Una semana después...

—Pensé que estos eventos no te gustaban.

Le dijo Gerald a su amigo que estaba muy sonriente en el baile al que asistían.

—¿Eh?

—Dije que... ¡Oh! ¡Olvídalo!— se rindió, Arnold estaba allí, sólo físicamente porque su mente estaba en otra parte, como lo había estado en los últimos días—. Espero que tu dama no tarde en llegar.

—¡Allí está ella!— se marchó sin siquiera disculparse.

—Sí, puedes irte... Mi presencia no importa— fingía su molestia, en realidad estaba feliz por su amigo, incluso si tenía que admitirlo, también un poquitín celoso, pero solo un poco, sonrió para sí, aún no cambiaba de opinión respecto a aferrarse a su soltería.

—Buenas noches —saludó a su prometida y a su familia, aunque solo la veía a ella.

—¡Oh, muchacho! ¿Listo para los negocios?

—En otro momento, si me permite debo hablar un momento con su hija. Con su permiso —ofreció el brazo a su prometida y se marcharon rápido.

—Eso fue muy... osado —dijo ella bajito para que sólo él la escuchara, sin detenerse.

Él se inclinó un poco para responderle.

—No iba a dejar que me separaran de ti... Tenía muchas ganas de verte.

—Igual yo —desde aquel día en el jardín, cuando aceptó renunciar a ser quien era, ambos se habían acercado más, existía entre ellos una agradable complicidad y también, bueno, también se las ingeniaban para pasar algún tiempo a solas, aunque eso a su madre le estaba molestando bastante.

—¡Oh, joven Shortman, señorita Pataki! —una mujer bastante mayor los interceptó, poniéndose frente a ellos —. Siempre es un placer ver a dos jóvenes tan felices, ¿nerviosos por la boda?

—Más que nervioso, deseoso diría yo —contestó él, mirando embelesado a Helga.

—¡Qué dulce! Usted me recuerda tanto a mi querido James, pareciera que fue ayer cuando nos casamos, lo amaba tanto... Ahora solo su recuerdo me mantiene en pie.

Helga no supo que decir, sintió tanta pena por esa pobre mujer y a la vez miedo. Miedo de pensar qué haría ella si algún día tuviera que separarse de Arnold, se pegó un poco más a él, quien le sonrió confortablemente.

—Sí, mi querido James era tan galante y muy guapo, sé que eso no debe importar pero es la verdad... Pasamos tantos buenos momentos juntos...

—¿Otra vez hablando de mí como si estuviera muerto? —un hombre un poco mayor a la mujer se acercó a ellos, con una expresión bastante molesta.

—Es que ya no eres para nada como solías ser en tu juventud...

—¡Pero no estoy muerto! Y el tiempo pasa para todos, querida —volteó a ver a Helga —. Ella fue una mujer muy bella, ¿se le nota aún?, dígame.

— Eh...

—¡Le di los mejores años de mi vida y así se expresa de mi! —dijo amargamente la mujer —¿Puede creerlo? —preguntó a Arnold.

—Yo... ¡Oh! Mi socio me está llamando, tengo algunos negocios que atender. Discúlpenme.

Empezó a caminar y Helga se disponía a seguirlo cuando la mujer la tomó del brazo y la retuvo.

—Deja que atienda sus asuntos de hombres, nosotras podemos seguir hablando, te contaré sobre aquella ocasión en que...

No supo cuántos minutos tardó esa charla, pero a ella le pareció que pasó bastante tiempo antes de poder zafarse y ahora estaba buscando a su prometido pero no lo veía por ningún lado.

Quizás lo mejor era que saliera un poco para escapar de todo ese bullicio que terminaría por provocarle dolor de cabeza, después continuaría buscándolo.

—Hola —escuchó en cuanto cruzó la puerta, reconoció la voz enseguida, aunque no le veía bien porque él estaba en un lugar poco iluminado.

—Muy considerado de tu parte dejarme sola —caminó hacia él, deteniéndose a unos pocos pasos de distancia.

—Lo siento, cuando me dí cuenta ya te habían retenido, no había nada que hacer.

Aunque aún no podía ver bien su rostro por su voz ella notó que él reía.

Él extendió una mano hacia ella invitándola a acercarse más.

—Creo que mejor regreso adentro —anunció, pero él no la dejó marchar, tomó su mano y la atrajo hacia él, envolviéndola en sus brazos.

—Perdóname, no volveré a hacerlo —recargó la frente en la suya —, no volveré a dejarte —rozó sus labios en un suave y corto beso.

—¿Prometido? —la voz de Helga se volvió un susurro lleno de expectativa.

