NADA DE ESTO ME PERTENECE, LOS PERSONAJES SON DE DISNEY, SOLO ME DIVIERTO AL ESCRIBIR
¡Hola a todos! ¿cómo se encuentran el día de hoy? espero que estén teniendo un día feliz y un verano espléndido. En mi ciudad ha habido todo tipo de problemas y también situaciones en mi trabajo, pero afortunadamente vamos saliendo de las cosas más importantes, entre idas y vueltas me demoré en escribir este capítulo porque me costaba enfocarme, pero estamos retomando el ritmo y creo que pronto regresaremos con un poco más de consistencia c;
Comentarios:
GRACIAS a NatGun, Uldren y mountacoma por sus hermosos comentarios, les mando un fuerte abrazo.
¡disfruten!
Parte XV
Hace tiempo…
Algo debía haber pasado.
Cuando Sola se enteró de la relación secreta entre Anakin y Padmé, sonrió con complicidad y abrazó a su hermana, diciéndole que la apoyaría en todo. Siempre sintió la potente química entre ellos ¡y los dos se veían tan contentos cuando estaban juntos! su hermanita se merecía tener a su lado a un hombre que la cuidara y la quisiera, y sabía que Anakin podía ser ese hombre.
Por eso no podía comprender cómo es que Padmé dejó plantado a Anakin. No tenía sentido, y si ella no hubiera sido testigo del hecho, no lo creería. La única explicación viable era que algo terrible debió ocurrirle a Padmé.
La imagen de Anakin, con el corazón roto, pidiéndole que no la volviera a mencionar en su presencia, calaba en su pecho. Padmé jamás lastimaría de esa forma a alguien a quien amaba, no podía ser así, su hermanita no era así.
¿Pero dónde estaba?
La llamó treinta y seis veces, y nunca respondió. Fue a su departamento en República 500, pero su seguridad no le dio acceso y le reiteró que la ubicación de la senadora era clasificada. Desesperada, condujo hacia el senado, esperando que estuviera en su oficina (o al menos, alguna de sus damas).
No conocía el enorme edificio del Senado de la República, pero Sola Naberrie corría por los corredores pidiendo indicaciones con aprehensión. Causó mucha consternación en los funcionarios cuando vieron a la hermosa mujer, con el peinado estropeado y ataviada en un elegante conjunto, corriendo apremiantemente hacia la oficina de la senadora Amidala.
Cuando entró a la oficina, la recepcionista la miró de pies a cabeza con desconfianza, y ni siquiera se molestó en saludarla
—La senadora no está disponible, vuelva más tarde—murmuró la muchacha.
Sola entrecerró los ojos con enfado, sintiéndose ofendida por esa actitud recelosa, ¿quién se creía que era esa mocosa para hablarle así?
—Soy la hermana de la senadora—dijo con orgullo.
La secretaria parecía no creerle, mirándola de nuevo con una mueca descarada en sus labios, luego se reclinó en su asiento con actitud desafiante.
—Lo siento, señorita, pero tengo indicación de no dejar pasar a nadie.
—Es urgente que hable con ella.
—Le repito, tengo indicaciones muy severas.
—No me importa, es un asunto familiar—reiteró Sola, con total desesperación—¡Necesito hablar con ella!
—La senadora no está para nadie, señorita. Lo lamento mucho.
Sola suspiró, no iba a conseguir nada de información de esa muchacha.
—¿Dónde está?—preguntó con la poca paciencia que aún le quedaba.
—No puedo darle esa información.
—¡Por la Diosa! soy su hermana, realmente me urge hablar con ella.
—No puedo ayudarla, señorita.
Las mujeres Naberrie eran famosas por su temperamento, y a pesar de su personalidad usualmente dulce, Sola no era la excepción.
—Si no lo haces tú, lo haré yo.
Sola rodeó el escritorio de la secretaria para cruzar las puertas hacia la oficina, la muchacha gritó llamando a seguridad, y corrió detrás de Sola. La oficina estaba vacía, el enorme ventanal detrás del escritorio de Padmé mostraba el cielo nocturno de Coruscant, tupido de luces artificiales por los enormes rascacielos y los speeders deslizándose en el aire.
Por la Diosa, ya era de noche… Sola volvió a sentir un nudo en la garganta, a esa hora los novios deberían estar yéndose a su noche de bodas.
La secretaria seguía gritando, cosas que Sola no se molestaba en escuchar, el alboroto atrajo la atención de varias personas que se asomaron a la entrada de la oficina, entre ellas, se asomó Sabé, quien se cruzó de brazos con una pose de autoridad.
—¿Qué está pasando aquí, María?—preguntó Sabé.
La secretaria miró a Sabé con desesperación.
—¡Esta mujer entró aquí sin permiso!
Sabé volteó y reconoció a Sola inmediatamente, y más que eso, notó su mirada angustiada. A pesar de sus vestidos elegantes y peinados extravagantes, Sabé era una espía y una ágil combatiente que había sobrevivido ya a dos guerras y sabía muy bien las expresiones de alguien que necesita ayuda.
