A solas, dentro del carruaje, en el espacio que ahora se antojaba demasiado reducido, la incomodidad y la tensión los envolvían de camino hacia una fiesta.

Sus vidas debían de continuar lo más normal posible pero los días felices habían llegado a su fin, admitía Helga, mirando por la ventana hacia la oscuridad del camino. Se atrevió a creer que ella también tenía derecho a recibir amor, pero las personas como ella jamás estarían destinadas a tal dicha.

«...permanecerás a mi lado hasta el día en que la mujer a la que amó regrese a tomar su lugar...»

Erróneamente se permitió creer que él la amaba, cuando la única mujer en el corazón de Arnold fue siempre su hermana. Era a Hilda a la que dedicaba las miradas de amor, las palabras dulces, las caricias tiernas y ardientes susurros en sus momentos más íntimos. Nunca le pertenecieron a ella.

Voló demasiado cerca del sol y su estrepitosa caída estaba resultando muy dolorosa, pero aunque sus alas estuvieran destrozadas aún estaba de pie y debía permanecer así al menos hasta que cumpliera lo prometido a Arnold… Se lo debía.

Minutos después caminaba entre el resto de los invitados tomada del brazo de Arnold, mientras contestaba con una sonrisa a quienes los saludaban, realmente parecía como si todo fuera perfecto entre ellos, como si a él no le molestara su cercanía o como si ella no tuviera consciencia de eso.

Helga sintió que él se tensaba, pero no lo miró, seguramente la causa era que ella estuviera tan cerca, así que ignoró su reacción y siguió saludando a los demás asistentes del baile.

―¡Ah, muchacho! ¡Qué bueno te veo!

Helga miró a su alrededor, buscando a quien dijo eso y vio acercarse hacia ellos a un hombre mayor… Y ella lo conocía.

―Buenas noches, señor Clarence ―la tensión en la voz de Arnold era obvia y Helga se preguntaba el porqué de aquello.

Arnold se sintió de inmediato a la defensiva, sabía por Gerald que ese hombre sabía acerca de la existencia de las dos hermanas idénticas y le preocupaba que quisiera indagar más y que él cometiera un error irreparable, o lo hiciera ella en todo caso.

―Buenas noches ―contestó sonriente el hombre y luego la miró a ella ―. También es un gusto verla señora, ¿será que se acuerda de mí?

―Sí, señor Clarence.

―Me alegra, sí que me alegra y dígame, ¿dónde está su hermana?

Arnold dio otro respingo y ella entendió, ese hombre vivió en la misma ciudad que su familia y los conocía a todos, seguramente Arnold sabía eso y temía que ese hombre descubriera el secreto sobre su identidad.

―Señor Cla…

―Está en la India.

Arnold iba a excusarse y alejarse, pero Helga lo había interrumpido y dicho aquello con total seguridad, ¿qué creía que estaba haciendo? Se preguntaba él, mirándola con el ceño fruncido.

―No me refiero a esa hermana, me refiero a…

―Sé a quién se refiere ―se apresuró a decir ella ―, habla de Helga ―fue extraño hablar de ella misma como si fuera alguien más ―, ella está en la India también, creo que se cansó un poco del clima de aquí ―dijo en tono de broma y sonriendo ampliamente.

―Ya veo y la comprendo, con estos viejos huesos créame que también estoy harto de este clima, pero dígame, ¿cuándo volverá?

―Me temo que no será pronto, tal vez ni siquiera vaya a regresar, está prendada de aquellas tierras exóticas y por lo que me ha escrito, está considerando hacer su vida allá.

―¡Vaya, es una lástima! Los solteros de aquí han sufrido una gran pérdida sin saberlo. Por suerte ―se dirigió a Arnold ―está jovencita no siguió los pasos de sus hermanas o no serías tan feliz como lo eres ahora, muchacho.

―Sí, así es —casi dice Arnold entre dientes.

