Al fin había llegado el momento, estaban frente al altar...
Arnold miraba de reojo a su novia, estaba más hermosa de lo que había imaginado. Se sentía muy feliz y ansioso, en solo unos minutos sería por fin su esposa.
Helga por su parte comenzaba a sentirse mal y se esforzaba por aparentar que no le pasaba nada. Estaba luchando contra los efectos provocados por su nerviosismo y su conciencia que le gritaba que sin importar sus razones, estaba haciendo mal y él no se lo merecía.
Arnold respondió sin dudas cuando le preguntaron si la aceptaba por esposa y ella hizo lo mismo cuando llegó su turno, sólo que en su interior no pudo simplemente limitarse a aceptarlo a él, sin poder evitarlo reemplazó el nombre de su hermana por el suyo y juró ante Dios que sin importar cual fuera su nombre, ella siempre amaría a Arnold Shortman.
—Puede besar a la novia.
Por fin ella era su esposa, Arnold sonrió realmente feliz y selló su unión con un beso, primero fue un beso lleno de ternura pero pronto, sin importar donde se encontraban o frente a quienes, la pasión se abrió paso y se olvidó por completo del decoro.
—Buen espectáculo el que diste allá adentro —Gerald se acercó a Arnold y le palmeó la espalda, mientras lo miraba con burla —. Te has sonrojado.
—No me sonrojé —Arnold gruñó, en el momento no fue consciente de lo que hacía pero ahora sí, en realidad lo fue en cuanto el beso terminó y vio que los hombres presentes lo miraban igual que su amigo y las mujeres, algunas lo veían molestas y otras estaban sonrojadas y se abanicaban exageradamente.
Helga sintió que alguien la jalaba del brazo, era su madre.
—¿En qué estabas pensando?— Miriam susurró entre dientes, estaba en extremo molesta por el espectáculo que su hija acababa de dar —¿Tienes idea de la vergüenza que me has hecho pasar?
—Tranquilízate, madre. Yo sólo hice lo que prometí ante el altar— ante la mirada interrogante de su madre, Helga añadió—... Solo me sometí a la voluntad de mi esposo con total obediencia...
—¡Descarada!
—Espero que no la estés reprendiendo por lo que yo hice— Arnold llegó junto a ellas.
—Claro que no— soltó su irritante risita «quita importancia» —. La estaba felicitando —abrazó a su hija, por compromiso, claro.
—Gracias, madre —devolvió el abrazo, con cierto placer de ver a su madre sufriendo por no poder tener el control como siempre.
—Lamento lo que pasó —le dijo él, cuando se quedaron a solas en el carruaje que los llevaba rumbo al baile para celebrar su matrimonio.
—Yo no —contestó sonriente y se recargó en el pecho de él.
Arnold con su brazo la atrajo más hacia él y ella cerró los ojos disfrutando de esa cercanía.
Su conciencia aun no le permitía estar tranquila por sus actos, pero aún así se había prometido ser feliz y hacerlo feliz a él, e iba a cumplir con esa promesa, pasara lo que pasara.
El malestar que había iniciado durante la ceremonia religiosa por unos momentos habían cesado, pero ahora estaban de vuelta y Helga se sentía peor que antes, y al parecer Arnold lo notó porque la vio con preocupación.
—¿Ocurre algo malo? —le susurró lo más cerca del oído que pudo.
—¿Podemos prescindir de esta parte?
—No lo creo —contestó él, mientras caminaban al centro del salón —¿Por qué quieres hacer eso?
Era el momento de su primer baile como matrimonio, así que esta vez no había modo de librarse pero seguía habiendo un problema...
—No soy buena bailando —se arrepintió inmediatamente de decirlo.
Arnold rió bajito.
—Claro que eres, diciendo eso no te vas a librar.
Sí, Hilda era excelente bailando, ella no.
—Estoy nerviosa, ¿y si te piso?
—Yo resistiré, no te preocupes y tranquila... yo guiaré, déjate llevar —le guiñó el ojo y la música comenzó.
Casi de inmediato sucedió lo que Helga temía, lo pisó. Ella buscó en su rostro una mueca de dolor pero no la hubo. «Déjate llevar», leyó esas silenciosas palabras en sus labios y respiró hondo, se centró en su mirada e hizo lo que él le dijo y todo empezó a fluir.
