PROEMIO · Fuego congelado
Otra vez castigado.
Para un joven de trece años que resaltaba por su físico, era algo a lo que se había acostumbrado desde hacía meses.
-¡Esto es una mierda! –pronunció sin ningún tipo de educación, sentado con un rostro aburrido en el banco del pasillo escolar.
A su lado, un digimon de aspecto idéntico a Gabumon, pero de tonalidades más oscuras, lo miró con los ojos agrandados de la sorpresa, y luego a su alrededor cómo si buscase a alguien.
-¡Joder! ¡Zabumon! ¡Deja de ser un cagueras! Parece mentira que seas un digimon de nivel seichouki –bostezando perezosamente, a medida que cruzaba los brazos tras la cabeza, como si quisiera echarse una siesta.
-¿Es que si te escuchase papá Gabumon…?
-¿Qué me va a hacer él? –escupió sin ningún tipo de escrúpulos- ¿Chivárselo a mi padre? ¿Acaso no lo ha hecho esa estúpida al decírselo al profesor y que éste se lo dijera a la directora para que llamasen a mis padres?
El digimon bajó la cabeza.
Estaba claro que su amigo no tenía ningún tipo de arrepentimiento por lo que había hecho. Lo peor, es que aún tenía la desfachatez de ir contra la ira que Yamato tendría cuando se enterara de lo que Yuuta había hecho.
Hacía unos seis meses que había digievolucionado del segundo younenki a la seichouki, casi coincidiendo con el primer día de secundaria de su mejor amigo humano. Para Yuuta había sido como un subidón de adrenalina y había desarrollado una prepotencia absurda, ya que él había digievolucionado antes que el digimon de Kido Seiichirou.
Kido Seiichirou era el hijo más mayor de Jou y Mimi, y entre él y Yuuta se llevaban un año de diferencia. Su digimon, Pukamon, había alcanzado el siguiente nivel pocas semanas después que él.
Sin embargo, el hecho de ser el primero en tener a su digimon en etapa seichouki, siendo además, más joven que Seiichirou, lo habían transformado de tal manera, que Yuuta no paraba de presumir y de mofarse de aquella amiga que tenía desde que eran niños, Yagami Sanae, con la que no paraba de meterse con ella. Como si quisiera demostrarle, que él y solo él, estaba por encima de todos.
Yagami Sanae era la primogénita de Taichi y Meiko, de la misma edad que él, y debido a la amistad tan estrecha que mantenían sus padres, eran amigos desde la cuna.
Pero, solo porque había digievolucionado, su amigo humano cambió estrepitosamente, y empezó a ver a Sanae y al resto como si fueran la peste.
Su mamá Piyomon le decía que era porque estaba en una edad muy difícil (eso lo había sacado de Sora), y que se necesitaba de su paciencia y comprensión para encaminar a su compañero humano.
Pero, era imposible.
Yuuta no le hacía caso.
A cada día que pasaba, peor se comportaba.
Y parecía haber encontrado cómo pasatiempo favorito el molestar y burlarse de la hija de Taichi y Meiko. Eso conllevaba a que su Koromon desafiase al muchacho, y Yuuta, no dudaba en protegerse con sus puños.
Siempre era el mismo episodio. Y últimamente, Sanae, no estaba dispuesta a que su digimon se viera golpeado. Por eso, olvidando que ella había heredado la personalidad de su madre, se defendía de su compañero humano, el cual Yuuta no tenía reparos en golpear a una chica.
Y lo que no entendía, es que eso generaba mucha popularidad tanto del sector masculino, como del femenino.
Quizás influía porque todos sabían quién era, el hijo de dos de los famosos Niños Elegidos, Yamato y Sora. De su padre había heredado el mal genio, sus ojos azules y hasta el estilo de peinado que su padre había usado durante la chuugakkou y que Yuuta lo llevaba recogido en una coleta para diferenciarse un poco de él. De su madre, solo había heredado el color de pelo. Aún así, las chicas lo veían de atractivo, y los chicos como el líder de la chuugakkou.
La puerta que daba al despacho del director se abrió, y tanto Yuuta como Zabumon vieron a una cansada Piyomon salir. Detrás de ella, estaba Sora y la directora del chuugakkou Una señora canosa y bastante entrada en años, con su pelo recogido en un feo moño, que miraba estrictamente a la mujer.
Una vez que tuvo todo el cuerpo fuera del despacho, Sora se volteó hacia la mujer e inclinó su cuerpo a modo de disculpas sinceras, y la promesa de que su hijo jamás volvería a hacer algo parecido.
Yuuta soltó una mueca burlona tras haber escuchado esas palabras, por lo que tanto cómo Sora y Piyomon lo miraron con pena, mientras que la directora escéptica de que aquel muchacho tuviera arreglo.
-Señora Ishida –comenzó la directora, entrelazando sus manos-, creo que debería reconsiderar la opción de cambiar a su hijo de institución, antes de que su expulsión sea permanente.
-¡Ah! ¿Es que tengo otra semana de vacaciones? –se burló el muchacho.
-¡Yuu! –le amonestó Sora, aunque no con la severidad acostumbrada. Haber escuchado el discurso de la directora, la había agotado todas sus fuerzas. Ella, como toda madre, había intentado defender a su hijo.
Estaba en una edad difícil, y con su padre en Rusia por una conferencia, era normal que ella no pudiese tratar con un muchacho que parecía haber heredado la personalidad de su padre cuando era niño elevado al cuadrado.
Sin embargo, la directora había sido clara. Con aquella expulsión ya iban cuatro. Debido a que era el hijo de dos personas famosas, no se llegaba a la expulsión absoluta. Pero, su hijo debió de haber agotado toda la paciencia de la directora, que ya no pasaba por alto otra incidencia más.
