Lois llevaba toda aquella mañana escuchando a Perry; quería convencerla de entrevistar al Señor Fisgón, el hombre que Lois había sorprendido merodeando en su apartamento; Lois se defendía.

– Pero, Perry, ese hombre es casi inabordable, he recorrido toda la ciudad de Metrópolis y nadie ha vuelto a saber más de él.

– Eso no es suficiente para un periodista de tu talla, Lois, has de traerme la primicia acerca de ese ser extraño, recuerda que has tenido la exclusiva de verle antes que nadie más.

– Esta bien, jefe – sentenció Lois con una mueca de disgusto.

Perry volvió a su trabajo sin mirar más a su subordinada; conocía demasiado a Lois Lane como para saber que había dañado su orgullo.

– ¿Cómo te va, Clark? – preguntó Lois por mera curiosidad, pasando al lado de la mesa de Jimmy; el joven estaba de baja, así que Clark era el encargado de Perry en ese momento.

Por toda respuesta Lois recibió una seña de cabeza morena; lo cual hizo que la joven periodista girase su cuerpo en redondo, sorprendida por la indiferencia del de Kansas.

– Oh, lo siento – dijo la voz apresurada de un técnico; el café que Lois llevaba en la mano estaba helado, tanto que Lois palpó el recipiente extrañada, puesto que su café había estado extremadamente caliente hacía dos milisegundos.

Un instinto extraño, similar al escalofrío, hizo que se enderezara y mirara hacia el técnico; definitivamente estaba demasiado lejos como para haber tropezado con ella hacía apenas medio segundo; se tocó la frente como si buscase fiebre en ella, o el café caliente que ya no existía.

– ¿Estás bien, Lois? – preguntó Clark, apareciendo de la nada.

– E...estoy bien – balbuceó la reportera, guiñando los ojos en dirección al hombre moreno. Sus ojos se encontraron por un momento, pero en los de él había una sombra.

– He pensado que quizá podamos dar una vuelta por ahí, no conozco Metrópolis... – empezó a decir él; ella lo miraba extrañada como si viera una sombra de barba en el afeitado impecable.

– O-otro día, Clark... – siguió balbuceando Lois; empezó a recordar que el técnico había llevado una gigantesca y pesada escalera de metal al despacho de Perry, pero se había marchado sin ella.

– Oh, Lois, ¡cuanto siento lo de tu apartamento! – era Kat, la reportera de cotilleos entrando en la redacción – de verdad que debe ser terrible que un energúmeno vulnere la intimidad de una, aunque quizá en tu caso, si era tan atractivo debieras haberle dado las gracias, hace mucho tiempo que tú ya no...

Kat empezó su típico ademán grosero hacia Lois, dando a entender algo que no decía con palabras, usando la boca y las manos, pero calló en cuanto vio la mirada socarrona de la otra.

– No estoy de humor, Kat, vete con uno de tus "gatitos".

– Ah, pero si aquí tenemos a Kent, ven a pasear conmigo...

Ahora que Kat estaba entretenida con Clark, Lois pudo respirar y poner orden en su cabeza; se preguntaba si empezaba a tener visiones, lo había visto en los culebrones demasiadas veces, la protagonista sentada echándole su "rollo neurótico" al sesudo psicoanalista.

– Lois, ¿de verdad no necesitas nada? ¿te traigo un vaso de agua? – preguntó Clark solícito.

Ella lo miró con agradecimiento, pero el dolor de cabeza sólo se había intensificado, ahora se daba cuenta de que había pasado una hora mirando a la pantalla del ordenador, totalmente en otro mundo.

– Gra-gracias, Clark – balbuceó ella – dime, ¿se ha ido ya todo el mundo?

Él sonrió agradablemente, y en cuestión de décimas de segundo le trajo todo lo necesario, ella parecía sorprendida pero estaba demasiado dolorida.