—¡Ella es la hermana de la senadora!—dijo Sabé, pidiéndole a María que las dejara a solas—¿Sola? ¿Qué pasa?— le preguntó con voz amable.
—Necesito hablar con Padmé urgentemente—replicó Sola, aliviada de al fin encontrarse con alguien conocido.
Sabé conocía a Sola desde hace años, desde que Padmé era reina de Naboo. Sabía que las dos hermanas eran muy unidas, y también que Sola no intentaría encontrarse con su hermana de no ser una emergencia.
—Está en una sesión muy importante—dijo con voz suave y conciliadora, simplemente diciéndole lo que estaba haciendo su hermana.
—Puedo esperar—concedió Sola, más tranquila por estar hablando con Sabé—Pero lo ideal es que hable con ella ahora mismo.
Sabé asintió, haciéndole una seña para que la siguiera.
—Ven conmigo.
Caminaron hacia el enorme salón del Senado, cuyas puertas estaban cerradas, pero cuando vieron a Sabé los guardias las dejaron pasar. El podio de Padmé estaba anclado en el muro, por lo cual pudieron llegar muy rápido.
Padmé estaba sentada con un DataPad en sus manos, leyendo algo con absoluta concentración. Sabé subió al podio y se paró a un metro de distancia, con las manos juntas sobre su regazo, en la tan practicada pose de perfecta dama de compañía.
—Milady, su hermana solicita verla—dijo con voz baja y clara, pero Padmé ni siquiera levantó la mirada.
—¿Sola?—preguntó.
—Así es.
Padmé miró de reojo a donde estaba Sola esperándola. Ignorando cualquier protocolo, Sola subió al podio también, impactada por ese recibimiento tan frío.
—¿Qué pasa?—cuestionó Padmé, aún sin verla.
Sola sintió un profundo enfado nacer en sus entrañas, ¿cómo es que se atrevía a tratarla así? Ni siquiera cuando fue reina de Naboo Padmé se atrevió a dirigirse a su familia con tan poco respeto.
—¿Cómo que qué pasa?—espetó Sola, cuya paciencia se había agotado definitivamente en ese día—¿No sabes qué día es hoy?
Padmé resopló, todavía leyendo el DataPad en sus manos. Sola se dio cuenta que estaba usando un vestido morado muy elaborado y un peinado recogido que la hacía verse un poco más madura de lo usual. Aunque Sola no se dedicó a la política, entendía mucho más de lo que decía, en gran medida por haber crecido en el palacio con su hermana. Sabía que Padmé quería mostrarse regia por alguna razón, pero no existía razón que justificara su actuar en ese momento.
—Claro que lo sé—respondió Padmé con tono cortante, luego no dijo nada más, concentrada en su lectura.
Sabé miró a Sola de reojo con una expresión de disculpa, avergonzada por la actitud altiva de su señora, una actitud que, tristemente, se estaba volviendo más común. Pero Sola se cruzó de brazos, dispuesta a llevar el asunto hasta sus últimas consecuencias.
—Tengo que hablar contigo, Padmé.—dijo Sola con voz severa, la misma que usaba para reprender a su hermana menor cuando eran niñas.
Padmé debió detectar el tono porque su postura se tensó en un segundo, aún así, su respuesta siguió siendo fría y cortante.
—Sola, estoy muy, muy ocupada—dijo, señalando al DataPad en sus manos—No tengo tiempo para ninguna tontería.
Eso era el colmo.
—¿Tontería? ¿En serio crees que esto es una tontería?
"¡Dejaste plantado en el altar a tu prometido!" pensó Sola, al borde del llanto por el desdén con el que Padmé estaba tratando la situación. Su hermana jamás había sido así de fría, su hermana era una persona buena que se preocupaba por sus seres queridos. Su hermana era mejor que esto, ella…
—¿Hay alguien muriendo, Sola?—dijo Padmé, sacando a Sola de sus pensamientos—¿No, verdad?
Padmé finalmente alzó la mirada, sus ojos oscuros la vieron con indiferencia, toda su postura mostrando una apatía total a la situación.
Sola la miró sin poder creer lo que escuchaba, pero Padmé continuó.
—¿O si? ¿Hay alguien muriendo?—espetó Padmé con hartazgo.
La crueldad de esas palabras caló hondo en el pecho de Sola, y de repente, su enojo se convirtió en decepción, una que minó su espíritu.
—No.
Sabé frunció los labios, notando en el tono de voz de Sola cómo algo se había roto en ella. Pero Padmé no se dio por enterada, concentrada en sus asuntos.
—Entonces no es una emergencia—Padmé reanudó su lectura—Si me disculpas, tengo mucho qué hacer, así que no me hagas perder mi tiempo por tonterías. Sabé, por favor acompaña a mi hermana a mi oficina.
—No es necesario, gracias Sabé—dijo Sola, dedicándole una pequeña sonrisa a la inocente dama de compañía—No la volveré a molestar, senadora Amidala.
Si Padmé reaccionó a eso, Sola no lo supo, pues le dio la espalda y caminó a la salida del Senado. Tenía lágrimas en los ojos, su propio corazón roto por aquél trato tan miserable que Padmé tuvo con su prometido y con ella misma.