Y siempre era porque se peleaba con la hija de sus mejores amigos.
Casi le hacía recordar a Yamato y a Taichi cuando eran niños. Incluso había habido una ocasión, en la que llegó a temer de que su pelea llegase demasiado lejos, que afectase gravemente al mundo real y digital por el que trataban de proteger.
Pero ahora, la situación era muy distinta.
Yuuta y Sanae no se peleaban por una simple rivalidad, sino que su hijo la hostigaba porque se creía mejor que nadie.
-Esto es lo que sucede cuando los padres malcrían a sus hijos.
Eso fue lo que Sora escuchó, antes de que la directora cerrase de un portazo la puerta de la oficina.
Con la cabeza gacha, y con una mirada preocupada de Piyomon que no había escuchado el murmullo de la directora, Sora se dirigió a su hijo, quién estaba feliz por sus mini vacaciones y sin ningún ápice de arrepentimiento por lo que había hecho.
Si Yamato se enteraba de que su hijo nuevamente era expulsado.
Si le contara que estaba fracasando como madre.
Estaba claro que ser la madre de sus amigos elegidos, no era lo mismo que ser madre real.
Te llena de orgullo, sí. Pero cuando estás con esa persona todos los días, viéndolo crecer y tratando de educarle, con los problemas que hay en el mundo exterior, es imposible que salgan como tú quieres. Especialmente, si esa persona tenía una personalidad peor como la de su marido.
El regreso a casa entre madre e hijo fue silencioso.
Sora seguía sumida en su propio mundo, preguntándose qué hacer con su hijo, y reconsiderando esa posibilidad de cambiarlo de instituto. Así dejaría de fastidiar a la hija de Taichi y Meiko. Pero, al vivir en el mismo edificio y ser compañeros de generación de los nuevos elegidos, tarde o temprano, volvería a pasar lo mismo.
Cuando llegaron a la casa, los zapatos de Yamato en la entrada y el rico olor que se respiraba desde la cocina, alertó a Sora y un poco a Yuuta, por no hablar de Zabumon que tenía los ojos agrandados como Piyomon.
Yamato había vuelto a casa.
-¿Yamato? –pronunció Sora débilmente.
Y como si lo hubiesen llamado, Yamato apareció por el pasillo de la entrada con el delantal puesto. A su lado, aparecía Gabumon con una sonrisa, aunque se le borró al ver la presencia del joven adolescente con Zabumon.
La expresión serena de Yamato se transformó en ira, comprendiendo la presencia de su esposa en horario laboral y la de su hijo, que supuestamente tendría que estar en clase.
-Gabumon, ¿podrías llevarte a Piyomon y a Zabumon fuera? –pidió inexpresivo y con una voz demasiada calmada, pero que por dentro llevaba tormenta.
Gabumon asintió con la cabeza, y con un rostro cargado de pena, guió a la ave rosada y a su hijo digimon al exterior de la casa.
Habían regresado de Rusia antes de lo esperado, y tenían la intención de sorprender a la familia con un buen banquete, pero al final, resultaba que ellos eran los sorprendidos con otro problema que el hijo mayor había causado.
Habían estado fuera por dos meses, y antes de partir, Yuuta ya había sufrido su primera expulsión. Yamato le había dado un ultimátum al muchacho, de que no lo volviera a hacer, de lo contrario atendería a consecuencias. Y quizás porque estaba fuera, y por mucho que quisiera, no podía regresar, pero Sora le mantenía informado de que en ese lapso de tiempo, lo habían expulsado dos veces más. Aunque Yamato y Sora se comunicaban por videoconferencia, se palpaba el enfado que Yamato tenía y cómo expresaba su ira de forma violenta. Sin embargo, una y otra vez, Sora le pedía que se lo dejara a ella. Ella se encargaría y trataría de razonar con su hijo. Yamato confió en ella como siempre hacía. No le quedaba otra estando fuera. Pero ahora que estaba ya en casa, no quería imaginar el estruendo que se formaría en la casa. Por no hablar de la vergüenza que tendría tanto su amigo como Sora ante los Yagami.
-Papá Gabumon, ¿qué es lo que debería hacer? –preguntó el digimon afectado.
Gabumon miró a Zabumon. Aunque fuese idéntico a él, menos en los colores, Zabumon era un poco más bajito, dándole el aire de hijo suyo, cómo el digimon lo consideraba.
Cuando Yuuta había nacido, un digihuevo había aparecido mágicamente ante las alas rosadas de Piyomon. Ella había dicho que se encargaría del digihuevo hasta que Yuuta tuviera uso de razón. Y por supuesto, él se había ofrecido a ayudarla. Cuando el digihuevo se había abierto, apareciendo Punimon, Yuuta todavía tenía meses, así que siguieron criándole y educándolo, por lo que el pequeño digimon, mirando el trato familiar entre Yuuta con sus padres, copió aquello llamando a Gabumon y Piyomon, papá y mamá, respectivamente.
Para Gabumon ser tratado como padre era algo que al principio le avergonzaba, pero lo que más le avergonzaba, era el hecho de que la madre fuese Piyomon.
No podía ocultar que sentía algo más que amistad por ella, pero debía seguir ocultando esos sentimientos. Por el bien de Yamato y de su propio hijo.
No quería que Yamato pasase por lo que había pasado Takeru hace años.
Aún así, aquella visión de que Gabumon y Piyomon eran tratados como padres, encantó al resto de sus amigos digitales, que imitaron su forma, y desde entonces, los digimon de los hijos del resto de elegidos, consideraban padres a los digimon de los elegidos.
-No te preocupes, Zabumon. Deja que Sora y Yamato se encarguen –tranquilizó Piyomon dulcemente, abrazando a Zabumon. Su estatura bajita, dejaba a Zabumon que buscase el consuelo y la fuerza necesaria para afrontar algo tan desconocido para él. Y que incluso, sería para Gabumon y Piyomon.
