NADA DE ESTO ME PERTENECE, LOS PERSONAJES SON DE DISNEY, SOLO ME DIVIERTO AL ESCRIBIR HISTORIAS

¡Hola a todos! Ya al fin les pude traer este capítulo, había un par de escenas que no me convencían y me tomé el tiempo de editarlo lo mejor posible. Tenía que retomar un poco de cómo quedaron las cosas en Coruscant, porque eso será parte importante del desarrollo de Padmé en los siguientes capítulos. En fin, no quiero darles más adelantos, solo los dejaré disfrutar:

GRACIAS A:

MichelleAloy, mounttacoma, ichigo urahara Shihoin por sus hermosos comentarios y a todos los que siguen leyendo esta historia.

¡disfruten!


Parte XIV

Hace tiempo…

Obi-Wan Kenobi estaba preocupado.

Anakin se había ido en sus días de permiso apresurado, irradiando una alegría que era jocosa y alarmante. Conocía muy bien a su antiguo padawan y reconocía en la curva de sus sonrisas cuando estaba tramando una travesura, y estaba seguro que, cualquiera que haya sido lo que se fue a hacer, sería algo riesgoso.

Ningún entrenamiento Jedi pudo prepararlo para ser el maestro de Anakin, de eso estaba seguro. Obi-Wan hizo lo mejor que pudo, considerando las difíciles circunstancias en que Anakin se convirtió en su padawan. Kenobi conoció a Anakin en Tatooine cuando estaban protegiendo a Amidala de la Federación de Comercio, de hecho, fue su difunto maestro, Qui-Gong Jinn, quien encontró al curioso niño rubio sensible a la Fuerza que se las ingeniaba para sobrevivir en el brutal mundo desértico de los Hutts.

Qui-Gong detectó el potencial del muchacho apenas conocerlo, su difunto maestro fue una de las personas más sabias y conectadas con la Fuerza que conoció en vida. Qui-Gong siempre podía ver a través de las personas, notando esos detalles de su esencia con una facilidad abrumadora. Siempre sabía cuando alguien mentía, pretendía ser alguien que no era o, como Anakin, contenía un potencial abrumador.

Fue precisamente por eso que, cuando Qui-Gong fue asesinado por el Sith Darth Maul, Obi-Wan prometió entrenar al niño. Tatooine era un territorio en el que los Jedi no habían conseguido involucrarse como quisieran por los problemas de la República con los Hutts, pero el Consejo confiaba en que hacer de Anakin un buen caballero Jedi ayudaría a que la Orden pudiera conseguir más apoyo en la liberación de Tatooine y, de ser posible, más mundos.

Sin embargo, en ese momento Obi-Wan acababa de ser nombrado caballero Jedi y no tenía experiencia enseñando (más que las ocasionales lecciones de esgrima o meditación que dio a los niños con Qui-Gong) mucho menos entrenando a un padawan. Y Anakin no era cualquier aprendiz, era mayor que la mayoría de los niños que llegaban al Templo, cargaba duras experiencias de vida por su pasado como esclavo, y tenía una presencia en la Fuerza abrumadora.

Anakin no era tan inocente como un niño de ocho años debiera serlo, sin embargo, conservaba una curiosidad insaciable y todos los días le hacía las preguntas más interesantes de la galaxia. Obi-Wan muchas veces debió acudir a la biblioteca del Templo para poder darle respuestas. Era inquieto, ingenioso y muy inteligente, su incapacidad para estar quieto hizo que se hiciera famoso en el Templo por sus travesuras, siempre presionando los límites de las reglas y las personas.

A pesar de sus travesuras y preguntas muchas veces impertinentes, Anakin tenía un encanto arrasador. Sus grandes ojos azules y sus sonrisas desarmaban hasta al más severo de los Maestros, porque todo lo hacía sin malicia, simplemente era un niño emocionado con las aventuras que el Templo podía ofrecerle, rodeado de otros niños para jugar y con Maestros Jedi cariñosos, todo lo opuesto al brutal ambiente en el que había crecido.

Obi-Wan demoró mucho en comprender cómo tratar a Anakin, en gran medida por su juventud. A veces el niño era demasiado testarudo y difícil de lidiar, pero en el fondo, Kenobi se iba encariñando cada vez más con él. Fue hasta un año después de que lo tomó como padawan cuando Shmi le dio el mejor consejo que pudiera recibir sobre cómo tratar a Anakin:

—Ani ha tenido muy poco en su corta vida, así que lo poco que tiene, lo aprecia a un nivel muy profundo, y eso incluye a las personas. Él se entrega enteramente a quienes ama, y teme perderlos, porque aquí la muerte es muy común. Su corazón será fuerte en quienes quiere, pero muy frágil ante la pérdida. Ayúdalo con eso, Maestro Kenobi.

