Disclaimer: Los personajes, lugares y hechizos, son propiedad de J.K Rowling, a menos de que se especifique lo contrario. No hay retribución monetaria con la traducción y publicación de esta historia.

Traducción autorizada de A Forward Path por umbrellaless22 en AO3


CAPÍTULO XLV


Harry se despertó a la mañana siguiente con la tenue luz del sol brillando a través de las cortinas grises. Estaba acurrucado alrededor de Draco y, Merlín, se sentía liberador despertarse con él en lugar de tener que escabullirse a su propia cama a primera hora de la mañana. Acercó a Draco y le besó detrás de la oreja. Draco refunfuñó sin palabras como respuesta, pero se echó hacia atrás, dejando que Harry lo abrazara.

Sólo entonces Harry vio los ojos anchos y saltones de Kreacher que lo miraban desde el lado de la cama.

—Joder —suspiró Harry, incorporándose. Se pasó una mano por el pelo despeinado—. Eh, buenos días, Kreacher.

Draco se despertó de golpe al oír eso.

—Potter, ¿por qué está tu elfo en el dormitorio? —exigió.

— ¿El amo y su amante necesitan desayunar?

Harry se encogió ante la palabra.

—Draco es mi novio —explicó, sonrojándose furiosamente y sintiéndose incómodo y tonto—, no mi... eh, amante.

— ¿El amo y su novio requieren el desayuno? —enmendó Kreacher.

—Huh —comentó Harry, más para sí mismo que para nadie— ¿No vas a despotricar sobre el comportamiento antinatural? Eso es... inesperado.

Kreacher le dirigió una mirada poco impresionada.

—Kreacher ha vivido muchos años. Los jóvenes amos siempre se meten en la cama de los demás. Es lo que hacen los humanos, a una edad. Kreacher siempre es discreto.

—Cierto —dijo Harry—, y agradezco tu continua discreción —no es que Harry sospechara que Kreacher tuviera a alguien a quien chismorrear, precisamente—, pero no creo que esto sea realmente una fase. Probablemente sea algo más... permanente.

—Potter, ¿de verdad estás explicando tu sexualidad a tu elfo doméstico ahora mismo? Espero de verdad que esto sea una pesadilla inspirada en el pastel de carne y riñones. —contribuyó Draco. Harry le dio un manotazo en el brazo. Draco se tapó la cabeza con las mantas.

—El desayuno estaría bien, gracias, Kreacher —intentó Harry sonreír—, y el té. Por favor.

— ¿El amo y su novio quieren desayunar en la cama?

Harry se encogió. Se le ocurrían pocas cosas menos románticas que Kreacher con su toga de paño de cocina sirviéndole alubias con tostadas en la pequeña y monótona habitación que parecía aún más desaliñada a la luz del día.

— ¡No! —exclamó, horrorizado— Quiero decir, no, gracias. Eh, bajaremos pronto. ¿Podrías cocinar algo para Clark también, por favor?

—El señorito Clark ya ha comido, y ha leído su extraño periódico mientras tomaba el té —le informó Kreacher—, maldita cosa muggle. Las fotos no se mueven en absoluto.

—Mierda —comentó Harry—, ¿lleva mucho tiempo despierto?

Kreacher asintió.

—Kreacher pensó que el chico preferiría que el amo se despertara. Es un inquieto.

—Ya veo —dijo Harry—. Bueno, dile que sólo tardaremos unos minutos.

—Habla por ti —gruñó Draco desde debajo de la colcha—. Voy a volver a dormir hasta que me olvide de todo este intercambio.

—Desde luego, amo. —dijo Kreacher, haciendo una reverencia y marchándose finalmente.

Harry se volvió a tumbar y se tapó la cara con una almohada.

—Maldito infierno. —gimió miserablemente.

Draco salió de debajo de las mantas y se dio la vuelta para quedar frente a él. Tiró de la almohada y Harry se la dejó.

— ¿Qué pasa, Potter? —inquirió, casi con amabilidad.

—No era así como quería que fuera nuestra primera noche. O nuestra primera mañana. —refunfuñó Harry.

Sintió el largo borde del dedo de Draco contra su mandíbula, girando el rostro de Harry hacia el suyo.

— ¿Parezco molesto? —preguntó Draco.

Harry estudió la cara de su novio. Las cejas rubias levantadas, esa nariz recta y aristocrática, esos pómulos tan afilados. Un lado de la boca de Draco estaba torcido hacia arriba. En todo caso, el chico estaba divertido.

—No. —aventuró Harry.

