NADA DE ESTO ME PERTENECE, LOS PERSONAJES SON DE DISNEY, SOLO ME DIVIERTO AL ESCRIBIR

¡Hola a todos! ¿cómo se encuentran? bueno este capítulo lo tenía ya terminado por eso pude subirlo pronto, solo tuve que hacerle una pequeña edición. Estoy muy contenta por sus comentarios y sus alertas, disfruto mucho cuando se emocionan con mis historias, ustedes ya lo saben. Sin más preámbulo...

¡disfruten!


Parte IX

Hace años…

Padmé se removió sobre las sábanas, era de día y la luz del sol comenzaba a molestarle en el rostro. Sin abrir los ojos, estiró su cuerpo, sintiendo a su lado un cuerpo cálido que se presionaba contra el de ella instintivamente. Padmé se removió despacio, para no mover mucho la cama, encontrándose cara a cara con el rostro de su novio, Anakin Skywalker.

Él seguía dormido, a juzgar por su rostro sereno y respiración tranquila. Padmé sonrió embelesada ante la visión de su novio, tan apuesto, y con cuidado levantó una mano para acariciar con la punta de sus dedos las líneas de su mandíbula.

Usualmente Anakin se despertaba tan temprano como ella, o a veces más, considerando que tenía meditaciones en la mañana. Pero ese fue su día de suerte, y la senadora pudo acurrucarse contra el cuerpo durmiente de su novio, disfrutando el silencio, de la brisa fresca matutina que entraba por la ventana, y contemplando largo y tendido la belleza de Anakin.

Muchas veces Anakin no parecía darse cuenta de su propio encanto. No solo era su atractivo físico, sino su sentido del humor, su valentía y su corazón noble lo que llamaba la atención de las personas. Y particularmente, de las mujeres. Padmé veía en reuniones o galas la forma en que las mujeres jóvenes –y unas no tanto– seguían con los ojos a Anakin como si fuera una presa, haciendo uso de coqueterías sutiles, o a veces descaradas, para llamar su atención. Anakin parecía no percatarse de esos coqueteos, para desesperación de Padmé.

Siendo su relación secreta, ella no tenía derecho a pararse al lado de él, besarle la mejilla tiernamente para declararlo suyo, y mirar con gesto amenazante a cualquiera de las mujeres que se atreviera a desafiar lo contrario. Así que, en esas galas, ella debía permanecer con sus amigos y conocidos, disfrutando una copa de vino de Naboo mientras veía a la distancia cómo su novio secreto era asechado por mujeres hermosas y algunas realmente influyentes.

Desde que la guerra había empezado, Anakin llamó la atención de los medios al ser nombrado general a muy joven edad. Luego, con su primera victoria que consiguió para la República solo cuatro meses después de empezar la guerra –atacando a un convoy militar en franca desventaja para liberarle el paso a un crucero de la República que tenía problemas con sus escudos– se ganó la popularidad de los medios y empezó a llamar la atención de los civiles.

En meses posteriores, sus victorias se acumularon, todas conseguidas a través de planes osados y ataques muy atrevidos, por lo cual los medios comenzaron a llamarlo el Héroe sin Miedo. A Padmé se le llenó el pecho de orgullo cuando vio que la República valoraba de tal forma el esfuerzo de Anakin, para luego sentirse contrariada cuando los medios comenzaron a mostrar las largas legiones de admiradoras que declaraban amar al caballero Jedi Anakin Skywalker.

"Él es mío," pensaba Padmé cuando veía esas noticias, pero era difícil sentirlo así cuando debía quedarse de brazos cruzados si una condesa coqueteaba con su novio, o si una admiradora intentaba robarle un beso. Después de todo, para la República el caballero Jedi Anakin Skywalker, el Héroe sin Miedo, era un hombre soltero.

Por eso esa mañana se sintió tan maravillosa, Padmé se reacomodó sobre la cama, jalando un poco las sábanas para cubrir su cuerpo desnudo, mientras acariciaba delicadamente los pómulos de Anakin. No solo se veía arrebatadoramente guapo cuando su faz estaba tan relajada, sino que estando así, en la cama con él, compartiendo esta intimidad propia de su relación, Padmé podía sentir que Anakin realmente era de ella.

