NADA DE ESTO ME PERTENECE, LOS PERSONAJES SON DE DISNEY, SOLO ME DIVIERTO AL ESCRIBIR
¡Hola a todos! Perdonen, el cierre de año fue fatal y el inicio no mucho mejor.. tenía fragmentos de este capítulo escritos por aquí y por allá que no conseguía hilar en una sola trama y no tenía el tiempo de sentarme a darle continuidad. Sin embargo, robándole minutos a algunas actividades conseguí traer este nuevo capítulo para ustedes.
Continúa exactamente en donde lo habíamos dejado el capítulo anterior, con Padmé recuperándose del envenenamiento. No les diré más para que puedan leer, espero disfruten mucho este capítulo.
GRACIAS por sus hermosos comentarios, ya los respondí personalmente.
¡disfruten!
Parte XIII
Hace tiempo…
Había llegado el día.
Ese día, se casaría con su amado ángel, ambos jurarían amor y lealtad y luego partirían a Naboo para presentarse formalmente con su familia. Obi-Wan seguro le reprendería por ese actuar tan impulsivo y la Orden le daría un castigo, estaba seguro de eso, pero no le importaba. Ni las palabras reprobatorias de Obi-Wan ni cualquier represalia que la Orden tuviera contra él borrarían la sonrisa que adornaba su rostro con el solo hecho de pensar que en unas horas sería el esposo de Padmé Amidala.
Llamó a Sola temprano, quien los había ayudado a planearlo todo, y ella le confirmó que todo estaba listo según el itinerario. Él y Padmé acordaron no verse ese día hasta el altar, como era la tradición en Naboo, así que continuó con sus deberes en el Templo ese día con esa enorme sonrisa, imposible de ignorar, que ya había levantado una que otra sospecha en otros compañeros Jedi.
El único que se atrevió a preguntarle algo fue Obi-Wan, pero Anakin mencionó la misma excusa que llevaba semanas practicando.
—Al fin tengo días libres y podré ir a ver a mi familia.
Obi-Wan se veía consternado, sabía que Anakin adoraba a su madre, pero aún así, irradiaba una alegría sospechosa. No dijo nada más, guardándose sus dudas para sí mismo, como los buenos Jedi.
Anakin preparó la nave, colocó sus maletas y se marchó del Templo imaginando todo lo que haría esos días.
Primero, se casaría esa misma tarde con la senadora del Senado Galáctico Padmé Amidala, retirada reina de Naboo, la mujer más bella, inteligente y asombrosa que la galaxia hubiera conocido.
Luego, irían a Naboo, donde se presentaría de nuevo con los Naberrie ahora como el esposo de Padmé. Llevaban regalos, desde luego, unas botellas de fino vino noobiano y otras cosas, para disculparse por el secreto de su relación. Se aseguraría de explicarle con lujo de detalle a los padres de Padmé las razones de esa decisión, y dejarles en claro que él amaba a su hija, y que la honraría y cuidaría de ella con su vida.
Después de eso irían a Tatooine, donde presentaría a Padmé como su esposa. Lo embargaba una enorme emoción poder ver en una misma mesa a las dos mujeres más importantes de su vida: su madre y Padmé. Sabía que su madre entendería sus razones y estaría bastante feliz por él, más porque ella adoraba a Padmé y la consideraba una buena mujer. Aunque Shmi nunca dejaba de decir lo orgullosa que estaba de su hijo por ser el ejemplar Jedi que era, Anakin sabia que, en el fondo, su madre deseaba que tuviera una familia propia, un lugar al cual siempre volver cuando ella faltara.
Y finalmente la tendría. Ahora su motivación no sería detener la guerra por el bien de la República, sino pacificar a la galaxia para volver a casa con su esposa, tener hijos y criarlos en un mundo seguro. Nunca había hablado con Padmé hasta ahora de tener hijos, pero él lo deseaba, él quería tener al menos un bebé con su esposa, una brillante niña de ojos castaños como su madre y tan valiente como ella, a la cual consentir y adorar. Sí, esa sería una buena vida.
Una hermosa, buena vida, que empezaba ese día.