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Las horas pasaban y desde el parque cercano al edificio, Gabumon y Piyomon observaban como los niños y adolescentes regresaban a sus casas tras las clases. El estómago de Zabumon le recordó que llevaban demasiado tiempo, y que por culpa de la expulsión matutina de Yuuta, no habían llegado a tomar el almuerzo. Lo mismo ocurría con Gabumon y Piyomon, pero no iban a arriesgarse a regresar, cuando quizás podrían ver algo desagradable y quizás, que Zabumon se viera traumatizado.
Por eso, hasta que Sora (convencidos de que sería ella quién les llamara) viniera a buscarles, tendrían que seguir allí.
Habían visto a Sanae pasar con la cara gacha y su Koromon en su regazo mirándola con preocupación. A Zabumon se le rompió el corazón, viendo a la muchacha tan desolada y las piernas con ligeras heridas, producto de lo que Yuuta le había hecho ese día. Quiso ir a disculparse con ella en nombre de su amigo, pero se sentía tan avergonzado que no se sentía capaz.
Gabumon y Piyomon que también la habían visto, se miraron mutuamente. La joven lucía peor de lo que habían imaginado. Suponían que Agumon no se lo iba a tomar muy enserio, pero Meikuumon, quizás no dudaría en enseñarle sus garras a Yuuta, igual que Yuuta había hecho con la hija de su querida amiga humana. Quizás deberían ir ese mismo día hablar con Agumon y Meikuumon, antes de que la premonición se cumpliera.
Poco después, los tres digimon vieron aparecer a los dos hijos más pequeños de Yamato y Sora, acompañados de Toji y sus primos Isaki y Takeshi y los digimon en la segunda etapa del younenki.
Tojiro, aunque todos lo llamaban Toji, era el hijo pequeño de Taichi y Meiko. A simple vista era la copia idéntica de Taichi, solo que Toji tenía una personalidad más atrevida y echada para adelante que su padre. Por lo que, así como Yamato tenía que lidiar con Yuuta, Taichi tenía que hacerlo con Toji.
Por otro lado, Isaki y Takeshi eran los hijos de Takeru y Hikari. Isaki era el mayor de los dos hermanos por un año y parecido físicamente a su madre. A sus once años, era un niño tranquilo, amable y educado. Mientras que Takeshi, la viva imagen de su padre, era todo lo contrario. Un niño travieso, pero sin malicia, que le gustaba gastar bromas inocentes. Un niño, que como muchos decían, te alegraba el día, pero para los afectados, le daban ganas de retorcerle el pescuezo.
Ambos hermanos vivían junto a sus padres y digimon en el mismo edificio que Yamato y Taichi, así Takeru y Hikari estarían más cerca de sus queridos hermanos, así que era normal que volviesen del colegio juntos.
El más pequeño del grupo, un pelirrojo de ojos rojos, observó por curiosidad quién estaba en el parque que tanto le gustaba, y sus ojos se agrandaron maravillados al ver a Gabumon. Con su sonrisa inocente e infantil, tiró de su hermana para que le hiciera caso y luego escapó corriendo hacia dónde estaban los digimon seguido de su Tsunomon.
-¡Gabu! ¡Has vuelto!
El pequeño hijo de Yamato y Sora era pura inocencia. Un niño que con su sola presencia sacaba una sonrisa a quién lo viese, cómo le había pasado a Gabumon.
-Chicos, adelantaos –les dijo la hija de Yamato y Sora.
Una niña rubia de ojos azules tan parecida a su padre, que muchos se metían con Yamato al señalarla como la versión femenina de Ishida.
Sin esperar respuesta, la niña de diez años corrió hacia los digimon de su familia, dejando a un Toji bastante desanimado, expresándolo con un suspiro.
-Primito, disimula un poco, ¿no? –murmuró Takeshi con una sonrisa pícara y la risa descarada de Tokomon.
Con un rojo adornando en sus mejillas, Toji alzó la quijada y prosiguió su camino.
-No sé de que me hablas.
-¿Ah, no? –y ampliando su sonrisa-. Entonces, no te importa que le diga a mi encantadora primita que aparte de Shin y Musuko tiene otro admirador –con la sonrisa ampliada.
-¡Ni se te ocurra decírselo!
Para los hijos de la generación de Toji, no era un secreto que la hija de Yamato y Sora, Natsumi, Nat cómo le decían cariñosamente, aparte de Kido Shin y Motomiya Musuko, tenía también cómo admirador a Yagami Tojiro. Algo que la rubia desconocía y que seguía tratando a Toji como un buen amigo.
-¡Pues díselo de una vez que no me aguanto las ganas de gritar lo tan enamorado que estás de mi primita! –expresaba el niño entre risas.
Toji lo miró con odio y con ganas de callarlo para siempre.
A su lado, su hermano mayor Isaki solo suspiraba con paciencia. Observó de reojo a su Nyaromon y ella cerró los ojos con aire paciente como él. Pues, aunque Takeshi y Tokomon fuesen la alegría de la casa, sus burlas eran algo que tenían que lidiar todos los días del año. Así que al menos, en ese aspecto, su primo Toji tendría que estar agradecido de no vivir con él día y noche.
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-¡Cuánto me alegro de que estés de nuevo en casa, Gabumon! –expresó la niña sonriente, viendo como su hermano pequeño abrazaba tan fuerte al digimon de su padre, como si fuera un peluche. Tsunomon a su lado, saltaba y danzaba, queriendo unirse al abrazo-. ¿Y dónde está papá? –mirando al alrededor. Ver a los tres digimons fuera, hacía suponer a la niña que sus padres y su hermano mayor estarían cerca.
