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El cabello de Sakura se mueve con el viento de la tarde reflejado en el sol.

Ella viene hacia mí, riéndose y también quejándose de que el viento le azote los mechones rosados contra la cara.

Está embarazada de nuevo. Sakura dice que será niño.

La noticia me tomó por sorpresa una segunda vez. No estaba tan seguro.

Cuando supe que íbamos a tener a nuestra primera hija, no pude dejar de tener ataques de pánico. Una parte de mi estaba tan feliz, pero también estaba consumido por un terror que se sentía como la vida misma. Sólo la dicha de sostenerla en mis brazos, tal y como lo hago ahora, logró aplacarlo.

Espero que con el segundo niño –si es que es niño– todo sea más fácil. O al menos más llevadero.

Mi hija todavía es una bebé. Me pregunto si algún día sabrá, que su casa está construida sobre un cementerio.

Las Arenas han sido completamente destruidas, los monumentos construidos, ya no hay más Juegos del Hambre. Pero ellos crecerán. Y eventualmente comenzarán a hacer preguntas.

¿Cómo puedo contarles sobre ese mundo sin asustarlos de muerte?

Sakura dice que todo está bien. Que estará todo bien. Nos tenemos el uno al otro. Algún día se lo explicaremos de alguna forma que los vuelva más valientes.

El gimoteo de mi bebé en mis brazos me despierta de mis pensamientos. La observo y me veo a mi mismo en sus ojos negros.

Veo a mi hermano. Veo a mi madre. Y la veo a ella, a Sakura.

Parece que está por llorar porque se despertó de sueño, así que la acuno para calmarla.

–Oye, tranquila...– le digo, acariciando sus suaves mejillas. Sé que no puede entenderme, pero es algo que no puedo evitar hacer.

–¿Tuviste una pesadilla?... Yo también las tengo. Algún día… te hablaré de ello. Porque vinieron… porque están… y porque nunca se irán.

Ella me observa recostada sobre mi pecho.

–Te contaré cómo sobreviví… Hago una lista en mi cabeza. De todas las cosas buenas que he visto hacer. Es como un juego… es algo repetitivo. Incluso después de tantos años se vuelve algo tedioso.–

–Pero hay juegos mucho peores para jugar.–