Finalmente, aquello que siempre temió desde que Padmé fue coronada reina de Naboo había ocurrido: su hermana se había perdido en el mundo de la política. Y no se hacía ilusiones que volviera a ser la misma, nunca más.
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Tiempo presente
Hangar del Templo Jedi, Distrito Jedi, Coruscant
Sabé estaba parada en el hangar conteniendo sus emociones, tal y como había aprendido desde que era una adolescente. Al fin, después de días de incertidumbre, su señora regresaba a Coruscant sana y salva, pero ella mejor que nadie entendía el conflicto que la Vice Canciller estaba viviendo.
Muchos años atrás, Sabé conoció a Padmé cuando fue nombrada Jefa de Damas de la electa reina Amidala de Naboo. Ambas eran tan jóvenes en ese entonces, y fue por eso que se llevaron muy bien de inmediato. Amidala era un poco ingenua, necesitaba mayor astucia política, pero sus intenciones eran las correctas y Sabé admiró desde el principio el temple tan aguerrido de la nueva reina.
Al pasar el tiempo la admiración fue creciendo, al volverse Amidala una de las mejores reinas que tenía Naboo en mucho tiempo. Cuando la nueva reina le pidió volverse senadora, pareció ser la elección natural, la campeona de la democracia de Naboo merecía volverse la campeona de la democracia de la República. Sabé la acompañó muy contenta por la nueva oportunidad de su señora, feliz de ver cómo se iba convirtiendo en una mujer.
A diferencia de las demás personas, Sabé siempre supo de la relación secreta entre Anakin y Padmé. Jamás le dijo nada a su señora, porque si ella no quería compartir esa información, tendría sus motivos. Pero conspiraba a escondidas para ayudarlos a que el secreto se mantuviera, principalmente, porque veía lo feliz que era su señora.
Siempre que Padmé veía a Anakin, su sonrisa se acrecentaba, y tenía un aire de ensoñación cautivador. Se ponía a regar las plantas del apartamento mientras cantaba baladas de amor, tarareaba mientras leía reportes, incluso llamaba a rivales políticos para proponerles alianzas importantes, pues su buen humor la hacía volverse más optimista y menos terca. Varias doncellas murmuraban que Amidala estaba enamorada, pero solo Sabé sabía de quién, y sabía que era recíproco.
Cuando supo que Sola se involucró en el secreto, intuyó que algo importante iba a pasar. Amidala le indicó que despejara su agenda por tres semanas y que ella, con las demás doncellas, tendrían esas tres semanas libres. Sabé pensó que harían algún viaje importante, pero no se atrevió a intuir más, sabiendo que estaba más allá de sus límites.
Pero algo malo estaba pasando. Amidala, esa mujer que siempre admiró, se estaba corrompiendo. La palabra sonaba casi como un insulto, una deshonra total para la semblanza de la mejor reina que tuvo Naboo y su mejor senadora, pero era cierto. Podía ver la forma en que Amidala comenzaba a hacer más juegos turbios, en cómo se alejaba de su familia y de su amado, en cómo empezaba a volverse más calculadora.
Sabé veía las señales, y entendía la causa. La Guerra de los Clones consumía cada vez más a la República, y hacía que incluso las personas buenas consideraran medidas extremas por lo que creían un bien mayor. Al principio, no se atrevió a pensar que Amidala fuera a caer en eso, pero cuando la guerra casi llega a Naboo, y Amidala debió hacer uso de todas sus influencias para que los clones se alejaran de su amado hogar, algo cambió en ella. De repente, el peligro fue mucho más cercano, de repente, las batallas de la juventud parecían un juego de niños en comparación con todo lo que estaba en juego.
Cuando eran más jóvenes, Sabé siempre se maravilló por la forma en que Padmé conseguía poner límites a sus responsabilidades. Era muy diferente ver a Amidala, ataviada de gala y con la corona de Naboo, de expresiones firmes, voz modulada y pensamiento crítico, a ver a Padmé, una muchacha jovial y alegre que recogía flores en el jardín de sus padres y se tumbaba en la arena para adivinar el nombre de los pájaros que cantaban en las copas de los árboles.
Mientras la guerra empeoraba, Sabé veía cada vez menos de Padmé, encontrándose en su lugar a una Amidala más endurecida. La jovialidad se reemplazó por severidad, y los sueños de democracia en cinismo descarado. Sabé ignoró cuanto pudo de ese cambio, hasta la noche en que su señora no tuvo más retorno.
Sabé recordaba esa noche como el inicio del fin, el momento en que Amidala destruyó totalmente a Padmé, aún si ella no fue consciente.
La señora Sola había ido a ver a su hermana, la desesperación marcada en sus facciones, pero cuando vio a Padmé… no la encontró. Solo encontró a Amidala, en su fase más fría, en su momento más bajo. Y cuando Sola se fue ese día, con el corazón roto por su propia sangre, Sabé supo que no había marcha atrás.
Nunca más supo de Anakin, y no necesitó pensar mucho para entender lo que había ocurrido. Su señora había elegido, pero Amidala, si bien siempre supo elegir por el bien común de Naboo, eligió terriblemente para ella misma.
