—Espero que no vuelva a ocurrir —Arnold miró con reproche a su suegra. Si bien su esposa le restó importancia a la bofetada que presenció, él no iba a dejarlo pasar así como así, no estaba de ninguna manera de acuerdo con el maltrato y por eso fue a hablar con ella.
—Por su puesto que no. Yo, no sé, me ofusqué por culpa de los rumores pero no es propio de mí... Estoy tan arrepentida de haberle hecho eso a mi querida Hilda, dile que me disculpe, por favor. Lo haría yo pero estoy muy apenada en estos momentos, como para verla.
—De acuerdo, yo se lo diré.
Miriam observaba desde la ventana, como se marchaba su yerno.
Pobre estúpido, pensó ella. Se creía que podía aparecer en su casa para reclamarle y exigirle, esto se lo guardaría muy bien y ya después se desquitaría, eso era seguro... Por lo pronto podía reírse de él a sus espaldas por haber caído en su engaño.
Tiempo después...
—Señora Shortman, es un placer verla en esta reunión a tan pocos días de haberse casado.
—Muchas gracias, señora McDowell —Helga no conocía a todos los que formaban parte de la alta sociedad pero a unos cuantos sí, y la señora McDowell era fácilmente identificable, después de todo era una de las grandes chismosas de la ciudad —, era muy importante para mí estar aquí, apoyando a Lady Danbury, la labor que hace a favor de los más desafortunados es...
—Sí, sí, es admirable, ya lo sé —la barrió de arriba a abajo, deteniéndose con interés en la zona de su vientre—… Luce usted muy delgada...
—Tengo la impresión de que no es la primer persona a la que mi delgadez les sorprende y no tengo idea de por qué, ¿usted la tendrá, acaso? —la miró con una mezcla de suspicacia y acusación, y parece que la señora McDowell entendió, porque tosió un poco y desvió la vista.
—No, claro que no querida... Bueno, debo saludar a otras personas. Discúlpeme.
En cuanto se fue, Helga suspiró. El rumor de que se casó estando embarazada aun era muy fuerte, pero bueno, en algún momento eso terminaría enterrado en el olvido.
—Esa era la señora McDowell —se dirigió a la joven que tenía a un lado —, perdón por no presentártela pero hay personas de las que es preferible mantenerse alejados y ella es una de esas personas. Sinceramente fue mejor que no te prestara atención.
—Si, comprendo.
—Vamos, Phoebe, mejor busquemos a Lady Danbury, con ella sí que vale la pena tratar.
Phoebe Heyerdahl, era la hija de uno de los socios que Arnold tenía en el extranjero. Su familia se mudó allí porque sus padres tenían la intención de que la joven conociera otras costumbres y socializara más, porque era muy tímida.
Helga y ella tenían la misma edad y Phoebe le recordaba mucho a su querida hermana Hilda, así que en tan solo el par de semanas que llevaban de conocerse ya se había encariñado mucho con ella. Se habían vuelto amigas y eso era muy bueno porque con su compañía ya no se sentía sola, ahora que Arnold estaba de viaje de negocios y llevaba fuera varios días.
Armand levantó un poco su sombrero para limpiar con el dorso de la mano su sudor. Fijó su vista en el sol, que estaba en lo más alto del cielo, su luz lo encandiló y cerró los ojos.
Jamás trabajó de esa manera tan agotadora, siempre se ganó la vida gracias a su ingenio y a lo que plasmaba en el papel, no ganaba mucho pero era suficiente para él, sin embargo ahora...
Ahora no solo Hilda dependía de él, también su futuro hijo o hija.
Puso nuevamente ambas manos en el azadón y golpeó la tierra por enésima vez. Las callosidades de sus manos le provocaban incomodidad y dolor, suspiró al pensar en lo lejos que habían quedado sus días de trovador, pero aunque no fuera fácil esta era ahora su vida, la que había elegido con tal de permanecer al lado de la mujer que amaba.
Helga sirvió el té en la taza de su padre. Él y su madre estaban de visita y eso era algo que no la hacía muy feliz, sobre todo estando sola.
