Era el tercer castigo en lo que llevaba de año. Si alguien había pensado que se libraría de esas cosas por ser El Salvador... McGonagall le había dejado claro al tercer día de clases que no iba a tolerar peleas, cuando lo pilló intercambiando insultos con Malfoy a la entrada de la clase de Transformaciones.

Harry podía ser distraído para otras cosas, pero no para lo que atañía a Malfoy. La obsesión que había mostrado en sexto curso seguía ahí. Y sabía que los Slytherin tramaban algo, estaba seguro.

Cumplieron el primer castigo juntos antes de Halloween, por empezar una pelea en un pasillo. La directora decidió que iban a ordenar y limpiar, sin magia, una aula en desuso que el nuevo profesor de DCAO quería usar para clases prácticas.

Trabajaban en silencio cuando vio a Malfoy desenvolver una varita de regaliz. En aquel momento le pareció que la forma en la que el rubio chupaba la varita era algo muy interesante. Tan interesante que, cuando finalizó su castigo, tuvo que meterse en el primer baño que encontró en su camino para masturbarse furiosamente.

El segundo castigo lo habían cumplido a la vuelta de las vacaciones de Navidad. Podría ser que Harry hubiera provocado un poquito a Malfoy, porque desde el día del regaliz había soñado muchas veces con aquellos labios envueltos alrededor de otra varita.

En aquella ocasión fue un bastón de caramelo muy navideño. La pelea había estallado en mitad de la clase de Encantamientos. Estaban trabajando con bolsas llenas de plumas, tratando de mantener en el aire varios objetos a la vez, así que el castigo consistía en recoger millones de pequeñas plumas blancas, una a una.

La visión de los labios rojos de Malfoy, brillantes por el caramelo, absorbiendo y lamiendo el caramelo le había generado escalofríos a los diez minutos de empezar el castigo. En un momento en el que se puso de pie, para llevar una bolsa llena hasta la puerta, su mirada se perdió en Malfoy, de rodillas, con el redondo trasero ceñido por los pantalones del uniforme. Tuvo que respirar hondo y apretar los dientes para no irse hasta él, cogerle del pelo y pegarle la boca a su bragueta.

Cuando Ron recibió las galletas, Harry reconoció el envoltorio, era el mismo que el de la varita de regaliz y el de el bastón de caramelo. La cama de Dean rota, después de que Ron se comiera la galleta de Seamus, acabó de dejarle claro que los Sly habían conseguido crear unos dulces muy interesantes.


El tercer castigo lo forzó después de la escapada de Hermione de la biblioteca. Su galleta era la siguiente en la caja, así que no fue difícil hacer que Ron se quedara con ella en la mano mientras estudiaba en su cuarto y él iba a cumplir su castigo.

De nuevo tenían un aula vacía para limpiar. Nada más entrar, Harry bloqueó la puerta y la silenció con magia no verbal. Y se quitó la túnica. Se pusieron a trabajar en silencio como siempre, cada uno en una punta del aula. En seguida Harry empezó a sentir hormigueos en diferentes partes del cuerpo, tal y como lo había descrito Seamus cuando se había acercado a hablar con él. Al levantar la vista vio la sonrisa solapada de Malfoy mientras desenvolvía otro caramelo, esta vez un pirulí de buen tamaño de vistosos colores, que chupó con gula, sin apartar la mirada de él.

— Eres un provocador, Malfoy —le dijo, apretando los dientes al estremecerse por un mordisco especialmente fuerte en el cuello.

Se introdujo el pirulí entero en la boca y lo sacó lentamente, los labios en una O perfecta. Y Harry lo sintió, húmedo y caliente en su pene. Caminó sin ninguna duda hasta el, sacándole el caramelo de la boca y metiéndole la lengua hasta la garganta. De paso que le devoraba la boca, se apretó contra él y se frotó contra su cadera.

— Ron se está comiendo mi galleta —le gimió en el oido mientras Malfoy le besaba y mordisqueaba el cuello con las dos manos en su trasero, pegándole aún más a él.

La sonrisa de Malfoy era realmente malvada cuando lo empujó contra una mesa. Un solo movimiento de varita y Harry estaba desnudo y Malfoy volvía a besarle, dejándole frotarse contra él. Fue bajando por su cuerpo, metiéndole el pirulí en la boca; Harry chupó el caramelo con ansias, sintiendo la triple estimulación de Draco lamiendo y chupando sus pezones, Ron mordisqueando los pies de su galleta, y él mismo con el pirulí.

Su jadeos y gemidos fueron en aumento mientras Malfoy descendía por su cuerpo. Lanzó un gemido de frustración cuando evitó su pene goteante y se dedicó a lamer sus testículos y su perineo. Chupó con más ansias el caramelo cuando sintió la punta de la lengua del rubio asomándose a su ano. Estaba cerca, muy cerca.

