Y de pronto, un grito inundó el mundo. SU mundo. Anegó su cabeza y le traspasó el alma.

Partiéndola.

Otro grito.

Desesperación. Agonía. Culpa. Y el terror más profundo.

- ¡Akane! – notó que unas manos lo retenían con fuerza.

- Déjala, Ranma.

- Ryoga – su voz fría como el hielo, sus ojos, turbios por el tormento – suéltame…Ya!

- No puedes hacer nada por ella.

- Pero…pero…ella…

Y de nuevo, un grito. Desgarrador.

- Oh Dios! – Ranma se derrumbó, cayó de rodillas, medio desesperado y colocó su cabeza entre las manos – Por favor…

- ¡Ranmaaa!

Se levantó de un salto, con el corazón en la boca y fue corriendo en su busca.

Y la vio. Y esa imagen quedaría grabada a fuego en su mente.

Akane, SU Akane, con la cara inundada de lágrimas, empapada de sudor, el pelo revuelto…hermosa…estaba hecha un desastre…y el jamás la quiso tanto.

- Es una niña – dijo ella, sonriendo – tienes una hija…

Y las lágrimas brotaron de los ojos de Ranma. Y jamás olvidaría, en lo que le quedaba de vida, el día en el que, su mayor miedo y su mayor felicidad, se juntaron en un solo suspiro.

Besó a su mujer con amor.

- Es…preciosa. ¿Estás bien?

- Estoy bien…dolorida…pero bien

Ranma gimió recordando sus gritos, tembló y dijo:

- No volveré a tocarte.

- Ni lo sueñes…cariño – sonrió Akane.