—Eso es porque no estoy molesto —extendió la mano y presionó la palma de su mano contra el pecho desnudo de Harry y besó su hombro—. Tenemos tiempo. Diablos, si me salgo con la mía, tendremos tantas noches y mañanas que te cansarás de mí, si tal cosa fuera posible -te aseguro que no lo es- y, además, tendremos esas noches y mañanas en un entorno mucho más agradable que éste. Sinceramente, Potter, si crees que no voy a hacer cambios drásticos en esta pésima decoración, te vas a llevar un susto. Es probable que tenga que quemarlo todo y empezar de nuevo. Es realmente tan malo. Ahora mismo, sin embargo, parece que tenemos un extraviado, y ese extraviado necesita algunos cuidados. Así que, ven a ducharte y luego nos ocuparemos del cachorro.


El cachorro, como era de imaginarse, estaba en la sala de estar, mirando por una ventana mugrienta.

—Tráenos un poco de té, Harry. —le indicó Draco.

Harry no discutió, sino que se dirigió a la cocina, donde Kreacher se afanaba en preparar un desayuno adecuado que olía sorprendentemente delicioso. Una bandeja de té estaba preparada con tazas de té de porcelana amarillenta y un juego de té de plata pulida. Kreacher realmente se esforzaba; Harry se sintió extrañamente conmovido. Tal vez el viejo elfo se sentía un poco solo.

—Gracias —dijo—, esto se ve encantador.

Kreacher se limitó a asentir, subiéndose a un taburete y vigilando los huevos.

Cuando volvió a la sala de estar, encontró a Draco sentado frente a Clark en un sillón de respaldo brocado, con una larga pierna cruzada sobre la otra. Llevaba una chaqueta de fumar verde botella sobre unos pantalones de lino, y tenía unas finas zapatillas de piel de dragón. Parecía sacado de una revista de yates. Sólo le faltaba una pipa.

Harry dejó la bandeja sobre la mesita.

— ¿Leche, cariño? —le preguntó a Draco.

Draco extendió una elegante mano para alcanzar una taza, la cual Harry le pasó obedientemente. Draco sorbió el té con desconfianza.

—No —decidió—, parece que tu elfo, al menos, tiene gusto.

Harry lo ignoró.

— ¿Clark?

—Leche y azúcar, por favor.

Harry preparó su té y el de Clark y le pasó una taza al más joven antes de tomar asiento en el otro extremo del sofá.

—Malfoy dijo que podíamos ir al Callejón Diagon. —estalló Clark, en cuanto Harry se sentó.

— ¿Lo dijo ahora? —preguntó Harry, levantando una ceja hacia Draco, quien daba un sorbo a su té, impermeable a la desaprobación de Harry.

—Si conseguimos hablar con mi madre, y si ella dice que está bien. —le aseguró Clark.

—Pasemos primero por nuestro té, y continuemos desde ahí.


Harry y Draco estaban fuera de la cabina telefónica esperando a que Clark hiciera la llamada. Ambos sabían antes de que saliera que no eran buenas noticias. O, más bien, que no era ninguna noticia.

—No hay respuesta —dijo Clark—, y el contestador está lleno.

—Oh, Clark. —dijo Harry. Extendió un brazo para rodear los hombros del chico, pero Tiering se apartó. Acurrucándose en sí mismo, el muchacho larguirucho se dirigió rápidamente a las pocas manzanas de vuelta al número 12.

Harry y Draco lo encontraron sentado en los fríos escalones de piedra unos minutos después, secándose la cara con las manos enfadadas y hechas puños. Para sorpresa de Harry, Draco no dudó. Simplemente se dejó caer al lado del chico.

—Imagino que tienes gente a la cual llamar por Flú, Harry —dijo—. Clark y yo estaremos bien aquí.


— ¿Clark Tiering? ¿En Grimmauld Place? —resonaron Ron y Hermione, casi al unísono.

—Lo sé —suspiró Harry, tratando de ignorar el enervante cosquilleo de las llamas esmeralda en las que estaba suspendida su cabeza—, y ahora no podemos localizar a su madre y a su hermano pequeño y no tengo teléfono, ni guía telefónica, y no sé qué hacer ni a quién llamar. Si llamo a los servicios muggles, no podrán encontrar mi casa, y si llamo a los servicios de los magos, quién sabe si podrán encontrar a su mamá.

—Debe haber algún tipo de cooperación en lo que respecta al bienestar infantil —reflexionó Hermione—. No puede ser el primer joven en esta situación. Déjame ir a preguntar a los Weasley.

— ¿Qué has ido a hacer ahora? —le preguntó Ron con una sonrisa amistosa— ¿Tú y Draco ya están formando una familia?

—Oh, cállate. —dijo Harry, cansado, pero se encontró reprimiendo una sonrisa. Había que admitir que era un poco ridículo.

—Tienes un niño necesitado, ¿verdad, Harry? —la señora Weasley entró en la habitación, y su cálida expresión ofreció a Harry un consuelo que no se había dado cuenta de que necesitaba.

