Llegué a casa y abrí la puerta de una patada, para cerrarla de un portazo.
Inmediatamente me dirigí a la cocina y comencé a asaltar la despensa, la que medio vacía me obligó a ir hasta al refrigerador.
—¿Cómo te fue? —Preguntó Willy desde la sala, mientras me empinaba la botella de coca.
—Tengo tanta rabia Willy…
Sin dejar de beberme la botella de coca, volví a abrir los muebles de cocina, para sacar el primero de los muchos sacrificios a causa de mi ira.
Willy soltó un grito y Sunny salió corriendo, a causa del estallido del plato en el piso. La loza se hizo añicos sobre la cerámica de la cocina.
—¡Qué te pasa estúpida!
—¡Tengo rabia! ¡Y pena! ¡Quiero romper cosas!
Un segundo plato fue a parar al suelo, siguiendo el mismo destino que su predecesor. Iba por el tercero, cuando Willy me detuvo.
—¡Calma! No es necesario que te desquites con la fina porcelana de tu hermano… —Denotó tomándome por las muñecas.
—¿Con qué entonces? ¿Contigo? Todavía no olvido que me debes una nariz nueva. Ya viene siendo hora de que quedemos a mano.
Soltó mis manos y retrocedió con pasos torpes.
Bebí un largo trago de coca y dejé la botella sobre la encimera. Limpié la comisura de mis labios con el dorso de la mano y me arremangué las mangas, adoptando una posición ofensiva.
Alzó las manos a la altura de su pecho, a modo de rendición y con disimulo volvió sobre sus pasos.
—Julieta… Tú no quieres hacer eso…
—¡Ah no!
—¡No!
Finalmente, me convenció que era mejor desquitarnos con las cuentas impagas que nos acechaban y los pósteres de mi habitación que no hacían más que oficiar de nido de arañas.
Mientras él hacía picadillo las cartas de aviso de corte de suministros, yo quitaba los pósteres de la pared, para enrollarlos y darle con ellos en la nuca.
—¡Qué te pasa ridícula!
—Sum… —Silbé imitando el zumbido de las espadas láser de la guerra de las galaxias. — ¡Willy Skywalker! ¡Te desafío a un duelo! —Sin esperar una respuesta, volví a pegarle con el póster, esta vez en la cara.
—¡Ay! —Se quejó frotándose el puente de la nariz. —¡Estúpida!
—¡Por el poder del Du hast! —Alcé el póster con ambas manos y apunté a su cabeza.
En un rápido movimiento, enrolló el poster restante y esquivó mi ataque.
—¡Ich Will! —Denotó con voz gutural, contraatacando con un certero golpe a la altura de las costillas, dejándome sin aire.
Continuamos con nuestra ridícula lucha, hasta que los pósteres quedaron deformados e inutilizables.
Willy fue hasta la sala para ir por su celular y encargar comida, dejándome sola en una habitación de paredes desnudas, rodeada de papel picado.
En el silencio que sucedió a la batalla, me cuestioné, cómo mi corazón seguía latiendo a pesar de faltarle piezas.
Como no tenía un plan con el que sacar a Jacob de la secta de Sam, no volví a su casa, a pesar de que contaba con una buena excusa.
El ir por mi play 3, me parecía un buen motivo para aparecerme "casualmente" por la casa Black.
Sin embargo, mi orgullo herido impedía que volviera a hacer las paces con mi exmejor amigo.
No iba a transar con pastabaseros.
Aquella resolución, dejó en evidencia que me había aferrado a las tardes con Jacob y sus amigos jugando play, como un deprimido depende de su dosis diaria de sertralina y ahora que me la habían suspendido de golpe, era una drogadicta en abstinencia.
Todo volvía a ser como antes.
Los lugares comunes que me recordaban a él, volvían a atormentarme con su recuerdo, el que se iba desvaneciendo lentamente.
¿Cómo era el matiz de su voz?
¿De qué forma entrecerraba los ojos bajo las luces de la cafetería?
¿Era su cabello unos tonos más oscuros que el caramelo? ¿O más claros?
Ya no lo recordaba.
Los pequeños detalles desaparecían entre la bruma de mi memoria.
Pese a ello, los lugares que solíamos frecuentar, eran un constante recordatorio de su ausencia.
—Mierda. —Musité haciendo eco de mi frustración.
Tampoco recordaba ya, el color de sus ojos, ni la sensación que me transmitían.
El desprecio en sus ojos oscuros era todo lo que habitaba ahora en mi memoria.
—Sí, lo mismo pensé yo. Es algo terrible. —Dijo Jessica.
La miré extrañada.
Durante la hora de almuerzo nos reunimos en la cafetería. Mientras miraba en dirección a la mesa vacía donde solían sentarse los Cullen, Jessica comentó el motivo de la repentina ausencia de Bella. Sin embargo, su voz aguda y penetrante se perdió entre mis cavilaciones.
Ahora asumo, que estaba asociando lo que había murmurado a una contestación del tema en curso.
—¿Qué es tan terrible? —Delaté sin ninguna vergüenza que no le ponía atención.
Rodó los ojos antes de contestar.
—¡Lo de Luke!
