Disclaimer: Los personajes, lugares y hechizos, son propiedad de J.K Rowling, a menos de que se especifique lo contrario. No hay retribución monetaria con la traducción y publicación de esta historia.
Traducción autorizada de A Forward Path por umbrellaless22 en AO3
CAPÍTULO XXXVI
Harry estaba tan ocupado en su enojo que no se molestó en mirar por dónde iba hasta que dobló una esquina y se estrelló directamente contra la profesora Haberdash-Pewter, casi tirando a la frágil mujer al suelo
— ¡Merlín! —gritó, tambaleándose hacia delante para corregir su propio equilibrio— Lo siento mucho, profesora, ¿está usted bien?
La mujer se ajustó con rigidez.
—Bastante bien, señor Potter —dijo lentamente con ese suave acento suyo—. O al menos, parece que mejor que usted.
— ¿Yo? —preguntó Harry, nervioso— Oh, estoy bastante bien. Sólo... —se interrumpió, mirándola a los ojos, que estaban sombreados por la capucha. Sus amplias pupilas hacían difícil leer su expresión. No sonreía, pero su cabeza estaba inclinada hacia un lado, escuchando— ¿Cómo se cambia a alguien? —soltó, sorprendiéndose a sí mismo.
La profesora Haberdash-Pewter parpadeó lentamente, y una sonrisa se formó en sus labios.
—Por qué no me acompaña en mi despacho, señor Potter, prepararé un té y podremos discutir lo que le preocupa.
—Oh… —dijo Harry— sí, de acuerdo entonces.
No era la antigua oficina de Defensa a la que ella lo condujo, sino una en un nivel inferior, escondida en un pasillo que Harry no estaba seguro de haber notado antes. El despacho era espartano, como si ella no tuviera intención de echar raíces aquí. Los únicos libros en los estantes eran los necesarios para las clases, y Harry sospechaba que eran propiedad de Hogwarts. La habitación estaba en penumbra, con sólo la mitad de las velas encendidas, y una vez dentro de la escasa habitación, la profesora Haberdash-Pewter se bajó la capucha. La luz de las velas parpadeaba en su piel de papel.
En una de las paredes había una repisa de piedra sobre la que se encontraba un pequeño caldero. Puso el caldero a hervir y abrió un armario que había encima, sacando los elementos necesarios para el té. Cuando estuvo preparado, le dio una taza a Harry y le indicó que se sentara. El té que sirvió no era lo que Harry estaba acostumbrado. Olía a cardamomo y tenía un sabor amargo.
—Ahora —habló la profesora, bajando cautelosamente a una silla frente a él y observándolo desde la extensión de un escritorio vacío—, lo primero que debe saber sobre cómo cambiar a las personas, señor Potter, es que no se puede. Una persona debe tomar la decisión de cambiar por sí misma.
Harry asintió cabizbajo, suponiendo que eso era lo suficientemente evidente como para haberlo pensado él mismo. Tomó un sorbo del inusual té.
— ¿Supongo que no puedes... guiarlos en una determinada dirección? —aventuró.
—Los pensamientos y las creencias son contagiosos. —sugirió la profesora Haberdash-Pewter.
— ¿Qué quiere decir? —inquirió Harry, desconcertado.
—Al igual que no se pueden coger muchas enfermedades sin entrar en contacto con un portador, no se puede formar una ideología de forma aislada. ¿Por qué creemos en lo que creemos? Lo absorbemos de nuestro entorno. Quizás seamos más selectivos con las ideas que con las enfermedades, pero quizás no. Tal vez sea sólo una ilusión que nos decimos a nosotros mismos para reconfortarnos.
—Bueno, eso no es cierto —se erizó Harry—, porque entonces todos los sangre pura se habrían puesto del lado de Voldemort, ¡y no lo hicieron!
—Ah, pero sólo porque sus ideas entraban en conflicto con los valores que ya poseían. Si alguien no tiene esos valores en los que basarse, es más fácil que le convenzan.
—Así que, una especie de crianza sobre la naturaleza. —comentó Harry.
—Precisamente. No puede esperar que un niño criado por lobos actúe como un niño.
—Pero la gente puede cambiar. —reflexionó Harry.
—Por supuesto, cuando les beneficia social o económicamente. Cada persona tiene una tolerancia diferente a la hora de desmarcarse de la multitud. La vergüenza puede ser un gran mal o un poderoso influyente, o ambas cosas.
—Entonces, aunque cambie, ¿es sólo para encajar? ¿O para que no me enfade con él? —cuestionó Harry con desgana.
—No voy a presumir de conocer las circunstancias —respondió ella—, pero ¿importa el motivo si el resultado final es el mismo?
—Creo que para mí sí —consideró Harry—, quiero que me dé la razón porque se sienta a pensar y se da cuenta de que tengo razón.