Y la amargura regresó a las caras de los tres digimon que llevaban tanto tiempo fuera, sin saber lo que había pasado en la familia Ishida.
La tensión en el cuerpo de Gabumon fue algo que Aki notó, por lo que miró al digimon con curiosidad.
Por su parte, Nat pudo entender lo que estaría pasando. A sus diez años, ella era bastante inteligente, aunque, por supuesto no estaba a la altura de Izumi Kazumi, quién a sus siete años hacía honor de ser la hija del elegido del conocimiento, Izumi Koushirou.
-Esto… Aki, ¿qué te parece si vamos a comprar algo al veinticuatro horas para papá? –era una sugerencia sin sentido, pero había sido lo primero que a la niña se le había ocurrido para que su hermano no descubriese lo que su hermano mayor hacía.
Desde que su hermano mayor había cambiado, Nat había empezado a aislarse de él por miedo a que la perjudicara. Además, se sentía molesta y decepcionada con él. Pues su hermano fastidiaba cruelmente a Sanae, con la que tenía muy buena relación. Sabía que de expresar su enfado para proteger a su amiga, preocuparía más a su madre, y su madre ya tenía suficientes preocupaciones con su desastroso hermano mayor.
Era un misterio que Uta no apareciese para calentar y espabilar a su hermano Yuuta.
Y cómo su hermano pequeño Aki era un niño que adoraba a toda la familia y rebosaba ingenuidad y ternura, desconocía que las continuas vacaciones de su hermano, eran en realidad expulsiones por haber cometido cosas crueles contra alguien cercano y querido para ellos.
-Pero yo quiero ver a papá, ya –se quejó el niño deseoso de ver a su adorado padre y con ojos brillantes, miró de nuevo a Gabumon- ¿Está en casa?
Gabumon era un digimon que nunca mentía, y mucho menos ante aquel niño tan adorable, por lo que no pudo esconder la respuesta afirmativa que salió de su boca.
-¡Viva! –gritó felizmente corriendo hacia la casa.
-¡Aki, espera! –le siguió su hermana detrás con desesperación.
Teniendo a Gabumon libre, Tsunomon aprovechó para saltar a sus brazos. Sin embargo, éste se percató de la mirada triste del digimon.
-¿Qué pasa, papá Gabumon? ¿Por qué no estás contento? –preguntó ingenuamente el digimon.
Pyokomon que también se había quedado con los digimon, tenía la misma curiosidad que su hermano Tsunomon. La digimon conocía más o menos el problema que se respiraba en el hogar humano, pero en esos momentos, no asociaba que el problema se derivaba por culpa de eso.
-No es nada, Tsunomon –dijo Piyomon acercándose-. Por cierto, ¿por qué no le enseñáis a Gabumon lo que Zabumon y tú aprendisteis mientras estuvo fuera? –sugirió como alternativa para desviar el tema, y con la intención de animar a Zabumon.
-¡Yo también! ¡Yo también aprendí cosas nuevas, papá Gabumon! –dijo Pyokomon haciéndose notar.
-Estoy ansioso por verlo –dijo el digimon con una media sonrisa- ¿Le pedimos a Takeru que nos abra una puerta al Digimundo y me lo mostráis allí? –pues algo le decía que ese día, lo mejor era que no estuvieran en casa. Por Zabumon, por Pyokomon y por Tsunomon, que lo mejor era pasar la noche en el Mundo Digimon.
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Cuando el más pequeño de los Ishida abrió la puerta de casa, lo primero que se encontró fue la casa un poco más oscura de lo habitual, un ligero olor a chamuscado y a su madre saliendo de la cocina con una sonrisa triste. Incidencias que Aki no se dio cuenta. Estaba tan emocionado en poder ver a su padre, tras la larga ausencia de los dos meses, que sus ojos brillaban de felicidad y alegría.
Nat llegó pocos segundos después, descubriendo aquel ambiente tan tenso. Su padre y su hermano mayor no estaban presentes. Pero el comportamiento de su madre decía mucho de lo que había pasado.
-¿Ya estáis de regreso? –fue lo que dijo Sora con esa sonrisa triste que trataba de disfrazar para hacerles creer que nada malo había pasado- ¡Qué tonta! –tras haber mirado el reloj-. Ya es tarde. Y me olvidé de Piyomon y los demás –monologando consigo mismo, donde Nat advirtió desesperación y auto convencimiento de que todo iba bien-. Pero aún tengo que preparar la cena. Se me quemó lo que os estaba haciendo –no podía decir que lo que Yamato estaba haciendo quedó carbonizado. No podía decirles que su padre tras su regreso sorpresa, y su intención de darles un banquete apetitoso de los suyos, ahora se encontraba en la habitación tratando de apaciguar la ira que tenía.
Cuando Yamato se ponía hecho una furia, era algo que tomaba con todos, incluida ella misma. Se necesitaba tiempo y soledad para que su marido se calmara.
-¿Dónde está papá? –preguntó el niño, que no dejaba de mirar para todos lados- ¡Papá! –llamándolo.
-No está –pronunció Sora rápidamente y nerviosa. No podía dejar que su hijo, que tanto adoraba a su padre, lo viera en ese estado.
-Pero –el niño torció la cabeza confuso-, si vi a Gabuchan en el parque.
-Ah… Salió un momento a comprar comida –dijo Sora disfrazando más que nunca su sonrisa.
Consiguió que su hijo se tragara la excusa, pero no lo hizo con Nat, ya que observó a su madre con compasión. Luego sintió su mirada sobre ella, y le pidió que avisara a Piyomon y a los demás para que hoy se quedaran a dormir en el Mundo Digimon.
Nat no puso pegas, sino que entendía perfectamente la situación.
Tras una sonrisa de agradecimiento por parte de la mujer, les pidió que se fueran a sus habitaciones para que hicieran los deberes, mientras ella preparaba la cena. Una cena que ese día, sería tardía.