Anakin llegó a la terraza privada que habían separado a nombre de Sola con semanas de anticipación, los empleados estaban terminando de colocar el arco con flores tradicional y el sacerdote ya había avisado que llegaría en diez minutos. Anakin se detuvo un momento para contemplar el lugar, se veía hermoso. Habían colocado veladoras y arreglos de flores alrededor del altar, con listones que colgaban de esbeltas columnas de metal tallado sosteniendo unas pequeñas luces. Los arreglos estaban coronados por capullos de ángel, la flor favorita de Padmé, y que perfumaba todo el lugar. A lo lejos, podía contemplarse el color anaranjado de un hermoso atardecer que recién empezaba, una de las pocas maravillas naturales que aún podían disfrutarse en Coruscant.
Anakin se metió al tocador para cambiar sus túnicas de diario por sus túnicas formales, contando los minutos para que todo empezara. Los empleados terminaron el arco y se fueron, el sacerdote llegó y se sentó a esperar. Sola sería la única testigo de la ceremonia, por seguridad, y Anakin no cabía en sí mismo por la intensa emoción que recorría sus nervios al imaginarse qué vestido habría elegido Padmé para ese día. conociendo a su ángel, sería un vestido precioso, que la haría verse aún más divina de lo que ya era.
Sola llegó pocos minutos después, con un lindo vestido violeta y un recogido con flores en el cabello. Se veía contenta, mirando a Anakin con orgullo, pero su expresión alegre cambió a una de extrañeza cuando vio a Anakin con mirada insistente.
—¿Qué pasa? —preguntó Sola.
—¿Y Padmé? Me dijo que vendría contigo.
—Ella me dijo que vendría con el sacerdote—explicó Sola.
—El sacerdote llegó hace quince minutos.
—¿Oh?
Sola volteó y encontró al sacerdote sentado al lado del altar, y de repente, sintió un hueco en su estómago.
—Quizá nos confundimos—dijo Sola, sacando su comunicador para llamar a la sintonía de Padmé.
No respondió.
De repente, toda la ilusión y felicidad que Anakin llevaba conteniendo durante el día, se convirtió en ansiedad.
"Ella no haría esto," pensó Anakin, casi con desesperación. "Ella no me haría esto."
Claro que no, Padmé jamás lo lastimaría de esa forma. Ella lo amaba, se lo decía todo el tiempo, se lo demostraba con sus sonrisas y caricias.
Aunque ella fuera la que le propuso mantener su relación en secreto. Pero estaba bien, fue por mera prudencia, no porque ella se avergonzara de él.
Aunque ella nunca organizaba salidas o reuniones especiales para ellos, pero estaba bien, era porque Padmé no sabía cuándo regresaría del frente y no podía planearlo con antelación.
Aunque ella salió con Rush Clovis un par de veces, pero fue solo por espionaje, por el bien de la República.
Porque ella lo amaba a él. Lo había elegido a él. Iba a casarse con él.
La Fuerza se volvió pesada a su alrededor, como siempre que algo malo iba a ocurrir, y Anakin miró a su futura cuñada notando la aprehensión que Sola intentaba disimular sin conseguirlo.
Sola siguió llamando, Padmé seguía sin responder.
Anakin sacó su comunicador y, con un terrible presentimiento, llamó a la frecuencia de Padmé.
La frecuencia estaba bloqueada.
Sola Naberrie estaba de pie, al lado de Anakin, cuando escuchó perfectamente el mensaje de la frecuencia anunciando que su señal estaba bloqueada. Padmé lo había bloqueado. Sola no podía entenderlo, mil ideas pasaron por su cabeza, pero todas pasaron a segundo plano cuando vio, paso por paso, el corazón del caballero Jedi Anakin Skywalker romperse.
El comunicador cayó de las manos de Anakin hasta el suelo.
Los ojos de Anakin, hasta ese momento de un azul brillante, palidecieron, y una sombra se adueñó de su rostro.
Su postura erguida se encorvó, y las líneas de su mandíbula se endurecieron, conteniendo un llanto que no iba a derramar en presencia de nadie.
Finalmente, miró con total y absoluta apatía la terraza a su alrededor, y contempló el bello atardecer, que cedía a la noche, como si fuera el crepúsculo de un sueño que jamás iba a concretarse, el momento en que la ilusión se convierte en realidad, el desgarrador instante en que la inocencia se pierde para siempre.
