El sonido de un trueno a la distancia lo despertó. Aunque ya estaban entrados en la temporada de lluvias el clima continuaba siendo agradable.
Otro trueno sonó pero fue un movimiento al lado suyo lo que atrajo su atención.
Arnold sonrió, su esposa a veces era un poco inquieta al dormir, como si a veces algo perturbara sus sueños pero él sabía cómo calmarla.
La envolvió con sus brazos y la pegó a él.
...
Un viento cálido llegó, haciendo volar centenares de pétalos a su alrededor...
—Ten cuidado donde pisas.
Ella sonrió al escuchar esa voz, la reconoció de inmediato y se giró hacia el lugar de donde provenía.
—¡Arnold! —Corrió hacia él con la sonrisa aún en el rostro. A pocos pasos de llegar Helga tropezó y cayó al suelo.
—Te dije que tuvieras cuidado...
La voz de Arnold le pareció extraña, demasiado desprovista de emoción. Levantó el rostro y se topó con una expresión fría que le hizo sentir una punzada en el pecho.
Una ráfaga de viento, esta vez fría, la golpeó y tuvo que cerrar los ojos, y mientras el viento rugía en sus oídos, escuchó también la voz de su esposo.
—A partir de ahora estás sola, Helga.
Ella abrió los ojos de golpe al oír aquello, tan solo para darse cuenta que frente a ella ya no había nadie. Se levantó y miró a su alrededor, el campo de flores ya no existía, estaba en un terreno árido y Arnold no estaba por ningún lado.
De repente se sentía tan sola y un frío que le calaba dolorosamente hasta los huesos la hizo abrazarse.
Arnold la había llamado por su nombre...
Ya sabía quien era en realidad y la había dejado…
Cayó sobre sus rodillas, estremeciéndose por la fuerza de sus sollozos.
...
—Tranquila.
Helga abrió los ojos. Le costó un par de segundos darse cuenta de que estaba entre los brazos de Arnold y ya no sentía más frío .
Se pegó más a él aspirando profundamente, llenando sus pulmones con su aroma. Todo había sido un sueño…
Otro más...
—¿Una pesadilla? —preguntó él con algo de preocupación porque no era la primera vez que esto pasaba, últimamente era muy frecuente que ella se pusiera así, en un par de ocasiones incluso la escuchó sollozar. Tal vez algo estaba yendo mal y no se lo decía.
—No lo sé… ya no recuerdo —mintió, claro que recordaba, fue una pesadilla tan vivida que una parte de su mente aún se sentía atrapada dentro de ella —Nunca me dejes... —susurró sumamente bajo.
—¿Qué?
—Nada...Solo abrázame más fuerte…
—Ya no puedo abrazarte con más fuerza, si hago eso voy a lastimarte.
—No importa— como él no parecía dispuesto a cumplir su petición, fue ella quien lo hizo. No había distancia entre ellos pero para Helga aún era insuficiente, quería sentirlo más cerca.
Al poco tiempo ella soltó un suspiro y se relajo dentro del abrazo.
En momentos como ese Arnold sentía su pecho henchido de orgullo, o tal vez era soberbia, quien sabe, pero aunque pareciera algo tonto, él se sentía como su gran salvador, como si pudiera protegerla de todo…
Y es que eso era precisamente lo que deseaba hacer por siempre o al menos hasta que él exhalara su último aliento. En el pasado no fue capaz de hacer eso, dejó ir a sus padres y a sus abuelos, aún ahora tenía esa sensación de no haberlos sostenido lo suficientemente fuerte y de que se habían escapado de entre sus dedos, igual que lo hace la arena.
Pero esta vez no sería así…
Amaba demasiado a Hilda, más de lo que jamás imaginó que podría amar a alguien y a ella nunca la iba a soltar...
Pronto, sin que él se lo propusiera, las caricias consoladoras, que en un momento comenzó a brindarle, fueron tomando un tono más íntimo y a su esposa pareció no molestarle, más bien, se mostró bastante dispuesta a ceder a sus intenciones.
