Con el monto de seis cifras en mi cuenta corriente y cinco ceros, llegó la prosperidad. Y la gloria. Y el poder. Porque el que tiene plata hace lo que quiere.

Por ello, me pasé la mayor parte del día en el supermercado, comprando todo tipo de comida vegana, sin fijarme en el precio.

¿Así se sentiría Rockefeller?

Tiembla Bill Gates, que te voy a quitar el puesto en Forbes.

Luego de despilfarrar y comprar compulsivamente, como heredera Hilton, pasé por una peluquería del centro de Port Angeles, para que reemplazaran mi improvisado corte de cabello, por algo que no implicara una peluca o pelos postizos.

El peluquero, un amable y parlanchín sujeto de edad madura, me estuvo entreteniendo con su cháchara amena, lo que duró la promoción de corte, masaje y brushing.


A eso de la hora de la cena, salí del establecimiento con un peinado digno de cantante pop y olor a champú de salón, —ni parecido al jabón en barra con el que me estaba lavando el pelo las últimas semanas— además de una sencilla manicure francesa.

Tremenda facha, la complementé con unas gafas Rayban pirata, que vendía un ambulante, en la esquina de un semáforo.

Mi llegada a casa, fue anticipada por la estruendosa canción que resonaba en el auto, acompañada de mi canto de urraca.

Willy, apostado en el porche, me esperaba con los brazos cruzados y una expresión de enfado.

—¡Willy! —Saludé, acomodándome las gafas de sol sobre la cabeza, al tiempo que descendía del vehículo. —¡Ven a echarme una mano!

El aludido, seguía mirándome con desconfianza desde la entrada de la casa, mientras me esforzaba por bajar la mayor cantidad de bolsas desde los asientos traseros.

—¡Mueve los panes, hombre! —Exclamé, al percatarme de que se movía con la rapidez de una tortuga atravesando un campo minado.

Volvió a escrutarme con suspicacia, hasta que reparó en mi atuendo. Su cara reflejaba una mezcla de horror e ira, que me heló la sangre, cuando empezó a hablar.

—Julieta Gertrudis González Tapia… Es eso un…

—El abrigo es de piel sintética. Lo juro. Estaba de oferta en el supermercado. —Me excusé, entre palabras atropelladas. — Y según yo se parece al de ese video… —Al no recordar el nombre de la canción, imité escuetamente la coreografía, haciendo que Willy desviara la mirada, avergonzado.

—Ok… Te creo… blackturra.

—Envidioso. —Repliqué acomodando un mechón teñido de rubio platinado tras de mi oreja.

La etiqueta de los anteojos de sol se enredó entre mis dedos y mi pelo. Solté un quejido, cuando finalmente la pude quitar.

—¿Qué es todo esto? — Inquirió cuando vio la cantidad de bolsas que se apilaban.

Rodé los ojos.

—Comida, genio.

Una vez, descargado todo y mientras ordenábamos la despensa, volvió a mirarme con sospecha.

Metió la mano a una bolsa al azar y esbozó una sonrisa, gratamente sorprendido.

—¿Salchichas doña Rosita?

A nuestro encuentro, saltó Sunny, restregándose contra sus piernas.

—También tengo algo para la bebé de la casa… —Anuncié rebuscando entre las bolsas de supermercado. — ¡Comidita premium!

La pequeña criatura, corrió hasta mí, estirando su cola peluda, sin dejar de mirarme con sus ojos grandes y hambrientos.

—Todo lo mejor para mis bestias. —Sonreí orgullosa.

Rodó los ojos y siguió observándome en silencio, en busca de algún ademán que me delatara.

Ante aquella potencial amenaza, opté por darle la espalda, buscando entre las compras, para dar con la bolsa con el logo de la farmacia.

—¡Mira! Te traje B12…

—Julieta González Tapia…

—¡Y omega 3! Vegano. Nada de aceite de pescado. Aceite de… de eso mismo.

Entrecerré los ojos, para divisar mejor las diminutas letras de la etiqueta y descubrir, con qué reemplazaban el aceite de pescado los suplementos veganos.

—¿Abriste un OnliFans?

