NADA DE ESTO ME PERTENECE, LOS PERSONAJES SON DE DISNEY, SOLO ME DIVIERTO AL ESCRIBIR
¡Hola a todos! ya al fin llegó este capítulo. Para los que leen "El Caballero y la Senadora" ya deben saber que me demoré escribiendo por pendientes familiares (mi papá se casó y fue hermoso, pero los preparativos acumularon tiempo y gastos jeje) de cualquier forma ya tenía escrito casi todo este capítulo así que solo tuve que editarlo un poco.
GRACIAS por sus comentarios y favoritos, ustedes hacen mis días más felices.
¡disfruten!
Parte VIII
Hace años…
Padmé entró a la zona común de la nave, notando al pequeño niño echo un ovillo al lado de la pared. Anakin debería estar durmiendo en la cabina de los Jedi, pero no se sorprendió de encontrarlo ahí, en la oscuridad, abrumado por lo que acababa de vivir y asustado por lo que pudiera encontrar en Coruscant.
"Que bueno que no tengo el maquillaje," pensó Padmé, sabiendo que vestida de reina el niño solamente se cohibiría más.
—¿No puedes dormir? —preguntó, sentándose a su lado—El espacio es muy frío.
—Sí.
—¿Tienes miedo?
—No.
—Mmm, si eso dices.
Anakin suspiró, mirando a Padmé de reojo.
—¿Pensarías que soy un niñito si te digo que tengo miedo?
—No. Pensaría que eres humano.
—Es que… Coruscant es tan enorme. Y tan lejos. Y mi mamá…
Su voz se quebró por un momento, pero Anakin se enderezó de repente y tomó una profunda bocanada de aire. Padmé lo miró impresionada por la fortaleza que ese niño estaba mostrando.
—Mamá me dijo que no debo mirar atrás—dijo Anakin con convicción—Y eso haré.
—Oh, Ani. No está mal recordar a quienes amas.
—Quizá, pero mi futuro está en Coruscant.
Padmé asintió, luego vio que Anakin sacaba algo de la manga de su blusa, sosteniéndolo con un poco de incertidumbre entre sus manos antes de enseñárselo.
—Ten, te lo tallé. Es un símbolo de buena suerte—dijo, acercándolo a sus manos—Es para que no me olvides.
—No necesito esto para recordarte—respondió Padmé, sosteniendo emocionada el pequeño dije de madera—Es hermoso.
Y lo era. Anakin había tallado la madera hasta que quedó pulida, mostrando un símbolo inusual, novedoso ante los ojos de la reina de Naboo. Pero para Padmé lo más importante era el gesto. Anakin era un esclavo hace apenas unas horas, no tenía nada, y de lo poco que tuvo, consiguió hacerle un obsequio. Nadie nunca la había conmovido tanto.
—Gracias.
—No, gracias a ti Ani—dijo Padmé con una sonrisa afectuosa—Lo atesoraré siempre.
.
.
.
Tiempo presente.
Granja Lars, afueras de Mos Espa, Tatooine.
Anakin entró al cobertizo que su familia usaba como pequeño taller para reparar las máquinas de la granja. Aunque el término más preciso sería: el cobertizo donde su familia dejaba las máquinas y droides que no conseguía hacer funcionar, en espera de que él las pudiera reparar cuando los visitaba en sus días libres.
No le molestaba, al contrario, le encantaba. Anakin siempre había adorado trabajar con sus manos y más con los complejos circuitos de esos aparatos eléctricos. En el Templo, antes de que empezara la guerra, pasaba mucho tiempo libre en los talleres ayudando a darle mantenimiento a los motores de las naves y a los sistemas de protección del Templo. Pero reparar los droides o maquinaria de su familia en Tatooine era diferente, era una manera más de demostrarles su afecto.