—Estamos mucho más dispuestos a sentarnos y reflexionar en nombre de alguien que nos importa —sugirió la profesora—. Y le animo a usted, y a todos mis alumnos, si pueden soportarlo, a compartir el pan con los que se oponen a ellos, porque la camaradería es un gran modulador. Suaviza los extremos, une a la gente. Es más difícil odiar a un grupo de personas si son vecinos, profesores, comerciantes. Ciertamente no es imposible, por supuesto, como se nos demuestra repetidamente, pero ayuda.
— ¿Y qué pasa si sus ideas hacen daño a la gente?
—Hable, si puede, con paciencia y amor. Tenga esperanza. Predique con el ejemplo. Sé que puede doler, estar en desacuerdo con los demás. Sentir su maldad tan profundamente dentro de usted. Pero creo que es peor apartarlos y aislarlos hasta olvidar que son humanos.
Harry suspiró profundamente, sin estar seguro de sentirse mejor. Estaba bastante seguro de que dar a todos un asiento en la mesa era lo que Clark llamaría lamer las botas.
—Por supuesto, no presumo de tener todas las respuestas —continuó con ella—, y también llega un momento, como sabe, en que las palabras y el apaciguamiento y la paciencia se sienten inadecuados.
Harry asintió.
—Matar a Voldemort dispersó a los mortífagos, pero no tengo forma de saber si les hizo cambiar de opinión. Lo más probable es que los que escaparon, o demonios, incluso los que se pudren en Azkaban, estén simplemente resentidos y conspirando, esperando una oportunidad para alzarse de nuevo. Y la única manera de evitarlo es esperar que suficiente gente me crea, que elija mis creencias sobre las suyas. Que yo llegue a los indecisos antes que otro.
—No es una tarea fácil la que se ha propuesto, señor Potter.
—Pero tengo el, cómo se dice, capital social, para hacerlo, así que ¿qué opción tengo?
—Todos tenemos opciones —le aseguró ella—, pero debo decir que las que usted ha tomado han sido admirables.
Harry sonrió y terminó su té.
—Gracias por la... charla, profesora. Es mucho en lo que pensar.
—Mi puerta está siempre abierta, Harry. Nadie puede descifrar el mundo por sí solo.
Harry encontró a Ron y Hermione en la sala común. Se sentó en un sillón con respaldo frente a ellos. Comprobó su nuevo reloj. La manecilla de Draco seguía en "escuela".
— ¿Qué pasa, Harry? —preguntó Hermione.
—Tuvimos una pelea. —admitió, sintiéndose tonto.
—Tenía que ocurrir en algún momento, amigo —dijo Ron con simpatía—, especialmente con ustedes dos, que no son precisamente faros de paciencia y calma.
Harry se quedó mirando el techo y se quitó el flequillo de la cara momentáneamente, sintiéndose desganado.
—Lo siento, Harry —dijo Hermione—, ¿quieres hablar de ello?
Harry descubrió que sí. Les hizo un breve resumen, tratando de ser lo más preciso posible. No quería necesariamente que se pusieran de su lado, porque empezaba a sentir que tal vez no tenía toda la razón, al menos no su respuesta.
—Así que dijo una tontería y tú te la tomaste a pecho y luego la subiste unos cuantos grados, parece. —dijo Ron.
—Más o menos, sí. —dijo Harry.
—Bueno, buenas noticias —dijo Hermione amablemente—, no son los primeros tipos de la historia que dicen algo que no querían decir. Es desagradable, pero sospecho que los dos saldrán indemnes.
—Espero que tengas razón —dijo Harry—. Podría ir a volar, tal vez pasar a ver a Hagrid, si quieres acompañarme, Ron.
—Por supuesto —respondió Ron, besó a Hermione y se puso de pie—. Vamos a buscar nuestras capas, entonces.
Draco evitó a Harry esa noche en la cena y esa noche en la sala común. Se mantuvo cerca de Pansy y Greg y Harry no pudo evitar sentir que las cosas estaban retrocediendo.
—El único estudiante con más orgullo que tú, Harry, es Draco Malfoy —le recordó Hermione, entregándole una taza de té mientras se sentaban—. Sólo dale un poco de tiempo.
—Lo sé, lo sé —dijo Harry—, hablaré con él esta noche, si me deja. Oye, estaba pensando en hacer algunas insignias o algo para mi equipo de Quidditch. ¿Conoces algún encantamiento que pueda usar en retazos de tela o algo así?
—Insignias —reflexionó Ron—, ¿tienes el logo del equipo resuelto, entonces?
—Apenas —dijo Harry—, ni siquiera un nombre de equipo, pero estaba pensando que sería bueno saber cómo completar el encantamiento para cuando lo hagamos. Darles un poco de sentido de unidad.
—Gran idea —dijo Ron—, llevémoslo a los otros entrenadores, tal vez elijamos los colores del equipo para no estar siempre discutiendo sobre quién encantará sus capas de qué color justo antes del partido. Podría ser un poco divertido.