—Prometido...

Sus besos ya habían perdido ese toque tímido que tenían al principio.

Arnold deslizó una mano hasta su cintura y la acercó más a él y ella le pasó las manos tras su nuca, había descubierto que si acariciaba esa zona lograba arrancarle una especie de ronroneo gutural y en cierta forma se sentía fascinada por lograr provocar ese tipo de reacciones en él.

—¡Perdón!

Se separaron al escuchar aquella aguda exclamación...

Al parecer la oscuridad no les brindaba el suficiente abrigo y un par de jovencitas que habían decidido salir también a tomar un poco de aire los miraban con ojos sorprendidos.

—Lo sentimos —las jóvenes volvieron a disculparse y después regresaron adentro, entre risillas nerviosas.

—Tal vez debamos entrar ya —dijo con cierto desgano Helga.

Arnold no podía verla bien pero estaba seguro que sus labios estaban enrojecidos e hinchados por el beso, definitivamente no sería buena idea que la vieran así.

—Creo que deberíamos dar un pequeño paseo por el jardín antes de regresar —sugirió él.

—De acuerdo.


Gerald se despidió de otro conocido con quien hablaba pero de inmediato se le acercó alguien más.

—Una buena fiesta, ¿eh, muchacho?

Se trataba del señor Clarence, un hombre ya mayor y que estaba de visita por poco tiempo en la ciudad pero claro, Gerald ya lo conocía y sabía también cuáles eran los negocios potenciales que podrían hacer con él.

—Si, así es, señor Clarence .

—Aunque creo que tu socio lo está pasando mejor que nosotros.

No era raro que ese hombre se fijara en eso porque su amigo y su prometida, eran la pareja de moda en esos momentos.

—Si... Cosas de enamorados, ya sabe.

—Bueno, tiene suerte. La joven Pataki es muy linda pero... Aquí entre nosotros... —dijo más bajito —si quiere puedes seguir sus pasos, después de todo aún queda una Pataki soltera —hizo un guiño y Gerald le miró con desconcierto.

—Su hermana ya está casada —él sabía muy bien eso, el esposo de ella resultó ser un conocido suyo —, solo que ahora vive en la India.

—No, no ella, muchacho —negó con actitud divertida —. Habló de la otra, de la que es igual a la prometida de tu amigo.

—¿Igual?

—¡Ah, mira! Allá está ese gruñón de Bradbury, iré a saludarlo —palmeó la espalda de Gerald.

—¡Espere!

—Nos vemos luego, muchacho.

Realmente se sentía intrigado con lo que acababa de escuchar, pero igual el anciano se confundía...

Ya le buscaría después, para hablar de eso y de negocios, por supuesto.


—¿En qué pensabas para exhibirse de esa manera? No, seguramente no pensabas en nada.

Helga ahogó un suspiro de fastidio. Iba en el carruaje con sus padres de regreso a casa y su madre la estaba regañando, como ya era costumbre.

—No estaba haciendo nada malo, ni tampoco me exhibí, estábamos en un lugar solitario o eso creímos.

—¡Descarada! ¿Todavía tienes el cinismo de responderme así? ¡Bob, dile algo!

—Miriam, mujer... Déjala tranquila ya, ¿acaso no está haciendo lo que queríamos?

—¡Lo que hago no es porque ustedes quieran!

—¡No le respondas así a tu padre!

—¡Basta las dos! Esta discusión ya se acabó. No quiero escuchar una palabra mas sobre el asunto o sobre cualquier otra cosa, quiero algo de paz, al menos hasta que estemos en casa.

Helga cruzó los brazos y desvió la vista para no mirar a su madre.


—¡Oye, Arnold!

—¿Sí?— dijo el rubio sin levantar la mirada del documento que revisaba, entre más rápido terminara el trabajo, más pronto podría ver a Hilda.

—Ayer alguien me dijo que tu prometida tiene dos hermanas.

Arnold miró a su amigo.

—Creo que debió confundirse, solo tiene una hermana —volvió a su lectura.

—Si eso mismo pensé —regresó a su trabajo, era obvio que el viejo Clarence estaba equivocado.


—¿En verdad es esto necesario? —susurró Helga inclinándose hacia Arnold, mientras la servidumbre de la residencia Shortman estaba delante de ellos, listos para presentarse oficialmente.

—Claro, pronto serás la señora de esta casa, es mejor que los vayas conociendo.

—Yo creo que esto pudo esperar —dijo Miriam, quien estaba también presente —hasta después de la boda.