Vió la mirada excitada de Malfoy, que se separó de su trasero para volver a subir a besarle, justo antes de sentir un dedo invadiéndo su ano mojado de saliva. Y explotó, con un largo gemido, manchando los pantalones del rubio.


Enfadada, Hermione salió de la sala común al pasillo justo en el momento en el que Dean se rendía y subía apresurado las escaleras hacia los dormitorios. Caminó por los pasillos, sin rumbo, hasta chocarse de frente con algo que le hizo pararse en seco: en un pasillo oscuro, contra una pared, Harry se comía la boca con Malfoy de una manera escandalosa.

— ¡Harry! —lo llamó sorprendida.

La pareja se separó, con los labios inflamados y la ropa desordenada. Malfoy la miró mal, Harry suspiró resignado.

— ¿Qué ocurre, Hermione?

— Ron... las galletas...—balbuceó, aturdida, mirando las manos de Malfoy posesivamente apoyadas en las nalgas de Harry.

Se despegó del rubio, aunque lo tomó de la mano, él también podía ser posesivo, y se acercaron a ella.

— Sé lo que pasa con las galletas —Señaló a Malfoy con la cabeza.

— ¿Ya se las ha acabado? —preguntó Draco con una sonrisa muy traviesa.

— Creo que le queda solo la suya y la de Harry. ¿O no? —preguntó al ver a su amigo enrojecer— ¿Qué pretendéis con esto, Malfoy?

Malfoy miró de refilón a Harry, que afirmó levemente con la cabeza.

— Blaise y yo estamos colaborando con cierto fabricante de productos de broma, que quiere sacar una línea nueva de productos. Nos pareció divertido probarlo con Weasley precisamente.

Lo miró incrédula, era una explicación demasiado sencilla. Miró a Harry, buscando que le confirmara la historia.

— Hablé con George, Herms. La historia es cierta.

— Ron sabe lo que hacen esas galletas —explicó sofocada—. Ha estado jugando con nosotros.

— No lo sabe todo, Granger. Su galleta tiene un efecto ligeramente diferente.


El sábado por la tarde Ron se encontró solo en su habitación. Harry tenía una cita, Seamus y Dean estaban en Hogsmeade y Neville en la biblioteca. Abrió la caja de lata con pesar, había disfrutado mucho de las galletas. La sacó con cuidado, sonriendo con expectación. Era realmente un buen trabajo, tenía que acordarse de decírselo a George.

Se sentó en su cama, preparado para un rato de entretenimiento. Comenzó mordisqueando las manitas de caramelo. Allí estaba el hormigueo, subiendo desde las puntas de los dedos por los brazos, directo a sus pezones.

No se tocó, disfruto de las sensaciones en distintas partes de su cuerpo mientras cogía pequeños trozos de la galleta, hasta dejar solo el cuerpo del muñeco.

A esas alturas su erección se dibujaba alta y orgullosa bajo el pantalón del uniforme. Con una sonrisa un poco ansiosa se abrió el pantalón y la liberó, el frescor casi se agradecía. Dio un mordisco a donde había estado la entrepierna del muñeco, a la par que bajaba la otra mano para agarrársela. El garrampazo que sintió en ese momento fue tal que incluso le pareció ver una chispa saltar.

Aturdido, se quedó mirando su mano abierta y su polla ya no tan erguida. Estiró el dedo con cuidado, despacio, para tocarse el abdomen. De nuevo, un chispazo nada agradable le puso los pelos de punta. ¿Que demonios? Pensó.

Pensativo, mordisqueó la galleta mientras se miraba el cuerpo. Y se dio cuenta de su error cuando casi la había acabado: estaba excitado de nuevo y sin posibilidad de tocarse por lo visto.

La suavidad de la ropa de cama bajo su mano, que había apartado preventivamente de su cuerpo, le dio una idea. Se quitó los pantalones y se puso bocabajo, dispuesto a correrse frotándose con la ligeramente peluda manta.

Una sucesión de ruidos secos siguió al primer movimiento. Se encogió dolorido, estaba claro que tampoco podía frotarse contra nada, los chispazos eran igual de fuertes.

Respiro despacio, tratando de calmarse y pensar. La excitacion bajaría, si no le hacía caso bajaría, se dijo. Decidió ponerse el pijama y meterse en la cama, aunque fuera media tarde, seguro que una siesta ayudaba.

Tuvo que hacerlo muy despacio, con cuidado de no frotar piel. Cayó agotado en la cama de tanta tensión. Y sin que la erección hubiera bajado.