—Entonces —dijo Bob, después de dar el primer sorbo a su bebida y cuando Helga ya se estaba sentando —...¿No estás embarazada?
—No, no lo estoy —Helga casi bufa.
—Pues que mal, la descendencia es un tema muy importante,entonces te aconsejo que no pierdan el tiempo.
—Créeme, padre, no lo hacemos— dijo con cierto descaro y luego dio una mordida a su bizcocho.
Bob no reaccionó y Miriam boqueó con indignación.
—Pues espero que pronto le des a tu marido un hijo —dijo Bob.
—O una hija, a Arnold no le importa eso— y así era, ya habían hablado sobre el tema y claro, a él le hacía mucha ilusión ser padre pero no le importaba si era niño o niña.
—Créeme que le importa, aunque no lo admita, es importante engendrar a un heredero y lo mejor es que el heredero llegue cuanto antes o podría pasarles lo que a nosotros, tu madre después de tenerte ya no pudo traer más hijos al mundo y tuve que conformarme con solo mujeres.
Miró a su madre y su madre la miró también, con esos ojos tan llenos de odio a los que Helga ya estaba acostumbrada, ¿sería lo que su padre acababa de decir, la razón de que su madre la mirara así?
—En serio, ayer en el baile fui un desastre —Phoebe dijo y dio un suspiro cargado de amargura.
La joven parecía sumirse en el mullido sillón que ocupaba y a pesar de que la luz que entraba por los grandes ventanales de la estancia la iluminaba, su expresión era sombría.
—Phoebe, no debes sentirte mal, llevas poco tiempo aquí, ten paciencia verás que dentro de poco te desenvolverás perfectamente en las reuniones y fiestas, yo te ayudaré en lo que pueda.
—Gracias. Pero siempre me ha costado relacionarme con otras personas, ojalá pudiera ser más como tu.
—Créeme, no soy el mejor ejemplo a seguir.
Phoebe no pensaba lo mismo, Hilda Shortman, podía no ser en extremo sociable pero lo era cuando se necesitaba y tenía un toque de, como decirlo, desfachatez que ella admiraba y que algún día esperaba tener. Volvió a suspirar y levantó su cabizbaja mirada un poco, en el marco de la puerta, de espaldas a su única y reciente amiga, estaba de pie el señor Shortman. Este hizo una leve inclinación y puso el índice sobre sus labios, pidiendo que no dijera que estaba allí.
—Creo que es momento de irme —sonrió y se levantó —. Me seguiré esforzando, lo prometo —susurró, para que solo su amiga pudiera oírla —, no es necesario que me acompañes.
—Pero —Helga estaba por levantarse pero Phoebe se lo impidió —...
—Está bien, conozco el camino.
Hizo una pequeña reverencia al pasar al lado del señor Shortman y se marchó.
—Me agrada la señorita Heyerdahl.
Helga se levantó casi de un salto, al oír esa voz risueña y al girar y ver a Arnold a unos pasos de ella, se lanzó a sus brazos.
—Pensé que estarías más tiempo fuera.
—Bueno, trabajé a marchas forzadas —e hizo trabajar igual a su amigo —para regresar antes, ya no quería estar lejos de ti —la apretó más contra sí y la besó.
Sus labios tenían un gusto dulce, tal vez por las galletas con las que acompañó su té, pensó Arnold aunque solo por un par de segundos, porque después se concentró solo en saborearlos.
—Te tengo una sorpresa —la besó de nuevo antes de separarse un poco de ella, sacó algo de su bolsillo y se lo entregó.
Helga fijó su mirada en el pequeño y brillante objeto que él le dio.
—Es hermoso —era un relicario dorado, en forma de corazón, al girarlo vio grabadas las iniciales de ambos y al abrirlo vio que estaba vacío.
—Podrás poner lo que quieras.
—Se exactamente que será —lo abrazó, recargándose sobre su pecho, le encantaba escuchar el latido de su corazón —. Gracias.
—Realmente es una baratija —se sentía encantado por su reacción pero debía decirle la verdad —, no es una joya costosa pero en cuanto la vi no pude dejar de pensar que era perfecta para ti.