Y tenía razón.

Los Jedi sabían que el apego era peligroso. El amor puro, que nace de la Fuerza y otorga compasión y empatía, era apreciado por los Jedi porque tenía su raíz en el Lado Luminoso de la Fuerza. Pero era fácil que el apego se desviara a la dependencia, lo cual podía inclinar al alma de poco en poco al Lado Oscuro. Era algo en lo que los Jedi debían meditar constantemente, sobre todo los caballeros que se casaban y hacían familia, quienes recibían asesoría especial en cuestiones emocionales para poder tener más claridad.

Obi-Wan se dio cuenta, gracias a Shmi, que Anakin iba a tener problemas con eso toda la vida, y que debía guiarlo para darle las mejores herramientas posibles para protegerlo de su propio corazón. Sin embargo, y al pasar los años, Kenobi se percató que la única forma en que Anakin iba a responder sería dándole lo mismo que el testarudo padawan ya le había entregado: su cariño.

Kenobi no era la persona más cariñosa de la galaxia, simplemente su personalidad era mucho más práctica, lo cual chocaba con las constantes necesidades de afecto que tenía Anakin. Obi-Wan comenzó a notar que, cuando Anakin visitaba a su madre, siempre le daba un abrazo muy largo antes de irse, y que era más cariñoso que los otros niños del Templo cuando jugaba con sus amigos. Después de mucho meditarlo con la Fuerza, Obi-Wan comenzó a permitir que su propio corazón mostrara sus afectos a Anakin, lo cual hizo que el niño se abriera totalmente a él.

Desarrollaron un vínculo fuerte y genuino, llamándose constantemente hermanos al crecer; Kenobi guió a Anakin en crear un apego sano mientras él mismo iba encariñándose con el niño. Su entrenamiento mejoró exponencialmente después de eso, y en un año, Anakin se convirtió en el padawan prodigio del Templo. Obi-Wan no podía estar más orgulloso de él, y se encontró muy a gusto en su papel de mentor y protector del travieso chiquillo con corazón de oro.

Pero Anakin ya no era un niño, además, la guerra estaba volviéndose más cruel, afectando profundamente a todos los Jedi que debían ver a sus hermanos morir y sus mundos colapsar. Por eso, cuando Anakin se fue tan contento a sus días de descanso, Obi-Wan se sintió un poco aliviado, pensando que eso mejoraría el ánimo de su hermano. Solo había un pequeño problema…

…Anakin no había regresado.

Le habían dado tres semanas de licencia, exactamente 21 días, pero ya habían pasado 22 días y Anakin seguía sin dar señales de vida. Obi-Wan no se preocupó especialmente por no saber nada de Anakin durante sus vacaciones, el muchacho merecía desconectarse, pero cuando la Orden avisó que no se había reportado en tiempo y forma, la aprehensión se apoderó de su mente.

Primero llamó a Shmi, pensando que Anakin había pasado las vacaciones en Tatooine, pero Shmi le dijo que no había visto a su hijo en meses, y que la llamó solo para confirmarle que estaba bien tres semanas atrás.

Luego llamó al Instituto de Innovación Tecnológica de Corellia, en donde Anakin hizo su intercambio cultural de joven, y en donde pasaba tiempo libre arreglando motores con algunos amigos, pero ellos tampoco lo habían visto.

Después llamó al Conde Dooku, quien fuera uno de los maestros de esgrima favoritos de Anakin durante su tiempo como Jedi y quien, al retirarse a Serenno al inicio de las guerras clon, siguió en contacto con Anakin para brindarle consejos, lecciones de pelea y su amistad.

También contactó a todos los caballeros y padawans que eran amigos de Anakin en el Templo, pero nadie lo había visto en Coruscant en semanas.

Finalmente llamó a su esposa, Satine estaba en Mandalore esos días, pero ni siquiera ella y sus hombres tuvieron información sobre Anakin.

Obi-Wan estaba en verdadera angustia para ese momento, sabiendo que los separatistas estaban detrás de su antiguo padawan y pensando en todo lo que pudo salir mal durante esas tres semanas sin que nadie se diera cuenta, ¿en dónde rayos se había metido Anakin? Meditaba en la Fuerza para sentir la presencia de su otrora padawan, pero era difícil encontrarlo. Donde sea que Anakin estuviera, no quería ser molestado.