—Si, tal vez —contestó Arnold —pero la verdad es que ya quería que conocieran a su hija. Ya quería presumirla.

—Bien —Miriam casi bufa de fastidio —, es su decisión.

Eran varios sirvientes, aunque un poco menos que en casa de sus padres, y todos sonreían bastante al presentarse. Helga comenzaba a notar las diferencias de esa casa con la casa de los Pataki, allá el ambiente era más denso e incluso la servidumbre era distante y hasta cierto punto mal encarada, aunque no podía culparlos, estar bajo las órdenes de su madre no era nada sencillo.

Honestamente, le estaba gustando demasiado la idea de que esa pronto fuera su casa.

Después de las presentaciones, iniciaron un recorrido por la casa. La situación era casi igual a la vez que conocieron la casa de campo. Miriam iba comparándolo todo y convenientemente todo era mejor en la residencia Pataki, pero ni a Helga ni a Arnold les importaba esto, iban como en su propio mundo, ella de su brazo y él susurrándole alguna cosa cada poco tiempo.

—Disculpen —el ama de llaves, la señora Johnson, apareció y llamó a Arnold y este se acercó a ella.

—Lo lamento —dijo él —, surgió un imprevisto. Deberé ausentarme un momento. Señora Johnson, ¿puede acompañarlas por favor?

—Por supuesto, señor.

—Con su permiso, entonces —Arnold se retiró y dejó a las tres mujeres solas para continuar el recorrido.

Helga continúo mirando con atención todo a su alrededor mientras caminaban, hasta que se detuvo delante de un gran cuadro colgado en la pared de un pasillo.

—Son los padres del señor —dijo la señora Johnson.

—¿En serio?

—Sí y ellos —señaló otro cuadro que estaba más adelante —, los padres de sus padres.

A Helga le gustaron esas pinturas, porque a pesar de ser eso, sólo pinturas, desbordaban cierto halo de felicidad, quién las pintó debía ser muy bueno porque logró plasmar a la perfección ese sentimiento.

De pronto su vista se dirigió a un cuadro más y fue hacia él. Era una pintura de los padres de Arnold junto con él, de niño.

—¡Que lindo!— puso la mano sobre la imagen infantil de su ya casi esposo, aunque no llegó a tocar el lienzo— Se ve tan feliz.

—Así es, fue un niño sumamente alegre... Aunque eso cambió cuando se quedó solo— Helga miró al ama de llaves, era una mujer no muy mayor pero si entrada en años, quizás estuvo al lado de Arnold en esa época—... Aunque aparentaba que todo estaba bien, se volvió retraído y solo dejaba salir su tristeza cuando creía que nadie le miraba... Pero ahora que usted llegó a su vida, puedo decir que he vuelto a ver a ese jovencito del retrato. Usted le ha hecho muy feliz y estamos agradecidos por eso.

Miriam volteó los ojos hacia arriba e hizo una mueca de fastidio nada disimulada, no tenía caso contenerse, su futuro yerno no estaba presente.

Mientras a Helga se le hizo un nudo en la garganta, por la forma en que la señora Johnson le habló Helga sintió que no estaba ante una de las personas de la servidumbre sino ante alguien de la familia de Arnold y entonces comprendió... Aquella no era una casa, era un hogar y se sentía enormemente dichosa porque pronto formaría parte de él.


Helga miraba bastante sorprendida a Arnold, era el último baile al que asistían antes de su boda y esta vez era su prometido el que se encargaba de las relaciones públicas y no su socio, así que durante toda la velada había estado hablando con una persona tras otra.

—¿Qué pasa? —preguntó él, un poco apenado por la manera en que ella lo miraba.

—Nada, es solo que ahora comprendo porque mi padre dice que eres tan bueno para los negocios.

—Debo confesar que esta no es mi parte favorita, no soy tan bueno en esto —y era verdad, el experto en esa área era Gerald pero debido a que estaba en un viaje de negocios de último minuto, le tocaba suplirlo.

—Yo creo que si lo eres —puso una expresión pensativa —... Aunque tal vez lo vea así porque te quiero —susurró.

—Sí, debe ser eso —Arnold luchó con todas sus fuerzas para no besarla allí, en medio del salón y frente a todos los demás invitados.

—¿Podríamos salir a tomar un poco de aire fresco? — sugirió ella después de leer el deseo en los ojos de él.

Sí, eso era algo que le encantaría hacer a él, escaparse de allí a un lugar más privado, sobre todo después de centrar su atención en sus labios, que ella mordía con cierto nerviosismo. Debía reconocerlo, se había vuelto fácilmente adicto a sus besos y a sus, cada vez menos tímidas, caricias.