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Al entrar a su habitación, Nat vio en su ordenador el aviso de un nuevo mensaje. Abriéndolo, vio el correo de su primo Isaki, donde le decía que su digimon y el de su familia se quedarían en el Mundo Digimon, y que se encargara de avisar al resto de la familia para no preocuparlos. Al parecer habían entrado por la puerta que sus tíos Takeru y Hikari habían abierto, en vez de pedírselo directamente a sus padres.
Nat supuso que aquella idea venía de Piyomon o quizás de Gabumon, donde entendiendo la situación, se habían adelantado a la petición de su madre. Estaba claro que los vínculos entre los digimon de sus padres y ellos era tan fuerte, donde no había necesidad de palabras para entenderse mutuamente.
Sentándose frente al ordenador, Nat se disponía a agradecer a su primo por el mensaje, pero antes de dirigir el ratón hacia "Responder", reflexionó sobre lo sucedido en casa, y optó por otra cosa.
Dándole al botón de "Nuevo mensaje", Nat puso en dirección de correo: minamotouta09.
Tenía que comentárselo a ella, porque sabía que era la única capaz de poner los pies sobre la tierra a su descarrilado hermano. Pues ella era una persona muy especial para Yuuta y viceversa.
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El pelirrojo Ishida abría la puerta de la habitación con cautela. Asomando con un resquicio de timidez, el pequeño se encontró con el cuarto completamente a oscuras. Aún así, pudo divisar la silueta de su hermano mayor, sentado en el suelo, con la cabeza hundida entre las piernas.
-¿Yuu niichan?
-¡Largo! –le espetó el mayor sin mover un músculo.
Y pese a que su tono era despectivo y cargado de rabia, Aki no se acongojó, sino que, desobedeciéndolo, entró a la habitación. Temeroso y odiando la oscuridad, encendió la luz para más frustración del mayor.
-¿No te dije que te largaras? ¿Es que estás sordo o qué? –le espetó todavía en la misma posición tras haber chasqueado la lengua fastidiado.
Con aquello, Yuuta consiguió introducir en el corazón de Aki algo de angustia. Algo que hasta la fecha, tanto sus padres como Nat y él llevaban protegiendo, para que el más pequeño de la familia viviese libre de preocupaciones. Pero estaba tan rabioso de lo que su padre le había hecho y de la bronca que le había echado, que ahora solo atendía a sí mismo.
-Yuu niichan, ¿por qué haces estas cosas? ¿Por qué te peleas con Sanaechan?
La pregunta de Aki cogió por sorpresa al adolescente. Supuestamente, Aki no debía saber lo que él hacía últimamente.
Para proteger la felicidad de Aki, su madre le había, casi rogado, que todo lo que hacía, no llegase a oídos del pequeño. Yuuta no se había opuesto, más que nada, porque él también quería muchísimo a su hermano pequeño.
-¿Cómo lo sabes? –preguntó Yuuta con su rostro todavía oculto.
-Escucho cosas –respondió Aki sencillamente-. Y la voz de papá es clara –agregando con cierta emoción-. Cuando llama a mamá por videoconferencia corro para escucharla y así sentirlo más cerca de mí.
Y a través de esas conversaciones fue cómo Aki descubrió lo que su hermano mayor hacía.
Cegado por lo que su padre le había hecho, Yuuta descubrió su rostro, observándose la mejilla bastante roja y el cejo fruncido, donde no soportaba que idolatrasen tanto a alguien capaz de golpear a sus hijos.
-¡Pues mira lo que tu querido papaíto me ha hecho!
-Pero tú le haces lo mismo a Sanaechan.
¡Touché!
¿Desde cuándo su hermano pequeño era tan avispado?
Yuuta no podía ocultar su sorpresa ante la serenidad que mantenía aquel niño de siete años.
-Yuu niichan, ¿por qué eres así? Antes no lo eras.
El adolescente miró hacia otro lado, y levantándose del suelo se dirigió a la ventana para cerrar la persiana.
¿Por qué era así?
La respuesta era muy fácil.
Porque su digimon fue el primero en alcanzar la etapa seichouki de la digievolución, ganando así, sobre Seiichirou que era un año más mayor que él.
Cuando les había mostrado a los amigos de su generación su logro, había obtenido la neutralidad del hijo de Jou, la admiración de Momoko, la curiosidad de Izumi y la serenidad de Sanae.
Su logro había hecho que sus amigos y sus digimons se esforzaran en alcanzar la siguiente línea de la evolución para estar a su altura. Solo Yagami Sanae se había opuesto, alegando que ella iría a su ritmo.
Eso lo había molestado. Pues él había sido la base para que el resto siguieran su ejemplo, y ella que era la hija de los primeros líderes de los elegidos, no tuviera la intención de esforzarse, le parecía lamentable.
Incluso, Momoko, que era la hija de Jou y Mimi, con una personalidad más repelente que la de su madre (para opinión de Yuuta), consiguió la digievolución para su digimon.
E Izumi, la hija mayor de Koushirou, con la curiosidad en saber qué sería su digimon, también alcanzó el objetivo.
Solo Sanae quedaba rezagada y sin ánimos de entrenar a su digimon.
En una ocasión, ella le había dicho, que forzar a su digimon podría provocar que su digimon evolucionara oscuramente como le había pasado al digimon de su padre hace tiempo.
De alguna manera, Yuuta había malentendido el comentario y a partir de ahí, sus comentarios hacia ella fueron despectivos cómo si lo dicho le considerara un fracasado.
-Mamá sufre mucho con eso.
Yuuta soltó un profundo suspiro.
Podría imaginar cómo debería sentirse su madre. Pero también debería entenderle, y no ponerse del lado de su padre como ocurría siempre.