Demostrar su amor a sus seres amados era muy importante para Anakin desde que tenía memoria. En su infancia como esclavo, él y Shmi tenían muy pocas cosas y él usaba su trabajo y sus habilidades manuales para darle pequeños regalos a su madre, aprendiendo lo suficiente para construir a C-3PO. Mientras era un padawan, las manualidades siguieron siendo la única forma en que él podía demostrarle a su madre su amor por ella. Ahora que era caballero Jedi, y al fin tenía un ingreso decente, podía buscar otras formas de darle obsequios a su familia, pero esa crianza humilde hizo que siempre valorara más el esfuerzo y el trabajo antes que los regalos comprados.
En esa ocasión había varios aparatos en el cobertizo, Anakin recordó que llevaba muchos meses sin venir a Tatooine, lamentablemente, y las reparaciones se iban acumulando. "Tendré mucho en qué ocuparme cuando al fin tenga mis días libres," pensó Anakin, buscando un lugar donde sentarse para comenzar su transmisión al Templo.
No quería hacer esta transmisión, pero por la Fuerza, tenía que hacerlo.
La línea hizo conexión con la línea del Consejo y, en pocos minutos, el holograma de Obi-Wan se mostró frente a él, con una expresión preocupada.
—Anakin—lo saludó Obi-Wan—¿Estás bien? El capitán Typho llegó al Templo hace una hora, y se supone que debían llegar con diez minutos de diferencia.
—¿El capitán Typho llegó bien?
—Sí, en este momento están dándole sus adecuaciones a los Naberrie.
—Muy bien—Anakin suspiró, esa era una preocupación menos—Tuvimos un contratiempo.
—Me lo suponía—Obi-Wan frunció los labios—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?
—Estamos bien. Un crucero nos sacó del hyper-espacio y nos tendió una emboscada con decenas de cazadores. Tuve que hacer un aterrizaje forzoso en Tatooine antes de que dañaran severamente mi nave. Estaban escondiendo sus identidades, así que no creo que me busquen en Tatooine, pero salir del planeta será difícil.
—¿Era un crucero de la Confederación?
—No lo sé. Estaba a distancia suficiente para no ser identificado.
—Esa no es una buena noticia—dijo, llevándose una mano a la barba en esa pose pensativa que Anakin tan bien conocía.
—Tendremos que escoltar a la Vice Canciller en un transporte común, tienen detectado al Juventus y eso no sería seguro.
—Usar un transporte común tampoco suena muy seguro.
—Lo será si vamos escondidos.
Obi-Wan frunció el entrecejo.
—Lo meditaré con los demás miembros del Consejo y te daremos nuestra respuesta a la mayor brevedad posible—dijo Obi-Wan—Quizá podamos ayudarlos de alguna forma que sea discreta.
—Piensa en lo que quieras, Obi-Wan. Admito que mi mente no está en su mejor momento de lucidez.
Anakin dejó caer sus hombros, y Obi-Wan contuvo el aliento. Detestaba ver a Anakin con actitud decaída.
—Necesitas un descanso—agregó Obi-Wan—Al menos estás en Tatooine. Quizá uno o dos días ahí consiga calmarte un poco.
—Yo no espero tanto.
—Confía en la Fuerza, Anakin. Por alguna razón los ha llevado ahí en este momento tan decisivo.
"Eso es justamente en lo que no quiero pensar," pero Anakin no dijo nada más, callándose sus pensamientos, sin la energía de debatirlos frente a su mentor y mejor amigo.
—Que la Fuerza te acompañe, Anakin. Te contactaré más tarde.
—Gracias, Obi-Wan.
El holograma desapareció y la transmisión terminó, Anakin apagó el comunicador, decidido a no querer saber nada de Coruscant por al menos un par de horas. Anakin se quedó ahí sentado, decaído y suspirando por la pesada situación que estaba viviendo. Realmente se sentía drenado en su energía y ánimo.
La puerta del cobertizo se abrió de repente y Anakin se sobre exaltó, pero se calmó de nuevo cuando reconoció la silueta de Cliegg Lars, su padrastro.
—¡Anakin! —el rostro de Cliegg se iluminó al reconocer a su hijastro, y entró prontamente extendiendo sus brazos para abrazarlo—¿Hace cuánto llegaste? ¿Y por qué no me habías saludado?