—Tiene que haber un error—dijo Sola, llamando a la frecuencia de Padmé con desesperación—Algo debió pasarle, algo…
Anakin casi no la escuchaba, porque ahora, por primera vez, la Fuerza era realmente intensa y concisa. Ahora podía ver a través de los engaños a los que se sometió voluntariamente en nombre del amor que sentía por Padmé.
—No, tiene perfecto sentido, Sola—respondió Anakin, sin reconocer su propia voz por lo monótona que sonaba—¿Por qué una reina retirada elegiría a un esclavo liberado?
Sola lo miró con horror, y sintió un nudo formarse en su garganta, impidiéndole decir o hacer algo más. Mientras sentía sus mejillas mojarse por sus lágrimas, Sola abrazó a Anakin, porque no había palabra capaz de consolar en ese instante.
Anakin aceptó un corto abrazo, luego se separó de ella y la miró de frente.
—Gracias por tu tiempo, tus buenos deseos y tu ayuda, Sola. Jamás olvidaré la bondad que tú y tu familia siempre tuvieron hacia mí y mi madre, y deseo que sean prósperos siempre. Que la Fuerza esté con ustedes.
—Anakin, te juro que no sabía esto, pensé que Padmé…
—Sola, por favor, si en algo me estimas o respetas… por favor, no repitas su nombre.
Dicho eso, Anakin subió a su nave y se marchó.
Sola Naberrie miró a su alrededor, el sol ya se había ocultado y solo quedaba la reminiscencia de su luz, con la oscuridad de la noche invadiendo cada rincón.
Era demasiado tarde.
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Tiempo presente…
Crucero civil de la República "Metan-202", en órbita de Corellia
Ahsoka miraba a través del cristal la zona de enfermería en donde Amidala seguía inconsciente. Desde que llegó, su maestro se negaba a abandonarla, Anakin permanecía sentado al lado de ella como si fuera su vigilante. Aunque en cierta forma eran su escolta y, por ende, sus protectores, Ahsoka podía ver con perfecta claridad los sentimientos que su maestro se esforzaba en contener.
Al inicio de la misión, la togruta había estado muy segura de que ella deseaba conocer el pasado de su maestro con la Vice Canciller. Ahora, después de todo lo que había visto, no estaba tan segura.
Anakin se había enfadado realmente con ella por haber permitido que la vida de Amidala peligrara durante la misión. No era la primera vez que Ahsoka sentía el enojo de su maestro, durante la guerra, muchas misiones los llevaron al límite emocional, pero era todo tan distinto. Con Amidala ahí, su maestro parecía estar al borde del precipicio todo el tiempo.
—Padawan—el capitán Brandon, que venía caminando por el corredor, la llamó con un gesto más amable que hace unas horas—Estamos a veinte minutos de aterrizar en Corellia, ¿cómo sigue la Vice Canciller?
—Está inconsciente—respondió Ahsoka, quien a través de la Fuerza pudo sentir que el capitán estaba un poco arrepentido por su arranque de rabia horas antes.
—Lo mejor sería despertarla, para que le hagan un último chequeo, es un proceso habitual.
—Se lo comentaré a mi maestro.
—Gracias.
—Capitán, he informado de todo el incidente al Maestro Kenobi—"Y recibido un regaño por él" pensó la togruta—Los reportes correspondientes ya han sido encargados al Consejo Jedi.
—Se lo agradezco—respondió el capitán con tono serio—Lamento si soné impertinente en mi enojo, pero espero que comprenda mi poca tolerancia cuando la seguridad de mi tripulación se ve comprometida.
—No se preocupe, capitán, lo entiendo mejor de lo que cree.
El capitán asintió y se alejó por el mismo corredor, en dirección al Puente de Mando para dirigir el aterrizaje. Ahsoka pudo sentir su alivio de finalmente tocar suelo planetario.
Ahora solo faltaba hablar con su maestro… no, una pelea contra droides de guerra sonaba mejor.
La togruta inhaló profundo, dejando que sus preocupaciones se liberaran a través de la Fuerza, y entró al recinto. Vio los hombros de su maestro tensarse un momento en cuanto sintió su presencia, pero además de ese reflejo natural, Anakin no hizo nada más.