Cuando le pidió que mantuvieran su relación en secreto, Padmé nunca pensó que podría llegar a ser tan difícil. Acostumbrada a mantener su vida privada lejos del escrutinio público, nunca consideró que podía llegar a ser tan difícil no expresar sus verdaderos sentimientos hacia su novio en público. Cada gala que asistía, cada misión difícil de la que él volvía, cada semana que pasaba sin saber de él porque su ubicación era clasificada, cada una de esas cosas acumulaba un pesado saco de piedras que volvía cada vez más insostenible la situación.

Pero esa mañana era perfecta y no era momento de pensar en la vida tan dura que les esperaba a ambos en Coruscant.

Ahora, los dos estaban tomando un merecido descanso en Naboo, donde se quedarían tres días más, tres días que ella quería aprovechar al máximo.

Padmé subió su caricia del pómulo de Anakin hacia sus cabellos, enredando sus dedos en esos rizos rubio oscuro que tanto le encantaban, y besó su mejilla con ternura. Luego besó su otra mejilla, la punta de su nariz, su frente, sus párpados, hasta que Anakin suspiró y comenzó a despertar.

Buenos días—dijo él, con voz ronca y adormilada, aún sin abrir los ojos.

Pero Padmé quería ver sus hermosos ojos azules, así que apretó un poco más su agarre sobre sus cabellos y besó superficialmente sus labios, susurrando después:

Buenos días, guapo.

Finalmente, Anakin abrió sus ojos, sus hermosas pupilas azules la miraron con adoración y ternura, y Padmé sintió que su estómago se llenaba de mariposas bajo esa mirada.

¿Dormiste bien? —preguntó Padmé, colocando su otra mano sobre el pecho de Anakin.

Maravillosamente.

Padmé le sonrió con un gesto travieso y, sin previo aviso, empujó el pecho de Anakin con firmeza, acostándolo sobre su espalda, mientras ella se sentaba a horcajas encima de él, besando sus labios con más intención. Las manos de Anakin se posicionaron sobre sus caderas por inercia, mientras que las manos de Padmé se hundieron en sus cabellos jalándolo despacio para profundizar el beso.

Sí, esta era una buena mañana.

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Tiempo presente, Granja Lars, Tatooine.

Padmé descendió las escaleras despacio, notando que Anakin se quedó en la parte superior del acceso hasta que ella bajó. Una vez que Padmé estuvo de pie en el patio abierto, Anakin saltó y cayó a unos metros de ella, usando la Fuerza para suavizar su aterrizaje. En ese momento, salió Shmi del comedor.

—Ya era hora de que llegaran—dijo Shmi, con tono reprobatorio—Me estaban preocupando.

Padmé bajó los ojos, siendo Anakin quien se apresuró a responder.

—Perdona, mamá. Me distraje un poco en el desierto, ocupaba despejarme.

Shmi entornó los ojos, detectando un tono inusual en la voz de su hijo. Luego miró Padmé, quien, a pesar de intentar pasar desapercibida, era evidente que había llorado. La experiencia le había enseñado la prudencia suficiente para no mencionar ninguna de las dos cosas.

—Honestamente, estaba más preocupada por Padmé que por ti, Ani. —dijo Shmi, medio en broma y medio enserio. Su hijo era un guerrero, pero Amidala, aunque inteligente y valiente, era incluso más pequeña que ella.

—Nunca le pasará nada mientras esté con ella, mamá.

Anakin lo dijo con una seguridad y vehemencia que estremecieron a Padmé, pero estaba demasiado cansada emocionalmente para reaccionar al respecto. Shmi sonrió y besó la mejilla de su hijo.

—Oh, lo sé. Ahora, vayamos a cenar.