—Lo es, me encantó… Lo guardaré como un tesoro...
—Bien, entonces en un par de horas tendremos por fin la reunión con el señor Clarence —dijo Gerald.
—Ah... Sobre eso...
—¿Ahora qué? —miró a Arnold que estaba del otro lado del escritorio —¿Acaso vas a decirme que no vas a ir?
—Pues, le prometí a Hilda que pasaría la tarde con ella y...
—¡Oh, vamos! —Gerald se levantó y abrió los brazos al costado, en señal de exasperación —Hemos estado buscando esta reunión desde antes de que te casarás, sabes lo importante que es y ahora que Clarence finalmente está de nuevo en la ciudad y dispuesto a recibirnos, ¿no puedes dejar de lado tu luna de miel? —por la forma en la que su amigo evadía el mirarlo, supo cuál sería su respuesta y se rindió, mejor no gastaba sus energías en discutir y se enfocaba en los negocios —De acuerdo, yo me encargaré.
—Te lo agradezco, Gerald.
—No, no me agradezcas, mejor toma nota de que me debes una más. En serio si no fuera por mi, ahora vivirías en la indigencia...
—Y yo gustosa viviría con él —ambos hombres miraron hacia la puerta, en donde Helga estaba de pie, llevando una charola con unos bocadillos.
—Si, eso me queda claro —dijo Gerald, con un toque malhumorado —. Son tal para cual.
—No debería molestarse tanto, señor Johanssen —entró y puso la charola en un lado del escritorio —¿Sabe qué podría aliviar ese mal humor suyo?
—Ah, no lo diga, señora Shortman. Ya sé por dónde va.
—Una esposa.
Gerald miró a Arnold y dijo.
—Le dije que no lo dijera y aún así lo dijo, tu esposa es un poco descarada, ¿no crees?
—Si ¿No te parece eso encantador?
—Tal para cual —volteó los ojos —... Mejor me voy, antes de que me hagan enfadar —su voz sonó molesta pero estaba sonriendo.
—¿No va a comer un bocadillo?
—No, gracias. Debo marcharme, tengo una reunión —se despidió de ambos, pensando que aunque demostrará varias veces su molestia por el comportamiento del matrimonio Shortman, la realidad era que se alegraba por su amigo y que ella le caía bien.
—¿Armand?... ¿Qué ocurre?
—Nada —contestó él mirando la precaria comida que tenía enfrente, luego miró la de ella y después miró a su alrededor —. Podría hacer lo que los otros hombres…
—¿A qué te refieres?
—Ir a la ciudad y buscar un mejor trabajo.
—¡No! —ella tomó su mano —No nos dejes —llevó su mano libre a su vientre, que pudo sentir abultado a pesar de las capas de ropa —, te necesito a mi lado…
—Lo que necesitas es un lugar digno donde vivir no esta pocilga. Necesitas alimentarte bien no esto —apartó su plato con enojo —Nuestro hijo necesita un mejor comienzo… No quiero apartarme de ti, pero lo he pensado mucho y en verdad creo que es lo mejor. Allá podré encontrar un mejor trabajo y darte una mejor vida, aun no será la que mereces, pero será mejor que esto.
—No lo necesito…
—¡Pero yo sí! —se exaltó, pero un instante se calmó —Necesito demostrarme a mí mismo que soy el hombre que mereces, que tengo derecho a que me des tu amor. Hilda —acarició su mejilla y al mismo tiempo limpió una lágrima —...déjame hacer esto, por favor.
No lo quería lejos de ella, pero ya había notado que él sufría, que ya no era el mismo Armand que cuando lo conoció, tenía miedo de perderlo, pero entendió que si lo retenía eso era justo lo que acabaría por pasar.
—De acuerdo…
El anciano, con quien Gerald se citó en uno de los restaurantes más elegantes de la ciudad, bebió de su copa de vino y luego habló.
—Ya que terminamos con los negocios, hablemos de trivialidades, ¿qué le parece, señor Johanssen?
