CAPÍTULO 1
Miles Shortman levantó a su hijo en brazos y lo abrazó firme pero gentilmente y antes de bajarlo Stella besó con cariño las mejillas del pequeño.
—Obedece a tus abuelos —dijo Miles.
El niño asintió, ya estaba de pie en el suelo, pero se aferraba con una de sus manitas, al pantalón de su padre y las lágrimas comenzaban a inundar sus ojos.
—¡Oh, cariño! —su madre se arrodillo frente a él y tomó su carita entre sus manos. Eran unas manos suaves y cálidas, el pequeño Arnold, cerró sus ojos ante su tacto y sintió como gentilmente limpiaba las lágrimas que ya habían escapado —No te pongas triste, cariño, regresaremos muy pronto —volvió a besar sus mejillas y luego lo alzó para entregarlo a los brazos del abuelo.
—Así es, hombrecito. No hay porque ponerse así —dijo el anciano a su nieto —Ahora ustedes váyanse, que se está haciendo tarde —dijo a su hijo y a su nuera.
Ambos asintieron y después de despedirse una vez más, subieron al carruaje.
—Vamos, pequeñín —dijo la abuela —. Agita fuerte la mano y grita ¡Adiós! ¡Adiós!
Arnold así lo hizo, agitó la mano y gritó, hasta que el carruaje, bajo una ligera lluvia veraniega, se alejó tanto que ya no pudo verlo.
Las rugosas manos de sus abuelos tomaban con fuerza las manos del pequeño Arnold.
La lluvia que había sido constante en los últimos días, había cesado. El clima era cálido y el sol brillaba con fuerza en lo alto, pero al pequeño le daba igual lo que pasará a su alrededor y no comprendía mucho de lo que estaba pasando... Lo único que sabía es que sus padres ya no regresarían con él, iban a quedarse allí, en ese lugar llamado cementerio.
—Es hora de irnos —dijo Phil, con voz apagada. Estaban a punto de cubrir las tumbas; su hijo y su nuera estaban siendo enterrados juntos, tal como lo hubieran querido; pero él no quería que su nieto presenciara eso o tal vez era él quien no quería ver. Además, tampoco soportaba las murmuraciones y miradas de lástima de los presentes.
—Si, vámonos —concordó Gertie, tratando de sonreír, aunque no era fácil. Sus hijos se habían ido tan pronto y con ellos se llevaban la vida feliz que su pequeño Arnold conocía hasta entonces, por eso sin importar lo que tuvieran que hacer, ella y Phil se encargarían de devolverle la felicidad a su nieto y jamás soltarían esa mano…
—Abuela, no quiero irme.
Gertie miró fijamente a su nieto. Casi diez años habían pasado desde las muertes de Miles y Stella, y Arnold ya era un jovencito de trece años. Probablemente no era tan feliz como lo hubiese sido si sus padres vivieran, pero tenía que reconocer que lo habían hecho bien hasta el momento y debían de seguir haciéndolo, por eso...
—Eso no está a discusión, jovencito. Así que termina de empacar tus cosas.
—Pero no quiero irme, dejando al abuelo enfermo, quiero ayudarte a cuidar de él.
—Tu abuelo está bien atendido, no tienes porqué preocuparte. Lo mejor que puedes hacer es ir a la casa de descanso y preparar todo para que en cuanto tu abuelo tenga permiso de viajar podamos ir allá y él termine de recuperarse.
Arnold hizo una mueca y suspiró, pero terminó por asentir y empacar lo que le hacía falta.
—Quiero despedirme del abuelo —dijo él, cuando uno de los sirvientes llegó para llevarse su equipaje.
Gertie negó con la cabeza, suavemente.
—Lo mejor es que lo dejemos descansar, son las órdenes del doctor, así se recuperará más pronto. Ahora, vamos, el carruaje está listo.
—Pórtate muy bien y no descuides tus estudios, ¿de acuerdo? —le dijo a Arnold, quien ya estaba dentro del carruaje.