La mesa ya estaba lista y la familia Lars los esperaba. Habían preparado un postre de Shurra y un par de platillos más para Padmé, quien sonrió agradecidamente hacia ellos, sabiendo que no se merecía estas muestras de afecto, pero harta de pelear contra eso. Anakin estuvo muy callado durante la velada, respondiendo solo cuando le hablaban y comiendo con una calma inusual en él.

La mayoría pensó que era porque Anakin seguía en misión, y ya sabían que, cuando Anakin estaba concentrado en algo, era difícil desviar su atención. Solo Shmi se dio cuenta que no tenía nada que ver con la misión, pero decidió hablar con su hijo en otro momento. Además, había notado la forma en que Anakin miraba a Padmé cuando pensaba que nadie lo notaba. Algo había pasado.

—Todo está delicioso—dijo Padmé, con una sonrisa más genuina—Muchas gracias, enserio. No se hubieran molestado.

—Tonterías, fue un gusto.

—Quizá nuestra morada sea humilde para la Vice Canciller de la República—dijo Owen con tono bromista—Pero siempre será bienvenida aquí, señorita Amidala.

—Oh, vamos, podrían llamarme Padmé.

—Quizá después—respondió Beru—Honestamente aún no me acostumbro a estar cenando con la segunda al mando de la República.

—Probablemente no tengas que hacerlo—dijo Anakin, fingiendo un tono de broma pero con un dejo de acidez en su comentario.

Padmé frunció los labios, pero no respondió nada. Owen frunció el ceño y miró a su hermanastro con una mueca de incredulidad.

—Oh, disculpe maestro Jedi—replicó—Sé que en Coruscant su vida es más despampanante pero aquí en Tatooine apenas y vemos rostros nuevos.

—No me refería a eso.

—Anakin tiene razón, no deben verme como a una política—dijo Padmé—Hoy soy solo una vieja amiga. Me alegra mucho verlos tan felices, enserio.

Antes de que Shmi pudiera responder, se escuchó el sonido de un timbre y los Lars miraron hacia el patio interior con curiosidad. No esperaban visitas ese día, así que se asomaron cautelosos y descubrieron dos siluetas bajando por la escalera despacio. Anakin contuvo el aliento, reconociendo sus presencias antes de verlos.

—¡Hola, Kitster, Lara! —saludó Shmi, con tono jovial—¡Qué sorpresa!

—¡Hola Shmi! —respondió Kitster, esbozando una sonrisa—Disculpa que lleguemos así de improviso, pero oímos por ahí que Anakin estaba de visita y queríamos saludar.

—Solo estará esta noche—dijo Shmi con un suspiro—Pero volverá en unos días más, todavía tiene un pendiente en Coruscant.

—Uno pensaría que la Orden le dejaría descansar un poco.

—Créeme, cuento las horas para que tenga su tiempo libre.

—¿Estamos interrumpiendo? —preguntó Lara—¿Deberíamos volver más tarde?

—Claro que no, pasen. Estábamos cenando de hecho, ¿quieren acompañarnos?

—Oh, pero…

—¡Desde luego! —dijo Kitster, que jamás rechazaba un plato de comida aún cuando su tiempo en esclavitud terminó muchos años atrás.

Shmi los guio al interior del comedor, en donde los Lars estaban explicándole a Ahsoka y a Padmé cómo Kitster y Lara eran viejos amigos de Anakin, de cuando eran todavía esclavos. En aquellos años, Kitster le pertenecía al dueño de un restaurante en Mos Espa que era medianamente amable, siendo Lara la única niña libre en el grupo, que era hija de un par de comerciantes.

Kitster ganó su libertad en la adolescencia y desde ese tiempo había trabajado como ayudante en diferentes tiendas de Mos Espa hasta que, gracias a la intervención de los Jedi, Tatooine se convirtió en un mundo de la República. Eso le brindó ayudas sociales suficientes para poder estudiar y tener un mejor trabajo en las oficinas del ayuntamiento. Mientras que los padres de Lara comenzaron a dirigir uno de los puertos espaciales de Mos Espa, lo cual les facilitaba mucho su trabajo de comercio.