—Claro… Aceite de… ¿Qué?

Volteé rápidamente, sosteniendo las cajas de vitaminas en una inestable torre, que se derrumbó ante el asombro, que me produjo, el gesto serio de mi hermano.

Willy me escrutaba, de brazos cruzados, con las cejas alzadas a la espera de una explicación.

—Ya eres mayor de edad… Y no te voy a juzgar… Pero, si ese dinero, lo conseguiste vendiendo nudes… —Se llevó una mano a la frente, frotándose la sien. — Claro… Por eso tus salidas misteriosas a la "reserva" —Enfatizó haciendo comillas en el aire. — Dime ¿es una especie de código para tus sesiones fotográficas?

—¡Qué flores te fumaste! —Solté una carcajada, sosteniendo su mano, para poner el frasco de vitaminas en su palma. — Willy, la deficiencia de B12, te tiene mal…

—Entonces, ¿de dónde sacaste dinero para comprar todo esto?

Puse mi mejor cara de ofendida, ante su mirada acusatoria de que andaba en malos pasos.

Porque sí, andaba en malos pasos.

Pero, no en sexys y candentes malos pasos, bajo el foco de luces brillantes, para crear contenido exclusivo.

Mis andanzas de chica mala, eran realmente malas. De naturaleza delictual.

Mientras pensaba en una mentira convincente, que no admitiera que vendía fotos con menos contenido erótico que tu abuela en tanga, simuladamente, desvié la mirada a la pared, meditando la posibilidad de decir algo como: "hablar de plata es de muy mala educación…"

—Doña Chepa, me dio un aguinaldo por… las fiestas patrias… digo… el cuatro de julio.

Willy entrecerró los ojos un largo rato, monitoreándome en silencio.

Puse cara de póker, felicitándome mentalmente, por tremendo chamullo.

Preciso, conciso, sin titubeos.

La perfección.

Hasta el día calzaba. No tenía por dónde descubrirme. Al menos que se me fuera la lengua, en un impulso de estupidez, o revisara bajo mi cama, el cuadro restante, envuelto en bolsas de basura.

Quería venderlo, mandar todo al carajo, comprar un boleto a Punta Cana y vivir flipantes aventuras, o tener un tórrido romance con un caribeño, que fuera parte de una mafia.

Recién enterada de aquello, enviudaría y me haría cargo del negocio como toda una muñeca de la mafia y me cambiaría el nombre a Rosario Tijeras...

Momento… ya había una.

Mejor…

Rosario del Corte. Y los reales.

Y así mi vida estaría resuelta…

O casi.

Como buena amante del drama, no todo podía ser tan fácil. Además, incluso mandar todo al carajo, demanda trabajo.

Estaba la promesa que le había hecho a Willy. Cumpliría mi palabra y me graduaría, en primer lugar. Luego, me iría con mis cientos miles de dólares a un país que no tuviera convenio de extradición con Estados Unidos y me teñiría de rubia y me broncearía hasta quedar naranja.

—¿Cuánto te dio de aguinaldo?

—Sabes que doña Chepa me tiene cariño…—Respondí con cara inocente. — Además, ya se enteró que estás cesante…

Con la venta del cuadro de la orgía, nos alcanzaba para vivir cómodamente.

Ya no me iba a preocupar, de, qué comer y con qué plata echarle nafta al Suzuki.

Incluso podía darme el lujo de comprarle un auto al Willy…

Y… ¿comprar el último modelo de play, tal vez?

Eso, podría levantar sospechas…

Por el momento, el óleo impresionista, lo guardaría como un seguro en caso de emergencias.

O…

Quizás lo devolvería a la casa de los Cullen…

…El día del níspero.


El ansiado fin de semana, programado para la reunión de machos alfas, pecho peludo, barba de leñador, y yo, hacia el clima perfecto para ponerme mi abrigo de piel sintética y mis botas de agua rojas.

La llovizna de los días anteriores había dejado grandes cantidades de barro, que no se podían evitar con un zapato impermeable que no llegara hasta las rodillas, por lo que el nuevo calzado que había comprado en una improvisada salida a Port Angeles, era ideal. Además, podía lucir mi peludo y calientito abrigo, sin que parecer perro mojado.

