Lucy abrió los ojos muy despacio, intentando recuperar su campo de visión. Falló en el intento y volvió a cerrarlos con fuerza, la cabeza le punzó de inmediato gracias a la luz tan blanca que había en el lugar en donde se encontraba. Todavía ni siquiera traía su mente al presente y muy difícilmente sería capaz de recordar su nombre en esos momentos.

一Maldita sea… 一dijo con la mandíbula apretada y se llevó una mano a la sien para presionarla y acallar un poco el dolor que le estaba taladrando el cerebro. Sintió un olor extraño torturándole la nariz también, pero no venía del ambiente ni del exterior, era como si estuviera dentro de sus fosas nasales y era un olor que quemaba, eso era seguro.

Rodó, aún con los ojos cerrados sobre su propio cuerpo hasta ponerse de costado. Poco a poco comenzó a despertar en serio, y sintió que estaba en una gran y espaciosa cama, bastante suave, cubierta con un tibio pero pesado edredón. La tela de las sábanas también era bastante fina, por lo que podía deducir al tacto con su piel y por eso, era obvio que no se trataba de su habitación (ella aún utilizaba la ropa de cama de las princesas que había recibido en navidad hacía ya unos años para economizar un poco), mucho menos se trataba del hotel barato en el que se supone, pasaría la noche con Sting.

Abrió los ojos de golpe nuevamente, ya no le importó el dolor de cabeza, el miedo y su escaso (y usualmente muy errado) instinto de supervivencia la obligaron a hacerlo en un instante al recordar lo que había ocurrido la noche anterior.

一¡El llavero! 一exclamó一 ¡El auto! ¡El hombre! ¡E-el maletero…! ¡LA ROPA! 一grito paniqueada y de inmediato comenzó a tocar todo su cuerpo con sus manos por debajo de las cobijas.

Un minuto después, suspiró con un ligero deje de alivio: Todas estaban en su lugar, al menos las importantes como su bragas y su sostén. También tenía puestos sus jeans y su blusa. A lo lejos, en un perchero que estaba esquinado estaban colgados su bolso y su abrigo, y no podía ver sus zapatos y sus medias, pero estaba segura de que también estarían por allí en el piso. Al menos, aún no la habían violado, pero tampoco se quedaría allí a esperar a que lo hicieran.

Se incorporó hasta sentarse en la cama, que era bastante elegante a decir verdad, hasta tenía un dosel de tela muy suave, transparente y elegante. Se encontraba en una habitación de hotel (en un hotel de verdad, en donde la gente se hospeda para dormir y no en los que rentan los cuartos sólo por seis horas) y no en uno cualquiera, a leguas se veía que eso era una suite: Con un diván en medio y hasta una televisión de plasma delante, un baño espacioso, un mini refrigerador y estaba casi segura de que también debía de haber un teléfono (porque en la mesa de la alcoba había un par de cables cortados de donde pudo haberlo arrancado la persona que se lo llevó), todo en una discreta paleta de colores beige y crema.

一¿En dónde mierda estás, Lucy? 一se susurró y se puso de pie, caminó sintiendo la acolchada alfombra en sus plantas y merodeó por allí buscando la manera de salir de allí.

La puerta estaba cerrada por fuera con seguro, como ya lo había sospechado y su bolso estaba vacío, ni su celular ni su cartera, únicamente las llaves de su casa y la pequeña lata de metal en donde podía mentas de las naranjas (en esos momentos, ambas cosas resultaban completamente inútiles. Tampoco pudo encontrar un reloj en ninguna parte.

La luz que iluminaba el lugar era cálida y proporcionada por una elegante y bonita lámpara estilo Luis Felipe colgada en el techo, era redonda y su diseño había sido pensado para asemejar al sol y darle con ello un toque hogareño y tibio al lugar, cosa que no estaba dando resultado dada la situación de nuestra protagonista.

Caminó de un lado a otro, esta vez para tratar de calmarse un poco más que por fisgonear, aunque sus ganas de huir se incrementaron con ello. Y en su decimosexta visita al baño para mirar de nuevo y a detalle los azulejos verdes con detalles dorados, descubrió algo: Allí había un interruptor extra (no era el de la luz, ese estaba a un lado de la cama, por dentro del dosel), guiada por la curiosidad, decidió presionarlo.

De inmediato, las espesas cortinas y persianas que estaban pegadas a la pared y que había intentado mover infructuosamente hacía unos momentos, comenzaron a levantarse por sí mismas lentamente, dando paso a un gran ventanal que mostraba un cielo azul completamente despejado, y una vista desde lo alto de la agitada ciudad en la que vivía (al menos seguía en ella, podría considerarlo una mínima ganancia). Estaba en un quinceavo piso por lo menos, porque asomarse hacia abajo le dio un enorme vértigo al ver que las personas parecían hormigas bebés desde allí. Si se caía era una muerte segura, sus captores lo habían planeado todo muy bien.

Fue gracias a que ubicó la fuente danzarina del parque que estaba al sur de la ciudad y que por la noche daba un espectáculo con luces de colores, que supo que se encontraba secuestrada en el gran hotel cinco estrellas de Fairy Hills. Ese por el que pasaba cada mañana camino al trabajo y que podía apreciar si le tocaba la suerte de conseguir un lugar con ventana en el autobús.

Siempre le pareció una construcción monstruosa, porque era el edificio más alto de la ciudad y de precios desorbitantes que sólo podía pagar gente importante como los artistas de la farándula, políticos o trabajadores de grandes empresas, todos ellos vestidos como si fueran a una gala aún en lo cotidiano. Jamás en su vida se imaginó dentro de él, y mucho menos en una suite que no terminaría de pagar nunca si es que le habían dejado a ella la cuenta.

La cabeza le dio vueltas y le volvió a punzar cuando recordó que de noche, cuando el auto se detuvo abruptamente, la sacaron del maletero y la drogaron con un trapo blanco de algodón humedecido con una sustancia que olía a rayos (misma que todavía sentía dentro de la nariz pero menos fuerte), le pareció que el hotel Fairy Hills parecía incluso más tenebroso de noche.

Se quedó mirando hacia el exterior tratando de encontrar al menos una respuesta a todas las preguntas que se estaba haciendo, pero sólo lograba hacer aflorar más dudas.

De pronto, escuchó el ligero crujido que hizo el seguro de la entrada y el picaporte giró… Muy, muy lentamente, haciendo que su corazón se detuviera con cada centímetro que la puerta se abría.