Desde esa noche en adelante, todo rastro de alegría y felicidad desapareció de su señora, y Amidala se consagró a su trabajo con una devoción que la alejó de todos sus amigos, familiares y aliados. Era una política tan poderosa que, a pesar de las oposiciones, nadie dijo nada cuando la nombraron Vice Canciller, pero las decisiones que tomó para llegar ahí… Sabé no podía seguir admirando a la mujer que alguna vez fue su heroína.
Y sin embargo, ahí seguía, siendo la Jefa de sus Doncellas… quizá por la lealtad hacia Naboo, o el cariño que desarrolló con el tiempo hacia Padmé, pero no por convicción hacia su persona, eso era lo más triste.
—¿Sabé? ¿Eres tú?—la doncella volteó y se sorprendió de encontrarse con Sola Naberrie, acercándose al hangar con su familia.
—Sola—saludó Sabé con sorpresa—Es muy bueno verte. Señor y señora Naberrie—Sabé saludó a los padres de Amidala con una sonrisa genuina, siempre había tenido un cariño sincero a los Naberrie.
—¡Hola Sabé!—saludó Jobal Naberrie—Me alegra verte, ha pasado mucho tiempo.
—Lo sé, mucho tiempo… No sabía que estaban aquí, en el Templo. Hubiera venido por ustedes para llevarlos a República 500.
—Muy amable de tu parte, pero no creo que los Jedi nos hubieran dejado salir—explicó Ruwee Naberrie—Estamos bajo su jurisdicción por ahora.
—¿Enserio?—Sabé se llevó una mano al rostro, preocupada—No sabía que la situación fuera tan grave.
—No te preocupes, Sabé. Estamos bien—dijo Sola con una expresión tranquila.
Sabé sonrió, no del todo convencida, pero sabiendo que el Templo Jedi era uno de los lugares más seguros de la galaxia. En ese momento, vieron una comitiva acercarse al hangar, Sabé los reconoció de inmediato, pero Sola y su familia demoraron más en reconocerlos.
"Esto es serio," pensó Sabé. Ella llevaba mucho tiempo en la política para saber que una visita del Canciller no era cosa menor, menos en ese contexto.
Bail Organa se acercó a los Naberrie con una sonrisa modesta, a su lado, Mon Mothma se veía más simpática, mirando a la familia con curiosidad. Sus guardias se alejaron un metro de distancia, lo máximo permitido para darles algo de privacidad. Junto con el Canciller estaban los Maestros Jedi Mace Windu y Yoda, quienes se dirigieron directamente a los señores Naberrie.
—Me place anunciarles que la Vice Canciller está bien, y su nave aterrizará en cinco minutos.
—Gracias a la Diosa—dijo Jobal con alivio.
—Buenas tardes, señor y señora Naberrie—saludó Bail—Soy el Canciller Organa. Solo vine a asegurarme que la Vice Canciller esté bien.
—Nos honra con su presencia, Canciller.
—Para nada, señores Naberrie.
Jobal y Ruwee no dijeron nada más, si algo aprendieron cuando visitaban a su hija en el palacio, en esos días del reinado de Amidala, era que hablar con los políticos no siempre era bueno.
—La Vice Canciller permanecerá en el Templo esta noche, y ustedes también, señores Naberrie—dijo Mace Windu—Mañana los escoltaremos personalmente a República 500 y serán resguardados por dos caballeros Jedi el tiempo que permanezcan aquí en Coruscant.
—Gracias, maestro Windu.
—Disculpe Maestro Windu, ¿cuándo cree que podamos volver a casa, a Naboo? —preguntó Darren.
—Una comitiva nuestra lleva un par de días verificando la seguridad de Naboo—explicó Windu—Si todo sale bien, y no hay mayores percances, yo diría que en siete días estándar podrían regresar a casa.
"¿¡Siete días!?" pensó Sola, cuyo rostro mostró el disgusto que le causó esa noticia. Una semana estándar atrapada en Coruscant, si es que todo salía bien. Sola abrazó a sus hijas por los hombros, al menos aliviada de que ninguna de ellas estaba del todo consciente de la peligrosa situación en la que se encontraban.
—Gracias, maestros.
Yoda pudo sentir la aprehensión de los Naberrie, pero no dijo nada, sabiendo que cualquier palabra de consuelo que pudiera darles sería contraproducente. El grupo se quedó ahí, en silencio, esperando hasta que divisaron a la distancia una nave acercarse al hangar.
Un grupo de droides emergieron para ayudar a guiar la nave y comenzar el proceso de mantenimiento estándar después de un largo viaje. La rampa descendió, y cuando la puerta se deslizó revelando la cabina, pudieron ver las siluetas de los viajeros descender con pasos lentos hacia el suelo. Sola reconoció a Padmé de inmediato, y también notó que no estaba bien.
Sabé fue la primera en moverse, acercándose a la rampa con esa gracia que siempre la había caracterizado, y dirigiéndose a su señora antes que a los demás.
—Bienvenida, mi señora—saludó Sabé, bajando ligeramente el rostro, como marcaba el protocolo.