La Orden Jedi estaba planeando una misión de búsqueda cuando, al día 24 desde que Anakin recibió su licencia, se presentó en el Templo. Estaba muy flaco, tenía ojeras en un rostro demacrado y un ánimo tan decaído que era fácil confundirlo con el Lado Oscuro de la Fuerza. Cabizbajo frente al Consejo, Anakin aceptó un castigo por no reportarse a tiempo sin siquiera replicar, y no se quejó ni una sola vez mientras ayudaba a organizar una sección entera del Archivo Jedi (un trabajo que odiaba).

Obi-Wan jamás olvidaría el día en que vio a Anakin llegar al Templo, entrando por la enorme puerta pareciendo una simple sombra en vez de un ser humano. No tenía ímpetu, ni chispa, ni energía, sus movimientos cansados combinaban con la oscuridad de sus facciones endurecidas. Su presencia en la Fuerza, tan luminosa y pura, había decaído hasta convertirse en un tintineante resplandor tan inestable como una pequeña vela en medio de la tormenta. No hablaba más que para responder preguntas, no se quejaba, no debatía, parecía un títere moviéndose por inercia en vez de una persona.

Cuando lo vio así, Obi-Wan sintió un golpe en su pecho. Por un instante, recordó al niño rubio que crió, tan auténtico y bondadoso… y verlo convertido en ese ser oscuro, le rompió el corazón.

—Anakin—esa misma noche lo visitó en su alcoba, preocupado por su hermano—¿Estás bien? Te ves decaído, y…

—Detente, Obi-Wan—dijo Anakin, con una voz monótona—Estaré bien. No te preocupes.

—Pero…

—No quiero hablar de eso, Obi-Wan. No hoy. Después… hoy no.

Y tras esa tajante negación, Anakin cerró la puerta de su alcoba, dejando a Obi-Wan no solo afuera de su cuarto, sino de su corazón.

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Tiempo presente…

Nave de la República 213, bajo el mando del Maestro Jedi Obi-Wan Kenobi, en ruta a Coruscant…

Padmé ocultaba su rostro lloroso con ambas manos, mientras Obi-Wan la miraba a la distancia, con una incomodidad notable. Nunca había sido especialmente bueno consolando a las personas, menos cuando se trataba de una mujer por la que sentía poca empatía. Obi-Wan fue criado en el Templo Jedi y su interacción con sus compañeros Jedi siempre fue cortés y amable, por lo tanto, la naturalidad de las emociones humanas le era desconcertante en ocasiones. Anakin hizo que se enfrentara a ese defecto, pero aún ahora, años después, seguía siendo complicado.

—Vice Canciller, debería calmarse—dijo, cuando fue muy evidente que Padmé seguiría llorando.

—I-intento…—respondió ella, conteniendo un sollozo.

Padmé intentó contenerse, intentó ponerse la máscara de Amidala otra vez, pero no pudo. Sus sentimientos desbordados eran imposibles ya de controlar y la fuerte presencia de Obi-Wan no la ayudaban.

Llevaba años escapando de las consecuencias de sus acciones, y había llegado el momento de hacerles frente.

Finalmente, después de algunos minutos, Padmé consiguió contener un poco su llanto, y miró a Obi-Wan con toda la pena que sentía en ese momento consigo misma.

—Tus lágrimas no ablandarán mis palabras—respondió Obi-Wan con un tono suave.

—No pretendo que lo hagan—dijo ella—Lo conozco muy bien, negociador.

Obi-Wan esbozó una media sonrisa, recordando el apodo con el que los medios se dirigieron a él durante las Guerras Clon. En los primeros años de la guerra, Obi-Wan había tenido una buena relación con Amidala, los dos respetaban sus métodos y estaban convencidos de que la diplomacia conseguiría mejores resultados que las batallas.

Se sentía como toda una vida desde esos tiempos, en vez de solo unos pocos años.

—Muy bien, entonces sugiero que vayamos al meollo del asunto—dijo Obi-Wan—Amidala, sé muy bien que tú tuviste algo que ver con lo que le ocurrió a Anakin hace años, no pretendo saber los detalles, pero…

—¿No te lo dijo?—interrumpió ella, perpleja.

—¿Decirme el qué?

—Lo que pasó… entre nosotros.

—No.

Padmé conocía a Obi-Wan lo suficiente para saber que las mentiras no eran su especialidad, además, la intensidad de su mirada la hizo sentir incómoda.

—Yo pensé que por eso me odiabas—continuó Amidala, procesando la información con asombro—Pensé que Anakin te había contado todo.

—Sé que le rompiste el corazón—acusó Obi-Wan con un tono serio, y ojos fríos—Pero desconozco los detalles, Anakin nunca lo mencionó.

