CAPÍTULO 3
Helga miró de reojo a su alrededor, mientras pulía la madera del enorme cuadro que adornaba aquel pasillo. Las demás jóvenes que vivían en la residencia hacían sus propios quehaceres, pero a diferencia de ella, las otras se esmeraban, parecían buscar la aceptación de Lady Wellington.
Esa mujer de rancio abolengo y expresión adusta era más que admirada en la sociedad por llevar de manera exitosa aquella residencia para jovencitas en la que supone debía prepararlas para brillar en sociedad, pero no había nada más alejado de la realidad... Allí solo se les obligaba a llevar a cabo labores domésticas, recibir castigos disciplinarios y a inflar el ego de lady Wellington, quien disfrutaba de humillar y de poner en contra a todas sus pupilas entre sí. En ese lugar no había amistades, la rivalidad y la traición era el pan de cada día, al grado que cualquier cosa que hicieras o dijeras podría ser usado en tu contra.
Helga llegó allí cuando solo tenía 13 años y ya estaba cerca de los 19, era la que más antigüedad tenía en ese lugar y tal y como lo veía, no saldría de allí en mucho tiempo, lo cual era una verdadera pesadilla. Su única opción, y eso era algo que siempre supo, era obtener ella misma su libertad.
Suspiró pesadamente...
Hacer eso se había vuelto en verdad algo difícil, ya lo había intentado un par de veces pero como a Lady Wellington no le convenía ningún escándalo que hiciera que se difundiera en el exterior la realidad que se vivía allí adentro, aquella casa estaba extremadamente bien vigilada, así que la atraparon sin problemas y lo único que consiguió fue ser castigada, cada vez más severamente que la otra y sobra decir que la vigilancia sobre ella había aumentado, casi extinguiendo todas sus posibilidades de escape.
Sonrió para sí misma...
Ese «casi» aun le daba esperanzas, solo tenía que planear mejor su fuga y esperar la oportunidad correcta.
—Pataki —Lady Wellington apareció ante ella, con su rígida postura y su cabello oscuro perfectamente peinado en un moño —, te buscan.
Mientras caminaba tras Lady Wellington, Helga se preguntaba quién sería. Ella no recibía visitas de su familia, desde que la abandonaron allí no habían ido a buscarla, así que se preguntaba quién era y que era lo que había pasado.
Al entrar al salón en el que recibían a las visitas, se quedó sorprendida al encontrarse con su madre.
—Es bueno verte, Helga —todos en esa habitación sabían de sobra que aquello era una mentira.
—Lo mismo digo, madre —y eso tampoco era cierto, pero nadie lo puso en evidencia.
—Con su permiso, me retiro para que puedan hablar.
—Gracias, Lady Wellington —dijo la señora Pataki, la anfitriona ofreció una leve reverencia y se retiró.
—¿Y? ¿Qué quieres de mí, madre?
—Si, tienes razón. No hace falta que finjamos que esta es una visita social por gusto, así que iré al grano... Estoy aquí por tu hermana, por Hilda —Miriam, quien hasta ese momento estaba de pie, tomó asiento en uno de los ostentosos sillones. Helga continúo de pie, mirándola con el ceño fruncido.
—¿Hilda? ¿Qué le pasó? —la preocupación que invadió su rostro fue sincera, si había alguien que le importara era su hermana, porque a pesar de la oposición de su madre, ambas fueron muy unidas.
—Verás, hace poco se comprometió con un excelente partido y en poco tiempo será su boda, solo que... —Helga pudo notar como la mirada distante y altanera que su madre le había dirigido hasta ese momento, se transformaba, se cargaba de algo que ella había visto muchas veces ya, era enojo, tal vez incluso odio —parece que al final tu mala influencia alcanzó a mi querida Hilda —sí, Miriam había terminado por convencerse de que solo hubo una culpable de lo que había ocurrido y se trataba de su otra hija.
—¿Y qué pude haber hecho yo, madre, encerrada en este lugar y tan alejada de ella? —la encaró sin miedo.