Padmé usualmente solo asentía a los saludos de sus damas, pero esta vez, descendió de la rampa y abrazó a Sabé… tal y como solía hacerlo, hace mucho tiempo, en Naboo.
—Sabé—saludó Padmé—Me alegra tanto que estés bien.
—Oh… —Sabé se quedó quieta, no del todo convencida de lo que estaba ocurriendo, pero aún así fue capaz de responder—Me alegra que esté bien, Vice Canciller.
Padmé se separó de ella y la miró con una expresión de tristeza que hizo a Sabé sentirse muy mal consigo misma. Pero en un segundo, Padmé consiguió ponerse la máscara de Amidala, mirando hacia el Canciller Organa con una expresión inmutable.
—Canciller—saludó Padmé, acercándose a él y a Mon—Senadora, me honran con su presencia.
—Nos place verla sana y salva, Vice Canciller Amidala—respondió Mothma.
Antes de que Padmé pudiera decir otra cosa, sus padres la rodearon para darle un fuerte abrazo. Nunca hacían eso cuando había políticos presentes, considerando los protocolos, pero en esta ocasión a los Naberrie no les importó. A Padmé tampoco, porque escondió su rostro en el pecho de su padre deseando por un instante volver a estar en casa.
—Hija, no sabes cuánto consuela a mi alma ver que estás bien—dijo Ruwee, besando la cabeza de Padmé.
A unos metros de distancia, Sola veía ese reencuentro con una sensación de desconcierto, Padmé siempre fue muy severa con su familia diciendo que, en público, en esos contextos, no podían ser tan expresivos, porque ella tenía que ser la política antes que la hija (o la hermana) en medio de reuniones especiales. Pero Padmé no parecía nada incómoda con el afecto que sus padres le estaban expresando, al contrario, parecía desesperada por sentirse apreciada.
Desde la rampa de la nave, Anakin y Obi-Wan también veían ese reencuentro, pero con otras ideas totalmente distintas en sus cabezas. Obi-Wan esperaba que la Vice Canciller hubiera entendido su posición de la mejor forma posible, y Anakin, independientemente de todo, estaba contento de verla reunida con su familia. El clan Naberrie siempre fue muy unido y era consolador verlos así a pesar de los años, las guerras y las distancias.
Cuando los Naberrie soltaron a su hija, el Maestro Yoda lo aprovechó para acercarse a Padmé, esbozando una expresión extrañamente amistosa en su viejo rostro.
—Un alivio es verla bien, Vice Canciller—dijo.
—Gracias, maestro Yoda, de no ser por el maestro Skywalker no podría decir lo mismo.
—Maestro Skywalker, fuerte en la Fuerza es. Viejo amigo, también. Importante para mantenerla segura, seguirá siendo.
Padmé hizo lo mejor por contener la mueca que sus labios querían esbozar solo por esas palabras.
—Gracias, maestros.
—Acompáñenos, Vice Canciller—dijo Mace Windu—Todavía hay cosas que hacer.
Caminaron hacia el interior del Templo, Padmé se acercó a Sola y le dio un abrazo a su hermana antes de que ella pudiera rechazarla, fue un abrazo corto, pero aún así consiguió susurrarle algo al oído.
—Tenemos que hablar—le dijo.
Sola asintió, sabiendo que no era el lugar ni el momento. Ambas comenzaron a seguir a los maestros, pero Sola volteó un momento para poder ver a Satine reunirse con su esposo.
A la distancia, vio cómo la mujer, tan elegante y recatada, corría con una alegría que sería reprobada por cualquier protocolo para reunirse con su esposo, quien descendía de la rampa a saltos para alcanzarla. Obi-Wan y Satine se abrazaron con un cariño imposible de negar, como si el resto de la galaxia dejara de existir por un instante para ellos.
Sola sonrió, contenta por la pareja, y recordando las palabras de Satine, se acercó a su hermana y la sujetó del brazo. Padmé volteó a verla con sorpresa, pero Sola mantuvo fuerte su agarre, inclinándose hacia ella para susurrarle al oído:
—Lo solucionaremos juntas.
Los ojos de Padmé se llenaron de lágrimas, pero no le respondió nada. Sola entendía, no podía quebrarse en ese momento, no con toda esa gente a su alrededor.
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Anakin contempló el enternecedor recuerdo entre Obi-Wan y Satine con una sonrisa triste en sus labios. Intentó no pensar en Amidala, pero teniéndola tan cerca era difícil que su mente no evocara las memorias del pasado.
¿Qué hubiera pasado si…?
"No"
Anakin callaba esas voces apenas empezaban a hablar, sabiendo que solo le harían daño. Cerró los ojos por un momento para concentrarse en la Fuerza y dejar que sus emociones se calmaran con su reconfortante presencia, sin embargo, a través de la Fuerza podía sentir la proximidad de Amidala y de su familia, lo cual no le dejaba relajarse completamente.
"Un día más y ya, un día más y ya…" comenzó a pensar, sabiendo que Amidala sería escoltada a República 500 y no la volvería a ver nunca más.