—Hola, Cliegg.
Anakin se paró y abrazó a su padrastro, sintiendo el calor de su cuerpo como una sensación reconfortante.
—Llegué hace menos de veinte minutos—respondió—Estaba reportándome con el Consejo. Es una visita rápida, lo siento, pero volveré apenas termine esta misión.
—¿Sigues en misión? ¡Esa condenada guerra ya termino! Deberían darte unas buenas vacaciones, mira lo flaco que estás.
—Estoy bien, Cliegg.
—Puedo ver tus ojeras, Anakin. Pero está bien, termina tu misión y después hablaremos.
Sonriendo con gratitud, Anakin miró a su padrastro afectuosamente. Cliegg siempre tuvo una actitud paternal hacia él, basada en un cariño genuino y en el vínculo que ambos construyeron con el tiempo, pero siempre respetando su independencia.
—Sí… hay mucho de qué hablar—reconoció Anakin.
—¿Y cuál misión tienes? Digo, si se puede saber…
—Claro, no es secreto ahora—dijo con un suspiro—Debo escoltar a la Vice Canciller a Coruscant, pero tuvimos un contratiempo y por eso estamos aquí.
—¿La Vice Canciller está aquí?
—Sí.
—¡Esa es una gran noticia! —Cliegg sonrió emocionado—La señorita Amidala jamás nos ha visitado aquí en Tatooine, debemos hacerle algo especial.
—No creo que sea necesario.
—Tonterías. Le debemos mucho a la señorita Amidala. Mandaré a Owen ahora mismo al mercado, hay algunas cosas que podemos comprar y…
—Pero solo estaremos aquí una noche.
—Motivo de más para mostrarle nuestra hospitalidad.
Anakin frunció los labios, ¿cómo contener la emoción de su familia? En el fondo él los entendía. Era cierto que le debieron mucho a Padmé en el pasado. No que ella se los recordara, nada de eso, porque todo fue dado desinteresadamente. O al menos Anakin siempre lo vio así, pero los últimos años dudaba incluso de eso.
Tenía demasiadas dudas y tener a Padmé en su casa no le ayudaba a aclararlas.
—Iré a buscar a Owen—dijo Cliegg, caminando afuera del cobertizo—Termina tus pendientes, Anakin. Te veo en la cena.
¿Terminar sus pendientes? Oh, eso tomaría mucho más que una simple tarde.
Anakin salió también del cobertizo, caminó despacio hacia la zona del comedor, pero no entró, se quedó a unos metros de distancia escuchando a las mujeres hablar. Shmi y Padmé hablaban tranquilamente, y Ahsoka estaba aprovechando haciendo todas las preguntas posibles.
Ver a Padmé al lado de su madre fue demasiado. No podía soportar tenerla aquí, en su hogar, a donde venía a descansar, a donde vino tantas veces precisamente a olvidarla. Y peor aún, viéndole ser tan dulcemente tratada por su propia familia.
No podía culparlos. Nadie en su familia sabía de su pasado con Padmé. Ellos solo la conocían como la señorita Amidala, otrora reina y senadora, ahora Vice Canciller. La misma que los liberó de la esclavitud, que los impulsó en Naboo, que los ayudó a recuperar sus vidas. Ellos no sabían lo que Padmé le hizo tanto tiempo atrás.
Incluso ahora, varios años después, Anakin no estaba seguro de por qué calló esa terrible experiencia. Estaba destrozado y solo tenía que cerrar los ojos para que todo ese dolor volviera de golpe a su cuerpo. No se hacía ilusiones pensando que lo había superado, porque ya estaba resignado a que una parte de él jamás lo superaría. Pero nunca le dijo a Shmi, ni a Cliegg, ni a Owen la verdad de su corazón roto y espíritu destrozado. Ellos asumieron que eran los estragos de la guerra, y él jamás los desmintió.
