Evidentemente, después de la jornada de trabajo de aquel día en que se hombre se presentó en la cafetería por primera vez, Lucy no podía dejar de pensar en él, en lo que había sentido, y en sus intensos ojos al guiñar y mirarla de frente. El brazo por donde él la había sujetado seguía caliente y hormigueaba, incluso.

Llegó a casa de inmediato, ni siquiera se sentó a cenar con su madre que la estaba esperando, corrió a encerrarse en su habitación y se metió a dar una ducha de agua fría. En algún punto, estar tan excitada se había vuelto algo vergonzoso, sobre todo cuando sus pezones se ponían erectos con sólo el roce de la ropa, fue hasta incómodo ir en el transporte público tratando de ocultarlo de los ojos de viejos pervertidos.

Sin embargo, nada parecía funcionar para acallar ese calor, Natsu Dragneel seguía estando presente en su brazo, en su mente, en su vientre, en su parte baja. El agua fría no era suficiente, así que una vez que asumió su situación, supo exactamente lo que tenía que hacer. Estando de pie bajo el agua de la regadera, cuyas gotas caían y rodaban por todo su cuerpo hasta perderse en alguna parte, se sostuvo de la jabonera para darse fuerza y estabilidad, entonces lenta y traviesamente, comenzó a bajar su mano hasta toparse primero con su monte de venus, después, con los primeros pliegues de su intimidad.

Una vez allí, encontró el punto justo, el que conocía perfectamente bien y con las yemas de sus dedos comenzó a acariciar un poco gentil al principio. Ella siempre considero que, para masturbarse, siempre era mejor frotar que introducir los dedos, al menos así era para Lucy, que prefería tener dentro otra cosa, pero después de estar un rato así y que la líbido subiera, se dio cuenta de que esta vez su calor no se calmaría sólo con eso.

Así que elevó una pierna para tener mejor acceso y decidió ingresar un dedo para probar. Fue excitante, sí, pero no terminaba de gustarle del todo. Comenzó a tomarle agrado y a acostumbrarse un poco más gracias a la imagen que su imaginación proyectaba para ayudarla con el proceso:

Si cerraba los ojos, fácilmente, como si hubiera estado en plena función de cine VIP, se veía a sí misma tumbada en la cama de algún hotel, con las piernas abiertas y dispuestas. En medio de ellas, la cara de Natsu Dragneel, con el cabello rosa libre y alborotado, sumergiendo su boca y su lengua entre sus pliegues, succionando, lamiendo, jugando, mordisqueando… Dándole el mejor sexo oral de su vida, o lo más cerca que su mente podía llevarla a ello.

Quiso gritar cuando en su fantasía, él, sin separar su lengua de su clítoris, volteaba hacía arriba y la miraba fijamente con esos ojos tan mágicos y penetrantes que tenía. Estalló en un orgasmo que tuvo que reprimir, no podía ni gemir alto por la pena y el bochorno que le provocaba la posibilidad de que su madre pudiera llegar a escucharla. Por eso le gustaban los hoteles, porque ella era ruidosa y disfrutaba de ello, y en esos lugares nadie sabía siquiera que era ella quien gritaba y se entregaba al orgasmo como si la vida se le fuera en ello.

Justamente, el que acababa de tener había sido tan fuerte, que incluso pudo sentir ligeras palpitaciones mientras recuperaba la compostura, las contracciones de su túnel. Se dijo a sí misma, ya con la respiración regulada, que había sido una lástima haberlo vivido en silencio, pero sobre todo, en completa soledad. Era uno de esos orgasmos que se tenían que compartir.

El calor se calmó unos instantes, pero alrededor de la medianoche, cuando rodaba por su cama con las sábanas como enredaderas y echas un bulto por sus pies, comenzó a molestarla de nuevo. No podía ni cerrar los ojos por demasiado tiempo, el cuerpo empezaba a temblarle demandando repetir su faena anterior.

Esa noche no durmió, que sí uno de sus orgasmos era por Natsu Dragneel empotrándola contra la mesa número cuatro, delante de todos, levantando su diminuta falda falda y rompiendo sus bragas para abrirse paso, otro era por la cara que Natsu Dragneel hacía en sus fantasías con ella de rodillas ante él, engullendo su miembro, lamiendo todo, dejando que la salpicara con su semilla cuando terminara. Absolutamente todo era sobre Natsu Dragneel.

Fue una buena noche, claro, hasta que lo vio en el café de nuevo al día siguiente. Fue entonces que la decente y centrada Lucy Heartfilia volvió a tomar control de la situación y comenzó a sentir culpa. Es decir, apenas lo conocía, era un extraño y, definitivamente, parecía ser una buena persona. No sabía si tenía una novia o si estaba casado, ¡podría hasta tener hijos! Un par de gemelas llamadas Nashi y Nasha, de seguro… ¡Había hecho a un padre de familia amoroso víctima de todas sus perversiones y fantasías!, ¡¿en qué estaba pensando?!, ¡¿había perdido la cabeza?!

Por supuesto que él no tenía porqué enterarse, pero todo ese mundo de posibilidades ya la había hecho recriminarse a sí misma por sus actos. Además, disimular era muy difícil porque con verlo, las imágenes y las sensaciones que le provocaron sus deseos más bajos, volvían a su mente, catapultados al presente, dispuestos a envolverla en llamas cada que lo veía a los ojos. También cabe recalcar que se estaba comportando como una colegiala, ¡ya no tenía dieciséis años y su cabeza había dejado de tener tantos novios literarios! Sabía perfectamente a qué podía aspirar de manera realista y, definitivamente, Natsu Dragneel estaba totalmente fuera de su alcance, no había necesidad de repetirlo a cada rato.

Esa fue la primera vez que había podido disfrutar de un orgasmo pleno sin que Sting Eucliffe tuviera algo que ver (ni siquiera se acordó de su existencia en esos momentos), pero también fue atacada por un terrible remordimiento que le carcomía el cerebro, como si tuviera un animal parasitario devorando sus sesos cada que pensaba en repetirlo.

Así que también se había hecho un juramento a sí misma: De ahora en adelante, sólo observaría a Natsu Dragneel a la distancia como un amor platónico.

Un inocente y puro amor platónico… Si es que eso era posible.