—Cuando estuvieron juntas le llenaste la cabeza de tontos romanticismos e ideales absurdos de libertinaje.
—Solo le contaba historias... —cuentos que leía, poemas que transformaba en novelas románticas, juegos de niñas únicamente.
Miriam se levantó de un salto.
—¡Y esas historias le dieron la estúpida idea de que podía tirar todo por la borda! ¡Qué podía escaparse con un poetilla mediocre y dejar plantado a un hombre tan respetado y poderoso como el señor Shortman! ¡Ahora nuestro buen nombre estará en entre dicho!
Helga se quedó un poco en shock por lo que había acabado de escuchar, pero rápidamente se repuso.
—¿Y para reclamarme eso es que has venido hasta aquí? —Hilda por fin se había liberado del yugo de su madre y eso a Helga le alegraba y mucho.
El estallido de ira de su madre se esfumó igual que como había aparecido y está regresó a su asiento, y recobró la postura, al igual que su fría mirada.
—No, vine por ti porque tú tomarás el lugar de tu hermana.
—¡Qué tontería! ¡¿Qué te hace pensar que algo así pasará?!
—No tienes opción y será mejor que no nos fuerces a tu padre y a mí a obligarte.
Helga no se acobardó, después de todo lo peor que le podían hacer, ya lo habían hecho, ya la habían encerrado en ese lugar.
—¡Es una locura lo que pretenden! ¿Y acaso ese tipo está de acuerdo en aceptarme a mí en lugar de Hilda?
—Claro que no, pero a fin de cuentas eso importa en absoluto porque el señor Shortman no sabrá que tu hermana y tu son personas diferentes.
Si Helga hubiera podido verse a sí misma, seguramente se hubiera reído de su expresión sorprendida y desencajada. Simplemente no podía creer lo que acababa de escuchar. La voz de su madre se hizo distante y no entendía lo que le decía, pero suponía que eran las razones por las que debía prestarse a semejante locura. Estaba a punto de negarse rotundamente, cuando una idea la golpeó como un rayo... No podía escaparse de esa residencia tan bien custodiada, pero podría hacerlo de la casa de sus padres, después de todo Hilda que era menos avispada que ella, ya lo había hecho.
Sí, eso haría. Dejaría que la sacaran de allí y luego se esfumaría.
Respiró hondo...
... Esta tendría que ser una de las mejores actuaciones de su vida...
Dejó caer sus hombros y agachó la cabeza.
—No tengo opción, ¿cierto, madre?
Miriam sonrió, satisfecha con su victoria.
—No, no la tienes. Ahora dispondré todo para que salgas de aquí.
Helga solo asintió, aparentando docilidad, mientras se mordía el labio para evitar sonreír triunfante.
De no haber sido necesario, Miriam no le hubiera dirigido la palabra a Helga durante todo el trayecto a la propiedad que tenían en el campo, pero tuvo que hacerlo. Tuvo que ponerla al tanto de la situación lo más que pudiera.
Le habló todo lo que sabía sobre el señor Shortman y sobre lo que ella sabía acerca de la relación de Hilda y él.
Deseaba que Helga hiciera bien las cosas, aunque sinceramente no esperaba mucho de ella.
Siempre tuvo problemas con ella, desde que nació fue una carga, siempre mostrando rebeldía, metiéndose en problemas y arrastrando a Hilda con ella. Fue un alivio cuando su esposo aceptó ingresarla en el instituto de Lady Wellington, ella tenía la mano dura que Helga necesitaba y eso acababa de quedar demostrado, cuando aceptó tomar el lugar de su hermana. Al fin alguien había podido doblegar su carácter rebelde y voluntarioso.
Helga escuchó en silencio cada una de las palabras de su madre, no porque estuviera interesada en ellas, sino porque suponía que fingiendo mostrar buena disposición sería más fácil llevar a cabo su escape. Así pues, fue que supo que el tal Shortman era un próspero hombre de negocios, cerca de sus 30's, único heredero de la fortuna familiar, espléndido con sus regalos... En fin, ante ella se dibujó la imagen de un adinerado y petulante, que lo más seguro es que creyera que con su dinero podía poseer cualquier cosa. Después de todo no creía que él fuera diferente de las demás personas de la alta sociedad.