—Hacen una pareja hermosa y se ven muy enamorados —le dijo una de las invitadas a Miriam —. Su hija es muy afortunada.
—Si, lo es —tuvo que esforzarse por sonreír para ocultar su molestia. Ese matrimonio debería ser un castigo por haberle calentado la cabeza a su Hilda y no un premio que la hiciera feliz.
—¿Estás bien? —Arnold notó cómo de repente su esposa se puso pálida.
—Creo que tantas vueltas me están mareando —dijo tratando de imprimirle un poco de humor a su voz para disminuir la preocupación de Arnold.
—La música casi termina —dijo él y ella asintió. No podía hacer nada por ella en medio del baile pero en cuanto esa pieza terminara la llevaría a tomar un poco de aire fresco.
La música se detuvo y Arnold de inmediato trató de salir de allí pero no paraban de acercárseles los invitados para felicitarlos. Gerald llegó de repente junto a ellos.
—Yo me encargo.
Arnold agradeció mudamente y mientras su amigo se dedicaba a entretener a los presentes, ellos por fin pudieron escabullirse. Ya afuera, él pudo ver que su palidez había aumentado, estaba casi blanca.
—Necesitas sentarte.
Helga asintió y de repente todo fue oscuridad.
Arnold reaccionó a tiempo y la sostuvo antes de que cayera. La levantó en brazos y regresó al salón.
El sonido de unos murmullos la hizo abrir los ojos.
—¡Oh, ya despertó!
Un grupo de mujeres, entre ellas su madre, se le acercó. Helga trató de incorporarse pero una de ellas se lo impidió.
—Quédese recostada.
—¿Qué pasó?
—Pasó que se desmayó —contestó otra.
—Yo no hago esas cosas —y era verdad, nunca le había pasado algo así.
Las mujeres se vieron entre sí y empezaron a cuchichear algo que Helga no entendió.
Arnold y Gerald esperaban en el saloncito contiguo a la habitación a donde llevaron a Helga y se levantaron en cuanto una mujer de mediana edad salió de allí.
—¿Cómo está? —preguntó Arnold impaciente.
—Mejor, ya recobró el conocimiento.
El rubio quiso entrar pero la mujer lo detuvo.
—Es preferible que la deje descansar un poco más, en su... en su estado es lo más conveniente.
Le pareció ridículo que no le dejaran estar al lado de su esposa pero aceptó de mala gana.
Regresaron a su asiento, Arnold se dejó caer pesadamente y dijo.
—Creo que lo mejor es que nos retiremos temprano.
—No tienes que poner excusas si lo que quieres es quedarte a solas con ella lo más pronto posible.
—Lo digo en serio, Gerald —honestamente sí había planeado hacer algo como eso pero fue antes de que su esposa se desmayara —. Estoy preocupado por su salud, ni siquiera estoy pensando en lo que insinúas.
—Está bien... Lo siento y para disculparme arreglaré todo para que puedan marcharse pronto y sin tanto revuelo.
—Gracias.
Helga estaba sentada al filo de la cama, jugando con la fina tela del camisón que llevaba puesto.
Después del numerito que armó, Arnold estuvo pendiente de ella en todo momento y a pesar de que trató de convencerlo de que ya se sentía bien, él no dejó de verla con preocupación.
Miró hacia la puerta y suspiró, sin poder evitarlo.
Dejaron temprano su propia fiesta y en cuanto entraron a la que desde ese momento sería su habitación, Arnold se disculpó diciendo que tenía algunos asuntos pendientes que atender y la dejó sola, y aunque Helga creyó que se reuniría pronto con ella, ya había pasado bastante tiempo y él no aparecía.
Se recostó, tal vez ya no debía tardar mucho. Estaba un poco cansada, así que sólo cerraría los ojos por un momento, tan solo sería en lo que él llegaba.
Arnold suspiró lleno de frustración.
Debería estar en su habitación con su esposa, pero en lugar de eso estaba escondido en su despacho pretendiendo ocuparse en sus negocios, cuando la verdad no dejaba de pensar en Hilda y lo que, para su desilusión, al menos esa noche eso no pasaría, pero ella no se encontraba bien y lo más sensato era dejarla descansar.
La salud de Hilda era lo primero.
Volvió a suspirar. Ya había pasado mucho tiempo, seguramente ella ya estaría durmiendo, tal vez era buen momento para ir a verificar que ella estuviera bien. Así que lentamente se levantó de su silla.
