Disclaimer: la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.

Capítulo 25

Edward

Parece que la felicidad nunca puede ser para siempre.

Después de tener un hermoso fin de semana junto a Bella. Ahora estaba en la oficina del detective con nuevas noticias y no precisamente las mejores.

— No someteré a Lili a ninguna prueba —refuté— está comprobado y respaldado bajo un laboratorio que la niña no es nada de él.

El detective asintió.

Me había hecho acudir a su oficina para informarme que Sam Uley nos acusaba de haberle robado a su hija. Y el juez había ordenado una prueba de ADN bajo el sistema de protección al menor.

— Tienes que hacerlo. Es una petición del juez y no puedes negarte —me explicó seguido de un hondo respiro—. Comprendo tu coraje, Edward. Pero sí está comprobado que la niña no comparte nada con ese hombre, entonces no tienen absolutamente nada qué perder, al contrario, esto agilizará el caso y será a su favor.

Bufé.

— Ese tipo está loco, se obsesionó con mi cuñada y la acosó hasta… —dudé—. ¿Qué han averiguado del accidente?

— Iban a exceso de velocidad y no respetaron la luz del semáforo. Su muerte sigue siendo un accidente de tráfico. No hay pruebas que muestren que Sam Uley los perseguía.

— ¿Y Leah qué ha dicho?

El hombre dejó caer el bolígrafo que sostenía en su mano y se recargó en la silla.

— Está internada en una clínica psiquiátrica. Su condición la deja fuera del caso —hizo una mueca— es mentalmente inestable para ser tomada en cuenta su opinión.

— Estás queriendo decirme que ese tipo puede salir libre —expuse—. Dímelo de una vez.

— No. No podrá hacerlo, porque hay otros delitos en su contra. Pero no te garantizo que sea juzgado por lo que se le acusa.

Me incorporé. No quería escuchar más y comprobar la incompetencia del sistema que se supone debería protegernos.

— Haré lo que tenga qué hacer para demostrar que ese hombre es un peligro en las calles —expresé— lo que sea necesario para que no vuelva a dañar a mi sobrina.

— Estoy contigo.

Lo escuché decir a mi espalda, solo que el coraje y desilusión eran tan grandes que no volteé, no quise verlo y comprobar que Sam Uley quedaría libre en cualquier momento y él no se atrevía a decirme la verdad.

Fui directo al apartamento. Necesitaba tener en mis brazos a Bombón y protegerla.

— ¡Tío Ewwi! —gritó en cuanto me vio en la puerta y corrió hacia mis brazos. Dejé besos en sus mejillas sonrojadas.

Bella supo todo en cuanto me vio. Sin duda era demasiado perspicaz y sabía perfectamente interpretar mi coraje.

Me abrazó fuertemente y yo rodeé su cintura.

— Prepárense que iremos a patinar —les dije.

Bombón aplaudió mientras se echaba a correr a la habitación.

— Es lunes —respondió Bella— ¿no irás al consultorio?

— No. Quiero pasar el día con ustedes —besé sus labios— con mi familia.

.

Bella podría tener muchos talentos, ¡vaya que lo tenía! Pero patinar sobre hielo no era lo suyo.

Mi estómago me dolía de tanto reír por ver cada maniobra que realizaba en la pista. Volví a acercarme cuando quedó tumbada de panza sobre el hielo.

— Nena, no es necesario hacer giros ni nada que pueda dañarte, solo patina.

— Es vergonzoso que niñas de seis años sean unas profesionales y yo no —arrugó las cejas de modo gracioso— tengo que aprender.

Se soltó de mí y volvió a lo suyo: desplazándose con gracia por la pista para empezar a dar giros como una auténtica bailarina. Apenas pasaron dos minutos y estaba de nuevo tumbada sobre la pista.

— Oh… ¡tía Bella! —Bombón exclamó deslizándose con ayuda de su pingüino asistente.

