veterinaria. —Asentí. — Y.… resulta que no era un Edward... cito. Era Edwarcita. ¡Es una niña!

— ¿Gatita?

— Sí. Es hembra. Tendremos que pensar en un nuevo nombre.

— Mmm...

Willy dejó el bolso sobre el sofá. Me senté y desperecé como el animal que estiraba su pequeño cuerpo, afilando las uñas en la alfombra.

Mi hermano, continuó dándome detalles acerca de la edad de la pequeña gata, su dieta y cuidados.

Su entusiasmo, ante el reto que suponía hacerse cargo de la criatura, se reflejaba en sus ojos. Después de mucho tiempo se evidenciaba en ellos un atisbo de alegría.

Además, volvía a salir de casa, durante el día.

Sus días se limitaban a quedarse encerrado durmiendo y salir de farra por las noches, sin embargo, la gatita, lo había hecho levantarse temprano para ocuparse de ella.

— ¿Tienes hambre?

— Hombre, qué pregunta es esa, yo siempre tengo hambre.

— Ok, prepararé hot cakes.

— ¡Wujú! Jokeiks.

Willy tomó los ingredientes y se dirigió a la cocina.

Rebusqué en las bolsas y encontré comida húmeda para gato cachorro, además de comida para humano.

— Prende la estufa para la pequeña... —Alzó la voz sobre el ruido de la batidora eléctrica.

— Sunny. —Interrumpí mirando a la criatura de pelaje completamente negro y grandes ojos amarillos. — Se llamará Sunny. Como Sun, pero más bonito. ¿No ves que tiene ojitos de sol?

— Ok. —Estiró las mejillas en una auténtica sonrisa. — Préndele la estufa a Sunny.

Tomé un puñado de papeles, para encender la estufa a leña.

Fruncí el ceño cuando me percaté que eran las boletas del supermercado y de la tienda de mascotas donde había comprado los accesorios para gato y el alimento.

— ¡¿Gastaste más en cosas para la gata que en comida para nosotros?! —Grité, caminando a grandes zancadas hasta la cocina.

— Te dije que era una responsabilidad muy grande... y cara.

— ¡Ah claro! ¡La gata come salmón y yo como pasto!

— Pueden compartir las croquetas si quieren...

— ¡Willy!

Como un sol, la pequeña criatura peluda y pulguienta —desparasitación en progreso— había llegado a iluminar nuestras grises vidas.

Era una mascota realmente graciosa.

Incluso cuando no hacía nada era adorable.

Willy y yo teníamos el celular lleno de fotografías de Sunny durmiendo, con el hocico abierto o estirada sobre el sofá.

Claro que no todo era color de rosa, como la arena en la que hacía sus necesidades.

Su instinto cazador nos había hecho pasar más de un disgusto.

— ¡Julieta! —La voz inundada de pánico de mi hermano, me hizo correr a toda velocidad hasta su habitación, dejándome sin aliento para gritar al ver la escena del crimen sobre la alfombra.

— ¡Willy qué hiciste!

— ¡Fue la gata!

Willy estaba dando saltos sobre la cama, agitando las manos y llevándoselas a la cara a intervalos.

Enarqué las cejas con sorpresa.

La pobre rata, era casi tan grande como la pequeña Sunny.

— Qué será de nosotros si no le damos comida…

— ¡Quítala! ¡Quítala! —Los agudos chillidos de mi hermano, eran ensordecedores.

— Willy, no voy a tocar una rata muerta.

— ¡QUÍTALAAA! —Su vozarrón de macho alfa, me sobresaltó.

Entre protestas, no me quedó de otra que hacerme cargo del cadáver en la habitación de Willy.

— Sunny se va a poner muy triste si sabe que no aprecias sus regalos…