Helga se despertó y lo primero que hizo al abrir los ojos fue buscar a su esposo, sólo para darse cuenta de que seguía sola.
Tal vez el ruido había provenido de la habitación de al lado. No entendía que podría estar acaparando el tiempo de su esposo en ese momento, ¿pero en verdad podría ser más importante que su noche de bodas? Esa idea la hizo sentirse enojada y a la vez decida.
Si Arnold no se reunía con ella, ella iría a dónde él estaba y le pondría fin a cualquiera que fuera la actividad en la que Arnold estuviera ocupado en ese momento.
Se levantó de la cama, con paso firme fue hasta la puerta y al abrirla se topó con su esposo, quien la miró como si fuera un fantasma o algo peor.
Arnold se sobresaltó cuando vio a Hilda parada al otro lado de la puerta y le llevó un par de segundos dejar salir una exclamación con voz chillona.
—¡Hilda! ¿Qué haces levantada, estás bien? —caminó hacia adentro de la habitación y cerró la puerta, pero mantuvo su distancia.
—Sí, es solo que yo —ahora se sentía un poco tonta ¿Qué se suponía que debía decir ahora que lo tenía enfrente? ¿Qué iba saliendo en busca de él para arrastrarlo al lecho conyugal y consumar el matrimonio. Se mordió nerviosamente el labio —... Yo —levantó la mirada y se topó con Arnold mirándola de una manera en la que nunca nadie la había mirado y que provocaba una sensación de calorcillo aumentando en su interior.
Arnold no podía apartar la mirarla, ella se veía simplemente hermosa y se estaba volviendo extremadamente difícil mantener viva su convicción de mantenerse alejado de ella, cuando todo su ser comenzaba a exigirle que la tomara entre sus brazos y… Y mejor suprimía cualquier pensamiento de ese tipo.
—¿Necesitas algo? —miró hacía otro lado y se dio unos pasos hacia atrás, hasta que su espalda chocó con la puerta.
—No, yo yo so solo...estaba —¿Y por qué de repente tartamudeaba y se sentía tan cohibida? Ella no era una cobarde y tan sólo unos segundos antes estaba totalmente decidida de ir por él, así que, respiró hondo buscando acabar con ese repentino ataque de timidez —... Cómo no venías a nuestra habitación, iba a buscarte…
Él no supo qué decir a eso y sólo pudo mirarla.
Grave error.
Él cerró los ojos en el momento en que la vio comenzar a caminar hacia él. Tuvo que hacerlo para no mirar lo que su fino y ligero camisón le estaba permitiendo ver, pero los abrió de golpe al sentir que la mano de ella se posó en su pecho. A pesar de que llevaba puesta la camisa, le pareció que era posible sentir la suave piel de su mano contra su propia piel y contuvo la respiración, en un intento de contenerse a sí mismo.
—Deberías...des...descansar.
—No estoy cansada —deseaba que la besara, pero extrañamente Arnold parecía muy renuente, no había tenido esa actitud antes.
Debía mantener su auto control, se decía él, por el bien de ella, se repetía. Sin embargo su mano ya se había deslizado hasta la cintura de ella, acercándola más a él.
—Te... Te desmayaste —la miró a los ojos al decírselo.
Y en ese momento ella lo entendió todo, cuando leyó en ellos que estaba preocupado por ella.
—Estoy bien, fueron solo los nervios...ahora estoy bien, te lo aseguro —se puso de puntillas y alcanzó sus labios, deseando apaciguar esa preocupación con un beso.
Adiós auto control...
Arnold respondió a su beso y dejó que el deseo, antes contenido, tomará el control.
Era un beso totalmente diferente a cualquiera que hubieran compartido antes, pensó Helga con la poca lucidez que aún tenía.
Se separaron hasta que el aire les faltó y al mirarlo a los ojos, Helga también se dio cuenta de que sus ojos verdes parecían más profundos y oscuros, pareciera que sin usar palabras estuviera pidiéndole algo, aunque ella no podía descifrar qué, pero fuera lo que fuera no iba a negárselo... Lo amaba tanto que podía tomar de ella cuanto quisiera.
—Perdón…
—¿Por qué? —ella no entendía porque le decía eso, aunque tampoco es que tuviera mucha lucidez en ese momento para ponerse a pensar en ello.
Arnold acarició su cabello y le sonrío con una mezcla de ternura a vergüenza.