Nos acercamos de nuevo y Bella tenía su rostro rojo y una sonrisa en sus labios. Le ofrecí una mano y aceptó.

— Esto es muy divertido —murmuró a la vez que se ponía de pie y centraba su vista en Lili—. La vida es esto, Bombón. No importa las veces que caigas siempre levántate y vuelve a intentarlo, ¿entiendes? La actitud depende de uno mismo. ¡Vamos!

Sonreí.

La vi sujetar su mano y sin ayuda del pingüino asistente se fueron a recorrer la pista, juntas. Tomadas de las manos.

Así era Bella. La mujer más aferrada y positiva que había conocido en mi vida, no tenía miedo y si llegaba a sentirlo tenía la entereza y coraje para vencerlo.

Tenía mucho que aprender de ella, de mi Bella.

Esperé que dieran la vuelta a la pista y me uní a ellas sujetando la mano de Bombón. Los tres recorrimos la pista sintiendo el viento frío que golpeaba nuestros rostros.

Entre risas, caídas y piruetas pasamos el resto del día. Era la energía que me faltaba para poder seguir, para soportar la espera que el proceso tardará en dar un veredicto.

.

.

Habían pasado dos semanas.

Mordía las uñas de mis dedos por saber qué pasaría con ese tipo luego de asentar que Lili no era su hija, las pruebas volvieron a estar a nuestro favor y esperábamos impacientes el fallo del proceso.

Los días se estaban volviendo largos y estresantes por igual.

Cerré la laptop de vuelta después de agendar algunas citas para la siguiente semana. Lo único que quería era volver a casa y acurrucarme con Bella mientras miramos alguna película con Bombón y después esperar a que ella durmiera para poder estar juntos sin problemas.

— Edward, te buscan.

Claire, mi asistente estaba en la puerta y por su gesto sabía quién era.

— Hola, Edward —Bree entró trayendo consigo bolsas de comida— traje comida asiática, hubo un tiempo que fue tu favorita.

Restregué las palmas sobre mí rostro.

Lo de Bree se estaba volviendo insoportable, cada tarde aparecía con algún pretexto para quedarse conmigo. Me quitaba el tiempo y por su culpa había llegado varias veces tarde a casa.

— No me gusta comer en mi lugar de trabajo —fui honesto.

Claire seguía en la puerta y me hizo una señal que ella debía irse, solo le asentí con una sonrisa.

Suspiré hondamente y miré a Bree. Ella estaba con sus ojos en mí, la desilusión por mi negativa fue dolorosa y su rostro lo dejaba ver.

— No tiene que ser tan grosero conmigo. No, cuando solo estoy tratando de darte mi apoyo incondicional por lo que estás viviendo con tu sobrina.

— Gracias. Pero no hace falta que vengas cada día, Bree. Tú y yo no somos amigos y es donde te confundes. Fuimos pareja, te amé realmente y me dejaste porque estabas con otro, bien. No negaré que me dolió como no tienes idea, solo que ya pasó. ¿Entiendes? No podemos ser amigos.

— Edward, no estoy aquí porque busque otra oportunidad, sino…

— Dejémoslo aquí, Bree —la interrumpí—. No vengas a mi lugar de trabajo, no me busques con pretextos ingenuos porque sé perfectamente hacia dónde van. No me quieras tratar como estúpido.

— ¿Crees que quiero enamorarte o tener una aventura contigo?

Sonreí.

— No importa. Solo no estoy interesado en tener ningún tipo de contacto contigo, no vuelvas más.

Indignada resopló dejando las bolsas de comida sobre el pequeño escritorio. Dio media vuelta y antes de salir se volvió, mirándome. Había lágrimas en sus ojos.

— Yo sí te amo, Edward. Tontamente creí que me querías, porque pude sentir ese cariño cuando nos volvimos a ver y no puedes negarlo.

— Fue el impacto de verte de nuevo, los recuerdos que me provocó tenerte frente a mí —me sinceré—. No hay nada más qué sienta por ti. Se acabó todo, Bree. Desde hace años lo quisiste así.