Reunidos en un semicírculo, al calor de la chimenea de la casa de Jacob, los muchachos y yo nos enfrentamos a un duelo de Fifa, siendo Paul, el primer rival, elegido por la manada para defender su honor.

—Oye Paul, oye Paul… qué amargado se te ve… te ganó la Juliethina… que es más grande que vocé. —Canturrié en una improvisada mezcla de idiomas.

El muchacho a mi lado se sacudía con violencia, mientras azotaba el control de la consola, contra la mesa de centro, que se desastilló con el golpe.

—Oye, oye, oye… —Se quejó el padre de Jacob, avanzando con premura, desde la cocina, al ver la trizadura en el mueble.

Paul, hizo caso omiso al viejo y a los chicos que le recomendaban que se retirara de la sala de estar, ante la posibilidad de que la destruyera en un arranque de ira, provocado por mi desafinado canto y mi baile descoordinado, los que Seth, no dejaba de alentar.

—¡Gané! —Celebraba el muchacho más joven, arrugando entre sus puños, el dinero apostado, sobre la mesa.

—¡Ganamos! —Agregué, tomando el dinero restante.

Seth, puso mala cara e inició una lucha para quitarme los billetes, que me rehusaba a soltar.

Ahora entendía a los multimillonarios. Una vez, que tenías, siempre querías más. Y mientras más ilegal el método para conseguirlo, más emocionante la ganancia.

—¡Silencio! —Ordenó con un grito gutural, el líder de la manada, haciendo eco de su autoridad. — Paul, ve afuera. —El aludido, cerró los puños y me dedicó una mirada de rencor, antes de salir entre trotes apresurados, hasta el antejardín.

A penas, estuvo a la intemperie, tomó la forma de un lobo de pelaje gris y enormes proporciones.

—Se detonó perro bomba… —Comenté a propósito de su escasa paciencia y su nula tolerancia a la frustración.

—Es su tercer par de tenis en esta semana. —Se lamentó Jacob, sacudiendo la cabeza.

Me mordí el interior de la mejilla, sin dejar de mirar como la criatura corría en dirección al bosque.

Sin previo aviso, le arrebaté el dinero a Seth, y lo volví a poner sobre la mesa.

—La apuesta, será para comprarle otro par de tenis. —Anuncié.

Los chicos miraron en mi dirección sorprendidos.

Los ignoré y volví a acomodarme sobre el sofá, con el control entre manos.

—Y bien, ¿quién será la próxima víctima de Juliethina la indestructible?

Todos se miraron entre sí, en una silenciosa réplica que dejaba en evidencia, lo intimidados que estaban por mis habilidades con la consola.


Entre partidos de Fifa, pizzas tamaño familiar y bailes al ritmo de las Twice —porque Seth, resultó ser un acérrimo fan de Nayeon— llegó la hora del crepúsculo, reflejando a través de la ventana, los colores cálidos del atardecer.

Juliethina, la ataja en el medio campo, se pasea a Embry, le hace un paso de samba, apunta al arco y… GOOOL. Golazo de Juliethina... Juliethina la más grande… ¡El público enloquece!

Los espectadores del partido se veían aburridos e indispuestos a celebrar mi décimo —o undécimo ya— partido ganado consecutivamente.

Apoyaban la mano contra la mejilla, con expresión de fastidio, mientras yo imitaba pasos de famosas coreografías de k-pop.

—Julieta… ¿No deberías ir a tu casa ya? Es tarde y…

— ¡Excusas! —Dije interrumpiendo a Embry. — Todo porque te gané esta partida. Y la anterior. Y…

Un bostezo nada disimulado, por parte de Quil, me hizo poner los ojos en blanco.

—Hicimos rondas toda la noche… —Musitó el muchacho, de ojos brillantes y ojeras pronunciadas.

—¿Rondas?

Jacob, carraspeó, mirando con recelo a Quil, quien hundió los hombros, bajo el peso de la mirada dominante del muchacho.

—Nada… nada… — Agregó enseguida, escondiendo la mano tras su nuca.

—Ya lárgate de una vez —Intervino Paul, con tono hostil.