Su mente, aunque firme, no conseguía callar del todo a su corazón, que añoraba la cercanía de Amidala, entristeciéndose por verla alejarse. Anakin decidió en ese momento que lo mejor sería meditar durante el resto del día. La misión lo tenía exhausto emocionalmente, su cuerpo estaba a punto de colapsar y lo que más deseaba era cerrar los ojos y dormir al fin.
—Ahsoka, reporta al Consejo la misión—le ordenó a su padawan—Estaré en el Jardín de las Mil Fuentes.
—Sí, maestro—respondió la togruta, sabiendo que Anakin necesitaba un tiempo a solas.
Ahsoka vio a su maestro entrar al Templo sin mirar a nadie más, moviendo su cuerpo con pesadez, su presencia en la Fuerza tambaleándose como si estuviera a punto de caer inconsciente.
"Quizá se enoje conmigo…" pensó Ahsoka, preocupada por su Maestro. "Pero el Consejo tiene que saberlo."
Con una mirada de determinación en extremo parecida a la de Skywalker, Ahsoka Tano se dirigió al Consejo Jedi.
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Residencia de invitados, Templo Jedi, Coruscant
Sabé abrió la puerta de los aposentos en donde su señora pasaría la noche, estaba justo al lado de los cuartos en donde se estaban quedando los Naberrie, por lo que Ruwee y Jobal aprovecharon para quedarse con su hija un rato más, antes de retirarse para dejar a Padmé descansar.
Los Naberrie salieron, excepto Sola, que se quedó al lado de Padmé sabiendo que su hermana estaba conteniendo su máscara política a duras penas. Sabé se paró al lado de la puerta.
—¿Ocupa algo más, Vice Canciller?—preguntó.
—No, gracias Sabé—respondió Padmé—Solo… ven, por favor.
Sabé se acercó a su señora con una expresión curiosa, cuando estuvo más cerca, Padmé volvió a abrazarla, esta vez con más cariño que desesperación.
—Gracias—murmuró en su oído—¿Mañana tendrás un poco de tiempo para hablar?
—Oh… claro que sí, señora.
—Dime Padmé por favor.
Sabé la miró sorprendida, la distancia entre ellas llevaba años asentada ¿por qué iba a querer cambiar eso ahora? ¿Qué tantas cosas habían ocurrido en esos días, sacudiendo a su señora?
—Claro.—respondió con voz baja, apenas consciente.
—Gracias—dijo Padmé—Ve y descansa Sabé, la Fuerza sabe que lo mereces. Nos veremos mañana temprano ¿si?
—Muy bie, que descanse
En el momento en que Sola y Padmé se quedaron solas en la alcoba, Padmé colapsó sobre sus rodillas llorando, incapaz de contenerse un segundo más. Sola corrió a su lado y se inclinó para abrazarla, no dijo nada, pero la sostuvo durante todo el tiempo que Padmé necesitó para calmarse antes de hablar.
Se sentía muy extraño, volver a tener a su hermanita en brazos, como cuando eran niñas. Por un momento deseó que así fuera.
Sola dejó que Padmé llorara sin prisas, desahogando un dolor que, a juzgar por la forma en que temblaba en sus brazos, era muy viejo. Un sarcófago de sueños rotos se había liberado dejando que sus profundas emociones arrastraran a Padmé hacia un purgatorio del que llevaba años escapando.
Se quedó ahí, abrazándola con cariño, meciéndola de vez en cuando al ritmo de la misma nana con la cual su madre las arrullaba de niñas, la nana que ella le cantaba ahora a sus hijas. Padmé se fue calmando después de un rato, más por el cansancio de haber llorado tanto, que por quedarse sin lágrimas.
—Estoy aquí—susurró Sola, cuando los sollozos de Padmé disminuyeron—Aquí estaré siempre.
Tras un largo rato, Padmé se quedó en silencio, acurrucada en los brazos de su hermana, pero lo suficientemente tranquila para poder hablar. Se dio cuenta entonces que ambas estaban en el suelo, Sola recargada contra una pared, sosteniéndola con una firmeza mayor que la de cualquier cimiento.
Era un espectáculo totalmente indigno para una Vice Canciller, pero Amidala no estaba ahí, solo estaba Padmé, una mujer triste y arrepentida incapaz de sostenerse por sí misma.
—¿Quieres un vaso con agua?
Padmé asintió. Con cuidado, Sola la ayudó a ponerse de pie, y la guió hacia un sillón, luego caminó a la cocineta al fondo del cuarto para servirse dos vasos con agua.
—Ten—le dijo Sola, dándole uno de los vasos con agua y sentándose a su lado—Toma despacio, respira.
Padmé obedeció ciegamente a su hermana, bebiendo con sorbos lentos, respirando profundo, sabía que le dolería la cabeza pronto por haber llorado tanto, pero no le importaba. Un dolor de cabeza era nada comparado al dolor que acababa de desbloquear en su corazón.
Sola esperó a que su hermana terminara de beber su agua, una vez que Padmé se vio más tranquila, decidió que era momento de hablar.
—¿De qué quieres hablar, Padmé?—preguntó.
Padmé frunció los labios con indecisión, no porque no quisiera decirle todo a su hermana, sino porque no sabía por dónde empezar.