Pronto iba a amanecer y estaba claro que ellos ya no dormirían más.
Gerald llenó de nueva cuenta su copa, la levantó y la observó unos instantes, antes de acabar con su contenido de un solo trago.
Debió hacer caso a aquello que dice que el ignorante es más feliz... A veces es preferible no saber ciertas cosas...
Debió dejar todo como estaba y no mandar a Sid y Stinky a que investigaran.
Dejó con fuerza su copa en la mesita que tenía al lado. Se meció el cabello y luego se cubrió un rostro con ambas manos, ahogando en su garganta un grito de desesperación.
¿Qué debía de hacer ahora?
La verdad que ahora conocía se había vuelto una carga muy pesada...
... Si callaba, el silencio lo haría sufrir... Si hablaba, haría sufrir a su amigo…
Definitivamente no deseaba estar en esa encrucijada.
El sol estaba por salir y él seguía despierto y sin decidir lo que debía hacer.
Hacía varios días que Arnold no veía a su amigo y la razón la desconocía totalmente, simplemente de la nada dejó de recibirlo, aunque estaba a punto de descubrir porque ya que al fin iba a reunirse con él.
—¡Vaya! Hasta que aceptas recibirme —dijo Arnold en cuanto Gerald entró al salón de la residencia Jhohanssen, pero al verlo bien, cualquier otro reclamo que hubiera podido hacerle no llegó. Realmente su amigo se veía mal— ¿Estabas enfermo? Debiste habérmelo dicho.
—Sé que no me veo muy bien pero créeme, no fue nada grave —no quiso desmentir lo que su amigo creía —, pero sí era muy contagioso por eso no quise recibirte antes —era mejor que creyera en una supuesta enfermedad a que supiera que si tenía ese aspecto era porque tomar una decisión respecto a si decirle o no la verdad, fue algo realmente desgastante —, pero ya todo está bajo control —se encogió de hombros, aún no sabía qué hacer pero tenía la esperanza de que hablar con Arnold, le ayudará.
—Me alegra escuchar eso.
Gerald tomó asiento y Arnold hizo lo mismo.
—Espero que en mi ausencia no hayas descuidado los negocios —Arnold desvió la mirada y Gerald bufó —. Lo sabía…
—No te enfades, por supuesto que no descuide los negocios, te lo aseguro.
—Es difícil creer eso, con lo embobado que estás por tu esposa —suspiró —. Dime algo, ¿en verdad la amas o es igual que las veces anteriores?
Arnold no dudó al responder.
—Definitivamente no es como las veces anteriores, la amo mas que a mi vida…
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —Siguió con la mirada a su amigo, que se levantó y caminó hacia el ventanal. Hasta entonces se percató de que una suave lluvia veraniega caía.
—Una lluvia igual caía el día que enterraron a mis padres y el día en que recibí la noticia de la muerte de mis abuelos… Antes no soportaba los días como este —Gerald frunció el ceño, nunca se había percatado de eso —, porque me recordaban mis pérdidas, no me dejaban olvidar que estaba solo —Arnold suspiró —... Ahora no es que me gusten, pero los soporto porque Hilda está a mi lado. Nunca imaginé que una sola persona fuera capaz de hacerme sentir tan fuerte... —Arnold se giró para ver a su amigo —Y a la vez tan vulnerable...Se ha vuelto mi mundo y no sé qué haría sin ella, bueno, sí sé, si la perdiera estaría destruido...Me aterra perderla a ella también.
La casi lúgubre declaración de su amigo le dio la respuesta que estuvo buscando todos esos días. Estaba decidido… él no sería parte de la destrucción de su amigo.
Guardaría en secreto lo que sabía sobre la verdadera identidad de su esposa.
Phoebe no creía que tuviera nada de malo vivir entre libros como lo había hecho hasta hacía poco.