—De acuerdo, abuela... Los estaré esperando.
El carruaje se marchó, mientras Gerti lo miró en todo momento conteniendo las lágrimas.
—Ya se fue —preguntó Phil con debilidad, cuando en medio de su febril debilidad sintió la presencia de su esposa.
—Sí —respondió desde su lugar al lado de la cama en la que estaba su esposo.
—Debiste ir...tú también...
—Ya nos reuniremos con él, cuando estés mejor —limpió el sudor que perlaba la frente de su esposo.
Tantos años juntos y su amor no se había extinguido, seguía amándole como cuando eran apenas unos críos y él aún no correspondía a sus sentimientos. Pero no fue ese amor quien la hizo elegir quedarse con él y dejar ir solo a su nieto, fue sentir que la enfermedad se había apoderado también de ella y que su deber era mantener a salvo a Arnold...
No quería estar en ese internado, pero lo habían decidido por él. Sus abuelos ya no estaban, fueron víctimas, al igual que muchas personas más, de una devastadora enfermedad que azotó la región en que vivían, por eso su abuela lo mandó lejos para ponerlo a salvo, pero, a decir verdad, él hubiera preferido quedarse, así tal vez hubiera compartido el mismo destino que sus abuelos y no estaría solo en el mundo.
Apretó los puños, sobre sus rodillas, arrugando la tela de su pantalón. Ni siquiera se pudo despedir de su abuelo, las lágrimas formaron un nudo en su garganta.
—Hola.
Arnold escuchó la voz de un compañero, pero no levantó la vista, solo veía sus pies.
—Creo que no me escuchaste... Hola.
De nuevo no contestó. No estaba interesado en socializar con nadie, por eso era que se aislaba de sus compañeros y en realidad de cualquier persona.
El otro joven se sentó a su lado.
—Soy Gerald Johanssen... —le extendió la mano y fue en ese momento que Arnold le miró —Mucho gusto ¿Vas a dejarme con la mano extendida? —de mala gana Arnold estrechó su mano —Lo ves, no fue tan difícil... Te apuesto a que nos llevaremos bien.
Arnold lo miró con incredulidad, pero no dijo nada, si ese chico quería creer eso, pues podía hacerlo, no estaba de humor para discutir.
Quince años después...
A Arnold Shortman esos bailes de la alta sociedad no le agradaban. Eran demasiado formales, demasiado pomposos y había demasiadas jóvenes en edad casadera persiguiéndolo. Aunque tal vez debía resignarse a que así era como tenía que ser, después de todo era el único heredero de su familia y tristemente también el único miembro que quedaba ya, así que paradójicamente, aunque le molestaba ser 'cazado' durante las reuniones, iba a ellas precisamente por eso. Con 28 años cumplidos aún seguía soltero, mejor dicho, solo y esperando encontrar a la indicada, pero eso no había pasado, hasta esa noche...
Se había escabullido de sus perseguidoras más audaces y había terminado caminando en el solitario jardín y fue allí donde la vio, rodeada de las florecientes rosas. Su cabellera rubia brillaba aun con la poca luz que llegaba del cielo nocturno, al igual que sus bellos ojos azules, unos bellos ojos que miraban de tal manera y con tal intensidad a la luna que Arnold le tuvo envidia y de la nada le surgió en el deseo de ser él a quien ella mirara de esa forma.
Lentamente dio un paso hacia ella, temiendo hacer incluso el más pequeño ruido y romper así ese mágico momento, pero tenía que acercarse a ella, necesitaba conocer su nombre y su identidad.
Dio un paso más y luego otro, la distancia cada vez se hacía más corta y sus ansias crecían, pero a pesar de su sigilo ella pareció percatarse de su presencia, lo miro sorprendida por un breve instante y luego dejó el lugar con una ágil carrera, igual que el ciervo huye al percatarse de una amenaza.
En medio de su desilusión Arnold regresó a la fiesta, dispuesto a buscar a la joven que lo había cautivado, sin embargo, para su pesar no la encontró...