Esa revelación hizo que Padmé colapsara de nuevo, ella no se merecía eso, no merecía la discreción de Anakin incluso cuando ella le había hecho tanto daño. Padmé se sentó ocultando su rostro con ambas manos, pero se las ingenió para hablar entre sollozos.

—Tienes que saber, que no hay día en que no me arrepienta de lo que hice…—confesó Amidala por primera vez en su vida, sintiendo cómo su pecho se oprimía por la veracidad de esas palabras.

Kenobi no necesitaba la Fuerza para saber que Padmé era sincera, pero no le importaba. En ese momento no era una mujer arrepentida, sino la causante de la desgracia de Anakin.

—Deberías—dijo Kenobi con enojo—Anakin es la persona más entregada que conozco… y la que menos se merece que jueguen con sus sentimientos.

—¡Yo no jugué con sus sentimientos!—respondió Padmé a la defensiva.

Obi-Wan era usualmente calmado, una persona abierta al diálogo y la negociación. Pero en ese momento, viendo a Padmé excusándose de sus errores, reaccionó no como el Maestro Jedi, sino como el hermano de Anakin: enfurecido y ansioso de proteger al que consideraba su hermano menor.

—¿Ah no? ¿No es lo que siempre haces, manipularlo todo a tu favor, como en el Senado?—dijo con voz severa, a punto de gritar—¿Así manipulaste a Anakin también?

Padmé entrecerró los ojos, susurrando entre dientes:

—Jamás le haría eso.

—¡Ya lo hiciste, cuando quebraste su espíritu años atrás!

—¡Fue un error! ¡Nunca quise hacerle daño!

—¿Enserio? lo que creo es que calculaste mal el coste de daños…—continuó Obi-Wan—Una vez que lo usaste para lo que querías, no servía más ¿no?

—No soy una persona sin corazón, negociador.

—Tengo muy pocas razones para creer en su buen corazón, Vice Canciller.

Padmé guardó silencio un momento, asimilando una espantosa sensación de tristeza que acababa de surgir en su pecho. Años atrás, ella y Obi-Wan trabajaron juntos en varias ocasiones para generar acuerdos de paz durante las Guerras Clon. Ahora, Obi-Wan la veía como poco menos que un monstruo.

De repente recordó a su hermana Sola, y la forma tan despectiva en que la trató la última vez que la vio en Naboo. En cierta forma era parecido a la forma tan severa en que Obi-Wan la estaba tratando ahora. ¿Qué tanto había dañado a todos los que la rodeaban, sin que ella se diera cuenta?

—Estás cruzando la línea, Maestro Kenobi—dijo Padmé con un tono más firme, enfadada de que tuviera razón.

—Estoy perfectamente consciente de eso, ¿y sabes qué, Amidala? no me interesa—replicó Obi-Wan, sintiendo su instinto protector volverse incontenible dentro de su pecho—Solo quiero dejar en claro una cosa: no pienso permitir que lo sigas lastimando. El pasado no me interesa, pero sí su futuro, y es evidente que tu presencia en su vida no es buena. Esta misión hubiera sido muy sencilla de no haberte involucrado tú.

—¿Eso piensas?

—No, eso lo sé.—corrigió el negociador, totalmente metido en su personaje, y no había lugar a dudas: el bienestar de Anakin era su única prioridad—Anakin siempre tuvo sentimientos por ti, y no sé qué habrás hecho pero sé que debió ser muy ruin para dejarlo tan abatido.

—Él no es el único que lo ha pasado mal…

—A mí no me interesa usted Amidala, sólo me interesa él—interrumpió Obi-Wan tajantemente—Han pasado años y Anakin apenas empieza a recuperarse, no permitiré que vuelvas a lastimarlo, ¿quedó claro?

Amidala contuvo el aliento, mirando a Obi-Wan con un semblante más duro.

—Eso… sonó a una amenaza, negociador.

El rostro de Obi-Wan era serio, pero en ese instante, se oscureció por un momento, proyectando una expresión intimidante que Amidala había visto varias veces en enemigos, pero jamás en un Jedi.

—Es una amenaza—confirmó Kenobi—Lastima a Anakin de nuevo y ningún Jedi en la galaxia me podrá contener.

No le dio tiempo de responder algo más, el Maestro Jedi salió del pequeño recinto dejando que su silencio sentenciara sus palabras. Amidala se quedó sorprendida, meditando las palabras de Kenobi.

Realmente sus pecados eran más oscuros de lo que ella pensaba.