-Cuando mamá –continuaba Aki ahora tristemente- le contó a papá lo que hacías, papá se puso muy furioso. Entonces, ella le imploró que se lo dejara a ella, que intentaría solucionarlo. Pero cuando hiciste eso por tercera vez –el niño hizo una pausa y se sintió más triste-, mamá le dijo a papá entre lágrimas que era un fracaso como madre.
Yuuta se volteó a ver a su hermano sorprendido.
Y cuando vio a su hermano comenzando a llorar, pudo sentir cómo debería sentirse su madre en esos momentos.
-¡Me dolió muchísimo verla así! Sobre todo, cuando lloró desesperadamente con papá al otro lado del teléfono. Papá trataba de calmarla, pero fue imposible.
Solo imaginar la escena, Yuuta pudo suponer lo duro que había debido ser para su padre ver cómo su madre se hacía en pedazos, sin poder ofrecerle el calor de un cuerpo para que pudiera desahogarse tranquila.
Todo por su culpa.
Él no quería hacer sufrir de esa manera a su madre.
Ella no tenía la culpa de su actitud prepotente.
Ella no era un fracaso como madre.
En todo caso, él era un fracaso como hijo y también como hermano.
Ver cómo Aki se había echado a llorar, afectado por el recordatorio de haber visto así a su madre, lo hacía sentirse un completo miserable.
Acercándose al más pequeño, se puso de rodillas y lo cogió para abrazarlo con fuerza y reconfortarlo.
Odiaba ver así a su hermano pequeño. E imaginar que así debió de haber estado su madre en aquellos momentos, le tocó el corazón y a caerle la cara de vergüenza.
No podía hacer eso a su dulce madre que tanto se esforzaba, cuando su padre estaba ausente. Incluso, aquel día, en la sala de la directora, ella había dado la cara por él, pese a la vergüenza que debía de haber sentido. Algo que Yuuta no se dio cuenta hasta ahora.
Era como si una venda que tenía sobre los ojos hubiese sido quitada, y visto la realidad de lo que estaba haciendo.
-Lo siento, Aki. No llores.
El pequeño se aferró a él con fuerza, pero no dejó de llorar.
-Te prometo que no volveré a hacer lo que hago –le dijo Yuuta esperando que así el niño se tranquilizara, pero el recuerdo de su madre llorando había golpeado demasiado al niño como cuando la había descubierto.
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No tenía muchas ganas de cocinar, aún así hizo el tremendo esfuerzo de preparar algo ligero.
Todavía seguía recordando la pelea entre padre e hijo, por lo que había pasado, y cómo ella no había sido capaz de mediarlo.
Ya no se trataba de una pelea entre Yamato y Taichi, donde aquellas peleas eran debido a sucesos graves como los digimon. Sino que se trataba de algo en lo que ella estaba involucrada, por no haber sido capaz de educar bien a su hijo.
Si hubiese sido capaz de entender las señales a tiempo, su hijo no acabaría siendo un Yamato multiplicado al cubo cuando estaba en sus peores días.
Lo que más dolor le causaba, es que si Yamato había llegado a extremos contra su hijo era por culpa suya. Por no cumplir con la promesa de arreglar el problema y permitido que sucediera tres veces más.
En la primera, le había pedido paciencia y que no se preocupara. La segunda, se había caído profundamente en la más absoluta de las depresiones, y a convencerse de que era un fracaso como madre. Y ahora… ya no tenía ninguna duda de que todo lo que había hecho cuando eran elegidos, no era más que un juego tonto y absurdo, y que no valía ni para madre, ni como esposa.
Entrando a su habitación, Sora se encontró con el mismo panorama que Aki con su hermano, con la diferencia de que Yamato estaba sentado sobre la cama.
Sora no supo interpretar si su marido seguía molesto o decepcionado de sí mismo como pasaba con ella. Teniendo en cuenta su personalidad fuerte, imaginaba que sería lo primero. Así que con algo de timidez, pronunció.
-La cena ya está lista.
No escuchó respuesta de su parte, así que tomándolo con que no contasen con él, Sora iba a salir, hasta que…
-Voy a dejar el trabajo.
Sora agrandó los ojos y en medio de aquella oscuridad, lo observó sorprendida, donde no pudo ocultar la pregunta.
-¡¿Por qué?!
-Tengo que estar en casa para que no pasen más estas cosas.
-Pero, Yamato, ¡¿Cómo vas a dejar el trabajo por el que tanto te has esforzado en conseguir y que te reconocieran?!
-¡Mírate! –y Sora vio cómo se levantaba con rostro angustiado- ¡¿Crees que es fácil para mí ver cómo decaes una y otra vez por culpa de ese chico?! ¡Solo porque uno de nuestros hijos se está rebelando, estás perdiendo la confianza en ti misma!
Sora ya no tuvo ninguna duda de que el comportamiento raudo de Yamato contra su hijo se debía más a ella, que al hecho de que Yuuta fuese un delincuente.
Eso la hacía sentirse culpable.
De pronto sintió como su cuerpo era arropado por sus fuertes brazos y a apretarla con mucha fuerza contra él.
-¿Crees que no me duele cuando te veo así? Tú no sabes lo impotente que me sentí cuando lloraste aquella vez –Sora se sentía que se ahogaba con aquel abrazo tan fuerte, pero al mismo tiempo, sentía cómo sus defensas iban desapareciendo y las ganas de llorar nuevamente-. Sé que cuando estás así, llegas a cuestionarte sobre ti misma y del amor. ¡Y no es así! ¡No puedes decaer de algo que tú no tienes la culpa! ¡No te culpes de nada! –y tras una pausa, donde Yamato relajó toda la tensión que tenía en los músculos, aflojando el abrazo fuerte que le estaba dando a su mujer- ¡Pero si quieres llorar, que sepas que tendrás mi hombro para desahogarte!