Sí, era cierto que no se relacionaba mucho con otras personas pero hasta el momento nunca le hizo falta, era feliz así. Por eso no entendía el porqué ahora sus padres querían que cambiara y la habían lanzado así como así a un mundo que no conocía.
De no ser por su nueva y, a decir verdad, única amiga Hilda Shortman, no sabría cómo sobrevivir a todos esos bailes y reuniones a los que tenía que estar asistiendo.
Quitó una inexistente pelusa de su vestido y ahogó un suspiro. Levantó la vista y vio que al otro lado del salón, el socio del señor Shortman veía hacia allí, con cara de pocos amigos.
—Parece molesto…
—¿Cómo? —Helga escuchó la vocecilla pero no entendió bien lo que dijo.
—El socio de tu esposo, parece molesto.
Helga buscó con la mirada y al encontrarlo coincidió con su amiga, se veía enojado. En ese momento él la miró y ella le sonrió, lo cual pareció molestarlo más o eso le pareció antes de que el señor Johanssen diera media vuelta, dándole la espalda.
—Debe de estar así por algo concerniente a los negocios… pero bueno, eso no importa ahora, creo que llegó el momento de socializar un poco— dijo Helga y rió bajito ante la actitud de resignado sufrimiento de su amiga.
Tuvo que salir de allí...No soportaba verla, simplemente no podía…
Hacerlo le recordaba que ahora él también era parte del elaborado engaño en el que su amigo estaba inmerso.
Gerald miró la copa que tenía en su mano, estaba vacía, otra más a la que le pasaba lo mismo. Ya había perdido la cuenta de cuantas había bebido. Últimamente había estado bebiendo mucho.
Suspiró y cerró los ojos cuando una cálida brisa veraniega circuló por el balcón y golpeó su rostro. Comenzaba a sentirse mareado, lo mejor era que se retirara, antes de que su cordura lo abandonara y cometiera algún error.
Él estaba cerca de la puerta, cuando alguien más la abrió desde el interior.
—Señorita Heyerdahl —Gerald soltó una carcajada, ante la expresión sorprendida y apenada de la joven —. Si me permite darle un consejo... No debería permitir que la timidez la domine —se acercó a ella, quien retrocedió un poco ante su cercanía —, es demasiado linda para eso...
Phoebe sintió que el color se le subió a las mejillas, iba a alejarse más pero no fue necesario, fue Gerald quien lo hizo y como si nada, pasó a su lado para entrar.
—Y otra cosa... —añadió él —Búsquese mejores amistades, la que tiene ahora no le conviene y no es lo que parece.
La joven lo miraba estupefacta, mientras se alejaba.
Se llevó las manos a las mejillas, ¿qué había sido todo aquello? Salió sólo para tomar un poco de aire y de repente se encuentra con ese hombre con el que apenas había cruzado uno que otro saludo, ¿por qué se había comportado de esa manera con ella? Tal vez…
Si su olfato no la había engañado, percibió un ligero aroma a licor, ¿acaso estaría borracho? Era lo más probable… por eso le había dicho linda, sintió que se sonrojaba nuevamente al recordarlo y sacudió la cabeza.
Definitivamente estaba ebrio, se dijo.
¿Y qué fue aquello último que le dijo acerca de sus amistades? No tenía sentido para ella
Había muchos lugares ideales para hacer negocios y Bob Pataki sabía perfectamente a cuales acudir para cerrar sus tratos, incluyendo aquellos que carecían de legalidad. Esas reuniones debían llevarse a cabo en la clandestinidad, en lugares idóneos y con la gente adecuada. No se fiaba de cualquiera, era muy riesgoso ser crédulo, pero tras llevar prácticamente toda una vida en los negocios, tenía el colmillo suficiente por eso no se sentía preocupado.
—Todo está listo, solo falta el dinero para empezar a mover todo —dijo el hombre que tenía frente a él y Bob sonrió.
—Perfecto, dame algunos días y lo tendrás —respondió Bob, con total seguridad.