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Ahsoka estaba sentada frente a una pequeña mesa de trabajo haciendo una mejora a su sable láser. Trabajaba diligentemente en un intento de controlar sus pensamientos, fue un hábito que aprendió de su maestro durante las Guerras Clon y que, aparentemente, se llevaría consigo el resto de su vida.

Estaba tan concentrada en su labor que no se dio cuenta de que Anakin se sentó a su lado, sin hacer apenas ruido, esperando a que la concentración de la togruta disminuyera lo suficiente para sentirlo. Ahsoka se exaltó un poco, apartándose de Anakin por reacción apenas unos segundos, pero relajando su postura cuando notó la sonrisa afectuosa en los labios de su maestro.

—¿Llegamos?—preguntó la togruta.

—En breve—respondió Anakin—Ahsoka, tenemos que hablar.

La togruta se encogió de hombros por un momento, se esperaba eso, pero a través de la Fuerza notó que el ánimo de su maestro era mucho más ligero de lo que había estado en días, y eso la calmó.

—Lo sé, perdone maestro—respondió ella—Sé que lo defraudé en esta misión.

El rostro de Anakin se volvió de repente más serio, pero su voz sonaba muy amable cuando volvió a hablar.

—No, para nada—dijo él—Fuiste valiente, inteligente y mostraste grandes cualidades de liderazgo. Lo siento Ahsoka, sé que mi concentración fue cuestionable durante esta misión, y eso hizo que tomara decisiones cuestionables. Perdóname por eso.

—No hay nada que perdonar, Maestro.

—Estoy muy orgulloso de ti, padawan, de no ser por ti estoy seguro de que mi juicio hubiera sido peor—confesó Anakin con una sinceridad que no requería la Fuerza para comprobarse—Te estás convirtiendo en una Jedi más rápido de lo que pensaba.

—Gracias, maestro. Eso significa mucho viniendo de usted.

—Me alegro, ahora ven, vamos a comer algo. Esta nave sí tiene un buen replicador de comida.

Ahsoka sonrió, siguiendo a su maestro. Aún había conflicto en el interior de Anakin Skywalker, pero su relación de maestro y padawan estaba intacta y eso era lo que más le importaba a la togruta.

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Senado Galáctico, Distrito del Senado, Coruscant…

Mon Mothma estaba sentada en uno de los grandes sillones circulares en la oficina del Canciller, sosteniendo un pequeño vaso de cristal con whisky corelliano. Se había hecho una costumbre para ella el beber los recientes días, lo cual no hablaba nada bien de sus niveles de estrés.

De repente, la puerta de la oficina se abrió y el Canciller Bail Organa entró con pasos apurados, caminando a su escritorio.

—El Consejo Jedi acaba de contactarme—le dijo a Mon—La Vice Canciller aterrizará en el hangar del Templo en 10 minutos y se quedará ahí bajo custodia de la Orden un par de días.

—¿Es tan grave?—preguntó Mon.

—Lamentablemente sí, la reina Naboo exigió que se usara el protocolo de emergencia, la Orden Jedi ahora se hará cargo de la seguridad de la Vice Canciller por un tiempo.

Mon bebió un sorbo de su whisky, meditando las palabras que iba a decir. Bail sabía que Mon no estaba ahí solo para acompañarlo por la buena amistad pasada que compartían, algo tramaba en su mente.

—Conozco a Amidala desde hace varios años—empezó Mon—Es una mujer admirable, valiente y muy comprometida con sus principios. Sin embargo, siempre parece estar metida en problemas.

—¿A qué se refiere?—preguntó Bail, conociendo a Mon lo suficiente para saber que solo estaba preocupada por algo.

—Bueno, antes de que se creara el Ejército de la República, Amidala sufrió varios atentados de muerte, y la Orden debió resguardarla durante meses. Luego, cuando empezaron las Guerras Clon, ella estuvo en la Batalla de Geonosis, en varios secuestros, misiones diplomáticas, incluso misiones de espionaje, como ese vergonzoso asunto con el senador Rush Clovis.

—¿Cuál es su punto, senadora Mothma?

—Bueno, si bien la lealtad de Amidala hacia la República es incuestionable, me pregunto si será la persona correcta para dirigir al Senado, Canciller.

Bail frunció los labios, pensando antes de responder. Aunque la burocracia podía llegar a ser compleja, al menos en estos casos era sencilla: el Canciller dirigía a la República, el Vice Canciller dirigía al Senado.

—Amidala tiene una experiencia invaluable en el Senado.

—No niego su experiencia, ni tampoco su inteligencia, solo me preocupa su imagen.

—¿Por ser una campeona de la democracia?

—Por ser imprudente, o belicosa. No me malentienda Canciller, Amidala es invaluable y la República la necesita, pero no sé si está en la posición correcta, menos ahora que tenemos una paz tan frágil con la Confederación.