"Siempre hay que comenzar desde el principio," solía decir su abuela Leia Naberrie, ahora más que nunca comenzaba a entender los sabios consejos de vida que le había dejado su abuela.
—Comencemos por esa noche—dijo Padmé, con ojos ausentes.
—¿La noche?—repitió Sola.
—Sí.
Padmé respiró profundo, evocando memorias que llevaba años suprimiendo para poder contarle a su hermana qué ocurrió exactamente en su cabeza, la fatídica tarde que cambió para siempre su vida.
—Tenía muchas dudas Sola, pero no podía decírselas a Anakin, porque él iba a pensar que estaba cuestionando mis sentimientos hacia él—empezó a hablar con voz insegura—Tampoco podía hablarlo contigo, porque sabía que no entenderías. Quería casarme con Anakin, en mi corazón yo deseaba ser su esposa, pero en mi mente…
—En tu mente, querías seguir siendo la Senadora—dijo Sola.
—Sí.
—Una cosa no tiene por qué estar peleada con la otra, podías casarte y seguir atendiendo el Senado.
—No como yo quería. Sola, toda mi carrera ha sido gracias a mí, he llegado hasta donde estoy por mis méritos, mis decisiones. Pero si me casaba con el Elegido, con el Héroe sin Miedo, ¿crees que mi carrera no lo iba a resentir?
—¿En qué? ¿En darte más fama?
—En amarillismo Sola. Tú no estás en la política, tu no entiendes…
—No, tú no entiendes Padmé—interrumpió Sola, con voz severa—¿Enserio un par de semanas de reportajes amarillistas valen más que tus sentimientos? ¿Vas a dejar que tu puesto, el cual déjame recordarte, es temporal, dictamine todo tu presente y futuro?
—¿Crees que es así de simple?
—¡Es así de simple!
—Por supuesto que no, había muchas cosas a considerar—continuó Padmé—Anakin ni siquiera había pedido permiso al Consejo Jedi y tendría represalias por eso, y en el Senado mi trabajo estaba pasando por un…
—Padmé, no hables—dijo Sola con tono muy autoritario, luego, con un tono más suave—Ahora, en este momento… ¿valió la pena esa decisión?
—La galaxia…
—No, para justo ahí… tú, tu persona, ¿para ti valió la pena?
Las palabras se atoraron en su garganta, por un momento, Padmé pensó en responder una afirmación, pero todo en su vida los últimos días le hacían darse cuenta que no.
Sola no esperó a que Padmé le respondiera verbalmente, podía notar en la postura de su hermana, en su expresión alicaída, lo fuerte que esta idea estaba impactando en su persona. Al fin estaba recuperando a su hermana y no podía permitirse ningún error en este proceso de redención.
—No puedes cambiar el pasado, Padmé—dijo Sola—Lo que hiciste, hecho está. Solo nos queda vivir con las consecuencias de esas decisiones… y afrontar las cargas de nuestros errores.
—¿Realmente mi carga es tan pesada, Sola?
—Eso solo lo puedes saber tú.
Padmé suspiró, mirando al suelo, su cuerpo comenzó a temblar mientras formulaba la pregunta que más la atormentaba.
—¿Rompí su corazón, verdad?—era una pregunta obvia, como esas que hacen los niños cuando quieren más reconocimiento de sus padres.
No había forma de dulcificar esa cuestión.
—Sí.
Las pocas lágrimas que su cuerpo aún pudo crear se deslizaron en ese momento por sus mejillas, y por un terrible instante, Padmé pudo ver esa escena en su cabeza… a Anakin, esperándola con el corazón en la mano, perdiéndose en la oscuridad de la noche al darse cuenta de que la mujer que amaba lo había abandonado de una forma muy ruin.
Toda la culpa que había ignorado durante años brotó de golpe, y Padmé sintió dolor en su pecho… un dolor que, a pesar de ser intenso, sabía que no se comparaba con el dolor que Anakin debió sentir, cuando ella se marchó de su vida sin darle ni una explicación.
—Lo siento tanto…—murmuró.
—¿Qué sientes?
—Siento haberlo lastimado… siento haberte lastimado. Fui horrible contigo ese día, lo siento tanto Sola.
—Fue… difícil, verte en ese papel—admitió Sola—Siempre has puesto una línea entre Amidala y Padmé, pero ese día… parecía que Padmé se había ido totalmente.
Y así había sido, ahora se daba cuenta de eso. En algún momento, Amidala ganó tanto terreno en su mente que destrozó todo lo que Padmé amaba, ¿cómo es que pudo quedarse de brazos cruzados mientras destruía su vida de esa forma? ¿cómo se permitió caer en ese pozo oscuro que la convirtió en una simple máscara?
—Lo sé, aparenté tanto que olvidé lo que era real y lo que no lo era—admitió Padmé con tristeza—Y lo siento tanto Sola, por la forma en que te traté a ti, a nuestros padres, a Ani…
Sollozó de nuevo, Sola acarició tiernamente el cabello de su hermana para confortarla.