– Pues sí, ha habido mucho jaleo hoy – pasó a detallarle lo acontecido durante la jornada, mientras Lois cerraba los ojos y caía en un sueño profundo producto de la medicación que le había traído su compañero.

Clark la tomó en los brazos y llamó al ascensor, luego bajó con cuidado las escaleras pero no llamó a un taxi, decidió llevarla él mismo rápidamente a la dirección que estaba fijada en el carnet de la periodista.

Cuando estuvo frente al portal, buscó en el bolso las llaves y abrió la puerta sin ningún problema, se extrañó al ver la miríada de cerrojos, se dirigió a una habitación y depósito a Lois en la cama.

Lois abrió un poco los ojos y pudo ver a Clark cuya cara estaba demasiado cercana a la suya como para resultar agradable, sin embargo no tuvo fuerzas para rechazarle, se notaba laxa, sabía que había tomado medicación relajante y era consciente de su cuerpo y sus movimientos; a la vez, era presa de una agitación interior que la lanzaba de un lado a otro como si fuera un guiñapo, abrió la boca varias veces para pedir ayuda pero una mano, más fuerte que la suya amordazó su boca convirtiendo su grito en un estertor patético.

La luz entraba por un resquicio de la persiana y el bulto de la cama se movió lentamente; el teléfono empezó a sonar al lado de la mesita; Lois abrió primero un ojo y luego otro; se sentía entumecida y dolorida como si estuviese bajo una losa muy pesada que la aplastase; lo achacó al medicamento de la noche anterior.

¿Qué hora era? Se preguntaba mientras intentaba erguirse sin mucho éxito; tomó el auricular del teléfono y del otro lado escuchó una voz familiar.

– Lois, ¿có-cómo estás? ¿necesitas ayuda?

La periodista sólo emitió un bostezo como saludo y volvió a colocar el auricular sobre el aparato; se sentía extrañamente calmada y centrada, después de todo lo acontecido; imágenes vagas de la noche anterior surcaron su cerebro y se sacudió la modorra.

Se desperezó a trompicones, y a las 7 y media ya estaba fuera de su apartamento; el familiar click de la cerradura de su puerta le provocó un nuevo escalofrío; se tocó el morado del hombro derecho y emitiendo un sonoro suspiro de resignación inició el camino al trabajo.

Lo primero que hizo al entrar en la redacción fue mirar hacia lugar dónde estaba Clark Kent; cuando lo hubo localizado con la mirada, se dirigió en línea recta hacia él, ocasionando que tuviese que sortear a varios compañeros apurados; por fin tuvo su oportunidad cuando vio a Kent solo junto a la máquina de café.

– ¿Sabes lo que me hiciste anoche? ¿lo sabes? ¿no? – le espetó sin más preámbulos.

Clark la miró sugiriéndole silencio; si se escondían para hablar en la redacción sólo causarían rumores y ya había suficientes gracias a la bocazas de Lois.

– Lois, ayer estabas muy mal, te acompañé …

– Me drogaste... – continuó ella.

– Un momento – la cara de él era un poema – ¿Qué?

– Lo sabes muy bien – continuó ella – tengo un morado en el hombro como prueba.

– Estás fuera de tí, aunque eso no debería sorprenderme... – dijo él tomándosela a broma.

– Tribunal Federal – siguió ella.

Él la miraba sin poder creérselo.

– ¿Qué? – él estaba estupefacto – yo te ayudé.

– Conozco a los de tu clase Kent, – dijo ella con seguridad – apuestos granjeros que seducen mujeres vulnerables, sí, tú eres de ese tipo de los cuales se escribe continuamente en la página de sucesos; seguro que estabas trabajando en un artículo sobre eso y entraste en mi apartamento y te aprovechaste de mi.

– Eso no es cierto – aseguró él.

– Entonces, explícame porqué tu cara estaba anoche tan cerca de la mía mientras estaba acostada, y el morado de mi hombro y el dolor en la espalda, como si me hubiese pasado un tren por encima. Quisiste tener tu noche de amor con una redactora del periódico para trepar en el trabajo, eso es un juego muy sucio, ni siquiera yo hubiera podido imaginármelo.