Fue hasta que estuvo sola en su habitación cuando al fin pudo relajarse después de mucho tiempo.
Estaban en ese lugar y no en la residencia oficial de los Pataki en la ciudad, pretextando que Hilda había sucumbido al estrés de la boda y había enfermado, era así que planeaban mantenerla alejada del tal Shortman para evitar que este se diera cuenta del cambio, y la mantendrían allí hasta el día de la boda o tanto como pudieran. Al menos ese era el plan de sus padres. El suyo era irse tan pronto como pudiera.
Desde la cama, miró a su alrededor preguntándose cómo estaría su querida hermana. Siempre fueron unidas a pesar de lo mucho que se esforzaba su madre porque no fuera así, bueno, al menos así fue hasta que sus padres decidieron recluirla en aquel espantoso lugar.
Le hubiera gustado verla de nuevo, pero eso no pudo ser y ahora solo esperaba que ella estuviera bien, que hubiera encontrado su felicidad, porque ella pronto haría lo mismo...pronto sería libre y quien sabe, tal vez el lazo que las unía haría que sus caminos se cruzaran en un futuro no muy lejano.
Había pasado su primera noche fuera de su prisión y se sentía bien. Tomó su primer baño caliente en mucho tiempo y durmió en una cómoda cama en la que pudo permanecer hasta varias horas después de que el sol salió, cuando antes tenía que levantarse antes de que este se asomara.
Era algo agradable, pero sabía que estaría mejor en cuanto lograra su total libertad.
Inhaló profundamente al bajar el último escalón, llenando sus pulmones con los deliciosos aromas que llegaban desde la cocina y su estómago rugió. La noche anterior ya había saciado su apetito gustosamente, su madre la miró molesta todo el tiempo, pero no llegó a regañarla, porque a los ojos de todos, incluso de la servidumbre, ella era Hilda y a Hilda nunca la regañaba.
Así que, aprovechándose de eso, esa mañana planeaba hacer lo mismo, comería hasta ya no poder más, se desquitaría por estos últimos años de comidas insípidas y raciones ridículamente pequeñas en la residencia. Solo esperaba no terminar enfermando y aunque así fuera, valdría totalmente la pena, pensó sonriendo de lado.
—Buenos días, señorita. Serviremos el desayuno en el jardín.
—Gracias.
Mientras esperaba el desayuno, Helga tarareaba una melodía y observaba las flores.
—Buenos días.
El saludo hecho por una voz masculina hizo que Helga se girara de inmediato hacia el lugar del que provino. Se trataba de un hombre que, por supuesto ella no conocía pero que parecía muy feliz de verla, o tal vez estaba feliz de ver a quien creía era Hilda, intuyó ella.
—Buenos días —respondió Helga.
—¿Cómo está? Espero que se sienta mejor —Helga se limitó a asentir, mientras lo veía con desconcierto —. Desearía haber venido antes, pero se me informó de lo que le ocurrió hasta que regresé del viaje en el que estaba...
—¡Buenos días!
Miriam apareció en ese momento, parecía un tanto agitada y Helga se preguntó divertida si acaso habría corrido hasta allí.
—Señora Pataki —el hombre fue ahora hasta donde estaba su madre y la saludó con el típico y caballeroso beso en la mano —. Por la expresión de ambas, supongo que debí preguntar antes si podían recibirme.
Helga vio como su madre se recomponía como mágicamente y soltaba una risita, esa que solía hacer cuando buscaba restarle importancia a algo.
—Tonterías, por supuesto que eso no era necesario, sabe que siempre será bienvenido, señor Shortman.
¿Shortman? ¿Así que ese era el prometido, mejor dicho, ex prometido de su hermana? Ahora entendía por qué la rapidez de su madre por aparecer.