—¿Lo mencionas por su actual situación?

—¿Qué tan bien habla de esta cansada República el que su segundo al mando esté en constante peligro de muerte?

Bail suspiró, entendiendo el punto de Mon. Era cierto que la República estaba en una posición muy frágil, la guerra la dejó más vulnerable de lo que la mayoría de las personas querían admitir y él tenía que reconstruirla. Sabía que Amidala tenía el carácter y la visión para liderar en momentos de crisis, él mismo se vio inspirado por ella no pocas veces, pero el punto de Mon seguía siendo válido.

La vida de Amidala peligraba, y antes que una política, él la consideraba a ella una amiga, ¿cuántos años llevaba Padmé sufriendo de atentados? ¿Cuántos años más tenía que sufrir ella de esa inseguridad antes de que su deber para con su gente se considerara saldado?

—Es algo que se debe pensar con calma—respondió Bail, sentándose en su silla frente al escritorio—Y discutir con Amidala en persona.

—Estoy totalmente de acuerdo con eso, y consideraría tratar el tema en un par de días, Amidala necesita descanso.

—Cierto, pero igual quisiera ir a saludarla, debieron ser días pesados.

Mon asintió, tomando el último sorbo de su whisky.

Parecía que había pasado una eternidad desde que ella era una senadora recién llegada a Coruscant, en esos tiempos de paz cuando las discusiones del Senado parecían muy lejos de crear alguna guerra. Tiempos cuando ella y Amidala se reunían por las tardes en departamentos de otros compañeros senadores para dialogar sobre política con la sensación de que todo podía solucionarse desde las instituciones de la República.

Aquél optimismo había sido destruido por los destructores estelares y las legiones de clones, batallando en crueles combates por todos los rincones conocidos de la galaxia. Amidala se había convertido en una mujer más dura, no la culpaba por eso, pero mucha de la compasión que siempre la caracterizó pareció esfumarse poco después de que la guerra empezara. Muy poca gente pareció darse cuenta de eso, porque la situación era crítica, pero Mon sí que lo notó. Padmé parecía mucho más pragmática y analizadora, fue tan raro que Mon se cuestionó si no había algo malo ocurriendo en la vida de la senadora ¿quizá su familia estaba peligrando? ¿algún amor perdido, alguna alianza destruida? casi parecía tener el corazón endurecido por un dolor.

Pero Mon sabía que Amidala no la consideraba su amiga, no le diría lo que estaba ocurriendo en lo profundo de su alma, así que no se molestaría en preguntar. Todo lo que podía hacer era usar su influencia para que la República se recuperara lo más pronto posible.

Aún así… Amidala siempre fue una buena aliada.

—¿Crees que la Vice Canciller reciba bien mi visita? —le preguntó a Bail.

—No veo por qué no.

—Quizá vaya al Templo a desearle mis mejores deseos, y la protección de la diosa—respondió Mon.

—Podrías venir conmigo si quieres—Bail miró a su comunicador en la muñeca, asegurándose de la hora—Iré en media hora.

—Suena espléndido, Canciller, si me permite iré por mis cosas a la oficina.

—Perfecto, la veré en el hangar, senadora Montha.

Mon asintió y salió de la oficina del Canciller. Cuando Bail se quedó solo en su oficina, se sentó bruscamente en la silla, su expresión era tanto de cansancio como de angustia.

"¿Realmente debo tener esa conversación?" se cuestionó. Sí, Mon tenía un punto válido, pero también Amidala tendría sus argumentos y no se sentía capaz de seguirle el ritmo en un debate mucho tiempo.

¿Quizá sus sentimientos estaban influyendo demasiado? ¿Su amistad con Amidala estaba entorpeciendo su juicio?

Todavía sentado en su escritorio, Bail recordó el momento en que su relación con Amidala cambió de una de compañerismo a una de amistad.

El Senado había sido informado de que un convoy separatista atacó la Base Militar VI-Nor, una base secreta con tecnología comprometedora que no podía salir a la luz. Las misiones para rescatar las investigaciones y a los pocos sobrevivientes fueron muy difíciles, y el Senado debió encerrarse durante horas a decidir cómo continuar la guerra.

Esa noche, Bail notó a Amidala muy tensa cuando salió del recinto, incluso pálida. Una hora después, aún preocupado por ella, llamó a su capitán de seguridad para saber si estaba bien, y el capitán Typho le confirmó que la senadora estaba en su departamento. Quizá siguiendo una corazonada (eso que los Jedi llamaban "Fuerza") Bail fue a República 500, al departamento de Amidala.