Padmé asentía a las explicaciones, recordaba vagamente a Kitster, a quien había visto cuando conoció a Anakin años atrás, y cuando lo vio entrar se dio cuenta que los años lo cambiaron muy poco, a pesar de ser más alto, tenía el mismo rostro juvenil y sonrisa traviesa de antes. Sin embargo, no recordaba haber escuchado nunca a Lara, así que miró con un poco de escrutinio a la alta mujer rubia que entró saludando a todos con una sonrisa encantadora; Lara era muy bella, con grandes ojos azules y una expresión afable imposible de fingir.

Ahsoka, que hasta entonces había participado activamente en la velada, se reclinó en su asiento cruzándose de brazos como una mera espectadora, sintiendo a través de la Fuerza el recelo que Amidala emanaba y también el nerviosismo de su maestro.

"Esto se pondrá bueno," pensó la togruta, ocultando una mueca traviesa.

—¡Buenas noches a todos! —dijo Kitster—¡Anakin, qué milagro!

Anakin sonrió, relajándose un momento cuando vio a su amigo de toda la vida acercarse a él para darle un abrazo. Luego se volvió a tensar cuando vio a Lara, acercándose a él con sus mejillas sonrojadas.

—Hola, Anakin—saludó ella con voz tersa.

Anakin se estremeció cuando ella le habló de esa forma, y recordando todo el tiempo que llevaba sin verla, se inclinó hacia ella y rozó suavemente sus labios, en un beso superficial pero tierno.

Padmé sintió que su corazón se detenía por un instante, su rostro entero se tensó como si fuera una estatua y su piel se puso lívida. Afortunadamente, todos estaban demasiado ocupados recibiendo a los invitados como para notarlo.

Lara se sonrojó aún más, pero su rostro entero se iluminó mirando a Anakin y se encorvó un poco cuando él la escoltó a la mesa, cediéndole su asiento para que se sentara.

—Esperen un momento—dijo Shmi—Traeré sus platos de inmediato.

—Yo te ayudo.

Beru acompañó a Shmi a la cocina y ambas regresaron minutos después con más platos y vasos para que Lara y Kitster pudieran cenar también. Ahora la conversación fluctuaba su atención entre todos los invitados, mientras Shmi les contaba orgullosa la forma en que Padmé había ayudado a liberar a Anakin, y después la liberó a ella.

Esta vez, sin embargo, Padmé apenas y pudo responder un par de monosílabos, asentir cuando le preguntaban algo, y fingir que seguía masticando su comida cuando le hacían preguntas directas. La verdad era que, aunque su cuerpo permanecía en esa cena, su mente estaba en otra parte.

Frente a ella, Anakin se había sentado al lado de Lara y constantemente la miraba de reojo, asegurándose de que ella estuviera cómoda. Le sirvió la comida y rellenó su vaso con agua antes de que Lara pudiera pedírselo. Anakin siguió sin hablar mucho, pero respondía a todo lo que Lara le preguntaba y, en determinado momento de la noche, Padmé pudo ver que debajo de la mesa los dos se sujetaron las manos.

Había sido un día emocionalmente agotador, pero eso era demasiado. Padmé sintió que su pecho era un doloroso hueco imposible de llenar y que con cada respirar la herida se abría más. Ya no podía soportarlo.

—Lamento cortar esta adorable velada—dijo Padmé, parándose despacio—Pero estoy muy cansada y nuestro viaje aún no termina. Shmi, no quisiera abusar más de tu hospitalidad, pero ¿podrías indicarme en dónde pasaré la noche?

—Oh, desde luego, perdónanos querida, estamos tan emocionados con que estén aquí que olvidé lo tarde que era—dijo Shmi, parándose también—Ven, te mostraré tu cuarto.

—Gracias.

—¿Ustedes también pasarán la noche aquí? —preguntó Cliegg.

—Yo sí—dijo Kitster, que había tomado algo de licor y no quería conducir de regreso a Mos Espa.

—Yo no debería, no avisé a mis padres—respondió Lara, quien luego miró a Anakin—¿Podrías llevarme a casa?

—Desde luego.