Lo miró con atención mientras él hablaba con su madre, era diferente a como se lo había imaginado, en principio no lucía tan mayor como había pensado y tenía un gesto amable muy natural, no como el de la mayoría de las personas que conocía, que parecían haber obtenido ese gesto después de muchas horas de práctica frente al espejo y solo para mantener las apariencias.
El señor Shortman se quedó a desayunar con ellas y eso impidió que Helga llevara a cabo su plan de devorar toda la comida que tuviera en frente, y es que, lidiar con las miradas de advertencia y de molestia de su madre era fácil, pero estar bajo la atenta mirada de su invitado era muy diferente, la ponía nerviosa, ningún hombre le había puesto tanta atención antes.
—¿Puedo hablar a solas con usted? —le preguntó Arnold a su prometida al terminar de desayunar, necesitaba conversar con ella un poco.
—Creo que es mejor que mi hija vaya a descansar, ya sabe, no se ha encontrado muy bien últimamente… —se apresuró a decir Miriam.
—Pero yo no estoy cansada —su madre la miró de manera asesina por decir eso, pero Helga mantuvo una expresión inocente, igual a la que su hermana hubiera hecho —. Creo que podemos hablar sin problemas.
Miriam no tuvo más remedio que controlarse y tragarse las palabras de regaño que deseaba decir, pero ya las diría más tarde.
—Si mi hija así lo quiere, entonces yo me retiro. Con su permiso —le lanzó una fugaz mirada de advertencia a su hija, antes de marcharse.
—Le agradezco que haya aceptado hablar conmigo.
—No tiene nada que agradecer, pero dígame, ¿sobre qué quiere hablar?
—Quiero disculparme.
—¿Ah sí? ¿Y por qué?
—Por haber insistido en que la boda fuera lo más pronto posible, si no lo hubiera hecho así, usted no se hubiera sentido tan presionada con los preparativos… —a pesar de que ella se veía relajada en esos momentos, él notó que lucía más delgada con los pómulos marcados y el rastro de su cansancio bajo los ojos, señal de que no lo había estado pasando bien.
A Helga le parecía que realmente estaba preocupado y arrepentido, o al menos eso aparentaba.
—Por eso —continuó él —he pensado que lo mejor es aplazar la boda.
Ella miró fugazmente hacia la casa, estaba segura de que su madre estaba muy cerca, escuchándolos. Podría hacerla enojar, diciendo que estaba de acuerdo con la sugerencia o podía aprovechar y convencer a su madre de que ella estaba dispuesta a cooperar y así lograr que se confiara, y hacer más fácil su huida.
Arnold, por su parte, contenía la respiración. Tomar la decisión proponerle a ella postergar la boda fue muy difícil, pero como era por el bien de ella, él acataría su decisión.
—No creo que sea necesario —dijo después de unos segundos.
—¿Está segura? —Arnold casi suspira con alivio.
—Si, estar aquí me está ayudando mucho y pienso que estaré completamente recuperada para cuando llegue el día de la boda.
—En verdad, no tiene idea de lo mucho que me alegra y me tranquiliza oír eso.
Ella le sonrió, sintiéndose un poco mal por entrar al juego de sus padres y darle esperanzas a aquel hombre, quien ignoraba completamente que ya no tenía prometida y que, por supuesto, no habría ninguna boda.
—¿Hay otra cosa sobre la que quiera hablar?
—A decir verdad, desearía seguir hablando con usted sobre cualquier cosa, solo para oír su voz, pero creo que es mejor que me retire y la deje descansar —se levantó de su silla y la ayudó a ella a hacer lo mismo, para después dirigirse al interior de la casa.
—¡Ah! ¿Ya terminaron de hablar? —preguntó Miriam casualmente en cuanto ellos cruzaron la puerta, así que Helga supo que tal y como lo pensó, su madre estuvo escuchándolos.
—Sí —contestó Arnold —y yo me retiro, pero espero si ustedes me lo permiten volverlas a visitar mañana.
—¡Oh!...pero no es necesario... —dijo Miriam, pensando en que lo mejor es que él se mantuviera alejado de ellas —es decir, usted debe de estar demasiado ocupado como para estar viajando desde la ciudad hasta aquí...