Si el señor Clarence supiera cuán irónicas resultaban sus palabras, pensó Helga con tristeza, aunque no borró la sonrisa de su rostro.

―Bueno muchacho, ya los importuné demasiado, tal vez más adelante podamos hablar de negocios, por lo pronto dejaré que disfruten de la velada —luego miró a Helga —. Señora, hágale llegar mis saludos a su hermana y mis mejores deseos, ojalá ahora sea feliz.

La mirada de ese hombre mayor la hizo sentir extraña, fue como si la estuviera viendo realmente a ella, mejor dicho a la pequeña Helga, la casi salvaje y solitaria niña.

―No cabe duda de que eres buena mintiendo ―le dijo Arnold cuando el señor Clarence se marchó. Ella no le dijo nada, ni siquiera lo miró, miraba hacia el frente y sonreía a quienes los miraban ―. Pero debo aceptar que estás cumpliendo muy bien con la primera parte de tu promesa. Espero que de la misma manera cumplas con la segunda parte.

—Lo haré, no te preocupes.


―Parece cómo si las cosas fueran bien entre tú y tu marido ―Miriam se acercó a su hija, justo después de que Arnold se separara de ella ―Me sorprende que a estas alturas aún no te haya echado ―habló con el volumen lo suficientemente alto para que su hija la escuchara entre el ruido, pero no tanto como para que los demás lo hicieran y esperó a ver su reacción, pero no hubo ninguna. No había dolor en su rostro y eso la enojó ¿Acaso se había salido con la suya? Se preguntó rechinando los dientes―¿A qué se debe este jueguito del matrimonio perfecto?

—A que estaré a su lado hasta que él la encuentre y regrese a tomar el legítimo lugar que le corresponde.

Miriam entendió perfectamente a quién se refería aun cuando no dijo su nombre y sonrió ampliamente.

—Eso sí me sorprende gratamente, es lo más sensato que él puede hacer, pero, ¿sabes? Me sorprende más verte tan resignada a tu destino.

―Tan sólo entendí que no tiene caso luchar contra mi realidad.

La fortaleza de su hija sin duda era de admirar, pero no estaba dispuesta a reconocer tal cosa ante ella, ni ante nadie. Se le escapó un resoplido de fastidio, antes de volver a hablar.

―Bueno, ya te saludé, querida. Ahora iré a hacer cosas más importantes ―después de decir esto, Miriam se fue y Helga vio a su amiga caminando hacia ella, así que no podía dejar de sonreír. Debía de continuar su actuación aunque por dentro estuviera completamente rota.

―¡Hola, muchacho! ―el señor Clarence apareció de repente frente a Gerald ―Es un gusto volver a verte.

―Lo mismo digo, señor Clarence.

―Por cierto qué estás liberado de mi encargo.

—¿Qué encargo?

―Veo que lo olvidaste por completo, pero no importa ―el anciano se encogió de hombros —. Acabo de averiguar por mí mismo que fue de hermana de la ahora señora Shortman.

Gerald se puso tenso.

―¿Ah, sí? ¿Y qué es lo que averiguó?

―Que está en la India y que posiblemente no vuelva.

―Ya veo —no tenía idea de dónde había sacado aquello, pero no era una información comprometedora y eso lo tranquilizaba —. Es bueno que eso haya pasado, ¿no? Después de todo, nunca se ha llevado bien con su hermana. Al menos fue lo que escuché, que Helga no quería a su hermana y que además es mala y problemática ―pronunció esas palabras, sacadas de la información que hacía poco le dijo su amigo.

―¡Puff! ¡Tonterías!

―Habla con mucha seguridad, ¿acaso las conoció tan bien?

―No, bueno, no quiero mentir diciendo que sí. La verdad es que a la señora Shortman la traté poco, pero a Helga si tuve la oportunidad de conocerla un poco más y tengo una impresión muy diferente a lo que tu me dices de ella.

―¿Ah sí?