¿Quizá porque no quería sonar despechado, hablando mal de Padmé a todos los que le preguntaran? ¿Quizá porque no quería dañar su imagen, ya que independientemente de todo era una política muy influyente e importante para la República? ¿O quizá no quería que su familia perdiera a su ídolo, a una de las pocas personas que genuinamente admiraban, y que la vieran con otros ojos? Anakin no sabía la respuesta y nunca hizo nada por pensarla.
Pero estando ahí, en Tatooine, con Padmé a unos metros de distancia tomando un té con Shmi, le hizo sentir terrible. Le hizo sentir que todos esos sentimientos y emociones que llevaba años ocultando debían explotar. Y estando en plena misión, era algo que no se podía permitir. Un Jedi debería tener un autocontrol mejor que este.
Solo que Anakin nunca fue un Jedi ejemplar.
Obi-Wan tenía razón. Necesitaba un descanso.
Anakin subió por las escaleras para salir de la casa, vio a la distancia un speeder alejarse rumbo a Mos Espa, y supuso que ese sería su hermanastro Owen haciendo el encargo de su padre. Tenía al menos dos horas antes de que cualquier intento de cena estuviera listo, y lo único que conseguía siempre calmarlo (además de la presencia de su madre) era el desierto.
Así que, asegurándose de tener el sable láser firmemente colocado en su cinturón, Anakin se acomodó la túnica sobre sus hombros y caminó hacia la inmensidad del desierto de Tatooine.
.
.
.
Ahsoka sintió exactamente el momento en que su Maestro salió de la granja Lars, pero no dijo ni hizo nada, asumiendo que necesitaba un poco de espacio. Sin embargo, la togruta notó que Padmé frunció el entrecejo un momento, volteando hacia el patio interior de la casa, como si supiera que Anakin recién había pasado por ese lugar. "Eso es raro," pensó Ahsoka.
Shmi había empezado a preparar la cena y le pidió a Ahsoka que la ayudara, según sus propias palabras: "Padmé tiene muchas virtudes, pero la cocina no es una de ellas," a lo cual Padmé se sonrojó un poco, pero no la contradijo. Mientras ambas mujeres cocinaban, Padmé les contaba algunas anécdotas del Senado o de sus viajes diplomáticos, haciendo lo mejor por armonizar el ambiente. Ahsoka debió reconocer, después de un par de horas, que Padmé era en extremo agradable, muy educada y considerada.
—Padmé, la cena ya casi está lista—dijo Shmi—Por favor, ve y dile a Ani que ya puede venir, debe estar hambriento.
—Claro—respondió Padmé, haciendo lo mejor por ocultar su expresión de nerviosismo. Ahsoka sintió su aprehensión, pero no dijo nada, demasiado ocupada en terminar el guiso que tenía enfrente.
Padmé salió del comedor y se asomó por las entradas de otras partes de la casa, pero no lo encontró. Halló el cobertizo, lleno de maquinaria y droides, y supo que Anakin pasaba la mayor parte de su tiempo ahí en Tatooine, pero tampoco lo encontró ahí. Escuchó un par de voces desde arriba, así que subió las escaleras y vio un speeder comenzar a aterrizar cerca de la entrada.
—¡Hola! —saludó Beru, bajando del speeder con un salto—¿Llegamos a tiempo para la cena?
—Sí, justo Shmi me acaba de mandar a buscar a Anakin.
—¿No está en el cobertizo?
—No.
—Deberá estar meditando—dijo Owen, bajando del speeder con las bolsas del mercado—Hola, Padmé. Me alegra mucho volver a verte.
—Hola, Owen. Me alegra verte bien—respondió Padmé con una sonrisa contenta—Y felicidades por tu matrimonio. Beru es encantadora.
Beru se sonrojó un poco, y Owen la miró con cariño.
—Gracias, lo sé.
—¿A dónde va Anakin a meditar? —preguntó Padmé, aprovechando el momento.
—Ah, a varios lugares—respondió Owen—A veces a las cuevas, a veces a las montañas… considerando que debe venir a cenar, creo que solo salió al desierto, a unos veinte minutos por allá—señaló con su dedo hacia el noroeste de la granja—No debe tardar en volver.