—Debería dejarte descansar…
—No estoy cansada…
Helga dijo con simpleza y fijó la mirada en los interesantes botones de la camisa de Arnold, que comenzó a desabrochar y él no parecía molesto por la acción. Tal vez porque la comprendía bien y él también sentía esa especie de urgencia invadiendo todo su ser.
—No tengas miedo... —dijo él, en un ronco susurro, al tiempo que hacía que ella levantará el rostro.
—¿Por qué lo tendría? Confío en ti... Tú guiarás y yo me dejaré llevar…
...Esas palabras fueron la estocada final al poco control que aún le quedaba…
Saber que ella lo amaba de tal manera que estaba dispuesta a abandonarse a él, aumentó su deseo por ella, a tal punto que era doloroso.
Con brusquedad la acercó más a él, si ella iba a quejarse por tal acción fue imposible de saber porque de inmediato Arnold se apoderó de sus labios.
Estando tan cerca, Helga podía sentir la calidez de la piel de Arnold, aún a través de las capas de tela que había entre ellos, pero sentía como si no fuera suficiente y arqueo la espalda para pegarse más a él. Un gemido llegó a sus oídos pero no supo distinguir si aquel sonido había salido de ella o de él, tampoco fue muy consciente de en qué momento comenzaron, torpemente y con premura, a ayudarse mutuamente a despojarse de sus ropas.
De lo que sí pudo darse cuenta fácilmente fue cuando se encontró recostada en la cama, con Arnold a poca distancia, casi sobre ella. Su cabello estaba desordenado, su respiración entrecortada y la manera en que la miraba no hizo más que aumentar en ella esa sensación ardiente en su interior y no entendía porqué pero que él la mirara de esa forma la hacía sentir plena, hermosa, deseada…
Arnold sentía que estaba a un paso de perder la cordura o al menos así se sentía. Todo en ella lo invitaba a dejarse arrastrar completamente por la pasión, pero no debía olvidarse de que era la primera vez para ella.
Le acarició suavemente el rostro.
—Te amo... —le dijo Arnold y después la besó. Fue un beso suave, calmado, sin el ansia y casi desesperación de los anteriores, ese tipo de besos también le gustaban y mucho pensó ella, sonriendo contra los labios de él y notó que Arnold también sonrió —Seré gentil...lo prometo...
Helga dejó los cubiertos en la mesa y alejó el plato.
—Deberías comer un poco más, estás muy delgada —dijo Arnold.
—Perdón... No sabía que mi delgadez te molestara —fingió indignación, él sonrió divertido por su actitud y bebió café —, al menos anoche no diste muestra de que así fuera.
Arnold casi se ahoga.
—Creo que usted es un poco descarada señora Shortman —dijo cuando se recuperó del ataque de tos.
—Si, un poco tal vez...pero tampoco tuviste queja de eso anoche.
—Claro que no, ¿cómo podría? —se inclinó hacia ella por encima de la mesa y la besó.
—Discúlpenme...
El mayordomo apareció, con su expresión desprovista de emoción, algo que Helga agradeció porque así era más fácil no morir de la vergüenza, una cosa era ser atrevida a solas con su esposo y otra muy diferente era actuar así delante de los demás.
—Es de parte del señor Johanssen —entregó una nota a Arnold y se retiró.
—¿Qué es lo que pasa? —preguntó Arnold cuando entró al despacho de su amigo. La nota que recibió decía que se reuniera con él en cuanto pudiera, que era urgente y eso lo alarmó— ¿Algo malo?
—No, bueno, al menos creo que no tanto... Solo que no quise presentarme en tu casa por si a tu esposa no le parecía.
—Estoy seguro que Hilda no tendría problema con eso, pero ya dime, ¿qué es lo que pasa?
—No sé cómo decírtelo...
—Sin rodeos o sólo conseguirás preocuparme.
—Tienes razón... ¿Recuerdas que ayer dije que yo me encargaba de que no se armara un revuelo por su pronta partida? —Arnold frunció el ceño, al no comprender porque le decía eso —Pues...no lo conseguí... No pude evitar que empezara a circular el rumor de que tu esposa está embarazada.
—¡¿Qué?! —Arnold no sabía si reír o indignarse— ¿Y de dónde sacaron eso?