―Sí. Pueden ser como dos gotas de agua, pero para mí está claro que son de naturaleza completamente diferente, aunque supongo que mucho tuvo que ver la manera en que las criaron, muy diferente, a decir verdad. Mientras que a la esposa de tu amigo la trataban como a una princesita de naturaleza frágil y delicada, a su hermana, a Helga, la dejaban vagando sola, estaba prácticamente en el abandono, creo que por eso su comportamiento era hosco, casi como el de una criaturilla salvaje, pero a pesar de eso era amable, era una buena chica...

―Suena muy seguro de lo que dice, pero cómo puede estarlo, ¿vivió con ellas? ―a pesar de lo mordaz de su pregunta Gerlad sonreía con fingida amabilidad.

―Touché... Bueno, muchacho, obviamente no, pero vivimos en un pueblo chico y muchas cosas se saben. Además llegué a ver a Helga en varias ocasiones ayudando a otros, si fuera como dijiste no lo hubiera hecho, además las veces que llegué a verla junto a su hermana se notaba que la quería y mucho, de hecho, se notaba muy protectora con ella. Necesitabas haberla conocido para tener la misma opinión que yo tengo, te lo digo, ella en verdad no me parece mala persona, todo lo contrario, por eso me dio gusto su situación cambió un poco...

―¿Cambió? ¿Cómo?

―Dejó de vérsele vagar sola, al parecer las habladurías de la gente sobre lo descuidados que estaban siendo Miriam y Bob como padres, sirvió para que cambiaran la forma de tratar su hija, pero el daño ya estaba hecho y tuvo una infancia complicada… En fin, me alegra enterarme de que ahora está en la India y espero que en compensación a lo que vivió, ahora sea feliz.

El anciano se veía claramente conmovido y Gerald, muy a su pesar, comenzaba a darle vueltas a lo que acababa de escuchar. No le interesaba cambiar la opinión que tenía de ella, pero su mente analítica de hombre de negocios no le permitía ignorar esta nueva información.

En otro lugar del salón Wolfgang no sonreía como acostumbraba. Se sentía frustrado mientras miraba a Helga y a su acompañante ¿Por qué esa molesta joven no se separaba de su presa?

Disfrutaba la caza, sí, pero lidiar con estorbosas molestias no lo emocionaba especialmente. Necesitaba que la señora Shortman estuviera sola para mostrarle sus encantos y hacerla caer en ellos.

Necesitaba hacer algo y pronto, porque la paciencia no era una virtud que lo caracterizara.

Bufó.

Por el momento tendría que conformarse con el dinero que estaba por recibir de la familia Pataki.


Wolfgang sonreía de la manera que acostumbraba, dejando ver uno de sus llamativos colmillos. Se encontraba frente a un Bob Pataki bastante mal encarado, obviamente el deshacerse así de tal cantidad de dinero no lo tenía feliz, eso era irónicamente contrario a como él se sentía por recibirlo.

De pronto Miriam Pataki entró al despacho sin llamar a la puerta.

Bob la miró con enfado, pero ella mantuvo su actitud tranquila y continuó su camino hasta quedar a un lado y un poco detrás de su esposo, y entonces, una sonrisa similar a la de Wolfgang apareció en su rostro.

—Me temo, señor Wolfgang que el día de hoy no recibirá un solo centavo, al menos no de mi marido.

—¿Qué quiere decir con eso, señora?

—Mi yerno ya lo sabe todo, así que su amenaza ya no tiene sentido.

Bob la miró como sí estuviera loca.

—¿Qué dices, mujer? ¿Y él cómo se enteró?

—Porque yo se lo dije y no mires así... No estaba dispuesta a permitir que este tipo se quedara con nuestro dinero. Así que ya lo sabe —se dirigió de nueva cuenta al indeseable visitante.

Wolfgang por su parte casi rechina los dientes, pero se contuvo, aun no perdía.

—Bueno, puede que Shortman haya perdido el interés de escucharme, pero estoy seguro que el resto de la respetable sociedad estará encantada de prestar sus oídos.