—¿Y si le mandas un mensaje a su comunicador? —preguntó Beru.
—Está apagado.
—Oh, entonces solo queda esperar.
—¿No irán a buscarlo?
—¿Al desierto? Oh, claro que no—respondió Owen con vehemencia—Es de los lugares más peligrosos de Tatooine, a pesar de todo.
—Entonces con mayor razón deberíamos buscarlo.
Beru y Owen sonrieron, intentando contener una risa suave. A Padmé no le gustó esa expresión, casi condescendiente.
—Padmé, Anakin ha sobrevivido sitios de separatistas y a Sith Lords—dijo Owen—El desierto de Tatooine es nada para él… es mucho para nosotros, pero nada para él.
—No te preocupes por él, Padmé, te aseguro que está bien—sentenció Beru.
Ambos bajaron las escaleras hacia el patio interior de la casa, pero Padmé se quedo inquieta, mirando hacia el desierto. Owen tenía razón, cualquier ladrón o animal salvaje que Anakin pudiera encontrar en el desierto era un jugo de niños al lado de las salvajes batallas que lideró y ganó durante las Guerras Clon. Pero una parte de ella seguía preocupada, ¿por qué Anakin iría al desierto?
Anakin odiaba la arena… siempre lo repetía, una y otra vez, cuando iban al Lago de Varykino o a las playas de Theed. "No me gusta la arena, es dura, e irritante, y se mete en todas partes," decía Anakin con un puchero siempre que ella jugaba con él en el lago. Así que no podía entender cómo es que Anakin podía meditar en medio del desierto. Simplemente no tenía sentido.
Se cruzó de brazos, mirando la inmensidad de arena frente a ella, dudando si su siguiente acción era prudente o no. Cuando Anakin estaba de por medio, Padmé tendía a tomar sus peores decisiones (tenía una larga lista en su mente, siendo la peor de su ruptura). Y ese día no iba a ser la excepción.
Alzando una mano para taparse el sol, Padmé comenzó a caminar hacia el desierto, mirando ansiosamente la posición de los dos soles de Tatooine, su única referencia para no perderse. Como estaba atardeciendo, el viento caliente del desierto comenzaba a refrescar, y Padmé recordó con nitidez sus días en Tatooine cuando fue reina de Naboo. Verdaderamente el desierto podía ser muy frío, y ella llevaba un atuendo ligero.
"Anakin no debe estar lejos," pensó ella, después de unos quince minutos caminando. Seguía poniendo atención a la posición de los soles, y ahora de la luna de Tatooine, que comenzaba a verse en el cielo. "Al menos aún sé cómo regresar," pensó ella, dándose cuenta de que no veía rastro alguno de Anakin, y que lo mejor sería volver antes de que Shmi y los Lars se preocuparan por ella.
Pero algo la detenía. Quizá era el calor sofocante, causando grandes gotas de sudor en todas las partes de su cuerpo que la hacían sentir abochornada. Quizá era el viento, seco pero cada vez más frío, desgastando su piel. O la sensación de la arena suave engullendo sus pies, obligándola a dar grandes zancadas para caminar que la cansaban más. Este cansancio era bueno. Este cansancio… era como una expiación.
Una parte de Padmé estaba feliz de estar en Tatooine. Realmente quería a Shmi, y a los Lars, y verlos removió sentimientos profundos en ella, de amor familiar y camaradería que llevaba tiempo ignorando. La hizo recordar esos días simples y felices en donde pasar una agradable tarde con la gente que amaba era suficiente para hacerla sentir plena. Incluso ahora podía verlo, los Lars vivían humildemente, pero les sobraba amor familiar y eso era mucho más valioso que todos los créditos de la galaxia o poder en el Senado.
Pero otra parte de Padmé sentía un dolor terrible, porque esta no era su familia, era la de Anakin. Su verdadera familia estaba en Coruscant, en el Templo Jedi, siendo protegidos de asesinos que podrían ir detrás de ellos por su culpa. Sus padres la amaban, pero llevaba años escondiendo cosas de ellos y manteniéndolos al margen de su vida. Su hermana la odiaba –con más razón de la que le daba crédito– y sus sobrinas apenas la conocían.