—Claro, ¿por qué no? —Gerald contestó sonriendo, estaba muy satisfecho con el trato logrado, así que si Clarence deseaba charlar un poco, estaba bien.
—Entonces, dígame, señor Johanssen ¿Qué ha pensado sobre lo que hablamos en aquella fiesta, la otra noche?
—¿Eh?
—Sobre la otra jovencita Pataki, ¿acaso no desperté su interés, jovencito? —lo miró con malicia.
—Pues... —ahora recordaba el tema y como no pensaba que fuese prudente decirle que se equivocaba, optó por seguirle la corriente —A decir verdad, sí claro.
—¿Y no le preguntó a su socio sobre ella?
—Bueno, podría haberlo hecho, pero sigue en su luna de miel y últimamente no consigo que me preste mucha atención, usted comprende.
—Sí, comprendo. Yo también fui un joven enamorado —sus ojos se llenaron de añoranza y después de soltar un largo suspiro, continúo —. Pues, se lo contaré yo... Como dije antes, es igual a su hermana, son como dos gotas de agua... En lo físico, no en el carácter. La otra se llama —se quedó pensativo unos segundos y añadió —Helga, sí ese es su nombre y siempre sacaba de sus casillas a la madre, aunque no porque fuera mala más bien...voluntariosa, un espíritu rebelde, diría yo —dio otro sorbo a su vino —. Me pregunto dónde estará... —se rascó el mentón —Deje de verla incluso antes de que los Pataki de mudaran. Debería preguntarle a su amigo y cuando lo sepa, haga el favor de decirme porque ahora me siento intrigado.
Gerald empezó a cuestionarse si realmente eran solo delirios de anciano, parecía muy convencido de lo que decía... Tal vez valía la pena averiguarlo...
—Claro, cuente con eso, señor Clarence.
—¿Y eso es todo lo que debemos investigar, jefe?
Por la tarde Gerald había comido en uno de los mejores restaurantes y ahora cenaba en un tugurio en una de las zonas pobres de la ciudad, pero allí era donde podía localizar a Stinky y Sid. Eran unos tipos de aspecto atolondrado y un tanto ridículo pero eran buenos haciendo su trabajo, ya en el pasado habían conseguido información valiosa para él y esperaba que esta vez hicieran lo mismo.
—Así es Sid, necesito esa información cuanto antes.
—Entendido —dijo Stinky y ambos se pusieron de pie, aunque aún no terminaban lo que ordenaron.
—Ya saben, esto es confidencial.
—Claro jefe, eso ya lo sabemos. Vamos Stinky.
—Si, Sid.
Gerald acabó de un trago con el vino barato que le sirvieron y suspiró. Tal vez estaba yendo muy lejos pero necesitaba saber si aquello era cierto y en caso de que así fuera, quería saber qué era lo que estaba tras el misterio de la hermana que nadie había mencionado. Algo no olía bien en todo ese asunto.
Hilda puso su mano sobre el vientre y lo acarició gentilmente.
—Estás seguro de esto— dijo desde su asiento a Armand, con tono de súplica.
—Lo estoy. Debo hacerlo, es por nosotros pero sobre todo por nuestro hijo. Tampoco yo quiero irme pero si me quedo aquí, solo trabajando en el campo, jamás saldremos de esta vida llena de carencias.
—A mi no me importan las carencias si te tengo a mi lado —aunque ya había accedido a los planes de su esposo, no podía evitar al menos intentar detenerlo una última vez.
—¡Pero a mí sí!— levantó la voz y los ojos de Hilda se llenaron de lágrimas— Perdóname— fue hasta donde estaba ella y se arrodilló, le tomó ambas manos y las besó—. Perdóname, no quise levantarte la voz, es solo que no puedo seguir viendo cómo vives rodeada de esta pobreza. Estas manos— volvió a besarlas— no deberías estar así— dijo refiriéndose a lo maltratadas que estaban—. No deberías sufrir por mi incapacidad de sostener este hogar y darte la vida que mereces… Estoy comenzando a odiarme, por eso necesito irme de aquí...en la ciudad encontraré un mejor trabajo y pronto te sacaré de toda esta inmundicia.