Ahsoka se aclaró la garganta antes de hablar.
—Maestro, estamos en órbita de Corellia—explicó—Bajaremos en veinte minutos estándar, al Maestro Kenobi ya nos espera en la plataforma.
—Muy bien, padawan—respondió Anakin con tono monótono.
—El capitán mencionó que lo más prudente era despertar a la Vice Canciller ahora, para hacer una última revisión y detectar si debe ser trasladada a otra facilidad médica o puede ser dada de alta.
—Que así sea.
Anakin se paró, dejando que uno de los medi-droides se acercara a Padmé y comenzara a despertarla. La Vice Canciller apenas se movió un poco antes de abrir los ojos, mirando con visible incomodidad a su alrededor.
—¿Qué pasó? —preguntó con voz baja y ronca.
—Sufrió secuelas de envenenamiento, la hemos tratado con diversos biopurificadores y hasta ahora su cuerpo ha reaccionado bien al tratamiento—explicó el medi-droide—Si me permite, haré un chequeo general antes de darla de alta para explicarle su tratamiento a seguir.
Padmé solo asintió, todavía atontada por los efectos de la medicina. Anakin se quedó cerca, de brazos cruzados, mirando detenidamente todo lo que el medi-droide hacía y preguntaba. Cuando la revisión terminó, declaró a la Vice Canciller fuera de riesgo, pero recomendó reposo absoluto por varios días una revisión de seguimiento en tres días estándar.
—Será atendida por los curanderos del Templo—dijo Anakin, aún antes de que Padmé pudiera responder—Gracias.
El medi-droide se marchó, dejándolos solos. Padmé estaba sentada en la cama, con expresión incómoda, y Anakin se veía muy cansado.
—Aterrizaremos en diez minutos estándar—explicó Anakin—La dejaré sola para que se prepare, Ahsoka ya se ha encargado de su equipaje. Volveremos a escoltarla en diez minutos.
Padmé asintió, incapaz de decir algo más, pero notando que los modos de Anakin eran un poco más amables para con ella.
Ahsoka también lo notó, y a través de la Fuerza, sintió cómo las barreras mentales de Amidala, usualmente muy fuertes, estaban debilitadas –probablemente por un efecto secundario de los medicamentos– permitiéndole sentir una ligera, pero tangible esperanza.
Sin querer saber más, la togruta salió de la enfermería también.
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Era simplemente natural que Padmé se dedicara a la política.
La familia Naberrie llevaba generaciones influyendo en las altas esferas de Naboo. Leia Naberrie, la abuela de Padmé, utilizó su fortuna para fomentar instituciones sociales y las artes, insistiendo en que la prioridad de una buena persona debía ser siempre ayudar a su comunidad. Fueron lecciones que su hijo aprendió muy bien, Ruwee Naberrie se dedicaba a enseñar en la universidad al mismo tiempo en que participaba en colectas sociales para beneficiencia de los menos favorecidos en Naboo. Su esposa, Jobal Naberrie, dirigía personalmente varias cooperativas y, si bien era una familia muy adinerada, los Naberrie destacaban por su humildad.
Padmé creció acompañando a su abuela en eventos de artes, escuchando las lecciones de su padre en la universidad, y ayudando a su madre en cooperativas y beneficencias. Desarrolló desde la más tierna infancia un imaginario de justicia social que la empujaba a hacer lo que estuviera en su poder para ayudar a la gente. Su familia estaba orgullosa de su corazón noble y de su inteligencia, y la animaron cuando decidió, a la tierna edad de siete años, enrolarse en el Programa Legislativo Juvenil.
Sus primeros años en el Programa fueron muy buenos, pero un evento cambió para siempre su perspectiva de la política. Padmé tenía diez años de edad cuando uno de sus profesores, el muy respetado Maestro Donoban Lané, fue detenido por corrupción y desvío de fondos. La investigación reveló que el Maestro Lané robó alrededor de tres millones de créditos, dinero que debió destinarse a las cooperativas sociales, y con el cual compró una linda casona en el exclusivo distrito de Varykino. Padmé escuchó todos los juicios, y quedó para siempre sorprendida de cómo la avaricia hizo que su profesor dejara de lado sus principios para buscar solo el enriquecimiento personal.