—Me voy cuando me eche Jacob. —Repliqué cruzándome de brazos.

—Te iré a dejar… —Jacob, me tomó del antebrazo y me condujo hasta la salida.

Di un bufido, decepcionada ante el poco aguante, que tenía la panda de muchachos mucho más jóvenes que yo.

Me despedí con un gesto y caminé enfurruñada hasta el v16.

—¿Por qué se ven tan del ojete? ¿Qué rondas son esas? —Inquirí, mientras Jacob arrancaba el auto.

—No es nada. —Respondió a la defensiva. — Cosas de lobos.

¿Cosas de lobos?

Aquello, no me causó gran inquietud, sino hasta que canceló, por medio de un escueto mensaje, nuestra junta programada para "la revancha"; la esperada reunión en casa de Emily, donde los muchachos prometían, recuperar su honor y presumir sus triunfos, ante la presencia de la "chica lobo".

Sin embargo, todo quedó en nada, obligándome a improvisar un rápido plan, que no implicara quedarme en casa, sin nada que hacer.

Jacob, mandó el panorama al diablo, aludiendo a una excusa inventada, a la que no le presté atención.

El contenido de sus mentiras me era irrelevante. El fondo me inquietaba.

¿Por qué había cancelado nuestra junta? ¿Estaba rehuyéndome de nuevo?

En su tono cansado, se camuflaba un matiz urgente, que acusaba que me ocultaba algo, tal y como la vez que se había alejado por el asunto de la licantropía.

¿Una nueva mutación aquejaba a mi amigo?

¿Habría entrado en celo acaso?

Tal vez… Tal vez sus feromonas de Omega estaban secretándose, teniendo que ocultarse de los poderosos Alfas que se lo querían coger.

Pobre Jacob…

Por eso Sam lo miraba con ganitas…

— ¡Chili Willy!… ¿Qué haremos este finde Cerebro? Si mal no recuerdo, abrió un nuevo antro en Port Angeles. ¿Por qué no vamos a dar una vueltoca?... Quiero perrear…

—Taylor se va. —Musitó mi hermano, sin despegar la vista del televisor.

—Taylor se fue hace rato desmemoriado. —Repliqué poniendo los ojos en blanco, golpeteando el suelo de madera, con la punta del pie, a la espera de que levantara su perezoso trasero del sofá y atendiera con entusiasmo mi invitación.

—No tonta. Taylor se va de Seattle. Se va… —Dio un suspiro antes de terminar la frase. — A Puerto Rico.

—A la verga…

—Se va…. Del país… —Desvió la vista del televisor, para mirarme con sus ojos grandes y angustiados. — ¿Sabes? Creí que no me importaba ya. Que lo había superado. Pero… yo lo amo. Lo amo. Es el amor de mi vida. Y se va. Se me va. A cientos de kilómetros. ¿Sabes qué es lo peor? Que se ve tan feliz. —Un sollozo le desgarró la garganta. — Él ya me olvidó. Y yo… Yo no puedo vivir sin él, Juli.

Me mordí el interior de la mejilla, para ahogar una exclamación ante el apodo.

—Bueno, pero…

—¿Qué voy a hacer?

—No sé… ¿Y si vas a el aeropuerto y llevas una cartulina que diga meper donas? —No hacía falta incluir al gatito de ojos llorosos, bastaba que replicara la penosa cara que tenía ahora. — Y te plantas a cantarle perdóname de Camilo Sesto.

Una media sonrisa adornó su rostro un breve instante.

—Eso es… Ridículo.

—Funciona en las películas. —Me defendí, encogiéndome de hombros. — No me culpes a mí. Culpa a Hollywood y el mito del amor romántico.

Sacudió la cabeza y volvió la vista al frente. Las lágrimas se agolpaban en sus ojos, que miraban hacia el infinito.

—Se va a ir…

—Ya, ya… —Di ligeros golpes en su espalda para confortarlo. — ¿Vamos a la disco, para que consigas un nuevo novio?

—¡No quiero un novio nuevo! —Gritó furibundo. — ¡Quiero a Tay!