—Entiendo— le acarició los castaños cabellos—...si sientes que debes marcharte, no te detendré pero al menos podrías llevarme contigo.
Él negó fervientemente.
—Deja que me establezca primero, no quiero que también allá sufras… En cuanto tenga un buen trabajo y un buen lugar para vivir, mandaré por ti— le acarició el vientre—...por ustedes. Por lo pronto nuestras vecinas prometieron que los cuidarán y por eso me voy tranquilo. Prométeme que vas a cuidarte y a él también.
Hilda no pudo hablar, tenía un nudo en la garganta y no quería llorar, no quería despedirse de su amado entre lágrimas, así que solo asintió.
—Bien— dijo él y se levantó, ayudándola a levantarse también—. Gracias por ser tan fuerte— la besó con intensidad, hasta que a ambos les faltó el aliento—... Es hora de irme— caminaron juntos hasta la puerta—. Mandaré pronto por ti— él abrió la puerta, la besó en la frente y se marchó—.
Ella se quedó en el marco de la puerta, viéndolo reunirse con el grupo de hombres, que como su esposo, iban a probar suerte en la ciudad. Cuando Armand volteó a verla ella se forzó a sonreír, mientras sentía que su corazón se desgarraba y la brisa rozaba su cara.
Stinky salió del carruaje y de inmediato se estiró para destensar su adolorido cuerpo, ser alto a veces no era fácil, muchas veces era incómodo.
—Vámonos —dijo Sid, caminando inmediatamente después de bajar.
Si, ser bajo de estatura podía tener sus ventajas, pensaba Stinky, tratando de seguirle el paso a su amigo el bajito.
Estaban en ese lugar para hacer su investigación pero eran conscientes que al ser un par de desconocidos que francamente, y tenían que reconocerlo, lucían un tanto sospechosos, obtener cualquier información les sería difícil, así que habían reclutado a alguien más.
No detuvieron sus pasos ni voltearon para cerciorarse si la joven que los acompañaba bajaba del carruaje.
Sid estaba fumando, recargado en la ventana abierta, era de madrugada, todos en la posada debían de estar ya dormidos, así que era el momento perfecto para reunirse con su 'colaboradora' sin que nadie lo supiera. Dio una honda calada a su cigarrillo y escuchó la puerta abrirse. Apagó el cigarrillo y fue a reunirse con la recién llegada y Stinky.
—¿Y bien? —preguntó al llegar junto a ellos.
—Las mujeres de aquí son muy amables —la joven sonrió al decirlo —y comunicativas. Están deseosas de hablar de los demás, fue fácil conseguir la información. La chica existe y era un dolor de cabeza para su madre, así que la enviaron a una especie de internado o algo así —se encogió de hombros al decirlo.
—¿Sabes dónde está ese lugar?
Ella miró a Stinky, para responderle con un asentimiento y luego le dijo la ubicación.
Sid y Stinky, estuvieron vigilando por unos días el instituto de Lady Wellington y descubrieron que era muy difícil entrar para continuar con sus averiguaciones, pero sí podrían obtener información de algún empleado que saliera de la residencia.
Y para eso mandaron a su recién reclutada asistente, porque de nueva cuenta era la más indicada para el trabajo, era más fácil que confiaran en ella, además estaba el factor de su apariencia y aunque a ella no le gustaba echar mano de ese recurso, ya que le estaban pagando tan bien por ese trabajo, se había resignado a aprovechar el hecho de que los hombres la consideraban bonita y se mostraban complacientes con ella. Y sí, le fue fácil obtener lo que quería.
Era hora de regresar y de ver si el jefe Gerald quedaba contento con lo que habían averiguado.
—Así que es verdad lo que me dijo Clarence y la hermana existe.
—Así es jefe, pero lamentamos no poderle decir dónde está ahora, ¿verdad Sid? —Lo último que pudieron averiguar fue que había abandonado la residencia Wellington.
Al ver la expresión de su jefe, Stinky se atrevió a hacer una sugerencia.