Desde ese momento, Padmé se prometió a sí misma ser valiente para afrontar cualquiera de las situaciones que tuviera que enfrentar de ahora en adelante, y ser leal a sus propios principios. Ella sería una política íntegra, comprometida con su pueblo, decidiendo primero ayudar y colocándose a ella misma al final de la ecuación. Ella se iría todas las noches a dormir con la conciencia tranquila, satisfecha de su integridad y valentía.
Se convirtió en princesa de Theed, y dos años después, en reina de Naboo. Al momento de su coronación, Padmé tenía solo catorce años de edad, pero tenía una voluntad férrea para con su gente. Ninguna de las adversidades que vivió al frente de su pueblo la hicieron dudar de su vocación de servicio. Ella no tenía miedo de morir o de resultar herida en el proceso, puestos en una balanza, su vida era nimia al lado de la seguridad y prosperidad de Naboo.
Pero ahora, parada frente al espejo mientras se lavaba el rostro, para estar un poco más presentable, Padmé sintió un escalofrío bajar por su espina dorsal y sus ojos se llenaron de lágrimas que, con mucha experiencia, pudo reprimir. Estaba asustada.
Temía por su vida por primera vez desde que era una niña, temía morir y no poder hacer las paces con su familia, pasar un día encantador, de verdadero relajo, en su amado planeta, desahogar su corazón y pedirle perdón al único hombre que había amado hasta ahora. Padmé Amidala tenía mucho miedo de morir.
Se daba cuenta al fin, después de años escondiéndose en el trabajo, que si ahora temía tanto por su vida era porque tenía su conciencia muy cargada. Antes ella estaba siempre orgullosa de su trabajo y de lo que hacía por su gente, ahora, la culpa que cargaba en su alma le provocaba un pesar que se había acostumbrado a ignorar, pero que en la desesperación del umbral de la muerte, le hacía darse cuenta de los muchos errores que ella deseaba enmendar antes de morir.
Había acumulado una gran cantidad de poder y de riquezas, pero Padmé Amidala había perdido la paz en el proceso, y en ese momento, cuando se dio cuenta que se había convertido en la clase de político que tanto detestaba, deseó morir.
¿En qué momento se había traicionado de esta manera? ella jamás fue ambiciosa ni tampoco avariciosa. Nunca le importaron los títulos ni el dinero, nunca le importó la fama, ella solo se preocupó por los suyos. Pero no es solo la avaricia o el orgullo lo que causa la caída de una persona virtuosa, y ese día, mientras Padmé escarbaba en su dolorida conciencia, fue capaz de encontrar la emoción que la hizo caer en este espiral de deshonra:
Miedo.
No supo en qué momento el miedo se apoderó de su persona, pero lo hizo y había condicionado cada uno de sus errores hasta ese día. Miedo a no ser la persona que su gente necesitaba. Miedo a no ser la persona que la República necesitaba. Miedo a confiar en las personas a su alrededor, aún cuando las amaba, porque la confianza podría comprometer su integridad. Miedo a ser algo más que la efigie de la política ideal que adoptó a los catorce años para ser coronada reina.
¿Cómo pudo llegar a esto? Padmé se miraba en el espejo conteniendo el aliento, viendo por primera vez que la apatía de su corazón y la ausencia de pasión en sus ojos era todo culpa suya. Ella había borrado cualquier rastro de humanidad en su vida para no comprometer la imagen que creó en su juventud. Eso la había alejado de todas las personas que le importaban.
Primero la alejaron de sus padres, las personas que más influencia tendrían en ella y naturalmente las que menos podían saber de sus sentimientos, no si ella quería mantenerse íntegra en sus decisiones. Luego fueron sus amigas, quienes empezaron siendo sus confidentes y terminaron siendo unas simples damas de compañía, poco más que sirvientas a su disposición. Finalmente, y para su total dolor, fue Anakin, cuya única culpa fue amarla de verdad, y al cual desterró de su vida en una forma vil, destrozando también la poca confianza que su hermana aún tenía en ella.