Encontró a Padmé en la veranda del departamento, llorando en su sofá. No le preguntó nada, solo se sentó a su lado y dejó que se desahogara. El dolor que ella emanaba en sus sollozos era desgarrador, Bail la abrazó como si fuera su hermana menor, murmurando sencillas palabras de consuelo, hasta que Padmé volvió en sí misma.

—Lo siento, Bail—respondió ella, apenas dándose cuenta que llevaba horas llorando con su compañero de trabajo—No tenías que verme así.

—Está bien, Padmé. Todos estamos pasando malas rachas, un poco de ayuda siempre viene bien.

—Gracias por ser tan comprensivo.

Hasta la fecha, Bail no sabía qué fue lo que le rompió el corazón a Padmé esa noche, pero sí sabía que su actitud fue diferente. Amidala se convirtió en la efigie misma de la democracia, consagrando su vida a la República.

¿Qué pasaría si le quitaba eso? ¿Amidala sería capaz de ser más que una funcionaria de la República? ¿Podría resistirlo?

Bail no quería saberlo.

—Señor—habló su capitán de seguridad a través de su comunicador—La nave está lista. La senadora Mothma está aquí.

—Gracias, voy en camino—respondió Bail.

¿En serio había pasado media hora? Fuerza, el tiempo y sus jugarretas.

Bail se paró del escritorio con movimientos lentos, los rezagos de ese recuerdo escondiéndose en su cabeza otra vez. Quizá era tiempo de tener una conversación con Amidala seria, no solo de su futuro en la política, sino de su futuro como persona.

A final de cuentas, eso es lo que hacían los amigos.

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Templo Jedi, Distrito Jedi, Coruscant…

Sola Naberrie estaba sentada en una banca en el Salón de las Mil Fuentes, viendo cómo su esposo jugaba con sus hijas en los jardines. Las risas de las niñas animaban el ambiente, y varios Jedi meditaban con sonrisas contentos de sentir esa jovialidad infantil. A su lado, estaba sentada Satine Kryze, Duquesa de Mandalore y esposa del Maestro Jedi Obi-Wan Kenobi. Hace mucho tiempo que Sola no se sentía intimidada por una persona, pero el porte de Satine y los modales tan suaves en sus movimientos eran realmente impresionantes.

—Se están demorando—dijo Sola—Ya deberían haber llegado, ¿no?

—Tranquila, mientras no nos den malas noticias, no tenemos que preocuparos—respondió Satine—Conozco a los Jedi, créeme, están bien.

—Es confuso en ocasiones, ¿sabes?—dijo Sola—Estar tan enfadada con ella, pero al mismo tiempo preocuparme tanto.

—Es tu hermana, tiene sentido que la quieras, a pesar de que estés enfadada.

—Supongo que sí—dijo Sola con un suspiro.

Satine la miró de reojo, notando el conflicto tan profundo que cargaba Sola.

—¿Tú y tu hermana solían ser unidas?—preguntó la duquesa, con ese tono de voz suave pero firme que usaba en sus entrevistas diplomáticas.

—Sí, y mucho—respondió Sola, sin apenas notar el tono de voz tan cuidado de Satine—Pero nos distanciamos hace tiempo… la verdad es que apenas consigo comprender cómo es que llegamos a este punto.

La congoja de Sola era evidente. Tiempo atrás, a Satine no le hubiera importado ningún tema que no se relacionara a Mandalore, pero estar casada con un Jedi significaba desarrollar un nuevo sentimiento de compasión que, en su opinión, la volvía tan fuerte como frágil al mismo tiempo. La misma línea delgada que separaba a los Jedi de la desgracia o del éxito.

—La vida nos hace conducirnos por caminos que antes no habíamos considerado—dijo Satine.

—¿La vida, o la estupidez?—respondió Sola con dejo de amargura—Estoy cansada de la gente que culpa a todos y todo por sus tontas decisiones.

La duquesa alzó una ceja con curiosidad, comenzando a notar el parecido entre las hermanas Naberrie.

—Tu hermana es una de ellas, supongo.

—No era así… —respondió Sola con tristeza, sus hombros cayendo en señal de derrota—Antes ella enfrentaba las consecuencias de todo. Se ponía frente a un problema y lo enfrentaba con integridad. Ahora… ahora apenas la reconozco, culpando a los demás, escondiéndose en protocolos y títulos para excusarse, como si ella fuera más que nosotros solo por ser senadora.

—Vice Canciller.

—¡Pues peor aún!