—No lo dudo... —contestó Miriam —pero ese ya no es nuestro problema. Ahora si quiere chantajear a alguien, tendrá que ser al esposo de mi hija. Él es ahora el más interesado en ocultar su vergonzoso secreto.

La satisfacción que Miriam sintió al ver salir de allí, hecho una furia a «ese» que quiso verles la cara, le bastaría para dejarle una sonrisa por el resto del día.


No le gustaba la presencia de ese tipo allí, pensaba Arnold mientras miraba al sobrino de Lady Danbury degustar un bocadillo más y beber de su copa lo que restaba de licor.

Él no le agradaba y por eso no permitió que Gerald los dejara, como había exigido Wolfgang y su amigo lo había notado, así que, en aras de acabar aquella tensa situación, Gerald se dispuso a terminar cuanto antes ese encuentro.

—¿Qué lo ha traído por aquí, señor Wolfgang?

El aludido terminó su copa antes de hablar.

—¿Seguro que no quiere que hablemos a solas? —preguntó mirando a Arnold y este negó —Bien... —suspiró— Iré al grano... O me paga bien por mi silencio o todo mundo se entera de que su prometida lo abandonó y su hermana gemela tomó su lugar y ahora es su esposa.

—¿Cómo sabe eso? —preguntó Arnold.

—¡Uy! Mala reacción. Si yo no estuviera seguro de mi información, usted con eso ya estaría confirmándolo todo.

—¡Hable! —ordenó Gerald, levantando la voz.

La ausencia de sorpresa en el socio, le demostró a Wolfgang que él lo sabía y eso lo sorprendió un poco.

—¿Qué importa eso ahora? Lo que importa es que este sucio asuntillo no salga a la luz y llegue a oídos de los demás, ¿no es así?

—¡No caeremos en su chantaje! —volvió a hablar Gerald.

—¿Cuánto quiere? —la voz aparentemente tranquila de Arnold se dejó escuchar.

Su amigo lo miró boquiabierto y sin poder creer lo que acababa de escuchar.

Wolfgang dijo en voz alta el precio de su silencio.

—Muy bien —dijo Arnold —, pero comprenderá que lo que pide no es una suma cualquiera y que la mayoría de mi capital está invertido, así que, necesitaré tiempo para reunirlo en efectivo.

«Eso había sido fácil», pensó el sobrino de Lady Danbury.

—Muy bien, pero, que no sea mucho tiempo porque no soy un hombre muy paciente precisamente.


Gerald estaba por segunda ocasión en el despacho de Arnold, frente a ella y hecho una furia, incluso más que la primera vez. Estaba atado de manos, ni siquiera podía recurrir a su contacto policial para denunciar a Wolfgang, sí lo hacía podría salir a la luz la suplantación de identidad y su amigo sería el más perjudicado.

—¿Tienes idea de los problemas que nos estás causando? —Helga no dijo nada, permaneció allí sin mostrar reacción alguna —Veo que no y por lo visto tampoco te importa, pero te lo diré de cualquier manera... Hoy apareció un tipo pidiendo una cantidad ridículamente alta para guardar silencio acerca de lo que has hecho.

—¿Chantaje? ¿Quién lo está haciendo?

—¿Importa eso? —resopló —Es un tal Wolfgang, pero lo dicho, eso no importa. La cuestión es que no dejas de causarle daño y no es al único al que tu presencia le provocará eso, este chantaje también me afecta a mi económicamente… Tal parece que tienes el don de perjudicar a todo aquel que te rodea ¡Espero pronto verte fuera de nuestras vidas!

—Así será en cuanto Hilda regrese —decir eso fue infinitamente más difícil de lo que pudo notarse…

—Entonces me daré prisa para encontrarla —se marchó más enojado de lo que estaba cuando llegó por el cinismo de esa mujer, a la que a toda vista no le afectaba en nada lo que pasaba.

CONTINUARÁ...