—¿Acaso pondrás tu propio capital? Me sorprendes, Pataki.
—Crees que soy tan tonto. No nací ayer, no voy a arriesgar mi dinero en una inversión tan poco segura y además ilegal.
—¿Entonces? ¿De dónde piensas sacar el dinero?
—No te preocupes por eso. Tengo en la mira a alguien que sé que aportará el capital, mi yerno.
—Suenas demasiado seguro de eso…
—Lo estoy porque lo tengo comiendo de mi mano —mejor dicho, Helga era quien lo tenía así, pero el efecto se extiendía, pensó Bob —. Sé como hacer para que no pueda negarse —honestamente ese matrimonio era lo mejor que les ha pasado, sonrió —. Espero que este negocio resulte bien, de lo contrario el muchacho puede salir muy perjudicado —suspiró —...pero que se le va hacer...los sacrificios no pueden evitarse, ¿cierto?, además él es joven y puede reponerse de un pequeño tropiezo.
Rió a carcajadas ante la mirada atenta de su deshonesto socio de negocios.
—Cierto... Muy cierto.
—No lo sé, necesitamos hablarlo, Bob— dijo Arnold, mirando a Gerald.
Su socio por su parte no apartaba la vista del suegro de su amigo.
—Pero muchacho, ¿qué es lo que tienen que hablar? Estoy poniendo frente a ustedes lo que puede ser el negocio de sus vidas, pocos riesgos, grandes ganancias.
—Si, pero…
—Nada de «peros», hijo. Este es un negocio grande, es más, ya se lo conté a Hilda y ella está entusiasmada con la idea.
—¿Si?
—Por supuesto y es que tengo tanta fe en este negocio, que ya le prometí que parte de los beneficios irán a parar a obras de caridad.
—Pues eso suena increíble, pero yo no tomo esta clase de decisiones solo y debo consultarlo con mi socio.
—Si, entiendo perfectamente, hijo. Hablenlo...pero no se tarden demasiado en tomar decisión porque como dicen, el tiempo es oro —se golpeó las rodillas con las manos y se puso de pie —. Bueno, me retiro para que puedan hablar.
—¿Qué opinas?— preguntó Arnold a Gerald, instantes después de que Bob se marchara.
—No es buena idea, hay algo en su propuesta que no me gusta —Gerald se levantó y se sirvió una copa y antes de tomarla, dijo —. Yo digo que debemos negarnos.
—Pero…si lo analizas bien, no es tan mala idea…
—Claro que lo es. Su propuesta tiene demasiadas lagunas y suena demasiado bien para ser verdad. La experiencia me dice que nunca hay que ir tras aquello que parece demasiado bueno para ser verdad —no dijo aquello solo por los negocios, sino también por la farsa en la que vivía su amigo sin saber.
—No es como dices, ya ves que incluso Hilda está de acuerdo…
Gerald bufó e interrumpió de nueva cuenta la intención de beber de su copa.
—¡Por favor! ¡No me digas que con la sola mención de tu esposa ya te convenció!
—Bueno, ella está entusiasmada y…
—¡Basta! —casi gritó —¡Esto ya fue demasiado lejos y no voy a permitir que sigas siendo su títere!
—Yo no soy títere de nadie.
—¡Claro que lo eres! ¡Por unas faldas estás permitiendo que hagan lo que quieran de ti!
—Basta, Gerald. Creo que tal vez has tomado demasiado, ya no sabes lo que dices, así que mejor dejamos hasta aquí esta discusión.
Gerald dejó de forma brusca su copa aún llena en el escritorio frente a Arnold
—Es verdad que he bebido de más últimamente, pero hoy no he tomado ni una sola gota de licor. No estoy ebrio, pero tu… tu si estas ciego... —se mordió la lengua para no decir más y salió del despacho con pasos firmes.
Arnold no podía comprender el porqué del cambio en su amigo, no tenía idea de lo que le pasaba y estaba muy preocupado por él... Por el momento le daría su espacio, pero necesitaba charlar con él muy seriamente y eso sería pronto.