Quizás porque había llegado al límite, o porque las palabras de su marido que la dejaron sin defensas, pero Sora no pudo aguantar más el llanto y desahogarse por todo lo que había pasado.
Yamato recibía todo ese dolor tan desgarrador que le rompía el alma. Pero ahora él estaba allí, y no iba a permitir que ella volviera a decaer cómo había pasado hace años cuando eran adolescentes.
No pasó ni un minuto cuando escuchó cómo alguien llamaba a la puerta, abriéndola casi al instante, sin esperar respuesta.
El panorama con el que se había encontrado Yuuta lo dejó en blanco. Ver a su madre desmoronándose en los brazos de su padre, y a su padre con una expresión molesta hacia él y culpándolo por aquello, lo avergonzó más de lo que ya estaba.
Incluso sentía las mismas ganas de llorar cómo su hermano Aki había tenido cuando había visto a su madre romperse en aquella videoconferencia.
No había duda de que si su madre estaba así, era por culpa de él.
Tragando saliva e intentando agarrar un poco de valor, comenzó entre pausas.
-Yo… Siento mucho lo que hice… -sin poder ver a sus padres, y más avergonzado que nunca, Yuuta desvió la cara-…Me merezco lo que me hiciste, papá, porque… Porque yo también se lo hice a Sanae… No te tengo rencor por eso… -una pausa más larga y la búsqueda de las palabras adecuadas para tratar de consolar a su madre-. Y mamá… tú no eres un fracaso como madre… Eres muy paciente conmigo… Y muy admirable, pese a que yo… yo… … …yo soy el fracasado de la familia… -era muy difícil decir aquello, pero tenía que expresar con suma sinceridad lo que pensaba, para que se dieran cuenta de que la oveja negra de la familia era él, y que ellos no tenían nada de culpa-. Así que… Si consideráis que tenga que cambiarme de instituto… O de meterme en algún internado o reformatorio… Estaré de acuerdo con la decisión que toméis… Y de verdad, que os prometo que no volveré a hacer nada de esto…
Y segundos después recibió el fuerte abrazo de su madre. Seguía llorando, pero Yuuta podía notar un timbre distinto en sus lágrimas.
-¡No eres un fracaso! ¡No lo eres! ¡Eres un completo orgullo para poder decir esas palabras!
-¡Mamá! –aferrándose a ella, donde el muchacho no pudo reprimir las lágrimas de emoción.
Yamato miraba aquella escena tan enternecedora para muchos, neutral para él. Aunque su hijo se hubiera disculpado y arrepentido, las cosas no iban a solucionarse de manera tan fácil. Su hijo había abusado gravemente de la hija de su mejor amigo. Y no solo una, sino cuatro veces. Era algo que llevaría tiempo para que todo se normalizara, eso si Taichi no fuese rencoroso y le echase la bronca por no saber educar a su hijo. Pues estaba claro, que la bronca se la iba llevar él, y no Sora.
Odiaba tener que recordarlo, pero, pese a que Taichi estaba casado y con hijos, seguía enamorado de Sora. Algo que incluso Meiko, la mujer de Taichi, sabía.
Apartando esos pensamientos de su cabeza, Yamato volvió a enfocarse en su mujer y su hijo.
Por el momento, no hurgaría en la llaga, además, si su hijo estaba dispuesto a aceptar el traslado de instituto, incluso a un internado o reformatorio era algo que tenía que pensar con mucha calma y hablar largo y tendido con Sora.
No quería mandar a su hijo para que otros lo reeducasen, eso haría de él como un fracaso como padre. Además, habían casos, donde los muchachos que eran encerrados en esos lugares, se volvían en los peores delincuentes que la historia hubiese conocido.
Y eso desde luego no deseaba para su hijo.
Ya hablaría con Sora al día siguiente, puesto que ahora, prefería seguir viéndola así, tranquila, aliviada y feliz.
La pregunta era, ¿por qué de repente su hijo se había arrepentido?
¿Ella habría contactado por él?
¿O…?
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Sus tripas sonaron inevitablemente.
Todavía no había cenado.
La casa seguía tan silenciosa, que aún a puerta cerrada, podría sentir el mal ambiente respirando por cada rincón.
La respuesta de ella, de Minamoto Uta, tardaba bastante en llegar. Algo que a Nat le parecía muy extraña. Pues Minamoto Uta estaba caracterizada por tener un carácter muy fuerte y noble, donde no toleraba la mala conducta de su hermano Yuuta. De no ser porque vivía muy lejos, habría venido a su casa en un abrir y cerrar de ojos, olvidándose de todo, y cantándole las cuarenta cómo imaginaba que había hecho su padre.
Un carácter difícil, belleza y una famosa y talentosa patinadora sobre hielo, Uta se había ganado la atención de todo el público sin excepción. Además, poseía un digimon que se encontraba en nivel kanzentai, superando a los de la generación de su hermano sin ningún esfuerzo.
Tras escuchar como su estómago sonaba por tercera vez, Nat escuchó el sonido de su ordenador avisándole de que tenía un nuevo mensaje.
No tuvo ninguna duda de que se trataría de ella. Aunque no se personase, estaba segura de que le daría un par de advertencias que tendría que decírselas a su hermano mayor. Pues su hermano le tenía tal respeto (y miedo), que incluso una amenaza por correo, bastaba para que Yuuta se volviera en un perro manso y fiel.
Al ver el correo, Nat se quedó sin palabras.
En el mensaje no había ninguna amenaza propias de Minamoto Uta, sino:
"No te preocupes más. Ya está todo está solucionado. Aki me ha informado"
-¿Aki? –repitió ella confusa.
¿Qué quería decir exactamente?