—No se preocupe por eso, no tengo que volver a la ciudad, tengo una residencia aquí.
—No sabía que usted fuera dueño de una propiedad aquí —dijo Miriam.
Arnold sonrió.
—Ahora lo soy —dirigió su mirada hacia Helga —. Acabo de comprarla, me gusta estar cerca de aquello que me importa.
Helga se dejó caer pesadamente en su cama. Estaba harta, si bien su madre no la regañó por aceptar hablar a solas con el prometido de su hermana, no la dejó tranquila en todo el día, insistiendo en la importancia de que no se equivocara al interpretar el papel de Hilda. Si su madre no se relajaba y se apartaba de ella, sería difícil hacer los preparativos para su huida.
¡Rayos! ¿Por qué tuvo que aparecer ese hombre?
«Me gusta estar cerca de aquello que me importa»
¡Bah! ¡Qué patético que haya dicho eso para impresionarla! ¡Y ni siquiera logró hacerlo! Tampoco lo consiguió con aquello de las disculpas y la postergación de la boda.
Si, debía reconocer que le habían salido bastante bien los numeritos, en un principio hasta le creyó, pero en la 'alta sociedad' todo el mundo fingía, todos eran falsos y obviamente el tal Shortman no iba a ser la excepción.
Al día siguiente...
—Ha sido muy amable al invitarnos a su casa —Miriam dijo y al mismo tiempo miraba a su alrededor. En cuanto supo que la nueva casa de su futuro yerno, era la casa más elegante y grande de la zona y a la que jamás fue invitada, quiso ir y él, inmediatamente las llevó.
—Es un placer para mi tenerlas como invitadas... ¿Qué le parece? —se dirigió hacia su prometida.
—Es una casa muy bella.
—¿Le gusta entonces?
—¡Claro que le gusta! —respondió su madre por ella —El terreno también es grande, ¿cierto? Al menos eso he escuchado, ¿por qué no lo recorremos un poco?
Miriam quería saciar su curiosidad y ver si era cierto lo que se decía de esa propiedad o solo se exageraba y comenzó a caminar rumbo a la salida para inspeccionar los alrededores.
—Creo que sí —contestó Arnold, aunque no estaba seguro de ser escuchado por su futura suegra —, sinceramente no he tenido tiempo de recorrerlo —añadió, aun así.
—¿Qué clase de persona compra una propiedad sin revisarla primero? —la pregunta salió de los labios de Helga sin que esta se lo propusiera.
—Una a la que le gusta estar cerca de lo que le importa, ya se lo dije ayer —él estaba muy satisfecho con su respuesta hasta que la vio voltear los ojos con fastidio antes de seguir los pasos de su madre.
¿En verdad ella había hecho eso? Se preguntaba un perplejo Arnold.
—¿Se siente usted bien como para dar un paseo? —preguntó él a Helga en cuanto las alcanzó.
—Sí, ella está bien. No se preocupe, le hará bien caminar un poco ¡Vamos, vamos! —los apuró la mujer.
Poco después Helga comenzó a sentirse abrumada por dos razones. Una, por las atenciones que aquel hombre le estaba prestando, preguntándole cada poco tiempo si se sentía bien y si no necesitaba descansar, a lo que su madre respondía 'sí' a lo primero y 'no' a lo segundo. Y la segunda cosa, era precisamente la actitud de su madre, quien soltaba primero algún halago a lo que veía y luego decía que en casa también tenían algo igual o mejor, realmente era muy molesto. Aunque pareciera que al señor Shortman no le importaba en lo absoluto.
—¡SUÉLTAMEEE!
El grito de una niña a la distancia, hizo que los tres se detuvieran. Helga tardó un segundo en reaccionar, pero no lo dudó, sin hacer caso a las exclamaciones de su madre, corrió hacia el lugar desde donde supuso provino el grito.
De repente ante sus ojos apareció la escena de un sujeto obeso y alto, zarandeando del brazo a una niña, obviamente mucho más pequeña que él.
—¡Suelta eso! ¡Sucia ladronzuela!
