Un breve grito, escapó de mis labios, sin embargo, me silencié, poniendo las manos sobre mi boca, lo suficientemente rápido para que Willy no lo escuchara.
—¿Jacob?
El eco del bate impactando el piso de madera, aún resonaba en la habitación.
—¿Puedo entrar?
—Claro... —Iba a correr la cortina, cuando me percaté que seguía parado afuera, como si estuviera esperando a que le abriera la ventana. — ¿Por aquí?
Asintió, sin dejar de mirarme con gesto serio.
Fruncí el ceño y di un bufido.
—¡Por dios! ¡No! Que subnormal. —Puse los ojos en blanco y cerré la ventana. — Da la vuelta, tonto.
Finalmente, entró por la puerta de la cocina, en su insistencia por allanar mi casa como un acosador.
—¿Qué haces aquí? ¿Y a esta hora?
Jacob metió las manos a los bolsillos de sus pantalones cortos y dio un suspiro ofuscado, bajando la mirada.
—Si quieres merca, te informo que me retiré del negocio rey.
—¿De qué hablas?
—Y esteroides tampoco tengo. —Dije mirando de reojo, su tonificado torso desnudo.
Afuera debía haber chorrocientos grados bajo cero, sin embargo, él se paseaba casi empelota.
Lo único que explicaba aquello eran drogas... o anabólicos de caballo.
Sacudió la cabeza negando y volvió a suspirar.
—Solo... venía a advertirte... No deberías ir sola al bosque. —Abrí los ojos como los platos que estaban sin lavar en el fregadero. — No... Más bien no deberías ir al bosque.
—Y a ti que te importa lo que yo haga o deje de hacer. ¿Viniste a mi casa, a esta hora, para decirme semejante tontería?
Di un bufido y caminé hasta el sofá frente al televisor.
La teoría de que venía por merca tenía más sentido.
Jacob, no tenía como saber que había ido al bosque...
Bueno, al bosque que llevaba a la casa de los Cullen. Síp. A las valiosas posesiones de los Cullen, cuyo valor no paraba de subir en la subasta que había organizado en la Deep web.
—Tampoco deberías volver a la casa de los Cullen.
—¿Eh? —Cesé de morderme el pulgar y volteé, esforzándome para que mi expresión no me delatara.
—Si vuelves allí y uno de ellos te vuelve a atacar, no podremos protegerte. No volveré a romper el tratado por ti.
—¿Eh? ¿Cuál tratado? —Abrí la boca con asombro, mientras sacaba conclusiones. — ¡Me estás espiando!
—Julieta... solo aléjate.
Me dio la espalda y se dirigió hasta la puerta principal.
— ¡Vuelve aquí y explícame toda esa basura! —Grité furibunda.
—Despertarás a Will. —Respondió en un susurro, sin voltear a verme.
—¡Qué me importa a mí! —Chillé lo suficientemente fuerte para despertar a los vecinos. — ¡Vuelve aquí pastabasero!
—¡Qué son esos gritos! —Exclamó Willy desde el umbral de su habitación.
—¡Este gil! —Acusé apuntando a Jacob. O donde se supone estaba hace cinco segundos. — ¡Bah! ¿A dónde se fue este pelotudo? —Volví hasta la cocina y eché un vistazo. No había nadie.
Abrí la puerta y me asomé afuera.
El frío glacial congeló mi mano aferrada al pomo de la puerta, haciéndome gemir, cuando la brisa golpeó mis mejillas.
—¡Julieta entra ya!
Luego de echar un vistazo, sin encontrar nada, ni a nadie, obedecí a regañadientes.
—¿Me dirás que diablos haces levantada a esta hora y por qué gritabas como loca?
—Jacob, vino acá y...
—¿Jacob? ¿Cuándo?
—Recién.
Willy se llevó una mano a la sien y dio un suspiro.
—Hombre, yo tampoco sé por qué vino a la hora del culo, pero dijo que me andaba espiando y...