A Helga le preocupó saber que Gerald la buscaba
¿Acaso no debería estar trabajando al lado de su esposo?
¿Le habría pasado algo a Arnold?
—¿Ha pasado algo malo? —preguntó ella directamente, sin siquiera saludar y lo que recibió como respuesta fue silencio y una mirada de enojo. No supo cómo reaccionar a eso y sólo vio como Gerald cerraba la puerta, verificando antes que no hubiera alguien cerca.
—No quiero perder mi tiempo, así que iré directo al grano... —Gerald habló en voz baja y muy cerca de ella —Ya sé lo que pasa, Helga —él se sintió bien al verla palidecer y tambalear un poco.
—¿Có—cómo lo supiste? —de repente su garganta estaba seca y le costaba hablar.
—Eso no importa.
—¿Él ya lo sabe?
—No —se enfadó más de lo que ya estaba al verla suspirar de alivio — y no lo sabrá de mi boca, siempre y cuando tu y tu familia paren de abusar de él, ya lo han hecho demasiado, ¿no lo crees?
—Déjame explicarlo...
—No me interesan tus explicaciones, lo que quiero es que le adviertas a tu padre que no insista más con ese ridículo negocio suyo o yo voy a dejar de preocuparme por ser quien se encargue de decirle la verdad que posiblemente lo destruya.
—Jamás he querido hacerle daño...
—¿En verdad crees que voy a confiar en la palabra de alguien como tu? Sólo llévale mi mensaje a Bob. Espero que esta vez no ignores mi advertencia.
Mientras Helga lo veía marchar, recordó aquel primer encuentro con él.
«...no se le ocurra lastimarlo...»
«si lo lastimara de esa manera, él se perdería también por el dolor»
—Desiste de hacer ese negocio que le propusiste Arnold.
—¡Qué insolente! ¿Cómo te atreves a inmiscuirte en los asuntos de tu padre?
Helga volteo a ver a su madre, que también estaba presente en la reunión que tenía con su padre, en casa de ellos y justo después de la visita de Gerald.
—Me atrevo porque si insiste en continuar, Arnold sabrá la verdad. Eso es lo que el señor Johanssen me dijo.
—¿La verdad? ¿Hablas de...?
—De quién soy realmente y supongo que también de lo que Hilda hizo, porque él me dijo que sabía todo.
—¿Y cómo puede saberlo él? —preguntó Bob con cierta tranquilidad y sin el miedo en el rostro, al contrario de Miriam a quien incluso le costaba respirar.
—No lo sé —dijo sinceramente Helga —, pero definitivamente lo sabe y se lo dirá a Arnold si no cumples con su exigencia.
Bob se frotó la barbilla.
—¡¿Qué fue lo que hiciste?!
Helga sintió el tirón en su brazo, provocado por su madre.
—Yo no hice nada.
—Algún error debiste cometer y por eso te descubrió.
—Si quieres culparme nuevamente, madre, hazlo, pero la realidad es que las mentiras siempre salen a la luz...
Miriam le dedicó una de esas miradas cargadas de odio y decidió ya no perder el tiempo reclamándole y la soltó.
—¿Qué haremos ahora? —preguntó Miriam a su esposo.
—Por lo pronto agradecer que sólo él lo sepa y cumplir con su exigencia —ya no le sacaría el dinero a su yerno y tendría que conseguirlo con otros inversores. Eso significaba más trabajo, pero no era tampoco nada imposible de hacer.
—Supe que Gerald estuvo aquí, me lo dijo la señora Johnson.
—Así es...
Se encontraban en su habitación. Arnold acababa de llegar y estaba empezando a cambiarse de ropa, pero interrumpió la labor de desabrochar su saco para centrar su atención en su esposa y verla con preocupación.
—No vino a molestarte, ¿o si? —recordando como se puso esa mañana, eso era posible y no le gustaba la idea.