– Lois, por favor – dijo él haciendo más gestos de silencio – te va a escuchar toda la redacción.

– Yo no he hecho nada malo, tú sí.

Fue suficiente para Clark, tomó a Lois del brazo y se la llevó a un sitio más discreto; con los rayos x vio que la oficina de Perry estaba vacía y abrió con sigilo la puerta; ella lo miró con más desconfianza aún al ver su cautela.

– Sí que tienes habilidad de camuflaje – empezó ella, al cerrarse la puerta.

– Basta Lois, no voy a permitir que expandas rumores infundados, no ocurrió nada de lo que dices.

– ¿Cómo que no? – preguntó ella – si me drogaste es obvio que es porque te sientes atraído, no hay nada de extraño pero sigues siendo un criminal.

Clark le dio la espalda por un momento pasando la mano por el cabello con desesperación.

– Anoche te llevé a tu apartamento, sí, es verdad pero al dejarte acostada en la cama, me di cuenta de que había alguien más.

– ¡Eso es imposible! ¡mentiroso! Escuché los cerrojos abrirse uno por uno...

Clark volvió a suspirar.

– Pues tendrás que cambiar el bombin, Lois – y sacó de su bolsillo un juego de llaves exactamente igual al de Lois; ella sacó su juego y los miró comparándolos, eran exactamente iguales.

– ¿Cómo puede ...haber pasado? – dijo ella boquiabierta – es el mismo llavero, son las mismas llaves sin duda, incluso tienen idénticas rozaduras.

– Exacto Lois, alguien entró en tu apartamento y te esperó allí... este juego estaba encima de la mesa, sin duda es el tuyo.

– Es como si alguien hubiese sabido que esa noche yo iba a estar mal – siguió ella.

– Eso es absurdo – dijo Clark – la persona que hizo el juego esperaba que yo te llevase al apartamento.

– ¿Cómo dices?

– Alguien me empujó sobre ti y tú quisiste chillar y te tapé la boca para que no gritaras. Creo que anoche los dos estuvimos a punto de morir.

Lois se sentó sin fuerzas en el sillón de Perry; no entendía nada, sabía que tenía muchos enemigos pero era la primera vez que se encontraba frente a un enemigo que no podía ver.

– Tuvimos que haberlo visto, Clark, alguien tuvo que haberlo visto... los vecinos, alguien.

– ¿Recuerdas al Fisgón de tu artículo? – preguntó Clark – nadie ha vuelto a verlo, como si se lo hubiera tragado la tierra.

Lois se había levantado del sillón y deambulaba pensativa; vio como Clark miraba hacia fuera de la oficina y luego a ella.

– ¿Sigues pensando que te hice algo?

Ella se volvió hacia él inmediatamente. – No lo creo, creo que eres inocente.

– Ah, claro porque te he mostrado las pruebas – dijo él mirándola – aunque quizá tú deseabas que pasara algo y por eso creíste que de verdad ocurrió.

– No tengo mucho mérito, ¿verdad? – continuó ella cabizbaja.

Tenía que conseguir animarla de algún modo. – Si confesases de una vez que te sientes atraída por mí, entonces podría entenderlo.

Ahora ella sí reaccionó. – ¿Entender qué, Clark? Quizá el que se siente atraído seas tú por mí.

Él estalló en carcajadas. – No me digas, Lois Lane, eso tendré que verlo.

La puerta del despacho de Perry se abrió de par en par; el jefe entraba seguido de los reporteros de redacción con el periódico en la mano.

Lois, Clark, tenéis que empezar a trabajar juntos, ahora mismo se está produciendo un fenómeno con ese Señor Fisgón, sabéis, el hombre de la S en el pecho, vamos, salid, salid a investigar y no volváis sin una portada como en los viejos tiempos.