—Ya… ya…

Rápidamente, comencé a hilar un plan, para impedir que se arruinara la concepción de que el amor todo lo puede y todo lo justifica.

— Entonces… Yo consigo el cloroformo y tú la pala para cuando se termine el efecto del sedante. —Willy alzó la vista, confundido. —Cuando empiece a gritar y a forcejear para quitarse la mordaza… ¡zas! su palazo en la cabeza. Eso debería mantenerlo inconsciente hasta que lleguemos a la casa.

—¿Qué demonios?... —Su rostro se contorsionó entremezclándose la confusión y preocupación en sus facciones.

—No tenemos sótano… —Continué con las comisuras de mis labios curvadas hacia abajo, en una mueca de tristeza. — Pero… si convertimos tu cuarto en la habitación roja del señor Grey…

—¿De qué diablos hablas? ¿Te volviste loca? —Inquirió crispado.

No iba a sugerirle que se fuera a Costa Rica, porque no quería que me dejara sola en este pueblucho por donde no pasó Dios, y no tenía pensada una excusa lo suficientemente buena, para justificar un boleto de avión para ambos.

Decirle la verdad era suicidio e inventarle que me había sacado la lotería, era subestimar su inteligencia. Por ello había improvisado aquel plan de secuestro…

¿Dije secuestro?

No. No. No.

Corrijo.

El plan, era una reconciliación en contra de la voluntad de uno de los involucrados. Con fines románticos. Y sin violencia —no más de la necesaria.

Sin embargo, en lugar de agradecerme por darle una excelente propuesta de reconciliación, Willy miraba como si se me hubiera zafado un tornillo y le hubiera confesado mi malvado plan de dominación mundial.

Nuevamente, mi hermano sucumbía al dolor de la pérdida, abrazándose a sí mismo con fuerza, mientras los sollozos agitaban su pecho, amenazando con derrumbarlo.

Verlo tan compungido, me rompía el corazón…

…Así que, lo mandé a llorar a su habitación para que no me contagiara su tristeza.

Nah… No es cierto.

Si bien tenía menos tacto que una motosierra, no era tan desalmada.

Me deslicé, hasta quedar sentada en la alfombra. Apoyé la mejilla en mi mano abierta, palmeándole las rodillas a intervalos, hasta que me paré a conseguirle pañuelos, para su nariz que no dejaba de moquear.

Cuando volví, con pañuelos y una barra de chocolate vegano, con cacao al mil por ciento, Willy ya no estaba. Se había ido a encerrar a su cuarto para sufrir a solas y en silencio.

—¡Eh! ¡Willy! —Denoté, golpeando la puerta de su habitación.

Inmediatamente, hice silencio y me senté apoyando la espalda contra la puerta.

Buscando indicios del estado de ánimo de mi hermano, pegué la mitad de la cara a la puerta. Lamentos ahogados y mi propio pulso latiendo violento, fue todo lo que obtuve.

Al ver a mi hermano tan afligido, me cuestioné la veracidad de la frase que afirmaba que el dinero daba la felicidad.

Tal vez, aplicaba para el dinero que ganabas honestamente, no para el que conseguías vendiendo los cuadros de tu exsuegro.

—Willy… Podemos ir haciendo autostop… No está tan lejos. —La pequeña Sunny, saltó hasta mi regazo, expectante porque compartiera la barra de chocolate con ella. — Podría ser peor… podría irse al fin del mundo…

Con rapidez desenvolví la barra, dándole un exagerado bocado al chocolate, esperando que el azúcar, elevara mis niveles de serotonina.

Arrugué el entrecejo, de manera casi instantánea.

La golosina estaba amarga y en lugar de ponerme de buen humor, consiguió el efecto contrario. Refunfuñando, volví a la cocina, por algo que me quitara el mal sabor de boca.


Si le gustó, no le gustó, quiere mandar saludos, una queja, un punto, cualquier interacción se agradece.
Estimado lector : le informo que estamos a dos capítulos (o tres a lo sumo) del final y me gustaría conocer sus apreciaciones de la historia, porque acabo salir de guapo bloqueo-crisis escritoril y cualquier orientación, para esta alma en pena se agradece.
Em fim... feliz sextiembre.