¡Hola a todos! Primero que nada, gracias por darle una oportunidad a esta historia (digo esto en el capítulo cinco, jaja) El caso es que, deben saber que esta es una obra original mía, pero como era un encargo y no es una temática a la que esté tan acostumbrada, para facilitarme las cosas decidí pensarla primero como fic (con mi shipp de toda la vida obviamente y que me da mil años de inspiración e ideas) y he aquí el resultado. Espero que les este gustando. Agradezco los views y sin más que decir, les dejo con el capítulo y con la advertencia de que esta historia tiene alto contenido erótico y aquí está la prueba de ello. Abstenerse de leer si se es menor de edad o hacerlo bajo su propio riesgo y con discreción, disfruten la lectura...
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Sting Eucliffe era un jodido imbécil que había salido de la basura… Habíamos dejado claro ese punto hasta ahora. Todo mundo lo sabía y, no obstante, Lucy no podía dejar elevarlo al estatus de Rey del Sexo cuando estaba con él. Siempre acababa maldiciendo su nombre y arañando su espalda cuando él movía sus caderas de esa manera…
Era una cosa rítmica y hasta elegante, incluso parecía otra persona; porque si era él quien la embestía contra la cama, el sonido que hacía el vacío creado por los dos cuerpos, y que casi siempre se clasificaba o como muy vulgar o demasiado erótico… Se volvía una melodía refinada. Si se cerraban los ojos en el momento del éxtasis, casi podías imaginar a la orquesta entera haciendo el acompañamiento de ese sonido, en un gran auditorio. Hace algunos años, cuando Lucy era más romántica y pensaba que estaba enamorada de Sting, llegó a imaginar incluso un coro de ángeles y querubines cantando cada que "hacían el amor". Qué bien se rió después de aquella idea tan estúpida, claro, jamás logró superar lo mucho que Sting se burló de ella, pero la broma de mal gusto queda entendida y explicada.
El hombre era delgado pero fuerte, de fisionomía ágil y elegante. Un radiante cabello rubio, suave. Rasgos delicados dentro de su propia masculinidad y una sonrisita a la que ninguna mujer desesperada le diría que no (incluso las que no lo estaban, tarde o temprano caían). Ojos seductores color azul y como cereza del pastel, cuando no estaba en horas de trabajo en su oficina, tenía una sexy perforación en la oreja y además tocaba el piano desde que era niño, lo que lo hacía un prodigio con los dedos también (da igual el sentido que quieran darle, ambos son correctos).
Él era la mezcla perfecta de elegancia y rebeldía con la que Lucy solía fantasear en sus años de estudiante… Ahora sólo era el gran pene andante que la hacía retorcerse bajo su cuerpo y morderle el hombro mientras se movía con una precisión tan exquisita que daba miedo.
Cuando Sting sintió los dientes de Lucy clavarse en su piel, caliente y sudada con un ligero sabor a loción, soltó un ligero gruñido. Él se consideraba a sí mismo un caballero, al menos en la cama, y ese tipo de cosas no le agradaban lo suficiente. Así que cerró los ojos y aspiró profundo, esperando a que ella terminara con ello y, cuando lo único que quedó fue ese eco de ligero dolor que le hormigueó en la piel, los abrió de nuevo. Gatunos, salvajes, aún intentando mantener la postura… Pero no toleraba que una mujer tuviera iniciativa, y mucho menos en la cama, donde él era el Rey.
Sin aviso y ágil, como un leopardo, se quitó de encima, dejándole a ella una gran desilusión al sentirse vacía nuevamente antes de alcanzar el orgasmo, pero apenas y tuvo tiempo de quejarse porque Sting la tomó por las caderas con sus frías y largas manos blancas, y la giró como muñeca de trapo hasta dejarla boca abajo, elevó su trasero para él y sin avisarle antes, la volvió a penetrar enérgicamente, arrancándole un sonoro grito que de seguro le daría envidia a las mujeres en las habitaciones de al lado.
Comenzó de nuevo con las embestidas, olvidándose por completo de ella… Ocupándose en él y en su placer. Sting había planeado ser tal vez un poco amable esa noche, porque era Lucy a quien se estaba follando después de todo, y para alardear que era buena persona con sus amigos de tragos, planeaba darle a ella una noche inolvidable: Sería el héroe por seguir haciéndole el favor a su desesperada ex novia, obsesionada con él. Regálandole una gran sesión de sexo que no tendría de nuevo en un buen rato, y para eso la trataría con cuidado y se ocuparía de regalarle al menos tres orgasmos de los buenos (ya le faltaba solo uno), pero Lucy, al morderle el hombro, se había buscado que se la cogiera como lo hacía con todas las demás, como si hubiera contratado sus servicios…
Cuando escuchó que ella reprimía sus gemidos y gritos mordiendo la sabana, se volvió aún más loco… ¡La muy perra lo estaba disfrutando todavía! Así que se inclinó sobre ella y tomándole de los pechos, la hizo levantarse hasta quedar de espaldas a él sin dejar de moverse. Con una mano siguió jugando los sus pezones, pero la otra, traviesa y hábil, se deslizó por el amplio lienzo de su piel, por su estómago, su vientre, hasta sentir la textura del recortado vello púbico (tantas veces le pidió que se depilara y nunca le hizo caso) y de ahí, siguió bajando hasta poder tener libre acceso a su exaltado y duro botón rosa:
Lo apretó, lo pellizco y lo frotó hasta que Lucy dejara de reprimir sus gemidos y comenzó a temblar, eso lo excitaba en sobre manera, casi logrando dejar su mente en blanco y sentir lo caliente y húmeda que era ella por dentro. Lascivamente, sacó su lengua y recorrió desde el hombro de la mujer hasta el lóbulo de su oreja, en donde él también mordió mientras sentía el sabor salado del sudor en su lengua.
一¡S-sting…! 一la voz de ella vibró también, gimiendo su nombre después de otro grito.
Eso lo vigorizó, lo elevó a lo más alto, le hizo recuperar el mando absoluto de la situación. Demostró una vez más quién era el Rey y como también era un soberano bondadoso, decidió perdonarle la mordida (porque a él le gustaba marcarlas pero no que lo marcaran a él). Había pensado en castigarla por ello al principio, usarla primero para darse placer él, luego llevarla al borde de la locura al tocarla y, cuando estuviese a punto de explotar, quitarse de inmediato dejándola fría, a medias e insatisfecha. Luego se vestiría y se iría sin decir ni una palabra más… Pero no, ella aún seguía gimiendo su nombre y por eso, el monarca le daría lo que tanto quería:
Fue entonces que la regresó a los cuatro puntos e imprimió más fuerza al momento de arremeter contra ella. La sujetó del cabello y después de un par de embestidas más, Lucy gritó disparada en orgasmo delicioso que le robó las fuerzas por completo, dejándose caer rendida en el colchón entre las sábanas.
Él se liberó dentro, como un arma certera a la que acababan de jalar el gatillo. Había sacado tanto que, aun sin salir de ella todavía… El líquido se deslizaba por sus piernas.