—Julieta. —Denotó Willy suavizando su tono. — Sé que todo esto con Edward te tiene mal... Y que terminar tu amistad con Jacob, te dejó peor... Pero, no puedes andar desvelándote e inventando cosas...
—¿Dices que estoy mintiendo?
—Nena... tal vez las noches sin dormir te están pasando la cuenta... Y son tantas tus ganas de ver a Jacob, que lo andas viendo en todas partes.
—¿¡Dices que estoy loca!?
—Loca, no es la palabra Julieta. —Esbozó una sonrisa cínica, que me revolvió el estómago. — Solo digo, que todo esto te tiene afectada... Son muchas cosas en muy poco tiempo, es normal que no puedas procesarlo...
—Willy yo lo vi. ¡Estaba acá!
—En tus sueños lo viste Juli. Ahora ve a acostarte, que mañana será otro día.
—¿Acabas de decirme Juli? —Inquirí con una mueca de disgusto.
—A dormir. —Sentenció. — Y la próxima vez que salgas, ponte pantuflas.
Inflé las mejillas y apreté las manos en puños.
Willy regresó junto a Sunny a su habitación y yo me quedé otro rato más, inspeccionando la sala, en busca de evidencia que verificara que efectivamente Jacob, había estado allí y que lo de recién no eran desvaríos de deprimida psicótica.
Derrotada, luego de varios minutos, de inútil pesquisa, volví a mi habitación con pasos torpes, a causa del entumecimiento.
Acostada en mi cómoda, pero, fría camita, me tapé hasta la cabeza, pensando en lo que había dicho Willy.
¿Había visto a Jacob o me estaba volviendo loca?
Al día siguiente inmediatamente fui hasta la casa de Jacob a develar el misterio, ante la minúscula, pero peligrosa posibilidad de estar volviéndome loca.
El no saberme en mis cinco sentidos, me tenía ansiosa, por lo que, concluidas las clases, —porque siempre responsable y en caso de que estuviera suspendiendo una materia podía alegar mi intachable asistencia...
No así mi comportamiento... ¿qué culpa tenía yo que las clases fueran tan aburridas y somníferas?
Sí... me las dormía todas.
Pero, iba.
A dormir, pero iba...
Por andar de investigadora, nuevamente no fui a trabajar con doña Chepa.
Arriesgaría mi permanencia, pero al menos confirmaría que no estaba loca. O en caso contrario alegar demencia.
De todas formas, tenía una buena excusa, para ausentarme al trabajo y que no me despidiera.
Conduje por la carretera salpicada de lluvia con toda la precaución de una trasnochada paranoica.
El trayecto hasta la reserva fue excesivamente largo, ya que, a intervalos me detenía a un costado de la carretera para beber café, como una forma compensar las horas de sueño perdidas.
Como consecuencia apenas llegué a la casa de Jacob, fui corriendo hasta el baño.
—Que alivio... —Denoté al tiempo que me secaba las manos en el impermeable.
Desde su silla de ruedas, el padre de Jacob, me miraba con una mueca de disgusto.
—¿Qué haces aquí? —Preguntó, impaciente porque me fuera de su casa.
—Ah... cierto... ¿Y Jacob?
El viejo dio un respingo antes de contestar.
—No está.
Seguí parada en mi sitio y me crucé de brazos.
El padre de Jacob dio un sonoro carraspeó, incómodo ante mi presencia.
—Las mentiras son malas para el corazón, sabe.
Sacudió la cabeza y me dedicó una mirada desdeñosa.
—Pero, no se preocupe don, yo solita puedo ir a buscarlo...
—¡Oye! —Escuché como vociferaba a mis espaldas.
Ignorándolo, seguí caminando hasta el dormitorio de mi ex mejor amigo.
La pequeña habitación estaba sencillamente decorada. En el centro había una cama estrecha, junto a una mesita de noche con una anticuada lámpara.
Acoplados a la pared, otro mueble de madera y un clóset.
Aparte de eso, estaba vacía.