Helga vio que la niña llevaba algo en la mano, era un trozo de pan. Se aferraba tan fuerte a él, que aquel hombretón no podía arrancárselo. A pesar del terror que se reflejaba en su rostro, la pequeña luchaba, no estaba dispuesta a rendirse... Solo había un motivo por el cual esa niña hacía aquello, era por hambre.
Sin pensarlo, Helga se lanzó en su ayuda.
Con todas sus fuerzas, trataba que el hombre soltara a la niña, pero al parecer no le hacía ni cosquillas, sin embargo, no iba a rendirse. Recordó el tiempo no muy lejano en el que ella misma fue presa del hambre por los castigos impuestos, fueron muchas las penurias por las que tuvo que pasar bajo la tutela de Lady Wellington. Ver la situación de esa niña, la hizo revivir todo aquello, y así, toda la frustración y enojo que tenía acumulada comenzó a descargarla sobre el tipo, en forma de golpes y patadas.
—¡¿TU?! —bufó el hombre, al tiempo que tomaba con su mano libre el brazo de Helga y la zarandeaba también.
—¡SUÉLTELAS! —El hombre no las soltó, pero dejó de sacudirlas —Dije que las suelte —él obedeció, pero a pesar de estar libres ni la niña ni Helga se movieron.
Helga miró totalmente asombrada al Señor Shortman, no se parecía mucho al hombre amable y sonriente que había visto hasta hacía unos instantes. La expresión de su rostro parecía de calma, pero en sus ojos había algo que Helga había visto con anterioridad en algunas personas, como su madre y Lady Wellington, era furia. Seguro estaba furioso con ella por su comportamiento y se fue preparando para lo que vendría, mientras lo veía acercarse. Respiró hondo y se irguió, lista para que él descargara su enojo en ella.
—¿Qué pasó? —preguntó Arnold, mirándola y a Helga le pareció que extrañamente de repente él no estaba molesto, que su expresión se suavizaba.
—¡Son unas ladronas! —contestó el hombre.
—Le pregunté a la señorita —la voz de Arnold sonó cortante.
—Este hombre...estaba maltratándola...
—¡Porque es una ladrona!
—¡Robó por hambre, no por gusto! ¡No se roba pan por gusto! —dijo Helga, mirando fijamente a Arnold, no quería que castigaran a la niña —Se hace por hambre.
—¿Dónde están tus padres, pequeña? —preguntó Arnold. La niña no se había movido, tal vez por miedo, tal vez por sorpresa. Vio que su prometida iba a decir algo, pero con un gesto de la mano, le indicó que no lo hiciera.
—No tengo padre y mi madre está enferma, no puede trabajar en el campo y mis hermanos tienen hambre.
—Ya veo... Señor Morris —Arnold se dirigió al hombre que segundos antes forcejeaba con la niña.
—¿Si, señor?
—Lleve a la niña a la cocina, que preparen una cesta con comida y luego acompáñenla a llevarla a su casa.
—Pero señor...
—Ya me escuchó.
—Si, señor —la niña y el hombre se retiraron.
—¿Está bien? —preguntó a su prometida.
Helga asintió.
—Está pálida... —Arnold se movió lentamente para no sobresaltarla y le tomó las manos —Está temblando...
Él comenzó a frotar sus manos con suavidad. Helga estaba simplemente paralizada, aun a través de los guantes que llevaba podía sentir que las manos de él eran muy cálidas y su toque era gentil y agradable. Sus ojos se encontraron y Helga pudo ver entonces que los ojos de él eran verdes, no lo había notado el día anterior. Desvió la mirada, de repente empezaba a sentirse acalorada.
Arnold la vio sonrojarse y pensó en lo linda que se veía.
—¡Por Dios! ¿Qué ocurrió? —Miriam hizo su aparición.
Helga deslizó sus manos de entre las de él y Arnold la soltó con desgano.
—No pasó nada, señora Pataki, no se preocupe, ¿continuamos con el recorrido?
FIN CAPÍTULO 3
Gracias por leer ^^
Hasta el próximo capítulo...