—Me temo que sí. —confesó Harry.

— ¿Dónde está el pobre chico?

—Ha salido con... —Harry se detuvo justo a tiempo— Ha salido a tomar el aire. ¿Tiene alguna idea de lo que debo hacer? No sé cómo funcionan estas cosas.

—Por supuesto, querido, es una situación un poco complicada. Yo empezaría con el Ministerio de Bienestar Infantil —dijo Molly—. Ellos al menos deberían tener algunas ideas.


Y así fue como Harry y Clark acabaron en el Ministerio de Magia.

Draco se quedó atrás, alegando que no ayudaría en su caso, mientras que Harry y Clark viajaron juntos por Flú. A Clark le gustaba viajar por Flú tanto como a Harry, es decir, nada.

— ¿Por qué no podíamos hacer esa cosa ruidosa que hiciste anoche? —exigió, cuando recuperó el aliento dentro del vestíbulo principal.

—Acaban de restablecer la red Flú, las protecciones contra apariciones aún están activas. —explicó Harry.

Se acercaron a un joven mago de aspecto aburrido junto a una puerta. Clark seguía examinando la concurrida entrada con los ojos muy abiertos.

—Lo siento —dijo Harry—, ¿podría dirigirnos al Ministerio de Bienestar Infantil?

—Nivel 5: Departamento de Cooperación Internacional —bostezó el hombre—. Oiga, usted es-

— ¡Gracias! —Harry le cortó, agarrando firmemente a Clark por el bíceps y tirando de él hacia los ascensores del otro extremo del atrio.

— ¿Entonces no es sólo en la escuela? —Clark siseó— ¿La gente se pone así contigo dondequiera que vayas?

—Mm —coincidió Harry. Llegó un ascensor y acompañó a Clark hasta él. Había aviones de papel de colores pastel balanceándose sobre sus cabezas y una vieja bruja de rostro solemne con túnica del ministerio.

—Quinta planta, por favor. —dijo Harry.


La bruja de los servicios sociales que recibió a Harry y a Clark después de una hora de espera era una mujer menuda, de pelo fino y de mediana edad, con unas gafas de carey que colgaban de una cadena en el cuello. Les hizo un gesto para que entraran en un pequeño despacho repleto de pergaminos metidos en carpetas. Había dos sillas de madera frente a un escritorio, bueno, más bien una mesa, en la que había al menos siete u ocho tazas medio llenas de té frío.

Ella se las arregló para maniobrar hasta el lado más alejado del escritorio, estando precariamente cerca de derribar una pila de papeles particularmente alta.

—Ahora, ¿qué puedo hacer por usted, señor...?

—Potter. —dijo Harry.

La bruja parpadeó varias veces seguidas y luego se puso las gafas en la nariz.

—Oh. Oh, sí, por supuesto, señor Potter, es un placer conocerle. Soy Georgina Provincel, una trabajadora social de aquí. —extendió una mano y Harry la estrechó, indicando a Clark que se sentara.

—Este es Clark. —presentó Harry.

—Encantada de conocerte, Clark —repitió la bruja— ¿Qué puedo hacer por ustedes dos?

Harry hizo un breve resumen de su dilema.

—No estaba seguro de con quién contactar —concluyó—, siendo Clark un mago y su madre una muggle.

—Tenemos un puñado de enlaces muggles —respondió la señora Provincel—, ha venido al lugar correcto.

—Tiene a mi hermano —intervino Clark por primera vez—. O al menos espero que lo tenga. Sólo tiene cinco años, no estoy seguro de si es un mago o no. ¿Aún lo buscarán? ¿Aunque no lo sea?

—Buscaremos a su madre, y si no está con él, nos aseguraremos de hacer las derivaciones necesarias para la investigación. Tu madre tiene un historial de comportamiento errático, Clark, ¿es eso correcto?

—Se pone paranoica a veces —explicó Clark—, no sé exactamente lo que tiene, pero sé que se pone psicótica. No quiero decir que sea como todo el mundo dice, sino que realmente se pone así. Toma antipsicóticos y eso suele ayudar, pero a veces, cuando está estresada, se olvida. Yo la estreso. Probablemente, el hecho de que yo llegue a casa la estresa.

La señora Provincel le miró con dureza.

—Esto no es culpa tuya, querido. —le informó directamente.

—Tampoco es su culpa —murmuró Clark—. Ella no quiere estar así.

—Nadie está culpando a nadie —le aseguró la trabajadora del caso—, todos queremos saber dónde está. Ahora, tenemos algunas familias encantadoras que cuidan de los niños…

La mano de Clark se aferró a la manga de Harry, su cara era una tormenta de ira y ansiedad.

—No —se oyó Harry interrumpirla—, se quedará conmigo.