—Por el desmayo de ayer y por la manera tan repentina en la que se marchó al campo y no olvidemos el comportamiento de tortolitos que han tenido en las últimas semanas…
Sí bueno, Arnold tenía que admitir que todo aquello bien podía servir de alimento para una idea tan descabellada pero aún así...
—Eso es una tontería, yo la respeté en todo momento y lo sabes.
—Si, sé que tú eres un caballero pero... ¿Qué tal otro?
—No pierdo la compostura sólo porque quien ha dicho eso eres tú, pero no voy a permitir que se ponga en duda la honra de mi esposa... Ella es incapaz de traicionarme de esa o de cualquier otra forma.
—Lo siento, no fue mi intención ofender. Es que uno nunca sabe y siempre hay la posibilidad...
—En esta ocasión no la hay.
Gerald lo miró fijamente y luego de unos segundos sonrió con picardía.
—¿Y tú por qué estás tan seguro de eso?— Arnold se sonrojó y desvió la mirada— ¿Qué no ibas a mantenerte lejos de ella por su salud?
—Ella no está enferma...es...muy saludable... —tuvo una buena muestra de eso la noche anterior, de hecho un par de ellas, recordó y su sonrojo aumentó.
Los sirvientes que pasaban por fuera del despacho escucharon una estruendosa carcajada, pero no interrumpieron sus labores.
No le apetecía ver a su madre en ese momento y menos tomando en cuenta la expresión que tenía, pero no se pudo negar a recibirla.
—¿Qué pasó, madre?
—¿Sabes que está corriendo el rumor de que estás embarazada?
La joven puso cara de sorpresa y luego de alivio.
—Por el hecho de que te presentaras tan repentinamente y sin anunciarte antes, pensé que se trataba de algo más serio.
—¿Te parece poco?
—En realidad si. Es solo un chisme de la gente, sabes bien que no es verdad.
—Puede que sea así, pero tu alimentaste esas habladurías con tu comportamiento licencioso ¡Tu hermana jamás se hubiera comportado así!
En serio, ya estaba harta de eso, pensó Helga.
—Sí claro, no fue ella la que se escapó con su amante, ¿cierto?
—¡Callate! Si lo hizo fue por culpa tuya... Tu le calentaste la cabeza...
—¡Por Dios, madre! Yo solo le hablaba de romanticismos inocentes, no pudo ser de otra manera porque hasta ayer no sabía lo que ocurría en la intimidad entre un hombre y una mujer —levantó la barbilla —, de haberlo sabido antes, ten por seguro que el rumor que hoy circula sobre mí, no sería rumor.
—¡Descarada! —la abofeteó con fuerza, aborrecía su comportamiento, la aborrecía a ella.
—¡¿Qué ocurre aquí?! —Arnold acababa de llegar y permanecía de pie en el marco de la puerta sin poder creer aun lo que había visto.
—Pregúntale a ella —contestó Miriam y se fue de allí sin siquiera mirar a su yerno, cuando pasó al lado de él.
—¿Estás bien? —preguntó él al llegar a su lado y revisar su mejilla.
—Sí, fue más la sorpresa que el golpe, no me dolió, en serio —ella le sonrió para tranquilizarlo.
Arnold nunca hubiera imaginado que su suegra fuera capaz de actuar así.
—¿Esto tiene algo que ver con lo del rumor? —Helga asintió con desgano —Voy a solucionar esto —él iba a marcharse pero ella lo detuvo.
—No hay mucho que se pueda hacer, lo único que calmará las cosas es que el tiempo pase y vean que no es cierto o que encuentren algo nuevo de qué hablar.
Él tuvo que aceptar muy a su pesar que así era, así se manejaban las cosas en la alta sociedad y quizás en todos lados.
—¿Y mientras? —pasó sus nudillos suavemente por la mejilla enrojecida de ella.
—No lo sé —se encogió de hombros —. Tal vez podríamos quedarnos en casa para no tener que responder a las habladurías —lo abrazó —y para que tu te ocupes de tu convaleciente esposa.
Arnold se inclinó hacía ella.
—Eso suena muy tentador pero... —dijo él, correspondiendo al abrazo, inclinándose hasta que sus labios casi se tocaron —¿Te encuentras en condiciones?...
—En perfectas condiciones— Helga se estiró un poco y acabó con la distancia que los separaba.
Sí, no tenía caso negarlo, su madre tenía razón...era una descarada, pensaba mientras disfrutaba de besar a su esposo.
CONTINUARÁ...