Efectivamente Jacob no estaba.
La pared que daba al sur, tenía una ventana con las cortinas corridas, desde donde divisé a un grupo de hombres sin camisa y pantalones cortos, caminar descalzos en dirección a la casa.
Corriendo, volví hasta la sala, donde me esperaba el padre de Jacob, de brazos cruzados.
—¡Te dije que no estaba!
—Sí, sí. No importa. Ya lo pillé.
Fui hasta la puerta principal y salí al exterior, al encuentro de los sectarios.
—¡Jacob! —Grité, caminando más rápido.
El aludido apenas me prestó atención. Frunció el ceño y desvió la mirada en el instante que sus ojos suplicantes, porque lo rescatara de esa secta, se encontraron con los míos.
Apreté el paso y antes de percatarme estaba corriendo a todo lo que daban mis piernas.
Otro chico, de aspecto más amenazador, miró con desdén, al verme avanzar.
—¡Jacooob! —Vociferé mientras la falta de aire me quemaba la garganta.
El aludido finalmente se separó del grupo y avanzó unos pasos.
Mi grito de guerrero espartano había surtido efecto, intimidándolo más que las consecuencias que le traería separarse unos minutos de los sectarios. ¿Qué horribles castigos le esperarían al pobre muchacho? ¿Por qué su padre parecía tan tranquilo? ¿Estaba él metido en la secta también?
—¿Qué haces aquí? —Inquirió con tono molesto.
—Dame un segundo. —Dije entre jadeos, inclinada con las manos apoyadas en las rodillas.
Por el rabillo del ojo vi como ponía los ojos en blanco.
—Necesito saber si...
—Jake, ¿quién es esta chica? —Inquirió con voz áspera, un muchacho igual de joven que él. Bajó la vista y volvió a dirigirse a Jacob, con arrogancia. —¿Es la chica que salía con Cullen, verdad?
—¿Le contaste a los de tu secta que salía con Edward? —Mascullé entre dientes, irritada, mas, no sorprendida por ello. La secta, era mucho más manipuladora de lo que imaginaba.
O...
Jacob, era un chismoso.
—No fue necesario. Todos sabían de lo tuyo con ese chupasangre.
Abrí la boca y la cerré al instante.
¿Escuché bien?
Dios, que me haya agarrado un ataque de sordera o uno de psicosis...
—Pero, qué... —Miré al metiche y a Jacob a intervalos, hasta que me decidí enfrentar al mocoso que no paraba de interrumpir. —Y a voh quién te echó ficha mono y la... —Inflé las mejillas y me autocensuré en un esfuerzo por simular algo de educación. —Callao larva, estoy hablando con Jacob. ¿Quién te pateo la jaula?
Respirando pesado, entrecerré los ojos, mirando con odio, al chico que contorsionaba el gesto con confusión.
—¿Qué acabas de decirme?
—Sordo el baboso, más encima. ¿Te lo traduzco o te hago un dibujito? ¿O acaso la secta te secuestro el cerebro también?
El chico apretó la mandíbula y comenzó a temblar de forma incontrolable.
—Julieta aléjate. —Dijo Jacob, anteponiéndose entre el chico y yo.
—¡Quítate tú! —Vociferé empujando a un lado a Jacob, que al no anticipar aquello, se movió con facilidad.
— ¡Qué pasa! ¡A ver! ¡Qué pasa! —Inquirí, encarando al muchacho que no cesaba de temblar y cuyo rostro se iba tornando más rojo con cada segundo que pasaba.
Rápidamente el resto de los integrantes de la secta rodeó al chico. El de aspecto más maduro, alzó una mano a la altura de su pecho, mientras murmuraba algo ininteligible.
— ¡Jacob sácala de aquí! —Gruñó la voz autoritaria del líder.
Jacob obedeció en el acto y tomó mi brazo, tironeándome en dirección a la casa.
—¡Suéltame! —Jalé mi brazo con brusquedad y ahogué un gemido.