Me abrazó.

Mis brazos estaban a los costados y lentamente la rodearon. Cerré los ojos fuertemente, su calor era diferente, olor, estatura y todo era diferente y la única razón es que no era mi Bella.

Se alejó. Y lo agradecí internamente, no quería su cercanía porque no era a ella a quien quería conmigo.

— Fui una tonta —se lamentó—. Sé que no me alcanzará la vida para arrepentirme por haberte dejado, porque si nunca hubiera elegido irme, hoy estuviéramos juntos porque realmente nos amábamos.

— No te lamentes —dije, para que dejara de llorar—. La vida es así, Bree. Quizá si estuviéramos juntos de igual modo hubiera pasado al convivir con Bella.

Me miró con reproche.

— ¿Estás diciendo…?

— El destino tenía trazados nuestros caminos, de una forma o de otra Bella y yo íbamos a tener que tratarnos y conocernos mejor por el bien de nuestra sobrina. Bella es mágica, es chispeante y atrayente de la forma más sencilla que puede ser una mujer.

Sus hombros se hundieron al comprender que me había enamorado. No hacía falta agregar más.

— Adiós, Edward. —Nerviosa limpió las lágrimas que seguían saliendo de sus ojos y dio media vuelta.

Sabía que era una despedida.

Muchas veces me culpé por su abandono. Debí haber sido mejor novio para ella, me reproché tantas veces en la soledad de mis noches. Hoy estaba convencido de que gracias a ello me estaba esforzando por ser mejor hombre para mi esposa.

.

— Estoy en casa —anuncié al entrar.

Fue extraño el silencio y que la estancia estuviera a oscuras. Dejé las llaves en su lugar y caminé sigiloso.

— Hola guapo.

Volteé hacía atrás. Bella estaba de pie con una vela en sus manos donde solo se apreciaba su rostro perfectamente maquillado.

Extrañado caminé hacia el interruptor y encendí las luces; la estancia se iluminó y pude ver que Bella estaba en un hermoso camisón de seda que dejaba muy poco a la imaginación.

Abrí la boca mientras mis ojos la devoraban; recorrí varias veces su figura, ella estaba hermosa.

»Oye, qué poco romántico —se quejó con un puchero— ¿por qué no llegabas? Tuve que buscar más velas porque las que tenía se consumieron.

Me acerqué y la atraje a mi cuerpo, inclinando mi cabeza besé sus labios.

— Que bonito recibimiento —murmuré—. ¿Y Bombón?

— Le pedí a Victoria que la cuidara por una horas —encogió sus hombros— quería darte una sorpresa.

— Y lo has hecho, nena.

Estrechó sus ojos y miró fijamente hacia mí.

— ¿Qué es esa mancha? —preguntó apuntando el cuello de mi camisa—. Es una mancha de labial y no es mío porque yo no uso ese tono Rouge Allure Velvet de Chanel —sus ojos cafés destellaron furia—. ¿Con quién estuviste, Edward?

¡¿Qué demonios?! ¿Cómo podía saber nombres y marcas de labiales? Su manera de predecir sobre cosméticos me daba miedo y también me desconcetraba.

— Quiero hablar contigo —articulé.

En el camino a casa había decidido contarle todo lo relacionado a Bree.

Ella caminó hacia el pequeño comedor que teníamos y empezó a quitar los cubiertos y velas. La detuve, abrazando su cintura.

»Por qué no cenamos mientras hablamos, amor —propuse.

Por supuesto que no estaba de acuerdo, porque se alejó de mis brazos y siguió su camino hacia la cocina. La seguí, quise abrazarla nuevamente y ella se resistió.

— ¿Qué quieres, Edward? —estaba forcejeando conmigo.

— Que hablemos, eso quiero. Sin discusiones y sin arrebatos —cerré unos segundos los ojos y suspiré, mirándola—. La doctora que te atendió el día que te llevé a urgencias era Bree.

