Tus pecas
Un escalón, dos escalones, tres escalones... El moreno ya no sabía cuantos escalones había subido. Los contaba como producto del cansancio de toda una tarde practicando deporte. Estaba recién duchado, refrescado, y ahora subía con frío. Pensaba que tal vez estuviera ya congelado. Cruzar un pasillo, y otro, y otro... Medio dormido casi, cansado como nunca, las piernas le fallaban... Dobló una esquina.
Y allí estaba ella. De pié. Brazos en jarra... Tan sólo su expresión de enfado lo hizo quedarse estático. Por suerte ella aún no lo había visto, con lo cual, volvió atrás sus pasos y se quedó en la esquina, de forma que ella no lo viera... Aún enfadada era guapa. Una diosa. Normalmente las diosas eran rubias... pero para él eran pelirrojas, sin bucles dorados ni nada de eso, no, sino hilos de cobre fino cayéndole de su cabeza perfecta... Ojos azules acuosos, como el mar... Y sus pecas rosadas adornando sus mejillas claras. Era una diosa en todos los sentidos de la palabra para él.
Pero no se atrevía ni siquiera a reconocérselo a sí mismo. No podía pensar en ella así, no era para él. Y no sabía por qué, le angustiaba ver esa expresión de enfado en su linda cara. ¿Por qué estaría enfadada? Pero lo que más le preocupaba es que ella lo pillara, mirándola furtivamente, detrás de una esquina... Un poco triste.
Estuvo observándola durante unos minutos hasta que vio como Dean Thomas avanzaba rápidamente hasta ella. Ella empezó a decirle algo, en voz baja, sin embargo violentamente. Agitaba mucho las manos, y cuando él intentaba sujetarle los brazos, ella se soltaba bruscamente. Discutían. No le gustaba ver a la chica tan enfadada, pero se alegrara de que estuviera así con ese chico. Decidió que ya había visto mucho, así que fue a darse un baño en el baño de prefectos.
A relajarse, a intentar no pensar en ella. Aunque mientras más lo intentaba, más pensaba en ella. ¿Por qué no podía ser él aquel que la besara dulcemente? Se lo imaginó por un momento, sostener sus dulces mejillas, mirarla a ese mar profundo y cálido, así como su pelo pelirrojo color fuego. Y poder contar las pecas de su cara. Acercarse a sus labios y besarlos lentamente, eternamente, hasta profundizar el beso, como un torrente de electricidad, apasionado... Sin darse cuenta, el baño había terminado, había salido del baño de prefectos y había llegado hasta su sala común. Hasta no pasar el retrato, no dejó de fantasear.
Y allí la vio, sumida en un profundo sueño, tumbada en el sofá de la sala común, con el pelo tapándole parte de la cara. Aún con el uniforme puesto. Era sumamente bella.
- Tal vez no me escuches, no me importa. No puedo hacer nada, no puedo ni atreverme a decirte que te quiero... pero ojalá llegue el día que me atreva a confesarte lo que siento, que podamos tener algo entre nosotros. Que dejes de ser mi fantasía para ser mi realidad.- Y dicho esto, posó sus labios sobre los de ella, en un leve intento de beso, que quedó en un dulce roce de labios.
Sin más, el chico subió a dormir. Mientras se decidió a hablarle, había contado las pecas rojizas de su cara. La musa de Harry Potter tenía nombre, y nunca olvidaría el sabor de sus labios, aunque sólo los haya probado en un tímido roce de labios. Algún día podría besarla de verdad. Cerró la puerta del cuarto de chicos de sexto para dormir. Y no se percató de que la pelirroja dormida se levantaba del sofá, sin necesidad de desperezarse, como si no hubiera dormido.
Ginny Weasley alzó la mirada hacia la puerta que acababa de cerrarse, suspirando profundamente y haciendo un gesto negativo con la cabeza.
- Cuando entenderás, Harry, que no estoy haciendo más que esperarte.
Y ella también subió las escaleras, pero las de chicas, y entró en el cuarto de quinto. Supuso que a la mañana siguiente Harry se enteraría de que aquella noche había cortado con su último novio, Dean Thomas, y que tenía el camino totalmente libre...