—Eso es muy generoso, señor Potter, pero me temo que las familias deben ser examinadas a fondo-

— ¿Qué necesita? ¿Una visita a domicilio? ¿Un testigo de carácter? Llame al Ministro de Magia, él responderá por mí.

—No dudo que nadie en este edificio respondería por usted, señor Potter, pero no es así como se hacen estas cosas. Si le ocurriera algo a Clark mientras está bajo su cuidado, eso sería culpa nuestra, sería nuestro fracaso por no habernos asegurado adecuadamente de que estuviera a salvo allí.

—Le juro que lo mantendré a salvo. —dijo Harry, tratando de evitar que su ira subiera como la bilis, para no agarrar la mano de Clark y salir corriendo.

—Estoy seguro de que lo haría —dijo amablemente la señora Provincel, alisando distraídamente algunos cabellos encrespados—, pero las promesas son sólo promesas.

—Quiero decir que haré un juramento inquebrantable —aclaró Harry—, de cuidarlo hasta que su madre pueda. Que no le ocurrirá ningún daño bajo mi cuidado.

Eso la hizo callar. Lo miró muy seriamente.

—Soy su entrenador de Quidditch —dijo Harry—, se siente seguro conmigo. ¿Por qué lo enviaría con extraños? Me preocupo por él y estoy dispuesto a acogerlo, y, lo que es más, estoy dispuesto a jurarlo.

La señora Provincel apretó la mandíbula y lo examinó durante un largo momento.

— ¿Puedo tener un momento a solas con Clark, por favor, señor Potter?

—Por supuesto. —Harry salió a grandes zancadas de la habitación.

Se paseó por la sala de espera, rodeado de niños peleones y padres hostigados, que por suerte estaban demasiado metidos en sus propios problemas personales como para reconocerlo. Probablemente también ayudó el hecho de que aquel era un lugar poco probable para él. Otra bruja del ministerio pasó por el despacho de la señora Provincel y fue llamada a entrar. La puerta se cerró tras ella. Unos minutos más tarde se fue, y luego, unos minutos más tarde, reapareció con Kingsley Shacklebolt.

— ¡Harry! —dijo Shacklebolt, y Harry se encontró envuelto en un cálido y tranquilizador abrazo.

—Hola, ministro. —dijo, devolviendo el abrazo. Todos los que estaban en la sala de espera y que lo habían ignorado antes, ciertamente no lo estaban ignorando ahora.

—Oh, creo que puedes permitirte el lujo de saltarte las formalidades, Harry… —parecía que iba a decir algo más, pero entonces, al notar los ojos sobre ellos, indicó a Harry que se dirigiera al despacho de la señora Provincel. Kingsley llamó a la puerta enérgicamente una vez, y luego entraron.

—Hola, joven. —dijo el ministro al ver a Clark. Le tendió la mano.

Clark levantó la vista de su silla sin inmutarse, pero no obstante estrechó la mano del hombre.

—Clark, este es Kingsley Shacklebolt, es el Ministro de Magia. Algo así como nuestro primer ministro.

—Oh —dijo Clark— Espero que no haya estado involucrado en el lío de esta mañana. Lo vi en el periódico muggle. Más de cien soldados muertos por un ataque aéreo, ¿lo sabía?

—Clark es... un poco radical. —explicó Harry, pellizcándose el puente de la nariz.

—Mejor que ser un lameculos. —replicó Clark con una mirada. Harry se encontró apoyando las palmas de las manos en los hombros de Clark.

—Estoy seguro de que tienes razón, Clark —dijo Harry—, y ciertamente es una conversación que podemos seguir. Más tarde.

—Bueno —ofreció Shacklebolt—, me alegra decir que no, ciertamente no estábamos involucrados. No me apetece llevar a la Gran Bretaña mágica a más guerras ahora mismo.

Hubo un momento de incomodidad.

—Entonces —dijo Kingsley, por fin—, Harry. Tengo entendido que quieres asumir la tutela de Clark hasta que podamos encontrar a su madre.

—Así es. —afirmó Harry.

— ¿Y estás dispuesto a jurar velar por su seguridad mediante un juramento inquebrantable?

—En la medida en que sea razonablemente capaz. —aceptó Harry.

— ¿Señorita Provincel? —el ministro aplazó la pregunta.

—Es inusual —dijo ella—, pero no carece de precedentes. He hablado con Clark a solas y no tengo motivos para dudar de las intenciones o capacidades del señor Potter.

—Entonces, lo único que queda —declaró el ministro—, es que yo haga el hechizo.


— ¿Y bien? —preguntó Draco, cuando Harry y Clark salieron a toda prisa de la chimenea de la sala de estar.

—Bueno —Harry sacudió la cabeza, todavía un poco aturdido—. Vamos al callejón Diagon.


...


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