Su semblante pasó del enojo a la sorpresa. Luego frunció el entrecejo y sacudió la cabeza, aún parecía confundida.

— Espera… Ella era Bree, ¿tu ex?

Asentí.

— Después de ese día —articulé muy bajo— ella me siguió buscando.

— ¡¿Qué dices?! Te has visto con ella todo este tiempo mientras que tú cada noche me tocas y… —negó con la cabeza.

— No pasó nada —aclaré rápidamente.

— ¡Traes tu camisa con labial!

Ella caminó hecha una furia hacia la habitación.

— Bella, escúchame —la seguí y me cerró la puerta en las narices, de igual modo entré—. Quería decírtelo, créeme. Mi intención era contarte todo, solo que estaba lo de Sam y no había cabeza para pensar en ello, no quería arruinar lo bonito que teníamos cada noche en el sofá.

— Debiste haberme dicho desde ese día del hospital —reclamó—, ¡y no lo hiciste! Te callaste sabiendo que me haría más daño tu silencio, aún así, lo hiciste. Eres un cobarde.

— Tal vez lo soy —acepté—. Nunca he sido la persona más temeraria, Bella. Pero eso no indica que haya hecho algo contra ti, contra nosotros. Ella me buscó, lo acepto y también siempre recibió un no por respuesta.

— No te creo.

Algo dentro de mi pecho se removió cuando sus ojos se llenaron de lágrimas. Empezó a llorar y no podía soportar que fuera por mi culpa.

Acuclillado llevé mis manos a cada lado de sus caderas y elevé mi vista.

— ¿Me crees capaz de engañarte? —pregunté.

— Te veías con ella.

— No era yo quien la buscaba, nena. Créeme.

— Explícame, ¿por qué traes una marca de labial en tu camisa? ¿Por qué? —exigió.

Solté todo el aire que tenía de más y sin dejar de ver sus orbes marrones respondí.

— Compartimos un abrazo —me sinceré.

Me empujó alejado mis manos de sus caderas, intentó ponerse de pie, en cambio fue más hábil y puse mi cuerpo para no dejarla moverse.

— No quiero saber, Edward.

Acuné su rostro y empecé a borrar con la punta de mis dedos cada lágrima.

— Bree sabe que te amo —murmuré y sus preciosos ojos se abrieron muy amplios—. Le hice saber que mi amor por ti se hubiera dado en cualquier circunstancia, Bella. ¿Sabes por qué? Porque es muy fácil amarte; eres una mujer especialmente increíble, alegras mis días y noches con tu sola presencia. Con esa loca forma de cantar mientras cocinas —reí—, con tus movimientos cuando bailas y ese ceño fruncido cuando te enojas. Te amo, Bella.

Deslicé la punta de mi dedo por su labio inferior que temblaba.

»Bella no puedo fingir cuando estoy contigo, no soy un promiscuo que puede tener una mujer sin sentir nada —añadí para que me entendiera—, cuando hacemos el amor, es porque realmente me estoy entregando a ti, sin reservas ni medidas. Solo amor.

— No quiero que vuelvas a verla —exigió.

— No lo haré, lo prometo —me incorporé solo un poco y busqué sus labios, pero ella retrocedió, negándose—. Bella, quiero besarte.

— Aún no te perdono —murmuró dejando su índice en mis labios.

— Mi amor —protesté— no puedes dejarme así, estamos solos. Es nuestro momento de aprovechar.

— Lo siento, puedes usar una ducha fría si prefieres —se recostó sobre el colchón dándome la espalda y se cubrió con las sábanas—. Dormiré un rato, te encargo que limpies la cocina.

Escuché que rio.

Me subí a la cama y la abracé fuertemente por detrás. Dejé un beso en su cuello y ella se estremeció.

¿Qué pasaba con nuestra reconciliación? Se supone que era la mejor parte de una pelea.

¿Cómo podía dejarme así? Era nuestra noche. Nuestra.


Nos leemos en el final.

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