La duquesa de Mandalore consideró muy bien sus siguientes palabras antes de hablar, sabiendo que Sola estaba pasando por un momento sensible, y que lo mejor era no abusar la repentina confianza que le había otorgado.

—Conocí a Amidala, y la verdad es que esa descripción me impresiona—dijo Satine, trayendo a su memoria todas las interacciones que tuvo con Amidala cuando aún era Senadora de Naboo—Nunca me dio la impresión de ser así.

—No lo era, no sé en qué momento comenzó a caer tan bajo en esa espiral de narcisismo.

—¿Narcisismo?

—Sí.

—Mmm… no me suena a la palabra correcta para describir lo que usted me menciona.

—¿Ah no?—dijo Sola, mirando a la duquesa de reojo con curiosidad y un poco de recelo— ¿Y cómo lo llamaría usted?

—Altanería.

Sola frunció los labios, no era una palabra tan fuerte como "narcisista", pero seguía siendo dura. Ciertamente, se acercaba más al comportamiento que Padmé había tenido para con ella y su familia en los últimos años.

—Quizá.

—¿Me permite una pregunta, señora Naberrie?—dijo Satine, decidida a aprovechar el momento para ayudar un poco.

—Claro.

—¿Hubo un acontecimiento que le causara tanto disgusto para con su hermana? suena mucho más sentida que enfada, a mi percepción.

Sola apretó los labios y contuvo el aliento, no necesitaba pensarlo mucho para saber cuál fue el día exacto en que la relación entre ella y Padmé se resquebrajó. Fue el mismo día en que el corazón de Anakin Skywalker se rompió. El mismo día en que la senadora Amidala se convirtió en la política más influyente del Senado.

—Sí, pero no me corresponde hablar de eso.

—No se preocupe, no quiero detalles—continuó Satine—Sólo… llama mi atención. Es curioso cómo las acciones de las personas que amamos nos generan a veces reacciones tan intensas, pero pocas veces pensamos en los motivos que los orillan a actuar así.

—¿A qué se refiere?

—¿Usted sabe si su hermana pasó por algún momento difícil?—preguntó Satine, con una voz tan suave que era imposible tomar a mal su cuestionamiento—¿Algo que la empujara a tomar decisiones tan altaneras?

—No lo sé—respondió Sola con sinceridad.

—Curioso… que juzgue la consecuencia, más no la acción.

—¿Me está diciendo que debo justificarla?

—No, justificarla jamás—sentenció Satine—Pero quizá entenderla más. La compasión es una acción que practicamos muy poco hoy en día, pero demasiado necesaria para tener relaciones buenas con las personas que amamos.

Sola se quedó pensando un momento, ¿quizá había sido demasiado dura con Padmé? Su hermana menor jamás le contó que estuviera pasando un momento de duda, o una decisión difícil en su oficina. Sola confió en que Padmé siempre se abría con ella, pero quizá… ¿Quizá Padmé no confió en ella? ¿Quizá estaban distanciadas desde antes, y Sola no lo había notado?

Pensar en eso le generó una expresión de angustia tan genuina a Sola Naberrie que, a su lado, la duquesa de Mandalore temió haber tocado un tema sensible.

—Disculpe si hablé de más—dijo Satine—Pero me parece que usted es una persona buena, y lo poco que conozco de Amidala, también. Detestaría que su relación familiar fuera destruida por la falta de entendimiento y de empatía, cuando es evidente que usted la quiere mucho.

Sola respiró profundo para calmarse, anotando mentalmente todo lo que la duquesa le había preguntado.

—Gracias, alteza.

—Oh, dime solo Satine, por favor.

—Gracias, Satine—corrigió Sola con una sonrisa.

—Un gusto.

Ambas volvieron a ver a las niñas jugando con Darren, intentando distraerse con la inocencia infantil. Sin embargo, al interior de Sola Naberrie, la sensación de que algo importante estaba a apunto de ocurrir comenzó a presionarle el pecho, perturbando sus sentidos.

Justo en ese momento un Jedi se acercó a ellas con rostro sereno, pero para Sola, no podía existir una mayor señal de alarma.

—Señora Naberrie, la Vice Canciller está a punto de aterrizar.


¿Y bien? ¿qué les ha parecido? creo que se han cubierto muchas cosas en este capítulo, sobre todo porque hubo más personajes. Volvemos a ver a Bail y a Mon, que serán representación de la República y desde luego, un peso para Padmé, pero también está su familia esperándola en el Templo y su conversación con Obi-Wan le hará replantearse muchas cosas.

Espero hayan disfrutado de este capítulo, intentaré subirles el próximo a más tardar en un mes. Mil gracias por todo su apoyo, ¡les mando un abrazo!