Los integrantes de la secta se alejaron, cuando el muchacho comenzó a convulsionar de forma violenta.
Un gruñido animal desgarró su garganta.
De un segundo a otro, su cuerpo se sacudió, dándole lugar a un enorme animal con la apariencia de un lobo, alto como un caballo.
Rápidamente se agazapó y dio un salto hasta donde yo estaba.
Tragué duro.
No tenía tiempo para correr.
Ni para salvaguardarme.
Mi cerebro a penas, había reaccionado, tensando mis músculos, preparándose para el inevitable peligro, cuando me percaté que la criatura extendía las garras, preparada para destrozarme la garganta.
Iba a morir.
Y era tan lenta, que apenas me daba cuenta.
—Me lleva... —Murmuré.
¿Por qué no me había quedado callada?
Me habían advertido.
Cállate, Julieta.
Dentrate pa dentro.
Vamos pa la casa.
Pero, siempre porfiada. La perra seguía y seguía.
Ahora iba a tener que conformarme con hincharle las pelotas a satanás.
En un milagro de la naturaleza, Jacob me empujó lejos de la trayectoria del depredador y tomó la forma de un enorme lobo de pelaje color chocolate.
Aterricé de espaldas, sobre las palmas de mis manos, mientras una dolorosa sensación de déjà vu, me acalambraba el estómago.
Las criaturas comenzaron a atacarse mutuamente, buscando con sus mandíbulas de dientes afilados la yugular del otro y se revolcaron en una mezcla de quejidos y zarpazos hasta perderse en el interior del bosque.
Uno de los descamisados, el de rostro más sereno, me ofreció su ayuda para levantarme.
Me quedé mirando su mano extendida largo rato, hasta que cerré la boca y entrelacé mi mano húmeda a causa de la hierba sobre la que había aterrizado y mi propio nerviosismo.
—Qué, qué, qué... —Tartamudeé. — ¡Qué diablos ha sido eso!
—¡Cosa de lobos! —Dijo una voz conocida, tras los muchachos descamisados.
El rostro afable de Seth, me miraba divertido.
—¿Qué? —Abrí más los ojos, ante lo absurdo de su explicación y su postura despreocupada.
—Llévenla a lo de Emily. —Ordenó el líder.
Embry, Quil y Seth, me rodearon para conducirme hasta el vehículo.
Me dejé llevar ensilencio, hasta que recordé que Jacob era ahora una criatura con aspectomonstruoso, que se estaba agarrando a putazos con otro tipo de aspecto mutante y ahogué un jadeo.
—¡Jacob! —Exclamé apuntando al bosque.
—Estará bien... No te preocupes. —Dijo Quil. — Apuesto diez pavos a que le da su merecido a Paul.
—Diez a Paul. —Replicó Embry. — ¿Has visto lo rápido que se ha transformado?
—Julieta, ¿tú por quién apuestas? —Terminó Seth en un susurró.
Miré en su dirección y me encogí de hombros.
—Vaya... Sí que se puso pálida...
—Sí... ¿se desmayará?
—No creo, pero mejor llevémosla con Emily, rápido.
—¡Qué cínica! ¡Andaba con vampiros!
Sacudí la cabeza y miré en dirección al interlocutor.
Embry me miraba conrecelo encubierto, en su semblante despreocupado.
—Es que los hombres lobo sí que dan miedo, ¿cierto Julieta? —Denotó Quil, enderezándose con orgullo.
—¿Por qué no me traen una coca mejor el par de genios? ¡No están viendo que se me bajó la presión! —Dije, antes de subirme al vehículo y cerrar de un portazo.
Adentro relajé los músculos y me desparramé sobre el asiento del copiloto, apoyando mi cabeza sobre el respaldo.
¿Qué había sido lo de recién?
¿Qué era real y qué no?
¿Estaba en un pueblo de fantasías, mitos y leyendas?
O tal vez...
Tal vez...
Sí... me estaba volviendo loca.