Padmé sintió que su estómago se volvía de piedra, pero contuvo la mueca en su rostro mientras salía del comedor siguiendo a Shmi.

—Ahsoka, cuida a Amidala—dijo Anakin en tono más serio—Y esta vez, espero que no se aleje de tu perímetro, padawan.

—Sí, maestro—dijo la togruta con una expresión de culpa, encogiéndose un poco en su asiento.

—Regreso pronto, mamá.

Anakin se inclinó y besó la mejilla de Shmi, luego ayudó a Lara a subir las escaleras y ambos desaparecieron en la superficie.

—¿Crees que regrese? —preguntó Beru con tono coqueto a su esposo.

—Sí, porque sigue en misión—respondió Owen, encogiéndose de hombros—Es una pena, le haría bien quedarse unos días con Lara.

—Puede ser, aunque…

Padmé no pudo escuchar más, y agradeció a todos los dioses el que Shmi le hiciera señas para que la siguiera en ese momento, alejándola de los Lars.

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Residencia de invitados, Templo Jedi, Coruscant.

—¿Cuándo volveremos a casa, mami? —preguntó Pooja, mirando a través de la ventana al pequeño jardín aledaño del edificio en donde estaban hospedados, dentro de las instalaciones del Templo Jedi.

—No lo sé, mi amor—respondió Sola—Cuando los Jedi nos digan que es seguro.

—¡Mis amigas alucinarán! —dijo Ryoo de repente, llamando la atención de los demás—Estoy en Coruscant, ¡Coruscant! Oh, mamá, deberíamos ir a alguna tienda, seguro tienen juguetes que en Naboo no tienen y…

—No estamos aquí de vacaciones, Ryoo—dijo Darred a su hija con tono serio—Estamos aquí para cuidarnos de gente malvada. No podemos salir del Templo sin permiso de los Jedi.

—¿Enserio?

—¡Pero mamá, yo quería ver el zoológico! —dijo Pooja—¡Dicen que es el más grande del universo!

—¡Y yo quería ir a una de esas plazas llenas de tiendas! Donde venden malteadas de chocolate en todas las esquinas y…

—Niñas—habló Jobal, usando ese tono de abuela que ninguna mujer podía igualar—No saldremos de aquí hasta nuevo aviso, así que mejor vayan pensando en qué les gustaría hacer aquí en el Templo.

—¡Pero no hay nada, nana!

—No, solo corredores, y jardines.

—Y personas usando capas raras.

—Olvidan que los Jedi son los generales del ejército—dijo Jobal en tono sugerente—Estoy segura de que encontraremos un par de cosas interesantes por aquí.

—¿Tú crees, abuela?

—Claro—dijo Darred—Es más, vengan conmigo. Vamos a ver hasta donde podemos llegar sin que los Jedi nos vean.

Los rostros de ambas niñas se iluminaron ante la mención de ese juego, y corrieron hacia su padre riendo. Sola meneó la cabeza, contenta por el rostro feliz de sus hijas.

—¡Vamos!

Darred le dijo a Sola que volverían pronto, y salió del apartamento con cada una de sus hijas en una mano. La energía infantil se esfumó en segundos del ambiente y Sola se cruzó de brazos, mirando a su alrededor.

Los Jedi les habían dado un apartamento muy grande, tenía cuatro habitaciones, una sala, una cocineta y un pequeño comedor. Nada estaba decorado en exceso, pero el estilo minimalista propio de los Jedi era curiosamente acogedor, aunque Sola pensaba que se sentía tranquila porque todos los Jedi que había visto hasta ahora irradiaban una paz irreal, considerando que la mayoría habían peleado en la guerra.

Estaban en un edificio especial para los invitados, rodeado de unos pequeños jardines en una de las zonas internas de la construcción principal. Sola sabía que estaban seguros ahí, y que podían moverse libremente en ese edificio y sus alrededores. En realidad, lo único prohibido para los visitantes era la estructura interna del Templo, en donde estaban sus salas de investigación, de archivos y de entrenamientos especiales, a donde sólo los caballeros y maestros podían acceder.