¿Sería acaso que tendría que iniciar una búsqueda como aquella que narraba ese famoso cuento de hadas que escuchó de niño en la confortable voz de su querida abuela? Pero es que eso era más imposible porque ella no había dejado ninguna pertenencia en su huida, muy al contrario, se había llevado consigo el corazón de él...
...Pero estaba decidido y sin importar lo que tuviera que hacer la encontraría, incluso estaba dispuesto a recorrer cada rincón de Inglaterra si era necesario, todo fuera por volverla a ver y cortejarla hasta lograr que ella lo mirara como miraba a la lejana luna.
Arnold miró molesto, desde su silla y con los brazos cruzados, a su amigo que estaba riendo a carcajadas.
—No esperaba divertirte tanto con mi relato, Gerald.
—Lo siento… —a pesar de sus disculpas no dejo de reír —Espera un momento —rió un poco más hasta que con un suspiro cesó sus carcajadas y miró a su amigo, quien seguía con cara de pocos amigos —. Perdón, pero es que estás siendo muy melodramático.
—No estoy siendo melodramático. Ella es la mujer de mi vida, te lo aseguro...
—No es la primera vez que me aseguras algo así, he escuchado esa afirmación desde que éramos casi unos niños.
—Bien, lo admito. Tal vez a veces he exagerado antes, pero esta vez es la verdad. Es amor a primera vista y juró por mi vida que voy a encontrarla, aunque tenga que voltear a Inglaterra de cabeza.
Gerald volvió a soltar una carcajada y es que su amigo podía llegar a ser sobradamente intenso y en verdad pudo imaginarlo revisando con lupa hasta el más abandonado y polvoriento rincón del país.
—Perdón —dijo en cuanto pudo volver a hablar y tuvo que usar todo su autocontrol para contener su risa porque la cara de indignación de su amigo no tenía precio —. Y para que me perdones te diré algo que evitará que tengas que recorrer toda Inglaterra.
—¿En serio? ¿Qué cosa?
—Estoy seguro que sé quién es tu doncella encantada. Quita esa cara de sorpresa o me harás reír de nueva cuenta.
—De acuerdo, pero habla ya ¿Estás seguro? ¿Cómo puedes estarlo? ¿Cómo se llama? ¿Dónde puedo encontrarla?
—¡Hey hey hey! Déjame responderte, ¿de acuerdo? —esperó a que su amigo asintiera —Si, estoy seguro de que sé de quién se trata. Sabes que conozco a casi todos los miembros de la alta sociedad, por no decir que, a todos, y la descripción tan detallada y romántica que hiciste encaja a la perfección con la de una señorita que conocí y que hace poco se mudó aquí junto con su familia después de estar un tiempo en el extranjero. El encuentro del que te hablo se dio en el desayuno que organizó Lady Arrington, encuentro al que por cierto te negaste a asistir, si lo hubieras hecho sabrías de quien se trata, al igual que yo. Ya ves que tu negación a presentarte en los eventos sociales no te deja nada bueno...
—Después continúas sermoneándome todo lo que quieras, pero ahora por favor podrías decirme lo que quiero saber.
—De acuerdo. Primero te diré el nombre de su padre —levantó la mano para frenar la protesta que estaba por lanzar su amigo y continuó —cuando lo escuches sabrás de inmediato dónde encontrarla. Ella es hija de Bob Pataki.
Su amigo tenía razón, Arnold supo de inmediato el lugar al que debía ir a buscarla, ahora solo necesitaba una cosa más.
—¿Cuál es su nombre?
—Debería hacerte sufrir un poco más, pero está bien, voy a decírtelo ya... Su nombre es Hilda.
FIN CAPÍTULO 1
Aquí estoy ^^ cumpliendo lo prometido. Comienzo a resubir este fic ;) En principio los cambios son mínimos, las modificaciones más importantes ya vendrán después, espero que les gusten y disfruten su lectura.
Nos vemos pronto por aquí.