Tatooine, aún con todos los recuerdos malos que pudiera tener, de un pasado difícil y un origen innombrable, era el hogar de Anakin. Y no lo era por haber sido en donde nació, sino porque su familia estaba ahí. Una madre que lo recibía con los brazos abiertos, un padrastro que lo quería, un hermanastro con el cuál hacía competencias amistosas, y una cuñada que lo admiraba.
Caminando en el desierto de Tatooine, expuesta a los elementos, y sin nada que pudiera distraer su mente de las verdades en su interior, Padmé se dio cuenta de que no tenía un hogar. Tenía familia. Tenía amigos. Tenía su carrera. Pero no tenía un hogar.
Esa realidad la abrumó tanto que cayó de rodillas sobre la arena, sollozando por un dolor que apretó su caja toráxica por varios instantes. Un hogar es en donde te sientes seguro, amado, apoyado, en donde puedes descansar y ser tu mismo, y ella alguna vez lo tuvo. Por primera vez en años, Padmé se dio cuenta de la gravedad de la decisión que tomó una tarde cualquiera en Coruscant, por primera vez comprendió la consecuencia real de sus acciones.
Anakin había creído que tenía un hogar con ella, pero Padmé lo hizo despertar de esa ilusión con crueldad, sin darse cuenta de que estaba destruyendo también su hogar. Su oportunidad de ser algo más que una política.
Aún sobre sus rodillas en la arena, Padmé sintió sus ojos llenarse de lágrimas, mientras sacaba de entre sus ropas el dije de japor que Anakin le regaló tantos años atrás. Si cerraba los ojos, con el olor de la arena y el calor del sol sobre su piel, casi podía sentir que no había pasado el tiempo, y que Anakin era un niño a su lado haciéndole preguntas curiosas para distraerse de su ansiedad por dejar su planeta por primera vez. Oh, aún recordaba esa expresión tan sincera de Anakin, con sus enormes ojos azules mirándola afectuosamente, cuando le dio ese dije.
Padmé lo guardó entre sus objetos de valor y, más tarde, cuando empezó su relación con Anakin, lo usó como collar o brazalete, dependiendo la ocasión. Se acostumbró a jugar con el dije entre sus dedos cuando estaba nerviosa o impaciente. Y cuando lo suyo con Anakin terminó, lo usó como collar bajo sus ropas todos los días, incapaz de poder dejarlo atrás, como si con eso pudiera consolar un poco a su corazón.
Ahora, pasó sus manos sobre los bordes del dije, sobre esas líneas talladas que se sabía de memoria, añorando volver atrás. Añorando esos días en que fue tan feliz y lo dio por sentado, deseando poder ver los ojos de Anakin mirarla otra vez con afecto. Oh, lo deseó tanto que se descompuso en llanto sobre la arena, sus manos apretando el dije mientras su cuerpo encorvado temblaba, por la melancolía y por el frío de la noche que comenzaba a caer.
Pero sus lágrimas, aunque numerosas, eran nada comparadas a la inmensidad de la arena en el desierto de Tatooine, y cuando el viento volvió a soplar, no quedó rastro alguno de su dolor en ese suelo cambiante.
.
.
.
Anakin caminaba de regreso a la granja cuando sintió un tremor en la Fuerza. Había tenido una meditación muy buena que consiguió calmarlo, y aún estaba muy sumergido en la Fuerza, por eso pudo sentir ese pequeño tirón de melancolía, que provenía de una persona cerca de él. Anakin frunció el ceño, ¿quién estaría tan loco como para salir al desierto mientras anochecía?
Cuando se concentró un poco más, reconoció esa presencia en la Fuerza. Podía caer al Lado Oscuro y aún así reconocería esa presencia en cualquier lado, estaba tatuada en su alma, muy a su pesar. Anakin suspiró, le había pedido en sus meditaciones una señal a la Fuerza sobre qué podía hacer, pero esto le pareció más bien una burla.