A través de la ventana, podían verse algunos de los impresionantes rascacielos de la ciudad-planeta que era Coruscant. Sola había estado ahí varias veces, de hecho, la última vez que estuvo en la capital fue también cuando tuvo esa terrible discusión con su hermana. Acechada por esos recuerdos, Sola se sentó en un sillón al lado de su padre, quien leía en la DataPad informes recientes sobre el Senado.

—Ya deberíamos saber algo—dijo Jobal con preocupación.

—Seguramente optaron por otra ruta—explicó Sola, sin querer preocuparse también—Si hubiera algo mal, ya nos lo hubieran dicho.

—Son Jedi, ellos solo hablan si uno los obliga a hacerlo.

—Mamá…

—Tranquila, Jobal—dijo Ruwee, dejando su DataPad de lado—Mañana buscaremos a Obi-Wan, pero por hoy debemos descansar un poco. No sé tú, pero estos viajes ya se me hacen largos.

Jobal suspiró y fue a la cocineta a hacerse un té. En eso, tocaron a la puerta del departamento, los Naberrie dijeron al unísono un claro: "pase".

Era Obi-Wan Kenobi, acompañado de una mujer muy bella, de cabellos rubios y porte elegante. Ambos tenían expresiones muy cuidadas en sus semblantes, y eso de inmediato llamó la atención de Sola. Quizá no se dedicó a la política, pero sabía muy bien un par de cosas.

—Maestro Kenobi—saludó Ruwee, parándose del sillón—Pase, bienvenido.

—Hola, buenas tardes—respondió Obi-Wan—Lamento la interrupción.

—Tonterías, pase, pase—agregó Jobal con una sonrisa—¿Quieren un té?

—Sería espléndido—respondió la rubia.

—Les presento a mi esposa, Satine Kryze—dijo Obi-Wan con una sonrisa orgullosa—Amor, ellos son los Naberrie, unos viejos amigos desde antes de las guerras.

—Un gusto conocerlos.

—Oh, vaya, no sabía que estabas casado—respondió Jobal—Felicidades. Y es un gusto conocerte, Satine. Puedes llamarme Jobal.

—Gracias.

—Creo haber escuchado tu nombre antes—dijo Sola, entrecerrando los ojos en una expresión pensativa—Kryze… me es muy familiar.

—Soy la duquesa soberana de Mandalore.

Y de repente, Sola lo recordó.

—¡Ya, es cierto! Tú eras amiga de mi hermana, la senadora Amidala, ¿no es cierto?

—Sí, tengo ese gusto.

—Cualquier amiga de mi hija es siempre bienvenida—agregó Ruwee con una sonrisa—Díganos, ¿a qué debemos esta notable visita?

—Bueno, venía a traerles una… noticias.

—¿Malas?

—No, solo noticias—Obi-Wan frunció los labios un momento y luego volvió a hablar—Hemos recibido una transmisión del caballero Skywalker, al parecer su misión sufrió un retraso. No tienen de qué preocuparse, todos están bien y todo se ve en orden, pero la senadora Amidala demorará un par de días más en llegar.

Jobal suspiró, pero fue Ruwee quien se apresuró a tomar la palabra.

—¿Hay algo de lo que debamos preocuparnos, maestro Kenobi?

—No que yo sepa, señor Naberrie.

Sola no lo creyó.

—Bueno, lo mejor será que tomen asiento—dijo Jobal, intentando sonar alegre—El té estará listo en un momento y no debemos dejar que se enfríe.


Sé que es un final un poco abrupto, pero realmente no había nada más que poner.

Los Naberrie están a salvo, y esperando por Padmé. No quiero darles spoilers pero esta visita en Coruscant será importante para Sola, ya lo irán viendo.

Y Anakin... bueno, ¿qué más puedo decir, que no hayan leído hasta ahora? había dejado un par de pistas en capítulos anteriores sobre Lara, pero espero que de cualquier forma les haya gustado ese giro. Sé que a Padmé no le gustó jeje.

Mil gracias por leer, ¡saludos a todos!