Tantas personas heridas por su culpa… y ella jactándose de ser una política correcta que buscaba el bienestar de la persona común, pero ¿cómo podía ser eso coherente si era ella quien destrozaba los corazones de todos los que intentaban quererla?
—Padmé… —la llamó Ahsoka a través de la puerta—Ya debemos bajar.
Usando todos los recursos mentales que los años de política le proporcionaron para mantener la compostura, Padmé Amidala se quedó de pie, contemplando su reflejo con mirada ausente, hasta que pudo contener la tormenta de sentimientos en su interior.
Padmé Naberrie, una vez más, quedó escondida bajo la mirada inexorable de Amidala.
—Muy bien—respondió, asomándose al corredor en donde la togruta la esperaba de brazos cruzados—No los hagamos esperar.
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Hangar 3B, Puerto Espacial Omega, Corellia.
Obi-Wan Kenobi estaba parado en el hangar, con los brazos cruzados sobre el pecho, practicando una técnica de respiración profunda para que la Fuerza le permitiera mantenerse calmado. La torre de control ya había confirmado que el crucero Metan-202 estaba acomodándose para aterrizar, advirtiendo que ocupaba asistencia policiaca, lo cual no era una buena señal.
—Maestro Kenobi—dijo un oficial, parándose a su lado.—El Metan-202 aterrizará en tres minutos estándar.
—Perfecto.
Obi-Wan respiró profundo, sabiendo que debía estar mentalmente preparado para lo que venía a continuación. Ahsoka ya le había informado que la Vice Canciller estaba delicada y que el capitán del crucero quería presentar una queja formal a la Orden Jedi. "Algo que debía pasar con Anakin y Ahsoka en una misión," pensó con sarcasmo para mejorar su humor.
En tres minutos estándar, el Metan-202 apareció y aterrizó, Obi-Wan se quedó de pie observando a los sistemas del hangar enfriar la nave y a los droides de mantenimiento acercarse, mientras bajaban la rampa. Los pasajeros bajaron rápidamente con sus maletas, a través de la Fuerza Obi-Wan pudo sentir su miedo y enfado por igual. Había oficiales esperando en la rampa, que subieron cuando vieron al capitán asomarse.
Entre la gente, pudo ver a Anakin, Ahsoka y Amidala bajando por la rampa aún vestidos como civiles, disimulando lo mejor que podían. Obi-Wan se acercó a ellos, con una pequeña escolta de clones siguiéndolo.
—Bienvenidos—saludó Obi-Wan, haciendo una señal a los clones para que los rodearan—Tengo que hablar con el capitán, pero los veré en mi nave.
Anakin solo asintió, sorprendentemente, Amidala no dijo nada.
Obi-Wan ya se esperaba encontrarse a un Anakin decaído, pero seguía siendo desgarradora esa imagen cansada y ojeriza, en comparación con la jovialidad del muchacho que entrenó. No pudo evitar mirar a Amidala con recelo, culpándola en silencio por todo el caos que ahora debía solucionar, y eso incluía hablar con el dichoso capitán del Metan-202.
Caminó por la rampa a donde el capitán estaba hablando con los oficiales, y sabiendo que se estaba saltando unas cuantas normas, Obi-Wan usó la Fuerza para hacerlos sentir más intimidados por él de lo que ya estaban.
—Capitán Brandon—saludó Obi-Wan—Soy el Maestro Kenobi, me tomé la molestia de venir a avisarle que yo personalmente levanté el reporte que fue enviado al Consejo, el cual nos espera para tomar medidas disciplinarias.
—Muy bien, gracias maestro Kenobi—respondió el capitán Brandon, haciendo todo lo posible para no tartamudear.
—¿Dónde está la Vice Canciller?—preguntó un oficial.
—Bajo nuestra jurisdicción, oficial. No tienen por qué seguir preocupándose por eso.
Y sin querer decir algo más, Obi-Wan les deseó un buen día y se retiró.
Cody estaba esperándolo bajo la rampa, se había quitado el casco, así que podía ver su expresión compungida. Aunque la guerra había terminado, al menos oficialmente, era imposible relajarse tras años sintiendo al enemigo a la vuelta de la esquina.