Resoplado, Anakin comenzó a caminar hacia donde estaba esa presencia, no se encontraba muy lejos, pero pronto anochecería y no correría el riesgo de que se perdiera en el desierto de Tatooine. Diez minutos después, encontró la silueta de Padmé Amidala caminando con mirada ausente, de regreso a la granja Lars, pero esa visión encogió su corazón.
Había estado tan ofuscado por sus propios sentimientos que apenas le puso atención a Padmé, y cuando lo hizo, todo su cuerpo se tensó con recelo. Se veía más delgada que antes, y pálida, a pesar de haber estado expuesta bajo el sol. Había ojeras bajo sus ojos y las líneas de sus facciones estaban más nítidas, dándole un aspecto demacrado. Probablemente no dormía y comía muy poco, se veía casi enferma y su caminata por el desierto debió sentarle fatal. Jamás la había visto así, y una parte de él deseaba correr hacia ella, abrazarla fuertemente y besar su rostro hasta borrar ese dolor en su semblante.
Pero lo único que hizo fue caminar hacia ella con el ceño fruncido, detestando que ella siguiera teniendo ese poder sobre él.
Padmé estaba inmersa en sus pensamientos, pero de reojo vio una silueta acercarse a ella. Se detuvo un momento para mirarlo mejor, era una persona alta, con una capa que ondeaba con el viento dramáticamente y cuyos movimientos eran muy seguros mientras caminaba sobre la arena. Cuando estuvo más cerca, Padmé se dio cuenta de que era Anakin, pero no se puso nerviosa ni su corazón dio un salto, esta vez, lo miró con apatía, demasiado cansada después de su colapso para reaccionar.
Mientras Anakin se acercaba, se dio cuenta de que era una imagen fuerte, daba la impresión de ser un hombre a quien ni los propios elementos podían someter. Padmé misma se preguntaba si existiría algo capaz de doblegar a Anakin Skywalker.
—¿Qué hace aquí, Vice Canciller? —preguntó Anakin con tono severo—Es en extremo peligroso que esté sola en este desierto.
—Estaba buscándolo, general—respondió ella, su voz sonaba muy baja por el llanto, que había secado su boca.
—Tonterías, no necesito ser buscado—dijo él—Pero usted debe estar a salvo. Vámonos, antes de que se haga más tarde.
Padmé no respondió, y Anakin se sorprendió con eso. Ya iban dos veces en que Padmé bajaba el rostro y hacía como él ordenaba, y eso le gustó menos que su apariencia enfermiza.
Padmé Amidala jamás obedecía órdenes, ¿por qué esta Vice Canciller Amidala sí lo hacía?
Caminaron en silencio varios minutos, Anakin bajó el ritmo de su caminata, notando que Padmé a duras penas le seguía el ritmo –él tenía piernas mucho más largas que ella– y cuando ella consiguió caminar a su lado, se dio cuenta de que sujetaba algo en la mano.
Era el dije de japor.
Anakin sintió su garganta cerrarse, por un nudo que la obstruyó totalmente, y miró a Padmé con detenimiento –de reojo, para que ella no lo notara– dándose cuenta de que sus ojos estaban rojos y había restos de lágrimas en sus mejillas.
Ella había llorado, con el dije de japor que él le regaló cuando eran niños en sus manos. Un dije que conservaba aún después de tanto tiempo, aún después de todo lo que habían vivido.
Ese fue el momento en que Anakin Skywalker supo que, a pesar de su decisión en el pasado, Padmé Amidala no lo había olvidado.
Eso fue todo por ahora. Y pues sigue el drama... hubo mucho simbolismo en este capítulo, principalmente en el dije de japor, que desde luego seguirá siendo importante más adelante. Además, quería dejar en claro que los Lars son la familia de Anakin en todos los sentidos. La catarsis que tuvo Padmé en el desierto será determinante para las decisiones que ella va a tomar en los siguientes capítulos.
Espero les haya gustado. Muchas gracias por leer, les mando un fuerte abrazo.