—¿Skywalker?
—¡No! —A su exclamación enfadada, le sucedió un murmullo. — El chico Howland. Dicen que lo atropelló su dealer mientras iba a rehabilitación.
—Ah… Eso. —Me encogí de hombros. — Yo hubiera hecho lo mismo si fuera el tipo.
Jessica y Angela me miraron con asombro. Mike y Eric siguieron enfrascados en su propia conversación.
—Digo… Le estaba robando el negocio… Momento. —Me llevé una mano hasta el mentón. — ¿Quién dices que atropelló a quién?
Jessica sacudió la cabeza en gesto negativo y continuó: — El dealer atropelló a Luke. La policía dijo que fue en venganza…
—Wow. ¡Irónico! Si hubiera seguido drogándose estaría vivo. Eso nos deja una importante lección. ¡Dróguense! Las drogas no matan. Los narcos sí.
—Dice la policía que fue una chica. Su dealer era una chica. ¿Puedes creerlo?
Abrí ligeramente la boca e imité la cara de asombro de Angela, mientras el pulso se acrecentaba en mis oídos y la voz de mi conciencia resonaba en mi cabeza.
"¡Estamos jodidos! ¡Sálvese quién pueda! ¡Inocente! ¿A qué hora sale un vuelo al fin del mundo? ¿Cómo se llama esa isla desde donde no te pueden extraditar?"
—¡Sí! Creo que encontraron unas recetas en su casa… ¿Julieta? —Miré inmediatamente a la mención de mi nombre como una forma de disimular el shock. — Estás un poco pálida… ¿Te sientes bien?
—Yo… eh…
¡AHHHHHHHHH!
¡Jodida! ¡Completa e irremediablemente jodida! ¡Yo no fui! ¡Tengo coartada! ¡He estado encerrada llorando en mi casa las últimas semanas! ¡Mi gata es testigo! ¡Willy llévame el peluche de Elmo! ¡Y dile a Edward que lo amo!
—Creo que… —La bilis subió hasta mi garganta cortando el paso de oxígeno, haciendo que resoplara por la nariz.
Pasé saliva y me incorporé, aferrándome a la mesa ante el mareo que me hizo trastabillar.
—Voy al baño. —Anuncié con voz débil, antes de salir corriendo a vaciar mi estómago.
Necesitaba más detalles acerca del caso Howland, de modo que aproveché mi línea directa con la policía.
—¿Y Bella? —Pregunté, cuando salíamos del salón de español.
—¿Dónde has estado el último tiempo? —Inquirió Jessica frunciendo el ceño.
—Aquí. —Me defendí automáticamente.
Iba a la escuela con normalidad. Conversaba con mis compañeros y luego me encerraba en casa, ante la ausencia de actividades extraprogramáticas.
Del trabajo me habían suspendido desde que me había rebanado un dedo, cortando vegetales. De milagro no había necesitado cirugía para poner la falange en su lugar.
—Jess… —Intervino Angela. Fruncí el ceño, cuando detecté un tono de condescendencia en su voz. — Recuerda que lo de Bella pasó durante la semana que estuvo con licencia.
—Bueno. Como sea.
—¿Qué le pasó a Bella?
—Se la llevaron a Phoenix. Su madre se la llevó. —Respondió Lauren, quién apareció por un costado, uniéndose a nuestra caminata.
—¿Eh? ¿Es en serio? ¿Por qué?
—Eh… Bueno. —Angela, parecía buscar las palabras exactas para describir lo acontecido.
No obstante, Lauren fue más rápida y concisa.
—Se estaba volviendo loca. Así que su padre llamó a su madre y se la llevaron a Phoenix a la fuerza.
—¡Lauren! —Recriminó Angela con las manos sobre sus caderas.
—¡Qué! ¡Es verdad! —Seguí mirándola con la boca abierta producto del asombro. — Parecía un zombi desde hace meses. Dicen que la vieron intentando saltar de un acantilado incluso…
—Yo oí que tenía alucinaciones. —Intervino Jessica. — Cada vez que se ponía en peligro veía a su novio.
—Pobrecita… —Musitó Angela con un suspiro.
—Qué mal... Me caía bien la loquita. —Me encogí de hombros y me adelanté unos pasos.
Las chicas a mi espalda siguieron cotilleando, acerca del inesperado destino de Bella Swan.
Al menos tenía una madre que se preocupaba por ella.
La Nancy, no me llamaba ni para saludarme el día de mi cumpleaños…
Miento.
Con una semana de atraso, llamó para saludarme por haber cumplido la mayoría de edad.
Sin embargo, como en lugar de contarle las maravillas de la juventud, la abrumé con mi crisis existencial —y económica— no volvió a llamar, en vista de que Willy y yo no teníamos plata para prestarle.
Si Nancy me hubiera invitado a irme con ella a Punta Cana, hubiera aceptado gustosa.
Sobre todo, ahora, en vista de que pronto me señalarían como sospechosa del homicidio del pastero en rehabilitación.
Debía huir de Forks, antes de que me arrestaran.
Pero como siempre, para mi desgracia, no tenía un mango.
Estaba pobre, patética y próximamente presa.