—Los hombres me confirmaron que nuestros invitados están a salvo en su nave, general—explicó Cody—Solo nos queda partir de Corellia.
—Mientras más pronto lo hagamos, será mejor.
—El general Skywalker se ve…
—No es momento para esas pláticas, Cody—respondió Obi-Wan, sabiendo que las paredes escuchaban—Hablaremos después.
Cody asintió, y escoltó a Obi-Wan hacia la nave de ellos. Estaba a muy pocas plataformas, y apenas Obi-Wan subió la rampa, dio la orden de salir. Necesitaban llegar a Coruscant y deshacerse de Amidala de una vez por todas.
En el puente de mando encontró a Anakin dándole instrucciones a unos clones sobre cómo configurar mejor la computadora de navegación. No vio a Ahsoka ni a Amidala cerca, pero pudo sentirlas a través de la Fuerza; la primera estaba en el comedor y la segunda en una cabina de descanso.
—Vámonos a casa.
El clon asintió, encendiendo los motores y dirigiendo la nave por unos minutos afuera de Corellia, una vez que el hyper-propulsor fue encendido y entraron al hiperespacio, Obi-Wan decidió que era momento de hablar.
—Déjenos solos—ordenó a los clones.
Éstos simplemente salieron del puente de mando, dejando a los famosos generales Kenobi y Skywalker a solas. Anakin estaba sentado viendo a través del cristal las luces distorsionadas que tan bien conocía, esas luces que señalaban un viaje a la velocidad de la luz… cómo deseaba poder desaparecer, igual que esas estrellas, al menos por un momento.
Obi-Wan sabía que Anakin no estaba bien, pero también sabía que si no lo presionaba un poco, jamás se iba a abrir con él. Era la secuela que más detestaba de sus años como esclavo: su tendencia a guardarse las cosas que le lastimaban.
—¿Cómo te sientes? —preguntó, con el tono de voz más suave del que fue capaz.
Anakin suspiró, conociendo demasiado bien a su maestro como para pretender escapar de esa charla.
—Exhausto.
—No es para menos—Obi-Wan colocó una mano paternalmente sobre el hombro de Anakin—¿Por qué no vas a descansar un rato? Yo puedo hacerme cargo de todo ahora.
—Honestamente, lo que menos quiero ahora es tiempo para pensar—respondió Anakin, poniéndose de pie—Necesito ocuparme, despejar la mente. Iré a reparar cualquier cosa que tengas en la sala de máquinas.
Y dicho eso, Anakin salió con la pose más erguida que fue capaz de fingir.
Obi-Wan sintió su instinto de protección accionarse de nuevo, levantarse a su máximo nivel, como aquella noche en que vio a Anakin regresar al Templo con el corazón destrozado. En esa ocasión, no pudo hacer nada, pero ahora, estaban en su nave y seguirían sus reglas.
Kenobi caminó a la pequeña cabina de descanso en donde Amidala estaba sentada, ella tampoco se veía muy bien, pero no le importó. Cerró la puerta con un código especial para que nadie los interrumpiera, y miró a la Vice Canciller con todo el enojo contenido que llevaba acumulando hacia ella desde hace años.
—Vice Canciller—dijo, con tono hosco—Usted y yo tenemos una conversación pendiente, desde hace muchos años.
Amidala se puso de pie, mirándolo de frente, y entonces ocurrió lo que jamás pensó que verían sus ojos.
La perfecta máscara política de Amidala se quebró en todas las fisuras que llevaba años sin conseguir reparar, y frente a él, quedó expuesta Padmé Naberrie, una muchacha asustada, confundida y profundamente arrepentida, rompiendo en llanto.
Eso es todo por ahora...
¿Qué les pareció? La escena pasada fue muy dolorosa de escribir, les seré sincera, mientras iba relatando el día peor me iba sintiendo, pero era necesario para dimensionar los errores de Padmé.
Errores que ya no puede soportar y una culpa que ya la está quebrando, como bien se mostró en sus escenas, y que se analizará más en los siguientes capítulos, porque recuerden que en Coruscant los Naberrie, especialmente Sola, esperan a Padmé.
Muchísimas gracias por leer, espero les haya gustado el capítulo, les mando un fuerte abrazo ¡saludos!