—Claro que no, ¿por qué lo dices?
—No reaccionó muy bien al negocio que nos propuso tu padre... Ha estado actuando muy raro últimamente—se encogió de hombros y suspiró —Espero que mañana esté ya de mejor humor, porque voy a aceptar el negocio. Tu padre me dijo que estás emocionada por que se realice —sonrió.
Así que su padre dijo eso...
Había utilizado la influencia que sabía que ella tenía sobre él, eso había sido muy bajo y ahora comprendía la reacción de Gerald.
—No creo que debas hacerlo...
—¿Por qué no?
—Yo no sé mucho de negocios, así que me emocioné fácilmente, pero Gerald me hizo comprender las implicaciones de seguir con esa inversión y ahora sé el error que estaba cometiendo.
—Espero que él no haya sido muy osco al hablar contigo de ese asunto.
Ella le sonrió para tranquilizarlo y negó con la cabeza; se acercó a él y le alisó la solapa del saco, pasando suavemente la mano sobre la tela como en una suave y lenta caricia.
—Este saco es mi favorito —dijo ella.
—¿Eh? ¿Y eso? —preguntó él, con tono divertido. Claramente ella estaba tratando de cambiar el tema, pero si eso era lo que quería no tenía problema en dejarla. Puso la mano en su cintura y la hizo acercarse más a él.
—Tus ojos… se ven más verdes cuando lo usas y eso me gusta… es una bobería, lo sé —agregó rápidamente y un tanto apenada.
—No es una bobería —mirándola con intensidad —. Si hace que yo te guste más, entonces lo usaré a diario.
Ella rio.
—No creo que eso esté bien. La gente empezará a murmurar si comienzan a ver al señor Shortman, el importante hombre de negocios llevando siempre el mismo saco.
Arnold fingió meditarlo un poco.
—Puede que tenga razón, señora Shortman —se inclinó hacia ella, hasta que quedó apoyada su frente en la de ella —... Entonces… Cuando lo use pensaré especialmente en usted... ¿Le parece?
—Me parece —Ella le rodeó con los brazos —perfecto —él buscó sus labios con los suyos y los encontró más que dispuestos.
Él ya no tenía necesidad de ocuparse en la tarea de desabrocharse el saco. Entre besos, los finos y delicados dedos de su esposa se estaban abocando a esa tarea de una manera un tanto apresurada, pero Arnold interrumpió esa labor cuando estaba por terminar, tomando su mano y llevándola a sus labios.
—Sólo para que quede aclarado... —volvió a besar su mano —No voy a seguir con el negocio que tu padre me propuso, pero solamente porque tú así lo quieres... —sonrió ligeramente de lado —Ese es el poder que tienes sobre mi, Hilda.
Ella sentía ganas de llorar ¿Cómo podía estarle haciendo eso a él?
Acarició el rostro masculino con la mano libre.
—Nunca olvides lo mucho que te amo... Pase lo que pase recuérdalo, Arnold… Te lo ruego…
Gerald miraba fijamente al hombre que estaba de pie ante él. No conocía el nombre de aquel sujeto pero sabía que era un oficial de la ley que trabajaba encubierto y con él que ya había colaborado en el pasado.
—La información que me das no es para tomarse a la ligera.
—Lo sé —respondió Gerald. Acababa de contarle acerca del negocio que Bob les propuso y le alegraba saber que él también había visto algo turbio.
—Deberías alejarte de ese sujeto y sus ofertas financieras.
—Por supuesto, eso ya está arreglado —o al menos esperaba que aquella impostora ya se hubiera encargado de eso para esas horas, aunque aun si lo hacía o no, él había decidido ponerle freno a Big Bob por su cuenta.
—Investigaré este asunto. Gracias por la información —no dio tiempo a Gerald le agradeciera de regreso y desapareció entre las sombras, sigilosamente al igual que había aparecido.
Ahora Gerald ya estaba un poco más tranquilo.
CONTINUARÁ...