¿Sería acaso que Aki había pensado lo mismo que ella? ¿Sería que mediante el mensaje de Uta para Aki, Yuuta ya se había enderezado?
No entendía nada.
-Nat neechan –y muy oportuno, Aki aparecía en su habitación, tras haber llamado a su habitación, con su rostro inocente pero brillando de felicidad-, papá ya ha regresado y dice que nos va a preparar algo delicioso –y antes de que Nat pudiera preguntarle sobre el asunto, el niño se iba a marchar, hasta que algo le hizo recordar, e ingresando de nuevo en la habitación de su hermana-. Por cierto, ¿has visto a Tsunomon?
-Está en el Mundo Digimon con Pyokomon y los demás. Oye, Aki.
-¿Sí?
Su hermano pequeño rebosaba tanta alegría, tanta emoción y tanta inocencia, que no se sentía capaz en hacerle la gran pregunta y cambiar todo aquel estado.
-Dile a papá que ahora mismo iré a ayudarle –acabó diciendo con un hondo suspiro.
-Ya estamos Yuu nichan y yo para ayudarle –repuso el niño más emocionado, y dejando más confusa a su hermana-. Ya os avisaremos a mamá y a ti para que vengáis a cenar.
Y cerrando la puerta, Nat entendía cada vez menos de lo que había pasado. Parpadeando varias veces, la rubia volvió a girar la cabeza y a releer el mensaje que Uta le había mandado.
"No te preocupes más. Ya está todo está solucionado. Aki me ha informado"
Y el hecho de que fuese Uta quién había enderezado a su hermano, fue una teoría que la convenció y a no confirmarla.
-Después de todo, Yuuta la quiere mucho.
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Con el arrepentimiento de Yuuta, le siguió las disculpas a la hija de Taichi y a la propia familia Yagami. Quizás porque estaba acompañado por sus padres, que también se disculpaban por la conducta de su hijo, que Taichi no tuvo ningún problema en perdonarles. Es más, se lo había tomado con algo de humor alegando que se notaba que Yuuta era hijo de su padre, donde le había recordado a él cuando eran niños inmaduros y tozudos.
-¿A que sí, Sora? ¿A qué éramos un auténtico dolor de cabeza para el grupo?
El comentario de Taichi había hecho reír a Sora, quién no había podido evitar afirmar por la gran verdad. Y aquel simple comentario, no solo hizo que Yamato se comiera la cabeza, sino también Meiko.
Era un comentario de cuando habían sido niños.
Quizás, era absurdo pensar lo que no era.
Pero sabiendo que Taichi aún quería a Sora, era inevitable pensar que con aquel comentario, Taichi intentase llamar un poco más de atención en la pelirroja.
Un desasosiego no paraba de cubrir a Yamato y a Meiko, sin saber realmente lo que pasaría en el futuro.
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Pyokomon y Tsunomon situados a ambos lados de Piyomon, observaban maravillados lo que su hermano Zabumon había hecho.
Según su padre, aquello era un nuevo ataque que el digimon debía dominar. Algo tan contraste cómo poderoso, el "Fuego Helado". Pues Zabumon reunía en igualdad de condiciones la esencia de Gabumon y Piyomon, dos digimons que en sus etapas kyuukyokutai dominaban el hielo y el fuego respectivamente.
Y aunque a Zabumon le había salido un efecto casi minúsculo, había sido suficiente para Gabumon para alentarlo y a seguir practicando.
-Debemos seguir esforzándonos por nuestros compañeros humanos. Y tú tienes muchas cualidades –le había dicho Gabumon.
-Pero, Yuuta ahora… -recordando la actitud de su amigo, e imaginándose la situación tensa que debería haber en la casa humana.
-Yamato no dejará que siga así. Además, también estamos nosotros para ayudarlo. Lo importante es estar a su lado y no abandonarlo. Ese es nuestro deber cómo digimon.
Un deber que Piyomon estaba más que de acuerdo. Quizás porque ella era la digimon del amor, un sentimiento casi vinculado al de la amistad, que tenía ganas de regresar a casa y estar al lado de Sora.
Hacía meses se la había encontrado toda desecha, tras haberle confesado a Yamato por videoconferencia su fracaso como madre, que no había tardado en abrazarla e intentar consolarla. Así que podía imaginar que ahora mismo estaría igual. Sin embargo, estaba Yamato, y con él, podría sentirse tranquila. Con lo que no contaba es que Sora tuviera que perder esa fortaleza que la ayudaba a seguir adelante, y que ella tuviera que perder al digimon por el que tenía sentimientos de amor.
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-¿Sora? Por favor.
Imploraba Piyomon sin abandonar el contacto físico con su amiga.
Aún estando encerradas en aquella oscura celda, Sora seguía en su propio mundo donde solo existía el pasado. Sus ojos sin vida, observaban la nada, sin atender a las súplicas del pájaro rosa digital para que volviera a ser la misma.
Si lograban escapar de aquella celda, la necesitarían para luchar contra aquella peligrosa amenaza.
Tailmon estaba dispuesta a pelear, pese a que su amiga humana trataba de alentar a su marido Takeru, que se encontraba en una condición casi similar a la de su cuñada.
La pérdida de Ishida Yamato era muy reciente e imposible de afrontarla. Sobre todo, porque hace años, habían perdido a otra persona muy importante para ellos.
Aquella pérdida, no solo había afectado gravemente a Hikari y a su marido, sino que a Patamon y a ella les había invadido un sentimiento de culpabilidad y a prometerse mutuamente a no mezclarse sentimentalmente nunca jamás.
Y dolía.
Ellos se querían. De la misma manera que Hikari con Takeru.
Incluso, al igual que ellos, habían tardado en reconocerlo.
Y cuando estaban viviendo aquel final de cuento tan colorido, la oscuridad los había acechado llevándose a su hija para siempre.