Hermione fue a buscar en su habitación un libro de encantamientos que, según ella, podría tener un hechizo relevante, mientras Ron y Harry pensaban ociosamente en ideas de logotipos. A lo largo de la velada, Harry no pudo evitar consultar su reloj unos cientos de veces.
— ¿Necesitas saber la hora? —preguntó Ron— ¿Tienes algo planeado?
Harry se sonrojó, avergonzado, pero se lo quitó y se lo pasó para que lo inspeccionaran.
—Me lo regaló, no me lo hice ni nada —les aseguró Harry apresuradamente—, estoy tratando de no ser un acosador esta vez.
—Es una buena idea, amigo, pero sabes que está sentado al otro lado de la habitación, ¿verdad? —preguntó Ron— Como si pudiera verlo desde aquí, incluso.
Harry dejó caer la cabeza sobre sus brazos cruzados.
—Lo sé. Lo sé, estoy mal de la cabeza.
—Es un regalo muy considerado —reflexionó Hermione—, demuestra que sabe lo mucho que te preocupas. Sin embargo, trata de ser un poco más sutil, al respecto, Harry. Marcarlo así sólo llama la atención.
—Es sólo hoy —suspiró Harry—, creo que secretamente espero que me diga lo que siente.
—Si encuentras uno de esos, tráeme uno. —bromeó Ron.
—Oh, créeme, Ronald —afirmó Hermione—, nunca tendrás que adivinar lo que siento. He aprendido esa lección.
—Tienes razón —coincidió Ron rápidamente y entonces volvieron al asunto de las insignias y a charlar y casi fue suficiente para que Harry olvidara la sensación de hundimiento que sentía cada vez que pensaba en Draco.
Harry esperó a que el resto se durmiera antes de meterse en la cama de Draco y poner un escudo.
Draco estaba leyendo a la luz de su varita y no levantó la vista cuando Harry entró en el dosel. Harry se apoyó en el cabecero a su lado, con los antebrazos apoyados en las rodillas.
—No pensé que vendrías. —dijo Malfoy en voz baja.
—No soy un gran fan del tratamiento de silencio, personalmente —comentó Harry—, o de no estar cerca de ti, si te soy sincero.
Draco se sonrojó ligeramente ante el cumplido.
—Pensé en lo que dijiste —dijo Draco en voz baja, aún sin mirarlo—, y supongo que tienes razón. Ayudaría a las cosas si la gente no fuera gilipollas sin razón. Aunque el pelo de Clark sea realmente horrible, no quiero que nadie le eche mierda, ni por eso ni por nada.
—Le dije que te agradaba. —murmuró Harry con una media sonrisa.
— ¿Que hiciste qué? —exigió Draco.
—Oh, sólo estaba preocupado porque no crees que es genial.
—Tiene once años. —comentó Draco con confuso desdén.
—Sí, pero quiere ser un chico de once años muy guay. —rio Harry.
—Merlín, eres caritativo. —dijo Draco, dejando por fin su libro.
—Podría haber aguantado un poco más contigo hoy —replicó Harry—, no creo que lo que has dicho esté bien, pero no tenía que ponerme tan nervioso por ello, ni acusarte de no cambiar cuando sé que lo has hecho.
—Yo no... —Malfoy empezó, luego tragó, jugueteando con sus dedos— No quiero sentir que mi carácter está siempre bajo escrutinio. Al menos no contigo. Ya parece que todo el mundo me observa, esperando que me salga de la línea, que revele que soy tan imbécil e intolerante como mi padre. No quiero preocuparme de que tú también estés esperando eso. Porque probablemente la cague, un montón de veces, porque hay cosas que no sé y cosas que todavía estoy aprendiendo y cosas que simplemente nunca he considerado antes y fue… un golpe fuerte el que automáticamente pensaras eso.
—Oye —dijo Harry, rodeando con un brazo los hombros del otro chico y tirando de él, besando su sien—, lo siento, amor. Lo sé, mi comportamiento fue una auténtica mierda, y no debería haberlo hecho.
Draco se inclinó más, dejando caer su cabeza sobre el hombro de Harry.
—Siento haberte llamado imbécil mojigato.
—No estabas del todo equivocado —admitió Harry—. Sé que puedo ser un poco... así, a veces.
—Mm —murmuró Draco, enlazando sus dedos con los de Harry— menos mal que me tienes a mí para mantenerte humilde.
Harry rio y sacudió la cabeza, enderezando las piernas.
—Ven aquí. —ordenó. Draco se sentó rápidamente a horcajadas sobre su regazo, con los brazos alrededor de su cuello y las frentes apretadas. Harry sujetó las delgadas caderas de Draco, anclándolo, antes de inclinarse para unir sus labios, esperando poder comunicar de algún modo todo el maldito alivio y la alegría y el amor que aún no sabía cómo decir.
...
¡Gracias por leer!