Su sueño fue inquieto, sucio. Soñó con manos que le masturbaban, despacio, sin dejarle terminar. Y con bocas que le chupaban hasta dejarle al borde. Se despertó de golpe, con el corazón a tope y al borde de un orgasmo que no conseguía.

Lloriqueó frustrado. Necesitaba hacer algo, encontrar a alguien que le ayudara, pero su mente estaba en blanco, no se le ocurría nadie. Casi sin pensar, salió de la cama y de echó la túnica sobre el pijama. Bajo las escaleras con cuidado, tratando de evitar que el pijama frotara aquella monstruosa erección. La sala común estaba vacía, así que salió al pasillo.

El sudor le caía por el cuello, sentía como mojaba la espalda del pijama. Caminó sin rumbo, ignorando a todos, como guiado por alguien... un momento de claridad le hizo pararse en seco ¿sería eso? ¿La persona que realmente le había regalado las galletas era la única que podía arreglarlo? Se tapo la cara con las manos, no era algo que pudiera pedirle a su hermano.

— ¿Todo bien, Weasley?

Se giró, demasiado violentamente por lo visto, porque un chispazo resonó en el pasillo casi desierto. Al mirar a la persona que había hablado, entendió.

— Tendría que haber sabido que había una serpiente implicada en esto.

Zabini sonrió ampliamente, sus dientes muy blancos contrastando contra la piel oscura.

— Las reclamaciones a George, él estuvo de acuerdo en usarte como sujeto de prueba.

Cerró los ojos, no sabía si estaba más frustrado o cabreado en ese momento.

— ¿Tú me las mandaste?

Sintió los pasos acercándose. Por toda respuesta, la mano de Zabini se posó en su hombro y desde ahí se movió para acariciarle el cuello. Espero el chispazo, pero no ocurrió. Y no pudo evitar relajarse un poco y que, al abrir los ojos, le saliera una mirada suplicante.

— Estamos en medio del pasillo, Weasley —le recordó el Slytherin, masajeando su cuello.

Ron gimió y apoyó la frente contra el hombro de Zabini. Cualquier toque hacía que su ereccion pulsara, estaba a punto de sobrepasar el límite de la sensatez. Levantó los ojos lo suficiente para otear el pasillo y ver un hueco oscuro entre dos armaduras. Empujó al moreno sin miramientos hacia allí.

La sonrisa de Zabini no flaqueó ni siquiera cuando lo presionó contra la pared, tomó la mano que no le masajeaba el cuello y la introdujo el mismo dentro del pantalón de su pijama.

— Joder —murmuró entre dientes, apoyandole de nuevo la cabeza en el hombro al sentir el primer apretón.

— Vaya, esto es un instrumento interesante —le dijo al oído con voz sugerente mientras deslizaba la mano lentamente.

Tomó un ritmo de arriba, apretón en la punta, abajo, sin dejar de hablarle al oído.

— ¿Te gusta así? ¿Es cómo lo hacías estos días, pensando en los efectos de las galletas en tus amigos? —Un gemido un poco más fuerte que los demás le dejó claro que había disfrutado fantaseando sobre aquello— Dime Weasley, ¿se te ponía dura pensando en cómo Thomas y Finnigan destrozaron la cama?, ¿o en como Granger tuvo que salir corriendo de la biblioteca para tocarse en el baño?

La voz de Zabini, pintando de nuevo en su mente aquellas imágenes mientras le tocaba despacio le estaba matando lentamente.

— Igual te gustaría saber como Draco se folló a Potter, ¿disfrutaste imaginándolo al ver que hace dos dias tu amigo apenas podía caminar? Yo personalmente creo que te gusta pensar en eso, en tus amigos siendo jodidos duramente hasta hacerlos gritar. ¿Es eso, Weasley? ¿Quieres que te folle hasta gritar o quieres metérmela? Yo no diría que no a este pedazo de carne...

Y hasta ahí llegó la cordura de Ron. Cuando tratará de recordar al día siguiente lo que había pasado, sería incapaz de visionar como acabó Zabini con la cara contra la pared, pidiendo que le diera más fuerte. Solo conseguía recordar la imagen de su pene, duro y resbaladizo por lubricante que no sabía cómo había llegado hasta allí, entrando y saliendo profundamente de aquel redondo y apretado trasero.

Cuando consiguió por fin correrse, perdió por un momento el conocimiento. Al despertar, estaba vestido y sentado apoyado contra la pared. El único vestigio de que lo que había pasado era real era que se sentía pegajoso ahí abajo y que junto a él había otra galleta con su aspecto, envuelta y adornada con un lazo y una etiqueta que decía "La próxima vez mejor en una cama".