—Sabes que cuentas con nosotros—respondió Sola con voz cariñosa—Pero Anakin…
—¡Estuve en Tatooine, Sola!—dijo Padmé con pesar—Vi a su madre, ¿sabes qué hizo Anakin? ¡Nada! Él nunca le contó nada a su familia… Shmi y su esposo fueron tan amables conmigo, agradecidos aún por la ayuda que les di en Naboo. Y yo me quedé ahí, recibiendo una gratitud que no merezco porque traté a su hijo de forma miserable…
Sola frunció los labios, asimilando aún lo que Padmé le estaba diciendo.
—Y Anakin no decía nada ¿y sabes por qué? porque estaba muy ocupado cuidando a su nueva novia.
Ouch. Incluso después de todo lo que había pasado, eso debió doler. Sola abrazó a Padmé un poco más fuerte.
—Yo… no sé qué hacer—confesó Padmé—No sé qué hacer.
Sola no había visto a Padmé en ese estado desde que ambas eran unas niñas, todo lo que pudo hacer, fue sostenerla en sus brazos y susurrarle palabras afectuosas, recordándole que ella era su hermana, su familia, y que la seguía amando.
No había nada más que pudiera hacer.
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Granja Lars, afueras de Mos Espa, Tatooine…
Lara tenía los brazos cruzados sobre su pecho y una expresión de preocupación en su rostro, ella no era sensible a la Fuerza, pero no la ocupaba para entender que tenía un muy mal presentimiento.
—¿Crees que es una buena idea?—preguntó Lara.
—Claro que sí—respondió Siri Tachi, Jedi de la República, mientras se cruzaba de brazos—¡Anakin recibirá un gran reconocimiento! merecen estar ahí, con él.
Lara miró a la hermosa Jedi rubia esbozar una sonrisa llena de emoción, pero eso no la calmó. Siri era una buena amiga de Anakin, cuando ella era una padawan muy joven tuvo una relación breve, pero linda, con Obi-Wan Kenobi. Siri vio a Anakin llegar al Templo Jedi y ayudó a Obi-Wan en varias ocasiones cuando su deber como maestro lo abrumaba, con el tiempo, se hizo buena amiga tanto de Kenobi como de Skywalker.
—No mencionó nada de eso cuando estuvo aquí hace unos días—dijo Lara.
—Probablemente estaba muy concentrado en su misión—explicó Siri, sin pensarlo mucho—Anakin necesita un descanso, ahora que la guerra ha terminado. Por favor, cuando la ceremonia termine, oblígenlo a venir con ustedes una temporada ¿si?
—No tienes que pedírmelo—respondió Shmi sonriente—Dame unos minutos para hacer una maleta ¿si?
—Claro, señora Lars.
Shmi se fue a su alcoba, apurando a Lara para que fuera con ella. Mientras, Cligg se quedó hablando con Owen.
—¿Estarás bien si nos vamos ahora? Sé que aún tienes pendientes de la cosecha.
—No te preocupes, papá, Beru y yo podemos encargarnos perfectamente de eso—respondió Owen—Tú y Shmi vayan a por Anakin, él los necesita más ahora.
—Gracias hijo.
Cliegg se fue a la alcoba a preparar su propia maleta también. Owen miró a Siri con ojos inquietos, todavía pensando en las palabras correctas antes de hablar. Por su parte, la Jedi estaba tranquilamente tomando un té, esperando a que el granjero tomara la palabra.
—Anakin se veía muy… cansado, cuando vino hace unos días—dijo Owen—Como si estuviera a punto de colapsar, ¿qué pasó en realidad allá en la capital?
—¿Por qué piensas que pasó algo?
—Conozco a mi hermanastro, ha vivido muchas cosas… y nunca antes lo había visto así.
—¿Oh?
—Sabes a lo que me refiero.
Siri guardó silencio un momento, dejando que la Fuerza guiara sus palabras.
—Anakin ha pasado momentos muy oscuros durante esta guerra—dijo Siri—Necesitará mucho de ustedes para recuperar su paz.
—¿No puedes decirme nada más?
—No, es asunto de los Jedi.
—¡Ustedes y sus trucos!—Owen suspiró, mirando hacia otro lado—¿Cuánto tiempo le darán libre ahora?
—Eso dependerá del Consejo.
—Habla con ellos, diles que sea un buen tiempo, por favor. Han sido años difíciles también para nosotros, y Shmi necesita pasar tiempo con su hijo.
—No tienes que pedirlo, pienso como tú—respondió Siri—Hablaré con el Consejo al respecto. Gracias por preocuparte por el Caballero Skywalker.
—Es mi deber.
Owen se fue a la cocina, en donde estaba Beru, dejando a Siri sola en la estancia. La Jedi reflexionó un poco, siempre había admirado la forma en que los lazos afectivos incitaba comportamientos, en este caso, la preocupación de Owen. No era hermano biológico de Anakin, sin embargo, estaba actuando como uno.
"La Fuerza actúa de forma misteriosa" pensó Siri, bebiendo un sorbo de su té.
Eso es todo por ahora, espero que hayan disfrutado de este capítulo nuevo. Mil gracias por sus comentarios y sus favoritos, siempre me inspiran a seguir escribiendo y agradezco también su paciencia para con mis demoras jeje.
¡saludos y abrazos a todos!