—Aún hay algo más de lo que podemos echar mano, jefe... —eso atrajó la atención de Gerald —La servidumbre. Siempre hay algún empleado descontento y muy bien informado a quien se le puede sacar información con la estrategia correcta.
Gerald miró desde la distancia al feliz matrimonio y dio media vuelta alejándose.
Todavía no estaba seguro de lo que estaba ocurriendo, pero lo ponía mal la posibilidad de que el paradero de la misteriosa tercera hija Pataki no fuera un lugar lejano, sino uno mucho muy cercano y que los Pataki pudieran estar burlándose de su amigo. Eso lo ponía de pésimo humor, tanto como para marcharse de la fiesta.
—Lo siento —se disculpó con la persona que había chocado mientras salía de allí, escuchó una vocecilla indicándole que aceptaba su disculpa y él se giró para ver de quien se trataba. Era la señorita Heyerdahl, era una joven linda; lástima que era demasiado tímida y eso la hacía lucir apocada, eso le dificultaría hacerse de un buen marido, pensó. Volvió a disculparse y se retiró.
Sid y Stinky tuvieron suerte y después de unos cuantos días vigilando la residencia Pataki, localizaron a un sujeto con mucho potencial.
Y al anochecer del sexto día, ya estaban comprobando que su intuición al parecer los había llevado por buen camino.
Siguieron al sujeto en cuestión hasta una taberna y ya allí lo abordaron casualmente, y no dejaron que su tarro de cerveza se vaciara en ningún momento, hasta que su hablar se volvió arrastrado y desinhibido.
—¡La vida apesta, amigo! —dijo Sid,
—¡Ciiiierrtooo! —dijo el ebrio.
—Lo que más apesta es tener que obedecer órdenes de esos petulantes de la 'alta sociedad' —añadió Stinky, rezongando. Debían presionar en los lugares indicados, esperando que funcionara —¡Se creen perfectos! Pero todos tienen sus sucios secretitos.
—¡Ooooh! ¡Y vasha que lossss tienen!
Sid y Stinky se miraron, por la forma en la que dijo aquello estaban seguros de que tenían algo bueno y esta vez Sid continuó.
—¿Lo dices por experiencia? ¡Vamos! ¿Qué sucio secretillo guardan tus patrones?
Un titubeo se reflejó en el rostro del sirviente y Stinky atacó.
—¡Vamos, cuenta! No pasará nada si lo haces, nosotros ni siquiera sabemos para quién trabajas y además, después nosotros te contaremos algo de nuestros patrones, digo, para estar en igualdad de circunstancias —echó más cerveza en el tarro del pobre sujeto y le apuro para que tomara un gran trago.
Eso relajó al «informante involuntario» y habló con soltura, aunque con mala dicción.
—La hija del pa del patrón... ¡jah! La que sssse veía como todaaa una daama... ¡Vasha dama! —empezó a carcajearse y golpear la mesa con ambas manos.
—¡Oye, tranquilo! —Sid le detuvo las manos.
—Si, claro... Shhhhhh —puso el índice sobre sus labios y calló a todos a su alrededor.
—¿Y qué más? —dijo Sid —Sobre la hija de tus patrones...
—¡Ah! Tenía un prommmetido... Pobrre idiota...lo esstán enga engañando... La mmmuchacha se fugó con otrro y ahora lo cassaron con la her hermana... Son como como dos gotasss de... cerveza —rió de nuevo, pero esta vez bajito y luego de un sorbo terminó la cerveza que quedaba— igual que ustedesss dos —señalo a Sid —y usstedess doss... —ahora a Stinky —Son muuuchosss igualesss —dejó caer la cabeza sobre la mesa, murmuró algunas cosas sin sentido por un par de minutos y luego se quedó dormido.
Stinky y Sid se levantaron y fueron hacia donde estaba el dueño de la taberna.
—Ya sabes.
—Claro, el tipo estuvo aquí solo y ustedes nunca estuvieron.
Sid le entregó unas monedas, tuvieron suerte en que su objetivo eligiera esa taberna, el dueño era un viejo conocido y no había que dar más explicaciones.
CONTINUARÁ...