—Me encantaría —suspiró —pero aún quedan personas con las que debo hablar —ella no ocultó su decepción —, lo lamento, ¿por qué no vas a bailar un poco para no aburrirte?

—No, estoy bien —sonrió —, prefiero acompañarte —esa era la verdad, aunque tampoco quería ir a bailar porque en realidad ella no sabía hacerlo muy bien, Helga suspiró, a diferencia de Hilda ella nunca tuvo oportunidad de pulir esa habilidad y aunque había estado practicando un poco por orden de su madre, seguía sin ser muy buena por eso es que inventaba excusa tras excusa para evitar bailar con él. Sí, se propuso convertirse en su hermana pero eso no significaba que fuera fácil ser como ella.

—Y yo agradezco tu compañía. Mira, es Lady Danbury —con la mirada señaló una dirección y Helga vio hacia allá.

—¿Es ella de quien me hablaste? ¿Ella es quien hace las obras de caridad?

—Así es.

Era una mujer rubia, bajita y robusta, con un rostro de facciones finas y una sonrisa muy agradable.

—¿Te gustaría hablar con ella? — preguntó Arnold.

—Si, claro. Me gustaría preguntarle si hay algo en que pueda ayudar.

—Vamos entonces.


Una semana después...

—No te ves tan mal —dijo Miriam, acercándose a Helga quien se miraba en el espejo de cuerpo completo —... Te ves mejor de lo que esperaba, aunque estás muy delgada, espero que eso no moleste a tu esposo.

Helga la miró a los ojos a través del reflejo del espejo.

—Hasta ahora no le ha molestado —respiró hondo para calmar los nervios, no por tener a su madre allí molestando, sino por lo que iba a pasar ese día.

—Pequeña ilusa —Helga giró para encararla mejor—... Después de la boda ya conocerás lo que piensa de verdad sobre ti.

—Él es un hombre honesto, así que ya sé lo que piensa sobre mí.

—¡Jah! ¿Crees que tu querido señor Shortman es diferente de los demás hombres?

—Lo es.

—En unas horas verás que yo tengo la razón— acomodó uno de los adornos del peinado de su hija—, cuando llegue el momento de consumar el matrimonio— sonrió de forma burlona—. Suerte con eso...

Si trataba de alterarla y atemorizarla, Helga no iba a permitírselo y sonrió tan ampliamente como pudo.

—Gracias madre, agradezco tus deseos pero no creo necesitar suerte, sé sobre lo que pasará esta noche —la verdad no lo sabía a ciencia cierta pero en sus historias románticas la noche de bodas era un momento, ¿cómo decirlo?, casi mágico y además si los besos y caricias iban a formar parte de ese momento, tenía que ser algo agradable —y sé que lo voy a disfrutar mucho —dijo con toda la desfachatez que pudo y vio ponerse roja a su madre y se sintió satisfecha por haberla hecho enfadar, pero eso duró poco.

—Pues admiro tu optimismo y buena actitud. No sé si yo podría estar comportándose igual, sabiendo que aunque sea yo quien esté presente, él estará pensando en otra, en tu hermana.


Hilda se incorporó un poco en la cama y miró a Armand, sentado al lado de ella.

—No tienes porque quedarte, estaré bien.

Él tomó su mano y la besó.

—No voy a dejarte, aunque insistas, así que no lo hagas y descansa.

Hilda volvió a recostarse y cerró los ojos, mientras él acariciaba su frente. Y se puso a pensar en que justo ese día ella debería estarse casando con el señor Shortman. A veces, sin poder evitarlo, se preguntaba cómo estaría, era un buen hombre y lamentaba haberlo dejado plantado pero no lamentaba haber seguido su corazón. Tampoco lamentaba haber renunciado a su familia, quienes seguramente la consideraban como muerta porque nunca la buscaron y se alegraba de eso porque ahora podía estar al lado de su amado y además estaba casi segura de que una alegría más se sumaba a sus vidas.

Sonrió, al mismo tiempo que posaba una mano en su vientre. Aún era pronto pero lo cierto es que era muy probable que estuviera embarazada, al menos las mujeres de la aldea le habían dicho que seguramente era por eso que estaba sufriendo todos esos malestares que la tenían en cama.

Si sus sospechas eran ciertas pronto serían padres, sonrió más ampliamente...

CONTINUARÁ...


No tengo palabras para agradecer a quienes a pesar de mi larga ausencia siguen pendientes de está historia y dejan su reviews, en verdad que eso me emociona muchísimo ^_^ Espero traerles mas capítulos pronto para corresponder su apoyo 3